Basadre, ese desconocido
Introducción
Basadre, ese desconocido, editado en el año 2004 por la Universidad Ricardo Palma, constituye una obra singular dentro de los estudios dedicados a Jorge Basadre, pues se propone rescatar dimensiones poco atendidas de su figura y, al mismo tiempo, ofrecer una base documental que permita nuevas investigaciones. La obra se organiza en dos partes claramente diferenciadas, cada una con un aporte específico que, en conjunto, configuran un volumen de referencia.
La aparición de este libro respondía a una carencia evidente en el ámbito académico y cultural peruano: hasta entonces no existía un volumen que reuniera, de manera sistemática y crítica, tanto los estudios sobre Basadre como la bibliografía completa de su producción intelectual. Los trabajos previos se encontraban dispersos en revistas, artículos o referencias parciales, lo que dificultaba una visión integral de su legado. Por ello, la publicación de Basadre, ese desconocido vino a llenar un vacío necesario, ofreciendo a investigadores, estudiantes y lectores interesados una herramienta de consulta y reflexión que permitiera comprender al historiador tacneño en toda su complejidad, más allá de su monumental obra historiográfica.
Asimismo, resultaba imprescindible someter a evaluación filosófica la visión de la historia que Basadre elaboró, pues su propuesta no se limita a la narración de hechos, sino que plantea un horizonte normativo y una concepción idealista del devenir nacional. Examinar críticamente esta filosofía de la historia —sus fundamentos, alcances y limitaciones— permite no solo situar a Basadre en diálogo con las grandes tradiciones del pensamiento histórico, sino también valorar la originalidad de su apuesta por entender la historia como promesa y tarea vinculada al destino del Perú.
En este sentido, David Sobrevilla realizó un esfuerzo valioso al destacar la dimensión filosófica del pensamiento basadriano y al rescatar su concepción de la historia como instrumento de conciencia nacional. Sin embargo, a la luz de lo expuesto en el propio libro y de la ausencia de comparaciones con otras tradiciones filosóficas, dicho esfuerzo resulta limitado: Sobrevilla no profundiza en las tensiones entre el idealismo normativo de Basadre y las corrientes trascendentes o providencialistas de la filosofía de la historia, lo que deja sin explorar un aspecto crucial para comprender tanto la fuerza como la restricción de su propuesta.
Justamente aquí se encuentra lo fundamental de nuestro enfoque filosófico: llegar hasta la médula de ese idealismo normativo de índole platónica-kantiana que sostiene la visión de Basadre. Platónica, porque el ideal actúa como un idealismo objetivo que debe guiar la acción histórica, orientando el devenir hacia la realización de la “promesa de la vida peruana”; y kantiana, porque se atiene estrictamente a lo fenoménico, sin salir de lo inmanente, limitando el horizonte de la historia a lo dado en la experiencia cultural y social. Esta doble raíz explica tanto la potencia normativa de su pensamiento como sus restricciones, y constituye el punto de partida indispensable para una evaluación filosófica rigurosa de su obra.
Estudios de David Sobrevilla
La primera parte del libro, a cargo de David Sobrevilla, se compone de seis estudios que buscan iluminar aspectos menos visibles del historiador tacneño. En ellos se presenta a Basadre no solo como el autor monumental de la Historia de la República del Perú, sino como un intelectual integral, un filósofo de la historia y un ensayista político y cultural.
El primero de estos estudios aborda la relación de Basadre con la modernidad, destacando su crítica a una modernización superficial e imitativa y su defensa de una modernidad auténtica, sustentada en ciudadanía activa, educación sólida y cultura democrática. El segundo se centra en su concepción de la nación como proyecto inconcluso, atravesado por fracturas sociales y desigualdades, pero abierto a la posibilidad de realizar la “promesa de la vida peruana” mediante cohesión e identidad compartida. El tercero examina su visión de la cultura como cemento de la nación, capaz de articular la diversidad y dar sentido a la modernidad, integrando lo indígena, lo mestizo y lo criollo en una perspectiva plural y democrática.
El cuarto estudio se dedica a los llamados “años difíciles” de Basadre, en los que las crisis personales y políticas marcaron su sensibilidad histórica y dejaron huella en su obra. El quinto se ocupa del “tiempo de cosecha”, cuando consolidó su producción madura y alcanzó la síntesis de su pensamiento histórico y filosófico. Finalmente, el sexto estudio analiza su papel como funcionario público, mostrando cómo intentó llevar sus ideas a la práctica en el ámbito educativo y cultural.
En conjunto, estos seis estudios configuran un retrato más amplio y complejo de Basadre, que lo presenta como pensador integral y no únicamente como historiador, aunque, como se ha señalado, el esfuerzo de Sobrevilla resulta limitado al no profundizar en la raíz filosófica de su idealismo normativo.
Filosofía de la historia
Un aspecto fundamental que Sobrevilla destaca es la filosofía de la historia que Basadre adoptó. Se trata de una perspectiva de raíz idealista e historicista, influida tanto por la tradición clásica griega como por la filosofía alemana moderna. Pero no precisa qué tipo de idealismo -objetivo, subjetivo, absoluto- ni qué tipo de historicismo -inmanente, trascendente-. Se limita a señalar que Basadre concebía la historia como un proceso de permanencias y cambios, donde el pasado debía ser comprendido para proyectar un futuro posible.
Es por ello que consideramos importante precisar lo que Sobrevilla omite. El historicismo inmanente es aquella concepción de la historia que se mantiene dentro de los límites de lo humano y lo fenoménico: entiende el devenir como proceso autónomo, regido por permanencias y cambios, donde los ideales son construcciones normativas que orientan la acción, pero siempre en el marco de la experiencia cultural y social. El historicismo trascendente, en cambio, concibe la historia como manifestación de un sentido último que la supera, ya sea en clave providencialista —como parte de un plan divino— o metafísica —como despliegue de un orden superior—, otorgándole un horizonte que trasciende lo meramente humano y fenoménico.
Continuando con Sobrevilla dice que, para Basadre la historia era un instrumento de conciencia nacional, capaz de revelar las fracturas del país y, al mismo tiempo, abrir la posibilidad de construir una nación cohesionada. Pensar al Perú como “promesa” es, en este sentido, una postura idealista: la nación no es un hecho consumado, sino una posibilidad abierta que debe realizarse en el futuro.
Aquí resulta iluminador vincular, por nuestra parte, esta idea con la entelequia aristotélica: así como en Aristóteles todo ser tiende a realizar su esencia, en Basadre la nación peruana tiende a actualizarse en la medida en que se aproxima a sus ideales. Los valores de ciudadanía, educación, democracia y cultura plural funcionan como ese telos que orienta el devenir histórico. La historia, entonces, no es solo relato de hechos, sino el camino hacia la realización de esa entelequia nacional.
Como se puede ver en su evaluación, Sobrevilla no repara en la raíz filosófica más profunda de este planteamiento: no advierte el platonismo o idealismo objetivo que subyace en la concepción del ideal como referente objetivo que debe guiar la acción histórica; tampoco reconoce el kantismo fenomenista que se manifiesta en la estricta adhesión a lo fenoménico, sin salir de lo inmanente; ni señala el inmanentismo que confina la filosofía de Basadre a los límites de la modernidad. Esta omisión limita su análisis, pues deja sin explorar el núcleo filosófico que explica tanto la fuerza normativa como la restricción conceptual de la visión histórica de Basadre.
Y no lo podía advertir porque señalar el idealismo objetivo y el fenomenismo kantiano de Basadre lo habría llevado inevitablemente a reconocerse a sí mismo como recortado y limitado por el mismo inmanentismo moderno. En tanto comparte esa perspectiva, Sobrevilla se mantiene dentro de los márgenes de la modernidad y del horizonte kantiano de lo fenoménico, lo que explica que su lectura, aunque valiosa, no alcance a problematizar las raíces filosóficas que sostienen la propuesta basadriana.
Aporte documental de Miguel Ángel Rodríguez Rea
La segunda parte, elaborada por Miguel Ángel Rodríguez Rea, aporta la base documental y bibliográfica que convierte al libro en una herramienta académica de largo alcance.
Aquí se presenta una bibliografía selecta de las obras escritas por Basadre —libros, artículos, ensayos— y de los estudios que otros autores han dedicado a su figura. Lo más importante de esta sección es la sistematización inédita: antes existían referencias dispersas, pero no un corpus organizado que permitiera acceder de manera ordenada a las fuentes primarias y secundarias.
Rodríguez Rea ofrece así un mapa de lectura que muestra la amplitud y diversidad de la producción basadriana, desde su obra historiográfica hasta sus escritos menos conocidos sobre educación, cultura y política. Al reunir tanto lo escrito por Basadre como lo escrito sobre él, se ofrece una visión panorámica de su legado y se facilita el trabajo de investigadores y estudiantes. Esta parte convierte al libro en un puente documental entre generaciones, asegurando que el “Basadre desconocido” pueda ser explorado en profundidad.
Aporte general del libro
El aporte general del libro radica en que, por primera vez, se ofrece una obra de esta envergadura dedicada exclusivamente a Jorge Basadre: una combinación de estudios críticos y bibliografía exhaustiva que lo presenta como un intelectual integral y, al mismo tiempo, proporciona las herramientas para que otros continúen investigando.
Su tesis central es clara: Basadre debe ser comprendido no solo como historiador, sino como un pensador que reflexionó sobre la modernidad, la nación y la cultura, y que concibió la historia —desde una filosofía idealista e historicista, cercana a la noción aristotélica de entelequia— como instrumento para pensar el destino del Perú.
Como hemos visto, la limitación de la evaluación filosófica realizada por Sobrevilla exige atender este punto con mayor esmero y profundidad. Precisar la raíz platónica-kantiana del idealismo normativo de Basadre y su confinamiento al inmanentismo moderno resulta indispensable para comprender tanto la fuerza como la restricción de su propuesta. Solo una lectura que se adentre en estas dimensiones filosóficas permitirá valorar en toda su magnitud la originalidad de su pensamiento histórico y su relevancia para el debate contemporáneo sobre la nación y la cultura en el Perú.
Comparaciones con otros pensadores
En este sentido, resulta enriquecedor contrastar la visión de Basadre con la de otros pensadores. Frente a Marx, que concebía la historia como lucha de clases y motor materialista, Basadre la entendía como proyecto idealista orientado por valores y promesas. A diferencia de Gabriel Tarde, que veía en la imitación social la clave de la vida colectiva, Basadre subrayaba la necesidad de cultura y educación como motores de cohesión nacional.
Aunque compartía con Dilthey la idea de comprender la historia desde la experiencia vivida, añadía un horizonte normativo: la historia debía guiar hacia la realización de la nación. Frente al análisis económico-cultural de Sombart, Basadre se centraba en la historia política y social del Perú como camino hacia la ciudadanía.
Mientras Windelband distinguía entre ciencias nomotéticas e idiográficas, Basadre se situaba en la tradición idiográfica, pero con un telos idealista que trascendía la mera descripción. Durkheim veía la sociedad como hecho social objetivo; Basadre, en cambio, concebía la nación como tarea ética y cultural.
Frente al historicismo teológico de Troeltsch, Basadre proponía un historicismo secular, centrado en la promesa nacional. Pareto analizaba las élites y sus ciclos, mientras Basadre buscaba la democratización y la ampliación de ciudadanía como fin histórico. Veblen criticaba el consumo ostentoso, pero Basadre se preocupaba más por la fragilidad institucional y la necesidad de cultura democrática.
Weber interpretaba la historia a través de la racionalización y la ética protestante; Basadre lo hacía desde la fragilidad peruana y la necesidad de cohesión cultural. Simmel exploraba las formas sociales y la vida urbana, mientras Basadre se enfocaba en la construcción nacional y en la educación como base.
Spengler veía la historia como ciclos de decadencia cultural, en tanto Basadre la concebía como promesa abierta hacia el futuro. Toynbee entendía la historia como respuesta a desafíos, y aunque Basadre coincidía parcialmente, enfatizaba que el desafío peruano debía resolverse con ciudadanía y cultura plural.
Karl Mannheim, con su sociología del conocimiento, concebía las ideas como productos de contextos sociales específicos; Basadre, en cambio, veía en los ideales nacionales no solo un reflejo de condiciones sociales, sino un horizonte normativo que debía orientar la acción histórica.
Ferdinand Tönnies distinguía entre Gemeinschaft (comunidad) y Gesellschaft (sociedad), mostrando la transición hacia formas modernas de organización social; Basadre, sin desconocer esa tensión, insistía en que la nación peruana debía articular comunidad y sociedad a través de la cultura y la educación, evitando que la modernidad destruyera los vínculos colectivos.
Del mismo modo, resulta esclarecedor poner en diálogo a Basadre con otros grandes pensadores de la historia del siglo XX. Frente a Fernand Braudel y la Escuela de los Annales, que privilegiaron las estructuras de larga duración y los condicionamientos económicos y geográficos sobre los acontecimientos políticos, Basadre se mantuvo en una perspectiva más política y cultural, centrada en la nación peruana como tarea ética y normativa.
En contraste con Reinhart Koselleck, que analizó la transformación de los conceptos históricos y la semántica del tiempo, Basadre no se detuvo en la historia de los conceptos, sino en la construcción de un horizonte nacional que debía realizarse como promesa.
Walter Benjamin, con su visión mesiánica de la historia como redención de los vencidos, se distancia radicalmente de Basadre, quien se mantuvo en el plano inmanentista y kantiano, sin abrirse a un horizonte trascendente.
Michel Foucault, por su parte, desconfió de los grandes relatos normativos y exploró genealogías del poder, mientras Basadre elaboró precisamente un relato normativo de la nación como proyecto de cohesión cultural.
Incluso Arnold Hauser, que vinculó la producción artística y literaria con las condiciones sociales y económicas, se diferencia de Basadre, quien entendía la cultura no solo como reflejo de estructuras, sino como cemento integrador de la nación.
Estas comparaciones muestran que, frente a las corrientes estructuralistas, genealógicas o mesiánicas, Basadre se distingue por su apuesta idealista y normativa, de raíz platónica-kantiana, que concibe la historia como tarea ética y cultural orientada hacia la realización de la promesa nacional.
Fuerza y limitación del pensamiento basadriano
Estas comparaciones, omitidas por Sobrevilla en la primera parte del libro, ayudan a precisar el pensamiento histórico y filosófico de Basadre. Permiten reparar en que su visión idealista y normativa, aunque rica y fecunda, no reconoce lo trascendente y se mantiene dentro de los límites inmanentistas de la modernidad. Es una visión secularizada de la historia.
En ese sentido, Basadre es profundamente moderno y hasta kantiano, pues se atiene a lo fenoménico: incluso el ideal, en su concepción, pertenece al ámbito de lo dado en la experiencia histórica y cultural. Su giro hacia lo concreto autónomo de lo trascendente constituye, precisamente, tanto la fuerza como la limitación de su pensamiento: fuerza porque lo hace profundamente moderno y normativo, capaz de orientar la acción histórica hacia la ciudadanía y la cultura; limitación porque al divorciarse tajantemente de la visión providencialista y trascendente de la historia, su filosofía se priva de un horizonte más amplio, quedando confinada a la modernidad y a una lectura kantiana de la historia como fenómeno.
Al contrastarlo con Marx, se advierte que Basadre comparte la preocupación por las fracturas sociales, pero se distancia radicalmente de la interpretación materialista y de la centralidad de la lucha de clases, pues su horizonte es normativo y cultural. Con Dilthey coincide en la necesidad de comprender la historia desde la experiencia vivida, pero Basadre añade un telos idealista que orienta la acción hacia la realización de la nación, lo que lo separa del mero historicismo comprensivo. Frente a Weber, que analizó la racionalización y la ética protestante como motores de la modernidad, Basadre se aproxima en reconocer la fragilidad institucional, pero se distancia al insistir en la cultura democrática como fundamento de cohesión.
En relación con Spengler y Toynbee, Basadre comparte la idea de que la historia responde a desafíos, pero rechaza el fatalismo de los ciclos de decadencia cultural de Spengler y se aparta del tono civilizatorio de Toynbee, para situar el desafío en la tarea concreta de construir ciudadanía y cohesión nacional. Con Mannheim se aproxima al reconocer que las ideas se producen en contextos sociales, pero se distancia al insistir en que los ideales nacionales no son solo reflejo de condiciones, sino horizonte normativo que debe guiar la acción.
Si se lo compara con Braudel, Basadre se aleja de la mirada estructural de la longue durée, pues privilegia el tiempo corto, la dimensión política y cultural como motor de la historia peruana. Con Foucault, la distancia es aún mayor: mientras el francés desconfía de los grandes relatos normativos y se centra en genealogías del poder, Basadre construye precisamente un relato normativo de la nación como promesa, confía en la acción del poder. Y frente a Benjamin, que concibe la historia como redención de los vencidos en clave mesiánica, Basadre se mantiene en el plano inmanentista, sin apertura a lo trascendente.
Estas aproximaciones y distancias muestran que Basadre dialoga con las grandes tradiciones filosóficas e historiográficas, pero se distingue por su apuesta idealista y normativa, de raíz platónica-kantiana, que concibe la historia como tiempo corto, tarea ética, cultural y del poder. Esa singularidad constituye tanto su fuerza —al ofrecer un horizonte normativo para la nación peruana— como su limitación —al quedar confinado al inmanentismo moderno y sin apertura a lo trascendente.
Rasgos principales de su visión
En suma, estas comparaciones ayudan a precisar los principales rasgos de su visión histórica, los cuales son:
Filosóficos
El idealismo normativo de raíz platónica, que concibe el ideal como referente objetivo de la acción histórica.
El kantismo, que lo mantiene dentro de los límites de lo fenoménico y lo inmanente, sin apertura a lo trascendente.
Metafísicos
El rechazo a las lecturas providencialistas o trascendentes de la historia, lo que lo sitúa plenamente en el horizonte moderno.
Políticos
La concepción de la nación como promesa abierta y tarea ética, que debe realizarse en el futuro.
La apuesta por la ciudadanía y la educación como motores de cohesión y democratización. Tiene fe en poder político.
Culturales
La centralidad de la cultura como cemento integrador de la diversidad, capaz de articular lo indígena, lo mestizo y lo criollo en una visión plural.
Estos rasgos configuran una filosofía de la historia que, aunque fecunda y orientadora, se muestra también restringida por su inmanentismo, lo que constituye tanto su potencia como su límite.
Objeciones a la visión basadrina
Objeciones desde el inmanentismo
La concepción de la nación como promesa abierta corre el riesgo de quedar siempre inconclusa, atrapada en la historicidad concreta sin alcanzar plena realización.
La centralidad de la cultura como cemento integrador puede fragmentarse en múltiples identidades, debilitando su capacidad de cohesión.
La ciudadanía y la educación, aunque motores de cohesión, dependen de condiciones históricas específicas y pueden resultar insuficientes frente a crisis estructurales.
El idealismo normativo platónico puede quedarse en abstracción si no logra encarnarse en instituciones y prácticas efectivas.
El kantismo, al confinarse a lo fenoménico, limita la filosofía de la historia a lo dado en la experiencia, reduciendo su alcance interpretativo.
El rechazo a lo trascendente fortalece la autonomía moderna, pero deja la historia sin un horizonte último que dé sentido más allá de lo humano.
Su confianza en poder político -socialista, en su caso- puede verse revitalizada por lo visto con el bienestar producido por el PCChino en los últimos diez años, pero otra cosa es si ello representa una auténtica realización del ser humano.
Objeciones desde la visión providencialista y trascendente
La nación, concebida solo como tarea ética, se priva de un fundamento metafísico que la sitúe en un plan universal o divino.
La cultura, entendida únicamente como producto humano, pierde la referencia a valores absolutos que podrían darle mayor solidez y permanencia.
La ciudadanía y la educación, al no vincularse con una dimensión espiritual, se reducen a lo institucional y social, sin apertura a la trascendencia de la dignidad humana.
El idealismo platónico, reinterpretado en clave inmanentista, se despoja de su carácter metafísico y trascendente, quedando limitado a guía histórica.
El kantismo, al rechazar lo nouménico, impide que la historia se abra a un sentido último más allá de lo fenoménico.
El rechazo a las lecturas providencialistas elimina la posibilidad de concebir la historia como parte de un plan divino o universal, restringiendo su alcance metafísico y espiritual.
El poder a expensas solamente de manos humanas ha dejado una lección dolorosa en el siglo XX.
De esta manera, la sección muestra cómo la visión basadrina, aunque fecunda y normativa, se enfrenta a críticas tanto desde dentro de la modernidad (inmanentismo) como desde fuera de ella (visión trascendente).
Conclusión
En definitiva, Basadre, ese desconocido revela a un pensador que, dialogando con las grandes tradiciones filosóficas y sociológicas, se distingue por haber concebido la historia como promesa y tarea, vinculada inseparablemente al destino del Perú. Sin embargo, esta concepción se resiente por su tajante divorcio con la visión providencialista y trascendente de la historia: al mantenerse dentro de los márgenes inmanentistas de la modernidad, Basadre reduce el horizonte histórico a lo fenoménico, incluso cuando se trata del ideal. Esto no lo advierte Sobrevilla porque él también es otro inmanentista.
El giro de Basadre hacia lo concreto autónomo de lo trascendente constituye tanto la fuerza como la limitación de su pensamiento: fuerza porque lo hace profundamente moderno y normativo, capaz de orientar la acción histórica hacia la ciudadanía y la cultura; limitación porque, al no reconocer lo trascendente, su filosofía de la historia se priva de un horizonte más amplio, quedando confinada a la modernidad y a una lectura kantiana de la historia como fenómeno.
Así, el libro muestra a contrapelo un Basadre que dialoga con Marx, Tarde, Dilthey, Sombart, Windelband, Durkheim, Troeltsch, Pareto, Veblen, Weber, Simmel, Spengler, Toynbee, Mannheim y Tönnies, pero que se diferencia de todos ellos por su apuesta idealista y normativa, profundamente moderna, que concibe la historia como tarea ética y cultural, aunque limitada por su desvinculación de cualquier dimensión trascendente o providencialista.
A estas comparaciones se suman otras igualmente reveladoras: frente a Braudel y la Escuela de los Annales, Basadre se distancia del énfasis en las estructuras de larga duración para privilegiar la corta duración de la dimensión política y cultural; frente a Koselleck, no se detiene en la semántica de los conceptos, sino en la construcción de un horizonte nacional; frente a Benjamin, rechaza la dimensión mesiánica de la historia como redención de los vencidos; y frente a Foucault, se aparta de la genealogía del poder para elaborar un relato normativo de la nación como promesa. Estas distancias y aproximaciones permiten precisar los rasgos fundamentales de su visión: nación como promesa ética, cultura como cemento integrador, ciudadanía y educación como motores de cohesión, idealismo platónico, kantismo fenomenista e inmanentismo moderno.
En suma, la obra revela a un Basadre que, aunque fecundo y original en su apuesta normativa, se muestra también limitado por su confinamiento a lo inmanente. Su filosofía de la historia carece de apertura hacia lo trascendente, lo que la hace profundamente moderna pero también restringida. Su fe en el prometeico hombre moderno luce incólume.
Precisamente aquí radica la tarea pendiente: someter su pensamiento a una evaluación filosófica, metafísica y política más rigurosa, que atienda tanto a la raíz platónica-kantiana de su idealismo normativo como a las tensiones que lo separan de las visiones providencialistas. Solo así se podrá valorar en toda su magnitud la fuerza y la restricción de su propuesta, y comprender el lugar singular que ocupa Basadre en el panorama de la filosofía de la historia.