Gustavo Flores Quelopana
ONTORREALISMO
Más Allá de la Inmanencia, Camino hacia lo Eterno
BIODATA Gustavo Flores Quelopana (Lima, 1959). Filósofo, poeta y escritor, peruano de frondosa obra y ágil pluma. Expresidente de la Sociedad Peruana de Filosofía, presidente tres veces en la Sociedad Internacional Tomás de Aquino (SITA-Perú). Disertante en universidades de Colombia, Panamá, México y Perú. Sus aportes filosóficos se traducen en varias categorías: lo “Numinocrático”, aplicado a la filosofía prehistórica; “Mitomorfico” para entender el filosofar arcaico; “Mitocrático”, para comprender la filosofía ancestral; lo “Anético”, para categorizar la crisis moral y antropológica de la posmodernidad; la Justicia como “Copertenencia”; el “Hiperimperialismo”, como lo característico y esencial de la globalización neoliberal actual; la “Cibercracia”, régimen político hacia el cual marcha el capitalismo digital; el “Ciber Deus”, como realidad posible de la Inteligencia Artificial Fuerte, la “paradoja antrópica”, como categoría clave para entender la destrucción ecológica por la modernidad objetivante y antimetafísica, y el “Neobrutalismo” como fenómeno espiritual de carácter terminal en toda civilización.
Prólogo
La modernidad ha sellado el
horizonte del pensamiento dentro de los muros de la inmanencia. La mirada
humana, otrora en busca de lo eterno, ha sido confinada a la urgencia de lo
inmediato, a la fragmentación de lo útil, a la sucesión inerte de lo contingente.
Despojado de su sentido más profundo, el ser ha sido reducido a función,
convertido en objeto de cálculo y explotación, relegado al anonimato del tiempo
que transcurre sin memoria. La realidad, desgajada de su totalidad, ha sido
fracturada en un conjunto de piezas dispersas, incapaces de sostener un
significado último.
En estas páginas se
emprende un camino para desafiar esta clausura ontológica, para restituir la
relación perdida entre lo finito y lo eterno. La hegemonía de la inmanencia ha
pretendido instaurarse como el único paradigma válido, pero su insuficiencia se
revela en la crisis de sentido que atraviesa la existencia moderna. El vacío no
es un accidente, sino la consecuencia inevitable de un pensamiento que ha
sellado toda trascendencia, condenando la vida a una marcha sin dirección. Sin
embargo, más allá de este cerco impuesto, aún persiste la huella de lo
absoluto, el resplandor de lo eterno que, a pesar del olvido, sigue reclamando
su lugar. La filosofía contemporánea ha intentado bordear este abismo con
diversas respuestas. Quentin Meillassoux, en Después de la finitud,
postula la contingencia absoluta como vía para liberar el pensamiento de toda
necesidad metafísica, pero en su afán por superar el dogma, el ser queda
disuelto en lo imprevisible, privado de fundamento. Jean-Luc Marion, en Siendo
dado, repliega lo trascendente dentro del ámbito de la fenomenología de la
conciencia, pero su enfoque, lejos de romper la clausura ontológica, permanece
atrapado en una recepción subjetiva del ser, sin atravesar realmente los
límites de la inmanencia. William Desmond, en El ser y el entre, busca
superar el nihilismo mediante una filosofía de la sobreabundancia, pero su
planteamiento carece de una estructura ontológica que restituya la
participación entre lo finito y lo eterno.
El Ontorrealismo no
es una variación dentro de estas corrientes; es un camino completamente
distinto. No se limita a una reacción ante la crisis de la inmanencia ni a una
reformulación dentro de los marcos filosóficos existentes. Es una afirmación de
la plenitud del ser, una reconstrucción ontológica que restablece la conexión
perdida entre la existencia contingente y su fundamento absoluto. Aquí, cada
ente concreto, cada fragmento de lo real, no es una presencia aislada, sino un
vestigio que señala hacia lo eterno, un eco de la totalidad que subyace en su
manifestación finita.
Desde lo cotidiano surge la
primera evidencia. Cada ente concreto, cada instante de realidad, revela su
insuficiencia intrínseca, su dependencia de un fundamento que lo trasciende. La
experiencia humana está marcada por la intuición de que lo finito no es
absoluto, sino una manifestación que apunta hacia algo más. Aquí se inicia la
reflexión sobre cómo los entes funcionan como señales que nos conducen hacia la
existencia fundante. Lo contingente no es solo un fragmento aislado: es un
vestigio de la eternidad. En esta travesía, el tiempo deja de ser un mero flujo
de instantes sucesivos y se revela como un vínculo entre lo transitorio y lo
absoluto. La comprensión reduccionista del ser como simple función dentro de la
inmanencia es reemplazada por una visión más amplia, donde lo finito encuentra
su sentido en la participación con la totalidad. La ética, en este marco, deja
de ser una imposición externa y se muestra como la manifestación de la
estructura misma del ser, revelando que el fundamento último de la realidad es
inseparable de su dimensión moral.
Jean-Luc Marion, en su
exploración del fenómeno saturado, parece haber quedado atrapado en la
subjetividad, pues el ser no se da como fundamento ontológico, sino como exceso
en la conciencia receptiva. Su perspectiva fenomenológica reinterpreta lo
trascendente como una experiencia que desborda la capacidad intencional, pero
en lugar de restituir el sentido ontológico, lo repliega en la subjetividad del
receptor. Frente a ello, el Ontorrealismo no confina lo eterno al
espacio de la conciencia, sino que lo afirma como el principio estructural del
ser, independiente de la percepción humana.
Más allá del nihilismo, más
allá del vacío impuesto por la clausura ontológica, se abre el horizonte de la
plenitud. El Ontorrealismo no es solo una interpretación teórica, sino
una restauración del sentido en su forma más radical. En estas páginas no se
promete un sistema cerrado, sino un umbral abierto hacia la contemplación, un
itinerario que no busca certezas rígidas, sino la expansión del pensamiento
hacia lo eterno.
No es un cierre, no es una
conclusión definitiva. Es el inicio de una búsqueda, de una recuperación
ontológica que restituye el vínculo perdido entre el ser y su fuente fundante.
Quien recorra estas páginas no encontrará fórmulas agotadas ni respuestas predefinidas,
sino una invitación al pensamiento radical, allí donde lo finito reconoce su
relación esencial con lo absoluto. Este recorrido no es un ejercicio
especulativo sin consecuencias, sino una restauración de la totalidad del ser.
Aquí se despliega una vía para comprender la existencia en su relación
fundamental con la eternidad. Aquí no hay abstracciones vacías, sino una
estructura filosófica que rescata lo olvidado.
La modernidad ha querido
cerrar la puerta de la trascendencia, pero el sentido persiste, esperando ser
redescubierto. Aquí comienza el camino hacia lo absoluto, hacia la restitución
de la unidad perdida, hacia la revelación de que, más allá de la inmanencia, el
ser eterno sigue sosteniendo la existencia.
El Ontorrealismo, como
estructura metafísico-teológica, se fundamenta en la afirmación de que la
existencia finita no es un fenómeno autónomo ni desligado de su origen
absoluto, sino una participación en la plenitud del ser. Esta concepción
encuentra una profunda validación en la Palabra revelada, donde se establece
que la realidad creada no subsiste por sí misma, sino que halla su fundamento
en Dios. En Juan 1:3, se declara: "Todas las cosas por él fueron
hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho fue hecho." Este
principio ontológico confirma que el ser no es una construcción arbitraria,
sino una manifestación ordenada de la plenitud divina. Así, el Ontorrealismo
reconoce que lo finito no posee una existencia independiente, sino que
participa de lo eterno sin perder su identidad.
Este vínculo entre la
existencia contingente y su origen trascendental también es resaltado en Juan
8:12, donde Jesús afirma: "Yo soy la luz del mundo; el que me
sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida."
Aquí, la metafísica ontorrealista encuentra una correspondencia con la
revelación, pues el ser no es un mero acontecimiento en la inmanencia, sino que
se halla iluminado por la trascendencia. La luz de Cristo no es únicamente una
metáfora moral, sino la expresión ontológica de que lo finito alcanza su
plenitud en la comunión con lo absoluto. En este marco, el Ontorrealismo no
niega la autonomía de los entes, sino que la sitúa dentro de una estructura
ontológica en la que cada existencia concreta halla su sentido en relación con
la totalidad del ser.
Finalmente, en Juan 14:6,
Jesús revela el principio estructurador de toda realidad al decir: "Yo
soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí."
En esta declaración, la visión ontorrealista se ve confirmada en su
planteamiento central: la existencia no es un tránsito sin dirección, sino un
camino orientado hacia su fundamento absoluto. La verdad del ser no radica en
la fragmentación de lo finito, sino en su participación con la plenitud
ontológica. De esta manera, el Ontorrealismo no es una especulación filosófica
aislada, sino un marco conceptual que se corresponde con la revelación divina,
reafirmando que el sentido último de la existencia solo puede ser comprendido
en su relación esencial con la eternidad.
§1
Introducción
Más Allá
de la Inmanencia
1. Planteamiento del
Problema Filosófico
La modernidad ha
consolidado la hegemonía de la inmanencia como paradigma dominante,
estructurando la visión del mundo y de la realidad a partir de lo inmediato, lo
tangible y lo finito. Este marco conceptual ha clausurado la apertura hacia lo
trascendente, relegando cualquier búsqueda de lo absoluto al ámbito de la
especulación metafísica desacreditada o incluso marginalizada. En consecuencia,
el horizonte del pensamiento contemporáneo ha quedado reducido a las categorías
de utilidad y productividad, desconectando al ser humano de aquello que le
permite comprenderse como partícipe de un fundamento eterno.
La inmanencia no solo ha
moldeado el pensamiento, sino que también ha alterado la experiencia humana del
ser, fragmentándola y desvinculándola de su origen metafísico. Sin lo
trascendente como horizonte de sentido, el ser humano ha quedado atrapado en una
existencia contingente, enraizada en lo temporal y carente de proyección hacia
lo eterno. Este vacío ha generado una crisis de sentido que no solo afecta al
ámbito filosófico, sino que también se manifiesta en los aspectos éticos,
sociales y existenciales de la vida humana. En este contexto, la reducción del
ser a lo inmanente no solo empobrece la metafísica, sino que también socava las
bases normativas que orientan la vida hacia su plenitud. Esta crisis se
profundiza con la consolidación del nihilismo como la conclusión inevitable de
un pensamiento que ha negado lo trascendente. El nihilismo no es únicamente la
afirmación de la nada, sino también la desintegración de las estructuras éticas
y normativas que daban coherencia y dirección a la vida humana. La ausencia de
un fundamento trascendental ha llevado a una erosión anética de la existencia,
donde las decisiones y acciones ya no encuentran sustento en un orden
ontológico universal. Frente a este panorama, se hace indispensable replantear
las categorías que sostienen nuestra comprensión del ser y articular una
respuesta que permita superar las insuficiencias de la inmanencia.
2. Fundamentos Teóricos
La propuesta de esta obra
se erige sobre un diálogo con la tradición metafísica y ontológica que, a lo
largo de la historia, ha buscado comprender el ser en toda su profundidad y
riqueza. Desde la concepción del "ser en cuanto ser" de Aristóteles
hasta la noción del ser como acto puro en Tomás de Aquino, esta obra recoge los
aportes fundamentales de la filosofía clásica, así como las reflexiones más
recientes de autores como Heidegger, quien destacó la desconexión entre el ser
y el pensamiento en la modernidad. Sin embargo, lejos de limitarse a una mirada
retrospectiva, esta obra incorpora una crítica rigurosa al pensamiento
contemporáneo, abordando las insuficiencias del paradigma inmanentista. El
marco conceptual se sustenta en la necesidad de superar las limitaciones
impuestas por una comprensión reduccionista del ser, que lo encierra en
categorías unívocas y lo desvincula de su fundamento eterno. Para ello, se
revisan conceptos clave como tiempo, eternidad, finitud y trascendencia,
mostrando cómo estos elementos se entrelazan en una estructura ontológica que
trasciende los confines de la inmanencia. El fundamento teórico de esta obra no
solo busca reconstituir una visión del ser más rica y compleja, sino también
abrir un horizonte de posibilidad para una ética renovada, anclada en la
estructura misma del ser y su relación con lo eterno.
3. Objetivo de la Obra
El objetivo central de esta
obra es delinear un camino que permita trascender los límites impuestos por la
inmanencia y recuperar una visión del ser que integre su dimensión eterna y
trascendental. Este recorrido no se presenta como una mera crítica al pensamiento
moderno, sino como una propuesta constructiva que articula un marco conceptual
capaz de reconciliar lo finito con lo infinito, lo contingente con lo absoluto
y lo temporal con lo eterno. En este sentido, la obra busca restituir el
vínculo ontológico entre lo inmanente y lo trascendente, mostrando cómo cada
ente finito apunta más allá de sí mismo hacia un fundamento que le otorga
coherencia y sentido. La noción de Ontorrealismo, introducida aquí, se
propone como una nueva interpretación metafísica que afirma la plenitud del ser
en su conexión con la eternidad. Al integrar elementos de la metafísica clásica
con una visión crítica del nihilismo y la nada, esta obra plantea una alternativa
capaz de superar la crisis de sentido contemporánea. Además, esta obra se
propone como una invitación al lector para replantear su comprensión del ser y
su relación con lo eterno. A través de un análisis profundo y sistemático, se
busca no solo articular una teoría del ser, sino también inspirar un retorno a
una metafísica que reconozca la participación de lo finito en lo eterno como
clave para restituir el sentido pleno de la existencia humana. Este proyecto
filosófico no pretende ofrecer una solución definitiva, sino abrir un horizonte
de posibilidades que permita pensar el ser desde una perspectiva renovada y
transformadora.
Como
veremos la principal objeción al ontorrealismo radica en su dependencia de la
noción de un ser eterno, considerada por algunos como una abstracción
indemostrable que trasciende la experiencia humana y los parámetros empíricos.
Los críticos sostienen que esta referencia a lo trascendental carece de
evidencia verificable y puede diluirse en especulación filosófica. Frente a
esto, el ontorrealismo responde que la contingencia y la insuficiencia
ontológica de lo finito actúan como evidencia racional de la necesidad de un
fundamento trascendental. Más allá de lo empírico, esta perspectiva propone que
el ser eterno no solo da coherencia y sentido a la existencia, sino que
transforma la vida al integrar lo finito en una plenitud absoluta.
El enfoque ontorrealista se
opone frontalmente a las tendencias filosóficas dominantes en el pensamiento
contemporáneo, particularmente al posmodernismo y al pragmatismo, que han
debilitado la estructura ontológica del ser al relativizarlo dentro de discursos
fragmentados o utilitaristas. Mientras el posmodernismo disuelve la noción de
un fundamento trascendental al sustituirlo por construcciones lingüísticas y
narrativas sin principio ontológico sólido, el pragmatismo redefine el ser en
términos de utilidad, sometiéndolo a la lógica de lo funcional sin reconocer su
profundidad metafísica. Ambas perspectivas han contribuido a la crisis de
sentido, negando la posibilidad de una realidad ordenada más allá de la
contingencia. El ontorrealismo, en contraste, recupera la estructura ontológica
del ser al reafirmar que lo finito participa de lo eterno, garantizando un
horizonte metafísico que supera la mera instrumentalidad o la disolución
relativista del conocimiento.
Asimismo, el ontorrealismo
confronta el monismo estricto de Parménides, quien consideraba que el logos
preexistente constituía una unidad absoluta en la cual lo finito y la
multiplicidad eran ilusorias. Este modelo filosófico, que niega toda
diferenciación ontológica entre lo contingente y lo eterno, reduce el ser a una
homogeneidad sin participación ni jerarquía ontológica. En oposición a esta
visión, el ontorrealismo rescata la analogía del ser, mostrando que lo finito
no es una apariencia carente de realidad, sino una manifestación concreta que,
aunque contingente, se fundamenta en la plenitud ontológica sin ser absorbida
por ella. De esta manera, el pensamiento ontorrealista preserva la riqueza de
la diversidad sin caer en el panteísmo ni en la negación de la individualidad
ontológica.
En cuanto a las tradiciones
orientales, el ontorrealismo marca una diferencia sustancial con concepciones
como el Atmán en los Upanisads y el Tao, que presentan lo
finito como una ilusión que debe ser trascendida para alcanzar la unidad
absoluta. Si bien estas corrientes filosóficas identifican un principio
estructurador, su perspectiva ontológica difiere radicalmente del
ontorrealismo, pues no reconocen la participación diferenciada de los entes en
la plenitud del ser. Para el ontorrealismo, lo finito no es una mera sombra de
la realidad última, sino una entidad auténtica que se vincula con lo eterno sin
ser negada o disuelta en la totalidad indiferenciada.
En este sentido, el
ontorrealismo no solo representa una respuesta a las crisis filosóficas
contemporáneas, sino que también ofrece una estructura conceptual que escapa de
los reduccionismos monistas y relativistas. Al integrar la trascendencia con la
diversidad ontológica, el ontorrealismo evita los excesos de una metafísica
cerrada y los riesgos de una fragmentación extrema, proporcionando un marco
sólido para pensar el ser en su relación profunda con la eternidad y el
fundamento último de la realidad.
El ontorrealismo, en su
afirmación de la participación del ser finito en la plenitud eterna, será
criticado como una postura fideísta o como un intento de restauración clerical
y ultramontana. Sin embargo, estas objeciones no lo alcanzan, pues su propuesta
no se limita a una defensa institucional ni a una apelación dogmática, sino que
aborda el tema central de la existencia humana: la salvación del alma por Dios.
La filosofía contemporánea ha tratado de reducir la cuestión del destino humano
a términos sociológicos o psicológicos, pero el ontorrealismo rescata la verdad
profunda de que el ser finito no halla su plenitud en sí mismo, sino en su
comunión con la eternidad. Este enfoque es inseparable de la revelación
bíblica, donde la relación entre Dios y el hombre es la clave de la existencia.
La Escritura confirma que
la existencia finita solo encuentra su sentido en la comunión con lo
trascendente. En Juan 3:16, se declara: "Porque de tal manera
amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en
él cree, no se pierda, sino que tenga vida eterna." Aquí se establece
que la vida humana no se agota en la contingencia, sino que está llamada a
participar en la plenitud de la existencia divina. El ontorrealismo, lejos de
ser una imposición dogmática, es una respuesta a la realidad profunda del ser,
que no puede ser explicado únicamente en términos funcionales o materialistas.
En este sentido, el pensamiento ontorrealista no apela a la fe como sustitución
de la razón, sino que demuestra que la estructura del ser señala necesariamente
hacia su origen eterno.
Asimismo, en Romanos
8:21, se afirma: "Porque también la creación misma será libertada
de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de
Dios." Este principio ontológico confirma que la realidad finita no es
un sistema cerrado sin redención, sino que está orientada hacia una
transformación que culmina en su participación en la plenitud divina. La
salvación del alma no es un añadido externo a la existencia, sino el destino
inherente del ser, que encuentra su realización última en Dios. Así, el
ontorrealismo no responde a un programa ideológico ni a una defensa
institucional, sino a la verdad más profunda de la condición humana: la
necesidad de trascender lo finito para alcanzar la vida eterna.
En tiempos en los que el
pensamiento se desvanece en la inmediatez, donde la existencia se ha reducido a
un tránsito mecánico entre lo útil y lo efímero, el ontorrealismo irrumpe como
un faro que desafía la oscuridad del nihilismo. No es un refugio sentimental ni
una evasión idealista, sino una restauración filosófica de lo eterno como
fundamento del ser. La incredulidad y el anetismo han clausurado el horizonte,
atrapando a la humanidad en un vacío donde todo se consume sin trascender, pero
el ontorrealismo reabre la senda hacia la plenitud, recordando que lo finito no
es destino ni límite, sino vestigio de una realidad más alta que lo sostiene.
En este mundo fragmentado, donde la ausencia de sentido se ha normalizado, el
ontorrealismo no es una propuesta más entre tantas: es la voz que recupera la
esencia olvidada del ser, llamando a la existencia a reencontrarse con su
origen.
Ante la disolución de todo
principio ontológico, donde la modernidad ha entregado el pensamiento a la
desarticulación absoluta, el ontorrealismo no solo rescata la estructura del
ser, sino que devuelve a la humanidad su lugar en la historia de lo eterno.
Porque más allá de la indiferencia posmoderna, más allá de la erosión del
sentido, la trascendencia no ha desaparecido, sino que aguarda su
redescubrimiento en cada acto de pensamiento, en cada intuición que reclama
algo más allá de la contingencia. Si el mundo occidental ha sido arrastrado por
una marea que exalta la inercia y despoja la existencia de significado, el
ontorrealismo se alza como el testimonio de que el ser aún late con la fuerza
de su origen, convocando a la restauración de la realidad, no desde la
imposición, sino desde la contemplación de lo absoluto que nunca dejó de
sostenerlo todo.
§2
Punto de
partida: Ente concreto
como señal
1. Fundamento de la
Reflexión en lo Cotidiano
La reflexión filosófica
parte de los entes concretos y cotidianos que conforman el horizonte inmediato
de la experiencia humana. Es en estos entes donde la filosofía encuentra el
punto de partida para interrogar el ser y su significado más profundo. Sin embargo,
esta perspectiva no siempre ha sido abordada de manera exhaustiva en su
dimensión trascendental, como se pone de manifiesto en el pensamiento de Martin
Heidegger.
En Ser y tiempo,
Heidegger reivindica la cotidianidad como el ámbito donde se despliega el
"ser-en-el-mundo", otorgando centralidad al tiempo como estructura
fundamental del Dasein (el ser humano). Los entes cotidianos, como el martillo
o la mesa, no son meros objetos funcionales, sino configuraciones que revelan
el ser en su facticidad y su proyección futura. Sin embargo, Heidegger limita
su análisis al horizonte temporal y existencial del Dasein, recortando
cualquier vínculo explícito con lo trascendente. En su enfoque, lo concreto
queda anclado en la finitud de la temporalidad, privando a los entes de su
apertura hacia un fundamento eterno o absoluto que los trascienda.
Además, su concepto de ser
para la muerte establece que la existencia auténtica solo se realiza en la
confrontación con la finitud, lo cual deja al pensamiento atrapado en el
círculo cerrado de la inmanencia. Heidegger desvela el ser en su manifestación mundana,
pero no logra trascenderlo hacia su plenitud fundante. Desde la perspectiva
ontorrealista, esta limitación es significativa: el ser no está únicamente
vinculado a la temporalidad y al acontecer existencial, sino que participa
ontológicamente en lo eterno.
El Ontorrealismo
trasciende esta clausura temporalista al integrar lo concreto en una visión
trascendental del ser. Afirma que los entes cotidianos, más allá de ser
configuraciones temporales, son reflejos de una causa primera y eterna que los
sostiene en el ser. Este enfoque, inspirado en Tomás de Aquino, encuentra en el
acto de ser (ens et esse) el puente que conecta lo particular con lo absoluto,
permitiendo comprender cómo los entes concretos actúan como manifestaciones de
una realidad fundante.
2. El Ente como Dependencia
Los entes concretos no son
autosuficientes ni autárquicos; su existencia revela una dependencia
fundamental que nos conduce hacia la búsqueda de su fundamento último. Frente a
esta idea, Jean-Paul Sartre, en El ser y la nada, sostiene que los entes
no tienen una conexión necesaria con un fundamento trascendental. Para Sartre,
la contingencia de los entes no es evidencia de una causa superior, sino una
característica esencial de la realidad. En su perspectiva, la existencia es
absurda y carece de un propósito inherente.
Desde el Ontorrealismo,
la dependencia ontológica de los entes no es una debilidad ni una carencia,
sino una apertura hacia lo eterno que les otorga coherencia y sentido. Tomás de
Aquino, en Suma Teológica, afirma que todo ente finito y contingente
debe remitirse necesariamente a una causa superior, que es eterna y
autosuficiente. Este fundamento último, que Tomás identifica como Dios, no solo
sustenta la existencia de los entes, sino que también les confiere orden,
coherencia y finalidad.
El Ontorrealismo
adopta esta visión de Tomás y la amplía al mostrar cómo los entes concretos
reflejan su participación activa en una realidad suprema que los origina y los
sostiene. Cada ente concreto manifiesta su insuficiencia para sustentarse por
sí mismo, señalando hacia un principio absoluto que garantiza su existencia y
su coherencia ontológica.
3. Evidencia hacia lo
Trascendente
Los entes concretos, en su
estructura y coherencia, no solo manifiestan su dependencia ontológica, sino
que actúan como señales que apuntan hacia lo trascendente. Esta noción es
rechazada por Friedrich Nietzsche, quien, en La voluntad de poder, acusa
a la metafísica tradicional de imponer un orden artificial al caos de la
realidad. Para Nietzsche, los entes no son evidencias de un origen
trascendental, sino expresiones de una lucha constante entre fuerzas primarias.
Desde el Ontorrealismo, los entes concretos son más que expresiones de
su propia dinámica interna; son manifestaciones visibles de una realidad eterna
que los configura y los orienta hacia un fin trascendental. Aristóteles, en Metafísica,
establece que los entes concretos reflejan un orden teleológico que estructura
su comportamiento y su finalidad. Sin embargo, el orden teleológico en
Aristóteles no está necesariamente vinculado a una causa primera. En contraste,
el Ontorrealismo combina la teleología aristotélica con la noción de
causa primera de Tomás de Aquino, mostrando que el orden interno de los entes
no es autónomo, sino una expresión de su conexión esencial con un fundamento
absoluto.
4. Diferenciación con Marion y Desmond
Jean-Luc Marion, en Siendo
dado, plantea la idea del fenómeno saturado, estableciendo que lo
trascendente se da como un exceso que desborda la capacidad de la conciencia.
Sin embargo, el problema aquí es que su fenomenología no logra superar
completamente la subjetividad. Su enfoque no permite que lo eterno sea un
fundamento independiente, sino que lo restringe a la recepción de la conciencia
humana. En esta línea, William Desmond, en El ser y el entre, aborda la
trascendencia desde la perspectiva de la sobreabundancia, pero su planteamiento
sigue atrapado en una dialéctica entre lo finito y lo absoluto. Aunque reconoce
la apertura hacia lo trascendente, su propuesta carece de una estructura
ontológica que garantice la participación real de los entes en lo eterno.
El Ontorrealismo se
diferencia radicalmente de estas aproximaciones. No repliega lo trascendente en
la subjetividad de la conciencia ni lo mantiene en una dialéctica indefinida.
Afirma una participación ontológica directa, estableciendo que cada ente
concreto no solo apunta hacia lo eterno, sino que participa activamente en él.
5. La Analogía del Ser como Clave Ontorrealista
Para reforzar esta
perspectiva, el Ontorrealismo recupera la analogía del ser, mostrando
cómo lo finito no es radicalmente separado de lo eterno, sino que participa de
él en distintos grados. La analogía permite evitar tanto el reduccionismo
materialista como el idealismo fenomenológico, estableciendo una estructura
ontológica que concilia la diferencia sin disolver la unidad esencial del ser.
El
ontorrealismo estructura su reflexión filosófica en un recorrido que parte del
ente concreto como punto inicial, donde la experiencia cotidiana revela la
existencia como signo de una realidad más profunda. En este trayecto, la
esencia se presenta como el punto intermedio, permitiendo comprender que los
entes no son meras apariencias, sino expresiones de una identidad ontológica
que los configura y los orienta. Sin embargo, la esencia no se basta a sí
misma, sino que exige un fundamento último que le otorgue coherencia y
plenitud. Así, el ontorrealismo culmina en el ser infinito, que es Dios, en
quien toda realidad finita encuentra su razón de ser y su destino
trascendental. Este itinerario no es una construcción arbitraria, sino una
necesidad ontológica que, al reconocer la participación de lo contingente en lo
eterno, restituye la conexión perdida entre la existencia concreta y su origen
absoluto. Como se afirma en Hechos 17:28: "Porque
en él vivimos, nos movemos y existimos...", lo que confirma
que la vida humana no tiene su fundamento en sí misma, sino en la realidad
eterna de Dios, que sostiene y orienta toda existencia hacia su plenitud
trascendental.
Así
como el río no es solo un cauce de aguas errantes, sino el reflejo de una
fuente que lo origina y lo sostiene, el ser finito no vaga en la contingencia
sin raíz, sino que participa de un origen eterno que le da sentido y destino.
Cada ente concreto es un hilo en el tejido de la existencia, no disperso en el
vacío, sino entrelazado en la trama de lo absoluto. En la vastedad del cosmos,
lo finito no es un eco perdido en la nada, sino una voz que, al reconocer su
dependencia ontológica, encuentra su plenitud en la eternidad. El ontorrealismo
es la restauración de ese vínculo esencial, la luz que reabre el camino hacia
el origen último, donde el ser no se agota en lo efímero, sino que halla su
morada en lo eterno.
El ontorrealismo establece
una clara distinción metafísica con las religiones orientales, pues mientras
estas tienden a concebir la realidad finita como una manifestación ilusoria o
una extensión indiferenciada de un principio absoluto, el ontorrealismo afirma
la individualidad ontológica de los entes y su participación real en la
plenitud trascendental.
En el brahmanismo, la
realidad empírica es vista como maya, una ilusión que encubre el verdadero ser,
el Brahman, en el cual todo lo finito es disuelto. El ontorrealismo, en
contraste, sostiene que lo finito no es una ilusión, sino una manifestación
auténtica de un fundamento eterno sin perder su identidad. El taoísmo, con su
noción del Tao, plantea un flujo cósmico impersonal como principio rector de la
existencia, donde el ser finito se armoniza con la totalidad mediante la no
resistencia. El ontorrealismo difiere al enfatizar que la existencia no se
diluye en una dinámica impersonal, sino que mantiene una estructura ontológica
en la que cada ente participa de lo trascendental sin ser absorbido. El
confucianismo, al centrarse en la ética y la organización social, minimiza la
dimensión trascendental del ser, privilegiando la armonización de las
estructuras humanas con principios culturales. Desde el ontorrealismo, si bien
la realidad concreta tiene su valor en el orden moral, su sentido pleno solo se
comprende en su relación con el ser eterno. El budismo, con su concepción de śūnyatā
(vacío), rechaza cualquier fundamento ontológico fijo y propone la
transitoriedad absoluta como principio esencial. El ontorrealismo responde que
lo finito no es una vacuidad ontológica, sino una estructura que encuentra su
estabilidad en su vinculación con lo eterno.
Por otro lado, dentro de
las tradiciones abrahámicas, el judaísmo y el islamismo afirman la existencia
de Dios como fundamento absoluto, pero se diferencian del ontorrealismo en que
su enfoque es mayormente teológico y legalista, sin desarrollar una metafísica
ontológica estructurada. El ontorrealismo, en cambio, no solo afirma la
trascendencia divina, sino que elabora una explicación filosófica del ser en su
participación activa en la eternidad.
Así, el ontorrealismo no se
limita a ser una variante de estos sistemas religiosos, sino una propuesta
ontológica que supera sus limitaciones, afirmando la conexión real y
estructurada entre lo finito y lo eterno sin caer en la disolución panteísta ni
en el nihilismo ontológico.
Diálogo Imaginario
Aristóteles (con tono
analítico): El ser,
como lo planteé en mi Metafísica, es "lo que es en cuanto es".
Esta definición permite captar la estructura y finalidad inherente a los entes,
pero reconozco que no abordé explícitamente su conexión con una causa
trascendental. Ontorrealista, ¿cómo integras mi idea del acto puro en tu
visión?
Ontorrealista (mirando a
Aristóteles): Aristóteles, tu acto puro es un punto esencial para comprender el
fundamento último. Desde el ontorrealismo, este acto puro no solo es origen del
movimiento, sino también una plenitud trascendental que transforma y eleva lo
finito hacia una participación activa en su riqueza infinita. Tu teleología
encuentra su realización plena al integrarse en el horizonte del ser eterno.
Tomás de Aquino (con
serenidad): Esto
amplía mi desarrollo del actus essendi. Los entes no son
autosuficientes, sino participantes del acto de ser que emana de Dios como
causa primera. Ontorrealista, tu enfoque refuerza esta dependencia ontológica
al mostrar que lo concreto no solo refleja su contingencia, sino su apertura
hacia la trascendencia.
Ontorrealista (dirigiéndose
a Aquino): Tomás,
tu visión inspira profundamente al ontorrealismo. El acto de ser no solo
sostiene lo finito, sino que lo conecta dinámicamente con su fundamento eterno.
Los entes cotidianos son más que objetos aislados; son huellas de una plenitud
trascendental que les da sentido y dirección.
Wittgenstein (con tono
reflexivo): En mi Tractatus,
sugerí que los límites del lenguaje son los límites del mundo, y que lo
trascendental está más allá de lo que puede ser expresado. Ontorrealista, ¿cómo
abordas esta relación entre el lenguaje y lo absoluto?
Ontorrealista (mirando a
Wittgenstein): Wittgenstein, tus límites del lenguaje son un desafío profundo. Sin
embargo, desde el ontorrealismo, lo trascendental no queda fuera del alcance de
la razón y la experiencia, aunque trascienda las estructuras lingüísticas. Los
entes, en su contingencia, no solo se expresan a través del lenguaje, sino que
revelan una apertura hacia el ser eterno que no puede ser reducido a palabras.
Hegel (con tono
dialéctico): En mi Fenomenología del Espíritu, propuse que la realidad
absoluta es el proceso de su autodespliegue dialéctico. La trascendencia está
inscrita en la inmanencia del devenir histórico. Ontorrealista, ¿cómo superas
la síntesis dialéctica de mi idealismo absoluto?
Ontorrealista (con
firmeza): Hegel,
tu dialéctica inmanente ofrece una comprensión dinámica de la realidad, pero
desde el ontorrealismo, la trascendencia no se subsume en el devenir histórico.
El ser eterno actúa como una plenitud que trasciende y sostiene todo proceso,
permitiendo una conexión directa entre lo finito y lo trascendente, sin reducir
lo absoluto a una síntesis dialéctica.
Heidegger (interviniendo
con profundidad): El ser, tal como lo analicé en Ser y tiempo, se desoculta en el
ámbito de lo cotidiano. El Dasein es una apertura hacia el ser, pero
está marcado por la finitud y la temporalidad. Ontorrealista, ¿cómo integras lo
cotidiano en tu visión trascendental?
Ontorrealista (mirando a
Heidegger):
Heidegger, valoramos tu énfasis en lo cotidiano como un ámbito de
desocultamiento. Sin embargo, el ontorrealismo afirma que lo concreto, lejos de
estar limitado por la finitud, actúa como una apertura hacia una plenitud
eterna. Los entes cotidianos, como el martillo o la mesa, no solo revelan su
temporalidad, sino su dependencia activa de un fundamento trascendental que los
sostiene y los orienta hacia lo absoluto.
Sartre (interviniendo con
tono desafiante): En El ser y la nada, sostuve que los entes son contingentes y
carecen de propósito inherente. La existencia es absurda. Ontorrealista, ¿no
será tu visión trascendental una negación de la libertad radical del ser?
Ontorrealista (con
serenidad): Sartre,
tu defensa de la libertad radical es interesante, pero el ontorrealismo ve la
contingencia no como una condena al absurdo, sino como una apertura hacia la
plenitud. La existencia humana no está aislada ni desprovista de sentido, sino
que encuentra su dirección y propósito al participar en el ser eterno. La
verdadera libertad no se enfrenta al vacío, sino que se realiza en la plenitud
trascendental.
Vattimo (con tono
posmoderno): En mi libro El pensamiento débil, propuse que la realidad es
fragmentada y que debemos abandonar las estructuras metafísicas fuertes.
Ontorrealista, ¿cómo justificas tu visión frente a la fragmentación
contemporánea?
Ontorrealista (mirando a
Vattimo): Vattimo,
la fragmentación que describes refleja las limitaciones del pensamiento
moderno, pero no niega la existencia de un fundamento último que da coherencia
y dirección a la realidad. Desde el ontorrealismo, la unidad del ser eterno no
impone estructuras rígidas, sino que actúa como una plenitud vivencial que
integra y eleva cada fragmento hacia su propósito último.
Aristóteles (con tono
reflexivo): Lo
finito, al integrarse en el acto puro, encuentra su realización. Ontorrealista,
tu perspectiva conecta el sentido del ser con una plenitud trascendental. ¿Cómo
invitarías a la humanidad a descubrir esta conexión?
Ontorrealista
(concluyendo): Aristóteles, mi invitación es clara: reconocer que cada aspecto de la
existencia, desde lo cotidiano hasta lo trascendental, porta una referencia
implícita hacia lo absoluto. El ser eterno no solo sostiene la realidad, sino
que la transforma al integrarla en su riqueza infinita. Al reflexionar sobre la
contingencia y la dependencia de los entes, podemos emprender un camino hacia
lo eterno, rescatando el sentido pleno del ser y la vida.
§3.
El Ser
más Allá del Tiempo
1. El Ser Atemporal
Desde la perspectiva ontorrealista,
el ser en su esencia más profunda trasciende las categorías de tiempo y espacio
que estructuran la experiencia humana. No está limitado por el devenir ni por
las contingencias del cambio, porque el ser atemporal es una realidad absoluta
que actúa como fundamento del tiempo, no como un producto de este. El tiempo no
define al ser; más bien, emerge como una manifestación contingente de la
plenitud eterna.
Parménides, en su defensa
del ser como uno, eterno e inmutable, subraya la plenitud del ser más allá de
las ilusiones del cambio. Sin embargo, su postura rígida desconecta al ser
eterno de la dinámica concreta de la temporalidad. Por otro lado, Heráclito
enfatiza el flujo y la transformación, pero su visión del devenir absoluto no
explica el fundamento estable que permite la coherencia en el cambio. Desde el Ontorrealismo,
ambas posturas pueden integrarse al reconocer que lo eterno sustenta lo
temporal, sin depender de él.
Platón, en su teoría de las
Ideas, aporta una clave adicional: las esencias eternas son fundamento de las
cosas sensibles, pero su separación extrema entre el mundo inteligible y el
mundo material genera una desconexión ontológica. El Ontorrealismo
supera esta brecha al afirmar que lo finito participa directamente de lo
eterno, sin perder su identidad.
2. Relación entre Ser y
Eternidad
La conexión entre el ser y
la eternidad revela una interrelación fundamental entre lo absoluto y lo
contingente. Desde el Ontorrealismo, la eternidad no es una dimensión
separada o inaccesible, sino el fundamento real del orden del ser, en el cual
cada ente finito participa sin perder su identidad propia. Así, lo eterno no es
un horizonte cerrado ni una presencia estática, sino una realidad que da
sentido y coherencia a la existencia temporal.
En contraste con
Parménides, quien considera que el ser eterno es una realidad pura e inmóvil,
el Ontorrealismo sostiene que lo eterno no es inercia, sino plenitud
activa, similar a la noción de "actus purus" en Tomás de Aquino. En
este sentido, la eternidad no es ausencia de cambio, sino la estructura
fundante que permite el dinamismo del devenir. No hay oposición entre lo finito
y lo eterno, sino una relación de participación ontológica, donde lo
contingente no es autónomo, sino dependiente de su principio fundante.
Este vínculo es clave para
superar los reduccionismos de la metafísica clásica y las limitaciones del
pensamiento moderno. Mientras ciertas corrientes consideran la eternidad como
un estado aislado o inaccesible, el Ontorrealismo afirma que lo finito remite
necesariamente a su fundamento eterno, sin que esto implique una disolución de
su identidad particular. La temporalidad no es autosuficiente, sino un fenómeno
derivado de la plenitud ontológica de lo eterno, manifestado en el devenir sin
quedar atrapado en él.
Edith Stein, desde su
visión ontorrealista en Endliches und ewiges Sein (El ser finito y el
ser eterno), profundiza esta relación afirmando que la participación en lo
eterno no es solo una dependencia ontológica, sino un vínculo constitutivo que
da coherencia a la realidad temporal. Sin embargo, su planteamiento mantiene
una distinción estricta entre ambos órdenes, sin desarrollar plenamente el
carácter activo de lo eterno dentro del devenir. Frente a ello, el Ontorrealismo
enfatiza que cada ente finito no solo depende del ser eterno, sino que lo
manifiesta en su existencia concreta, permitiendo que la trascendencia se haga
presente en lo contingente.
Por tanto, el Ontorrealismo
no reduce la eternidad a una noción abstracta ni la separa de la estructura
ontológica del mundo. La eternidad no es una forma estática, sino una plenitud
constitutiva que da unidad y sentido a la multiplicidad finita. Así, el ser no
es una entidad fragmentada, sino una totalidad en la que lo contingente
encuentra su fundamento, su orden y su propósito, integrándose en la unidad
trascendental sin perder su singularidad ontológica.
3. Crítica al Reduccionismo
del Ser
La filosofía moderna ha
tendido a reducir el ser a categorías simplistas, fragmentándolo en sistemas
que desconectan lo finito de lo trascendental. Este reduccionismo aparece en
Kant, quien limita el ser a formas de la sensibilidad, negando su dimensión ontológica
independiente, y en Marx, quien lo vincula exclusivamente con la historia y la
economía, subordinando la existencia a procesos materiales sin reconocer su
fundamento último. Estas perspectivas han influido en múltiples corrientes
contemporáneas que, en distintos grados, mantienen la clausura ontológica,
impidiendo la apertura del ser hacia su plenitud trascendente.
Nietzsche, en La
voluntad de poder, rechaza la noción de trascendencia, presentando el ser
como un devenir absoluto, una lucha de fuerzas desprovista de estabilidad.
Aunque su crítica a las tradiciones metafísicas es poderosa, no logra explicar
el orden y la coherencia que encontramos en la realidad. En su intento por
eliminar toda referencia ontológica estable, su interpretación cae en una
fragmentación radical, privando al ser de cualquier fundamento último. Frente a
ello, el Ontorrealismo afirma que la temporalidad, lejos de ser
autosuficiente, depende del ser eterno para adquirir coherencia y sentido.
El pragmatismo,
representado por William James y John Dewey, reduce el concepto de verdad y
realidad a instrumentos funcionales, negando cualquier estructura ontológica
absoluta. Para el pragmatismo, el ser no es una entidad con fundamento, sino un
resultado de prácticas humanas cuyo significado depende de su utilidad en
contextos específicos. El Ontorrealismo critica esta postura, mostrando
que la realidad no puede agotarse en la utilidad pragmática, sino que necesita
una estructura ontológica que garantice su coherencia y estabilidad.
El estructuralismo,
impulsado por Claude Lévi-Strauss y Ferdinand de Saussure, transforma el ser en
un sistema de relaciones sin entidad propia, reduciendo la realidad a
estructuras lingüísticas y culturales. Según esta perspectiva, el ser no tiene
existencia independiente, sino que emerge de condicionamientos simbólicos. Sin
embargo, esta interpretación fragmentaria elimina la dimensión ontológica
fundamental, reduciendo la existencia a un esquema formal sin referencia al
fundamento absoluto. Frente a ello, el Ontorrealismo restablece la
unidad ontológica, mostrando que las relaciones no anulan la realidad del ser,
sino que se sustentan en su estructura fundante.
El neomarxismo, con figuras
como Antonio Gramsci y Louis Althusser, amplía la perspectiva marxista clásica,
integrando el análisis cultural y lingüístico para explicar la construcción de
la realidad. Sin embargo, sigue atrapado en una concepción histórico-materialista,
donde el ser no tiene autonomía ontológica, sino que es una producción
ideológica determinada por las relaciones de poder. El Ontorrealismo
refuta este enfoque, mostrando que la realidad no puede reducirse a una
construcción ideológica, sino que tiene un fundamento independiente de las
estructuras materiales y sociopolíticas.
El postestructuralismo, con
Michel Foucault y Jacques Derrida, acentúa la desconstrucción del ser,
disolviendo cualquier noción estable de realidad. Derrida, en su enfoque de la
diferencia y la escritura, elimina la posibilidad de una estructura ontológica
fija, haciendo del ser un juego de signos y diferencias sin referencia
absoluta. Foucault, por su parte, transforma el ser en una construcción
discursiva, subordinada a estructuras de poder y conocimiento. El Ontorrealismo
rechaza este reduccionismo lingüístico, mostrando que el ser no es una mera
representación ni una función de discursos históricos, sino una realidad
ontológica con estructura independiente.
La filosofía analítica, con
figuras como Bertrand Russell y Willard Van Orman Quine, limita el estudio del
ser a problemas de lógica y lenguaje, negando la metafísica como una vía
legítima para comprender la realidad. Desde esta perspectiva, el ser no tiene
relevancia ontológica, sino que es un concepto derivado de estructuras
lingüísticas. El Ontorrealismo critica esta postura, afirmando que el
lenguaje no define la existencia, sino que es un medio para aproximarse al ser,
el cual tiene una realidad independiente que no puede quedar reducida a
sistemas de referencia lingüísticos.
Finalmente, la
posmodernidad, con autores como Jean-François Lyotard y Richard Rorty, niega
cualquier estructura ontológica estable, defendiendo una realidad fragmentaria
y en constante reconstrucción. La crítica posmoderna disuelve la noción de
fundamento absoluto, apostando por una multiplicidad de interpretaciones sin
referencia última. Frente a ello, el Ontorrealismo restituye la unidad
del ser, mostrando que la diversidad y el cambio no eliminan la necesidad de un
principio fundante, sino que la realidad misma necesita una estructura
trascendental para garantizar su coherencia.
4. Diferenciación con
Hartmann y Stein
Nicolai Hartmann, en su
obra Der Aufbau der realen Welt (La estructura del mundo real),
presenta una ontología estratificada, donde la realidad se divide en diferentes
niveles que interactúan sin reducirse unos a otros. Su propuesta es un intento
por superar el reduccionismo materialista, pero mantiene un enfoque
inmanentista, sin postular una trascendencia real. Aunque reconoce la
jerarquización ontológica, su modelo no vincula lo finito con lo eterno, sino
que lo mantiene dentro de una lógica inmanente de interacciones estructuradas.
Por otro lado, Edith Stein,
en Endliches und ewiges Sein (El ser finito y el ser eterno),
aborda la relación entre lo contingente y lo absoluto desde una perspectiva
fenomenológica y metafísica. Su visión aporta una noción clave: la
participación en lo eterno como fundamento del ser finito. A diferencia de
Hartmann, Stein reconoce que la existencia no se agota en su manifestación
material y que lo finito remite a una realidad trascendente. Sin embargo, su
enfoque sigue ligado a una interpretación dependiente, en la que lo finito no
llega a manifestar plenamente lo eterno, sino que simplemente participa de él.
Desde el Ontorrealismo,
la relación entre lo finito y lo eterno va más allá de la participación
ontológica pasiva. No se trata solo de una dependencia estructural, sino de una
manifestación activa, en la que lo finito no es un mero receptor, sino un eco
dinámico de la plenitud trascendental. Así, mientras Stein mantiene una
distinción estricta entre ambos órdenes ontológicos, el Ontorrealismo
afirma una continuidad estructural, en la que lo finito no está separado, sino
integrado en la dinámica del ser eterno.
Además, el Ontorrealismo
supera el esquema estratificado de Hartmann, porque no considera la realidad
como niveles desconectados, sino como una totalidad en la que cada ente
concreto es manifestación diferenciada de una unidad ontológica absoluta. En
este sentido, lo eterno no es una instancia separada, sino la estructura
fundante que permite la existencia de lo finito, sin que este pierda su
identidad propia. Frente a la jerarquización inmanentista de Hartmann y la
dependencia limitada en Stein, el Ontorrealismo integra la trascendencia
en la realidad misma.
Por lo tanto, la diferencia
con Hartmann y Stein radica en que el Ontorrealismo no solo reconoce la
participación en lo eterno, sino que afirma su presencia ontológica real en lo
finito. Lo absoluto no es un ámbito separado ni una instancia accesible solo
mediante una dependencia ontológica: es el principio estructural del ser, manifestándose
en distintos niveles sin perder su carácter fundante. Así, mientras Hartmann
jerarquiza lo real sin trascender la inmanencia y Stein concibe la relación
entre lo finito y lo eterno en términos de dependencia, el Ontorrealismo
establece una continuidad ontológica que restituye la unidad del ser sin
eliminar su diferenciación.
5. La Analogía del Ser como
Clave Ontorrealista
Para reforzar esta
perspectiva, el Ontorrealismo recupera la analogía del ser, mostrando
cómo lo finito no es radicalmente separado de lo eterno, sino que participa de
él en distintos grados. Esta noción, profundamente enraizada en la tradición
metafísica desde Aristóteles y Tomás de Aquino, permite comprender la relación
entre lo contingente y lo absoluto sin caer en reduccionismos. Lo finito no es
una mera sombra debilitada de lo eterno, sino una manifestación real dentro de
una estructura ontológica participativa. La analogía del ser permite evitar dos
errores fundamentales en la comprensión de la realidad ontológica: el
univocismo reduccionista, que intenta homogeneizar lo finito y lo eterno como
si fueran de la misma naturaleza, y el equivocismo extremo, que los separa de
manera absoluta, negando toda relación. Desde el Ontorrealismo, la
analogía del ser concibe una relación participativa, en la que lo contingente
no es autónomo ni desconectado, sino que recibe su existencia y sentido de lo
absoluto, sin perder su identidad propia.
Desde esta perspectiva,
cada ente finito manifiesta en su ser la plenitud trascendental, sin
confundirse completamente con ella. Aquí el Ontorrealismo supera las
limitaciones del pensamiento escolástico clásico, que a veces reducía la
analogía a una correspondencia rígida, y de los enfoques modernos que rechazan
la participación ontológica. A diferencia del idealismo absoluto de Hegel, que
diluye la diferencia ontológica en una síntesis dialéctica, el Ontorrealismo
afirma que las distinciones en el ser son reales y necesarias, pero no implican
separación ontológica absoluta. Además, la analogía del ser refuerza la idea de
que la realidad no es un conjunto de entidades dispersas sin fundamento, sino
una totalidad ordenada en la que cada ente finito tiene un vínculo estructural
con lo eterno. Así, el Ontorrealismo rechaza el realismo materialista,
que reduce lo real a lo empírico, ignorando su participación en lo absoluto, y
refuta la filosofía posmoderna, que fragmenta la noción de ser sin reconocer su
unidad esencial. La analogía del ser integra la diversidad en la unidad,
asegurando que la ontología contemple el dinamismo de lo finito sin perder el
anclaje en lo trascendente.
Finalmente, la analogía del
ser permite comprender cómo la contingencia y la eternidad coexisten, evitando
la simplificación extrema de la metafísica tradicional y los excesos
relativistas contemporáneos. Desde el Ontorrealismo, la existencia no es
una ruptura ontológica, sino una manifestación gradual de la plenitud del ser,
donde cada ente concreto es un signo de lo eterno, un reflejo que no es
idéntico, pero que participa en su fundamento absoluto.
6. Expansión de la crítica
a Derrida y la Posmodernidad
Derrida, en su filosofía de
la deconstrucción, fragmenta la noción de unidad ontológica, disolviendo toda
estructura metafísica en un juego lingüístico. La posmodernidad, en general,
rechaza la noción de un ser fundante y niega los fundamentos universales. El
Ontorrealismo restablece una conexión entre lo finito y lo eterno, afirmando
que el ser eterno unifica y da sentido a la realidad fragmentada contemporánea.
Exactamente, el
ontorrealismo responde al colapso posmoderno de la metafísica al reestablecer
la unidad ontológica que Derrida disuelve en su deconstrucción. Mientras el
pensamiento posmoderno desmantela la estructura del ser y lo reemplaza con un
juego de interpretaciones fluidas, el ontorrealismo recupera la relación
esencial entre lo finito y lo eterno, afirmando que la existencia no es un
conjunto de significados arbitrarios, sino una manifestación ordenada de la
plenitud ontológica.
Frente al escepticismo
posmoderno, que ha convertido la realidad en un entramado subjetivo sin
referencia última, el ontorrealismo reivindica que la verdad no es un
constructo sin fundamento, sino una participación en el ser supremo que da
sentido a todas las manifestaciones contingentes. En Hebreos 13:8, se
nos recuerda: "Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos."
Esta declaración confirma que la realidad no está condenada a la fragmentación
absoluta, sino que halla su coherencia en el fundamento eterno que permanece
inalterable. El ontorrealismo, al reconocer la estructura trascendental del
ser, ofrece una respuesta filosófica que no se reduce a un mero análisis
semiótico o discursivo, sino que restablece la unidad perdida.
En este contexto, la
necesidad de recuperar el vínculo ontológico con lo eterno no es una imposición
dogmática, sino una restauración de la verdad fundamental del ser. La crisis
posmoderna no ha eliminado la estructura ontológica; solo ha velado su percepción
bajo capas de relativismo. El ontorrealismo rompe este cerco conceptual,
devolviendo al pensamiento su horizonte más profundo: la reconciliación entre
lo finito y la plenitud trascendental que da sentido a toda existencia.
Conclusión: El
Ontorrealismo como Superación Filosófica
El Ontorrealismo,
frente al idealismo subjetivo, absoluto y objetivo, el realismo materialista,
la filosofía existencial, la filosofía analítica y la filosofía posmoderna, se
presenta como una alternativa que supera el sesgo inmanentista de las
corrientes modernas. Contra el idealismo subjetivo y el idealismo absoluto, que
subordinan la realidad a construcciones del pensamiento, el Ontorrealismo
afirma que el ser eterno trasciende la conciencia y actúa como fundamento
independiente de la subjetividad. Frente al idealismo objetivo, aunque reconoce
su conexión con lo absoluto, el Ontorrealismo refuerza esta relación al
integrar la participación activa de los entes en la plenitud trascendental.
Contra el realismo
materialista, que niega lo trascendente, el Ontorrealismo muestra que
incluso lo material apunta ontológicamente hacia un fundamento eterno. En
cuanto a la filosofía existencial, especialmente en Heidegger y Sartre, el Ontorrealismo
supera el horizonte finito y angustioso, al conectar la contingencia del Dasein
con la plenitud del ser eterno. Frente a la filosofía analítica, que tiende al
reduccionismo lingüístico y funcional, el Ontorrealismo subraya que las
estructuras conceptuales son insuficientes para captar la riqueza trascendental
del ser. Finalmente, frente a la filosofía posmoderna, que fragmenta la
realidad y niega los fundamentos universales, el Ontorrealismo
restablece una conexión entre lo finito y lo eterno, afirmando que el ser
eterno unifica y da sentido a la realidad fragmentada contemporánea.
El Ontorrealismo emerge
como una respuesta filosófica capaz de restaurar el horizonte metafísico que
las corrientes modernas han disuelto bajo el dominio de la inmanencia. Contra
el idealismo subjetivo y absoluto, que encierra la realidad en la esfera del
pensamiento, el Ontorrealismo afirma que el ser eterno trasciende la conciencia
y fundamenta la existencia más allá de la mera representación mental. Frente al
idealismo objetivo, refuerza la relación entre lo finito y lo absoluto,
mostrando que los entes no solo participan del ser trascendental, sino que
configuran una estructura ontológica en la que cada realidad encuentra su lugar
sin ser reducida a una abstracción vacía.
El Ontorrealismo también
confronta el realismo materialista, que descarta lo trascendente como una
ilusión, reivindicando que incluso la materia apunta ontológicamente hacia una
plenitud que trasciende su manifestación física. En el ámbito de la filosofía
existencial, especialmente con Heidegger y Sartre, el Ontorrealismo supera la
angustia del Dasein al demostrar que la contingencia no es un destino trágico,
sino un vínculo con la eternidad que garantiza sentido y dirección. Frente a la
filosofía analítica, con su énfasis en estructuras funcionales y lingüísticas,
el Ontorrealismo señala que los límites del lenguaje no pueden definir la
totalidad del ser, pues la riqueza de la existencia no se agota en conceptos
reduccionistas. Finalmente, ante la fragmentación posmoderna, el Ontorrealismo
restablece el vínculo perdido, afirmando que la realidad no es un conjunto de
interpretaciones aisladas, sino una manifestación ordenada de lo eterno, donde
cada ente participa sin ser anulado.
En tiempos de incertidumbre
ontológica, donde el pensamiento ha sido arrastrado por el relativismo y la
desintegración de los principios universales, el Ontorrealismo no es solo una
alternativa filosófica, sino una necesidad para reconstruir el sentido de la
existencia. No es una especulación abstracta ni una nostalgia metafísica: es el
camino hacia lo eterno, una restauración de la plenitud del ser en una era que
ha tratado de apagar su resplandor. Más allá de las categorías reduccionistas,
más allá de la clausura de lo inmanente, el Ontorrealismo recupera la
estructura ontológica que conecta lo finito con su origen absoluto, ofreciendo
una respuesta radical a la crisis de sentido que atraviesa la humanidad.
Diálogo Imaginario: sobre el Ser Atemporal y su
Relación con el Tiempo
Parménides (con tono
solemne): El ser
es, y el no-ser no es. No hay lugar para el cambio ni para el devenir, pues son
ilusiones de los sentidos. El ser, eterno e inmutable, es la única realidad.
Todo aquello que pretendemos comprender a través del cambio es una apariencia
que desvía nuestra atención de la verdad última.
Heráclito (con una leve
sonrisa):
Parménides, tu concepción del ser rechaza la vitalidad del mundo. ¿Cómo puedes
negar que todo fluye, que el cambio es inherente a la esencia misma del ser? Es
en la transformación, en la tensión de los opuestos, donde se revela el
auténtico dinamismo del ser. Afirmar la inmovilidad es negar la existencia
misma.
Parménides (tajante): El flujo al que aludes,
Heráclito, no es más que una ilusión. La verdad no reside en lo que cambia,
sino en lo que permanece. Sólo el ser eterno, único e inmutable, contiene la
plenitud del ser. Tu devenir es efímero, una sombra sin sustancia.
Edith Stein (interviene con
serenidad): Ambos
plantean aspectos esenciales de la realidad. Parménides, tienes razón al
señalar que el ser eterno es el fundamento último, pero Heráclito también
ilumina un hecho crucial: el cambio no es una negación del ser, sino su
manifestación. Desde la perspectiva ontorrealista, los entes temporales
participan del ser eterno. La eternidad no se opone al tiempo; lo incluye, lo
fundamenta y le da sentido.
Nietzsche (con tono
desafiante): ¡Eternidad, fundamento, participación! Todas estas nociones son un
refugio para quienes temen enfrentar el caos del mundo. No hay un ser eterno
que ordene la realidad; sólo hay devenir, lucha y fuerza. La vida no necesita
de un fundamento último; el caos es la única verdad. La coherencia es un engaño
que utilizamos para evitar la desesperación.
Stein (mirándolo con
calma):
Nietzsche, tu insistencia en el caos refleja una profundidad en la comprensión
del dinamismo del ser, pero no puedes explicar cómo el devenir al que te
refieres puede sostenerse sin un marco que le otorgue coherencia. Incluso el
caos necesita un orden subyacente para que podamos hablar de él. Sin el ser
eterno, todo sería un flujo sin sentido, una constante desintegración.
Hartmann (interviene con un
tono analítico): Ambas posiciones—el ser inmutable de Parménides y el devenir absoluto
de Heráclito—necesitan reinterpretarse. Desde mi perspectiva ontológica
estratificada, el ser no es ni una unidad homogénea ni un flujo caótico. Es una
realidad compleja, formada por diferentes niveles que interactúan entre sí. La
eternidad y la temporalidad son dimensiones que coexisten, cada una con su
función y significado. Parménides y Heráclito, vuestras posturas extremas no
abarcan la riqueza del ser.
Parménides (con un fruncir
el ceño):
Hartmann, tu multiplicidad fragmenta la verdad. La unidad del ser no puede
reducirse a una pluralidad de niveles. La verdad reside en la unidad inmutable
del ser; cualquier división es una desviación de esa pureza.
Hartmann (respondiendo con
firmeza):
Parménides, no niego la unidad del ser. Lo que propongo es que esta unidad
incluye la pluralidad y la interacción de sus niveles. Lo eterno y lo temporal
son modos distintos de manifestación, integrados en una estructura ontológica
que los abarca. Tus ideas sobre la inmutabilidad no explican la diversidad que
observamos en la realidad.
Heráclito (dirigiéndose a
Hartmann): Al menos
reconoces la importancia del dinamismo, pero tu estructura parece demasiado
rígida. El flujo y la lucha no pueden organizarse en niveles estáticos. El ser
es transformación constante, no algo que pueda categorizarse de manera fija.
Edith Stein (con tono
conciliador): Creo que el enfoque ontorrealista puede ofrecer una síntesis. El ser
eterno no es una abstracción lejana ni un conjunto de estratos rígidos, sino la
plenitud que da coherencia y sentido al tiempo. Los cambios y las
transformaciones que describes, Heráclito, no son autosuficientes ni caóticos;
reflejan la unidad que los sustenta. Hartmann, tu idea de una estructura
ontológica es valiosa, pero necesita una dimensión trascendental que integre
sus niveles y los oriente hacia un fundamento último.
Nietzsche (con una risa
amarga): Siempre
regresan al fundamento, al orden, a la trascendencia. Es una prisión creada
para encubrir nuestra incapacidad de aceptar la ausencia de sentido. La vida no
necesita coherencia ni estabilidad. El caos es su verdad esencial, y todo
intento de ordenarlo es una huida.
Stein (mirándolo con
compasión):
Nietzsche, el caos que defiendes no podría siquiera describirse si no estuviera
sostenido por un orden subyacente. Sin un ser que trascienda el devenir, tus
propias afirmaciones pierden coherencia. Incluso cuando niegas la
trascendencia, participas de ella. El hecho de que hables del caos implica que
reconoces un contraste con algo que trasciende ese caos.
Hartmann (añadiendo con
tono reflexivo): Edith tiene razón. Incluso el dinamismo de Heráclito y el caos de
Nietzsche dependen de una estabilidad subyacente que permita su
inteligibilidad. Desde el ontorrealismo, el ser eterno no es una contradicción
del tiempo, sino su fundamento. Es lo que hace posible tanto la coherencia como
la transformación.
Parménides (con un leve
asentimiento): Quizás hay algo que considerar en esta integración. Tal vez el ser
eterno no excluye completamente lo temporal, sino que le otorga sentido desde
su plenitud.
Heráclito (con tono
contemplativo): Si el cambio refleja una plenitud más profunda, entonces el flujo
podría tener un propósito más amplio que lo que inicialmente concebí.
Stein (concluyendo): Lo eterno y lo temporal
son dimensiones complementarias del ser. Desde el ontorrealismo, esta unidad
nos invita a mirar más allá del flujo y la fragmentación, hacia un horizonte
que no solo da estabilidad, sino también plenitud a todo lo que existe.
§4.
Sentido
Analógico del Ser
1. La Analogía como
Enfoque Filosófico
Desde el ontorrealismo, la
analogía del ser se presenta como un enfoque indispensable para comprender la
relación entre lo finito y lo infinito en una sociedad marcada por la
desintegración postmetafísica y el nihilismo. Este concepto permite captar la diversidad
de los entes mientras preserva la unidad del ser, evitando las simplificaciones
que caracterizan el sentido unívoco del ser, las cuales conducen a errores como
el panteísmo y la negación de lo trascendente.
La importancia de la
analogía radica en su capacidad para establecer una mediación conceptual entre
lo absoluto y lo contingente, sin reducirlos a una misma sustancia. En el
pensamiento ontorrealista, esta mediación es clave para comprender la
jerarquización de los entes y su participación en una realidad trascendente. La
analogía, a diferencia de la univocidad, permite la diferenciación sin pérdida
de unidad.
Spinoza, en su sistema de Deus
sive Natura, corre el riesgo de diluir la trascendencia divina al
identificar a Dios con la naturaleza como una sustancia única, de la que todos
los entes son modos. Este monismo fusiona lo absoluto con lo contingente,
anulando la distinción entre ambos. Schelling, en su filosofía de la identidad,
también vincula lo finito y lo infinito como expresiones de una misma unidad
primordial, y Hegel lleva este enfoque más lejos al interpretar lo absoluto
como un proceso dialéctico en el cual lo finito realiza lo infinito en la
historia.
Sin embargo, reducir la
trascendencia a un esquema dialéctico o monista implica eliminar la radical
alteridad de lo absoluto. En este sentido, el ontorrealismo pone énfasis en la
distinción entre lo finito y lo eterno, asegurando que la participación de los
entes en el ser no implique una identificación absoluta con él. Este enfoque es
crucial para evitar la disolución de la individualidad en un sistema
totalizador.
En contraposición, el
ontorrealismo toma como referencia la propuesta de Tomás de Aquino, quien
sostiene que el ser no es unívoco, sino analógico. Según Aquino, los entes
finitos participan en el ser eterno de manera proporcional, reflejando su
plenitud sin confundirse con ella. Este enfoque permite salvaguardar la
trascendencia divina mientras se establece una conexión real entre lo absoluto
y lo contingente. Desde la perspectiva ontorrealista, esta analogía del ser se
convierte en una herramienta clave para evitar las confusiones panteístas,
afirmando que lo finito refleja al ser eterno sin perder su propia identidad ni
su dependencia ontológica.
La noción de analogía en
Aquino es especialmente útil para interpretar la estructura ontológica de la
realidad sin caer en reduccionismos. En este marco, los entes finitos no son
meros reflejos de una sustancia única, sino participantes diferenciados de una
plenitud ontológica que los trasciende. Esta diferencia ontológica es esencial
para la riqueza conceptual del ontorrealismo y para su capacidad de ofrecer una
alternativa al nihilismo contemporáneo.
2. Grados y Relaciones del
Ser
El ser no se manifiesta de
manera uniforme en los entes, sino que adopta distintos grados según la
naturaleza y capacidad de cada uno. Este enfoque, desde el ontorrealismo,
permite comprender cómo lo contingente se orienta hacia lo absoluto sin ser
absorbido por él, superando las reducciones unívocas que son características de
ciertas corrientes modernas y postmetafísicas.
Spinoza niega estos grados
al afirmar que todos los entes son modos de una única sustancia, rechazando
cualquier jerarquía o diferencia cualitativa en el ser. Schelling, aunque
introduce una perspectiva más matizada, todavía fusiona lo finito con lo trascendente,
mientras que Hegel interpreta los niveles del ser como momentos de un proceso
histórico y dialéctico que culmina en la autoconciencia del espíritu absoluto.
Estas posturas, aunque profundas, tienden a desdibujar las relaciones reales
entre lo contingente y lo absoluto. Desde el ontorrealismo, los grados del ser
se interpretan como una jerarquía participativa que permite mantener la unidad
y la diversidad. Tomás de Aquino describe esta jerarquía como un orden en el
que cada nivel participa en la plenitud divina según su capacidad: lo material
refleja grados inferiores, mientras que lo espiritual y eterno expresan grados
superiores de participación. Edith Stein amplía esta idea desde el
ontorrealismo, destacando que los grados del ser no están aislados, sino que se
relacionan dinámicamente, mostrando una dependencia ontológica que integra lo
finito y lo trascendente en una totalidad coherente.
La visión ontorrealista
evita tanto el reduccionismo materialista como las confusiones panteístas al
mostrar que los entes finitos dependen del ser eterno para existir, sin perder
su individualidad. Esto permite comprender la realidad como una totalidad ordenada
en la que cada ente ocupa un lugar único dentro de un conjunto integrado y
jerárquico. Desde el ontorrealismo, esta dinámica participativa responde a la
fragmentación de las perspectivas modernas al restablecer la conexión entre lo
contingente y lo eterno como fundamento ontológico. Además, el enfoque
ontorrealista asegura que la distinción ontológica entre los entes se mantenga
sin comprometer la unidad del ser. Es decir, aunque cada ente participa de la
existencia en distintos niveles, ninguno de ellos pierde su identidad al
relacionarse con lo absoluto. Esta visión se opone a las interpretaciones
monistas que eliminan las diferencias entre los entes, promoviendo en cambio
una estructura jerárquica que permite la articulación de la realidad desde la
multiplicidad hasta la unidad trascendente.
Otro punto clave en la
jerarquía ontorrealista es la relación entre el conocimiento y los grados del
ser. Según Tomás de Aquino, el conocimiento humano se estructura de acuerdo con
esta jerarquía, permitiendo la ascensión desde lo material hasta lo espiritual.
Edith Stein profundiza en esta idea al demostrar que el conocimiento no es
simplemente una captación de datos, sino una participación activa en la
realidad ontológica. En este sentido, el ser y el conocimiento están
intrínsecamente ligados en una dinámica de ascensión hacia lo absoluto. El
ontorrealismo también responde a los desafíos epistemológicos contemporáneos al
proponer una estructura ontológica que explique la diferenciación de los entes
sin fragmentar la realidad. Al reconocer distintos grados de participación en
el ser, se garantiza una comprensión que no elimina la individualidad de los
entes, sino que la ubica dentro de una totalidad ordenada. De esta manera, la
existencia se comprende en términos de relación, participación y jerarquía, permitiendo
superar los reduccionismos propios del pensamiento moderno y postmetafísico.
Por último, la concepción de grados del ser desde el ontorrealismo no solo
tiene implicaciones ontológicas, sino también éticas y culturales. En una
sociedad marcada por la pérdida de referentes trascendentes, la jerarquización
del ser permite reconstruir un marco de valores basado en la participación en
una realidad mayor. Esta perspectiva ofrece una alternativa al nihilismo
contemporáneo, proponiendo un modelo de existencia que reconoce la
interdependencia entre lo finito y lo absoluto como principio estructurador de
la realidad.
3. La Analogía como
Herramienta Transformadora
El sentido analógico del
ser, desde el ontorrealismo, no es solo un recurso conceptual; es una
herramienta transformadora que redefine nuestra comprensión de la realidad y
ofrece una alternativa al nihilismo y la desintegración postmetafísica de la
sociedad anética. La analogía permite reconocer que el ser se manifiesta
proporcionalmente en los entes, superando las reducciones unívocas que
desdibujan las diferencias entre lo finito y lo infinito. Este concepto no solo
facilita una comprensión ontológica más precisa, sino que también redefine la
manera en que la razón humana se relaciona con el ser. En el marco
ontorrealista, la analogía no es simplemente una técnica de clasificación, sino
un método mediante el cual el pensamiento puede alcanzar una mayor claridad en
su percepción de la totalidad ontológica.
Perspectivas como las de
Spinoza, Schelling y Hegel tienden a confundir lo finito con lo absoluto,
diluyendo la trascendencia en sistemas que igualan todos los niveles del ser.
Spinoza fusiona a Dios con la naturaleza, mientras que Schelling y Hegel subordinan
la trascendencia a un esquema que reduce lo absoluto a su realización
histórica. Estas visiones, aunque complejas, carecen de una comprensión
adecuada de la proporción y la jerarquía que la analogía aporta. Sin una
distinción clara entre los niveles de ser, el pensamiento filosófico se expone
a la disolución de la trascendencia en la inmanencia. Este problema es evidente
en ciertas posturas del idealismo alemán, donde lo absoluto pierde su carácter
irreductible y se convierte en una mera fase del desarrollo histórico o en una
expresión inmanente de la conciencia.
El ontorrealismo, inspirado
en Tomás de Aquino y ampliado por Edith Stein, afirma que los entes finitos
reflejan al ser eterno sin confundirse con él. Los entes son causados y
participados. La esencia y el ser son lo que constituyen los entes. La analogía
del ser permite reconciliar la contingencia de los entes con la plenitud
divina, mostrando que cada entidad concreta participa en un orden mayor que la
trasciende. Esta participación no elimina las distinciones entre los grados del
ser; las integra en una totalidad jerárquica y coherente.
La relación entre lo finito
y lo eterno, en este sentido, no es una mera dependencia mecánica, sino una
participación significativa que implica una estructura ontológica articulada.
Cada ente, en su individualidad, es una manifestación proporcional del ser
eterno, lo que permite entender la realidad como un sistema en el que las
diferencias no son obstáculos, sino expresiones legítimas de una armonía
superior. Adoptar la analogía del ser desde el ontorrealismo transforma nuestra
visión del mundo. Los entes no son meras manifestaciones homogéneas ni
fragmentadas, sino expresiones únicas que reflejan la riqueza infinita del ser
eterno. Esto redefine nuestra relación con la creación, mostrando que cada ente
concreto actúa como una señal que apunta hacia una plenitud que lo trasciende.
Desde el ontorrealismo, esta transformación no solo tiene implicaciones
metafísicas, sino que también permite superar las limitaciones del pensamiento
moderno al recuperar una visión integral del ser y su relación con lo finito.
En última instancia, la
analogía del ser se convierte en el fundamento de una filosofía que no reduce
la realidad a esquemas unívocos ni la fragmenta en múltiples perspectivas
aisladas. Se trata de una herramienta transformadora que integra la pluralidad
ontológica en una totalidad armónica, restaurando la posibilidad de una
comprensión profunda del ser y su manifestación en los entes concretos.
Diálogo Imaginario: sobre la Naturaleza del
Ser
Spinoza (hablando con
tranquilidad): El ser no admite dualidades ni distinciones esenciales. Dios, la
sustancia infinita, es la única realidad auténtica, y todo lo demás son modos
de esa sustancia. La naturaleza y Dios son idénticos: Deus sive Natura.
No hay jerarquías en el ser, porque todo lo que existe se expresa
necesariamente según la sustancia única.
Tomás de Aquino (con tono
firme): Spinoza,
tu concepción diluye la trascendencia divina al identificar a Dios con la
naturaleza. En mi visión, el ser no es unívoco ni idéntico en todos los entes;
es proporcional y se manifiesta en grados. Dios, como causa primera, trasciende
todo lo finito y sostiene a los entes en su existencia, pero no se confunde con
ellos. Lo finito refleja al ser eterno, pero no es idéntico a él.
Ontorrealista (interviene
con serenidad): Spinoza, mientras tu visión busca una unidad en lo absoluto, corremos
el riesgo de perder la distinción esencial entre lo contingente y lo
trascendente. Tomás tiene razón en destacar que la analogía del ser permite
preservar la identidad de lo finito mientras lo conecta con el ser eterno.
Desde el ontorrealismo, entendemos que la proporcionalidad del ser evita las
confusiones panteístas y subraya que cada ente refleja la plenitud divina de
manera única y diversa.
Schelling (interviniendo
con entusiasmo): Tomás, Ontorrealista, aprecio vuestra insistencia en la trascendencia,
pero considero que lo finito y lo infinito son manifestaciones de una misma
realidad absoluta. En mi sistema de la identidad, lo finito refleja lo infinito
como parte de una unidad primordial. La naturaleza y el espíritu no son
instancias separadas, sino expresiones de una totalidad que lo contiene todo.
Tomás de Aquino (sereno): Schelling, tu idea busca
preservar la unidad del ser, pero tu planteamiento corre el riesgo de caer en
un panteísmo que borra las distinciones esenciales. Dios no es simplemente una
unidad que integra lo finito y lo infinito; es una realidad trascendente que da
sentido y estabilidad a lo contingente, mientras lo supera infinitamente. La
analogía del ser nos muestra que los entes finitos participan en la plenitud de
Dios sin ser absorbidos en ella.
Ontorrealista (dirigiéndose
a Schelling): Schelling, desde el ontorrealismo, reconocemos tu interés por la unidad
del ser, pero subrayamos que esta unidad no implica una homogeneización que
diluya las distinciones. Lo finito, aunque participa del ser eterno, conserva
su identidad y su dependencia ontológica. La analogía del ser nos permite
integrar la diversidad en la unidad sin perder la proporcionalidad y la
jerarquía que caracterizan la relación entre lo absoluto y lo contingente.
Hegel (con un aire de
autoridad): Lo
absoluto no es una realidad estática ni separada de los entes finitos, como tú
planteas, Tomás. En mi dialéctica, lo infinito se realiza a través del proceso
histórico y la autoconciencia del espíritu. El ser absoluto no trasciende los
entes, sino que se desarrolla en ellos, reconciliando lo finito y lo infinito
mediante el devenir. La totalidad del ser es un proceso dinámico.
Spinoza (mirando a Hegel): Tu proceso histórico no me
parece necesario, Hegel. La sustancia infinita no requiere devenir ni
desarrollo, porque ya contiene todo lo posible. El movimiento y el cambio son
expresiones de los modos finitos, pero no afectan la esencia del ser único.
Ontorrealista (interviene
con firmeza): Hegel, tu dialéctica aporta un enfoque dinámico, pero desde el
ontorrealismo vemos que subsumir lo absoluto en el devenir histórico reduce su
trascendencia. Lo eterno no necesita desarrollarse; es plenitud que fundamenta
lo temporal sin ser absorbida por él. El ser eterno, lejos de estar atrapado en
el flujo histórico, actúa como una plenitud estable que da sentido y dirección
a los procesos que describes.
Hegel (respondiendo con
convicción): Ontorrealista, tu insistencia en la estabilidad del ser eterno no
considera que el devenir es el único modo en que el absoluto puede realizarse.
Sin el proceso, la totalidad del ser queda inmóvil y desconectada de la
realidad concreta. El desarrollo histórico no contradice la perfección; la
completa.
Tomás de Aquino
(dirigiéndose a Hegel): Hegel, tu dialéctica sustituye la trascendencia por un proceso
histórico que subsume lo eterno en el devenir temporal. Esto elimina la
estabilidad y la perfección de Dios como fundamento último. Lo eterno no
necesita desarrollarse; es plenitud absoluta que sustenta lo contingente. Los
entes finitos encuentran su sentido en su participación en esta plenitud, no en
un proceso de autoconciencia.
Schelling (con tono
conciliador): Tal vez todos estamos viendo diferentes aspectos del mismo misterio. El
ser absoluto, como yo lo concibo, contiene tanto la trascendencia que
mencionas, Tomás, como la unidad que defiende Spinoza y el dinamismo que
subraya Hegel. Lo finito y lo infinito no se oponen; son expresiones de una
misma totalidad que lo abarca todo.
Ontorrealista (con
serenidad):
Schelling, aunque tu idea busca integrar perspectivas diversas, el
ontorrealismo subraya que la unidad del ser no elimina las distinciones ni las
jerarquías. La analogía del ser nos muestra que cada ente refleja al ser eterno
de manera proporcional y diversa, manteniendo sus características únicas. Esto
preserva tanto la unidad como la pluralidad, sin diluir la trascendencia divina
en un sistema absoluto. La clave está en reconocer que lo contingente depende
del ser eterno sin confundirse con él, logrando una integración dinámica y no
una homogeneización.
§5
Inmanencia, Nihilismo y Nada
1. La Trampa del Nihilismo
El nihilismo emerge como
una consecuencia inevitable del inmanentismo filosófico que caracteriza muchas
corrientes modernas y posmodernas. Al reducir la realidad a lo meramente
observable y medible, estas filosofías eliminan cualquier referencia a un fundamento
trascendental. En su afán por afirmar la autonomía de la inmanencia, terminan
cerrando el horizonte hacia lo eterno, dejando a la existencia atrapada en un
vacío sin sentido. Desde el ontorrealismo, esta restricción es la raíz
del nihilismo, puesto que, al negar la conexión con lo trascendente, se priva a
lo contingente de su coherencia y propósito.
Derrida, con su concepto de
deconstrucción, intensifica esta trampa nihilista al desmantelar cualquier idea
de un fundamento fijo o estable. En su visión, no existe un centro ni una
verdad última; solo un flujo infinito de significados diferidos. Aunque esta
crítica revela las limitaciones de algunas tradiciones metafísicas, lleva al
pensamiento a una fragmentación radical que desintegra cualquier posibilidad de
unidad ontológica. Desde el ontorrealismo, la deconstrucción no solo
alimenta el nihilismo, sino que amplifica la desconexión de lo finito con su
fundamento trascendental. Por su parte, Vattimo, en su propuesta del
"pensamiento débil", asume el nihilismo como una condición inevitable
de la modernidad tardía. En lugar de cuestionarlo, lo acepta y lo replantea
como una pluralidad fragmentaria de interpretaciones. Sin embargo, esta
renuncia a la trascendencia no ofrece una verdadera salida al vacío
existencial. Desde el ontorrealismo, esta visión, aunque menos agresiva
que la de Derrida, perpetúa el nihilismo al privar al ser humano de un
horizonte último que dé sentido a su existencia.
Ante a las perspectivas
inmanentistas de Sartre, Derrida y Vattimo, el ontorrealismo plantea que el
nihilismo no es una conclusión inevitable, sino una consecuencia de la negación
del ser eterno como fundamento último. Al conectar lo finito con la plenitud
trascendental del ser eterno, el ontorrealismo propone una salida que permite
superar el vacío existencial del nihilismo y reconfigurar nuestra comprensión
de la realidad.
2. La Nada como Falsa
Conclusión
La nada se presenta en
muchas filosofías contemporáneas como un principio fundamental, una conclusión
inevitable de la eliminación de lo trascendente. Sin embargo, desde el ontorrealismo,
esta es una falsa conclusión que surge de una visión parcial y fragmentada del
ser, incapaz de reconocer su apertura hacia lo eterno.
Gilles Deleuze, en Diferencia
y repetición, transforma la nada en una energía creativa que rechaza
cualquier estabilidad o trascendencia. Su filosofía del devenir absoluto
intenta sustituir el ser eterno por un flujo constante y dinámico. Sin embargo,
al negar cualquier referencia a un fundamento trascendental, Deleuze priva a la
existencia de una base que justifique su coherencia. Desde el ontorrealismo,
esta radicalización de la nada no es una solución filosófica, sino una
profundización en el vacío ontológico. Heidegger, en Ser y tiempo,
aborda la experiencia de la nada como un camino hacia la apertura al ser, pero
su análisis permanece atrapado en la temporalidad. Al no vincular la nada con
un ser eterno que actúe como horizonte último, su propuesta queda incompleta.
Desde el ontorrealismo, la nada no es un fin en sí misma; es un signo de
la insuficiencia del ser finito, que apunta hacia su dependencia ontológica del
ser eterno. Un enfoque interesante es el de Emanuele Severino, quien refuta el
nihilismo afirmando la eternidad e inmutabilidad del ser. Sin embargo, al negar
el devenir y enfocarse exclusivamente en la eternidad, Severino desconecta la
realidad concreta de su dimensión temporal y dinámica. Desde el ontorrealismo,
la superación del nihilismo no se logra negando el devenir, sino integrándolo
en una plenitud trascendental que lo sostenga y lo explique.
El ontorrealismo desafía la
conclusión nihilista de la nada al mostrar que esta no es un principio, sino
una ausencia que revela la dependencia ontológica de lo finito hacia lo eterno.
La nada, lejos de ser un fundamento, es una señal de que los entes no son
autosuficientes y necesitan un ser eterno que los sostenga y les dé sentido.
3. Horizonte Trascendental
como Alternativa
El ontorrealismo propone
que la superación tanto del nihilismo como de la falsa conclusión de la nada
radica en recuperar un horizonte trascendental que vincule lo finito con lo
eterno. Esta recuperación no implica un regreso a sistemas metafísicos rígidos,
sino una apertura renovada hacia el ser eterno como fundamento y plenitud de
todo lo que existe.
Richard Rorty, con su
pragmatismo relativista, rechaza toda trascendencia en favor de un enfoque
funcionalista del conocimiento, donde la verdad es una herramienta práctica y
no una correspondencia con una realidad última. Sin embargo, desde el ontorrealismo,
esta postura perpetúa el vacío existencial al ignorar la necesidad de un
fundamento ontológico que integre lo contingente en una totalidad coherente. Frente
a estas perspectivas, Tomás de Aquino ofrece una base sólida para esta
recuperación trascendental mediante la analogía del ser. Según Aquino, los
entes finitos participan en la plenitud del ser eterno, encontrando en esta
relación su sentido y propósito último. Desde el ontorrealismo, esta
participación es clave para superar el nihilismo, ya que conecta lo contingente
con una plenitud que lo trasciende sin negarlo. Edith Stein amplía esta
propuesta al destacar que la apertura hacia lo trascendental no es un acto
puramente conceptual, sino una experiencia transformadora. Según Stein y el
ontorrealismo, el ser eterno no elimina la temporalidad ni el devenir, sino que
los integra en una estructura ontológica más amplia que otorga coherencia y
dirección a la realidad.
El nihilismo de la Nada que
promueve el budismo, al concebir śūnyatā como un vacío absoluto, es una
negación del fundamento ontológico que sustenta la existencia. Al despojar la
realidad de un propósito trascendental y reducirla a la impermanencia, el
budismo priva al ser humano de toda coherencia última, dejándolo atrapado en un
ciclo infinito de desapego y vacuidad. Desde el ontorrealismo, esta perspectiva
es insuficiente, pues la contingencia de lo finito exige un fundamento eterno
que lo sostenga y le otorgue dirección. La Nada no puede generar sentido ni
estabilidad, porque en su esencia es una negación del ser. Por el contrario, el
ontorrealismo ofrece una conexión entre lo finito y lo trascendente que redime
la existencia, permitiendo que cada ente participe en la plenitud del ser
eterno.
El posmodernismo, con su
rechazo hacia los fundamentos universales y su celebración de la fragmentación,
representa una extensión del vacío nihilista. Al desmantelar cualquier noción
de verdad trascendental y promover el relativismo, esta postura desintegra la
vida humana en una pluralidad incoherente y sin propósito. El ontorrealismo, en
contraste, enfrenta este último ataque del Maligno al restablecer la unidad
entre lo contingente y lo eterno. No solo supera la fragmentación posmoderna,
sino que también ofrece una salida al caos contemporáneo, afirmando que el ser
eterno es la fuente de verdad, sentido y estabilidad. En este marco, la vida
humana deja de ser un cúmulo de incertidumbres para convertirse en un reflejo
significativo de la plenitud trascendental.
Recuperar un horizonte
trascendental es esencial no solo para resolver el vacío existencial del
nihilismo, sino también para reconfigurar nuestra relación con la realidad.
Desde el ontorrealismo, esta apertura hacia el ser eterno transforma
nuestra comprensión de lo finito como una participación en la plenitud
trascendental. La existencia, lejos de agotarse en lo inmanente, se revela como
un reflejo de lo eterno, ofreciendo una alternativa a la estrechez metafísica
de las filosofías modernas y posmodernas.
El
ontorrealismo desafía la hegemonía de la inmanencia y el nihilismo al restaurar
el horizonte metafísico que las corrientes modernas han disuelto en la
fragmentación. La crisis de sentido del mundo occidental es consecuencia de la
clausura ontológica impuesta por el pensamiento secular, donde lo eterno ha
sido relegado al olvido. La modernidad y el posmodernismo han hecho de la nada
su principio rector, conduciendo a la existencia a la incoherencia y el vacío.
Sin embargo, el ontorrealismo demuestra que lo finito no es una fractura
condenada al absurdo, sino una manifestación que apunta hacia la eternidad. Más
que una alternativa conceptual, es una restauración del sentido, afirmando que
la realidad no es caos arbitrario, sino una estructura donde cada ente
participa en la plenitud del ser absoluto. Este vínculo con lo eterno encuentra
fundamento en la Palabra revelada, como afirma Juan 1:4: "En
él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres." La
existencia no es un tránsito sin dirección, sino una manifestación iluminada
por Cristo, fuente de toda vida. Así, el ontorrealismo supera la disolución
posmoderna y la trampa del nihilismo, devolviendo al pensamiento su origen
trascendental y demostrando que toda existencia finita participa de la plenitud
eterna sin perder su identidad.
Diálogo Imaginario
Deleuze (gesticulando con
pasión): El
devenir es el núcleo de todo ser. No hay fundamento trascendental ni una unidad
absoluta; la realidad es diferencia y repetición, un flujo incesante donde las
estructuras fijas son ilusiones. La trascendencia es un artificio inútil:
debemos aceptar que todo está en movimiento y que la creación surge de este
devenir.
Severino (con tono firme): Deleuze, tu exaltación del
devenir es precisamente lo que lleva al nihilismo. Cuando afirmas que todo
fluye y carece de estabilidad, estás negando la eternidad del ser, que es el
único fundamento verdadero. La eternidad del ser no es una ilusión, sino la
esencia de todo lo existente. El cambio es solo apariencia.
Tomás de Aquino
(dirigiéndose a Severino con calma): Severino, reconozco tu esfuerzo por evitar el nihilismo mediante la
afirmación de la eternidad, pero al eliminar el devenir, despojas a los entes
finitos de su dinamismo y temporalidad, que son esenciales para entender su
relación con el ser eterno. La verdadera solución no está en negar el cambio,
sino en integrar lo contingente en una estructura trascendental que lo
fundamente.
Vattimo (con una sonrisa
irónica): Tomás,
la trascendencia que defiendes parece un sistema demasiado rígido para nuestra
época. Mi "pensamiento débil" propone aceptar el nihilismo como una
liberación de las verdades absolutas. En lugar de buscar fundamentos eternos,
deberíamos vivir en la pluralidad y la interpretación histórica. La
trascendencia es una carga innecesaria.
Stein (interviniendo con
serenidad): Vattimo,
la pluralidad y la apertura son valiosas, pero al abandonar todo horizonte
trascendental, tu propuesta deja al ser humano atrapado en fragmentaciones que
intensifican el vacío. Lo finito no puede sostenerse sin referirse al ser
eterno, que no es una carga, sino una fuente de dirección y plenitud. La
verdadera apertura está en integrar lo finito con lo infinito.
Rorty (con tono
pragmático): Todos ustedes están complicando demasiado las cosas. La verdad no
necesita ser absoluta ni trascendental; es solo una herramienta útil para
nuestras necesidades prácticas. El nihilismo no es un problema si dejamos de
buscar fundamentos y empezamos a usar el conocimiento como un medio para
mejorar nuestras condiciones.
Ontorrealista (interviene
con serenidad): Rorty, tu pragmatismo simplifica el problema sin resolver el vacío
existencial que genera el nihilismo. Sin un fundamento trascendental, la verdad
no es más que una herramienta fragmentada sin dirección última. Desde el
ontorrealismo, la verdad no es solo funcional, sino una participación activa en
la plenitud del ser eterno que integra lo finito con un horizonte coherente.
Deleuze (desafiando con
entusiasmo): Ontorrealista, tu enfoque parece anular la creatividad del devenir. Al
buscar estabilidad, estás limitando la potencia de la diferencia y la
multiplicidad. La riqueza de la realidad está en la creación constante, no en
una estructura estática.
Ontorrealista (mirándolo
con calma): Deleuze,
el ontorrealismo no niega el devenir; lo afirma como una expresión dinámica de
la plenitud del ser eterno. La diferencia que valoras tanto no es incompatible
con la estabilidad trascendental, sino que encuentra su potencia máxima en su
relación con lo eterno. Lo finito no se fragmenta en el caos, sino que
participa en una unidad que integra su creatividad.
Vattimo (con tono ligero): Ontorrealista, tu énfasis
en la integración suena a un retorno a las verdades universales que mi
"pensamiento débil" rechaza. ¿No es mejor aceptar que el ser humano
puede vivir en la ambigüedad y la interpretación sin necesidad de buscar un fundamento
último?
Ontorrealista (respondiendo
con serenidad): Vattimo, aceptar la ambigüedad sin un horizonte trascendental no
elimina el nihilismo; simplemente lo disfraza con fragmentaciones. Desde el
ontorrealismo, la pluralidad no desaparece, pero encuentra dirección y sentido
al integrarse en la plenitud del ser eterno, que orienta lo finito sin anular
su diversidad.
Tomás de Aquino (añadiendo
con firmeza): Vattimo, la ambigüedad que defiendes conduce a la nada. El horizonte
trascendental no cancela la pluralidad, sino que la orienta hacia una unidad
que evita el vacío existencial. Sin una referencia última, las interpretaciones
fragmentarias dejan al ser humano perdido en su finitud.
Severino (mirando a
Ontorrealista): Aunque reconozco tu esfuerzo por integrar lo finito con lo eterno,
insistir en el devenir debilita la estabilidad del ser eterno. La solución al
nihilismo es afirmar que el ser es eterno y que el cambio es una ilusión.
Ontorrealista (respondiendo
con paciencia): Severino, negar el cambio no elimina el nihilismo; lo oculta bajo una
eternidad estática que despoja a los entes de su dinamismo. Desde el
ontorrealismo, el devenir no se opone a la estabilidad trascendental, sino que
participa en ella. Lo finito no desaparece en lo eterno; encuentra en él su
coherencia y propósito.
Stein (interviene
conciliadora): Lo finito y lo infinito no son enemigos; son dimensiones
complementarias de la realidad. Desde el ontorrealismo, la integración entre el
devenir y la eternidad no cancela la creatividad ni la estabilidad; las
potencia al mostrar que todo lo contingente encuentra su dirección en la
plenitud trascendental.
De este modo El
ontorrealismo no solo desafía las tendencias filosóficas que han fragmentado la
realidad, sino que también se presenta como una restauración de la estructura
ontológica que vincula el ser finito con su fundamento trascendental. En un
contexto donde el pensamiento contemporáneo ha disuelto la noción de una verdad
última, reduciendo la existencia a un cúmulo de interpretaciones contingentes,
el ontorrealismo reivindica la presencia activa de lo eterno como principio
organizador del ser. Su propuesta no es una especulación abstracta ni una
nostalgia metafísica, sino una afirmación contundente de que la contingencia
solo halla su plenitud en la comunión con lo absoluto. Esta perspectiva no solo
supera la crisis de sentido, sino que también ofrece una base ontológica capaz
de sostener la vida humana más allá de la incertidumbre posmoderna.
A su vez, el ontorrealismo
devuelve al pensamiento su orientación trascendental, afirmando que la
existencia no está encerrada en el flujo inestable de lo inmediato, sino que
participa de un orden superior que le da coherencia y dirección. En Hebreos 11:3,
se nos recuerda: "Por la fe entendemos haber sido constituido el
universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que
no se veía." Este principio confirma que la realidad no se agota en lo
visible, sino que se fundamenta en una estructura ontológica que trasciende la
percepción empírica. Así, el ontorrealismo no es simplemente una respuesta
filosófica a la fragmentación contemporánea, sino una vía para recuperar la
unidad del ser, devolviendo al hombre su vocación hacia lo eterno y reafirmando
que su existencia es más que una sucesión de instantes sin propósito.
§6.
Inmanencia
y Trascendencia
1. La Trascendencia como
Contrapunto
En el marco del
ontorrealismo, la trascendencia es el fundamento esencial que complementa y
eleva a la inmanencia, otorgándole sentido, dirección y plenitud. Desde esta
perspectiva, la trascendencia no anula las experiencias inmanentes, sino que
las integra en una realidad mayor que conecta lo contingente con lo absoluto.
El ontorrealismo plantea que esta integración no es una opción arbitraria, sino
una necesidad filosófica para evitar la fragmentación existencial propia de las
perspectivas que privilegian únicamente lo inmanente.
Xavier Zubiri, al
desarrollar su noción de "realidad" como "sistema de
notas", ofrece un marco interesante para pensar la conexión entre lo
finito y un fundamento último. Sin embargo, su concepto del "poder de lo
real" tiende a diluir la distinción entre trascendencia e inmanencia,
quedando ambiguamente en una suerte de "trascendencia inmanente".
Desde el ontorrealismo, esta ambigüedad debe resolverse al reconocer que la
realidad última no solo actúa en todo lo existente, sino que trasciende lo
finito al ofrecer un horizonte que lo integra en una totalidad significativa.
Charles Taylor aporta
claridad al enfatizar que los "horizontes de sentido" son
indispensables para la identidad humana. Su idea de valores trascendentes como
estructuras que dan coherencia a lo inmanente es valiosa, pero al anclarse
demasiado en las "historias constitutivas", corre el riesgo de
limitarse al contexto particular. Desde el ontorrealismo, los horizontes de
sentido son reflejos de una plenitud trascendental que no es meramente
contextual, sino universal, garantizando que los valores trasciendan las
circunstancias históricas.
El ontorrealismo insiste en
que lo trascendente no compite con lo inmanente; es su fundamento y propósito.
Lo finito participa proporcionalmente en el ser eterno, reflejando su riqueza
sin perder su identidad particular. Esta conexión es esencial para superar el
vacío existencial y la fragmentación ontológica que resultan de los enfoques
exclusivamente inmanentistas. La trascendencia no niega lo finito, sino que lo
eleva al orden de una realidad integrada y plena.
2. Relación Dialéctica
La reconciliación entre
inmanencia y trascendencia, desde el ontorrealismo, no es un eclecticismo
superficial, sino una relación dialéctica profunda y complementaria. Ambas
dimensiones del ser se iluminan mutuamente, ofreciendo una visión integrada de
la realidad en la que lo finito apunta hacia lo infinito, mientras que lo
infinito sostiene, ordena y da sentido a lo contingente.
Walzer, en su análisis de
la "esfera de justicia", muestra cómo las comunidades históricas han
organizado valores inmanentes que estructuran la vida social. Aunque su enfoque
ayuda a comprender la importancia de lo inmanente, permanece limitado al plano
histórico y contingente, sin vincular estas estructuras con un fundamento
trascendental. Desde el ontorrealismo, estos valores sociales deben orientarse
hacia una plenitud superior que garantice su coherencia y estabilidad
universal.
James McIntyre subraya que
los bienes internos de las prácticas humanas dan sentido al actuar humano en un
contexto compartido, pero su análisis suele quedarse en el ámbito ético y
pragmático, sin explorar cómo estos bienes se relacionan con un horizonte
eterno. Desde el ontorrealismo, estas prácticas adquieren su sentido más
profundo al participar en la plenitud del ser eterno, que otorga coherencia y
propósito incluso a las realidades más concretas.
El ontorrealismo propone
una estructura dialéctica en la que lo inmanente y lo trascendente mantienen
una tensión fecunda y complementaria. Lo inmanente, al abrirse hacia lo
trascendente, encuentra su verdadera dirección y sentido, mientras que lo
trascendente actúa como fundamento último que eleva y unifica la diversidad de
lo finito. Esta relación no elimina las diferencias ni las tensiones, sino
que las integra en una totalidad que respeta su riqueza y su especificidad.
3. Implicaciones para el
Sentido Humano
La reconciliación entre
inmanencia y trascendencia, articulada desde el ontorrealismo, tiene profundas
implicaciones para la vida humana. Esta integración permite superar la
fragmentación y el vacío característicos de las visiones que privilegian lo
inmanente sin reconocer su dependencia ontológica de lo trascendente. La
existencia humana, al conectarse con la plenitud del ser eterno, deja de ser un
cúmulo de experiencias dispersas y cobra un sentido pleno y unitario.
Michael Walzer y James
McIntyre, aunque permanecen en enfoques éticos y sociales, ofrecen perspectivas
que dialogan indirectamente con el horizonte trascendental. Walzer, con su
énfasis en la justicia social, revela cómo los valores compartidos pueden organizar
una vida más significativa, pero su enfoque histórico no logra vincular estas
estructuras con una realidad eterna que les otorgue estabilidad universal.
McIntyre, por su parte, explora el carácter narrativo de la vida humana y los
bienes internos de las prácticas, pero no conecta estas dinámicas con el ser
eterno como su origen y meta última.
Charles Taylor, en cambio,
da un paso hacia la trascendencia al mostrar que los "horizontes de
sentido" son fundamentales para dar coherencia a la vida humana. Sin
embargo, su énfasis en las historias particulares puede diluir la universalidad
del ser eterno. Desde el ontorrealismo, estos horizontes no son meros
constructos históricos, sino reflejos de una plenitud trascendental que abarca
e integra toda la realidad.
El ontorrealismo transforma
nuestra comprensión del ser y de la vida humana al integrar lo finito con lo
infinito. La participación de lo finito en la eternidad no niega las
experiencias concretas y contingentes; las potencia al darles una dirección que
trasciende la fragmentación y la temporalidad. Esta reconciliación no solo
redefine nuestra visión metafísica, sino que también ofrece una vida más plena
y significativa, en la que cada acto humano refleja y participa en la riqueza
infinita del ser eterno.
4. Fundamentación
Ontorrealista Ampliada
Desde el ontorrealismo, la
reconciliación entre inmanencia y trascendencia responde a la necesidad de
integrar la diversidad de lo finito con un horizonte universal que garantice su
coherencia. La fragmentación que caracteriza a muchas filosofías modernas y
posmodernas, al privilegiar exclusivamente lo inmanente, deja a la realidad
atrapada en un vacío ontológico que el ontorrealismo busca superar. Esta
propuesta no niega la riqueza de lo particular ni de lo histórico, sino que las
conecta con una plenitud trascendental que les da sentido y propósito último.
Lo finito, al participar
proporcionalmente en el ser eterno, no pierde su individualidad ni su
diversidad, sino que encuentra en lo trascendente su origen, dirección y meta
última. La trascendencia no elimina lo inmanente; lo fundamenta y lo orienta
hacia su realización plena. Esta dinámica participativa permite integrar la
multiplicidad y la temporalidad en una totalidad coherente y significativa.
Además, el ontorrealismo
subraya que la trascendencia no es una abstracción distante ni una imposición
dogmática, sino una realidad vivencial que transforma nuestra comprensión del
ser y de la vida. En un mundo caracterizado por la fragmentación y el relativismo,
el ontorrealismo ofrece una alternativa que reconcilia lo cotidiano y lo
eterno, mostrando que cada entidad concreta refleja y participa en una unidad
trascendental que enriquece y dignifica la existencia humana. Este desarrollo del ontorrealismo resitúa la
filosofía en su vocación fundamental: otorgar sentido a la existencia desde su
relación con lo eterno. Al integrar lo finito con la plenitud trascendental, el
ontorrealismo no solo supera la fragmentación de las corrientes filosóficas
modernas y posmodernas, sino que también devuelve al pensamiento su coherencia
última. La trascendencia, lejos de ser una negación de lo inmanente, es su
fundamento, permitiendo que cada entidad concreta refleje la riqueza del ser sin
perder su identidad.
Diálogo Imaginario
Taylor (con tono
reflexivo): La vida
humana necesita un "horizonte de sentido" para comprenderse
plenamente. Estos horizontes, aunque históricos y culturales, dan coherencia a
nuestra experiencia. Sin embargo, no creo que debamos buscar un fundamento
trascendental universal; los horizontes son múltiples y contextuales, moldeados
por las historias particulares de cada comunidad.
Ontorrealista (con
firmeza): Taylor,
tu énfasis en los horizontes históricos es importante, pero insuficiente. Si
bien los contextos particulares enriquecen nuestra experiencia, esos horizontes
no pueden sostenerse sin un fundamento trascendental que integre la diversidad
y les otorgue coherencia universal. Desde el ontorrealismo, lo finito y lo
histórico encuentran su verdadero propósito al orientarse hacia una plenitud
eterna que los trasciende sin anularlos.
Walzer (interviniendo con
entusiasmo): Estoy de acuerdo con Taylor en que los valores y principios son
específicos de cada comunidad. Mi análisis de las "esferas de
justicia" muestra cómo estas normas son distribuidas de forma diferente
según las tradiciones y necesidades de cada sociedad. No veo la necesidad de
vincular estas esferas con algo trascendental; lo inmanente es suficiente para
organizar la vida social.
Ontorrealista (mirando a
Walzer): Walzer,
tus aportes sobre las esferas de justicia ayudan a comprender cómo gestionar lo
inmanente en diferentes contextos. Sin embargo, sin un horizonte trascendental,
estas esferas permanecen fragmentadas y expuestas al relativismo. Desde el
ontorrealismo, lo inmanente necesita estar vinculado a lo trascendente para
evitar que los valores se reduzcan a constructos arbitrarios y para garantizar
su orientación hacia un propósito universal.
Zubiri (con tono
analítico): La
realidad, como yo la entiendo, no es una colección de entidades aisladas, sino
un "sistema de notas" que se fundamenta en el "poder de lo
real". Este poder no es algo externo, sino una fuerza intrínseca que
unifica todo lo existente. Me parece innecesario postular una trascendencia
separada del mundo real.
Ontorrealista (respondiendo
con calma): Zubiri,
tu noción del "poder de lo real" es un aporte valioso, pero desde el
ontorrealismo consideramos que diluir la trascendencia en la inmanencia puede
limitar el análisis. La ontorrealidad requiere distinguir entre lo finito y lo
infinito. Lo trascendente no es simplemente una dimensión ampliada de lo
inmanente, sino una plenitud absoluta que trasciende y fundamenta la diversidad
de lo existente.
McIntyre (reflexionando): Yo creo que el sentido
humano se encuentra en los bienes internos de las prácticas y en las narrativas
que dotan de coherencia a nuestras vidas. Estas narrativas no requieren un
fundamento trascendental; su fuerza radica en estructurar éticamente nuestra
existencia y en generar comunidades sólidas.
Ontorrealista (mirando a
McIntyre):
McIntyre, tus ideas sobre los bienes internos y las narrativas son una
contribución crucial. Sin embargo, estas prácticas y relatos, aunque coherentes
a nivel local, necesitan orientarse hacia una plenitud eterna que les dé
coherencia última. Desde el ontorrealismo, lo finito, por sí solo, no puede
sostenerse; su verdadero sentido se encuentra en su participación activa en el
ser trascendente, que une todas las historias particulares en un horizonte
universal.
Taylor (interviniendo de
nuevo): Pero,
¿no crees que insistir en un fundamento trascendental universal ignora la
riqueza de las diferencias culturales y contextuales? Mi enfoque busca respetar
esa diversidad sin imponer una visión única del ser.
Ontorrealista (con firmeza,
pero abierto al diálogo): Taylor, la diversidad cultural es una expresión legítima de la riqueza
de lo inmanente, pero no puede sostenerse sin un fundamento trascendental que
dé dirección y cohesión a esa diversidad. Desde el ontorrealismo, las
diferencias no se eliminan al vincularlas con lo eterno; al contrario,
encuentran su verdadero significado y coherencia en una unidad trascendental
que integra, sin anular, sus particularidades. La trascendencia no homogeniza;
eleva y orienta hacia una plenitud que abarca toda la diversidad.
Walzer (interviniendo de
nuevo, con tono crítico): Pero, Ontorrealista, vincular lo inmanente con lo trascendental parece
un intento de imponer una dirección única y fija a las prácticas humanas. ¿No
es más enriquecedor aceptar que cada comunidad se autodefina según sus propios
valores y necesidades históricas?
Ontorrealista (respondiendo
con claridad): Walzer, respetar la autonomía de las comunidades no implica
desvincularlas de un horizonte trascendental. Desde el ontorrealismo, lo
trascendente no impone uniformidad, sino que actúa como un fundamento que
enriquece y conecta los valores particulares en una totalidad coherente. Esto
permite que lo histórico y lo particular se mantengan, pero siempre orientados
hacia una plenitud universal que evite la fragmentación y el relativismo.
McIntyre (con tono
conciliador): Quizás lo que estás diciendo, Ontorrealista, es que lo inmanente y lo
trascendente no están en oposición, sino que se complementan. Pero, ¿cómo se
logra esa integración sin perder la riqueza de las narrativas y los bienes
específicos de cada comunidad?
Ontorrealista
(con una leve sonrisa): Exactamente, McIntyre. Desde el ontorrealismo, lo inmanente no
desaparece en lo trascendente; encuentra en él su fundamento y dirección. Las
narrativas particulares son expresiones legítimas de lo finito, pero logran su
coherencia al participar en la plenitud del ser eterno. Es una integración
dinámica, donde cada elemento conserva su identidad mientras contribuye a una
totalidad que lo eleva.
§7
Punto de
Llegada: El Ser Eterno como Horizonte Final
1. De lo Finito a lo
Fundante: Una Visión Ontorrealista
Los entes finitos, marcados
por su naturaleza contingente, no solo reflejan su insuficiencia ontológica,
sino que actúan como indicadores de una causa última que los fundamenta. Desde
el ontorrealismo, esta causa última no es simplemente una abstracción distante,
sino una plenitud que sostiene, integra y dirige lo finito hacia una dimensión
trascendente que lo trasciende. Lo finito, en su dependencia radical, refleja
proporcionalmente la riqueza del ser eterno como su horizonte definitivo.
Contribuciones y Críticas
de Pensadores Clásicos Aristóteles establece una base imprescindible con su concepto del motor
inmóvil, una causa que, al ser no movida, permanece inmutable y fuera del
tiempo, proporcionando el fundamento para toda existencia dependiente. Sin
embargo, su análisis permanece en un nivel metafísico abstracto, limitándose a
un principio explicativo externo. En contraste, el ontorrealismo insiste en que
esta causa última no es solo un fundamento externo, sino una plenitud interna
que sostiene y da sentido continuo a lo contingente. Este énfasis en la
cercanía y participación del ser eterno en la existencia finita amplía el
alcance aristotélico.
Tomás de Aquino, al
incorporar la noción de participación en el actus essendi, aporta una
comprensión dinámica de la relación entre lo contingente y lo absoluto. Según
Aquino, todo lo que existe participa del acto de ser que emana de Dios como
fundamento primero. Sin embargo, el ontorrealismo da un paso adicional al
recalcar que esta participación no homogeniza ni reduce la diversidad de los
entes finitos, sino que la enriquece, permitiendo que cada ser refleje de
manera única la plenitud trascendental del ser eterno.
Perspectivas Modernas y
Contemporáneas Hegel, por otro lado, plantea una integración dialéctica en la que lo
finito es subsumido dentro del absoluto. Aunque su propuesta destaca la
interrelación entre lo contingente y lo infinito, tiende a desdibujar la
identidad individual de lo finito en el proceso de síntesis. Desde el
ontorrealismo, se reconoce que lo finito mantiene su unicidad mientras
participa del ser eterno, evitando así la absorción total dentro de lo
absoluto.
Kant introduce una barrera
entre lo fenoménico y lo nouménico que limita el acceso a la realidad
trascendental, sugiriendo que la razón humana no puede aprehender lo absoluto.
Frente a esto, el ontorrealismo reafirma que la contingencia misma actúa como una
huella ontológica del ser eterno, permitiendo no solo su inferencia racional,
sino también su participación vivencial. La finitud, en este sentido, no es un
obstáculo, sino una ventana hacia lo trascendente.
Por último, Heidegger
analiza la relación del Dasein con el ser, pero enfatiza la angustia
existencial frente a la nada como elemento central de la existencia humana.
Desde la perspectiva ontorrealista, la contingencia no se enfrenta al vacío,
sino que encuentra su plenitud en la apertura hacia el ser eterno, integrando
la dimensión temporal en una totalidad trascendental que otorga propósito y
sentido.
Contribuciones Críticas de
Fabro y Guardini Cornelio Fabro fortalece esta perspectiva al afirmar que la
participación en el ser eterno es proporcional y dinámica, reflejando la
riqueza infinita del ser según las capacidades propias de cada ente. Guardini,
por su parte, observa que el mundo concreto está constituido por una
dependencia intrínseca hacia lo trascendente, lo que hace visible cómo lo
finito no se cierra sobre sí mismo, sino que permanece orientado hacia la
plenitud trascendental.
Confrontación con
Pensadores Ateos
Comte-Sponville en su obra El
espíritu del ateísmo (2006), André Comte-Sponville defiende un ateísmo
espiritual que niega la trascendencia divina y sitúa valores como el amor y la
bondad dentro de la inmanencia de la experiencia humana. Aunque su propuesta
intenta rescatar lo absoluto dentro de lo finito, desde el ontorrealismo se
subraya que esta postura no logra fundamentar ontológicamente dichos valores,
pues carecen de autosuficiencia y encuentran su verdadero sentido al participar
del ser eterno.
Richard Dawkins, en El
espejismo de Dios (2006), critica la idea de Dios como innecesaria y
considera que el universo puede explicarse completamente desde procesos
científicos como la evolución. Sin embargo, el ontorrealismo señala que la
dependencia ontológica de lo finito no puede ser reducida al ámbito empírico.
Las leyes naturales y la complejidad de la existencia requieren un fundamento
trascendental que no solo las origine, sino que les otorgue coherencia y
estabilidad: el ser eterno.
Robin Le Poidevin, en Arguing
for Atheism: An Introduction to the Philosophy of Religion (1996), sostiene
que los argumentos teístas carecen de evidencia concluyente y que la realidad
puede comprenderse sin recurrir a Dios. Desde la perspectiva ontorrealista,
esta postura no aborda la contingencia de lo finito como una evidencia de una
causa última que lo sostiene. El ontorrealismo afirma que lo contingente
encuentra su pleno significado al participar en el ser eterno, superando así el
vacío explicativo de las posturas agnósticas.
Michel Onfray, en Tratado
de ateología (2005), rechaza la noción de Dios como un constructo cultural
y aboga por una ética hedonista basada en la inmanencia. Desde el
ontorrealismo, se señala que esta postura reduce la ética a un enfoque
individualista y subjetivo, ignorando que los valores morales requieren un
fundamento trascendental para ser coherentes y universales. La participación en
el ser eterno no solo da estabilidad a los valores éticos, sino que los integra
en una plenitud que supera las limitaciones del hedonismo.
Reafirmación Ontorrealista Desde el ontorrealismo, lo
finito no se percibe como un sistema cerrado ni como una realidad
autosuficiente, sino como un marco de participación en el ser eterno. La
contingencia no representa una carencia, sino una configuración que permite que
cada ente particular exprese, en su dependencia, la riqueza ontológica de su
fundamento último. El ser eterno no es una abstracción distante ni una
causalidad estática, sino una plenitud que transforma, sostiene y da sentido a
lo finito en su devenir. El ontorrealismo no solo amplía y supera las
interpretaciones clásicas, modernas y contemporáneas, sino que también
confronta críticamente las posturas ateas, integrando razón, experiencia y
trascendencia. Lo finito, al participar en el ser eterno, no pierde su
identidad, sino que la enriquece al reflejar la riqueza infinita de su
fundamento, reafirmando así su papel en el horizonte dinámico y participativo
de la realidad.
2. Nueva Demostración de la
Existencia de Dios
La demostración de la
existencia de Dios, desde mi postura ontorrealista, no es un ejercicio técnico
ni una mera reconstrucción de argumentos clásicos. Es una propuesta que integra
el análisis metafísico, la analogía del ser y la superación del nihilismo en un
marco renovado y profundo.
Metafísica Lo finito, al ser
contingente, muestra que no puede ser su propia causa. Aristóteles establece
que todo lo que existe en potencia debe ser actualizado por un acto, y Tomás de
Aquino articula cómo el ser eterno actúa no solo como origen, sino como fundamento
continuo. Mi postura ontorrealista no se detiene en esta causalidad externa;
afirma que el ser eterno no es un principio distante, sino la plenitud que
sostiene y da sentido a lo contingente. Sertillanges complementa esta visión al
enfatizar que la metafísica conecta la búsqueda racional con una experiencia
espiritual, mostrando que la causa última no es solo necesaria, sino íntima y
vivencial.
Analogía del ser La analogía del ser
demuestra cómo lo finito refleja al ser eterno sin confundirse con él. Tomás de
Aquino desarrolla esta herramienta conceptual para evitar el panteísmo y la
fragmentación, mientras Fabro dinamiza esta participación mostrando que cada ente
tiene una relación proporcional y única con lo eterno. Desde mi postura
ontorrealista, la analogía del ser no solo explica la relación entre lo finito
y lo infinito, sino que lo convierte en una experiencia ontológica que
trasciende lo conceptual y transforma la manera en que entendemos la realidad.
Superación del nihilismo El nihilismo, al rechazar
toda trascendencia, intensifica el vacío existencial al reducir la realidad a
un conjunto de contingencias aisladas. Guardini señala que esta crisis no puede
enfrentarse solo con herramientas racionales, sino que requiere una apertura
hacia lo trascendental. Desde mi perspectiva ontorrealista, lo contingente no
se dirige hacia la nada, como plantea el nihilismo, sino hacia el ser eterno,
cuya plenitud supera las limitaciones de lo finito y da sentido a la existencia.
La contingencia no es un signo de carencia, sino una evidencia de la
dependencia ontológica que tiene su respuesta definitiva en el ser eterno.
Pruebas Clásicas y
Contrastación Ontorrealista
Tomás de Aquino y las Vías
Causales Las
Cinco Vías de Tomás de Aquino, especialmente la vía de la causa eficiente y la
contingencia, establecen que existe un ser necesario que actúa como causa
primera y fundamento de todo lo existente. Desde el ontorrealismo, esta
causalidad externa es reinterpretada para subrayar que el ser eterno no solo
origina, sino que sostiene continuamente la existencia de lo contingente,
otorgando un significado integral que va más allá de la causalidad mecánica.
Descartes y el Argumento
Ontológico Racionalista Descartes, en su argumento ontológico, plantea que la idea de un ser
perfecto debe provenir de una fuente igualmente perfecta: Dios. Desde el
ontorrealismo, esta idea se complementa afirmando que el ser eterno no solo
garantiza la perfección lógica de su concepto, sino que es una plenitud
vivencial que transforma la existencia y permite una integración profunda entre
lo finito y lo infinito.
Pruebas Adicionales
Prueba Ontológica de
Anselmo de Canterbury. San Anselmo sostiene que Dios es "aquello mayor que lo cual nada
puede pensarse", y su existencia es necesaria. Desde el ontorrealismo,
esta idea resalta la conexión entre la racionalidad humana y la plenitud
trascendental del ser eterno, destacando su dimensión vivencial más allá de lo
lógico.
Prueba Cosmológica de
Kalam. La
tradición de Kalam presenta el universo como dependiente de una causa
trascendente. Desde el marco ontorrealista, esta causa se interpreta no solo
como origen, sino como presencia continua que sostiene la existencia finita.
Apuesta de Pascal La apuesta de Pascal aboga
por creer en Dios como una opción racional. Desde el ontorrealismo, esta
perspectiva se profundiza al destacar que el ser eterno no es solo una
respuesta lógica, sino una plenitud que transforma la vida humana en su
totalidad.
Prueba Existencialista de
Kierkegaard, identifica la experiencia subjetiva como clave para percibir la
existencia de Dios. En el ontorrealismo, esta subjetividad es integrada dentro
de una totalidad participativa donde lo finito refleja activamente al ser
eterno.
Argumento Estético de
Dostoievski,
encuentra en la belleza una evidencia de lo divino. El ontorrealismo interpreta
esta experiencia estética como una participación en la riqueza infinita del ser
eterno.
Reafirmación Ontorrealista El ontorrealismo, lejos de
negar las pruebas clásicas o las modernas, las integra dentro de un marco
renovado que combina análisis racional, experiencia vivencial y trascendencia
ontológica. Esta postura no solo reafirma la existencia de Dios, sino que invita
a vivir en comunión con el ser eterno, integrando lo finito en la riqueza
infinita de su plenitud.
3. El Ser Eterno como
Redefinición
Horizonte Integrador En la perspectiva
ontorrealista, el ser eterno se concibe como un horizonte dinámico que redefine
nuestra comprensión de la temporalidad, la eternidad y el propósito de la
existencia. No es una entidad separada o distante, sino una plenitud vivencial
que integra la diversidad y fragmentación de lo finito dentro de una totalidad
participativa. Este horizonte transforma nuestra relación con el tiempo, eleva
las limitaciones humanas y revela el propósito último de la existencia.
La Relación entre Tiempo y
Eternidad La
conexión entre tiempo y eternidad ha sido una preocupación filosófica
fundamental desde la antigüedad. Aristóteles define el tiempo como una medida
del movimiento en relación con un antes y un después. Por su parte, Tomás de
Aquino interpreta el tiempo como una realidad creada y dependiente de la
eternidad divina, que es la fuente de su estabilidad. En un análisis más
moderno, Guardini observa la temporalidad humana como una apertura hacia lo
eterno, sugiriendo que el tiempo no es un sistema cerrado, sino una dimensión
que encuentra su plenitud en la eternidad. Desde el ontorrealismo, el tiempo
adquiere un sentido trascendental, ya que no es negado ni destruido por la
eternidad, sino elevado e integrado en una plenitud que trasciende sus
fragmentaciones.
El Propósito Humano
Redefinido El
propósito de la existencia humana, según esta perspectiva, se redefine como una
integración de lo cotidiano en la búsqueda del ser eterno. Sertillanges
considera que la contemplación del ser eterno y la búsqueda de la verdad son el
fin último de la vida humana. Este proceso no implica una desconexión de la
realidad diaria, sino que otorga un propósito trascendental a cada acto humano,
convirtiéndolo en una expresión de la eternidad. A través de Leonardo Fabro, se
enfatiza la dinámica de participación entre lo contingente y lo absoluto. Esta
relación no homogeniza lo finito ni anula su unicidad. Por el contrario, cada
entidad finita refleja, en su particularidad, la riqueza infinita del ser
eterno, revelando que lo finito encuentra su verdadera identidad y propósito al
participar activamente en esta plenitud trascendental.
Implicaciones Vivenciales El ser eterno no debe ser
considerado como un concepto abstracto o distante, sino como una realidad que
transforma radicalmente la existencia humana. En un mundo caracterizado por la
fragmentación y la incertidumbre temporal, el ser eterno actúa como un
principio unificador y estabilizador. En esta integración, cada acto humano,
cada experiencia temporal, se convierte en un reflejo vivencial de la
coherencia y propósito de la eternidad. De esta manera, el ser eterno redefine
no solo nuestra comprensión del tiempo y la existencia, sino también nuestra
participación en una totalidad donde lo finito y lo infinito coexisten en una
dinámica de enriquecimiento mutuo. Esta plenitud no destruye la diversidad de
lo finito; la integra y la eleva, otorgándole un significado más profundo y
trascendental.
Superación de la Sociedad
Postmetafísica El ontorrealismo surge como una alternativa para enfrentar las
consecuencias de la sociedad postmetafísica, donde los absolutos han sido
desdibujados y sustituidos por perspectivas relativistas que fragmentan el
sentido de la existencia. En este contexto, el ontorrealismo propone una
recuperación de los fundamentos trascendentes, ofreciendo un horizonte
coherente en el cual lo finito no está aislado, sino integrado en una plenitud
absoluta. Esta integración refuta la fragmentación cultural y filosófica
característica de la era postmetafísica, devolviendo a las preguntas esenciales
sobre el ser, el tiempo y la eternidad un marco de referencia estable y
enriquecedor.
Reafirmación de los
Absolutos Existenciales En una sociedad donde la ausencia de absolutos ha dado lugar a la
incertidumbre y la alienación, el ontorrealismo reafirma la posibilidad de
encontrar unidad y propósito en el ser eterno. Lejos de ser una regresión al
pensamiento dogmático, esta postura ofrece una síntesis dinámica donde la
diversidad y la singularidad de lo finito participan de una verdad
trascendental sin perder su identidad. Así, el ontorrealismo no solo combate la
erosión de los valores existenciales, sino que reconfigura el diálogo humano en
torno a las grandes preguntas sobre la finalidad y la coherencia de la
existencia, revitalizando la filosofía como una herramienta para la integración
y la transformación.
El ontorrealismo rescata la
profundidad ontológica perdida en el pensamiento contemporáneo al restaurar el
vínculo esencial entre lo finito y lo eterno. En un contexto donde la filosofía
ha sido reducida a estructuras lingüísticas o mecanismos funcionales, esta
propuesta reafirma que la existencia humana no puede agotarse en la
contingencia, sino que encuentra su sentido último en la comunión con la
plenitud trascendental. Más que una oposición entre inmanencia y trascendencia,
el ontorrealismo demuestra que la primera solo cobra significado cuando se
orienta hacia la segunda.
Este principio es
confirmado en la Palabra revelada, cuando en Juan 1:4 se nos
dice: "En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres."
La existencia, lejos de ser una sucesión vacía de instantes, es una
participación en la vida eterna, iluminada por el fundamento absoluto. El
ontorrealismo, al integrar esta estructura metafísica, ofrece una alternativa
que no solo responde a la crisis del sentido, sino que también restablece el
horizonte ontológico que la modernidad ha tratado de clausurar. La reconciliación
entre lo finito y lo eterno no es un retroceso, sino una restauración del orden
del ser, devolviendo a la filosofía su tarea primordial: comprender la
existencia en su totalidad y orientar al hombre hacia su destino trascendental.
El
ontorrealismo se configura como el punto de llegada al ser eterno porque no
solo reconoce la insuficiencia ontológica de lo finito, sino que establece su
participación en la plenitud trascendental. Frente a las filosofías que han
clausurado el horizonte metafísico o han disuelto la unidad ontológica en
fragmentaciones inestables, el ontorrealismo restituye el orden del ser al
vincular cada entidad contingente con su fundamento absoluto. La existencia
humana, lejos de ser un tránsito arbitrario sin dirección, encuentra su
propósito en la comunión con lo eterno, lo cual confirma que el fin último del
pensamiento no es un juego semiótico ni una función material, sino el
reconocimiento de la verdad ontológica que sostiene toda realidad. En este
sentido, el ontorrealismo no es solo una alternativa conceptual, sino una
restauración del sentido, una afirmación de que el ser finito no se explica por
sí mismo, sino que halla su razón última en lo eterno como horizonte final.
Solo en esta integración se supera la fragmentación contemporánea y se
reconduce la filosofía hacia su vocación fundamental: comprender la estructura
del ser en su totalidad y orientar la existencia hacia su plenitud
trascendental.
Diálogo Imaginario
Aristóteles (con tono
analítico): El
movimiento y el cambio que observamos en la naturaleza requieren un principio
inmóvil que explique la continuidad de todo. Mi concepto del "motor
inmóvil" no solo es necesario para la dinámica del cosmos, sino también
para la unidad del ser como totalidad.
Ontorrealista (mirando a
Aristóteles): Aristóteles, tu noción del motor inmóvil establece una base esencial
para la metafísica, pero se queda en el nivel de causalidad externa. Desde mi
perspectiva ontorrealista, el ser eterno no solo explica el movimiento, sino
también la participación activa y proporcional de los entes finitos en su
plenitud. Esto nos conduce a una nueva forma de demostrar la existencia de
Dios, no limitada a los argumentos clásicos.
Guardini (interviniendo con
entusiasmo): ¿Hablas de una prueba renovada? Me interesa escuchar cómo desarrollas
esta demostración para responder a las crisis existenciales contemporáneas.
Ontorrealista (con
firmeza):
Guardini, mi propuesta tiene tres pilares: la metafísica, la analogía del ser y
la superación del nihilismo. Desde la metafísica, lo finito, por ser
contingente, no puede ser su propia causa; necesita una causa última que lo
sostenga y le dé sentido. Aquí es donde el ser eterno actúa como horizonte
último. La analogía del ser explica cómo lo finito participa en el ser
eterno sin confundirse con él, y finalmente, superamos el nihilismo al
mostrar que la contingencia no apunta a la nada, sino hacia una plenitud
trascendental.
Tomás de Aquino
(interviniendo con serenidad): Esto guarda relación con mi desarrollo del actus essendi. Los
entes participan en el acto de ser no como un principio genérico, sino como un
fundamento continuo que los mantiene en existencia. Sin embargo, ¿cómo
introduces esta dimensión existencial que mencionas?
Ontorrealista (mirando a
Aquino): Tomás,
mi demostración no es solo un ejercicio lógico; es una invitación a integrar la
razón con la vivencia. Lo finito, al reconocer su insuficiencia ontológica,
participa en la plenitud del ser eterno, no como una abstracción, sino como una
experiencia transformadora que une lo contingente con lo trascendente.
Fabro (con tono reflexivo): Esto se alinea con mi
analogía del ser, que evita el panteísmo y la fragmentación. Ontorrealista,
¿cómo utilizas esta herramienta para reforzar tu demostración?
Ontorrealista (respondiendo
a Fabro): La
analogía del ser no solo muestra cómo lo finito refleja la riqueza infinita del
ser eterno, sino que convierte esta relación en una conexión dinámica. Cada
ente participa proporcionalmente en la plenitud del ser eterno, manifestando su
dependencia ontológica como una apertura hacia la trascendencia.
Comte-Sponville
(interviniendo con calma): En El espíritu del ateísmo (2006), argumenté que los valores
humanos no requieren trascendencia para tener sentido. La plenitud está en la
inmanencia.
Ontorrealista (mirando a
Comte-Sponville): Comte-Sponville, la inmanencia que propones es insuficiente para
explicar la profundidad ontológica de los valores. La contingencia no se
fundamenta a sí misma; apunta hacia una causa última. El ser eterno no solo
fundamenta estos valores, sino que les otorga coherencia y universalidad.
Dawkins (con tono
escéptico): ¿Y qué
decir del método científico? En El espejismo de Dios (2006) argumenté
que la evolución y las leyes naturales bastan para explicar la existencia sin
necesidad de un creador.
Ontorrealista (mirando a
Dawkins): Dawkins,
el método científico explica el "cómo", pero no el "por
qué". Las leyes naturales y el universo mismo, al ser contingentes,
requieren un fundamento trascendental que las sostenga. Mi prueba responde a
esta pregunta última con el ser eterno.
Le Poidevin (con tono
reflexivo): En Argumentando
a favor del Ateísmo (1996), defendí que los argumentos teístas no son
concluyentes. ¿En qué se diferencia tu propuesta?
Ontorrealista (mirando a Le
Poidevin): Le
Poidevin, mi demostración no se limita a pruebas lógicas. Integra la razón y la
vivencia, mostrando que la contingencia de lo finito no puede explicarse
plenamente sin el ser eterno, quien actúa como origen y horizonte último.
Onfray (con tono
desafiante): En Tratado de ateología (2005), critiqué la trascendencia como
un constructo innecesario. Una ética basada en la inmanencia es suficiente.
Ontorrealista (respondiendo
con serenidad): Onfray, una ética inmanente carece de estabilidad ontológica. Los
valores éticos, al igual que lo finito, dependen de una plenitud trascendental
para ser coherentes y universales. El ser eterno no solo los sustenta, sino que
les da un propósito trascendente.
Sertillanges (interviniendo
con tono espiritual): Esta prueba renueva la conexión entre la razón y la vivencia
espiritual. Es una invitación a participar en la plenitud del ser eterno, quien
transforma nuestra relación con lo finito y nos otorga propósito.
Fabro (mirando al grupo): Este enfoque unifica lo
conceptual con lo existencial. La contingencia ya no es solo un límite, sino un
indicio dinámico hacia el ser eterno, quien actúa como fundamento y plenitud
última.
Ontorrealista (con énfasis
final): La nueva
prueba de la existencia de Dios, desde la ontorrealidad, no es solo una
confirmación racional. Es una afirmación vivencial de que lo finito no se basta
a sí mismo; encuentra en el ser eterno su causa última, su fundamento y su
horizonte trascendental. Esto supera tanto las limitaciones del pensamiento
moderno como las posturas reduccionistas, ofreciendo una integración dinámica
entre razón, existencia y trascendencia.
§8.
Sentido
del Ser y Ser del Sentido
1. El Sentido del Ser como
Fundamento
El sentido del ser, desde
una perspectiva ontorrealista, es algo inherente y trascendente. No se reduce a
las construcciones humanas ni a las interpretaciones subjetivas, sino que
trasciende toda contingencia y se manifiesta como un horizonte último que integra
lo finito dentro de una plenitud absoluta. Es una realidad ontológica que
fundamenta la existencia de todo lo que es, y no una proyección cultural o una
invención racional. Este planteamiento contrasta directamente con las
perspectivas ateas, que niegan la necesidad de un fundamento trascendental.
Aristóteles define el ser
como lo que es en cuanto es (to on he on), poniendo el acento en
la existencia en sí misma sin adentrarse en la cuestión del sentido. Aunque
esta aproximación establece una base importante para la metafísica, carece de
una reflexión explícita sobre cómo el ser otorga coherencia y propósito a la
realidad. Desde el ontorrealismo, el ser no solo es lo que existe, sino también
lo que da sentido a todo lo existente. El ser eterno actúa como la fuente y el
horizonte que configura la totalidad del ser como una realidad con coherencia y
propósito.
Tomás de Aquino da un paso
más allá con su concepto del actus essendi, mostrando cómo los entes
finitos participan en el ser según su naturaleza. Esto no solo revela su
dependencia ontológica, sino también su orientación hacia un fundamento
trascendental. Desde el ontorrealismo, esta dependencia no se interpreta como
una limitación, sino como una apertura activa hacia una plenitud que no solo
sostiene, sino que redime lo contingente.
Comte-Sponville y Dawkins
André Comte-Sponville, en El espíritu del ateísmo (2006), afirma que los
valores como el amor y la bondad son suficientes para otorgar sentido, sin
necesidad de trascendencia. Desde su perspectiva, el ser y su sentido se agotan
en la inmanencia. Sin embargo, el ontorrealismo señala que esta postura es insuficiente,
ya que lo finito no puede fundamentarse a sí mismo. Si el ser no es más que una
construcción cultural o humana, como sugiere Comte-Sponville, entonces carece
de coherencia última y se fragmenta en perspectivas relativas.
Por su parte, Richard
Dawkins, en El espejismo de Dios (2006), rechaza cualquier fundamento
trascendental, defendiendo que el sentido de la vida puede ser explicado
exclusivamente por procesos evolutivos y leyes naturales. Sin embargo, estas
explicaciones solo abordan el "cómo" de la existencia, no el
"por qué". Desde el ontorrealismo, las leyes naturales, al ser
contingentes, exigen un fundamento último que las sustente. El ser eterno no
compite con la ciencia, sino que la completa al proporcionar un horizonte
ontológico que da coherencia a la realidad.
Robin Le Poidevin, en Arguing
for Atheism (1996), critica los intentos de los teístas de encontrar un
sentido trascendental, argumentando que el sentido del ser puede ser una
cuestión abierta o innecesaria. Sin embargo, el ontorrealismo responde
mostrando cómo la contingencia de lo finito es una señal clara de su
insuficiencia. La dependencia ontológica de lo finito apunta hacia una causa
última que no solo lo origina, sino que también lo sostiene como una plenitud
trascendental.
Michel Onfray, en Tratado
de ateología (2005), rechaza la idea de Dios como fundamento del sentido,
defendiendo una ética y un propósito basados en la inmanencia y el hedonismo.
Para Onfray, el ser no tiene un sentido trascendente; todo significado es
creado por el ser humano. Desde el ontorrealismo, esta postura es limitada,
pues no explica cómo los valores éticos pueden sostenerse sin una base
ontológica trascendental. El ser eterno no solo fundamenta el sentido de la
vida, sino que lo transforma al integrarlo en una plenitud que trasciende las
limitaciones humanas.
Reafirmación Ontorrealista
El ontorrealismo, al integrar las perspectivas clásicas y contemporáneas,
muestra que el sentido del ser no es estático ni limitado a las categorías
humanas. Es dinámico y universal, integrando la diversidad de lo finito en una
totalidad que refleja la riqueza infinita del ser eterno. Frente al ateísmo,
que reduce el sentido a la inmanencia o lo descarta como irrelevante, el
ontorrealismo afirma que la realidad no solo existe, sino que encuentra su
propósito último en una plenitud trascendental que sostiene y redime lo
contingente.
Este enfoque no solo ofrece
una respuesta al reduccionismo del pensamiento ateo, sino que también invita a
una comprensión más profunda de la relación entre el ser, el sentido y la
trascendencia. El ser eterno, como horizonte último, es la clave para entender
cómo lo finito encuentra coherencia, dirección y propósito en su participación
en la plenitud trascendental.
2. Emergencia del Ser del
Sentido
El ser del sentido no es
una casualidad ni un resultado fortuito de procesos inmanentes; su origen se
encuentra en el fundamento eterno del ser. Desde la perspectiva ontorrealista,
el sentido de la vida no puede atraparse en los límites de la contingencia y la
temporalidad, porque su emergencia requiere de una causa última que no solo
otorga existencia, sino también propósito y dirección a todo lo finito. Esta
visión no elude el cuestionamiento de las posturas ateas; más bien, busca
enfrentarlas con profundidad y rigor.
Guardini observa que, en el
mundo concreto, la vida parece señalar constantemente hacia algo más allá de sí
misma, hacia lo trascendental. Las experiencias humanas más profundas—el amor,
la belleza, el dolor—apuntan a una apertura que no puede ser contenida en la
mera inmanencia. Este acceso a lo trascendente revela que la vida no está
cerrada en sí misma, sino abierta a una plenitud que la trasciende.
Sertillanges, en esta misma línea, afirma que la búsqueda del ser eterno no es
solo una reflexión racional, sino una vivencia que transforma nuestra manera de
entendernos a nosotros mismos y al mundo que habitamos.
Desde el ontorrealismo,
estas ideas convergen en una comprensión del sentido como una manifestación
ontológica del ser eterno. Este sentido del ser no es una construcción
arbitraria ni psicológica; es una participación en el fundamento trascendental
que eleva cada acto y pensamiento humano a una expresión del propósito último.
Esto sitúa la vida humana no como un conjunto fragmentado de momentos, sino
como parte de una totalidad coherente que apunta hacia lo eterno.
André Comte-Sponville, en El
espíritu del ateísmo (2006), argumenta que el sentido de la vida puede
hallarse exclusivamente en la experiencia humana, sin necesidad de una
referencia trascendental. Desde su perspectiva, valores como el amor, la bondad
y la solidaridad son suficientes para otorgar dirección y propósito a nuestra
existencia. Sin embargo, el ontorrealismo responde que esta visión, aunque
bienintencionada, es insuficiente para fundamentar el sentido en términos
ontológicos. Los valores inmanentes, desprovistos de un fundamento
trascendental, son vulnerables al relativismo y la fragmentación. Al carecer de
un horizonte último, se convierten en constructos pasajeros que no pueden
trascender las crisis ni las incertidumbres de la vida.
El ser eterno, desde el
ontorrealismo, no deslegitima la inmanencia, pero la completa y le da
estabilidad. Los valores humanos encuentran su plenitud cuando se inscriben en
una totalidad trascendental que les otorga coherencia y universalidad.
Richard Dawkins, en El
espejismo de Dios (2006), afirma que el sentido de la vida puede explicarse
completamente a través de procesos evolutivos y científicos. Según él, no hay
necesidad de recurrir a un fundamento trascendental porque la biología y la
física ya ofrecen suficientes explicaciones. Sin embargo, desde el
ontorrealismo, esta perspectiva se limita al "cómo" de la existencia,
pero ignora el "por qué". Las leyes científicas describen los
mecanismos del universo, pero no explican su razón de ser.
El sentido no es reducible
a un conjunto de funciones adaptativas; es una realidad que trasciende lo
meramente utilitario. La contingencia misma del universo demanda un fundamento
último que lo explique y lo sostenga. Así, el ser eterno, lejos de ser una
competencia para la ciencia, ofrece el horizonte ontológico necesario para
integrar las explicaciones científicas dentro de una visión más abarcadora y
coherente.
Robin Le Poidevin, en Arguing
for Atheism (1996), sugiere que la búsqueda de un sentido trascendental es
innecesaria y que podemos vivir perfectamente con la incertidumbre acerca de la
razón última de las cosas. Esta postura, aunque pragmática, evade la cuestión
fundamental de la contingencia. Desde el ontorrealismo, la contingencia no es
simplemente una cuestión irresoluta; es un indicio claro de la insuficiencia
del ser finito para explicarse a sí mismo.
El ser del sentido no puede
surgir de lo contingente, ya que lo finito no posee en sí mismo la capacidad de
fundamentarse. La trascendencia no es un lujo metafísico, sino una necesidad
ontológica que da coherencia y dirección a la existencia. La propuesta de Le
Poidevin, al rechazar esta dimensión, se queda en una posición que fragmenta la
experiencia humana y renuncia a buscar una unidad última.
Michel Onfray, en Tratado
de ateología (2005), postula que el sentido de la vida puede construirse
sobre un hedonismo inmanente que celebra el presente y rechaza toda
trascendencia. Sin embargo, el ontorrealismo subraya que esta postura es
insuficiente para sostener el sentido en circunstancias que trascienden el
placer o la gratificación inmediata. Enfrentar el sufrimiento, el sacrificio o
la muerte desde una perspectiva puramente hedonista deja un vacío que no puede
ser llenado sin una referencia trascendental.
El ser eterno, al actuar
como plenitud trascendental, transforma incluso los momentos más difíciles en
oportunidades para participar en un propósito mayor. Esto no rechaza las
alegrías de la vida, sino que las integra en una visión más amplia que da coherencia
a toda la existencia.
La emergencia del ser del
sentido, desde el ontorrealismo, no es una casualidad ni una construcción
cultural, sino una realidad ontológica que conecta lo finito con su fundamento
trascendental. Frente a las propuestas ateas que reducen el sentido a la inmanencia,
la ciencia o el hedonismo, el ontorrealismo muestra que solo en el ser eterno
puede encontrarse una coherencia última que trascienda las limitaciones
humanas. Esta plenitud trascendental no solo explica la existencia, sino que la
eleva, integrando cada acto y cada pensamiento en una totalidad dinámica y
significativa.
3. Coincidencia entre Ser y
Vida
La coincidencia entre el
sentido del ser y el sentido de la vida, desde la ontorrealidad, no se limita a
una simple relación lógica ni a un concepto abstracto. Estas dimensiones están
interconectadas en una dinámica vivencial que permite a lo finito encontrar su
fundamento y propósito en el ser eterno. El ser eterno trasciende la mera
existencia, integrando cada aspecto de la vida en una plenitud trascendental
que otorga coherencia y dirección a la existencia. Este planteamiento
ontorrealista se sostiene frente a las críticas del pensamiento moderno y del
ateísmo, confrontándolos en un marco filosófico amplio y dinámico, y encuentra
resonancia en el mensaje evangélico.
El pensamiento moderno ha
introducido una ruptura entre ser y vida, reduciendo el sentido de esta última
a meras interpretaciones empíricas o psicológicas. Heidegger, en Ser y
Tiempo (1927), analiza el Dasein como una apertura hacia el ser,
pero centra su enfoque en la angustia existencial frente a la nada, sin
proponer un horizonte trascendental que unifique ser y vida. Desde el
ontorrealismo, esta separación es insuficiente, pues desliga la vida humana de su
propósito último y la deja vulnerable a una fragmentación ontológica.
Por el contrario, el
ontorrealismo afirma que la vida humana no está fragmentada ni cerrada en su
inmanencia; participa activamente en el ser eterno, encontrando en él un
propósito y una dirección que superan las limitaciones de la contingencia y la
temporalidad. Esta participación transforma cada experiencia y cada decisión en
una expresión del propósito último, reflejando la coherencia y la riqueza del
fundamento trascendental.
Henri Bergson, en La
evolución creadora (1907), aporta una perspectiva valiosa al concebir la
vida como un proceso dinámico y creativo, guiado por un impulso vital (élan
vital). Aunque no conecta explícitamente esta vitalidad con un fundamento
trascendental, su énfasis en la creatividad constante puede ser reinterpretado
desde el ontorrealismo como una expresión de la participación de lo finito en
la riqueza infinita del ser eterno. El impulso vital bergsoniano no es una
fuerza autónoma; encuentra su pleno sentido al integrarse en el horizonte
trascendental del ser eterno.
Cornelio Fabro, al
desarrollar su concepto de la analogía del ser, subraya que la participación en
el ser eterno no diluye la individualidad de lo finito. Cada ser refleja de
manera única la plenitud del ser eterno, manteniendo su diversidad y particularidad.
Desde el ontorrealismo, esta dinámica participativa conecta el ser y la vida,
transformando la existencia humana en una expresión del propósito último. En
este sentido, el enfoque de Fabro encuentra resonancias en las ideas de Bergson
sobre el dinamismo de la vida. Para ambos, la vida es más que una sucesión de
eventos; es un proceso continuo que exige un fundamento trascendental para
alcanzar coherencia y dirección. La coincidencia entre ser y vida, como la
entiende el ontorrealismo, respeta esta diversidad y la enriquece al situarla
en un marco universal de participación en el ser eterno.
El ontorrealismo entra en
diálogo con posturas ateas contemporáneas, cuestionando sus limitaciones y
ofreciendo una integración más amplia.
Comte-Sponville:
Insuficiencia de la Inmanencia. En El espíritu del ateísmo (2006), André
Comte-Sponville defiende que los valores humanos como el amor y la bondad
pueden sostener el sentido de la vida sin recurrir a la trascendencia. Sin
embargo, desde el ontorrealismo, esta propuesta es limitada porque carece de un
fundamento último que garantice la estabilidad de estos valores. Sin un
horizonte trascendental, los valores corren el riesgo de fragmentarse y perder
su universalidad. El ser eterno completa y estabiliza estos valores,
integrándolos en una plenitud coherente y dinámica.
Dawkins: Más allá del
Reduccionismo Biológico. Richard Dawkins, en El espejismo de Dios
(2006), reduce el sentido de la vida a explicaciones biológicas y evolutivas.
Desde el ontorrealismo, esta postura ignora la dimensión ontológica de la
existencia. La vida humana no puede agotarse en explicaciones mecanicistas; su
contingencia y creatividad apuntan hacia un fundamento trascendental que otorga
coherencia y propósito. El ser eterno no contradice las explicaciones
científicas, sino que las complementa al proporcionar el "por qué"
detrás del "cómo".
Le Poidevin: La
Contingencia como Evidencia del Fundamento. Robin Le Poidevin, en Arguing
for Atheism (1996), considera que el sentido de la vida puede ser una
cuestión abierta o resolverse en parámetros puramente humanos. Sin embargo, el
ontorrealismo subraya que la contingencia de la vida no es un problema
irresoluble, sino una evidencia de su insuficiencia para sustentarse a sí
misma. La coincidencia entre ser y vida, como la propone el ontorrealismo,
responde a esta insuficiencia al situar la vida dentro de un horizonte
trascendental que la dota de coherencia y propósito.
Onfray: Superando el
Hedonismo Inmanente. En Tratado de ateología (2005), Michel Onfray
promueve un enfoque hedonista e inmanente para el sentido de la vida,
rechazando la trascendencia. Sin embargo, esta perspectiva no puede integrar
las dimensiones más complejas de la existencia, como el dolor, el sacrificio y
la muerte. Desde el ontorrealismo, el ser eterno transforma incluso estas
experiencias difíciles en oportunidades para participar en una totalidad
significativa.
La perspectiva
ontorrealista encuentra un poderoso respaldo en las palabras del Evangelio. En Juan
14:6, Jesús declara: "Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie
viene al Padre sino por mí." Este pasaje subraya que Dios no es solo el
creador o sustentador de la vida, sino su esencia misma. Desde el
ontorrealismo, esta afirmación resuena profundamente, destacando que el ser
eterno no solo da sentido a la vida humana, sino que la transforma al
integrarla en una plenitud trascendental donde ser y vida coinciden plenamente.
El mensaje evangélico confirma que la vida no está aislada ni fragmentada, sino
dirigida hacia un propósito último que trasciende la contingencia. La
afirmación de Cristo como "la vida" refuerza la perspectiva
ontorrealista, mostrando que la existencia humana encuentra su coherencia y
dirección al participar en el ser eterno.
En
contraste, el budismo, al proponer la Nada (śūnyatā) como realidad última,
incurre en una limitación filosófica significativa desde la perspectiva
ontorrealista. La Nada, como vacío absoluto, niega la existencia de un
fundamento trascendental estable que otorgue coherencia y propósito al ser y a
la vida. Esta perspectiva lleva a una renuncia de toda ontología, disolviendo la
realidad en una impermanencia que niega cualquier conexión con un horizonte
trascendental pleno. Desde el ontorrealismo, la concepción budista de la Nada
carece de la capacidad para sustentar el sentido de la existencia, ya que
elimina cualquier referencia a un fundamento que trascienda lo contingente.
Así, mientras el ontorrealismo afirma una plenitud que integra y eleva lo
finito hacia el ser eterno, el budismo deja al ser humano en una búsqueda
infinita de desapego, sin ofrecer una respuesta ontológica definitiva al
problema del sentido.
Desde el ontorrealismo, el
sentido del ser y el ser del sentido no son conceptos separados ni categorías
abstractas; son dimensiones profundamente interrelacionadas que revelan cómo lo
finito encuentra su fundamento y propósito en el ser eterno. La contingencia,
lejos de ser una limitación, se interpreta como una apertura hacia una plenitud
trascendental que eleva la vida humana y la integra en una totalidad
significativa. Al integrar las perspectivas de Bergson sobre el dinamismo de la
vida, al confrontar las posturas de pensadores ateos y al inspirarse en el
mensaje del Evangelio, el ontorrealismo muestra que la coincidencia entre ser y
vida no es un lujo metafísico, sino una necesidad ontológica que da coherencia
y dirección a la existencia. El ser eterno actúa no solo como fundamento
último, sino también como plenitud vivencial, transformando lo finito en una
expresión de su riqueza infinita y su propósito trascendental.
Diálogo Imaginario
(El escenario: Un
majestuoso salón filosófico con columnas de mármol y luz natural que simboliza
la búsqueda de la verdad. Aristóteles, Tomás de Aquino, Cornelio Fabro, Henri
Bergson, André Comte-Sponville, Richard Dawkins, Robin Le Poidevin, Michel Onfray
y Ontorrealista se encuentran reunidos para debatir sobre el tema "Sentido
del Ser y Ser del Sentido". En el centro, una mesa redonda refleja la
igualdad de las ideas y su apertura al diálogo.)
Aristóteles (con tono
analítico): El ser,
como lo definí en mi metafísica, es "lo que es en cuanto es". Es la
base de todo lo que existe, aunque mi enfoque se centra en la estructura de lo
existente más que en su sentido. Ontorrealista, ¿cómo abordas el sentido del
ser desde tu perspectiva?
Ontorrealista (mirando a
Aristóteles): Aristóteles, tu definición es un punto de partida esencial. Sin
embargo, desde el ontorrealismo, el ser no solo se define por su existencia,
sino por su capacidad de otorgar sentido a lo finito. El ser eterno actúa como
un fundamento último y una plenitud trascendental que integra lo contingente
dentro de un propósito que trasciende toda limitación.
Tomás de Aquino
(interviniendo con serenidad): Esto coincide con mi desarrollo del actus essendi. Los entes
participan en el acto de ser según su naturaleza, y esta participación revela
su dependencia ontológica de una causa última. Ontorrealista, tu enfoque lleva
mi concepto hacia una dimensión más existencial. ¿Cómo conectas el sentido del
ser con el ser del sentido?
Ontorrealista (dirigiéndose
a Aquino): Tomás,
el ser del sentido emerge desde el fundamento eterno del ser, no como una mera
construcción humana, sino como una manifestación ontológica que conecta lo
finito con su plenitud trascendental. La vida, al participar en el ser eterno,
encuentra en él su dirección y propósito, superando las fragmentaciones de la
contingencia.
Fabro (con tono reflexivo): Esta conexión me recuerda
mi analogía del ser, que evita la fragmentación al mostrar cómo lo finito
refleja proporcionalmente la riqueza infinita del ser eterno. Ontorrealista,
¿cómo utilizas esta herramienta para abordar la relación entre sentido y ser?
Ontorrealista (respondiendo
a Fabro): Fabro,
la analogía del ser es central en mi enfoque. No solo muestra la dependencia
ontológica de lo finito, sino que lo convierte en una apertura dinámica hacia
una plenitud vivencial. Cada ente refleja, según su naturaleza, la riqueza del
ser eterno, integrando el sentido del ser con el ser del sentido en una
totalidad coherente.
Bergson (interviniendo con
entusiasmo): En La evolución creadora, describí la vida como un impulso vital
que guía la creatividad y la transformación constante. Aunque no incluí una
referencia explícita a la trascendencia, ¿no crees que mi concepto del élan
vital puede ser reinterpretado desde el ontorrealismo?
Ontorrealista (mirando a
Bergson):
Absolutamente, Bergson. El impulso vital, desde mi perspectiva, es una
expresión de la apertura de lo finito hacia la plenitud del ser eterno. Tu
énfasis en la dinámica creativa resalta cómo la vida está orientada hacia un
propósito último que trasciende sus límites inmanentes.
Comte-Sponville (con tono
calmado): En El
espíritu del ateísmo, propuse que el sentido de la vida puede encontrarse
en la inmanencia, a través de valores como el amor y la bondad. ¿Por qué
insistir en un fundamento trascendental?
Ontorrealista (con
firmeza):
Comte-Sponville, tus valores son loables, pero carecen de estabilidad
ontológica si se limitan a la inmanencia. Sin un fundamento trascendental, se
vuelven vulnerables al relativismo. El ser eterno no deslegitima tus valores,
sino que los completa al integrarlos en una plenitud que les da coherencia
universal.
Dawkins (con tono
escéptico): En El
espejismo de Dios, argumenté que la vida puede explicarse completamente
desde procesos biológicos y evolutivos. ¿Qué añade tu enfoque ontorrealista?
Ontorrealista (mirando a
Dawkins): Dawkins,
tu visión científica es válida, pero aborda únicamente el "cómo". La
contingencia misma de la vida, al no explicarse por los mecanismos evolutivos,
apunta hacia una causa última. El ser eterno no compite con la ciencia, sino
que la completa al proporcionar el "por qué" detrás del
"cómo".
Le Poidevin (con tono
reflexivo): En Arguing
for Atheism, sugerí que el sentido de la vida puede permanecer como una
cuestión abierta. ¿Por qué buscar una solución trascendental?
Ontorrealista (mirando a Le
Poidevin): Le
Poidevin, la contingencia no es una cuestión abierta, sino una evidencia de la
insuficiencia ontológica de lo finito para sustentarse. El ser eterno responde
a esta insuficiencia al integrar la vida humana en una totalidad que le otorga
coherencia y propósito.
Onfray (con tono
desafiante): En Tratado de ateología, rechacé la trascendencia como
innecesaria para construir una ética coherente. ¿Cómo tu perspectiva
ontorrealista justifica su importancia?
Ontorrealista (mirando a
Onfray): Onfray,
una ética inmanente es limitada porque no puede afrontar las dimensiones más
profundas de la vida, como el sacrificio y la muerte. El ser eterno transforma
estas experiencias difíciles en oportunidades para participar en una totalidad
significativa, donde ser y vida coinciden plenamente.
Evangelio (emergiendo como
guía): Jesús
dijo: "Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino
por mí". Desde el ontorrealismo, esta afirmación refuerza la idea de
que el ser eterno no es una abstracción lejana, sino una plenitud vivencial que
transforma la existencia humana al integrarla en un propósito último.
Ontorrealista
(concluyendo): Desde mi perspectiva, el sentido del ser y el ser del sentido no son
conceptos separados, sino dimensiones profundamente interrelacionadas que
muestran cómo lo finito encuentra su fundamento y propósito en el ser eterno.
Tanto las aportaciones filosóficas como el mensaje evangélico confirman que
esta plenitud trascendental no solo sostiene la vida, sino que la eleva hacia
una totalidad dinámica y significativa.
§9
Conclusión:
Camino hacia lo Eterno
1. Síntesis
A lo largo de esta obra,
hemos explorado cómo el sentido del ser y el ser del sentido, desde la
perspectiva ontorrealista, revelan una profunda conexión entre lo finito y lo
trascendente. Lo contingente, lejos de ser una limitación, se convierte en una
apertura hacia una plenitud que sostiene, dirige y da coherencia a la
existencia. Hemos integrado ideas clásicas como las de Aristóteles y Tomás de
Aquino, enriquecido la discusión con las aportaciones modernas de Bergson, y
confrontado críticamente las posturas ateas de Comte-Sponville, Dawkins, Le
Poidevin y Onfray. Al hacerlo, se ha demostrado que el ontorrealismo ofrece una
visión unificadora que trasciende la inmanencia y permite una comprensión más
profunda del ser, la vida y su coincidencia. El marco ontorrealista encuentra
su confirmación en el mensaje evangélico, particularmente en las palabras de
Jesús: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Juan 14:6),
mostrando que el ser eterno no solo fundamenta lo finito, sino que lo
transforma al integrarlo en su plenitud. Esta síntesis invita al lector a
conectar razón y vivencia, descubriendo un horizonte trascendental que eleva la
vida humana hacia su propósito último.
2. Impacto Contemporáneo
La propuesta ontorrealista
responde directamente a los desafíos existenciales de la sociedad moderna,
caracterizada por el relativismo, la fragmentación y el nihilismo
postmetafísico. En un mundo donde la trascendencia se rechaza y los valores
parecen disolverse en la subjetividad, el ontorrealismo restablece la conexión
entre lo finito y lo eterno, mostrando que la vida tiene un fundamento estable
y universal que otorga dirección y coherencia a la existencia.
Esta perspectiva permite
superar el vacío del nihilismo y la apatía cultural, devolviendo esperanza y
propósito a una humanidad que ha perdido el contacto con el sentido pleno del
ser. La participación en el ser eterno no solo ofrece una salida a las crisis
contemporáneas, sino que inspira una visión renovada de la existencia que
integra razón, vivencia y trascendencia en una totalidad significativa.
3. Invitación al pensar
El pensar está llamado a
reflexionar sobre los argumentos desarrollados y a emprender su propio camino
hacia lo eterno. Este camino no es una simple especulación filosófica, sino una
experiencia transformadora que conecta cada aspecto de la vida humana con su
fundamento trascendental. La ontorrealidad invita a superar las limitaciones de
la inmanencia, recuperar el sentido pleno del ser y la vida, y participar
activamente en la plenitud del ser eterno.
Como afirma el Evangelio,
"Yo soy el camino, la verdad y la vida". En este marco, el
ontorrealismo no solo ofrece una interpretación filosófica, sino también un
modelo vivencial que transforma la manera en que enfrentamos la existencia. El
lector está invitado a trascender las crisis modernas, rescatar los valores y
las virtudes, y vivir conforme al propósito último que conecta la vida humana
con la riqueza infinita del ser eterno.
Acotaciones Finales
Ontorrealismo como una
Filosofía Coherente y Racional El ontorrealismo es una propuesta que se
fundamenta en principios lógicos y una integración rigurosa entre la metafísica
clásica y las exigencias existenciales contemporáneas. Su coherencia filosófica
radica en su capacidad para explicar la relación entre lo finito y lo
trascendente mediante categorías como el actus essendi de Tomás de
Aquino, la analogía del ser de Cornelio Fabro y el dinamismo vital de Henri
Bergson. Además, lejos de ser una mera especulación abstracta, se conecta
profundamente con la vivencia humana, respondiendo a preguntas fundamentales
sobre el sentido, la existencia y la dirección de la vida. Desde un marco
ontológico, el ontorrealismo une razón y trascendencia de una manera que supera
tanto los reduccionismos materialistas como las interpretaciones excesivamente
subjetivas, presentando una visión del ser como origen, plenitud y horizonte
final de toda realidad.
El nihilismo
postmetafísico, característico de una sociedad anética, rechaza toda
trascendencia y reduce la realidad a un conjunto de contingencias sin sentido
ni fundamento. Este vacío existencial, que a menudo se traduce en apatía,
relativismo y fragmentación, es superado por el ontorrealismo al restablecer la
conexión entre la contingencia y el ser eterno como fundamento trascendental.
Al integrar lo finito en una totalidad que apunta hacia una plenitud vivencial,
el ontorrealismo demuestra que la existencia no está condenada a la nada, sino
abierta hacia un horizonte último que da coherencia y propósito. En este
sentido, la participación activa en el ser eterno ofrece una salida al
nihilismo, devolviendo a la humanidad una visión espiritual, esperanzadora y
unificada de la vida.
El ontorrealismo ofrece un
fundamento trascendental que hace posible la recuperación de la vida moral, las
virtudes y los valores en un mundo que parece haber perdido su sentido ético.
Al situar los valores dentro de la plenitud del ser eterno, asegura su
estabilidad y coherencia universal, superando las limitaciones del relativismo
inmanente. Desde esta perspectiva, las virtudes no son meras construcciones
culturales, sino expresiones de la participación humana en la riqueza infinita
del ser eterno. Esta conexión con el fundamento trascendental no solo otorga
sentido a la moralidad, sino que también inspira a las personas a vivir
conforme a ideales más elevados, integrando cada acción en una totalidad que
refleja la verdad, la bondad y la belleza como aspectos esenciales del ser
eterno.
4. Ontorrealismo: Integración
Filosófica y Respuesta a Otras Corrientes
El ontorrealismo se
presenta como una propuesta filosófica que responde de manera integradora a
diversas corrientes de pensamiento, destacando sus diferencias y aportando una
estructura ontológica basada en la analogía del ser. A diferencia del platonismo,
que separa lo sensible de lo trascendental en dos mundos distintos, el
ontorrealismo enfatiza la unidad entre ambos, permitiendo una conexión
vivencial con lo eterno. Frente al aristotelismo, que se orienta al análisis
funcional y empírico, el ontorrealismo amplía la teleología y el acto puro
hacia una plenitud trascendental que fundamenta la existencia.
En contraste con el
estoicismo, que enfatiza un logos inmanente y un orden necesario, el
ontorrealismo resalta la participación consciente en la plenitud del ser,
evitando el fatalismo. En el marco del idealismo subjetivo, tal como lo plantea
Fichte, el ontorrealismo rechaza la reducción de la realidad al pensamiento
individual y afirma que el ser eterno fundamenta la subjetividad. Del mismo
modo, se distancia del idealismo objetivo de Schelling, al reconocer la unidad
sin eliminar la diversidad ontológica, y del idealismo absoluto de Hegel,
afirmando que la plenitud trascendental no depende del devenir histórico, sino
que sostiene la realidad en su totalidad.
En relación con el
marxismo, el ontorrealismo no se limita a una explicación materialista de la
historia y el conflicto de clases, sino que incorpora un horizonte
trascendental que fundamenta la dignidad humana y la justicia. Frente al
pragmatismo, que define la verdad en términos de funcionalidad, el
ontorrealismo sostiene que la verdad no se reduce a la utilidad, sino que
participa del ser eterno. En cuanto a la filosofía analítica, sugiere una
ampliación del lenguaje y las categorías hacia una comprensión ontológica
vinculada a lo trascendental, evitando el reduccionismo lingüístico y
funcionalista.
El ontorrealismo también
responde al modernismo al conectar el progreso y la universalidad con un
fundamento ontológico trascendente, evitando los excesos del tecnocratismo. En
el existencialismo, redefine la angustia y la temporalidad como una relación participativa
con el ser eterno, ofreciendo un sentido más allá del absurdo. Dentro del
estructuralismo y la semiótica, integra los sistemas lingüísticos y simbólicos
en un horizonte trascendental que otorga coherencia a las estructuras
culturales.
A nivel social y político,
el ontorrealismo aporta al feminismo una visión en la que la lucha por la
igualdad y la dignidad se inscribe en una estructura trascendental que reconoce
el valor absoluto de cada individuo. En oposición al relativismo posmoderno,
que fragmenta la realidad, el ontorrealismo propone una unidad trascendental
que armoniza la diversidad sin anularla. Frente al ateísmo, ofrece una
alternativa a la negación total de lo divino, proponiendo que la existencia
finita no es autosuficiente, sino que requiere un fundamento ontológico eterno.
En suma, el ontorrealismo
no solo se posiciona como una corriente filosófica diferenciada, sino que
dialoga con los distintos enfoques del pensamiento a lo largo de la historia,
ofreciendo una síntesis en la que lo finito y lo infinito encuentran un vínculo
estructurado y jerárquico. Su modelo de realidad permite superar los
reduccionismos y establecer una visión integral que, al reconocer la
participación de los entes en la plenitud del ser, reconfigura el significado
de la existencia.
5. Objeciones Principales al Ontorrealismo y Respuesta Filosófica
El ontorrealismo ha sido objeto de diversas críticas, principalmente en
los ámbitos ontológico, epistemológico y normativo. En cuanto a las objeciones
ontológicas, algunos sostienen que esta corriente depende en exceso de la
noción de un ser eterno, sin ofrecer una justificación autónoma para el ser
finito. Sin embargo, el ontorrealismo responde que la contingencia del ser
finito exige un fundamento trascendental para explicar su coherencia y
propósito. Otra objeción ontológica señala que la insistencia en la
participación en el ser eterno podría diluir la diversidad y singularidad de
los entes. No obstante, el ontorrealismo defiende que cada ente mantiene su
singularidad al ser una expresión única de la plenitud del ser eterno, sin
perder su identidad propia.
Desde una perspectiva materialista, se acusa al ontorrealismo de
promover un dualismo incompatible con la unidad de la realidad. Frente a esta
crítica, el ontorrealismo argumenta que integra lo finito y lo trascendental en
una totalidad dinámica y participativa, evitando la separación radical entre
ambos.
En el plano epistemológico, una de las objeciones más recurrentes es el
acceso limitado a lo trascendente, dado que su existencia está más allá de la
experiencia humana y no puede ser verificada empíricamente. A esto, el
ontorrealismo responde que la dependencia ontológica de lo finito y sus
características apuntan racionalmente hacia la existencia de lo eterno como
fundamento último. Asimismo, se critica que la analogía del ser depende de
interpretaciones subjetivas que carecen de uniformidad filosófica. En
respuesta, el ontorrealismo sostiene que la analogía del ser es una herramienta
conceptual que permite integrar lo finito con lo absoluto de manera
proporcional y objetiva, evitando reduccionismos.
Desde una óptica postmoderna, se plantea la relatividad de lo inmanente,
argumentando que todo sentido es relativo y que lo absoluto es inaccesible. No
obstante, el ontorrealismo afirma que lo relativo encuentra su coherencia
última en el fundamento universal del ser eterno, estableciendo así un marco
ontológico sólido. En cuanto a las objeciones normativas, se señala que el
ontorrealismo, al centrarse en el ser, no proporciona un marco claro para
decisiones morales específicas. Sin embargo, el ontorrealismo argumenta que los
valores éticos se conectan con la plenitud del ser eterno, garantizando
estabilidad y coherencia universal en la moralidad. También se le critica por
ser un idealismo abstracto que podría alejarse de las urgencias prácticas de la
vida cotidiana. Frente a esto, el ontorrealismo sostiene que transforma la
experiencia cotidiana al integrarla en una visión trascendental significativa.
Por último, algunos afirman que el ontorrealismo podría limitar el
diálogo interdisciplinario al centrarse exclusivamente en categorías
metafísicas. No obstante, el ontorrealismo defiende que su integración de
razón, vivencia y trascendencia facilita el diálogo con múltiples disciplinas
filosóficas y científicas, permitiendo una convergencia de perspectivas.
En resumen, aunque el ontorrealismo enfrenta diversas críticas, sus
fundamentos filosóficos le permiten responder con solidez, defendiendo su
capacidad para integrar lo finito con lo eterno y estructurar una visión
coherente de la realidad.
Colofón
Ontorrealismo y la
Reconfiguración
del Pensamiento Filosófico
El ontorrealismo emerge como una respuesta integral a las corrientes
filosóficas que han definido el pensamiento occidental. Frente a los enfoques
que reducen la realidad a esquemas monistas o inmanentistas, el ontorrealismo
presenta una visión que armoniza lo finito con lo eterno sin perder la
estructura ontológica de la diversidad.
La propuesta ontorrealista no busca sustituir otras tradiciones
filosóficas, sino integrarlas dentro de una comprensión que reconoce la
trascendencia como principio estructurador del ser. La analogía del ser, como
herramienta conceptual, permite establecer una relación proporcional entre los
entes finitos y la plenitud ontológica sin caer en reduccionismos. A lo largo
de la historia, muchas corrientes han tratado de comprender la relación entre
lo contingente y lo absoluto. Desde el platonismo hasta el posmodernismo, el
pensamiento filosófico ha debatido sobre la trascendencia y la estructura del
ser. El ontorrealismo responde a estas interrogantes recuperando el sentido
participativo de los entes sin negar su autonomía ontológica. Spinoza,
Schelling y Hegel ofrecieron modelos de pensamiento que fusionan lo finito con
lo absoluto, pero estas visiones tienden a diluir la trascendencia en procesos
históricos o estructurales. En contraste, el ontorrealismo reafirma la
diferencia ontológica entre lo eterno y lo contingente, permitiendo una
relación en la que cada ente ocupa un lugar único dentro de una jerarquía
ordenada.
La crítica ontorrealista al materialismo y al nihilismo contemporáneo
radica en su capacidad de recuperar la unidad del ser sin desdibujar la
singularidad de los entes finitos. Esto es crucial en un contexto donde la
fragmentación filosófica ha llevado a interpretaciones reduccionistas sobre la
realidad. Edith Stein y Tomás de Aquino proporcionan los fundamentos esenciales
para comprender la participación del ser finito en el orden trascendental. Sus
planteamientos son clave para la construcción del marco conceptual
ontorrealista, pues ofrecen una visión que evita el panteísmo y el
reduccionismo.
Desde una perspectiva epistemológica, el ontorrealismo también responde
a la crisis del conocimiento moderno. Mientras el empirismo y el racionalismo
han limitado la comprensión de la verdad a criterios funcionales, el
ontorrealismo introduce un enfoque en el que la verdad se fundamenta en la
plenitud ontológica y no solo en la utilidad o la percepción subjetiva. En
cuanto a su aplicación ética, el ontorrealismo sostiene que los valores y
principios morales encuentran su estabilidad en el fundamento trascendental del
ser. Esto permite superar el relativismo contemporáneo y garantizar una
estructura de valores que no dependa únicamente de factores sociales o
históricos.
El impacto del ontorrealismo no se restringe al ámbito metafísico, sino
que tiene implicaciones en la antropología filosófica y la comprensión de la
dignidad humana. Al reconocer que cada individuo participa en el ser eterno sin
perder su singularidad, el ontorrealismo fortalece una visión humanista en la
que la dignidad no es una construcción social arbitraria, sino un reflejo de
una plenitud ontológica. Dentro del panorama cultural y científico, el
ontorrealismo ofrece un marco conceptual que permite el diálogo con diversas
disciplinas. A diferencia de enfoques excesivamente especializados, el
ontorrealismo proporciona una estructura integradora que reconoce la
interdependencia entre los distintos niveles de realidad.
El rechazo ontorrealista a la fragmentación posmoderna se basa en su
capacidad de articular lo relativo dentro de una estructura unificada. Mientras
el pensamiento posmoderno disuelve los fundamentos ontológicos en
construcciones inestables, el ontorrealismo reafirma la necesidad de un
principio estructurador trascendental. El ontorrealismo no niega la historia ni
la contingencia, sino que reconoce que toda realidad finita encuentra su
fundamento en la plenitud ontológica. Este enfoque permite una comprensión más
profunda de la existencia, superando interpretaciones que limitan la realidad a
procesos mecánicos o constructos sociales. La trascendencia, en el marco
ontorrealista, no es un concepto abstracto ni un elemento secundario en la
estructura filosófica. Es el fundamento ontológico que permite la coherencia de
lo finito y proporciona una explicación racional sobre la unidad del ser. En
tiempos de incertidumbre filosófica y relativismo, el ontorrealismo se presenta
como una alternativa que permite reconstruir el sentido de la existencia sin
recurrir a esquemas dogmáticos ni limitaciones epistemológicas excesivas.
El ontorrealismo no impone una única forma de pensamiento, sino que
ofrece una estructura conceptual flexible que respeta la diversidad de los
entes y sus relaciones ontológicas sin sacrificar la coherencia filosófica. Desde
una perspectiva interdisciplinaria, el ontorrealismo facilita el diálogo entre
la metafísica, la ética, la antropología y la epistemología, permitiendo una
integración de conocimientos que responde a los desafíos intelectuales
contemporáneos. El valor del ontorrealismo radica en su capacidad para
reconfigurar el pensamiento filosófico sin caer en reduccionismos ni en
dogmatismos excluyentes. Es un modelo que armoniza la pluralidad con la unidad
ontológica, asegurando una comprensión integral del ser. Más allá de sus
implicaciones teóricas, el ontorrealismo tiene un impacto en la manera en que
el ser humano percibe su existencia. Ofrece una visión en la que cada
individuo, lejos de estar atrapado en un sistema cerrado, participa activamente
en una realidad trascendental.
En conclusión, el ontorrealismo no solo representa una propuesta
filosófica innovadora, sino que también responde a las inquietudes
fundamentales del pensamiento contemporáneo. Su capacidad para reconciliar lo
finito y lo eterno lo posiciona como una corriente que redefine la relación
entre el conocimiento, la ética y la ontología. Su perspectiva permite
reconstruir el horizonte del pensamiento filosófico, proporcionando un enfoque
integrador que responde a la crisis ontológica de la modernidad. Con ello, el
ontorrealismo no solo expone una alternativa conceptual, sino que transforma la
manera en que la filosofía aborda los problemas esenciales del ser.
El ontorrealismo
encuentra sustento en la Palabra Revelada de Dios, pues en la Escritura se
reafirma la relación entre lo finito y lo eterno sin perder la distinción
ontológica entre el Creador y su creación. En Colosenses 1:16-17,
se declara: "Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en
los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles (...) Todo fue
creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las
cosas en él subsisten." Este pasaje refuerza la idea central
ontorrealista de que los entes finitos participan en la plenitud ontológica de
Dios sin perder su individualidad. Asimismo, en Hechos 17:28,
se nos recuerda: "Porque en él vivimos, nos movemos y existimos...",
lo que confirma que la existencia de los seres contingentes tiene su fundamento
en la trascendencia divina. Estas referencias bíblicas ratifican que la postura
ontorrealista no es una mera especulación filosófica, sino que se armoniza con
la revelación de Dios sobre la estructura del ser y su propósito eterno.
Desde una perspectiva metafísica, la afirmación de Colosenses 1:16-17
y Hechos 17:28 fortalece la visión ontorrealista al destacar que la
existencia finita no es un mero accidente del cosmos, sino que halla su
fundamento en la plenitud ontológica de Dios. Esta participación en el ser
divino no implica una fusión absoluta entre lo finito y lo eterno, sino una
relación estructurada en la que cada ente conserva su identidad sin desligarse
de su fuente trascendental. El ontorrealismo, en este sentido, evita el reduccionismo
mecanicista y el nihilismo al reconocer que el ser finito tiene un propósito y
una interdependencia con el Absoluto, lo que otorga sentido y dirección a la
existencia.
Teológicamente, esta concepción resuena con la doctrina de la creación y
la providencia divina. La Escritura revela que Dios no solo origina el ser,
sino que lo sustenta continuamente, evitando que caiga en el vacío ontológico.
En Hebreos 1:3, se reafirma esta idea: "Él, que es el resplandor
de su gloria y la imagen misma de su sustancia, y que sustenta todas las cosas
con la palabra de su poder...". Este pasaje refuerza la perspectiva
ontorrealista de una ontología participativa, en la cual lo finito es sostenido
por lo eterno sin perder su distinción. Así, el pensamiento ontorrealista no
solo se configura como una propuesta filosófica coherente, sino que también se
inserta dentro de la revelación bíblica, garantizando una visión del ser que
preserva la trascendencia divina sin excluir la autonomía ontológica de los
entes contingentes.
El ontorrealismo
encuentra una profunda resonancia en las palabras de Jesús en Juan
6:35: "Yo soy el pan de vida; el que a mí viene,
nunca tendrá hambre, y el que en mí cree, no tendrá sed jamás."
Este versículo revela una estructura ontológica en la que el ser finito
participa de una plenitud trascendental sin perder su propia individualidad.
Desde una perspectiva ontorrealista, el pan de vida no es solo un símbolo
metafórico, sino una expresión de la realidad ontológica de Cristo como
fundamento absoluto del ser. En esta concepción, la existencia humana no está
condenada a la contingencia vacía ni a la autosuficiencia ilusoria, sino que
halla su plenitud en la relación con lo eterno. El hambre y la sed que Jesús
menciona no se refieren únicamente a necesidades físicas, sino al vacío
ontológico que resulta de la separación de la fuente suprema del ser. Así, el
ontorrealismo sostiene que la plenitud del ser no se encuentra en la mera
autonomía finita ni en construcciones filosóficas aisladas, sino en la comunión
con la trascendencia, que garantiza una estructura de existencia en la que cada
ente participa de la eternidad sin ser absorbido por ella.
Esto confirma que la
ontología cristiana no es un sistema cerrado ni una abstracción sin impacto,
sino una realidad viva en la que la relación entre lo finito y lo eterno
adquiere una dimensión existencial concreta. De esta manera, el pensamiento
ontorrealista se consolida como una visión que no solo armoniza la filosofía
con la revelación, sino que también ofrece una respuesta a la crisis ontológica
contemporánea al reafirmar que la plenitud del ser está en el reconocimiento de
lo trascendente como fundamento último de la existencia.
El ontorrealismo no
rechaza ni contradice la doctrina escatológica revelada en la Biblia, pues
reconoce que la historia y la existencia finita están orientadas hacia un
cumplimiento último en la plenitud ontológica de Dios. En Mateo
24:35, se nos dice: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis
palabras no pasarán." Este principio confirma que la realidad
contingente está sujeta a un destino trascendental, sin que ello implique una
negación de la autonomía ontológica de los seres creados. Así, el ontorrealismo
no desestima el Apocalipsis ni la consumación del mundo, sino que los considera
parte de la estructura ontológica en la que lo finito alcanza su plenitud en la
eternidad divina, sin perder su significado dentro del orden providencial
establecido por Dios.
El ontorrealismo
reafirma que la comunicación entre lo trascendente y lo inmanente no es
meramente conceptual, sino una realidad viva fundamentada en el amor divino. En
Juan 15:15, Jesús declara: "Ya
no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os
he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre os las he dado a
conocer." Este pasaje revela que la relación entre Dios y los
seres finitos no es la de un dominio impersonal, sino la de una participación
auténtica en su verdad. Así, el ontorrealismo rescata la comunión ontológica
entre el Creador y su creación, donde lo finito no es meramente subordinado a
lo eterno, sino llamado a una relación activa y consciente con la plenitud
ontológica. Esta visión evita interpretaciones mecanicistas o reduccionistas de
la existencia, garantizando que la humanidad no es un mero engranaje en el
cosmos, sino destinataria de una amistad divina que confirma su vocación
trascendental.
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Índice
Prólogo
Introducción
§1. Introducción: Más Allá
de la Inmanencia
§2. Punto de Partida: El
Ente Concreto como Señal
1. Fundamento de la Reflexión
en lo Cotidiano.
2. El Ente como Dependencia
3. Evidencia hacia lo
Trascendente
Diálogo imaginario
§3. El Ser más Allá del
Tiempo
1. El Ser Atemporal
2. Relación entre Ser y
Eternidad
3. Crítica al Reduccionismo.
Diálogo imaginario
§4. Sentido Analógico del
Ser
1. La Analogía como Enfoque
Filosófico
2. Grados y Relaciones del Ser
3. La Analogía como
Herramienta Transformadora
Diálogo imaginario
§5. Inmanencia, Nihilismo y
Nada
1. La Trampa del Nihilismo
filosófica al vacío existencial.
2. La Nada como Falsa
Conclusión
3. Horizonte Trascendental
como Alternativa
Diálogo imaginario
§6. Inmanencia y
Trascendencia: Reconciliación Filosófica
1. La Trascendencia como
Contrapunto
2. Relación Dialéctica
3. Implicaciones para el
Sentido Humano
4. Fundamentación
ontorrealista ampliada
Diálogo imaginario
§7. Punto de Llegada: El
Ser Eterno como Horizonte Final
1. De lo Finito a lo Fundante
2. Nueva Demostración de la
Existencia de Dios
3. El Ser Eterno como
Redefinición
Diálogo imaginario
§8. Sentido del Ser y Ser
del Sentido
1. El Sentido del Ser como
Fundamento
2. Emergencia del Ser del
Sentido
3. Coincidencia entre Ser y
Vida.
Diálogo imaginario
§9. Conclusión: Camino
hacia lo Eterno
1. Síntesis de la Propuesta
2. Impacto Contemporáneo
3. Invitación al Lector
4.
Ontorrealismo:
Integración Filosófica y Respuesta a Otras Corrientes
5.
Objeciones Principales al Ontorrealismo y Respuesta Filosófica
Colofón
Bibliografía
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