martes, 6 de mayo de 2025

ONTORREALISMO Más Allá de la Inmanencia, Camino hacia lo Eterno (Próxima publicación)

 Gustavo Flores Quelopana

 


 

 

ONTORREALISMO

Más Allá de la Inmanencia, Camino hacia lo Eterno


BIODATA Gustavo Flores Quelopana (Lima, 1959). Filósofo, poeta y escritor, peruano de frondosa obra y ágil pluma. Expresidente de la Sociedad Peruana de Filosofía, presidente tres veces en la Sociedad Internacional Tomás de Aquino (SITA-Perú). Disertante en universidades de Colombia, Panamá, México y Perú. Sus aportes filosóficos se traducen en varias categorías: lo “Numinocrático”, aplicado a la filosofía prehistórica; “Mitomorfico” para entender el filosofar arcaico; “Mitocrático”, para comprender la filosofía ancestral; lo “Anético”, para categorizar la crisis moral y antropológica de la posmodernidad; la Justicia como “Copertenencia”; el “Hiperimperialismo”, como lo característico y esencial de la globalización neoliberal actual; la “Cibercracia”, régimen político hacia el cual marcha el capitalismo digital; el “Ciber Deus”, como realidad posible de la Inteligencia Artificial Fuerte, la “paradoja antrópica”, como categoría clave para entender la destrucción ecológica por la modernidad objetivante y antimetafísica, y el “Neobrutalismo” como fenómeno espiritual de carácter terminal en toda civilización.

Prólogo

 

 

 

 

La modernidad ha sellado el horizonte del pensamiento dentro de los muros de la inmanencia. La mirada humana, otrora en busca de lo eterno, ha sido confinada a la urgencia de lo inmediato, a la fragmentación de lo útil, a la sucesión inerte de lo contingente. Despojado de su sentido más profundo, el ser ha sido reducido a función, convertido en objeto de cálculo y explotación, relegado al anonimato del tiempo que transcurre sin memoria. La realidad, desgajada de su totalidad, ha sido fracturada en un conjunto de piezas dispersas, incapaces de sostener un significado último.

En estas páginas se emprende un camino para desafiar esta clausura ontológica, para restituir la relación perdida entre lo finito y lo eterno. La hegemonía de la inmanencia ha pretendido instaurarse como el único paradigma válido, pero su insuficiencia se revela en la crisis de sentido que atraviesa la existencia moderna. El vacío no es un accidente, sino la consecuencia inevitable de un pensamiento que ha sellado toda trascendencia, condenando la vida a una marcha sin dirección. Sin embargo, más allá de este cerco impuesto, aún persiste la huella de lo absoluto, el resplandor de lo eterno que, a pesar del olvido, sigue reclamando su lugar. La filosofía contemporánea ha intentado bordear este abismo con diversas respuestas. Quentin Meillassoux, en Después de la finitud, postula la contingencia absoluta como vía para liberar el pensamiento de toda necesidad metafísica, pero en su afán por superar el dogma, el ser queda disuelto en lo imprevisible, privado de fundamento. Jean-Luc Marion, en Siendo dado, repliega lo trascendente dentro del ámbito de la fenomenología de la conciencia, pero su enfoque, lejos de romper la clausura ontológica, permanece atrapado en una recepción subjetiva del ser, sin atravesar realmente los límites de la inmanencia. William Desmond, en El ser y el entre, busca superar el nihilismo mediante una filosofía de la sobreabundancia, pero su planteamiento carece de una estructura ontológica que restituya la participación entre lo finito y lo eterno.

El Ontorrealismo no es una variación dentro de estas corrientes; es un camino completamente distinto. No se limita a una reacción ante la crisis de la inmanencia ni a una reformulación dentro de los marcos filosóficos existentes. Es una afirmación de la plenitud del ser, una reconstrucción ontológica que restablece la conexión perdida entre la existencia contingente y su fundamento absoluto. Aquí, cada ente concreto, cada fragmento de lo real, no es una presencia aislada, sino un vestigio que señala hacia lo eterno, un eco de la totalidad que subyace en su manifestación finita.

Desde lo cotidiano surge la primera evidencia. Cada ente concreto, cada instante de realidad, revela su insuficiencia intrínseca, su dependencia de un fundamento que lo trasciende. La experiencia humana está marcada por la intuición de que lo finito no es absoluto, sino una manifestación que apunta hacia algo más. Aquí se inicia la reflexión sobre cómo los entes funcionan como señales que nos conducen hacia la existencia fundante. Lo contingente no es solo un fragmento aislado: es un vestigio de la eternidad. En esta travesía, el tiempo deja de ser un mero flujo de instantes sucesivos y se revela como un vínculo entre lo transitorio y lo absoluto. La comprensión reduccionista del ser como simple función dentro de la inmanencia es reemplazada por una visión más amplia, donde lo finito encuentra su sentido en la participación con la totalidad. La ética, en este marco, deja de ser una imposición externa y se muestra como la manifestación de la estructura misma del ser, revelando que el fundamento último de la realidad es inseparable de su dimensión moral.

Jean-Luc Marion, en su exploración del fenómeno saturado, parece haber quedado atrapado en la subjetividad, pues el ser no se da como fundamento ontológico, sino como exceso en la conciencia receptiva. Su perspectiva fenomenológica reinterpreta lo trascendente como una experiencia que desborda la capacidad intencional, pero en lugar de restituir el sentido ontológico, lo repliega en la subjetividad del receptor. Frente a ello, el Ontorrealismo no confina lo eterno al espacio de la conciencia, sino que lo afirma como el principio estructural del ser, independiente de la percepción humana.

Más allá del nihilismo, más allá del vacío impuesto por la clausura ontológica, se abre el horizonte de la plenitud. El Ontorrealismo no es solo una interpretación teórica, sino una restauración del sentido en su forma más radical. En estas páginas no se promete un sistema cerrado, sino un umbral abierto hacia la contemplación, un itinerario que no busca certezas rígidas, sino la expansión del pensamiento hacia lo eterno.

No es un cierre, no es una conclusión definitiva. Es el inicio de una búsqueda, de una recuperación ontológica que restituye el vínculo perdido entre el ser y su fuente fundante. Quien recorra estas páginas no encontrará fórmulas agotadas ni respuestas predefinidas, sino una invitación al pensamiento radical, allí donde lo finito reconoce su relación esencial con lo absoluto. Este recorrido no es un ejercicio especulativo sin consecuencias, sino una restauración de la totalidad del ser. Aquí se despliega una vía para comprender la existencia en su relación fundamental con la eternidad. Aquí no hay abstracciones vacías, sino una estructura filosófica que rescata lo olvidado.

La modernidad ha querido cerrar la puerta de la trascendencia, pero el sentido persiste, esperando ser redescubierto. Aquí comienza el camino hacia lo absoluto, hacia la restitución de la unidad perdida, hacia la revelación de que, más allá de la inmanencia, el ser eterno sigue sosteniendo la existencia.

El Ontorrealismo, como estructura metafísico-teológica, se fundamenta en la afirmación de que la existencia finita no es un fenómeno autónomo ni desligado de su origen absoluto, sino una participación en la plenitud del ser. Esta concepción encuentra una profunda validación en la Palabra revelada, donde se establece que la realidad creada no subsiste por sí misma, sino que halla su fundamento en Dios. En Juan 1:3, se declara: "Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho fue hecho." Este principio ontológico confirma que el ser no es una construcción arbitraria, sino una manifestación ordenada de la plenitud divina. Así, el Ontorrealismo reconoce que lo finito no posee una existencia independiente, sino que participa de lo eterno sin perder su identidad.

Este vínculo entre la existencia contingente y su origen trascendental también es resaltado en Juan 8:12, donde Jesús afirma: "Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida." Aquí, la metafísica ontorrealista encuentra una correspondencia con la revelación, pues el ser no es un mero acontecimiento en la inmanencia, sino que se halla iluminado por la trascendencia. La luz de Cristo no es únicamente una metáfora moral, sino la expresión ontológica de que lo finito alcanza su plenitud en la comunión con lo absoluto. En este marco, el Ontorrealismo no niega la autonomía de los entes, sino que la sitúa dentro de una estructura ontológica en la que cada existencia concreta halla su sentido en relación con la totalidad del ser.

Finalmente, en Juan 14:6, Jesús revela el principio estructurador de toda realidad al decir: "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí." En esta declaración, la visión ontorrealista se ve confirmada en su planteamiento central: la existencia no es un tránsito sin dirección, sino un camino orientado hacia su fundamento absoluto. La verdad del ser no radica en la fragmentación de lo finito, sino en su participación con la plenitud ontológica. De esta manera, el Ontorrealismo no es una especulación filosófica aislada, sino un marco conceptual que se corresponde con la revelación divina, reafirmando que el sentido último de la existencia solo puede ser comprendido en su relación esencial con la eternidad.

 

 

§1

Introducción

Más Allá de la Inmanencia

 

1. Planteamiento del Problema Filosófico

La modernidad ha consolidado la hegemonía de la inmanencia como paradigma dominante, estructurando la visión del mundo y de la realidad a partir de lo inmediato, lo tangible y lo finito. Este marco conceptual ha clausurado la apertura hacia lo trascendente, relegando cualquier búsqueda de lo absoluto al ámbito de la especulación metafísica desacreditada o incluso marginalizada. En consecuencia, el horizonte del pensamiento contemporáneo ha quedado reducido a las categorías de utilidad y productividad, desconectando al ser humano de aquello que le permite comprenderse como partícipe de un fundamento eterno.

La inmanencia no solo ha moldeado el pensamiento, sino que también ha alterado la experiencia humana del ser, fragmentándola y desvinculándola de su origen metafísico. Sin lo trascendente como horizonte de sentido, el ser humano ha quedado atrapado en una existencia contingente, enraizada en lo temporal y carente de proyección hacia lo eterno. Este vacío ha generado una crisis de sentido que no solo afecta al ámbito filosófico, sino que también se manifiesta en los aspectos éticos, sociales y existenciales de la vida humana. En este contexto, la reducción del ser a lo inmanente no solo empobrece la metafísica, sino que también socava las bases normativas que orientan la vida hacia su plenitud. Esta crisis se profundiza con la consolidación del nihilismo como la conclusión inevitable de un pensamiento que ha negado lo trascendente. El nihilismo no es únicamente la afirmación de la nada, sino también la desintegración de las estructuras éticas y normativas que daban coherencia y dirección a la vida humana. La ausencia de un fundamento trascendental ha llevado a una erosión anética de la existencia, donde las decisiones y acciones ya no encuentran sustento en un orden ontológico universal. Frente a este panorama, se hace indispensable replantear las categorías que sostienen nuestra comprensión del ser y articular una respuesta que permita superar las insuficiencias de la inmanencia.

2. Fundamentos Teóricos

La propuesta de esta obra se erige sobre un diálogo con la tradición metafísica y ontológica que, a lo largo de la historia, ha buscado comprender el ser en toda su profundidad y riqueza. Desde la concepción del "ser en cuanto ser" de Aristóteles hasta la noción del ser como acto puro en Tomás de Aquino, esta obra recoge los aportes fundamentales de la filosofía clásica, así como las reflexiones más recientes de autores como Heidegger, quien destacó la desconexión entre el ser y el pensamiento en la modernidad. Sin embargo, lejos de limitarse a una mirada retrospectiva, esta obra incorpora una crítica rigurosa al pensamiento contemporáneo, abordando las insuficiencias del paradigma inmanentista. El marco conceptual se sustenta en la necesidad de superar las limitaciones impuestas por una comprensión reduccionista del ser, que lo encierra en categorías unívocas y lo desvincula de su fundamento eterno. Para ello, se revisan conceptos clave como tiempo, eternidad, finitud y trascendencia, mostrando cómo estos elementos se entrelazan en una estructura ontológica que trasciende los confines de la inmanencia. El fundamento teórico de esta obra no solo busca reconstituir una visión del ser más rica y compleja, sino también abrir un horizonte de posibilidad para una ética renovada, anclada en la estructura misma del ser y su relación con lo eterno.

3. Objetivo de la Obra

El objetivo central de esta obra es delinear un camino que permita trascender los límites impuestos por la inmanencia y recuperar una visión del ser que integre su dimensión eterna y trascendental. Este recorrido no se presenta como una mera crítica al pensamiento moderno, sino como una propuesta constructiva que articula un marco conceptual capaz de reconciliar lo finito con lo infinito, lo contingente con lo absoluto y lo temporal con lo eterno. En este sentido, la obra busca restituir el vínculo ontológico entre lo inmanente y lo trascendente, mostrando cómo cada ente finito apunta más allá de sí mismo hacia un fundamento que le otorga coherencia y sentido. La noción de Ontorrealismo, introducida aquí, se propone como una nueva interpretación metafísica que afirma la plenitud del ser en su conexión con la eternidad. Al integrar elementos de la metafísica clásica con una visión crítica del nihilismo y la nada, esta obra plantea una alternativa capaz de superar la crisis de sentido contemporánea. Además, esta obra se propone como una invitación al lector para replantear su comprensión del ser y su relación con lo eterno. A través de un análisis profundo y sistemático, se busca no solo articular una teoría del ser, sino también inspirar un retorno a una metafísica que reconozca la participación de lo finito en lo eterno como clave para restituir el sentido pleno de la existencia humana. Este proyecto filosófico no pretende ofrecer una solución definitiva, sino abrir un horizonte de posibilidades que permita pensar el ser desde una perspectiva renovada y transformadora.

Como veremos la principal objeción al ontorrealismo radica en su dependencia de la noción de un ser eterno, considerada por algunos como una abstracción indemostrable que trasciende la experiencia humana y los parámetros empíricos. Los críticos sostienen que esta referencia a lo trascendental carece de evidencia verificable y puede diluirse en especulación filosófica. Frente a esto, el ontorrealismo responde que la contingencia y la insuficiencia ontológica de lo finito actúan como evidencia racional de la necesidad de un fundamento trascendental. Más allá de lo empírico, esta perspectiva propone que el ser eterno no solo da coherencia y sentido a la existencia, sino que transforma la vida al integrar lo finito en una plenitud absoluta.

El enfoque ontorrealista se opone frontalmente a las tendencias filosóficas dominantes en el pensamiento contemporáneo, particularmente al posmodernismo y al pragmatismo, que han debilitado la estructura ontológica del ser al relativizarlo dentro de discursos fragmentados o utilitaristas. Mientras el posmodernismo disuelve la noción de un fundamento trascendental al sustituirlo por construcciones lingüísticas y narrativas sin principio ontológico sólido, el pragmatismo redefine el ser en términos de utilidad, sometiéndolo a la lógica de lo funcional sin reconocer su profundidad metafísica. Ambas perspectivas han contribuido a la crisis de sentido, negando la posibilidad de una realidad ordenada más allá de la contingencia. El ontorrealismo, en contraste, recupera la estructura ontológica del ser al reafirmar que lo finito participa de lo eterno, garantizando un horizonte metafísico que supera la mera instrumentalidad o la disolución relativista del conocimiento.

Asimismo, el ontorrealismo confronta el monismo estricto de Parménides, quien consideraba que el logos preexistente constituía una unidad absoluta en la cual lo finito y la multiplicidad eran ilusorias. Este modelo filosófico, que niega toda diferenciación ontológica entre lo contingente y lo eterno, reduce el ser a una homogeneidad sin participación ni jerarquía ontológica. En oposición a esta visión, el ontorrealismo rescata la analogía del ser, mostrando que lo finito no es una apariencia carente de realidad, sino una manifestación concreta que, aunque contingente, se fundamenta en la plenitud ontológica sin ser absorbida por ella. De esta manera, el pensamiento ontorrealista preserva la riqueza de la diversidad sin caer en el panteísmo ni en la negación de la individualidad ontológica.

En cuanto a las tradiciones orientales, el ontorrealismo marca una diferencia sustancial con concepciones como el Atmán en los Upanisads y el Tao, que presentan lo finito como una ilusión que debe ser trascendida para alcanzar la unidad absoluta. Si bien estas corrientes filosóficas identifican un principio estructurador, su perspectiva ontológica difiere radicalmente del ontorrealismo, pues no reconocen la participación diferenciada de los entes en la plenitud del ser. Para el ontorrealismo, lo finito no es una mera sombra de la realidad última, sino una entidad auténtica que se vincula con lo eterno sin ser negada o disuelta en la totalidad indiferenciada.

En este sentido, el ontorrealismo no solo representa una respuesta a las crisis filosóficas contemporáneas, sino que también ofrece una estructura conceptual que escapa de los reduccionismos monistas y relativistas. Al integrar la trascendencia con la diversidad ontológica, el ontorrealismo evita los excesos de una metafísica cerrada y los riesgos de una fragmentación extrema, proporcionando un marco sólido para pensar el ser en su relación profunda con la eternidad y el fundamento último de la realidad.

El ontorrealismo, en su afirmación de la participación del ser finito en la plenitud eterna, será criticado como una postura fideísta o como un intento de restauración clerical y ultramontana. Sin embargo, estas objeciones no lo alcanzan, pues su propuesta no se limita a una defensa institucional ni a una apelación dogmática, sino que aborda el tema central de la existencia humana: la salvación del alma por Dios. La filosofía contemporánea ha tratado de reducir la cuestión del destino humano a términos sociológicos o psicológicos, pero el ontorrealismo rescata la verdad profunda de que el ser finito no halla su plenitud en sí mismo, sino en su comunión con la eternidad. Este enfoque es inseparable de la revelación bíblica, donde la relación entre Dios y el hombre es la clave de la existencia.

La Escritura confirma que la existencia finita solo encuentra su sentido en la comunión con lo trascendente. En Juan 3:16, se declara: "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, sino que tenga vida eterna." Aquí se establece que la vida humana no se agota en la contingencia, sino que está llamada a participar en la plenitud de la existencia divina. El ontorrealismo, lejos de ser una imposición dogmática, es una respuesta a la realidad profunda del ser, que no puede ser explicado únicamente en términos funcionales o materialistas. En este sentido, el pensamiento ontorrealista no apela a la fe como sustitución de la razón, sino que demuestra que la estructura del ser señala necesariamente hacia su origen eterno.

Asimismo, en Romanos 8:21, se afirma: "Porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios." Este principio ontológico confirma que la realidad finita no es un sistema cerrado sin redención, sino que está orientada hacia una transformación que culmina en su participación en la plenitud divina. La salvación del alma no es un añadido externo a la existencia, sino el destino inherente del ser, que encuentra su realización última en Dios. Así, el ontorrealismo no responde a un programa ideológico ni a una defensa institucional, sino a la verdad más profunda de la condición humana: la necesidad de trascender lo finito para alcanzar la vida eterna.

En tiempos en los que el pensamiento se desvanece en la inmediatez, donde la existencia se ha reducido a un tránsito mecánico entre lo útil y lo efímero, el ontorrealismo irrumpe como un faro que desafía la oscuridad del nihilismo. No es un refugio sentimental ni una evasión idealista, sino una restauración filosófica de lo eterno como fundamento del ser. La incredulidad y el anetismo han clausurado el horizonte, atrapando a la humanidad en un vacío donde todo se consume sin trascender, pero el ontorrealismo reabre la senda hacia la plenitud, recordando que lo finito no es destino ni límite, sino vestigio de una realidad más alta que lo sostiene. En este mundo fragmentado, donde la ausencia de sentido se ha normalizado, el ontorrealismo no es una propuesta más entre tantas: es la voz que recupera la esencia olvidada del ser, llamando a la existencia a reencontrarse con su origen.

Ante la disolución de todo principio ontológico, donde la modernidad ha entregado el pensamiento a la desarticulación absoluta, el ontorrealismo no solo rescata la estructura del ser, sino que devuelve a la humanidad su lugar en la historia de lo eterno. Porque más allá de la indiferencia posmoderna, más allá de la erosión del sentido, la trascendencia no ha desaparecido, sino que aguarda su redescubrimiento en cada acto de pensamiento, en cada intuición que reclama algo más allá de la contingencia. Si el mundo occidental ha sido arrastrado por una marea que exalta la inercia y despoja la existencia de significado, el ontorrealismo se alza como el testimonio de que el ser aún late con la fuerza de su origen, convocando a la restauración de la realidad, no desde la imposición, sino desde la contemplación de lo absoluto que nunca dejó de sostenerlo todo.

 

 

§2

Punto de partida: Ente concreto

 como señal

 

1. Fundamento de la Reflexión en lo Cotidiano

La reflexión filosófica parte de los entes concretos y cotidianos que conforman el horizonte inmediato de la experiencia humana. Es en estos entes donde la filosofía encuentra el punto de partida para interrogar el ser y su significado más profundo. Sin embargo, esta perspectiva no siempre ha sido abordada de manera exhaustiva en su dimensión trascendental, como se pone de manifiesto en el pensamiento de Martin Heidegger.

En Ser y tiempo, Heidegger reivindica la cotidianidad como el ámbito donde se despliega el "ser-en-el-mundo", otorgando centralidad al tiempo como estructura fundamental del Dasein (el ser humano). Los entes cotidianos, como el martillo o la mesa, no son meros objetos funcionales, sino configuraciones que revelan el ser en su facticidad y su proyección futura. Sin embargo, Heidegger limita su análisis al horizonte temporal y existencial del Dasein, recortando cualquier vínculo explícito con lo trascendente. En su enfoque, lo concreto queda anclado en la finitud de la temporalidad, privando a los entes de su apertura hacia un fundamento eterno o absoluto que los trascienda.

Además, su concepto de ser para la muerte establece que la existencia auténtica solo se realiza en la confrontación con la finitud, lo cual deja al pensamiento atrapado en el círculo cerrado de la inmanencia. Heidegger desvela el ser en su manifestación mundana, pero no logra trascenderlo hacia su plenitud fundante. Desde la perspectiva ontorrealista, esta limitación es significativa: el ser no está únicamente vinculado a la temporalidad y al acontecer existencial, sino que participa ontológicamente en lo eterno.

El Ontorrealismo trasciende esta clausura temporalista al integrar lo concreto en una visión trascendental del ser. Afirma que los entes cotidianos, más allá de ser configuraciones temporales, son reflejos de una causa primera y eterna que los sostiene en el ser. Este enfoque, inspirado en Tomás de Aquino, encuentra en el acto de ser (ens et esse) el puente que conecta lo particular con lo absoluto, permitiendo comprender cómo los entes concretos actúan como manifestaciones de una realidad fundante.

 

2. El Ente como Dependencia

Los entes concretos no son autosuficientes ni autárquicos; su existencia revela una dependencia fundamental que nos conduce hacia la búsqueda de su fundamento último. Frente a esta idea, Jean-Paul Sartre, en El ser y la nada, sostiene que los entes no tienen una conexión necesaria con un fundamento trascendental. Para Sartre, la contingencia de los entes no es evidencia de una causa superior, sino una característica esencial de la realidad. En su perspectiva, la existencia es absurda y carece de un propósito inherente.

Desde el Ontorrealismo, la dependencia ontológica de los entes no es una debilidad ni una carencia, sino una apertura hacia lo eterno que les otorga coherencia y sentido. Tomás de Aquino, en Suma Teológica, afirma que todo ente finito y contingente debe remitirse necesariamente a una causa superior, que es eterna y autosuficiente. Este fundamento último, que Tomás identifica como Dios, no solo sustenta la existencia de los entes, sino que también les confiere orden, coherencia y finalidad.

El Ontorrealismo adopta esta visión de Tomás y la amplía al mostrar cómo los entes concretos reflejan su participación activa en una realidad suprema que los origina y los sostiene. Cada ente concreto manifiesta su insuficiencia para sustentarse por sí mismo, señalando hacia un principio absoluto que garantiza su existencia y su coherencia ontológica.

3. Evidencia hacia lo Trascendente

Los entes concretos, en su estructura y coherencia, no solo manifiestan su dependencia ontológica, sino que actúan como señales que apuntan hacia lo trascendente. Esta noción es rechazada por Friedrich Nietzsche, quien, en La voluntad de poder, acusa a la metafísica tradicional de imponer un orden artificial al caos de la realidad. Para Nietzsche, los entes no son evidencias de un origen trascendental, sino expresiones de una lucha constante entre fuerzas primarias. Desde el Ontorrealismo, los entes concretos son más que expresiones de su propia dinámica interna; son manifestaciones visibles de una realidad eterna que los configura y los orienta hacia un fin trascendental. Aristóteles, en Metafísica, establece que los entes concretos reflejan un orden teleológico que estructura su comportamiento y su finalidad. Sin embargo, el orden teleológico en Aristóteles no está necesariamente vinculado a una causa primera. En contraste, el Ontorrealismo combina la teleología aristotélica con la noción de causa primera de Tomás de Aquino, mostrando que el orden interno de los entes no es autónomo, sino una expresión de su conexión esencial con un fundamento absoluto.

 

4. Diferenciación con Marion y Desmond

Jean-Luc Marion, en Siendo dado, plantea la idea del fenómeno saturado, estableciendo que lo trascendente se da como un exceso que desborda la capacidad de la conciencia. Sin embargo, el problema aquí es que su fenomenología no logra superar completamente la subjetividad. Su enfoque no permite que lo eterno sea un fundamento independiente, sino que lo restringe a la recepción de la conciencia humana. En esta línea, William Desmond, en El ser y el entre, aborda la trascendencia desde la perspectiva de la sobreabundancia, pero su planteamiento sigue atrapado en una dialéctica entre lo finito y lo absoluto. Aunque reconoce la apertura hacia lo trascendente, su propuesta carece de una estructura ontológica que garantice la participación real de los entes en lo eterno.

El Ontorrealismo se diferencia radicalmente de estas aproximaciones. No repliega lo trascendente en la subjetividad de la conciencia ni lo mantiene en una dialéctica indefinida. Afirma una participación ontológica directa, estableciendo que cada ente concreto no solo apunta hacia lo eterno, sino que participa activamente en él.

5. La Analogía del Ser como Clave Ontorrealista

Para reforzar esta perspectiva, el Ontorrealismo recupera la analogía del ser, mostrando cómo lo finito no es radicalmente separado de lo eterno, sino que participa de él en distintos grados. La analogía permite evitar tanto el reduccionismo materialista como el idealismo fenomenológico, estableciendo una estructura ontológica que concilia la diferencia sin disolver la unidad esencial del ser.

El ontorrealismo estructura su reflexión filosófica en un recorrido que parte del ente concreto como punto inicial, donde la experiencia cotidiana revela la existencia como signo de una realidad más profunda. En este trayecto, la esencia se presenta como el punto intermedio, permitiendo comprender que los entes no son meras apariencias, sino expresiones de una identidad ontológica que los configura y los orienta. Sin embargo, la esencia no se basta a sí misma, sino que exige un fundamento último que le otorgue coherencia y plenitud. Así, el ontorrealismo culmina en el ser infinito, que es Dios, en quien toda realidad finita encuentra su razón de ser y su destino trascendental. Este itinerario no es una construcción arbitraria, sino una necesidad ontológica que, al reconocer la participación de lo contingente en lo eterno, restituye la conexión perdida entre la existencia concreta y su origen absoluto. Como se afirma en Hechos 17:28: "Porque en él vivimos, nos movemos y existimos...", lo que confirma que la vida humana no tiene su fundamento en sí misma, sino en la realidad eterna de Dios, que sostiene y orienta toda existencia hacia su plenitud trascendental.

Así como el río no es solo un cauce de aguas errantes, sino el reflejo de una fuente que lo origina y lo sostiene, el ser finito no vaga en la contingencia sin raíz, sino que participa de un origen eterno que le da sentido y destino. Cada ente concreto es un hilo en el tejido de la existencia, no disperso en el vacío, sino entrelazado en la trama de lo absoluto. En la vastedad del cosmos, lo finito no es un eco perdido en la nada, sino una voz que, al reconocer su dependencia ontológica, encuentra su plenitud en la eternidad. El ontorrealismo es la restauración de ese vínculo esencial, la luz que reabre el camino hacia el origen último, donde el ser no se agota en lo efímero, sino que halla su morada en lo eterno.

El ontorrealismo establece una clara distinción metafísica con las religiones orientales, pues mientras estas tienden a concebir la realidad finita como una manifestación ilusoria o una extensión indiferenciada de un principio absoluto, el ontorrealismo afirma la individualidad ontológica de los entes y su participación real en la plenitud trascendental.

En el brahmanismo, la realidad empírica es vista como maya, una ilusión que encubre el verdadero ser, el Brahman, en el cual todo lo finito es disuelto. El ontorrealismo, en contraste, sostiene que lo finito no es una ilusión, sino una manifestación auténtica de un fundamento eterno sin perder su identidad. El taoísmo, con su noción del Tao, plantea un flujo cósmico impersonal como principio rector de la existencia, donde el ser finito se armoniza con la totalidad mediante la no resistencia. El ontorrealismo difiere al enfatizar que la existencia no se diluye en una dinámica impersonal, sino que mantiene una estructura ontológica en la que cada ente participa de lo trascendental sin ser absorbido. El confucianismo, al centrarse en la ética y la organización social, minimiza la dimensión trascendental del ser, privilegiando la armonización de las estructuras humanas con principios culturales. Desde el ontorrealismo, si bien la realidad concreta tiene su valor en el orden moral, su sentido pleno solo se comprende en su relación con el ser eterno. El budismo, con su concepción de śūnyatā (vacío), rechaza cualquier fundamento ontológico fijo y propone la transitoriedad absoluta como principio esencial. El ontorrealismo responde que lo finito no es una vacuidad ontológica, sino una estructura que encuentra su estabilidad en su vinculación con lo eterno.

Por otro lado, dentro de las tradiciones abrahámicas, el judaísmo y el islamismo afirman la existencia de Dios como fundamento absoluto, pero se diferencian del ontorrealismo en que su enfoque es mayormente teológico y legalista, sin desarrollar una metafísica ontológica estructurada. El ontorrealismo, en cambio, no solo afirma la trascendencia divina, sino que elabora una explicación filosófica del ser en su participación activa en la eternidad.

Así, el ontorrealismo no se limita a ser una variante de estos sistemas religiosos, sino una propuesta ontológica que supera sus limitaciones, afirmando la conexión real y estructurada entre lo finito y lo eterno sin caer en la disolución panteísta ni en el nihilismo ontológico.

 

Diálogo Imaginario

Aristóteles (con tono analítico): El ser, como lo planteé en mi Metafísica, es "lo que es en cuanto es". Esta definición permite captar la estructura y finalidad inherente a los entes, pero reconozco que no abordé explícitamente su conexión con una causa trascendental. Ontorrealista, ¿cómo integras mi idea del acto puro en tu visión?

Ontorrealista (mirando a Aristóteles): Aristóteles, tu acto puro es un punto esencial para comprender el fundamento último. Desde el ontorrealismo, este acto puro no solo es origen del movimiento, sino también una plenitud trascendental que transforma y eleva lo finito hacia una participación activa en su riqueza infinita. Tu teleología encuentra su realización plena al integrarse en el horizonte del ser eterno.

Tomás de Aquino (con serenidad): Esto amplía mi desarrollo del actus essendi. Los entes no son autosuficientes, sino participantes del acto de ser que emana de Dios como causa primera. Ontorrealista, tu enfoque refuerza esta dependencia ontológica al mostrar que lo concreto no solo refleja su contingencia, sino su apertura hacia la trascendencia.

Ontorrealista (dirigiéndose a Aquino): Tomás, tu visión inspira profundamente al ontorrealismo. El acto de ser no solo sostiene lo finito, sino que lo conecta dinámicamente con su fundamento eterno. Los entes cotidianos son más que objetos aislados; son huellas de una plenitud trascendental que les da sentido y dirección.

Wittgenstein (con tono reflexivo): En mi Tractatus, sugerí que los límites del lenguaje son los límites del mundo, y que lo trascendental está más allá de lo que puede ser expresado. Ontorrealista, ¿cómo abordas esta relación entre el lenguaje y lo absoluto?

Ontorrealista (mirando a Wittgenstein): Wittgenstein, tus límites del lenguaje son un desafío profundo. Sin embargo, desde el ontorrealismo, lo trascendental no queda fuera del alcance de la razón y la experiencia, aunque trascienda las estructuras lingüísticas. Los entes, en su contingencia, no solo se expresan a través del lenguaje, sino que revelan una apertura hacia el ser eterno que no puede ser reducido a palabras.

Hegel (con tono dialéctico): En mi Fenomenología del Espíritu, propuse que la realidad absoluta es el proceso de su autodespliegue dialéctico. La trascendencia está inscrita en la inmanencia del devenir histórico. Ontorrealista, ¿cómo superas la síntesis dialéctica de mi idealismo absoluto?

Ontorrealista (con firmeza): Hegel, tu dialéctica inmanente ofrece una comprensión dinámica de la realidad, pero desde el ontorrealismo, la trascendencia no se subsume en el devenir histórico. El ser eterno actúa como una plenitud que trasciende y sostiene todo proceso, permitiendo una conexión directa entre lo finito y lo trascendente, sin reducir lo absoluto a una síntesis dialéctica.

Heidegger (interviniendo con profundidad): El ser, tal como lo analicé en Ser y tiempo, se desoculta en el ámbito de lo cotidiano. El Dasein es una apertura hacia el ser, pero está marcado por la finitud y la temporalidad. Ontorrealista, ¿cómo integras lo cotidiano en tu visión trascendental?

Ontorrealista (mirando a Heidegger): Heidegger, valoramos tu énfasis en lo cotidiano como un ámbito de desocultamiento. Sin embargo, el ontorrealismo afirma que lo concreto, lejos de estar limitado por la finitud, actúa como una apertura hacia una plenitud eterna. Los entes cotidianos, como el martillo o la mesa, no solo revelan su temporalidad, sino su dependencia activa de un fundamento trascendental que los sostiene y los orienta hacia lo absoluto.

Sartre (interviniendo con tono desafiante): En El ser y la nada, sostuve que los entes son contingentes y carecen de propósito inherente. La existencia es absurda. Ontorrealista, ¿no será tu visión trascendental una negación de la libertad radical del ser?

Ontorrealista (con serenidad): Sartre, tu defensa de la libertad radical es interesante, pero el ontorrealismo ve la contingencia no como una condena al absurdo, sino como una apertura hacia la plenitud. La existencia humana no está aislada ni desprovista de sentido, sino que encuentra su dirección y propósito al participar en el ser eterno. La verdadera libertad no se enfrenta al vacío, sino que se realiza en la plenitud trascendental.

Vattimo (con tono posmoderno): En mi libro El pensamiento débil, propuse que la realidad es fragmentada y que debemos abandonar las estructuras metafísicas fuertes. Ontorrealista, ¿cómo justificas tu visión frente a la fragmentación contemporánea?

Ontorrealista (mirando a Vattimo): Vattimo, la fragmentación que describes refleja las limitaciones del pensamiento moderno, pero no niega la existencia de un fundamento último que da coherencia y dirección a la realidad. Desde el ontorrealismo, la unidad del ser eterno no impone estructuras rígidas, sino que actúa como una plenitud vivencial que integra y eleva cada fragmento hacia su propósito último.

Aristóteles (con tono reflexivo): Lo finito, al integrarse en el acto puro, encuentra su realización. Ontorrealista, tu perspectiva conecta el sentido del ser con una plenitud trascendental. ¿Cómo invitarías a la humanidad a descubrir esta conexión?

Ontorrealista (concluyendo): Aristóteles, mi invitación es clara: reconocer que cada aspecto de la existencia, desde lo cotidiano hasta lo trascendental, porta una referencia implícita hacia lo absoluto. El ser eterno no solo sostiene la realidad, sino que la transforma al integrarla en su riqueza infinita. Al reflexionar sobre la contingencia y la dependencia de los entes, podemos emprender un camino hacia lo eterno, rescatando el sentido pleno del ser y la vida.

 

§3.

El Ser más Allá del Tiempo

 

 

1. El Ser Atemporal

Desde la perspectiva ontorrealista, el ser en su esencia más profunda trasciende las categorías de tiempo y espacio que estructuran la experiencia humana. No está limitado por el devenir ni por las contingencias del cambio, porque el ser atemporal es una realidad absoluta que actúa como fundamento del tiempo, no como un producto de este. El tiempo no define al ser; más bien, emerge como una manifestación contingente de la plenitud eterna.

Parménides, en su defensa del ser como uno, eterno e inmutable, subraya la plenitud del ser más allá de las ilusiones del cambio. Sin embargo, su postura rígida desconecta al ser eterno de la dinámica concreta de la temporalidad. Por otro lado, Heráclito enfatiza el flujo y la transformación, pero su visión del devenir absoluto no explica el fundamento estable que permite la coherencia en el cambio. Desde el Ontorrealismo, ambas posturas pueden integrarse al reconocer que lo eterno sustenta lo temporal, sin depender de él.

Platón, en su teoría de las Ideas, aporta una clave adicional: las esencias eternas son fundamento de las cosas sensibles, pero su separación extrema entre el mundo inteligible y el mundo material genera una desconexión ontológica. El Ontorrealismo supera esta brecha al afirmar que lo finito participa directamente de lo eterno, sin perder su identidad.

2. Relación entre Ser y Eternidad

La conexión entre el ser y la eternidad revela una interrelación fundamental entre lo absoluto y lo contingente. Desde el Ontorrealismo, la eternidad no es una dimensión separada o inaccesible, sino el fundamento real del orden del ser, en el cual cada ente finito participa sin perder su identidad propia. Así, lo eterno no es un horizonte cerrado ni una presencia estática, sino una realidad que da sentido y coherencia a la existencia temporal.

En contraste con Parménides, quien considera que el ser eterno es una realidad pura e inmóvil, el Ontorrealismo sostiene que lo eterno no es inercia, sino plenitud activa, similar a la noción de "actus purus" en Tomás de Aquino. En este sentido, la eternidad no es ausencia de cambio, sino la estructura fundante que permite el dinamismo del devenir. No hay oposición entre lo finito y lo eterno, sino una relación de participación ontológica, donde lo contingente no es autónomo, sino dependiente de su principio fundante.

Este vínculo es clave para superar los reduccionismos de la metafísica clásica y las limitaciones del pensamiento moderno. Mientras ciertas corrientes consideran la eternidad como un estado aislado o inaccesible, el Ontorrealismo afirma que lo finito remite necesariamente a su fundamento eterno, sin que esto implique una disolución de su identidad particular. La temporalidad no es autosuficiente, sino un fenómeno derivado de la plenitud ontológica de lo eterno, manifestado en el devenir sin quedar atrapado en él.

Edith Stein, desde su visión ontorrealista en Endliches und ewiges Sein (El ser finito y el ser eterno), profundiza esta relación afirmando que la participación en lo eterno no es solo una dependencia ontológica, sino un vínculo constitutivo que da coherencia a la realidad temporal. Sin embargo, su planteamiento mantiene una distinción estricta entre ambos órdenes, sin desarrollar plenamente el carácter activo de lo eterno dentro del devenir. Frente a ello, el Ontorrealismo enfatiza que cada ente finito no solo depende del ser eterno, sino que lo manifiesta en su existencia concreta, permitiendo que la trascendencia se haga presente en lo contingente.

Por tanto, el Ontorrealismo no reduce la eternidad a una noción abstracta ni la separa de la estructura ontológica del mundo. La eternidad no es una forma estática, sino una plenitud constitutiva que da unidad y sentido a la multiplicidad finita. Así, el ser no es una entidad fragmentada, sino una totalidad en la que lo contingente encuentra su fundamento, su orden y su propósito, integrándose en la unidad trascendental sin perder su singularidad ontológica.

3. Crítica al Reduccionismo del Ser

La filosofía moderna ha tendido a reducir el ser a categorías simplistas, fragmentándolo en sistemas que desconectan lo finito de lo trascendental. Este reduccionismo aparece en Kant, quien limita el ser a formas de la sensibilidad, negando su dimensión ontológica independiente, y en Marx, quien lo vincula exclusivamente con la historia y la economía, subordinando la existencia a procesos materiales sin reconocer su fundamento último. Estas perspectivas han influido en múltiples corrientes contemporáneas que, en distintos grados, mantienen la clausura ontológica, impidiendo la apertura del ser hacia su plenitud trascendente.

Nietzsche, en La voluntad de poder, rechaza la noción de trascendencia, presentando el ser como un devenir absoluto, una lucha de fuerzas desprovista de estabilidad. Aunque su crítica a las tradiciones metafísicas es poderosa, no logra explicar el orden y la coherencia que encontramos en la realidad. En su intento por eliminar toda referencia ontológica estable, su interpretación cae en una fragmentación radical, privando al ser de cualquier fundamento último. Frente a ello, el Ontorrealismo afirma que la temporalidad, lejos de ser autosuficiente, depende del ser eterno para adquirir coherencia y sentido.

El pragmatismo, representado por William James y John Dewey, reduce el concepto de verdad y realidad a instrumentos funcionales, negando cualquier estructura ontológica absoluta. Para el pragmatismo, el ser no es una entidad con fundamento, sino un resultado de prácticas humanas cuyo significado depende de su utilidad en contextos específicos. El Ontorrealismo critica esta postura, mostrando que la realidad no puede agotarse en la utilidad pragmática, sino que necesita una estructura ontológica que garantice su coherencia y estabilidad.

El estructuralismo, impulsado por Claude Lévi-Strauss y Ferdinand de Saussure, transforma el ser en un sistema de relaciones sin entidad propia, reduciendo la realidad a estructuras lingüísticas y culturales. Según esta perspectiva, el ser no tiene existencia independiente, sino que emerge de condicionamientos simbólicos. Sin embargo, esta interpretación fragmentaria elimina la dimensión ontológica fundamental, reduciendo la existencia a un esquema formal sin referencia al fundamento absoluto. Frente a ello, el Ontorrealismo restablece la unidad ontológica, mostrando que las relaciones no anulan la realidad del ser, sino que se sustentan en su estructura fundante.

El neomarxismo, con figuras como Antonio Gramsci y Louis Althusser, amplía la perspectiva marxista clásica, integrando el análisis cultural y lingüístico para explicar la construcción de la realidad. Sin embargo, sigue atrapado en una concepción histórico-materialista, donde el ser no tiene autonomía ontológica, sino que es una producción ideológica determinada por las relaciones de poder. El Ontorrealismo refuta este enfoque, mostrando que la realidad no puede reducirse a una construcción ideológica, sino que tiene un fundamento independiente de las estructuras materiales y sociopolíticas.

El postestructuralismo, con Michel Foucault y Jacques Derrida, acentúa la desconstrucción del ser, disolviendo cualquier noción estable de realidad. Derrida, en su enfoque de la diferencia y la escritura, elimina la posibilidad de una estructura ontológica fija, haciendo del ser un juego de signos y diferencias sin referencia absoluta. Foucault, por su parte, transforma el ser en una construcción discursiva, subordinada a estructuras de poder y conocimiento. El Ontorrealismo rechaza este reduccionismo lingüístico, mostrando que el ser no es una mera representación ni una función de discursos históricos, sino una realidad ontológica con estructura independiente.

La filosofía analítica, con figuras como Bertrand Russell y Willard Van Orman Quine, limita el estudio del ser a problemas de lógica y lenguaje, negando la metafísica como una vía legítima para comprender la realidad. Desde esta perspectiva, el ser no tiene relevancia ontológica, sino que es un concepto derivado de estructuras lingüísticas. El Ontorrealismo critica esta postura, afirmando que el lenguaje no define la existencia, sino que es un medio para aproximarse al ser, el cual tiene una realidad independiente que no puede quedar reducida a sistemas de referencia lingüísticos.

Finalmente, la posmodernidad, con autores como Jean-François Lyotard y Richard Rorty, niega cualquier estructura ontológica estable, defendiendo una realidad fragmentaria y en constante reconstrucción. La crítica posmoderna disuelve la noción de fundamento absoluto, apostando por una multiplicidad de interpretaciones sin referencia última. Frente a ello, el Ontorrealismo restituye la unidad del ser, mostrando que la diversidad y el cambio no eliminan la necesidad de un principio fundante, sino que la realidad misma necesita una estructura trascendental para garantizar su coherencia.

4. Diferenciación con Hartmann y Stein

Nicolai Hartmann, en su obra Der Aufbau der realen Welt (La estructura del mundo real), presenta una ontología estratificada, donde la realidad se divide en diferentes niveles que interactúan sin reducirse unos a otros. Su propuesta es un intento por superar el reduccionismo materialista, pero mantiene un enfoque inmanentista, sin postular una trascendencia real. Aunque reconoce la jerarquización ontológica, su modelo no vincula lo finito con lo eterno, sino que lo mantiene dentro de una lógica inmanente de interacciones estructuradas.

Por otro lado, Edith Stein, en Endliches und ewiges Sein (El ser finito y el ser eterno), aborda la relación entre lo contingente y lo absoluto desde una perspectiva fenomenológica y metafísica. Su visión aporta una noción clave: la participación en lo eterno como fundamento del ser finito. A diferencia de Hartmann, Stein reconoce que la existencia no se agota en su manifestación material y que lo finito remite a una realidad trascendente. Sin embargo, su enfoque sigue ligado a una interpretación dependiente, en la que lo finito no llega a manifestar plenamente lo eterno, sino que simplemente participa de él.

Desde el Ontorrealismo, la relación entre lo finito y lo eterno va más allá de la participación ontológica pasiva. No se trata solo de una dependencia estructural, sino de una manifestación activa, en la que lo finito no es un mero receptor, sino un eco dinámico de la plenitud trascendental. Así, mientras Stein mantiene una distinción estricta entre ambos órdenes ontológicos, el Ontorrealismo afirma una continuidad estructural, en la que lo finito no está separado, sino integrado en la dinámica del ser eterno.

Además, el Ontorrealismo supera el esquema estratificado de Hartmann, porque no considera la realidad como niveles desconectados, sino como una totalidad en la que cada ente concreto es manifestación diferenciada de una unidad ontológica absoluta. En este sentido, lo eterno no es una instancia separada, sino la estructura fundante que permite la existencia de lo finito, sin que este pierda su identidad propia. Frente a la jerarquización inmanentista de Hartmann y la dependencia limitada en Stein, el Ontorrealismo integra la trascendencia en la realidad misma.

Por lo tanto, la diferencia con Hartmann y Stein radica en que el Ontorrealismo no solo reconoce la participación en lo eterno, sino que afirma su presencia ontológica real en lo finito. Lo absoluto no es un ámbito separado ni una instancia accesible solo mediante una dependencia ontológica: es el principio estructural del ser, manifestándose en distintos niveles sin perder su carácter fundante. Así, mientras Hartmann jerarquiza lo real sin trascender la inmanencia y Stein concibe la relación entre lo finito y lo eterno en términos de dependencia, el Ontorrealismo establece una continuidad ontológica que restituye la unidad del ser sin eliminar su diferenciación.

5. La Analogía del Ser como Clave Ontorrealista

Para reforzar esta perspectiva, el Ontorrealismo recupera la analogía del ser, mostrando cómo lo finito no es radicalmente separado de lo eterno, sino que participa de él en distintos grados. Esta noción, profundamente enraizada en la tradición metafísica desde Aristóteles y Tomás de Aquino, permite comprender la relación entre lo contingente y lo absoluto sin caer en reduccionismos. Lo finito no es una mera sombra debilitada de lo eterno, sino una manifestación real dentro de una estructura ontológica participativa. La analogía del ser permite evitar dos errores fundamentales en la comprensión de la realidad ontológica: el univocismo reduccionista, que intenta homogeneizar lo finito y lo eterno como si fueran de la misma naturaleza, y el equivocismo extremo, que los separa de manera absoluta, negando toda relación. Desde el Ontorrealismo, la analogía del ser concibe una relación participativa, en la que lo contingente no es autónomo ni desconectado, sino que recibe su existencia y sentido de lo absoluto, sin perder su identidad propia.

Desde esta perspectiva, cada ente finito manifiesta en su ser la plenitud trascendental, sin confundirse completamente con ella. Aquí el Ontorrealismo supera las limitaciones del pensamiento escolástico clásico, que a veces reducía la analogía a una correspondencia rígida, y de los enfoques modernos que rechazan la participación ontológica. A diferencia del idealismo absoluto de Hegel, que diluye la diferencia ontológica en una síntesis dialéctica, el Ontorrealismo afirma que las distinciones en el ser son reales y necesarias, pero no implican separación ontológica absoluta. Además, la analogía del ser refuerza la idea de que la realidad no es un conjunto de entidades dispersas sin fundamento, sino una totalidad ordenada en la que cada ente finito tiene un vínculo estructural con lo eterno. Así, el Ontorrealismo rechaza el realismo materialista, que reduce lo real a lo empírico, ignorando su participación en lo absoluto, y refuta la filosofía posmoderna, que fragmenta la noción de ser sin reconocer su unidad esencial. La analogía del ser integra la diversidad en la unidad, asegurando que la ontología contemple el dinamismo de lo finito sin perder el anclaje en lo trascendente.

Finalmente, la analogía del ser permite comprender cómo la contingencia y la eternidad coexisten, evitando la simplificación extrema de la metafísica tradicional y los excesos relativistas contemporáneos. Desde el Ontorrealismo, la existencia no es una ruptura ontológica, sino una manifestación gradual de la plenitud del ser, donde cada ente concreto es un signo de lo eterno, un reflejo que no es idéntico, pero que participa en su fundamento absoluto.

 

6. Expansión de la crítica a Derrida y la Posmodernidad

Derrida, en su filosofía de la deconstrucción, fragmenta la noción de unidad ontológica, disolviendo toda estructura metafísica en un juego lingüístico. La posmodernidad, en general, rechaza la noción de un ser fundante y niega los fundamentos universales. El Ontorrealismo restablece una conexión entre lo finito y lo eterno, afirmando que el ser eterno unifica y da sentido a la realidad fragmentada contemporánea.

Exactamente, el ontorrealismo responde al colapso posmoderno de la metafísica al reestablecer la unidad ontológica que Derrida disuelve en su deconstrucción. Mientras el pensamiento posmoderno desmantela la estructura del ser y lo reemplaza con un juego de interpretaciones fluidas, el ontorrealismo recupera la relación esencial entre lo finito y lo eterno, afirmando que la existencia no es un conjunto de significados arbitrarios, sino una manifestación ordenada de la plenitud ontológica.

Frente al escepticismo posmoderno, que ha convertido la realidad en un entramado subjetivo sin referencia última, el ontorrealismo reivindica que la verdad no es un constructo sin fundamento, sino una participación en el ser supremo que da sentido a todas las manifestaciones contingentes. En Hebreos 13:8, se nos recuerda: "Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos." Esta declaración confirma que la realidad no está condenada a la fragmentación absoluta, sino que halla su coherencia en el fundamento eterno que permanece inalterable. El ontorrealismo, al reconocer la estructura trascendental del ser, ofrece una respuesta filosófica que no se reduce a un mero análisis semiótico o discursivo, sino que restablece la unidad perdida.

En este contexto, la necesidad de recuperar el vínculo ontológico con lo eterno no es una imposición dogmática, sino una restauración de la verdad fundamental del ser. La crisis posmoderna no ha eliminado la estructura ontológica; solo ha velado su percepción bajo capas de relativismo. El ontorrealismo rompe este cerco conceptual, devolviendo al pensamiento su horizonte más profundo: la reconciliación entre lo finito y la plenitud trascendental que da sentido a toda existencia.

 

 

Conclusión: El Ontorrealismo como Superación Filosófica

El Ontorrealismo, frente al idealismo subjetivo, absoluto y objetivo, el realismo materialista, la filosofía existencial, la filosofía analítica y la filosofía posmoderna, se presenta como una alternativa que supera el sesgo inmanentista de las corrientes modernas. Contra el idealismo subjetivo y el idealismo absoluto, que subordinan la realidad a construcciones del pensamiento, el Ontorrealismo afirma que el ser eterno trasciende la conciencia y actúa como fundamento independiente de la subjetividad. Frente al idealismo objetivo, aunque reconoce su conexión con lo absoluto, el Ontorrealismo refuerza esta relación al integrar la participación activa de los entes en la plenitud trascendental.

Contra el realismo materialista, que niega lo trascendente, el Ontorrealismo muestra que incluso lo material apunta ontológicamente hacia un fundamento eterno. En cuanto a la filosofía existencial, especialmente en Heidegger y Sartre, el Ontorrealismo supera el horizonte finito y angustioso, al conectar la contingencia del Dasein con la plenitud del ser eterno. Frente a la filosofía analítica, que tiende al reduccionismo lingüístico y funcional, el Ontorrealismo subraya que las estructuras conceptuales son insuficientes para captar la riqueza trascendental del ser. Finalmente, frente a la filosofía posmoderna, que fragmenta la realidad y niega los fundamentos universales, el Ontorrealismo restablece una conexión entre lo finito y lo eterno, afirmando que el ser eterno unifica y da sentido a la realidad fragmentada contemporánea.

El Ontorrealismo emerge como una respuesta filosófica capaz de restaurar el horizonte metafísico que las corrientes modernas han disuelto bajo el dominio de la inmanencia. Contra el idealismo subjetivo y absoluto, que encierra la realidad en la esfera del pensamiento, el Ontorrealismo afirma que el ser eterno trasciende la conciencia y fundamenta la existencia más allá de la mera representación mental. Frente al idealismo objetivo, refuerza la relación entre lo finito y lo absoluto, mostrando que los entes no solo participan del ser trascendental, sino que configuran una estructura ontológica en la que cada realidad encuentra su lugar sin ser reducida a una abstracción vacía.

El Ontorrealismo también confronta el realismo materialista, que descarta lo trascendente como una ilusión, reivindicando que incluso la materia apunta ontológicamente hacia una plenitud que trasciende su manifestación física. En el ámbito de la filosofía existencial, especialmente con Heidegger y Sartre, el Ontorrealismo supera la angustia del Dasein al demostrar que la contingencia no es un destino trágico, sino un vínculo con la eternidad que garantiza sentido y dirección. Frente a la filosofía analítica, con su énfasis en estructuras funcionales y lingüísticas, el Ontorrealismo señala que los límites del lenguaje no pueden definir la totalidad del ser, pues la riqueza de la existencia no se agota en conceptos reduccionistas. Finalmente, ante la fragmentación posmoderna, el Ontorrealismo restablece el vínculo perdido, afirmando que la realidad no es un conjunto de interpretaciones aisladas, sino una manifestación ordenada de lo eterno, donde cada ente participa sin ser anulado.

En tiempos de incertidumbre ontológica, donde el pensamiento ha sido arrastrado por el relativismo y la desintegración de los principios universales, el Ontorrealismo no es solo una alternativa filosófica, sino una necesidad para reconstruir el sentido de la existencia. No es una especulación abstracta ni una nostalgia metafísica: es el camino hacia lo eterno, una restauración de la plenitud del ser en una era que ha tratado de apagar su resplandor. Más allá de las categorías reduccionistas, más allá de la clausura de lo inmanente, el Ontorrealismo recupera la estructura ontológica que conecta lo finito con su origen absoluto, ofreciendo una respuesta radical a la crisis de sentido que atraviesa la humanidad.

 

Diálogo Imaginario: sobre el Ser Atemporal y su Relación con el Tiempo

Parménides (con tono solemne): El ser es, y el no-ser no es. No hay lugar para el cambio ni para el devenir, pues son ilusiones de los sentidos. El ser, eterno e inmutable, es la única realidad. Todo aquello que pretendemos comprender a través del cambio es una apariencia que desvía nuestra atención de la verdad última.

Heráclito (con una leve sonrisa): Parménides, tu concepción del ser rechaza la vitalidad del mundo. ¿Cómo puedes negar que todo fluye, que el cambio es inherente a la esencia misma del ser? Es en la transformación, en la tensión de los opuestos, donde se revela el auténtico dinamismo del ser. Afirmar la inmovilidad es negar la existencia misma.

Parménides (tajante): El flujo al que aludes, Heráclito, no es más que una ilusión. La verdad no reside en lo que cambia, sino en lo que permanece. Sólo el ser eterno, único e inmutable, contiene la plenitud del ser. Tu devenir es efímero, una sombra sin sustancia.

Edith Stein (interviene con serenidad): Ambos plantean aspectos esenciales de la realidad. Parménides, tienes razón al señalar que el ser eterno es el fundamento último, pero Heráclito también ilumina un hecho crucial: el cambio no es una negación del ser, sino su manifestación. Desde la perspectiva ontorrealista, los entes temporales participan del ser eterno. La eternidad no se opone al tiempo; lo incluye, lo fundamenta y le da sentido.

Nietzsche (con tono desafiante): ¡Eternidad, fundamento, participación! Todas estas nociones son un refugio para quienes temen enfrentar el caos del mundo. No hay un ser eterno que ordene la realidad; sólo hay devenir, lucha y fuerza. La vida no necesita de un fundamento último; el caos es la única verdad. La coherencia es un engaño que utilizamos para evitar la desesperación.

Stein (mirándolo con calma): Nietzsche, tu insistencia en el caos refleja una profundidad en la comprensión del dinamismo del ser, pero no puedes explicar cómo el devenir al que te refieres puede sostenerse sin un marco que le otorgue coherencia. Incluso el caos necesita un orden subyacente para que podamos hablar de él. Sin el ser eterno, todo sería un flujo sin sentido, una constante desintegración.

Hartmann (interviene con un tono analítico): Ambas posiciones—el ser inmutable de Parménides y el devenir absoluto de Heráclito—necesitan reinterpretarse. Desde mi perspectiva ontológica estratificada, el ser no es ni una unidad homogénea ni un flujo caótico. Es una realidad compleja, formada por diferentes niveles que interactúan entre sí. La eternidad y la temporalidad son dimensiones que coexisten, cada una con su función y significado. Parménides y Heráclito, vuestras posturas extremas no abarcan la riqueza del ser.

Parménides (con un fruncir el ceño): Hartmann, tu multiplicidad fragmenta la verdad. La unidad del ser no puede reducirse a una pluralidad de niveles. La verdad reside en la unidad inmutable del ser; cualquier división es una desviación de esa pureza.

Hartmann (respondiendo con firmeza): Parménides, no niego la unidad del ser. Lo que propongo es que esta unidad incluye la pluralidad y la interacción de sus niveles. Lo eterno y lo temporal son modos distintos de manifestación, integrados en una estructura ontológica que los abarca. Tus ideas sobre la inmutabilidad no explican la diversidad que observamos en la realidad.

Heráclito (dirigiéndose a Hartmann): Al menos reconoces la importancia del dinamismo, pero tu estructura parece demasiado rígida. El flujo y la lucha no pueden organizarse en niveles estáticos. El ser es transformación constante, no algo que pueda categorizarse de manera fija.

Edith Stein (con tono conciliador): Creo que el enfoque ontorrealista puede ofrecer una síntesis. El ser eterno no es una abstracción lejana ni un conjunto de estratos rígidos, sino la plenitud que da coherencia y sentido al tiempo. Los cambios y las transformaciones que describes, Heráclito, no son autosuficientes ni caóticos; reflejan la unidad que los sustenta. Hartmann, tu idea de una estructura ontológica es valiosa, pero necesita una dimensión trascendental que integre sus niveles y los oriente hacia un fundamento último.

Nietzsche (con una risa amarga): Siempre regresan al fundamento, al orden, a la trascendencia. Es una prisión creada para encubrir nuestra incapacidad de aceptar la ausencia de sentido. La vida no necesita coherencia ni estabilidad. El caos es su verdad esencial, y todo intento de ordenarlo es una huida.

Stein (mirándolo con compasión): Nietzsche, el caos que defiendes no podría siquiera describirse si no estuviera sostenido por un orden subyacente. Sin un ser que trascienda el devenir, tus propias afirmaciones pierden coherencia. Incluso cuando niegas la trascendencia, participas de ella. El hecho de que hables del caos implica que reconoces un contraste con algo que trasciende ese caos.

Hartmann (añadiendo con tono reflexivo): Edith tiene razón. Incluso el dinamismo de Heráclito y el caos de Nietzsche dependen de una estabilidad subyacente que permita su inteligibilidad. Desde el ontorrealismo, el ser eterno no es una contradicción del tiempo, sino su fundamento. Es lo que hace posible tanto la coherencia como la transformación.

Parménides (con un leve asentimiento): Quizás hay algo que considerar en esta integración. Tal vez el ser eterno no excluye completamente lo temporal, sino que le otorga sentido desde su plenitud.

Heráclito (con tono contemplativo): Si el cambio refleja una plenitud más profunda, entonces el flujo podría tener un propósito más amplio que lo que inicialmente concebí.

Stein (concluyendo): Lo eterno y lo temporal son dimensiones complementarias del ser. Desde el ontorrealismo, esta unidad nos invita a mirar más allá del flujo y la fragmentación, hacia un horizonte que no solo da estabilidad, sino también plenitud a todo lo que existe.

 

 

 

§4.

Sentido Analógico del Ser

 

1. La Analogía como Enfoque Filosófico

Desde el ontorrealismo, la analogía del ser se presenta como un enfoque indispensable para comprender la relación entre lo finito y lo infinito en una sociedad marcada por la desintegración postmetafísica y el nihilismo. Este concepto permite captar la diversidad de los entes mientras preserva la unidad del ser, evitando las simplificaciones que caracterizan el sentido unívoco del ser, las cuales conducen a errores como el panteísmo y la negación de lo trascendente.

La importancia de la analogía radica en su capacidad para establecer una mediación conceptual entre lo absoluto y lo contingente, sin reducirlos a una misma sustancia. En el pensamiento ontorrealista, esta mediación es clave para comprender la jerarquización de los entes y su participación en una realidad trascendente. La analogía, a diferencia de la univocidad, permite la diferenciación sin pérdida de unidad.

Spinoza, en su sistema de Deus sive Natura, corre el riesgo de diluir la trascendencia divina al identificar a Dios con la naturaleza como una sustancia única, de la que todos los entes son modos. Este monismo fusiona lo absoluto con lo contingente, anulando la distinción entre ambos. Schelling, en su filosofía de la identidad, también vincula lo finito y lo infinito como expresiones de una misma unidad primordial, y Hegel lleva este enfoque más lejos al interpretar lo absoluto como un proceso dialéctico en el cual lo finito realiza lo infinito en la historia.

Sin embargo, reducir la trascendencia a un esquema dialéctico o monista implica eliminar la radical alteridad de lo absoluto. En este sentido, el ontorrealismo pone énfasis en la distinción entre lo finito y lo eterno, asegurando que la participación de los entes en el ser no implique una identificación absoluta con él. Este enfoque es crucial para evitar la disolución de la individualidad en un sistema totalizador.

En contraposición, el ontorrealismo toma como referencia la propuesta de Tomás de Aquino, quien sostiene que el ser no es unívoco, sino analógico. Según Aquino, los entes finitos participan en el ser eterno de manera proporcional, reflejando su plenitud sin confundirse con ella. Este enfoque permite salvaguardar la trascendencia divina mientras se establece una conexión real entre lo absoluto y lo contingente. Desde la perspectiva ontorrealista, esta analogía del ser se convierte en una herramienta clave para evitar las confusiones panteístas, afirmando que lo finito refleja al ser eterno sin perder su propia identidad ni su dependencia ontológica.

La noción de analogía en Aquino es especialmente útil para interpretar la estructura ontológica de la realidad sin caer en reduccionismos. En este marco, los entes finitos no son meros reflejos de una sustancia única, sino participantes diferenciados de una plenitud ontológica que los trasciende. Esta diferencia ontológica es esencial para la riqueza conceptual del ontorrealismo y para su capacidad de ofrecer una alternativa al nihilismo contemporáneo.

2. Grados y Relaciones del Ser

El ser no se manifiesta de manera uniforme en los entes, sino que adopta distintos grados según la naturaleza y capacidad de cada uno. Este enfoque, desde el ontorrealismo, permite comprender cómo lo contingente se orienta hacia lo absoluto sin ser absorbido por él, superando las reducciones unívocas que son características de ciertas corrientes modernas y postmetafísicas.

Spinoza niega estos grados al afirmar que todos los entes son modos de una única sustancia, rechazando cualquier jerarquía o diferencia cualitativa en el ser. Schelling, aunque introduce una perspectiva más matizada, todavía fusiona lo finito con lo trascendente, mientras que Hegel interpreta los niveles del ser como momentos de un proceso histórico y dialéctico que culmina en la autoconciencia del espíritu absoluto. Estas posturas, aunque profundas, tienden a desdibujar las relaciones reales entre lo contingente y lo absoluto. Desde el ontorrealismo, los grados del ser se interpretan como una jerarquía participativa que permite mantener la unidad y la diversidad. Tomás de Aquino describe esta jerarquía como un orden en el que cada nivel participa en la plenitud divina según su capacidad: lo material refleja grados inferiores, mientras que lo espiritual y eterno expresan grados superiores de participación. Edith Stein amplía esta idea desde el ontorrealismo, destacando que los grados del ser no están aislados, sino que se relacionan dinámicamente, mostrando una dependencia ontológica que integra lo finito y lo trascendente en una totalidad coherente.

La visión ontorrealista evita tanto el reduccionismo materialista como las confusiones panteístas al mostrar que los entes finitos dependen del ser eterno para existir, sin perder su individualidad. Esto permite comprender la realidad como una totalidad ordenada en la que cada ente ocupa un lugar único dentro de un conjunto integrado y jerárquico. Desde el ontorrealismo, esta dinámica participativa responde a la fragmentación de las perspectivas modernas al restablecer la conexión entre lo contingente y lo eterno como fundamento ontológico. Además, el enfoque ontorrealista asegura que la distinción ontológica entre los entes se mantenga sin comprometer la unidad del ser. Es decir, aunque cada ente participa de la existencia en distintos niveles, ninguno de ellos pierde su identidad al relacionarse con lo absoluto. Esta visión se opone a las interpretaciones monistas que eliminan las diferencias entre los entes, promoviendo en cambio una estructura jerárquica que permite la articulación de la realidad desde la multiplicidad hasta la unidad trascendente.

Otro punto clave en la jerarquía ontorrealista es la relación entre el conocimiento y los grados del ser. Según Tomás de Aquino, el conocimiento humano se estructura de acuerdo con esta jerarquía, permitiendo la ascensión desde lo material hasta lo espiritual. Edith Stein profundiza en esta idea al demostrar que el conocimiento no es simplemente una captación de datos, sino una participación activa en la realidad ontológica. En este sentido, el ser y el conocimiento están intrínsecamente ligados en una dinámica de ascensión hacia lo absoluto. El ontorrealismo también responde a los desafíos epistemológicos contemporáneos al proponer una estructura ontológica que explique la diferenciación de los entes sin fragmentar la realidad. Al reconocer distintos grados de participación en el ser, se garantiza una comprensión que no elimina la individualidad de los entes, sino que la ubica dentro de una totalidad ordenada. De esta manera, la existencia se comprende en términos de relación, participación y jerarquía, permitiendo superar los reduccionismos propios del pensamiento moderno y postmetafísico. Por último, la concepción de grados del ser desde el ontorrealismo no solo tiene implicaciones ontológicas, sino también éticas y culturales. En una sociedad marcada por la pérdida de referentes trascendentes, la jerarquización del ser permite reconstruir un marco de valores basado en la participación en una realidad mayor. Esta perspectiva ofrece una alternativa al nihilismo contemporáneo, proponiendo un modelo de existencia que reconoce la interdependencia entre lo finito y lo absoluto como principio estructurador de la realidad.

 

3. La Analogía como Herramienta Transformadora

El sentido analógico del ser, desde el ontorrealismo, no es solo un recurso conceptual; es una herramienta transformadora que redefine nuestra comprensión de la realidad y ofrece una alternativa al nihilismo y la desintegración postmetafísica de la sociedad anética. La analogía permite reconocer que el ser se manifiesta proporcionalmente en los entes, superando las reducciones unívocas que desdibujan las diferencias entre lo finito y lo infinito. Este concepto no solo facilita una comprensión ontológica más precisa, sino que también redefine la manera en que la razón humana se relaciona con el ser. En el marco ontorrealista, la analogía no es simplemente una técnica de clasificación, sino un método mediante el cual el pensamiento puede alcanzar una mayor claridad en su percepción de la totalidad ontológica.

Perspectivas como las de Spinoza, Schelling y Hegel tienden a confundir lo finito con lo absoluto, diluyendo la trascendencia en sistemas que igualan todos los niveles del ser. Spinoza fusiona a Dios con la naturaleza, mientras que Schelling y Hegel subordinan la trascendencia a un esquema que reduce lo absoluto a su realización histórica. Estas visiones, aunque complejas, carecen de una comprensión adecuada de la proporción y la jerarquía que la analogía aporta. Sin una distinción clara entre los niveles de ser, el pensamiento filosófico se expone a la disolución de la trascendencia en la inmanencia. Este problema es evidente en ciertas posturas del idealismo alemán, donde lo absoluto pierde su carácter irreductible y se convierte en una mera fase del desarrollo histórico o en una expresión inmanente de la conciencia.

El ontorrealismo, inspirado en Tomás de Aquino y ampliado por Edith Stein, afirma que los entes finitos reflejan al ser eterno sin confundirse con él. Los entes son causados y participados. La esencia y el ser son lo que constituyen los entes. La analogía del ser permite reconciliar la contingencia de los entes con la plenitud divina, mostrando que cada entidad concreta participa en un orden mayor que la trasciende. Esta participación no elimina las distinciones entre los grados del ser; las integra en una totalidad jerárquica y coherente.

La relación entre lo finito y lo eterno, en este sentido, no es una mera dependencia mecánica, sino una participación significativa que implica una estructura ontológica articulada. Cada ente, en su individualidad, es una manifestación proporcional del ser eterno, lo que permite entender la realidad como un sistema en el que las diferencias no son obstáculos, sino expresiones legítimas de una armonía superior. Adoptar la analogía del ser desde el ontorrealismo transforma nuestra visión del mundo. Los entes no son meras manifestaciones homogéneas ni fragmentadas, sino expresiones únicas que reflejan la riqueza infinita del ser eterno. Esto redefine nuestra relación con la creación, mostrando que cada ente concreto actúa como una señal que apunta hacia una plenitud que lo trasciende. Desde el ontorrealismo, esta transformación no solo tiene implicaciones metafísicas, sino que también permite superar las limitaciones del pensamiento moderno al recuperar una visión integral del ser y su relación con lo finito.

En última instancia, la analogía del ser se convierte en el fundamento de una filosofía que no reduce la realidad a esquemas unívocos ni la fragmenta en múltiples perspectivas aisladas. Se trata de una herramienta transformadora que integra la pluralidad ontológica en una totalidad armónica, restaurando la posibilidad de una comprensión profunda del ser y su manifestación en los entes concretos.

 

Diálogo Imaginario: sobre la Naturaleza del Ser

Spinoza (hablando con tranquilidad): El ser no admite dualidades ni distinciones esenciales. Dios, la sustancia infinita, es la única realidad auténtica, y todo lo demás son modos de esa sustancia. La naturaleza y Dios son idénticos: Deus sive Natura. No hay jerarquías en el ser, porque todo lo que existe se expresa necesariamente según la sustancia única.

Tomás de Aquino (con tono firme): Spinoza, tu concepción diluye la trascendencia divina al identificar a Dios con la naturaleza. En mi visión, el ser no es unívoco ni idéntico en todos los entes; es proporcional y se manifiesta en grados. Dios, como causa primera, trasciende todo lo finito y sostiene a los entes en su existencia, pero no se confunde con ellos. Lo finito refleja al ser eterno, pero no es idéntico a él.

Ontorrealista (interviene con serenidad): Spinoza, mientras tu visión busca una unidad en lo absoluto, corremos el riesgo de perder la distinción esencial entre lo contingente y lo trascendente. Tomás tiene razón en destacar que la analogía del ser permite preservar la identidad de lo finito mientras lo conecta con el ser eterno. Desde el ontorrealismo, entendemos que la proporcionalidad del ser evita las confusiones panteístas y subraya que cada ente refleja la plenitud divina de manera única y diversa.

Schelling (interviniendo con entusiasmo): Tomás, Ontorrealista, aprecio vuestra insistencia en la trascendencia, pero considero que lo finito y lo infinito son manifestaciones de una misma realidad absoluta. En mi sistema de la identidad, lo finito refleja lo infinito como parte de una unidad primordial. La naturaleza y el espíritu no son instancias separadas, sino expresiones de una totalidad que lo contiene todo.

Tomás de Aquino (sereno): Schelling, tu idea busca preservar la unidad del ser, pero tu planteamiento corre el riesgo de caer en un panteísmo que borra las distinciones esenciales. Dios no es simplemente una unidad que integra lo finito y lo infinito; es una realidad trascendente que da sentido y estabilidad a lo contingente, mientras lo supera infinitamente. La analogía del ser nos muestra que los entes finitos participan en la plenitud de Dios sin ser absorbidos en ella.

Ontorrealista (dirigiéndose a Schelling): Schelling, desde el ontorrealismo, reconocemos tu interés por la unidad del ser, pero subrayamos que esta unidad no implica una homogeneización que diluya las distinciones. Lo finito, aunque participa del ser eterno, conserva su identidad y su dependencia ontológica. La analogía del ser nos permite integrar la diversidad en la unidad sin perder la proporcionalidad y la jerarquía que caracterizan la relación entre lo absoluto y lo contingente.

Hegel (con un aire de autoridad): Lo absoluto no es una realidad estática ni separada de los entes finitos, como tú planteas, Tomás. En mi dialéctica, lo infinito se realiza a través del proceso histórico y la autoconciencia del espíritu. El ser absoluto no trasciende los entes, sino que se desarrolla en ellos, reconciliando lo finito y lo infinito mediante el devenir. La totalidad del ser es un proceso dinámico.

Spinoza (mirando a Hegel): Tu proceso histórico no me parece necesario, Hegel. La sustancia infinita no requiere devenir ni desarrollo, porque ya contiene todo lo posible. El movimiento y el cambio son expresiones de los modos finitos, pero no afectan la esencia del ser único.

Ontorrealista (interviene con firmeza): Hegel, tu dialéctica aporta un enfoque dinámico, pero desde el ontorrealismo vemos que subsumir lo absoluto en el devenir histórico reduce su trascendencia. Lo eterno no necesita desarrollarse; es plenitud que fundamenta lo temporal sin ser absorbida por él. El ser eterno, lejos de estar atrapado en el flujo histórico, actúa como una plenitud estable que da sentido y dirección a los procesos que describes.

Hegel (respondiendo con convicción): Ontorrealista, tu insistencia en la estabilidad del ser eterno no considera que el devenir es el único modo en que el absoluto puede realizarse. Sin el proceso, la totalidad del ser queda inmóvil y desconectada de la realidad concreta. El desarrollo histórico no contradice la perfección; la completa.

Tomás de Aquino (dirigiéndose a Hegel): Hegel, tu dialéctica sustituye la trascendencia por un proceso histórico que subsume lo eterno en el devenir temporal. Esto elimina la estabilidad y la perfección de Dios como fundamento último. Lo eterno no necesita desarrollarse; es plenitud absoluta que sustenta lo contingente. Los entes finitos encuentran su sentido en su participación en esta plenitud, no en un proceso de autoconciencia.

Schelling (con tono conciliador): Tal vez todos estamos viendo diferentes aspectos del mismo misterio. El ser absoluto, como yo lo concibo, contiene tanto la trascendencia que mencionas, Tomás, como la unidad que defiende Spinoza y el dinamismo que subraya Hegel. Lo finito y lo infinito no se oponen; son expresiones de una misma totalidad que lo abarca todo.

Ontorrealista (con serenidad): Schelling, aunque tu idea busca integrar perspectivas diversas, el ontorrealismo subraya que la unidad del ser no elimina las distinciones ni las jerarquías. La analogía del ser nos muestra que cada ente refleja al ser eterno de manera proporcional y diversa, manteniendo sus características únicas. Esto preserva tanto la unidad como la pluralidad, sin diluir la trascendencia divina en un sistema absoluto. La clave está en reconocer que lo contingente depende del ser eterno sin confundirse con él, logrando una integración dinámica y no una homogeneización.

 

 

§5

Inmanencia, Nihilismo y Nada

 

1. La Trampa del Nihilismo

El nihilismo emerge como una consecuencia inevitable del inmanentismo filosófico que caracteriza muchas corrientes modernas y posmodernas. Al reducir la realidad a lo meramente observable y medible, estas filosofías eliminan cualquier referencia a un fundamento trascendental. En su afán por afirmar la autonomía de la inmanencia, terminan cerrando el horizonte hacia lo eterno, dejando a la existencia atrapada en un vacío sin sentido. Desde el ontorrealismo, esta restricción es la raíz del nihilismo, puesto que, al negar la conexión con lo trascendente, se priva a lo contingente de su coherencia y propósito.

Derrida, con su concepto de deconstrucción, intensifica esta trampa nihilista al desmantelar cualquier idea de un fundamento fijo o estable. En su visión, no existe un centro ni una verdad última; solo un flujo infinito de significados diferidos. Aunque esta crítica revela las limitaciones de algunas tradiciones metafísicas, lleva al pensamiento a una fragmentación radical que desintegra cualquier posibilidad de unidad ontológica. Desde el ontorrealismo, la deconstrucción no solo alimenta el nihilismo, sino que amplifica la desconexión de lo finito con su fundamento trascendental. Por su parte, Vattimo, en su propuesta del "pensamiento débil", asume el nihilismo como una condición inevitable de la modernidad tardía. En lugar de cuestionarlo, lo acepta y lo replantea como una pluralidad fragmentaria de interpretaciones. Sin embargo, esta renuncia a la trascendencia no ofrece una verdadera salida al vacío existencial. Desde el ontorrealismo, esta visión, aunque menos agresiva que la de Derrida, perpetúa el nihilismo al privar al ser humano de un horizonte último que dé sentido a su existencia.

Ante a las perspectivas inmanentistas de Sartre, Derrida y Vattimo, el ontorrealismo plantea que el nihilismo no es una conclusión inevitable, sino una consecuencia de la negación del ser eterno como fundamento último. Al conectar lo finito con la plenitud trascendental del ser eterno, el ontorrealismo propone una salida que permite superar el vacío existencial del nihilismo y reconfigurar nuestra comprensión de la realidad.

 

2. La Nada como Falsa Conclusión

La nada se presenta en muchas filosofías contemporáneas como un principio fundamental, una conclusión inevitable de la eliminación de lo trascendente. Sin embargo, desde el ontorrealismo, esta es una falsa conclusión que surge de una visión parcial y fragmentada del ser, incapaz de reconocer su apertura hacia lo eterno.

Gilles Deleuze, en Diferencia y repetición, transforma la nada en una energía creativa que rechaza cualquier estabilidad o trascendencia. Su filosofía del devenir absoluto intenta sustituir el ser eterno por un flujo constante y dinámico. Sin embargo, al negar cualquier referencia a un fundamento trascendental, Deleuze priva a la existencia de una base que justifique su coherencia. Desde el ontorrealismo, esta radicalización de la nada no es una solución filosófica, sino una profundización en el vacío ontológico. Heidegger, en Ser y tiempo, aborda la experiencia de la nada como un camino hacia la apertura al ser, pero su análisis permanece atrapado en la temporalidad. Al no vincular la nada con un ser eterno que actúe como horizonte último, su propuesta queda incompleta. Desde el ontorrealismo, la nada no es un fin en sí misma; es un signo de la insuficiencia del ser finito, que apunta hacia su dependencia ontológica del ser eterno. Un enfoque interesante es el de Emanuele Severino, quien refuta el nihilismo afirmando la eternidad e inmutabilidad del ser. Sin embargo, al negar el devenir y enfocarse exclusivamente en la eternidad, Severino desconecta la realidad concreta de su dimensión temporal y dinámica. Desde el ontorrealismo, la superación del nihilismo no se logra negando el devenir, sino integrándolo en una plenitud trascendental que lo sostenga y lo explique.

El ontorrealismo desafía la conclusión nihilista de la nada al mostrar que esta no es un principio, sino una ausencia que revela la dependencia ontológica de lo finito hacia lo eterno. La nada, lejos de ser un fundamento, es una señal de que los entes no son autosuficientes y necesitan un ser eterno que los sostenga y les dé sentido.

 

3. Horizonte Trascendental como Alternativa

El ontorrealismo propone que la superación tanto del nihilismo como de la falsa conclusión de la nada radica en recuperar un horizonte trascendental que vincule lo finito con lo eterno. Esta recuperación no implica un regreso a sistemas metafísicos rígidos, sino una apertura renovada hacia el ser eterno como fundamento y plenitud de todo lo que existe.

Richard Rorty, con su pragmatismo relativista, rechaza toda trascendencia en favor de un enfoque funcionalista del conocimiento, donde la verdad es una herramienta práctica y no una correspondencia con una realidad última. Sin embargo, desde el ontorrealismo, esta postura perpetúa el vacío existencial al ignorar la necesidad de un fundamento ontológico que integre lo contingente en una totalidad coherente. Frente a estas perspectivas, Tomás de Aquino ofrece una base sólida para esta recuperación trascendental mediante la analogía del ser. Según Aquino, los entes finitos participan en la plenitud del ser eterno, encontrando en esta relación su sentido y propósito último. Desde el ontorrealismo, esta participación es clave para superar el nihilismo, ya que conecta lo contingente con una plenitud que lo trasciende sin negarlo. Edith Stein amplía esta propuesta al destacar que la apertura hacia lo trascendental no es un acto puramente conceptual, sino una experiencia transformadora. Según Stein y el ontorrealismo, el ser eterno no elimina la temporalidad ni el devenir, sino que los integra en una estructura ontológica más amplia que otorga coherencia y dirección a la realidad.

El nihilismo de la Nada que promueve el budismo, al concebir śūnyatā como un vacío absoluto, es una negación del fundamento ontológico que sustenta la existencia. Al despojar la realidad de un propósito trascendental y reducirla a la impermanencia, el budismo priva al ser humano de toda coherencia última, dejándolo atrapado en un ciclo infinito de desapego y vacuidad. Desde el ontorrealismo, esta perspectiva es insuficiente, pues la contingencia de lo finito exige un fundamento eterno que lo sostenga y le otorgue dirección. La Nada no puede generar sentido ni estabilidad, porque en su esencia es una negación del ser. Por el contrario, el ontorrealismo ofrece una conexión entre lo finito y lo trascendente que redime la existencia, permitiendo que cada ente participe en la plenitud del ser eterno.

El posmodernismo, con su rechazo hacia los fundamentos universales y su celebración de la fragmentación, representa una extensión del vacío nihilista. Al desmantelar cualquier noción de verdad trascendental y promover el relativismo, esta postura desintegra la vida humana en una pluralidad incoherente y sin propósito. El ontorrealismo, en contraste, enfrenta este último ataque del Maligno al restablecer la unidad entre lo contingente y lo eterno. No solo supera la fragmentación posmoderna, sino que también ofrece una salida al caos contemporáneo, afirmando que el ser eterno es la fuente de verdad, sentido y estabilidad. En este marco, la vida humana deja de ser un cúmulo de incertidumbres para convertirse en un reflejo significativo de la plenitud trascendental.

Recuperar un horizonte trascendental es esencial no solo para resolver el vacío existencial del nihilismo, sino también para reconfigurar nuestra relación con la realidad. Desde el ontorrealismo, esta apertura hacia el ser eterno transforma nuestra comprensión de lo finito como una participación en la plenitud trascendental. La existencia, lejos de agotarse en lo inmanente, se revela como un reflejo de lo eterno, ofreciendo una alternativa a la estrechez metafísica de las filosofías modernas y posmodernas.

 

El ontorrealismo desafía la hegemonía de la inmanencia y el nihilismo al restaurar el horizonte metafísico que las corrientes modernas han disuelto en la fragmentación. La crisis de sentido del mundo occidental es consecuencia de la clausura ontológica impuesta por el pensamiento secular, donde lo eterno ha sido relegado al olvido. La modernidad y el posmodernismo han hecho de la nada su principio rector, conduciendo a la existencia a la incoherencia y el vacío. Sin embargo, el ontorrealismo demuestra que lo finito no es una fractura condenada al absurdo, sino una manifestación que apunta hacia la eternidad. Más que una alternativa conceptual, es una restauración del sentido, afirmando que la realidad no es caos arbitrario, sino una estructura donde cada ente participa en la plenitud del ser absoluto. Este vínculo con lo eterno encuentra fundamento en la Palabra revelada, como afirma Juan 1:4: "En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres." La existencia no es un tránsito sin dirección, sino una manifestación iluminada por Cristo, fuente de toda vida. Así, el ontorrealismo supera la disolución posmoderna y la trampa del nihilismo, devolviendo al pensamiento su origen trascendental y demostrando que toda existencia finita participa de la plenitud eterna sin perder su identidad.

 

Diálogo Imaginario

Deleuze (gesticulando con pasión): El devenir es el núcleo de todo ser. No hay fundamento trascendental ni una unidad absoluta; la realidad es diferencia y repetición, un flujo incesante donde las estructuras fijas son ilusiones. La trascendencia es un artificio inútil: debemos aceptar que todo está en movimiento y que la creación surge de este devenir.

Severino (con tono firme): Deleuze, tu exaltación del devenir es precisamente lo que lleva al nihilismo. Cuando afirmas que todo fluye y carece de estabilidad, estás negando la eternidad del ser, que es el único fundamento verdadero. La eternidad del ser no es una ilusión, sino la esencia de todo lo existente. El cambio es solo apariencia.

Tomás de Aquino (dirigiéndose a Severino con calma): Severino, reconozco tu esfuerzo por evitar el nihilismo mediante la afirmación de la eternidad, pero al eliminar el devenir, despojas a los entes finitos de su dinamismo y temporalidad, que son esenciales para entender su relación con el ser eterno. La verdadera solución no está en negar el cambio, sino en integrar lo contingente en una estructura trascendental que lo fundamente.

Vattimo (con una sonrisa irónica): Tomás, la trascendencia que defiendes parece un sistema demasiado rígido para nuestra época. Mi "pensamiento débil" propone aceptar el nihilismo como una liberación de las verdades absolutas. En lugar de buscar fundamentos eternos, deberíamos vivir en la pluralidad y la interpretación histórica. La trascendencia es una carga innecesaria.

Stein (interviniendo con serenidad): Vattimo, la pluralidad y la apertura son valiosas, pero al abandonar todo horizonte trascendental, tu propuesta deja al ser humano atrapado en fragmentaciones que intensifican el vacío. Lo finito no puede sostenerse sin referirse al ser eterno, que no es una carga, sino una fuente de dirección y plenitud. La verdadera apertura está en integrar lo finito con lo infinito.

Rorty (con tono pragmático): Todos ustedes están complicando demasiado las cosas. La verdad no necesita ser absoluta ni trascendental; es solo una herramienta útil para nuestras necesidades prácticas. El nihilismo no es un problema si dejamos de buscar fundamentos y empezamos a usar el conocimiento como un medio para mejorar nuestras condiciones.

Ontorrealista (interviene con serenidad): Rorty, tu pragmatismo simplifica el problema sin resolver el vacío existencial que genera el nihilismo. Sin un fundamento trascendental, la verdad no es más que una herramienta fragmentada sin dirección última. Desde el ontorrealismo, la verdad no es solo funcional, sino una participación activa en la plenitud del ser eterno que integra lo finito con un horizonte coherente.

Deleuze (desafiando con entusiasmo): Ontorrealista, tu enfoque parece anular la creatividad del devenir. Al buscar estabilidad, estás limitando la potencia de la diferencia y la multiplicidad. La riqueza de la realidad está en la creación constante, no en una estructura estática.

Ontorrealista (mirándolo con calma): Deleuze, el ontorrealismo no niega el devenir; lo afirma como una expresión dinámica de la plenitud del ser eterno. La diferencia que valoras tanto no es incompatible con la estabilidad trascendental, sino que encuentra su potencia máxima en su relación con lo eterno. Lo finito no se fragmenta en el caos, sino que participa en una unidad que integra su creatividad.

Vattimo (con tono ligero): Ontorrealista, tu énfasis en la integración suena a un retorno a las verdades universales que mi "pensamiento débil" rechaza. ¿No es mejor aceptar que el ser humano puede vivir en la ambigüedad y la interpretación sin necesidad de buscar un fundamento último?

Ontorrealista (respondiendo con serenidad): Vattimo, aceptar la ambigüedad sin un horizonte trascendental no elimina el nihilismo; simplemente lo disfraza con fragmentaciones. Desde el ontorrealismo, la pluralidad no desaparece, pero encuentra dirección y sentido al integrarse en la plenitud del ser eterno, que orienta lo finito sin anular su diversidad.

Tomás de Aquino (añadiendo con firmeza): Vattimo, la ambigüedad que defiendes conduce a la nada. El horizonte trascendental no cancela la pluralidad, sino que la orienta hacia una unidad que evita el vacío existencial. Sin una referencia última, las interpretaciones fragmentarias dejan al ser humano perdido en su finitud.

Severino (mirando a Ontorrealista): Aunque reconozco tu esfuerzo por integrar lo finito con lo eterno, insistir en el devenir debilita la estabilidad del ser eterno. La solución al nihilismo es afirmar que el ser es eterno y que el cambio es una ilusión.

Ontorrealista (respondiendo con paciencia): Severino, negar el cambio no elimina el nihilismo; lo oculta bajo una eternidad estática que despoja a los entes de su dinamismo. Desde el ontorrealismo, el devenir no se opone a la estabilidad trascendental, sino que participa en ella. Lo finito no desaparece en lo eterno; encuentra en él su coherencia y propósito.

Stein (interviene conciliadora): Lo finito y lo infinito no son enemigos; son dimensiones complementarias de la realidad. Desde el ontorrealismo, la integración entre el devenir y la eternidad no cancela la creatividad ni la estabilidad; las potencia al mostrar que todo lo contingente encuentra su dirección en la plenitud trascendental.

De este modo El ontorrealismo no solo desafía las tendencias filosóficas que han fragmentado la realidad, sino que también se presenta como una restauración de la estructura ontológica que vincula el ser finito con su fundamento trascendental. En un contexto donde el pensamiento contemporáneo ha disuelto la noción de una verdad última, reduciendo la existencia a un cúmulo de interpretaciones contingentes, el ontorrealismo reivindica la presencia activa de lo eterno como principio organizador del ser. Su propuesta no es una especulación abstracta ni una nostalgia metafísica, sino una afirmación contundente de que la contingencia solo halla su plenitud en la comunión con lo absoluto. Esta perspectiva no solo supera la crisis de sentido, sino que también ofrece una base ontológica capaz de sostener la vida humana más allá de la incertidumbre posmoderna.

A su vez, el ontorrealismo devuelve al pensamiento su orientación trascendental, afirmando que la existencia no está encerrada en el flujo inestable de lo inmediato, sino que participa de un orden superior que le da coherencia y dirección. En Hebreos 11:3, se nos recuerda: "Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía." Este principio confirma que la realidad no se agota en lo visible, sino que se fundamenta en una estructura ontológica que trasciende la percepción empírica. Así, el ontorrealismo no es simplemente una respuesta filosófica a la fragmentación contemporánea, sino una vía para recuperar la unidad del ser, devolviendo al hombre su vocación hacia lo eterno y reafirmando que su existencia es más que una sucesión de instantes sin propósito.

§6.

Inmanencia y Trascendencia

 

1. La Trascendencia como Contrapunto

En el marco del ontorrealismo, la trascendencia es el fundamento esencial que complementa y eleva a la inmanencia, otorgándole sentido, dirección y plenitud. Desde esta perspectiva, la trascendencia no anula las experiencias inmanentes, sino que las integra en una realidad mayor que conecta lo contingente con lo absoluto. El ontorrealismo plantea que esta integración no es una opción arbitraria, sino una necesidad filosófica para evitar la fragmentación existencial propia de las perspectivas que privilegian únicamente lo inmanente.

Xavier Zubiri, al desarrollar su noción de "realidad" como "sistema de notas", ofrece un marco interesante para pensar la conexión entre lo finito y un fundamento último. Sin embargo, su concepto del "poder de lo real" tiende a diluir la distinción entre trascendencia e inmanencia, quedando ambiguamente en una suerte de "trascendencia inmanente". Desde el ontorrealismo, esta ambigüedad debe resolverse al reconocer que la realidad última no solo actúa en todo lo existente, sino que trasciende lo finito al ofrecer un horizonte que lo integra en una totalidad significativa.

Charles Taylor aporta claridad al enfatizar que los "horizontes de sentido" son indispensables para la identidad humana. Su idea de valores trascendentes como estructuras que dan coherencia a lo inmanente es valiosa, pero al anclarse demasiado en las "historias constitutivas", corre el riesgo de limitarse al contexto particular. Desde el ontorrealismo, los horizontes de sentido son reflejos de una plenitud trascendental que no es meramente contextual, sino universal, garantizando que los valores trasciendan las circunstancias históricas.

El ontorrealismo insiste en que lo trascendente no compite con lo inmanente; es su fundamento y propósito. Lo finito participa proporcionalmente en el ser eterno, reflejando su riqueza sin perder su identidad particular. Esta conexión es esencial para superar el vacío existencial y la fragmentación ontológica que resultan de los enfoques exclusivamente inmanentistas. La trascendencia no niega lo finito, sino que lo eleva al orden de una realidad integrada y plena.

 

2. Relación Dialéctica

La reconciliación entre inmanencia y trascendencia, desde el ontorrealismo, no es un eclecticismo superficial, sino una relación dialéctica profunda y complementaria. Ambas dimensiones del ser se iluminan mutuamente, ofreciendo una visión integrada de la realidad en la que lo finito apunta hacia lo infinito, mientras que lo infinito sostiene, ordena y da sentido a lo contingente.

Walzer, en su análisis de la "esfera de justicia", muestra cómo las comunidades históricas han organizado valores inmanentes que estructuran la vida social. Aunque su enfoque ayuda a comprender la importancia de lo inmanente, permanece limitado al plano histórico y contingente, sin vincular estas estructuras con un fundamento trascendental. Desde el ontorrealismo, estos valores sociales deben orientarse hacia una plenitud superior que garantice su coherencia y estabilidad universal.

James McIntyre subraya que los bienes internos de las prácticas humanas dan sentido al actuar humano en un contexto compartido, pero su análisis suele quedarse en el ámbito ético y pragmático, sin explorar cómo estos bienes se relacionan con un horizonte eterno. Desde el ontorrealismo, estas prácticas adquieren su sentido más profundo al participar en la plenitud del ser eterno, que otorga coherencia y propósito incluso a las realidades más concretas.

El ontorrealismo propone una estructura dialéctica en la que lo inmanente y lo trascendente mantienen una tensión fecunda y complementaria. Lo inmanente, al abrirse hacia lo trascendente, encuentra su verdadera dirección y sentido, mientras que lo trascendente actúa como fundamento último que eleva y unifica la diversidad de lo finito. Esta relación no elimina las diferencias ni las tensiones, sino que las integra en una totalidad que respeta su riqueza y su especificidad.

 

3. Implicaciones para el Sentido Humano

La reconciliación entre inmanencia y trascendencia, articulada desde el ontorrealismo, tiene profundas implicaciones para la vida humana. Esta integración permite superar la fragmentación y el vacío característicos de las visiones que privilegian lo inmanente sin reconocer su dependencia ontológica de lo trascendente. La existencia humana, al conectarse con la plenitud del ser eterno, deja de ser un cúmulo de experiencias dispersas y cobra un sentido pleno y unitario.

Michael Walzer y James McIntyre, aunque permanecen en enfoques éticos y sociales, ofrecen perspectivas que dialogan indirectamente con el horizonte trascendental. Walzer, con su énfasis en la justicia social, revela cómo los valores compartidos pueden organizar una vida más significativa, pero su enfoque histórico no logra vincular estas estructuras con una realidad eterna que les otorgue estabilidad universal. McIntyre, por su parte, explora el carácter narrativo de la vida humana y los bienes internos de las prácticas, pero no conecta estas dinámicas con el ser eterno como su origen y meta última.

Charles Taylor, en cambio, da un paso hacia la trascendencia al mostrar que los "horizontes de sentido" son fundamentales para dar coherencia a la vida humana. Sin embargo, su énfasis en las historias particulares puede diluir la universalidad del ser eterno. Desde el ontorrealismo, estos horizontes no son meros constructos históricos, sino reflejos de una plenitud trascendental que abarca e integra toda la realidad.

El ontorrealismo transforma nuestra comprensión del ser y de la vida humana al integrar lo finito con lo infinito. La participación de lo finito en la eternidad no niega las experiencias concretas y contingentes; las potencia al darles una dirección que trasciende la fragmentación y la temporalidad. Esta reconciliación no solo redefine nuestra visión metafísica, sino que también ofrece una vida más plena y significativa, en la que cada acto humano refleja y participa en la riqueza infinita del ser eterno.

 

4. Fundamentación Ontorrealista Ampliada

Desde el ontorrealismo, la reconciliación entre inmanencia y trascendencia responde a la necesidad de integrar la diversidad de lo finito con un horizonte universal que garantice su coherencia. La fragmentación que caracteriza a muchas filosofías modernas y posmodernas, al privilegiar exclusivamente lo inmanente, deja a la realidad atrapada en un vacío ontológico que el ontorrealismo busca superar. Esta propuesta no niega la riqueza de lo particular ni de lo histórico, sino que las conecta con una plenitud trascendental que les da sentido y propósito último.

Lo finito, al participar proporcionalmente en el ser eterno, no pierde su individualidad ni su diversidad, sino que encuentra en lo trascendente su origen, dirección y meta última. La trascendencia no elimina lo inmanente; lo fundamenta y lo orienta hacia su realización plena. Esta dinámica participativa permite integrar la multiplicidad y la temporalidad en una totalidad coherente y significativa.

Además, el ontorrealismo subraya que la trascendencia no es una abstracción distante ni una imposición dogmática, sino una realidad vivencial que transforma nuestra comprensión del ser y de la vida. En un mundo caracterizado por la fragmentación y el relativismo, el ontorrealismo ofrece una alternativa que reconcilia lo cotidiano y lo eterno, mostrando que cada entidad concreta refleja y participa en una unidad trascendental que enriquece y dignifica la existencia humana. Este desarrollo del ontorrealismo resitúa la filosofía en su vocación fundamental: otorgar sentido a la existencia desde su relación con lo eterno. Al integrar lo finito con la plenitud trascendental, el ontorrealismo no solo supera la fragmentación de las corrientes filosóficas modernas y posmodernas, sino que también devuelve al pensamiento su coherencia última. La trascendencia, lejos de ser una negación de lo inmanente, es su fundamento, permitiendo que cada entidad concreta refleje la riqueza del ser sin perder su identidad.

 

Diálogo Imaginario

Taylor (con tono reflexivo): La vida humana necesita un "horizonte de sentido" para comprenderse plenamente. Estos horizontes, aunque históricos y culturales, dan coherencia a nuestra experiencia. Sin embargo, no creo que debamos buscar un fundamento trascendental universal; los horizontes son múltiples y contextuales, moldeados por las historias particulares de cada comunidad.

Ontorrealista (con firmeza): Taylor, tu énfasis en los horizontes históricos es importante, pero insuficiente. Si bien los contextos particulares enriquecen nuestra experiencia, esos horizontes no pueden sostenerse sin un fundamento trascendental que integre la diversidad y les otorgue coherencia universal. Desde el ontorrealismo, lo finito y lo histórico encuentran su verdadero propósito al orientarse hacia una plenitud eterna que los trasciende sin anularlos.

Walzer (interviniendo con entusiasmo): Estoy de acuerdo con Taylor en que los valores y principios son específicos de cada comunidad. Mi análisis de las "esferas de justicia" muestra cómo estas normas son distribuidas de forma diferente según las tradiciones y necesidades de cada sociedad. No veo la necesidad de vincular estas esferas con algo trascendental; lo inmanente es suficiente para organizar la vida social.

Ontorrealista (mirando a Walzer): Walzer, tus aportes sobre las esferas de justicia ayudan a comprender cómo gestionar lo inmanente en diferentes contextos. Sin embargo, sin un horizonte trascendental, estas esferas permanecen fragmentadas y expuestas al relativismo. Desde el ontorrealismo, lo inmanente necesita estar vinculado a lo trascendente para evitar que los valores se reduzcan a constructos arbitrarios y para garantizar su orientación hacia un propósito universal.

Zubiri (con tono analítico): La realidad, como yo la entiendo, no es una colección de entidades aisladas, sino un "sistema de notas" que se fundamenta en el "poder de lo real". Este poder no es algo externo, sino una fuerza intrínseca que unifica todo lo existente. Me parece innecesario postular una trascendencia separada del mundo real.

Ontorrealista (respondiendo con calma): Zubiri, tu noción del "poder de lo real" es un aporte valioso, pero desde el ontorrealismo consideramos que diluir la trascendencia en la inmanencia puede limitar el análisis. La ontorrealidad requiere distinguir entre lo finito y lo infinito. Lo trascendente no es simplemente una dimensión ampliada de lo inmanente, sino una plenitud absoluta que trasciende y fundamenta la diversidad de lo existente.

McIntyre (reflexionando): Yo creo que el sentido humano se encuentra en los bienes internos de las prácticas y en las narrativas que dotan de coherencia a nuestras vidas. Estas narrativas no requieren un fundamento trascendental; su fuerza radica en estructurar éticamente nuestra existencia y en generar comunidades sólidas.

Ontorrealista (mirando a McIntyre): McIntyre, tus ideas sobre los bienes internos y las narrativas son una contribución crucial. Sin embargo, estas prácticas y relatos, aunque coherentes a nivel local, necesitan orientarse hacia una plenitud eterna que les dé coherencia última. Desde el ontorrealismo, lo finito, por sí solo, no puede sostenerse; su verdadero sentido se encuentra en su participación activa en el ser trascendente, que une todas las historias particulares en un horizonte universal.

Taylor (interviniendo de nuevo): Pero, ¿no crees que insistir en un fundamento trascendental universal ignora la riqueza de las diferencias culturales y contextuales? Mi enfoque busca respetar esa diversidad sin imponer una visión única del ser.

Ontorrealista (con firmeza, pero abierto al diálogo): Taylor, la diversidad cultural es una expresión legítima de la riqueza de lo inmanente, pero no puede sostenerse sin un fundamento trascendental que dé dirección y cohesión a esa diversidad. Desde el ontorrealismo, las diferencias no se eliminan al vincularlas con lo eterno; al contrario, encuentran su verdadero significado y coherencia en una unidad trascendental que integra, sin anular, sus particularidades. La trascendencia no homogeniza; eleva y orienta hacia una plenitud que abarca toda la diversidad.

Walzer (interviniendo de nuevo, con tono crítico): Pero, Ontorrealista, vincular lo inmanente con lo trascendental parece un intento de imponer una dirección única y fija a las prácticas humanas. ¿No es más enriquecedor aceptar que cada comunidad se autodefina según sus propios valores y necesidades históricas?

Ontorrealista (respondiendo con claridad): Walzer, respetar la autonomía de las comunidades no implica desvincularlas de un horizonte trascendental. Desde el ontorrealismo, lo trascendente no impone uniformidad, sino que actúa como un fundamento que enriquece y conecta los valores particulares en una totalidad coherente. Esto permite que lo histórico y lo particular se mantengan, pero siempre orientados hacia una plenitud universal que evite la fragmentación y el relativismo.

McIntyre (con tono conciliador): Quizás lo que estás diciendo, Ontorrealista, es que lo inmanente y lo trascendente no están en oposición, sino que se complementan. Pero, ¿cómo se logra esa integración sin perder la riqueza de las narrativas y los bienes específicos de cada comunidad?

Ontorrealista (con una leve sonrisa): Exactamente, McIntyre. Desde el ontorrealismo, lo inmanente no desaparece en lo trascendente; encuentra en él su fundamento y dirección. Las narrativas particulares son expresiones legítimas de lo finito, pero logran su coherencia al participar en la plenitud del ser eterno. Es una integración dinámica, donde cada elemento conserva su identidad mientras contribuye a una totalidad que lo eleva.

 

 

§7

Punto de Llegada: El Ser Eterno como Horizonte Final

 

1. De lo Finito a lo Fundante: Una Visión Ontorrealista

Los entes finitos, marcados por su naturaleza contingente, no solo reflejan su insuficiencia ontológica, sino que actúan como indicadores de una causa última que los fundamenta. Desde el ontorrealismo, esta causa última no es simplemente una abstracción distante, sino una plenitud que sostiene, integra y dirige lo finito hacia una dimensión trascendente que lo trasciende. Lo finito, en su dependencia radical, refleja proporcionalmente la riqueza del ser eterno como su horizonte definitivo.

Contribuciones y Críticas de Pensadores Clásicos Aristóteles establece una base imprescindible con su concepto del motor inmóvil, una causa que, al ser no movida, permanece inmutable y fuera del tiempo, proporcionando el fundamento para toda existencia dependiente. Sin embargo, su análisis permanece en un nivel metafísico abstracto, limitándose a un principio explicativo externo. En contraste, el ontorrealismo insiste en que esta causa última no es solo un fundamento externo, sino una plenitud interna que sostiene y da sentido continuo a lo contingente. Este énfasis en la cercanía y participación del ser eterno en la existencia finita amplía el alcance aristotélico.

Tomás de Aquino, al incorporar la noción de participación en el actus essendi, aporta una comprensión dinámica de la relación entre lo contingente y lo absoluto. Según Aquino, todo lo que existe participa del acto de ser que emana de Dios como fundamento primero. Sin embargo, el ontorrealismo da un paso adicional al recalcar que esta participación no homogeniza ni reduce la diversidad de los entes finitos, sino que la enriquece, permitiendo que cada ser refleje de manera única la plenitud trascendental del ser eterno.

Perspectivas Modernas y Contemporáneas Hegel, por otro lado, plantea una integración dialéctica en la que lo finito es subsumido dentro del absoluto. Aunque su propuesta destaca la interrelación entre lo contingente y lo infinito, tiende a desdibujar la identidad individual de lo finito en el proceso de síntesis. Desde el ontorrealismo, se reconoce que lo finito mantiene su unicidad mientras participa del ser eterno, evitando así la absorción total dentro de lo absoluto.

Kant introduce una barrera entre lo fenoménico y lo nouménico que limita el acceso a la realidad trascendental, sugiriendo que la razón humana no puede aprehender lo absoluto. Frente a esto, el ontorrealismo reafirma que la contingencia misma actúa como una huella ontológica del ser eterno, permitiendo no solo su inferencia racional, sino también su participación vivencial. La finitud, en este sentido, no es un obstáculo, sino una ventana hacia lo trascendente.

Por último, Heidegger analiza la relación del Dasein con el ser, pero enfatiza la angustia existencial frente a la nada como elemento central de la existencia humana. Desde la perspectiva ontorrealista, la contingencia no se enfrenta al vacío, sino que encuentra su plenitud en la apertura hacia el ser eterno, integrando la dimensión temporal en una totalidad trascendental que otorga propósito y sentido.

Contribuciones Críticas de Fabro y Guardini Cornelio Fabro fortalece esta perspectiva al afirmar que la participación en el ser eterno es proporcional y dinámica, reflejando la riqueza infinita del ser según las capacidades propias de cada ente. Guardini, por su parte, observa que el mundo concreto está constituido por una dependencia intrínseca hacia lo trascendente, lo que hace visible cómo lo finito no se cierra sobre sí mismo, sino que permanece orientado hacia la plenitud trascendental.

Confrontación con Pensadores Ateos

Comte-Sponville en su obra El espíritu del ateísmo (2006), André Comte-Sponville defiende un ateísmo espiritual que niega la trascendencia divina y sitúa valores como el amor y la bondad dentro de la inmanencia de la experiencia humana. Aunque su propuesta intenta rescatar lo absoluto dentro de lo finito, desde el ontorrealismo se subraya que esta postura no logra fundamentar ontológicamente dichos valores, pues carecen de autosuficiencia y encuentran su verdadero sentido al participar del ser eterno.

Richard Dawkins, en El espejismo de Dios (2006), critica la idea de Dios como innecesaria y considera que el universo puede explicarse completamente desde procesos científicos como la evolución. Sin embargo, el ontorrealismo señala que la dependencia ontológica de lo finito no puede ser reducida al ámbito empírico. Las leyes naturales y la complejidad de la existencia requieren un fundamento trascendental que no solo las origine, sino que les otorgue coherencia y estabilidad: el ser eterno.

Robin Le Poidevin, en Arguing for Atheism: An Introduction to the Philosophy of Religion (1996), sostiene que los argumentos teístas carecen de evidencia concluyente y que la realidad puede comprenderse sin recurrir a Dios. Desde la perspectiva ontorrealista, esta postura no aborda la contingencia de lo finito como una evidencia de una causa última que lo sostiene. El ontorrealismo afirma que lo contingente encuentra su pleno significado al participar en el ser eterno, superando así el vacío explicativo de las posturas agnósticas.

Michel Onfray, en Tratado de ateología (2005), rechaza la noción de Dios como un constructo cultural y aboga por una ética hedonista basada en la inmanencia. Desde el ontorrealismo, se señala que esta postura reduce la ética a un enfoque individualista y subjetivo, ignorando que los valores morales requieren un fundamento trascendental para ser coherentes y universales. La participación en el ser eterno no solo da estabilidad a los valores éticos, sino que los integra en una plenitud que supera las limitaciones del hedonismo.

Reafirmación Ontorrealista Desde el ontorrealismo, lo finito no se percibe como un sistema cerrado ni como una realidad autosuficiente, sino como un marco de participación en el ser eterno. La contingencia no representa una carencia, sino una configuración que permite que cada ente particular exprese, en su dependencia, la riqueza ontológica de su fundamento último. El ser eterno no es una abstracción distante ni una causalidad estática, sino una plenitud que transforma, sostiene y da sentido a lo finito en su devenir. El ontorrealismo no solo amplía y supera las interpretaciones clásicas, modernas y contemporáneas, sino que también confronta críticamente las posturas ateas, integrando razón, experiencia y trascendencia. Lo finito, al participar en el ser eterno, no pierde su identidad, sino que la enriquece al reflejar la riqueza infinita de su fundamento, reafirmando así su papel en el horizonte dinámico y participativo de la realidad.

 

2. Nueva Demostración de la Existencia de Dios

La demostración de la existencia de Dios, desde mi postura ontorrealista, no es un ejercicio técnico ni una mera reconstrucción de argumentos clásicos. Es una propuesta que integra el análisis metafísico, la analogía del ser y la superación del nihilismo en un marco renovado y profundo.

Metafísica Lo finito, al ser contingente, muestra que no puede ser su propia causa. Aristóteles establece que todo lo que existe en potencia debe ser actualizado por un acto, y Tomás de Aquino articula cómo el ser eterno actúa no solo como origen, sino como fundamento continuo. Mi postura ontorrealista no se detiene en esta causalidad externa; afirma que el ser eterno no es un principio distante, sino la plenitud que sostiene y da sentido a lo contingente. Sertillanges complementa esta visión al enfatizar que la metafísica conecta la búsqueda racional con una experiencia espiritual, mostrando que la causa última no es solo necesaria, sino íntima y vivencial.

Analogía del ser La analogía del ser demuestra cómo lo finito refleja al ser eterno sin confundirse con él. Tomás de Aquino desarrolla esta herramienta conceptual para evitar el panteísmo y la fragmentación, mientras Fabro dinamiza esta participación mostrando que cada ente tiene una relación proporcional y única con lo eterno. Desde mi postura ontorrealista, la analogía del ser no solo explica la relación entre lo finito y lo infinito, sino que lo convierte en una experiencia ontológica que trasciende lo conceptual y transforma la manera en que entendemos la realidad.

Superación del nihilismo El nihilismo, al rechazar toda trascendencia, intensifica el vacío existencial al reducir la realidad a un conjunto de contingencias aisladas. Guardini señala que esta crisis no puede enfrentarse solo con herramientas racionales, sino que requiere una apertura hacia lo trascendental. Desde mi perspectiva ontorrealista, lo contingente no se dirige hacia la nada, como plantea el nihilismo, sino hacia el ser eterno, cuya plenitud supera las limitaciones de lo finito y da sentido a la existencia. La contingencia no es un signo de carencia, sino una evidencia de la dependencia ontológica que tiene su respuesta definitiva en el ser eterno.

Pruebas Clásicas y Contrastación Ontorrealista

Tomás de Aquino y las Vías Causales Las Cinco Vías de Tomás de Aquino, especialmente la vía de la causa eficiente y la contingencia, establecen que existe un ser necesario que actúa como causa primera y fundamento de todo lo existente. Desde el ontorrealismo, esta causalidad externa es reinterpretada para subrayar que el ser eterno no solo origina, sino que sostiene continuamente la existencia de lo contingente, otorgando un significado integral que va más allá de la causalidad mecánica.

Descartes y el Argumento Ontológico Racionalista Descartes, en su argumento ontológico, plantea que la idea de un ser perfecto debe provenir de una fuente igualmente perfecta: Dios. Desde el ontorrealismo, esta idea se complementa afirmando que el ser eterno no solo garantiza la perfección lógica de su concepto, sino que es una plenitud vivencial que transforma la existencia y permite una integración profunda entre lo finito y lo infinito.

Pruebas Adicionales

Prueba Ontológica de Anselmo de Canterbury. San Anselmo sostiene que Dios es "aquello mayor que lo cual nada puede pensarse", y su existencia es necesaria. Desde el ontorrealismo, esta idea resalta la conexión entre la racionalidad humana y la plenitud trascendental del ser eterno, destacando su dimensión vivencial más allá de lo lógico.

Prueba Cosmológica de Kalam. La tradición de Kalam presenta el universo como dependiente de una causa trascendente. Desde el marco ontorrealista, esta causa se interpreta no solo como origen, sino como presencia continua que sostiene la existencia finita.

Apuesta de Pascal La apuesta de Pascal aboga por creer en Dios como una opción racional. Desde el ontorrealismo, esta perspectiva se profundiza al destacar que el ser eterno no es solo una respuesta lógica, sino una plenitud que transforma la vida humana en su totalidad.

Prueba Existencialista de Kierkegaard, identifica la experiencia subjetiva como clave para percibir la existencia de Dios. En el ontorrealismo, esta subjetividad es integrada dentro de una totalidad participativa donde lo finito refleja activamente al ser eterno.

Argumento Estético de Dostoievski, encuentra en la belleza una evidencia de lo divino. El ontorrealismo interpreta esta experiencia estética como una participación en la riqueza infinita del ser eterno.

Reafirmación Ontorrealista El ontorrealismo, lejos de negar las pruebas clásicas o las modernas, las integra dentro de un marco renovado que combina análisis racional, experiencia vivencial y trascendencia ontológica. Esta postura no solo reafirma la existencia de Dios, sino que invita a vivir en comunión con el ser eterno, integrando lo finito en la riqueza infinita de su plenitud.

 

3. El Ser Eterno como Redefinición

Horizonte Integrador En la perspectiva ontorrealista, el ser eterno se concibe como un horizonte dinámico que redefine nuestra comprensión de la temporalidad, la eternidad y el propósito de la existencia. No es una entidad separada o distante, sino una plenitud vivencial que integra la diversidad y fragmentación de lo finito dentro de una totalidad participativa. Este horizonte transforma nuestra relación con el tiempo, eleva las limitaciones humanas y revela el propósito último de la existencia.

La Relación entre Tiempo y Eternidad La conexión entre tiempo y eternidad ha sido una preocupación filosófica fundamental desde la antigüedad. Aristóteles define el tiempo como una medida del movimiento en relación con un antes y un después. Por su parte, Tomás de Aquino interpreta el tiempo como una realidad creada y dependiente de la eternidad divina, que es la fuente de su estabilidad. En un análisis más moderno, Guardini observa la temporalidad humana como una apertura hacia lo eterno, sugiriendo que el tiempo no es un sistema cerrado, sino una dimensión que encuentra su plenitud en la eternidad. Desde el ontorrealismo, el tiempo adquiere un sentido trascendental, ya que no es negado ni destruido por la eternidad, sino elevado e integrado en una plenitud que trasciende sus fragmentaciones.

El Propósito Humano Redefinido El propósito de la existencia humana, según esta perspectiva, se redefine como una integración de lo cotidiano en la búsqueda del ser eterno. Sertillanges considera que la contemplación del ser eterno y la búsqueda de la verdad son el fin último de la vida humana. Este proceso no implica una desconexión de la realidad diaria, sino que otorga un propósito trascendental a cada acto humano, convirtiéndolo en una expresión de la eternidad. A través de Leonardo Fabro, se enfatiza la dinámica de participación entre lo contingente y lo absoluto. Esta relación no homogeniza lo finito ni anula su unicidad. Por el contrario, cada entidad finita refleja, en su particularidad, la riqueza infinita del ser eterno, revelando que lo finito encuentra su verdadera identidad y propósito al participar activamente en esta plenitud trascendental.

Implicaciones Vivenciales El ser eterno no debe ser considerado como un concepto abstracto o distante, sino como una realidad que transforma radicalmente la existencia humana. En un mundo caracterizado por la fragmentación y la incertidumbre temporal, el ser eterno actúa como un principio unificador y estabilizador. En esta integración, cada acto humano, cada experiencia temporal, se convierte en un reflejo vivencial de la coherencia y propósito de la eternidad. De esta manera, el ser eterno redefine no solo nuestra comprensión del tiempo y la existencia, sino también nuestra participación en una totalidad donde lo finito y lo infinito coexisten en una dinámica de enriquecimiento mutuo. Esta plenitud no destruye la diversidad de lo finito; la integra y la eleva, otorgándole un significado más profundo y trascendental.

Superación de la Sociedad Postmetafísica El ontorrealismo surge como una alternativa para enfrentar las consecuencias de la sociedad postmetafísica, donde los absolutos han sido desdibujados y sustituidos por perspectivas relativistas que fragmentan el sentido de la existencia. En este contexto, el ontorrealismo propone una recuperación de los fundamentos trascendentes, ofreciendo un horizonte coherente en el cual lo finito no está aislado, sino integrado en una plenitud absoluta. Esta integración refuta la fragmentación cultural y filosófica característica de la era postmetafísica, devolviendo a las preguntas esenciales sobre el ser, el tiempo y la eternidad un marco de referencia estable y enriquecedor.

Reafirmación de los Absolutos Existenciales En una sociedad donde la ausencia de absolutos ha dado lugar a la incertidumbre y la alienación, el ontorrealismo reafirma la posibilidad de encontrar unidad y propósito en el ser eterno. Lejos de ser una regresión al pensamiento dogmático, esta postura ofrece una síntesis dinámica donde la diversidad y la singularidad de lo finito participan de una verdad trascendental sin perder su identidad. Así, el ontorrealismo no solo combate la erosión de los valores existenciales, sino que reconfigura el diálogo humano en torno a las grandes preguntas sobre la finalidad y la coherencia de la existencia, revitalizando la filosofía como una herramienta para la integración y la transformación.

El ontorrealismo rescata la profundidad ontológica perdida en el pensamiento contemporáneo al restaurar el vínculo esencial entre lo finito y lo eterno. En un contexto donde la filosofía ha sido reducida a estructuras lingüísticas o mecanismos funcionales, esta propuesta reafirma que la existencia humana no puede agotarse en la contingencia, sino que encuentra su sentido último en la comunión con la plenitud trascendental. Más que una oposición entre inmanencia y trascendencia, el ontorrealismo demuestra que la primera solo cobra significado cuando se orienta hacia la segunda.

Este principio es confirmado en la Palabra revelada, cuando en Juan 1:4 se nos dice: "En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres." La existencia, lejos de ser una sucesión vacía de instantes, es una participación en la vida eterna, iluminada por el fundamento absoluto. El ontorrealismo, al integrar esta estructura metafísica, ofrece una alternativa que no solo responde a la crisis del sentido, sino que también restablece el horizonte ontológico que la modernidad ha tratado de clausurar. La reconciliación entre lo finito y lo eterno no es un retroceso, sino una restauración del orden del ser, devolviendo a la filosofía su tarea primordial: comprender la existencia en su totalidad y orientar al hombre hacia su destino trascendental.

El ontorrealismo se configura como el punto de llegada al ser eterno porque no solo reconoce la insuficiencia ontológica de lo finito, sino que establece su participación en la plenitud trascendental. Frente a las filosofías que han clausurado el horizonte metafísico o han disuelto la unidad ontológica en fragmentaciones inestables, el ontorrealismo restituye el orden del ser al vincular cada entidad contingente con su fundamento absoluto. La existencia humana, lejos de ser un tránsito arbitrario sin dirección, encuentra su propósito en la comunión con lo eterno, lo cual confirma que el fin último del pensamiento no es un juego semiótico ni una función material, sino el reconocimiento de la verdad ontológica que sostiene toda realidad. En este sentido, el ontorrealismo no es solo una alternativa conceptual, sino una restauración del sentido, una afirmación de que el ser finito no se explica por sí mismo, sino que halla su razón última en lo eterno como horizonte final. Solo en esta integración se supera la fragmentación contemporánea y se reconduce la filosofía hacia su vocación fundamental: comprender la estructura del ser en su totalidad y orientar la existencia hacia su plenitud trascendental.

 

Diálogo Imaginario

Aristóteles (con tono analítico): El movimiento y el cambio que observamos en la naturaleza requieren un principio inmóvil que explique la continuidad de todo. Mi concepto del "motor inmóvil" no solo es necesario para la dinámica del cosmos, sino también para la unidad del ser como totalidad.

Ontorrealista (mirando a Aristóteles): Aristóteles, tu noción del motor inmóvil establece una base esencial para la metafísica, pero se queda en el nivel de causalidad externa. Desde mi perspectiva ontorrealista, el ser eterno no solo explica el movimiento, sino también la participación activa y proporcional de los entes finitos en su plenitud. Esto nos conduce a una nueva forma de demostrar la existencia de Dios, no limitada a los argumentos clásicos.

Guardini (interviniendo con entusiasmo): ¿Hablas de una prueba renovada? Me interesa escuchar cómo desarrollas esta demostración para responder a las crisis existenciales contemporáneas.

Ontorrealista (con firmeza): Guardini, mi propuesta tiene tres pilares: la metafísica, la analogía del ser y la superación del nihilismo. Desde la metafísica, lo finito, por ser contingente, no puede ser su propia causa; necesita una causa última que lo sostenga y le dé sentido. Aquí es donde el ser eterno actúa como horizonte último. La analogía del ser explica cómo lo finito participa en el ser eterno sin confundirse con él, y finalmente, superamos el nihilismo al mostrar que la contingencia no apunta a la nada, sino hacia una plenitud trascendental.

Tomás de Aquino (interviniendo con serenidad): Esto guarda relación con mi desarrollo del actus essendi. Los entes participan en el acto de ser no como un principio genérico, sino como un fundamento continuo que los mantiene en existencia. Sin embargo, ¿cómo introduces esta dimensión existencial que mencionas?

Ontorrealista (mirando a Aquino): Tomás, mi demostración no es solo un ejercicio lógico; es una invitación a integrar la razón con la vivencia. Lo finito, al reconocer su insuficiencia ontológica, participa en la plenitud del ser eterno, no como una abstracción, sino como una experiencia transformadora que une lo contingente con lo trascendente.

Fabro (con tono reflexivo): Esto se alinea con mi analogía del ser, que evita el panteísmo y la fragmentación. Ontorrealista, ¿cómo utilizas esta herramienta para reforzar tu demostración?

Ontorrealista (respondiendo a Fabro): La analogía del ser no solo muestra cómo lo finito refleja la riqueza infinita del ser eterno, sino que convierte esta relación en una conexión dinámica. Cada ente participa proporcionalmente en la plenitud del ser eterno, manifestando su dependencia ontológica como una apertura hacia la trascendencia.

Comte-Sponville (interviniendo con calma): En El espíritu del ateísmo (2006), argumenté que los valores humanos no requieren trascendencia para tener sentido. La plenitud está en la inmanencia.

Ontorrealista (mirando a Comte-Sponville): Comte-Sponville, la inmanencia que propones es insuficiente para explicar la profundidad ontológica de los valores. La contingencia no se fundamenta a sí misma; apunta hacia una causa última. El ser eterno no solo fundamenta estos valores, sino que les otorga coherencia y universalidad.

Dawkins (con tono escéptico): ¿Y qué decir del método científico? En El espejismo de Dios (2006) argumenté que la evolución y las leyes naturales bastan para explicar la existencia sin necesidad de un creador.

Ontorrealista (mirando a Dawkins): Dawkins, el método científico explica el "cómo", pero no el "por qué". Las leyes naturales y el universo mismo, al ser contingentes, requieren un fundamento trascendental que las sostenga. Mi prueba responde a esta pregunta última con el ser eterno.

Le Poidevin (con tono reflexivo): En Argumentando a favor del Ateísmo (1996), defendí que los argumentos teístas no son concluyentes. ¿En qué se diferencia tu propuesta?

Ontorrealista (mirando a Le Poidevin): Le Poidevin, mi demostración no se limita a pruebas lógicas. Integra la razón y la vivencia, mostrando que la contingencia de lo finito no puede explicarse plenamente sin el ser eterno, quien actúa como origen y horizonte último.

Onfray (con tono desafiante): En Tratado de ateología (2005), critiqué la trascendencia como un constructo innecesario. Una ética basada en la inmanencia es suficiente.

Ontorrealista (respondiendo con serenidad): Onfray, una ética inmanente carece de estabilidad ontológica. Los valores éticos, al igual que lo finito, dependen de una plenitud trascendental para ser coherentes y universales. El ser eterno no solo los sustenta, sino que les da un propósito trascendente.

Sertillanges (interviniendo con tono espiritual): Esta prueba renueva la conexión entre la razón y la vivencia espiritual. Es una invitación a participar en la plenitud del ser eterno, quien transforma nuestra relación con lo finito y nos otorga propósito.

Fabro (mirando al grupo): Este enfoque unifica lo conceptual con lo existencial. La contingencia ya no es solo un límite, sino un indicio dinámico hacia el ser eterno, quien actúa como fundamento y plenitud última.

Ontorrealista (con énfasis final): La nueva prueba de la existencia de Dios, desde la ontorrealidad, no es solo una confirmación racional. Es una afirmación vivencial de que lo finito no se basta a sí mismo; encuentra en el ser eterno su causa última, su fundamento y su horizonte trascendental. Esto supera tanto las limitaciones del pensamiento moderno como las posturas reduccionistas, ofreciendo una integración dinámica entre razón, existencia y trascendencia.

 

 

 

 

§8.

Sentido del Ser y Ser del Sentido

 

1. El Sentido del Ser como Fundamento

El sentido del ser, desde una perspectiva ontorrealista, es algo inherente y trascendente. No se reduce a las construcciones humanas ni a las interpretaciones subjetivas, sino que trasciende toda contingencia y se manifiesta como un horizonte último que integra lo finito dentro de una plenitud absoluta. Es una realidad ontológica que fundamenta la existencia de todo lo que es, y no una proyección cultural o una invención racional. Este planteamiento contrasta directamente con las perspectivas ateas, que niegan la necesidad de un fundamento trascendental.

Aristóteles define el ser como lo que es en cuanto es (to on he on), poniendo el acento en la existencia en sí misma sin adentrarse en la cuestión del sentido. Aunque esta aproximación establece una base importante para la metafísica, carece de una reflexión explícita sobre cómo el ser otorga coherencia y propósito a la realidad. Desde el ontorrealismo, el ser no solo es lo que existe, sino también lo que da sentido a todo lo existente. El ser eterno actúa como la fuente y el horizonte que configura la totalidad del ser como una realidad con coherencia y propósito.

Tomás de Aquino da un paso más allá con su concepto del actus essendi, mostrando cómo los entes finitos participan en el ser según su naturaleza. Esto no solo revela su dependencia ontológica, sino también su orientación hacia un fundamento trascendental. Desde el ontorrealismo, esta dependencia no se interpreta como una limitación, sino como una apertura activa hacia una plenitud que no solo sostiene, sino que redime lo contingente.

Comte-Sponville y Dawkins André Comte-Sponville, en El espíritu del ateísmo (2006), afirma que los valores como el amor y la bondad son suficientes para otorgar sentido, sin necesidad de trascendencia. Desde su perspectiva, el ser y su sentido se agotan en la inmanencia. Sin embargo, el ontorrealismo señala que esta postura es insuficiente, ya que lo finito no puede fundamentarse a sí mismo. Si el ser no es más que una construcción cultural o humana, como sugiere Comte-Sponville, entonces carece de coherencia última y se fragmenta en perspectivas relativas.

Por su parte, Richard Dawkins, en El espejismo de Dios (2006), rechaza cualquier fundamento trascendental, defendiendo que el sentido de la vida puede ser explicado exclusivamente por procesos evolutivos y leyes naturales. Sin embargo, estas explicaciones solo abordan el "cómo" de la existencia, no el "por qué". Desde el ontorrealismo, las leyes naturales, al ser contingentes, exigen un fundamento último que las sustente. El ser eterno no compite con la ciencia, sino que la completa al proporcionar un horizonte ontológico que da coherencia a la realidad.

Robin Le Poidevin, en Arguing for Atheism (1996), critica los intentos de los teístas de encontrar un sentido trascendental, argumentando que el sentido del ser puede ser una cuestión abierta o innecesaria. Sin embargo, el ontorrealismo responde mostrando cómo la contingencia de lo finito es una señal clara de su insuficiencia. La dependencia ontológica de lo finito apunta hacia una causa última que no solo lo origina, sino que también lo sostiene como una plenitud trascendental.

Michel Onfray, en Tratado de ateología (2005), rechaza la idea de Dios como fundamento del sentido, defendiendo una ética y un propósito basados en la inmanencia y el hedonismo. Para Onfray, el ser no tiene un sentido trascendente; todo significado es creado por el ser humano. Desde el ontorrealismo, esta postura es limitada, pues no explica cómo los valores éticos pueden sostenerse sin una base ontológica trascendental. El ser eterno no solo fundamenta el sentido de la vida, sino que lo transforma al integrarlo en una plenitud que trasciende las limitaciones humanas.

Reafirmación Ontorrealista El ontorrealismo, al integrar las perspectivas clásicas y contemporáneas, muestra que el sentido del ser no es estático ni limitado a las categorías humanas. Es dinámico y universal, integrando la diversidad de lo finito en una totalidad que refleja la riqueza infinita del ser eterno. Frente al ateísmo, que reduce el sentido a la inmanencia o lo descarta como irrelevante, el ontorrealismo afirma que la realidad no solo existe, sino que encuentra su propósito último en una plenitud trascendental que sostiene y redime lo contingente.

Este enfoque no solo ofrece una respuesta al reduccionismo del pensamiento ateo, sino que también invita a una comprensión más profunda de la relación entre el ser, el sentido y la trascendencia. El ser eterno, como horizonte último, es la clave para entender cómo lo finito encuentra coherencia, dirección y propósito en su participación en la plenitud trascendental.

 

2. Emergencia del Ser del Sentido

El ser del sentido no es una casualidad ni un resultado fortuito de procesos inmanentes; su origen se encuentra en el fundamento eterno del ser. Desde la perspectiva ontorrealista, el sentido de la vida no puede atraparse en los límites de la contingencia y la temporalidad, porque su emergencia requiere de una causa última que no solo otorga existencia, sino también propósito y dirección a todo lo finito. Esta visión no elude el cuestionamiento de las posturas ateas; más bien, busca enfrentarlas con profundidad y rigor.

Guardini observa que, en el mundo concreto, la vida parece señalar constantemente hacia algo más allá de sí misma, hacia lo trascendental. Las experiencias humanas más profundas—el amor, la belleza, el dolor—apuntan a una apertura que no puede ser contenida en la mera inmanencia. Este acceso a lo trascendente revela que la vida no está cerrada en sí misma, sino abierta a una plenitud que la trasciende. Sertillanges, en esta misma línea, afirma que la búsqueda del ser eterno no es solo una reflexión racional, sino una vivencia que transforma nuestra manera de entendernos a nosotros mismos y al mundo que habitamos.

Desde el ontorrealismo, estas ideas convergen en una comprensión del sentido como una manifestación ontológica del ser eterno. Este sentido del ser no es una construcción arbitraria ni psicológica; es una participación en el fundamento trascendental que eleva cada acto y pensamiento humano a una expresión del propósito último. Esto sitúa la vida humana no como un conjunto fragmentado de momentos, sino como parte de una totalidad coherente que apunta hacia lo eterno.

André Comte-Sponville, en El espíritu del ateísmo (2006), argumenta que el sentido de la vida puede hallarse exclusivamente en la experiencia humana, sin necesidad de una referencia trascendental. Desde su perspectiva, valores como el amor, la bondad y la solidaridad son suficientes para otorgar dirección y propósito a nuestra existencia. Sin embargo, el ontorrealismo responde que esta visión, aunque bienintencionada, es insuficiente para fundamentar el sentido en términos ontológicos. Los valores inmanentes, desprovistos de un fundamento trascendental, son vulnerables al relativismo y la fragmentación. Al carecer de un horizonte último, se convierten en constructos pasajeros que no pueden trascender las crisis ni las incertidumbres de la vida.

El ser eterno, desde el ontorrealismo, no deslegitima la inmanencia, pero la completa y le da estabilidad. Los valores humanos encuentran su plenitud cuando se inscriben en una totalidad trascendental que les otorga coherencia y universalidad.

Richard Dawkins, en El espejismo de Dios (2006), afirma que el sentido de la vida puede explicarse completamente a través de procesos evolutivos y científicos. Según él, no hay necesidad de recurrir a un fundamento trascendental porque la biología y la física ya ofrecen suficientes explicaciones. Sin embargo, desde el ontorrealismo, esta perspectiva se limita al "cómo" de la existencia, pero ignora el "por qué". Las leyes científicas describen los mecanismos del universo, pero no explican su razón de ser.

El sentido no es reducible a un conjunto de funciones adaptativas; es una realidad que trasciende lo meramente utilitario. La contingencia misma del universo demanda un fundamento último que lo explique y lo sostenga. Así, el ser eterno, lejos de ser una competencia para la ciencia, ofrece el horizonte ontológico necesario para integrar las explicaciones científicas dentro de una visión más abarcadora y coherente.

Robin Le Poidevin, en Arguing for Atheism (1996), sugiere que la búsqueda de un sentido trascendental es innecesaria y que podemos vivir perfectamente con la incertidumbre acerca de la razón última de las cosas. Esta postura, aunque pragmática, evade la cuestión fundamental de la contingencia. Desde el ontorrealismo, la contingencia no es simplemente una cuestión irresoluta; es un indicio claro de la insuficiencia del ser finito para explicarse a sí mismo.

El ser del sentido no puede surgir de lo contingente, ya que lo finito no posee en sí mismo la capacidad de fundamentarse. La trascendencia no es un lujo metafísico, sino una necesidad ontológica que da coherencia y dirección a la existencia. La propuesta de Le Poidevin, al rechazar esta dimensión, se queda en una posición que fragmenta la experiencia humana y renuncia a buscar una unidad última.

Michel Onfray, en Tratado de ateología (2005), postula que el sentido de la vida puede construirse sobre un hedonismo inmanente que celebra el presente y rechaza toda trascendencia. Sin embargo, el ontorrealismo subraya que esta postura es insuficiente para sostener el sentido en circunstancias que trascienden el placer o la gratificación inmediata. Enfrentar el sufrimiento, el sacrificio o la muerte desde una perspectiva puramente hedonista deja un vacío que no puede ser llenado sin una referencia trascendental.

El ser eterno, al actuar como plenitud trascendental, transforma incluso los momentos más difíciles en oportunidades para participar en un propósito mayor. Esto no rechaza las alegrías de la vida, sino que las integra en una visión más amplia que da coherencia a toda la existencia.

La emergencia del ser del sentido, desde el ontorrealismo, no es una casualidad ni una construcción cultural, sino una realidad ontológica que conecta lo finito con su fundamento trascendental. Frente a las propuestas ateas que reducen el sentido a la inmanencia, la ciencia o el hedonismo, el ontorrealismo muestra que solo en el ser eterno puede encontrarse una coherencia última que trascienda las limitaciones humanas. Esta plenitud trascendental no solo explica la existencia, sino que la eleva, integrando cada acto y cada pensamiento en una totalidad dinámica y significativa.

 

3. Coincidencia entre Ser y Vida

La coincidencia entre el sentido del ser y el sentido de la vida, desde la ontorrealidad, no se limita a una simple relación lógica ni a un concepto abstracto. Estas dimensiones están interconectadas en una dinámica vivencial que permite a lo finito encontrar su fundamento y propósito en el ser eterno. El ser eterno trasciende la mera existencia, integrando cada aspecto de la vida en una plenitud trascendental que otorga coherencia y dirección a la existencia. Este planteamiento ontorrealista se sostiene frente a las críticas del pensamiento moderno y del ateísmo, confrontándolos en un marco filosófico amplio y dinámico, y encuentra resonancia en el mensaje evangélico.

El pensamiento moderno ha introducido una ruptura entre ser y vida, reduciendo el sentido de esta última a meras interpretaciones empíricas o psicológicas. Heidegger, en Ser y Tiempo (1927), analiza el Dasein como una apertura hacia el ser, pero centra su enfoque en la angustia existencial frente a la nada, sin proponer un horizonte trascendental que unifique ser y vida. Desde el ontorrealismo, esta separación es insuficiente, pues desliga la vida humana de su propósito último y la deja vulnerable a una fragmentación ontológica.

Por el contrario, el ontorrealismo afirma que la vida humana no está fragmentada ni cerrada en su inmanencia; participa activamente en el ser eterno, encontrando en él un propósito y una dirección que superan las limitaciones de la contingencia y la temporalidad. Esta participación transforma cada experiencia y cada decisión en una expresión del propósito último, reflejando la coherencia y la riqueza del fundamento trascendental.

Henri Bergson, en La evolución creadora (1907), aporta una perspectiva valiosa al concebir la vida como un proceso dinámico y creativo, guiado por un impulso vital (élan vital). Aunque no conecta explícitamente esta vitalidad con un fundamento trascendental, su énfasis en la creatividad constante puede ser reinterpretado desde el ontorrealismo como una expresión de la participación de lo finito en la riqueza infinita del ser eterno. El impulso vital bergsoniano no es una fuerza autónoma; encuentra su pleno sentido al integrarse en el horizonte trascendental del ser eterno.

Cornelio Fabro, al desarrollar su concepto de la analogía del ser, subraya que la participación en el ser eterno no diluye la individualidad de lo finito. Cada ser refleja de manera única la plenitud del ser eterno, manteniendo su diversidad y particularidad. Desde el ontorrealismo, esta dinámica participativa conecta el ser y la vida, transformando la existencia humana en una expresión del propósito último. En este sentido, el enfoque de Fabro encuentra resonancias en las ideas de Bergson sobre el dinamismo de la vida. Para ambos, la vida es más que una sucesión de eventos; es un proceso continuo que exige un fundamento trascendental para alcanzar coherencia y dirección. La coincidencia entre ser y vida, como la entiende el ontorrealismo, respeta esta diversidad y la enriquece al situarla en un marco universal de participación en el ser eterno.

El ontorrealismo entra en diálogo con posturas ateas contemporáneas, cuestionando sus limitaciones y ofreciendo una integración más amplia.

Comte-Sponville: Insuficiencia de la Inmanencia. En El espíritu del ateísmo (2006), André Comte-Sponville defiende que los valores humanos como el amor y la bondad pueden sostener el sentido de la vida sin recurrir a la trascendencia. Sin embargo, desde el ontorrealismo, esta propuesta es limitada porque carece de un fundamento último que garantice la estabilidad de estos valores. Sin un horizonte trascendental, los valores corren el riesgo de fragmentarse y perder su universalidad. El ser eterno completa y estabiliza estos valores, integrándolos en una plenitud coherente y dinámica.

Dawkins: Más allá del Reduccionismo Biológico. Richard Dawkins, en El espejismo de Dios (2006), reduce el sentido de la vida a explicaciones biológicas y evolutivas. Desde el ontorrealismo, esta postura ignora la dimensión ontológica de la existencia. La vida humana no puede agotarse en explicaciones mecanicistas; su contingencia y creatividad apuntan hacia un fundamento trascendental que otorga coherencia y propósito. El ser eterno no contradice las explicaciones científicas, sino que las complementa al proporcionar el "por qué" detrás del "cómo".

Le Poidevin: La Contingencia como Evidencia del Fundamento. Robin Le Poidevin, en Arguing for Atheism (1996), considera que el sentido de la vida puede ser una cuestión abierta o resolverse en parámetros puramente humanos. Sin embargo, el ontorrealismo subraya que la contingencia de la vida no es un problema irresoluble, sino una evidencia de su insuficiencia para sustentarse a sí misma. La coincidencia entre ser y vida, como la propone el ontorrealismo, responde a esta insuficiencia al situar la vida dentro de un horizonte trascendental que la dota de coherencia y propósito.

Onfray: Superando el Hedonismo Inmanente. En Tratado de ateología (2005), Michel Onfray promueve un enfoque hedonista e inmanente para el sentido de la vida, rechazando la trascendencia. Sin embargo, esta perspectiva no puede integrar las dimensiones más complejas de la existencia, como el dolor, el sacrificio y la muerte. Desde el ontorrealismo, el ser eterno transforma incluso estas experiencias difíciles en oportunidades para participar en una totalidad significativa.

La perspectiva ontorrealista encuentra un poderoso respaldo en las palabras del Evangelio. En Juan 14:6, Jesús declara: "Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí." Este pasaje subraya que Dios no es solo el creador o sustentador de la vida, sino su esencia misma. Desde el ontorrealismo, esta afirmación resuena profundamente, destacando que el ser eterno no solo da sentido a la vida humana, sino que la transforma al integrarla en una plenitud trascendental donde ser y vida coinciden plenamente. El mensaje evangélico confirma que la vida no está aislada ni fragmentada, sino dirigida hacia un propósito último que trasciende la contingencia. La afirmación de Cristo como "la vida" refuerza la perspectiva ontorrealista, mostrando que la existencia humana encuentra su coherencia y dirección al participar en el ser eterno.

En contraste, el budismo, al proponer la Nada (śūnyatā) como realidad última, incurre en una limitación filosófica significativa desde la perspectiva ontorrealista. La Nada, como vacío absoluto, niega la existencia de un fundamento trascendental estable que otorgue coherencia y propósito al ser y a la vida. Esta perspectiva lleva a una renuncia de toda ontología, disolviendo la realidad en una impermanencia que niega cualquier conexión con un horizonte trascendental pleno. Desde el ontorrealismo, la concepción budista de la Nada carece de la capacidad para sustentar el sentido de la existencia, ya que elimina cualquier referencia a un fundamento que trascienda lo contingente. Así, mientras el ontorrealismo afirma una plenitud que integra y eleva lo finito hacia el ser eterno, el budismo deja al ser humano en una búsqueda infinita de desapego, sin ofrecer una respuesta ontológica definitiva al problema del sentido.

Desde el ontorrealismo, el sentido del ser y el ser del sentido no son conceptos separados ni categorías abstractas; son dimensiones profundamente interrelacionadas que revelan cómo lo finito encuentra su fundamento y propósito en el ser eterno. La contingencia, lejos de ser una limitación, se interpreta como una apertura hacia una plenitud trascendental que eleva la vida humana y la integra en una totalidad significativa. Al integrar las perspectivas de Bergson sobre el dinamismo de la vida, al confrontar las posturas de pensadores ateos y al inspirarse en el mensaje del Evangelio, el ontorrealismo muestra que la coincidencia entre ser y vida no es un lujo metafísico, sino una necesidad ontológica que da coherencia y dirección a la existencia. El ser eterno actúa no solo como fundamento último, sino también como plenitud vivencial, transformando lo finito en una expresión de su riqueza infinita y su propósito trascendental.

 

Diálogo Imaginario

(El escenario: Un majestuoso salón filosófico con columnas de mármol y luz natural que simboliza la búsqueda de la verdad. Aristóteles, Tomás de Aquino, Cornelio Fabro, Henri Bergson, André Comte-Sponville, Richard Dawkins, Robin Le Poidevin, Michel Onfray y Ontorrealista se encuentran reunidos para debatir sobre el tema "Sentido del Ser y Ser del Sentido". En el centro, una mesa redonda refleja la igualdad de las ideas y su apertura al diálogo.)

Aristóteles (con tono analítico): El ser, como lo definí en mi metafísica, es "lo que es en cuanto es". Es la base de todo lo que existe, aunque mi enfoque se centra en la estructura de lo existente más que en su sentido. Ontorrealista, ¿cómo abordas el sentido del ser desde tu perspectiva?

Ontorrealista (mirando a Aristóteles): Aristóteles, tu definición es un punto de partida esencial. Sin embargo, desde el ontorrealismo, el ser no solo se define por su existencia, sino por su capacidad de otorgar sentido a lo finito. El ser eterno actúa como un fundamento último y una plenitud trascendental que integra lo contingente dentro de un propósito que trasciende toda limitación.

Tomás de Aquino (interviniendo con serenidad): Esto coincide con mi desarrollo del actus essendi. Los entes participan en el acto de ser según su naturaleza, y esta participación revela su dependencia ontológica de una causa última. Ontorrealista, tu enfoque lleva mi concepto hacia una dimensión más existencial. ¿Cómo conectas el sentido del ser con el ser del sentido?

Ontorrealista (dirigiéndose a Aquino): Tomás, el ser del sentido emerge desde el fundamento eterno del ser, no como una mera construcción humana, sino como una manifestación ontológica que conecta lo finito con su plenitud trascendental. La vida, al participar en el ser eterno, encuentra en él su dirección y propósito, superando las fragmentaciones de la contingencia.

Fabro (con tono reflexivo): Esta conexión me recuerda mi analogía del ser, que evita la fragmentación al mostrar cómo lo finito refleja proporcionalmente la riqueza infinita del ser eterno. Ontorrealista, ¿cómo utilizas esta herramienta para abordar la relación entre sentido y ser?

Ontorrealista (respondiendo a Fabro): Fabro, la analogía del ser es central en mi enfoque. No solo muestra la dependencia ontológica de lo finito, sino que lo convierte en una apertura dinámica hacia una plenitud vivencial. Cada ente refleja, según su naturaleza, la riqueza del ser eterno, integrando el sentido del ser con el ser del sentido en una totalidad coherente.

Bergson (interviniendo con entusiasmo): En La evolución creadora, describí la vida como un impulso vital que guía la creatividad y la transformación constante. Aunque no incluí una referencia explícita a la trascendencia, ¿no crees que mi concepto del élan vital puede ser reinterpretado desde el ontorrealismo?

Ontorrealista (mirando a Bergson): Absolutamente, Bergson. El impulso vital, desde mi perspectiva, es una expresión de la apertura de lo finito hacia la plenitud del ser eterno. Tu énfasis en la dinámica creativa resalta cómo la vida está orientada hacia un propósito último que trasciende sus límites inmanentes.

Comte-Sponville (con tono calmado): En El espíritu del ateísmo, propuse que el sentido de la vida puede encontrarse en la inmanencia, a través de valores como el amor y la bondad. ¿Por qué insistir en un fundamento trascendental?

Ontorrealista (con firmeza): Comte-Sponville, tus valores son loables, pero carecen de estabilidad ontológica si se limitan a la inmanencia. Sin un fundamento trascendental, se vuelven vulnerables al relativismo. El ser eterno no deslegitima tus valores, sino que los completa al integrarlos en una plenitud que les da coherencia universal.

Dawkins (con tono escéptico): En El espejismo de Dios, argumenté que la vida puede explicarse completamente desde procesos biológicos y evolutivos. ¿Qué añade tu enfoque ontorrealista?

Ontorrealista (mirando a Dawkins): Dawkins, tu visión científica es válida, pero aborda únicamente el "cómo". La contingencia misma de la vida, al no explicarse por los mecanismos evolutivos, apunta hacia una causa última. El ser eterno no compite con la ciencia, sino que la completa al proporcionar el "por qué" detrás del "cómo".

Le Poidevin (con tono reflexivo): En Arguing for Atheism, sugerí que el sentido de la vida puede permanecer como una cuestión abierta. ¿Por qué buscar una solución trascendental?

Ontorrealista (mirando a Le Poidevin): Le Poidevin, la contingencia no es una cuestión abierta, sino una evidencia de la insuficiencia ontológica de lo finito para sustentarse. El ser eterno responde a esta insuficiencia al integrar la vida humana en una totalidad que le otorga coherencia y propósito.

Onfray (con tono desafiante): En Tratado de ateología, rechacé la trascendencia como innecesaria para construir una ética coherente. ¿Cómo tu perspectiva ontorrealista justifica su importancia?

Ontorrealista (mirando a Onfray): Onfray, una ética inmanente es limitada porque no puede afrontar las dimensiones más profundas de la vida, como el sacrificio y la muerte. El ser eterno transforma estas experiencias difíciles en oportunidades para participar en una totalidad significativa, donde ser y vida coinciden plenamente.

Evangelio (emergiendo como guía): Jesús dijo: "Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí". Desde el ontorrealismo, esta afirmación refuerza la idea de que el ser eterno no es una abstracción lejana, sino una plenitud vivencial que transforma la existencia humana al integrarla en un propósito último.

Ontorrealista (concluyendo): Desde mi perspectiva, el sentido del ser y el ser del sentido no son conceptos separados, sino dimensiones profundamente interrelacionadas que muestran cómo lo finito encuentra su fundamento y propósito en el ser eterno. Tanto las aportaciones filosóficas como el mensaje evangélico confirman que esta plenitud trascendental no solo sostiene la vida, sino que la eleva hacia una totalidad dinámica y significativa.

 

 

§9

Conclusión: Camino hacia lo Eterno

 

 

1. Síntesis

A lo largo de esta obra, hemos explorado cómo el sentido del ser y el ser del sentido, desde la perspectiva ontorrealista, revelan una profunda conexión entre lo finito y lo trascendente. Lo contingente, lejos de ser una limitación, se convierte en una apertura hacia una plenitud que sostiene, dirige y da coherencia a la existencia. Hemos integrado ideas clásicas como las de Aristóteles y Tomás de Aquino, enriquecido la discusión con las aportaciones modernas de Bergson, y confrontado críticamente las posturas ateas de Comte-Sponville, Dawkins, Le Poidevin y Onfray. Al hacerlo, se ha demostrado que el ontorrealismo ofrece una visión unificadora que trasciende la inmanencia y permite una comprensión más profunda del ser, la vida y su coincidencia. El marco ontorrealista encuentra su confirmación en el mensaje evangélico, particularmente en las palabras de Jesús: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Juan 14:6), mostrando que el ser eterno no solo fundamenta lo finito, sino que lo transforma al integrarlo en su plenitud. Esta síntesis invita al lector a conectar razón y vivencia, descubriendo un horizonte trascendental que eleva la vida humana hacia su propósito último.

 

2. Impacto Contemporáneo

La propuesta ontorrealista responde directamente a los desafíos existenciales de la sociedad moderna, caracterizada por el relativismo, la fragmentación y el nihilismo postmetafísico. En un mundo donde la trascendencia se rechaza y los valores parecen disolverse en la subjetividad, el ontorrealismo restablece la conexión entre lo finito y lo eterno, mostrando que la vida tiene un fundamento estable y universal que otorga dirección y coherencia a la existencia.

Esta perspectiva permite superar el vacío del nihilismo y la apatía cultural, devolviendo esperanza y propósito a una humanidad que ha perdido el contacto con el sentido pleno del ser. La participación en el ser eterno no solo ofrece una salida a las crisis contemporáneas, sino que inspira una visión renovada de la existencia que integra razón, vivencia y trascendencia en una totalidad significativa.

 

3. Invitación al pensar

El pensar está llamado a reflexionar sobre los argumentos desarrollados y a emprender su propio camino hacia lo eterno. Este camino no es una simple especulación filosófica, sino una experiencia transformadora que conecta cada aspecto de la vida humana con su fundamento trascendental. La ontorrealidad invita a superar las limitaciones de la inmanencia, recuperar el sentido pleno del ser y la vida, y participar activamente en la plenitud del ser eterno.

Como afirma el Evangelio, "Yo soy el camino, la verdad y la vida". En este marco, el ontorrealismo no solo ofrece una interpretación filosófica, sino también un modelo vivencial que transforma la manera en que enfrentamos la existencia. El lector está invitado a trascender las crisis modernas, rescatar los valores y las virtudes, y vivir conforme al propósito último que conecta la vida humana con la riqueza infinita del ser eterno.

Acotaciones Finales

Ontorrealismo como una Filosofía Coherente y Racional El ontorrealismo es una propuesta que se fundamenta en principios lógicos y una integración rigurosa entre la metafísica clásica y las exigencias existenciales contemporáneas. Su coherencia filosófica radica en su capacidad para explicar la relación entre lo finito y lo trascendente mediante categorías como el actus essendi de Tomás de Aquino, la analogía del ser de Cornelio Fabro y el dinamismo vital de Henri Bergson. Además, lejos de ser una mera especulación abstracta, se conecta profundamente con la vivencia humana, respondiendo a preguntas fundamentales sobre el sentido, la existencia y la dirección de la vida. Desde un marco ontológico, el ontorrealismo une razón y trascendencia de una manera que supera tanto los reduccionismos materialistas como las interpretaciones excesivamente subjetivas, presentando una visión del ser como origen, plenitud y horizonte final de toda realidad.

El nihilismo postmetafísico, característico de una sociedad anética, rechaza toda trascendencia y reduce la realidad a un conjunto de contingencias sin sentido ni fundamento. Este vacío existencial, que a menudo se traduce en apatía, relativismo y fragmentación, es superado por el ontorrealismo al restablecer la conexión entre la contingencia y el ser eterno como fundamento trascendental. Al integrar lo finito en una totalidad que apunta hacia una plenitud vivencial, el ontorrealismo demuestra que la existencia no está condenada a la nada, sino abierta hacia un horizonte último que da coherencia y propósito. En este sentido, la participación activa en el ser eterno ofrece una salida al nihilismo, devolviendo a la humanidad una visión espiritual, esperanzadora y unificada de la vida.

El ontorrealismo ofrece un fundamento trascendental que hace posible la recuperación de la vida moral, las virtudes y los valores en un mundo que parece haber perdido su sentido ético. Al situar los valores dentro de la plenitud del ser eterno, asegura su estabilidad y coherencia universal, superando las limitaciones del relativismo inmanente. Desde esta perspectiva, las virtudes no son meras construcciones culturales, sino expresiones de la participación humana en la riqueza infinita del ser eterno. Esta conexión con el fundamento trascendental no solo otorga sentido a la moralidad, sino que también inspira a las personas a vivir conforme a ideales más elevados, integrando cada acción en una totalidad que refleja la verdad, la bondad y la belleza como aspectos esenciales del ser eterno.

 

4. Ontorrealismo: Integración Filosófica y Respuesta a Otras Corrientes

El ontorrealismo se presenta como una propuesta filosófica que responde de manera integradora a diversas corrientes de pensamiento, destacando sus diferencias y aportando una estructura ontológica basada en la analogía del ser. A diferencia del platonismo, que separa lo sensible de lo trascendental en dos mundos distintos, el ontorrealismo enfatiza la unidad entre ambos, permitiendo una conexión vivencial con lo eterno. Frente al aristotelismo, que se orienta al análisis funcional y empírico, el ontorrealismo amplía la teleología y el acto puro hacia una plenitud trascendental que fundamenta la existencia.

En contraste con el estoicismo, que enfatiza un logos inmanente y un orden necesario, el ontorrealismo resalta la participación consciente en la plenitud del ser, evitando el fatalismo. En el marco del idealismo subjetivo, tal como lo plantea Fichte, el ontorrealismo rechaza la reducción de la realidad al pensamiento individual y afirma que el ser eterno fundamenta la subjetividad. Del mismo modo, se distancia del idealismo objetivo de Schelling, al reconocer la unidad sin eliminar la diversidad ontológica, y del idealismo absoluto de Hegel, afirmando que la plenitud trascendental no depende del devenir histórico, sino que sostiene la realidad en su totalidad.

En relación con el marxismo, el ontorrealismo no se limita a una explicación materialista de la historia y el conflicto de clases, sino que incorpora un horizonte trascendental que fundamenta la dignidad humana y la justicia. Frente al pragmatismo, que define la verdad en términos de funcionalidad, el ontorrealismo sostiene que la verdad no se reduce a la utilidad, sino que participa del ser eterno. En cuanto a la filosofía analítica, sugiere una ampliación del lenguaje y las categorías hacia una comprensión ontológica vinculada a lo trascendental, evitando el reduccionismo lingüístico y funcionalista.

El ontorrealismo también responde al modernismo al conectar el progreso y la universalidad con un fundamento ontológico trascendente, evitando los excesos del tecnocratismo. En el existencialismo, redefine la angustia y la temporalidad como una relación participativa con el ser eterno, ofreciendo un sentido más allá del absurdo. Dentro del estructuralismo y la semiótica, integra los sistemas lingüísticos y simbólicos en un horizonte trascendental que otorga coherencia a las estructuras culturales.

A nivel social y político, el ontorrealismo aporta al feminismo una visión en la que la lucha por la igualdad y la dignidad se inscribe en una estructura trascendental que reconoce el valor absoluto de cada individuo. En oposición al relativismo posmoderno, que fragmenta la realidad, el ontorrealismo propone una unidad trascendental que armoniza la diversidad sin anularla. Frente al ateísmo, ofrece una alternativa a la negación total de lo divino, proponiendo que la existencia finita no es autosuficiente, sino que requiere un fundamento ontológico eterno.

En suma, el ontorrealismo no solo se posiciona como una corriente filosófica diferenciada, sino que dialoga con los distintos enfoques del pensamiento a lo largo de la historia, ofreciendo una síntesis en la que lo finito y lo infinito encuentran un vínculo estructurado y jerárquico. Su modelo de realidad permite superar los reduccionismos y establecer una visión integral que, al reconocer la participación de los entes en la plenitud del ser, reconfigura el significado de la existencia.

 

5. Objeciones Principales al Ontorrealismo y Respuesta Filosófica

El ontorrealismo ha sido objeto de diversas críticas, principalmente en los ámbitos ontológico, epistemológico y normativo. En cuanto a las objeciones ontológicas, algunos sostienen que esta corriente depende en exceso de la noción de un ser eterno, sin ofrecer una justificación autónoma para el ser finito. Sin embargo, el ontorrealismo responde que la contingencia del ser finito exige un fundamento trascendental para explicar su coherencia y propósito. Otra objeción ontológica señala que la insistencia en la participación en el ser eterno podría diluir la diversidad y singularidad de los entes. No obstante, el ontorrealismo defiende que cada ente mantiene su singularidad al ser una expresión única de la plenitud del ser eterno, sin perder su identidad propia.

Desde una perspectiva materialista, se acusa al ontorrealismo de promover un dualismo incompatible con la unidad de la realidad. Frente a esta crítica, el ontorrealismo argumenta que integra lo finito y lo trascendental en una totalidad dinámica y participativa, evitando la separación radical entre ambos.

En el plano epistemológico, una de las objeciones más recurrentes es el acceso limitado a lo trascendente, dado que su existencia está más allá de la experiencia humana y no puede ser verificada empíricamente. A esto, el ontorrealismo responde que la dependencia ontológica de lo finito y sus características apuntan racionalmente hacia la existencia de lo eterno como fundamento último. Asimismo, se critica que la analogía del ser depende de interpretaciones subjetivas que carecen de uniformidad filosófica. En respuesta, el ontorrealismo sostiene que la analogía del ser es una herramienta conceptual que permite integrar lo finito con lo absoluto de manera proporcional y objetiva, evitando reduccionismos.

Desde una óptica postmoderna, se plantea la relatividad de lo inmanente, argumentando que todo sentido es relativo y que lo absoluto es inaccesible. No obstante, el ontorrealismo afirma que lo relativo encuentra su coherencia última en el fundamento universal del ser eterno, estableciendo así un marco ontológico sólido. En cuanto a las objeciones normativas, se señala que el ontorrealismo, al centrarse en el ser, no proporciona un marco claro para decisiones morales específicas. Sin embargo, el ontorrealismo argumenta que los valores éticos se conectan con la plenitud del ser eterno, garantizando estabilidad y coherencia universal en la moralidad. También se le critica por ser un idealismo abstracto que podría alejarse de las urgencias prácticas de la vida cotidiana. Frente a esto, el ontorrealismo sostiene que transforma la experiencia cotidiana al integrarla en una visión trascendental significativa.

Por último, algunos afirman que el ontorrealismo podría limitar el diálogo interdisciplinario al centrarse exclusivamente en categorías metafísicas. No obstante, el ontorrealismo defiende que su integración de razón, vivencia y trascendencia facilita el diálogo con múltiples disciplinas filosóficas y científicas, permitiendo una convergencia de perspectivas.

En resumen, aunque el ontorrealismo enfrenta diversas críticas, sus fundamentos filosóficos le permiten responder con solidez, defendiendo su capacidad para integrar lo finito con lo eterno y estructurar una visión coherente de la realidad.

 

Colofón

Ontorrealismo y la Reconfiguración

 del Pensamiento Filosófico

 

 

El ontorrealismo emerge como una respuesta integral a las corrientes filosóficas que han definido el pensamiento occidental. Frente a los enfoques que reducen la realidad a esquemas monistas o inmanentistas, el ontorrealismo presenta una visión que armoniza lo finito con lo eterno sin perder la estructura ontológica de la diversidad.

La propuesta ontorrealista no busca sustituir otras tradiciones filosóficas, sino integrarlas dentro de una comprensión que reconoce la trascendencia como principio estructurador del ser. La analogía del ser, como herramienta conceptual, permite establecer una relación proporcional entre los entes finitos y la plenitud ontológica sin caer en reduccionismos. A lo largo de la historia, muchas corrientes han tratado de comprender la relación entre lo contingente y lo absoluto. Desde el platonismo hasta el posmodernismo, el pensamiento filosófico ha debatido sobre la trascendencia y la estructura del ser. El ontorrealismo responde a estas interrogantes recuperando el sentido participativo de los entes sin negar su autonomía ontológica. Spinoza, Schelling y Hegel ofrecieron modelos de pensamiento que fusionan lo finito con lo absoluto, pero estas visiones tienden a diluir la trascendencia en procesos históricos o estructurales. En contraste, el ontorrealismo reafirma la diferencia ontológica entre lo eterno y lo contingente, permitiendo una relación en la que cada ente ocupa un lugar único dentro de una jerarquía ordenada.

La crítica ontorrealista al materialismo y al nihilismo contemporáneo radica en su capacidad de recuperar la unidad del ser sin desdibujar la singularidad de los entes finitos. Esto es crucial en un contexto donde la fragmentación filosófica ha llevado a interpretaciones reduccionistas sobre la realidad. Edith Stein y Tomás de Aquino proporcionan los fundamentos esenciales para comprender la participación del ser finito en el orden trascendental. Sus planteamientos son clave para la construcción del marco conceptual ontorrealista, pues ofrecen una visión que evita el panteísmo y el reduccionismo.

Desde una perspectiva epistemológica, el ontorrealismo también responde a la crisis del conocimiento moderno. Mientras el empirismo y el racionalismo han limitado la comprensión de la verdad a criterios funcionales, el ontorrealismo introduce un enfoque en el que la verdad se fundamenta en la plenitud ontológica y no solo en la utilidad o la percepción subjetiva. En cuanto a su aplicación ética, el ontorrealismo sostiene que los valores y principios morales encuentran su estabilidad en el fundamento trascendental del ser. Esto permite superar el relativismo contemporáneo y garantizar una estructura de valores que no dependa únicamente de factores sociales o históricos.

El impacto del ontorrealismo no se restringe al ámbito metafísico, sino que tiene implicaciones en la antropología filosófica y la comprensión de la dignidad humana. Al reconocer que cada individuo participa en el ser eterno sin perder su singularidad, el ontorrealismo fortalece una visión humanista en la que la dignidad no es una construcción social arbitraria, sino un reflejo de una plenitud ontológica. Dentro del panorama cultural y científico, el ontorrealismo ofrece un marco conceptual que permite el diálogo con diversas disciplinas. A diferencia de enfoques excesivamente especializados, el ontorrealismo proporciona una estructura integradora que reconoce la interdependencia entre los distintos niveles de realidad.

El rechazo ontorrealista a la fragmentación posmoderna se basa en su capacidad de articular lo relativo dentro de una estructura unificada. Mientras el pensamiento posmoderno disuelve los fundamentos ontológicos en construcciones inestables, el ontorrealismo reafirma la necesidad de un principio estructurador trascendental. El ontorrealismo no niega la historia ni la contingencia, sino que reconoce que toda realidad finita encuentra su fundamento en la plenitud ontológica. Este enfoque permite una comprensión más profunda de la existencia, superando interpretaciones que limitan la realidad a procesos mecánicos o constructos sociales. La trascendencia, en el marco ontorrealista, no es un concepto abstracto ni un elemento secundario en la estructura filosófica. Es el fundamento ontológico que permite la coherencia de lo finito y proporciona una explicación racional sobre la unidad del ser. En tiempos de incertidumbre filosófica y relativismo, el ontorrealismo se presenta como una alternativa que permite reconstruir el sentido de la existencia sin recurrir a esquemas dogmáticos ni limitaciones epistemológicas excesivas.

El ontorrealismo no impone una única forma de pensamiento, sino que ofrece una estructura conceptual flexible que respeta la diversidad de los entes y sus relaciones ontológicas sin sacrificar la coherencia filosófica. Desde una perspectiva interdisciplinaria, el ontorrealismo facilita el diálogo entre la metafísica, la ética, la antropología y la epistemología, permitiendo una integración de conocimientos que responde a los desafíos intelectuales contemporáneos. El valor del ontorrealismo radica en su capacidad para reconfigurar el pensamiento filosófico sin caer en reduccionismos ni en dogmatismos excluyentes. Es un modelo que armoniza la pluralidad con la unidad ontológica, asegurando una comprensión integral del ser. Más allá de sus implicaciones teóricas, el ontorrealismo tiene un impacto en la manera en que el ser humano percibe su existencia. Ofrece una visión en la que cada individuo, lejos de estar atrapado en un sistema cerrado, participa activamente en una realidad trascendental.

En conclusión, el ontorrealismo no solo representa una propuesta filosófica innovadora, sino que también responde a las inquietudes fundamentales del pensamiento contemporáneo. Su capacidad para reconciliar lo finito y lo eterno lo posiciona como una corriente que redefine la relación entre el conocimiento, la ética y la ontología. Su perspectiva permite reconstruir el horizonte del pensamiento filosófico, proporcionando un enfoque integrador que responde a la crisis ontológica de la modernidad. Con ello, el ontorrealismo no solo expone una alternativa conceptual, sino que transforma la manera en que la filosofía aborda los problemas esenciales del ser.

El ontorrealismo encuentra sustento en la Palabra Revelada de Dios, pues en la Escritura se reafirma la relación entre lo finito y lo eterno sin perder la distinción ontológica entre el Creador y su creación. En Colosenses 1:16-17, se declara: "Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles (...) Todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten." Este pasaje refuerza la idea central ontorrealista de que los entes finitos participan en la plenitud ontológica de Dios sin perder su individualidad. Asimismo, en Hechos 17:28, se nos recuerda: "Porque en él vivimos, nos movemos y existimos...", lo que confirma que la existencia de los seres contingentes tiene su fundamento en la trascendencia divina. Estas referencias bíblicas ratifican que la postura ontorrealista no es una mera especulación filosófica, sino que se armoniza con la revelación de Dios sobre la estructura del ser y su propósito eterno.

Desde una perspectiva metafísica, la afirmación de Colosenses 1:16-17 y Hechos 17:28 fortalece la visión ontorrealista al destacar que la existencia finita no es un mero accidente del cosmos, sino que halla su fundamento en la plenitud ontológica de Dios. Esta participación en el ser divino no implica una fusión absoluta entre lo finito y lo eterno, sino una relación estructurada en la que cada ente conserva su identidad sin desligarse de su fuente trascendental. El ontorrealismo, en este sentido, evita el reduccionismo mecanicista y el nihilismo al reconocer que el ser finito tiene un propósito y una interdependencia con el Absoluto, lo que otorga sentido y dirección a la existencia.

Teológicamente, esta concepción resuena con la doctrina de la creación y la providencia divina. La Escritura revela que Dios no solo origina el ser, sino que lo sustenta continuamente, evitando que caiga en el vacío ontológico. En Hebreos 1:3, se reafirma esta idea: "Él, que es el resplandor de su gloria y la imagen misma de su sustancia, y que sustenta todas las cosas con la palabra de su poder...". Este pasaje refuerza la perspectiva ontorrealista de una ontología participativa, en la cual lo finito es sostenido por lo eterno sin perder su distinción. Así, el pensamiento ontorrealista no solo se configura como una propuesta filosófica coherente, sino que también se inserta dentro de la revelación bíblica, garantizando una visión del ser que preserva la trascendencia divina sin excluir la autonomía ontológica de los entes contingentes.

El ontorrealismo encuentra una profunda resonancia en las palabras de Jesús en Juan 6:35: "Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre, y el que en mí cree, no tendrá sed jamás." Este versículo revela una estructura ontológica en la que el ser finito participa de una plenitud trascendental sin perder su propia individualidad. Desde una perspectiva ontorrealista, el pan de vida no es solo un símbolo metafórico, sino una expresión de la realidad ontológica de Cristo como fundamento absoluto del ser. En esta concepción, la existencia humana no está condenada a la contingencia vacía ni a la autosuficiencia ilusoria, sino que halla su plenitud en la relación con lo eterno. El hambre y la sed que Jesús menciona no se refieren únicamente a necesidades físicas, sino al vacío ontológico que resulta de la separación de la fuente suprema del ser. Así, el ontorrealismo sostiene que la plenitud del ser no se encuentra en la mera autonomía finita ni en construcciones filosóficas aisladas, sino en la comunión con la trascendencia, que garantiza una estructura de existencia en la que cada ente participa de la eternidad sin ser absorbido por ella.

Esto confirma que la ontología cristiana no es un sistema cerrado ni una abstracción sin impacto, sino una realidad viva en la que la relación entre lo finito y lo eterno adquiere una dimensión existencial concreta. De esta manera, el pensamiento ontorrealista se consolida como una visión que no solo armoniza la filosofía con la revelación, sino que también ofrece una respuesta a la crisis ontológica contemporánea al reafirmar que la plenitud del ser está en el reconocimiento de lo trascendente como fundamento último de la existencia.

El ontorrealismo no rechaza ni contradice la doctrina escatológica revelada en la Biblia, pues reconoce que la historia y la existencia finita están orientadas hacia un cumplimiento último en la plenitud ontológica de Dios. En Mateo 24:35, se nos dice: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán." Este principio confirma que la realidad contingente está sujeta a un destino trascendental, sin que ello implique una negación de la autonomía ontológica de los seres creados. Así, el ontorrealismo no desestima el Apocalipsis ni la consumación del mundo, sino que los considera parte de la estructura ontológica en la que lo finito alcanza su plenitud en la eternidad divina, sin perder su significado dentro del orden providencial establecido por Dios.

El ontorrealismo reafirma que la comunicación entre lo trascendente y lo inmanente no es meramente conceptual, sino una realidad viva fundamentada en el amor divino. En Juan 15:15, Jesús declara: "Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre os las he dado a conocer." Este pasaje revela que la relación entre Dios y los seres finitos no es la de un dominio impersonal, sino la de una participación auténtica en su verdad. Así, el ontorrealismo rescata la comunión ontológica entre el Creador y su creación, donde lo finito no es meramente subordinado a lo eterno, sino llamado a una relación activa y consciente con la plenitud ontológica. Esta visión evita interpretaciones mecanicistas o reduccionistas de la existencia, garantizando que la humanidad no es un mero engranaje en el cosmos, sino destinataria de una amistad divina que confirma su vocación trascendental.

 

 

 

 

Bibliografía

 

 

 

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Índice

 

 

 

Prólogo

 

Introducción

 

§1. Introducción: Más Allá de la Inmanencia

 

§2. Punto de Partida: El Ente Concreto como Señal

1.    Fundamento de la Reflexión en lo Cotidiano.

2.    El Ente como Dependencia

3.    Evidencia hacia lo Trascendente

Diálogo imaginario

 

§3. El Ser más Allá del Tiempo

1.    El Ser Atemporal

2.    Relación entre Ser y Eternidad

3.    Crítica al Reduccionismo.

Diálogo imaginario

 

§4. Sentido Analógico del Ser

1.    La Analogía como Enfoque Filosófico

2.    Grados y Relaciones del Ser

3.    La Analogía como Herramienta Transformadora

Diálogo imaginario

 

§5. Inmanencia, Nihilismo y Nada

1.    La Trampa del Nihilismo filosófica al vacío existencial.

2.    La Nada como Falsa Conclusión

3.    Horizonte Trascendental como Alternativa

Diálogo imaginario

 

§6. Inmanencia y Trascendencia: Reconciliación Filosófica

1.    La Trascendencia como Contrapunto

2.    Relación Dialéctica

3.    Implicaciones para el Sentido Humano

4.    Fundamentación ontorrealista ampliada

Diálogo imaginario

 

§7. Punto de Llegada: El Ser Eterno como Horizonte Final

1.    De lo Finito a lo Fundante

2.    Nueva Demostración de la Existencia de Dios

3.    El Ser Eterno como Redefinición

Diálogo imaginario

 

§8. Sentido del Ser y Ser del Sentido

1.    El Sentido del Ser como Fundamento

2.    Emergencia del Ser del Sentido

3.    Coincidencia entre Ser y Vida.

Diálogo imaginario

 

§9. Conclusión: Camino hacia lo Eterno

1.    Síntesis de la Propuesta

2.    Impacto Contemporáneo

3.    Invitación al Lector

4.    Ontorrealismo: Integración Filosófica y Respuesta a Otras Corrientes

5.    Objeciones Principales al Ontorrealismo y Respuesta Filosófica

 

Colofón

 

Bibliografía

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