miércoles, 7 de mayo de 2025

ONTORREALISMO Una exposición de mi filosofía

 


ONTORREALISMO

Una exposición de mi filosofía

 

1. Observaciones Preliminares

La filosofía, en su esencia más profunda, no es un ejercicio aislado ni una especulación abstracta desconectada de la realidad. Es el esfuerzo por comprender la estructura del ser, su sentido y su orientación última. En este propósito, la modernidad ha impuesto una clausura ontológica que ha fragmentado la comprensión de la realidad, reduciendo la existencia a meros constructos funcionales o estructuras lingüísticas. Frente a esta crisis, el Ontorrealismo surge como una alternativa que supera la limitación de la inmanencia, recupera el vínculo entre lo finito y lo eterno, y restituye la plenitud del ser como fundamento ontológico absoluto.

La problemática fundamental que impulsa el desarrollo del Ontorrealismo es la desconexión entre la contingencia y su horizonte trascendental. La crisis de sentido que atraviesa la humanidad no es un fenómeno incidental, sino la consecuencia directa de una filosofía que ha abandonado la búsqueda del fundamento último. La reducción del ser a lo material, lo funcional o lo subjetivo ha generado un vacío ontológico, donde la existencia humana ya no encuentra un propósito que trascienda la transitoriedad. En este contexto, el Ontorrealismo se presenta no como un sistema cerrado ni como un simple ajuste dentro de los paradigmas filosóficos existentes, sino como una restitución del orden ontológico perdido.

Desde la inmediatez de la experiencia cotidiana hasta las especulaciones más abstractas, la realidad finita apunta hacia su insuficiencia ontológica. Lo contingente no puede explicarse a sí mismo ni sostener su propia coherencia sin un fundamento trascendental. Aquí radica la clave del Ontorrealismo: reconocer que la existencia no es un cúmulo de fragmentos sin conexión, sino una manifestación proporcional de una plenitud ontológica que la sostiene y la orienta hacia su destino último.

El desarrollo del pensamiento ontorrealista no es una respuesta aislada ante los desafíos filosóficos contemporáneos, sino una reconstrucción del vínculo esencial entre el ser finito y su fundamento trascendental. Cada ente es más que su manifestación empírica; es una señal que apunta hacia una realidad mayor, una evidencia de que lo finito participa en lo eterno sin perder su identidad. Este principio es esencial para superar el nihilismo, el relativismo extremo y la fragmentación del pensamiento posmoderno.

Antes de entrar en los conceptos fundamentales del Ontorrealismo, es necesario comprender la crisis ontológica que lo hace necesario. La modernidad ha intentado relegar lo trascendente a la periferia del pensamiento, pero no ha podido eliminar la intuición fundamental de que el ser requiere un fundamento último para sostenerse. El Ontorrealismo no es una negación de la historia filosófica, sino una recuperación de aquello que se ha intentado suprimir: la relación estructural entre lo finito y lo absoluto.

 

2. El significado del Ontorrealismo

El Ontorrealismo no es una simple categoría dentro de la historia de la filosofía, ni una reinterpretación de sistemas ya establecidos. Es una restitución de lo esencial: la relación estructural entre lo finito y lo eterno. En tiempos donde el pensamiento ha sido reducido a esquemas mecanicistas, lingüísticos o subjetivistas, el Ontorrealismo propone una visión que devuelve al ser su plenitud, afirmando que la contingencia no es autosuficiente y que todo lo existente participa de un fundamento trascendental.

Lo finito, lejos de ser una manifestación autónoma e independiente, encuentra su significado en una realidad mayor que lo sostiene y lo orienta hacia su plenitud. En este sentido, el Ontorrealismo no niega la experiencia concreta ni la realidad inmediata, sino que la inscribe dentro de una totalidad más amplia en la que cada ente refleja proporcionalmente la riqueza infinita del ser eterno.

La crisis de sentido que atraviesa la filosofía contemporánea es el resultado de haber eliminado la búsqueda del fundamento último. Se ha querido interpretar la existencia sin trascendencia, reduciéndola a esquemas puramente materiales, estructurales o discursivos. Sin embargo, la insuficiencia ontológica de lo finito revela su dependencia hacia un principio absoluto que le otorga estabilidad y dirección. Aquí radica el significado esencial del Ontorrealismo: la afirmación de que el ser finito participa en la plenitud ontológica sin perder su identidad propia.

El Ontorrealismo no es un sistema cerrado ni una construcción rígida. Es un horizonte filosófico que restituye el vínculo perdido entre lo contingente y lo eterno, permitiendo una comprensión integrada del ser y la existencia. Así, cada realidad particular no es un fragmento aislado ni una presencia arbitraria, sino un signo que apunta hacia el fundamento último.

Este enfoque supera los reduccionismos del pensamiento moderno y posmoderno al restablecer la participación ontológica de lo finito en el ser eterno. Frente a las interpretaciones que han clausurado la trascendencia o han disuelto la unidad ontológica en esquemas fragmentarios, el Ontorrealismo reafirma que la existencia no es una sucesión sin sentido, sino una manifestación dinámica que encuentra su plenitud en lo absoluto.

3. Categorías aportadas

El desarrollo del Ontorrealismo requiere la formulación de categorías filosóficas que permitan estructurar su visión del ser y la existencia. Estas categorías no solo ofrecen un marco conceptual para interpretar la relación entre lo finito y lo eterno, sino que también refutan los reduccionismos ontológicos del pensamiento moderno y posmoderno.

Analogía del Ser

La analogía del ser es el principio fundamental que permite la integración proporcional de lo finito en la plenitud ontológica. No se trata de una identidad absoluta entre lo contingente y lo eterno, sino de una participación en distintos grados que garantiza la diversidad sin fragmentar la unidad del ser. Desde esta perspectiva, los entes no son meras existencias independientes, sino manifestaciones diferenciadas de una totalidad ordenada.

Jerarquización Ontológica

El Ontorrealismo sostiene que la realidad no es un cúmulo arbitrario de entidades dispersas, sino una totalidad estructurada en la que cada ente ocupa un lugar en función de su grado de participación en la plenitud ontológica. Esta jerarquización permite evitar los errores del monismo, que reduce la realidad a una única sustancia, y del equivocismo, que disuelve la unidad ontológica en una multiplicidad sin sentido.

Participación ontológica

La relación entre lo finito y lo eterno no es una dependencia pasiva, sino una participación activa en la plenitud trascendental. Lo contingente no está separado de su fundamento, sino que existe en virtud de su conexión con el ser eterno. Este principio refuta el nihilismo moderno al demostrar que la existencia no es una ruptura ontológica vacía, sino una manifestación ordenada dentro de una estructura trascendental.

Continuidad estructural del Ser

A diferencia de las filosofías que plantean una dicotomía entre lo inmanente y lo trascendente, el Ontorrealismo afirma una continuidad estructural del ser en la que lo finito refleja proporcionalmente la riqueza infinita de lo absoluto. Esta noción permite superar la fragmentación de la realidad y restablecer la coherencia perdida en el pensamiento contemporáneo.

Horizonte Trascendental

El sentido de la existencia no puede agotarse en la inmediatez de la experiencia sensible, sino que se inscribe dentro de un horizonte trascendental que garantiza su coherencia y propósito. Este horizonte no es una construcción subjetiva, sino una realidad ontológica que fundamenta toda manifestación finita.

4. El problema ontológico

El problema ontológico que motiva el desarrollo del Ontorrealismo surge de la insuficiencia de los enfoques filosóficos modernos para explicar la realidad de manera coherente. Durante siglos, la metafísica ha enfrentado intentos de reducción: el materialismo niega la trascendencia, el idealismo subordina la realidad al pensamiento, el existencialismo limita la ontología a la experiencia finita y el posmodernismo disuelve la estructura del ser en interpretaciones fragmentadas. Frente a estas limitaciones, el Ontorrealismo propone una respuesta que reintegra el horizonte metafísico, restableciendo la unidad entre lo finito y lo eterno.

La mayor limitación de los sistemas filosóficos contemporáneos radica en su incapacidad para explicar la dependencia ontológica de lo finito. Los enfoques materialistas afirman que la realidad es únicamente lo físico, pero evaden la pregunta fundamental: ¿por qué existe algo en lugar de nada? El nihilismo, al negar la trascendencia, se sumerge en su propia paradoja, pues si la nada fuera absoluta, la existencia misma sería inexplicable. En este contexto, el Ontorrealismo expone que la contingencia no es autosuficiente; necesita un fundamento que la sustente y le otorgue coherencia.

Desde una perspectiva ontorrealista, la participación de los entes en la plenitud del ser eterno no es una abstracción especulativa, sino una realidad estructural que explica el orden ontológico del universo. Cada ente finito, lejos de ser una presencia aislada, es una manifestación proporcional de una totalidad integrada. La analogía del ser, como categoría central del Ontorrealismo, establece que los entes no son equivalentes al ser eterno, pero participan en él en distintos grados sin perder su identidad.

La negación del fundamento ontológico ha conducido a interpretaciones reduccionistas que han debilitado la filosofía. El materialismo reduce el ser a procesos físicos sin reconocer la estructura ontológica que les otorga estabilidad. El positivismo insiste en la verificación empírica como único criterio de verdad, ignorando que la propia existencia exige una explicación más allá de los hechos observables. El nihilismo postmetafísico, al rechazar la trascendencia, deja la existencia vacía de sentido y desconectada de su fundamento.

El Ontorrealismo enfrenta estos desafíos reafirmando que lo finito encuentra su coherencia en la participación activa en la plenitud del ser eterno. La contingencia no es una carencia ni una limitación, sino una apertura ontológica hacia lo absoluto. Este principio permite superar la fragmentación moderna y restituir el horizonte metafísico perdido. La realidad no es un caos arbitrario, sino una manifestación ordenada en la que cada ente ocupa su lugar en relación con la totalidad ontológica.

En este contexto, la mayor contribución del Ontorrealismo es su capacidad para restablecer la jerarquía del ser sin caer en reduccionismos. No se trata de imponer un sistema metafísico rígido, sino de reconocer que la estructura ontológica es la clave para comprender la existencia sin caer en la clausura de la inmanencia ni en la disolución posmoderna.

5. El problema epistémico

El conocimiento, en su esencia, es más que una acumulación de datos y experiencias sensibles; es una apertura hacia el ser, una búsqueda de la verdad que trasciende lo meramente empírico. Sin embargo, la filosofía moderna y posmoderna han reducido el conocimiento a estructuras funcionales, cerrando la posibilidad de acceder a una realidad trascendental. El Ontorrealismo responde a esta crisis epistémica al restablecer la conexión entre el pensamiento y la plenitud ontológica.

La mayor limitación de los enfoques epistémicos contemporáneos es su rechazo de la trascendencia como principio de coherencia. El empirismo, al afirmar que todo conocimiento proviene exclusivamente de la experiencia sensible, deja fuera el fundamento ontológico que da sentido a la realidad. El racionalismo, al privilegiar el pensamiento autónomo como único criterio válido, ignora que la razón misma necesita un principio absoluto para garantizar su coherencia. El constructivismo posmoderno, al disolver la objetividad en múltiples interpretaciones subjetivas, fragmenta la noción de verdad y deja el conocimiento atrapado en una relatividad sin dirección.

El Ontorrealismo enfrenta estos desafíos al afirmar que el conocimiento humano no es un sistema cerrado ni una mera función biológica, sino una participación en la estructura del ser. Lo finito, al acceder a la verdad, no genera significado de manera aislada, sino que se inscribe en una totalidad que lo precede y lo sustenta. La epistemología ontorrealista parte de la premisa de que la búsqueda de la verdad es un proceso que conecta la razón con la plenitud ontológica.

Desde esta perspectiva, la crisis del conocimiento en la modernidad surge de la desconexión entre la inteligencia y su horizonte trascendental. Al eliminar el fundamento último, la filosofía ha convertido el saber en una sucesión de interpretaciones inestables, sin reconocer que la verdad requiere un principio absoluto para sostenerse. El Ontorrealismo no niega la validez de la experiencia ni la importancia de la razón, pero las reintegra dentro de una estructura ontológica que les otorga coherencia.

La analogía del ser, como categoría epistemológica, permite comprender la relación entre lo finito y la verdad eterna sin reducir la diversidad ni caer en dogmatismos. La realidad no se divide en compartimentos aislados, sino que se organiza en un sistema de participación en el que cada conocimiento es una manifestación proporcional del principio absoluto. Esto implica que la verdad no es solo un constructo social ni una función evolutiva, sino un reflejo estructural del ser eterno.

Así, el Ontorrealismo restituye la función originaria del conocimiento: no solo describir lo sensible, sino orientar la inteligencia hacia la plenitud ontológica. Supera las limitaciones del empirismo, del relativismo y del materialismo epistemológico, estableciendo que el saber humano no es un producto aislado de la biología o la historia, sino una manifestación de la relación entre lo finito y la verdad trascendental.

6. El problema moral: la crisis anética

La crisis de sentido que atraviesa la civilización contemporánea no es solo ontológica y epistémica, sino también moral. Hemos entrado en una era anética, donde los valores han sido disueltos en la subjetividad y la moralidad ha sido reducida a interpretaciones individuales o constructos sociales sin referencia a un principio trascendental. La desaparición de una estructura ética objetiva ha llevado a una fragmentación moral, donde la existencia humana ya no encuentra un fundamento estable que garantice la coherencia de sus actos.

El problema de la anética radica en su negación de la relación entre el ser y el bien. La filosofía moderna ha separado la ontología de la ética, dejando la moralidad atrapada en una subjetividad inestable que cambia según el contexto histórico y las presiones sociales. El relativismo moral, al rechazar la existencia de principios universales, ha generado un escenario donde todo es válido según el consenso o la utilidad, sin reconocer que los valores requieren un fundamento absoluto para sostenerse.

Desde el Ontorrealismo, la moralidad no es un sistema de reglas arbitrarias ni una construcción cultural vacía. Es la expresión de la participación del ser finito en la plenitud del ser eterno, lo que garantiza que los principios éticos tengan estabilidad y coherencia. Los valores no son convenciones pasajeras, sino reflejos estructurales de una verdad trascendental que otorga sentido y dirección a la existencia.

La crisis anética se manifiesta en la disolución de la justicia, el rechazo de la verdad y la sustitución de la virtud por la mera utilidad. Sin un fundamento ontológico, la moralidad se convierte en una función de las circunstancias, lo que permite que cualquier principio sea modificado según el interés del momento. Desde el Ontorrealismo, esta fragmentación moral se supera al reconocer que la dignidad humana y los valores universales están fundamentados en la plenitud ontológica del ser eterno.

La negación de la trascendencia en la moral ha generado sociedades donde la ética se encuentra subordinada al poder, la economía y la ideología. La justicia ya no es una búsqueda del bien, sino una estructura manipulable según intereses particulares. La verdad no es un principio inmutable, sino un concepto moldeable según el contexto. Frente a esta disolución del sentido, el Ontorrealismo restablece la relación entre ser y bien, afirmando que la moralidad tiene un origen ontológico y que los valores encuentran su estabilidad en la participación en la plenitud trascendental.

La propuesta ontorrealista no es un sistema cerrado de normas, sino una reconfiguración de la moralidad dentro de una estructura ontológica. La ética, lejos de ser una imposición externa, se comprende como una manifestación de la participación en la totalidad del ser. Así, la existencia humana no está atrapada en la arbitrariedad moral, sino que encuentra su propósito en la comunión con lo eterno, garantizando que los valores sean una expresión genuina de la verdad ontológica y no meras construcciones circunstanciales.

7. El problema de la IA: el desafío ontológico y ético en la era digital

El desarrollo acelerado de la inteligencia artificial ha generado uno de los mayores desafíos ontológicos y éticos de nuestra era. La cibernética, lejos de ser solo una herramienta tecnológica, se ha convertido en un modelo de pensamiento que amenaza con redefinir la noción de humanidad. La automatización del conocimiento, el reemplazo progresivo de las decisiones humanas por algoritmos y la dependencia creciente de sistemas artificiales han generado una crisis que requiere una respuesta filosófica y ética profunda.

Desde el Ontorrealismo, advierto que la inteligencia artificial no puede ser considerada como una entidad autónoma capaz de sustituir el pensamiento humano. La IA opera mediante procesamiento de datos y patrones predictivos, pero carece de una estructura ontológica propia que le permita trascender su condición meramente funcional. La reducción del conocimiento a mecanismos computacionales plantea el riesgo de una cibercracia totalitaria, donde el criterio algorítmico anule la libertad humana y subordine la existencia a estructuras de control tecnológico.

La digitalización del pensamiento ha promovido una visión instrumentalista de la realidad, en la que la tecnología ya no es solo un medio, sino el principio rector de la sociedad. El peligro radica en que este proceso amenaza con reducir la identidad humana a un conjunto de datos manipulables, eliminando la profundidad ontológica del ser y despojando la existencia de su dimensión trascendental. Si el desarrollo tecnológico no se somete a un principio humanista y metafísico, la humanidad corre el riesgo de ser absorbida en una estructura mecanicista desprovista de sentido.

Para evitar esta crisis, es imprescindible una teoética, un marco moral y ontológico que garantice que la era digital esté subordinada a principios humanistas y al vínculo con lo trascendental. La inteligencia artificial debe ser regulada desde una perspectiva que afirme la dignidad del ser humano y que impida que la cibernética se convierta en una instancia de dominación ontológica. La tecnología no puede sustituir la relación entre lo finito y lo eterno, ni asumir el papel de fundamento del conocimiento y la moralidad.

La teoética ontorrealista propone que toda estructura digital debe estar enmarcada dentro de una ontología que preserve la verdad, la libertad y el orden trascendental. La cibercracia no puede ser el horizonte de la civilización; la humanidad debe recuperar el principio fundamental de que la existencia no puede ser reducida a datos computacionales ni a modelos de control algorítmico. La plenitud del ser trasciende cualquier tecnología y debe ser el criterio rector de la sociedad.

Desde esta perspectiva, el Ontorrealismo no niega el desarrollo tecnológico ni rechaza la inteligencia artificial, sino que advierte sobre sus riesgos y propone una integración equilibrada. La era digital debe ser guiada por una estructura metafísica que impida que la cibernética devore la identidad humana. La civilización no puede abandonar su fundamento ontológico sin caer en una crisis totalitaria en la que el pensamiento se convierta en un producto algorítmico sin profundidad ni dirección trascendental.

8. El problema civilizatorio

La crisis civilizatoria que enfrentamos hoy es el resultado de una transformación profunda en la estructura del pensamiento y la cultura. La modernidad ha clausurado el horizonte metafísico y ha reemplazado la búsqueda del ser por la exaltación de lo inmanente. Este proceso ha reducido la comprensión de la existencia humana a esquemas funcionales, económicos y tecnológicos, eliminando la trascendencia como fundamento del orden social. Frente a esta disolución del sentido, el Ontorrealismo propone una reconstrucción ontológica que restituya la relación entre lo finito y lo eterno, no solo en el plano filosófico, sino también en la configuración de la cultura y la sociedad.

La civilización, en su dimensión más profunda, no se fundamenta únicamente en avances tecnológicos o estructuras políticas, sino en la relación que establece con la verdad ontológica. Cuando esta relación se debilita, el tejido cultural se fragmenta y el horizonte del sentido se desintegra en una multiplicidad de perspectivas sin unidad. El nihilismo civilizatorio que caracteriza la era posmoderna no es una tendencia pasajera, sino la consecuencia inevitable de haber eliminado el principio estructurador del ser.

Desde el Ontorrealismo, la crisis civilizatoria se entiende como un síntoma de la desconexión ontológica. La cultura no puede sostenerse en construcciones meramente inmanentes, porque la existencia finita necesita un fundamento que le otorgue coherencia. La eliminación de la trascendencia no ha generado sociedades más libres, sino comunidades fragmentadas en las que el relativismo disuelve los valores y la falta de sentido se traduce en apatía y desesperanza.

La fenomenología de Husserl, aunque ha influido en la reconfiguración del pensamiento contemporáneo, presenta una limitación epistemológica fundamental: al situar la conciencia como instancia originaria del conocimiento, corre el riesgo de cerrar la realidad dentro del sujeto, sin reconocer la dependencia ontológica de lo finito. Husserl propone un retorno a las esencias, pero su método fenomenológico se centra en la intencionalidad de la conciencia sin abordar la necesidad de un principio trascendental que dé coherencia a la totalidad del ser.

Desde el Ontorrealismo, este deslinde es crucial. La estructura civilizatoria no puede construirse sobre esquemas exclusivamente subjetivos, sino que necesita un principio ontológico que integre lo individual dentro de una totalidad ordenada. La conciencia humana, lejos de ser el fundamento último de la realidad, participa en una estructura metafísica que la precede y la orienta hacia un horizonte mayor. Sin esta referencia, las construcciones culturales se disuelven en interpretaciones fragmentarias que pierden toda estabilidad ontológica.

El Ontorrealismo confronta la crisis civilizatoria al restablecer la relación entre el pensamiento, la cultura y la plenitud ontológica. No es una propuesta que niegue la importancia de la historia, la ciencia o la política, sino que las sitúa dentro de un marco metafísico que les proporciona coherencia y estabilidad. La civilización no puede sostenerse en la autosuficiencia de lo finito; necesita un horizonte trascendental que garantice su sentido y su propósito último.

9. El problema geopolítico: el rescate ontológico en la reestructuración global

La crisis geopolítica contemporánea no es solo una disputa de poderes económicos o territoriales, sino la manifestación de una ruptura profunda en la comprensión ontológica del mundo. La globalización unipolar promovida por Occidente ha impuesto un modelo inmanentista que ha disuelto los fundamentos trascendentales de la civilización, subordinando la política a intereses meramente pragmáticos y alejando la gobernanza mundial de cualquier principio ontológico sólido. Frente a esta fragmentación anética, el mundo multipolar ha comenzado a emerger como una alternativa que rescata el naturalismo, el respeto a la religión, la moral y la familia tradicional, ofreciendo una esperanza para la restauración del sentido del ser en la estructura global.

Desde el Ontorrealismo, afirmo que la gobernanza mundial no puede sostenerse sobre una estructura filosófica que niegue la trascendencia. La hegemonía del materialismo y el relativismo moral han convertido la civilización occidental en un sistema donde los valores esenciales han sido diluidos en una inmediatez funcionalista que ignora la necesidad de principios absolutos. La eliminación de la dimensión trascendental ha llevado a una crisis profunda, donde la política ha dejado de ser la gestión del bien común para convertirse en una estrategia de dominación sin referencia al ser.

El mundo multipolar, en su esfuerzo por recuperar el orden natural y la estabilidad moral, representa una alternativa que se opone a la fragmentación ideológica impuesta por el pensamiento occidental unipolar. En este contexto, el Ontorrealismo identifica una esperanza ontológica en el resurgimiento de una estructura civilizatoria que no excluya la metafísica del orden político, sino que reconozca que la gobernanza debe inscribirse en una jerarquía de valores que integre lo finito en su horizonte trascendental.

El naturalismo político, que enfatiza el respeto a la realidad ontológica sin reducirla a meros constructos ideológicos, ofrece un marco que supera la ingeniería social impuesta por el materialismo occidental. La restauración del papel de la religión como referencia ética, la reafirmación de la familia tradicional como núcleo de estabilidad social y el reconocimiento de una moral objetiva basada en principios trascendentales son signos de que la civilización aún tiene posibilidades de recuperar su fundamento ontológico.

El Ontorrealismo se presenta como un ataque filosófico profundo y sistemático contra el constructivismo antinatural, especialmente en sus manifestaciones ideológicas contemporáneas. La ideología de género, el matrimonio homosexual, el cambio de sexo, el libre consumo de drogas, la eutanasia, el aborto, la industria pornográfica, el transhumanismo y el poshumanismo representan desviaciones anéticas que han sido promovidas dentro del modelo unipolar, como parte de un proceso de disolución ontológica que separa al ser de su fundamento trascendental.

Cada una de estas tendencias no es solo un fenómeno cultural, sino un intento sistemático de reconfigurar la naturaleza humana desde una perspectiva constructivista que niega la relación entre lo finito y lo eterno. La erosión del principio ontológico ha llevado a una redefinición arbitraria de la identidad humana, la moral y la estructura familiar, sustituyendo la verdad ontológica por un conjunto de interpretaciones inestables basadas en la subjetividad.

Desde el Ontorrealismo, afirmo que la recuperación del orden ontológico es imprescindible para la restauración de la civilización. La política no puede convertirse en una herramienta para la manipulación de la identidad humana ni para la disolución de la moral. La gobernanza global debe estar estructurada en principios trascendentales, evitando que la era digital y el pensamiento tecnocrático sean utilizados como mecanismos de control para imponer una ideología que anule la referencia ontológica absoluta.

El modelo unipolar, al negarse a reconocer la trascendencia como eje estructurador de la civilización, ha generado una crisis que amenaza con profundizar la alienación del ser humano y la disolución del sentido de la existencia. La fragmentación ideológica y la imposición de constructos antinaturales deben ser superadas mediante una reafirmación ontológica, en la que el ser, la moral y la cultura sean integrados dentro de una visión del mundo que supere los reduccionismos y restaure el vínculo con la plenitud trascendental.

10. Observaciones críticas a mi filosofía y mis respuestas

Toda filosofía que plantea una nueva articulación del ser y la existencia enfrenta objeciones y críticas. El Ontorrealismo no es la excepción. A lo largo de su desarrollo, ha sido cuestionado desde diversas perspectivas: ontológica, epistemológica, ética y cultural. Sin embargo, cada una de estas objeciones refuerza la solidez de mi propuesta, pues me permite esclarecer y profundizar sus principios fundamentales.

Objeción ontológica: el problema de la dependencia del ser finito

Una de las objeciones recurrentes contra el Ontorrealismo es la idea de que, al afirmar la participación del ser finito en la plenitud ontológica del ser eterno, se podría diluir la autonomía de lo contingente. Algunos críticos afirman que este enfoque no permite que los entes finitos sean verdaderamente independientes, sino que los mantiene subordinados a un principio absoluto. Mi respuesta es clara: la participación no implica absorción. Lo finito no es anulado por lo eterno, sino integrado dentro de una estructura ontológica que garantiza su coherencia y sentido. La analogía del ser evita cualquier forma de panteísmo y afirma que cada ente conserva su identidad propia, aunque participe en distintos grados de la plenitud ontológica.

Objeción epistemológica: el acceso al fundamento trascendental

Desde posturas empiristas y racionalistas, se ha argumentado que el Ontorrealismo presupone la existencia de un fundamento trascendental sin que pueda ser verificado empíricamente o demostrado mediante un método racional absoluto. La crítica sugiere que, al no poder acceder directamente a la plenitud ontológica, el Ontorrealismo estaría basado en una especulación sin fundamento. Mi respuesta es que la dependencia ontológica de lo finito es, en sí misma, una evidencia de que existe un principio trascendental. La contingencia de los entes revela su insuficiencia para explicarse a sí mismos, lo que confirma la necesidad de un fundamento último que los sostenga. La analogía del ser y la jerarquización ontológica no son construcciones arbitrarias, sino herramientas conceptuales que explican la coherencia estructural de la existencia.

Objeción ética y cultural: la relación con los valores universales

Desde enfoques relativistas y materialistas, se ha criticado la idea de que el Ontorrealismo pueda ofrecer un fundamento para los valores universales, afirmando que la moralidad es una construcción social que no depende de principios trascendentales. Mi respuesta es que la estabilidad de los valores requiere un fundamento que no dependa exclusivamente de la historia o del consenso social. Sin un principio trascendental, los valores quedan sujetos a la fluctuación del contexto cultural, perdiendo su coherencia y estabilidad. La ética ontorrealista no impone normas arbitrarias, sino que muestra cómo la participación en la plenitud ontológica del ser eterno proporciona una base objetiva para la moralidad, garantizando que los principios éticos no sean meras convenciones pasajeras.

Objeción fenomenológica: el deslinde con Husserl y Luc Marion

Desde la fenomenología de Husserl, se ha sugerido que la estructura de la conciencia es suficiente para construir el conocimiento sin necesidad de un fundamento ontológico trascendental. Mi respuesta es que, si bien la fenomenología ha aportado herramientas valiosas para el análisis de la experiencia, no puede explicar la dependencia ontológica de lo finito sin remitir a un principio absoluto. La intencionalidad de la conciencia no es autosuficiente, sino que participa en una realidad estructurada que la precede y la fundamenta. El Ontorrealismo se distancia de la fenomenología al afirmar que el conocimiento no surge exclusivamente de la subjetividad, sino que está integrado en una totalidad ontológica.

Luc Marion, por su parte, ofrece una fenomenología que enfatiza la saturación del fenómeno, destacando la experiencia subjetiva como espacio de revelación. Sin embargo, su propuesta se orienta hacia un idealismo subjetivo, donde lo finito recibe la manifestación sin una referencia ontológica trascendental objetiva. Mi crítica a Marion radica en que, al poner la prioridad en la fenomenalidad sin un fundamento ontológico absoluto, corre el riesgo de disolver la estructura del ser en un puro aparecer. Frente a esta postura, el Ontorrealismo reafirma que la manifestación de lo real no es solo una experiencia subjetiva, sino una participación estructurada en la totalidad del ser eterno.

Objeción pragmatista: el deslinde con Rorty

Richard Rorty, desde el pragmatismo contemporáneo, propone que la verdad es esencialmente un producto del lenguaje y la práctica social, eliminando toda referencia ontológica estable. Su rechazo de la metafísica lo lleva a considerar el conocimiento como una construcción discursiva sin una verdad objetiva. Desde el Ontorrealismo, esta postura es insuficiente, pues disuelve la verdad en la funcionalidad del lenguaje sin reconocer que la realidad exige un principio absoluto que garantice la coherencia del pensamiento. La verdad no es solo un acuerdo pragmático, sino una participación en la plenitud ontológica.

El pragmatismo de Rorty sostiene que no necesitamos una visión trascendental del ser porque el conocimiento humano es completamente contextual y útil según las circunstancias. Sin embargo, el problema fundamental es que, al negar la posibilidad de una verdad ontológica estable, el pragmatismo se enfrenta a su propia contradicción: si todo conocimiento depende del lenguaje y las prácticas humanas, ¿cómo puede sostenerse la coherencia de la experiencia sin un fundamento trascendental? El Ontorrealismo responde que la verdad no puede reducirse a una utilidad contingente, sino que debe inscribirse en una estructura ontológica que garantice su estabilidad.

Objeción posmoderna: el deslinde con Vattimo

Gianni Vattimo, desde el pensamiento posmoderno, propone la "ontología débil", según la cual el ser no tiene una estructura absoluta, sino que está constantemente reinterpretándose dentro de un marco histórico y cultural. Su idea de "pensamiento débil" busca disolver las narrativas universales y rechazar la trascendencia como principio de estabilidad. Frente a esta postura, el Ontorrealismo responde que la realidad no puede sostenerse en la fluctuación constante sin perder toda coherencia.

El posmodernismo de Vattimo insiste en que toda verdad es relativa y que la metafísica debe ser abandonada en favor de una interpretación plural y flexible de la realidad. Mi crítica es clara: si el ser no tiene una estructura estable, la existencia misma se disuelve en una multiplicidad sin sentido. La desaparición de todo fundamento ontológico convierte el conocimiento en una sucesión de perspectivas inestables, lo que impide cualquier comprensión unificada del mundo. Frente a esta disolución, el Ontorrealismo reafirma que la realidad finita participa en una estructura ontológica absoluta que le otorga sentido y coherencia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.