Cristianismo y Paganismo en el Legendarium de Tolkien
Introducción
En diversas partes del mundo, existen agrupaciones como la Sociedad Tolkien Española y la Sociedad Tolkien Peruana, dedicadas al estudio y difusión de la obra del autor británico. En su afán por explorar los significados profundos del legendarium, algunos miembros de estas comunidades han intentado dotar a la obra de una dimensión filosófica exhaustiva, interpretándola como un sistema conceptual de gran alcance. Si bien El Señor de los Anillos y El Silmarillion contienen ideas afines a ciertas tradiciones filosóficas, es un exceso considerarlas como tratados filosóficos en sí mismos. Tolkien construyó su universo con una fuerte raíz narrativa y mitológica, en el que los valores cristianos y las influencias paganas conviven en armonía sin la necesidad de encasillarse en una doctrina filosófica específica.
La cosmovisión de Tolkien en un mundo secularizado
En una época marcada por el secularismo, el ateísmo y una creciente visión nihilista de la existencia, la narrativa de J.R.R. Tolkien ofrece un contrapunto rico en significado y trascendencia. Su legendarium evoca un mundo donde la lucha entre el bien y el mal, el sacrificio y la esperanza, adquieren dimensiones que trascienden lo meramente material. En un contexto cultural que ha perdido gran parte de su vínculo con lo espiritual, algunos han intentado reinterpretar su obra como un vehículo para reconectar con lo trascendental. Si bien Tolkien nunca concibió su mitología como una doctrina religiosa, su profunda cosmovisión, impregnada de valores morales y metafísicos, resuena como una alternativa al vacío existencial moderno, ofreciendo una visión del mundo donde la belleza, el deber y el misterio aún poseen significado.
Valores cristianos en la estructura moral del legendarium
"Esta novela, dice Camilo Torres, nada tiene de psicológica, al contrario, el autor dramatiza el peligro, la tentación del mal, la fascinación por el poder, la miseria de la guerra, y otros temas que nada tienen de infantiles, logrando una obra donde lo poético armoniza con la sabiduría moral". La verdad es que la trilogía Tolkien refleja bien las ansiedades del hombre burgués en pleno declive civilizatorio, y ello no tiene nada de poético ni de moral. Al contrario, al anético burgués actual se le hunde en el mito pagano.
J.R.R. Tolkien, autor de El Señor de los Anillos y El Silmarillion, creó un vasto legendarium con profundas influencias religiosas, mitológicas y filosóficas. Aunque su fe católica fue central en su vida, su obra no es una alegoría directa del cristianismo. En cambio, Tolkien construyó un mundo en el que convergen elementos cristianos y paganos, dando lugar a una mitología singular. No en vano George Steiner dijo: "La obra de Tolkien es una coherente mitología de una autenticidad universal creada en pleno siglo XX".
Elementos paganos
La estructura moral de su universo refleja valores cristianos. La lucha entre el bien y el mal es fundamental en la narrativa de El Señor de los Anillos, donde la corrupción del poder y la redención juegan papeles esenciales. Personajes como Frodo y Aragorn simbolizan el sacrificio y la vocación heroica, similares a figuras cristianas que enfrentan pruebas para alcanzar la salvación o la restauración del orden. Algo se esto lo advirtió Fernando Fuenzalida cuando escribe: "El fenómeno Tolkien y su trilogía es en el fondo la lucha del hombre común de la clase media contra la destrucción de la variedad contra el totalitarismo. Es una vuelta al mito". Pero dejó sin señalar que el mito es solamente la revelación natural de lo sagrado.
Sin embargo, el mundo de Tolkien también está impregnado de mitologías paganas. Sus Valar, los guardianes divinos de Arda, recuerdan a los dioses menores de la mitología nórdica y grecolatina. Su cosmología presenta un animismo profundo, en el que la naturaleza está dotada de una voluntad y poder propios, como los Ents y las aguas encantadas de Lórien. Esto hizo decir con sarcasmo a Howard Jacobson: "La obra de Tolkien es una obra para niños o adultos retrasados".
Destino, providencia y libre albedrío en la Tierra Media
El concepto del destino en la obra de Tolkien es otro punto donde confluyen ambas tradiciones. Aunque la providencia actúa en los eventos clave, los personajes no son meros títeres del designio divino. Hay una visión escandinava del destino, donde los actos individuales contribuyen al resultado final. La profecía y la elección personal se entrelazan, como se ve en el camino de Aragorn hacia su destino como rey.
Por otro lado, su visión de la esperanza y el sacrificio es profundamente cristiana. La renuncia al poder, representada en el rechazo del Anillo por Galadriel y Gandalf, es similar a la humildad evangélica. La luz y la sombra, el papel de la gracia y el misterio del mal, evocan las inquietudes teológicas de Tolkien. El propio Tolkien sin saber lo que decía afirmó: "Esta obra es fundamentalmente religiosa y católica, que no destruye ni ofende a la razón, sino que reaviva la fantasía de la mente humana". Nosotros añadiríamos, trata de reavivar la alicaída fantasía del burgués decadente del siglo veintiuno.
La vida después de la muerte y la persistencia del mal
Uno de los aspectos más enigmáticos y debatidos del legendarium de Tolkien es su tratamiento de la vida después de la muerte y la naturaleza del mal. En su narrativa, el destino de los hombres tras fallecer queda envuelto en el misterio, sin una respuesta definitiva sobre lo que les espera más allá de este mundo. A diferencia de los elfos, cuyos espíritus viajan a Mandos, los hombres poseen un destino incierto, marcado por la idea de un "regalo" de Ilúvatar que los lleva más allá de los confines del mundo. Asimismo, el mal nunca es completamente erradicado, sino que se reduce y se debilita, pero sigue presente, como una sombra latente que puede resurgir con el tiempo. En su mitología, la visión del Cielo es evocada bajo el nombre de Aman, una tierra bendecida más que un reino celestial en términos religiosos. Además, en la cosmología tolkieniana no existe una deidad creadora en el sentido teológico tradicional; Eru Ilúvatar es el supremo ordenador del mundo, pero su intervención es limitada, lo que da lugar a una visión en la que el destino y la voluntad de los seres tienen un papel crucial en la lucha contra la oscuridad.
Su vínculo con el mazdeísmo
El legendarium de Tolkien tiene varios elementos que pueden vincularse al mazdeísmo, la religión fundada por Zaratustra. Aquí algunos fragmentos con sus respectivos paralelismos:
a. La lucha cósmica entre el bien y el mal: En el mazdeísmo, Ahura Mazda representa el principio del bien absoluto, mientras que Angra Mainyu simboliza el mal y la corrupción. Esta dualidad recuerda la estructura moral de El Señor de los Anillos, donde la oposición entre Eru Ilúvatar y Melkor establece un conflicto cósmico. Un fragmento relacionado:
"Melkor era el más poderoso de los Ainur, pero desde el principio buscó aumentar su poder y rivalizar con Ilúvatar. En su rebelión, sembró discordia en la música de los Ainur y, más tarde, corrompió Arda con su influencia".
Aquí se observa la similitud con Angra Mainyu, el principio destructor que distorsiona la creación de Ahura Mazda.
b. La visión del destino y la elección: El mazdeísmo enfatiza el libre albedrío de los seres humanos para elegir entre el bien y el mal. En El Silmarillion, los personajes enfrentan decisiones cruciales que reflejan esta filosofía:
"Aunque los Valar guían a los Hijos de Ilúvatar, no pueden intervenir en sus elecciones. Los Hombres reciben el Don de la Muerte y no están sujetos al mismo destino que los Elfos, pues Ilúvatar les ha dado libertad para forjar su propio camino".
Este concepto de libertad de elección está alineado con la enseñanza de Zaratustra sobre la responsabilidad moral de cada individuo.
c. La purificación al través del fuego: En el mazdeísmo, el fuego es un símbolo de pureza y conocimiento divino, como se ve en las ceremonias de adoración. En Tolkien, la luz y el fuego juegan un papel fundamental en la lucha contra la oscuridad:
"Las gemas de Fëanor contenían una luz inextinguible, y sólo el fuego podía destruirlas. En ellas resplandecía una parte de la luz de los Árboles de Valinor, un poder puro que jamás podría ser reproducido".
La luz de las Silmarils evoca el concepto mazdeísta del fuego sagrado como expresión de la verdad divina.
d. La visión escatológica del final del mundi: El mazdeísmo profetiza una gran batalla final en la que el mal será vencido y el mundo purificado. En Tolkien, la Dagor Dagorath es la batalla del fin de los tiempos:
"Y vendrá un día en que Morgoth regrese a Arda, pero los Valar y los Hijos de Ilúvatar se levantarán contra él. Entonces, Túrin Turambar, renacido, empuñará su negra espada y dará el golpe final al Enemigo, restaurando la armonía de la creación".
Este evento tiene similitudes con la llegada del Saoshyant, el salvador mazdeísta que conducirá la última purificación del mundo. Este vínculo entre Tolkien y el mazdeísmo no implica una influencia directa, sino una convergencia de ideas mitológicas y religiosas sobre la lucha entre el bien y el mal, la estructura del destino y el papel del libre albedrío.
¿Retorno al mito o fantasía secularizada?
La obra de J.R.R. Tolkien puede interpretarse como un intento de sustituir el teísmo cristiano por una estructura mitológica más cercana al politeísmo pagano, en un esfuerzo por revivir la dimensión espiritual en un mundo dominado por el materialismo y el hedonismo. Si bien Tolkien era un devoto católico, su legendarium presenta una cosmología donde los Valar actúan como deidades menores, semejantes a los dioses del panteón nórdico o grecolatino. Este enfoque mitológico no busca reemplazar la fe cristiana, pero sí ofrece una alternativa simbólica para explorar valores trascendentales sin recurrir a doctrinas religiosas tradicionales.
En una sociedad contemporánea donde lo espiritual ha sido relegado a un plano secundario, la obra de Tolkien proporciona una mitología rica en significados sobre el sacrificio, el deber y la lucha contra la corrupción. Su narrativa no busca imponer una cosmovisión específica, sino evocar una sensación de misterio y propósito más allá de lo puramente material. En este sentido, la Tierra Media y su estructura divina pueden verse como un espejo de antiguas creencias religiosas que intentan reconciliar lo mítico con la búsqueda de sentido en un mundo secularizado.
En conclusión, la obra de Tolkien no es exclusivamente cristiana ni puramente pagana, sino una síntesis ecléctica de ambas cosmovisiones. Su profundo conocimiento de mitologías y su arraigada fe cristiana se fusionan en un universo que trasciende categorías religiosas, ofreciendo una riqueza espiritual y filosófica única. Este equilibrio es parte del encanto de su legendarium, pues permite múltiples interpretaciones y resonancias en quienes se sumergen en su mundo.
La obra de J.R.R. Tolkien, lejos de ser una simple fantasía épica, puede interpretarse como el último gran esfuerzo por preservar la dimensión espiritual en una civilización occidental marcada por el nihilismo y el relativismo. En su legendarium, el sentido del deber, el sacrificio y la lucha contra el mal adquieren una profundidad que trasciende el mero relato de aventuras. A través de mitos y símbolos arraigados en tradiciones antiguas, Tolkien recrea un universo donde lo trascendental aún conserva su fuerza, en contraste con la crisis de sentido del mundo moderno. Así, su narrativa se erige como un canto de cisne de la vida espiritual, una última evocación del misterio y la esperanza en una era donde lo material parece haber desplazado todo vestigio de lo sagrado.
En una palabra, el fenómeno Tolkien y su trilogía "El Señor de los Anillos", donde la lucha entre el bien y el mal acontece en medio de la total ignorancia de la Causa Primera, es un poderoso indicador de que nuestra era posmoderna ha perdido el contacto con la razón y la fe extraviando, el ser en las profundidades de la fantasía pagana. No es casual la ausencia de Cristo y de la palabra revelada.
Occidente en crisis espiritual y retorno al paganismo a través de la fantasía
La decadencia espiritual en Occidente no es un fenómeno aislado ni reciente, sino el resultado de un largo proceso de secularización, racionalismo extremo y relativismo moral. La pérdida de los marcos tradicionales de sentido ha llevado a una crisis profunda, en la que el vacío dejado por la religión institucionalizada no ha sido completamente llenado por la modernidad. Ante esta situación, la fantasía ha emergido como un refugio simbólico, ofreciendo una alternativa estructurada para aquellos que buscan significados trascendentales sin recurrir a doctrinas religiosas establecidas.
a. Secularización y desmoronamiento de valores tradicionales: La Ilustración inició un proceso de racionalización de la sociedad que, con el tiempo, desembocó en la reducción de lo sagrado a una esfera privada e incluso irrelevante. Las grandes narrativas religiosas fueron desplazadas por discursos científicos, filosóficos y políticos que, en muchos casos, no lograron satisfacer plenamente la necesidad humana de trascendencia. El resultado fue una cultura occidental que, aunque tecnológicamente avanzada, perdió gran parte de su vínculo con lo espiritual.
b. La fantasía como refugio de la crisis de sentido: En ausencia de marcos religiosos universales, la literatura fantástica se ha convertido en un espacio donde los valores trascendentales pueden ser explorados sin estar sujetos a una tradición específica. El Señor de los Anillos, por ejemplo, presenta una cosmovisión en la que la lucha entre el bien y el mal, el sacrificio y la esperanza siguen siendo fundamentales, pero sin una referencia explícita a una religión institucionalizada. Esta estructura recuerda la función de los mitos paganos antiguos, que proporcionaban orientación espiritual sin la necesidad de un dogma formal.
c. Retorno al paganismo mitológico precristiano: En la fantasía contemporánea, se observa un resurgimiento de símbolos y narrativas que evocan lo pagano, como el animismo, la sacralización de la naturaleza y la presencia de entidades divinas menores. En la obra de Tolkien, los Valar, los Ents y la propia Tierra Media reflejan una visión espiritual arraigada en tradiciones mitológicas precristianas, donde lo sagrado no está centralizado en un Dios único, sino distribuido en múltiples fuerzas del cosmos. Este retorno al imaginario pagano no es un fenómeno accidental, sino una respuesta cultural al agotamiento de los discursos racionalistas y cientificistas bajo el peso de la irracionalidad del imperialismo neoliberal. En un mundo dominado por la tecnocracia y el materialismo, los relatos míticos ofrecen una alternativa donde el misterio, la belleza y el heroísmo aún poseen significado.
d. Posmodernidad y fragmentación de la fe: La posmodernidad ha acelerado la fragmentación de la fe, rechazando los metarrelatos universales y promoviendo una visión relativista de la realidad. Como resultado, muchos individuos han optado por construir su propia espiritualidad a partir de diferentes tradiciones, lo que ha dado lugar a un sincretismo en el que el cristianismo, el paganismo y otras cosmovisiones coexisten en un mismo espacio simbólico. En este contexto, la fantasía se convierte en un vehículo ideal para explorar lo trascendental sin estar limitado por una única interpretación religiosa.
e. Tolkien como último mito de Occidente secular: Si bien Tolkien era un católico devoto, su legendarium responde a esta búsqueda de lo sagrado en un mundo desencantado. Su obra no es una alegoría religiosa, sino una reconstrucción mitológica que apela a la necesidad de trascendencia. En lugar de presentar una visión estrictamente cristiana, ofrece una narrativa donde el bien y el mal, el sacrificio y la redención aún tienen peso, pero sin estar atados a una religión institucionalizada. Su éxito en la era posmoderna no es casualidad: representa un intento de Occidente por recuperar la dimensión espiritual de la existencia, pero a través de la ficción y el mito, en lugar de una vuelta a la religión tradicional.
f. La imaginación como refugio espiritual: La fascinación por el mundo de Tolkien y la literatura fantástica en general no es simplemente un entretenimiento, sino una manifestación cultural de la crisis espiritual en Occidente. En un mundo que ha desplazado lo sagrado, la imaginación se convierte en un refugio para la trascendencia perdida. Este fenómeno no es una verdadera restauración del pensamiento religioso, sino un retorno al mito, una forma de redescubrir lo sagrado sin abandonar del todo la secularización. Es obvio que esto es insuficiente para llenar el vacío existencial del moderno hombre occidental.
Conclusión
Por ello, esta obra no es un retorno al mito sino al cuento de hadas, su función no es religiosa, es más bien psicológica. Satisface la fascinación por el mal, la seducción del poder y el deseo del triunfo del bien. Por eso esta obra no es religiosa, ni mítica, sino fantástica, propia de una mentalidad secularizada al extremo.
En este sentido no representa una vuelta a la recuperación de lo trascendente, sino, al contrario, es un rechazo más profundo y una franca opción por lo inmanente. El éxito del libro en plena posmodernidad resulta consonante con su espíritu ecléctico y relativista. Todo lo cual simboliza el naufragio de lo sagrado en medio de una modernidad occidental deshumanizada por la inmoral lógica imperialista, la racionalidad instrumental, el imperio de la técnica y el cientismo.
Epílogo
Salvando las distancias entre Goethe y Tolkien se puede decir que, así como Fausto representa al hombre que conquista el mundo pero que se pierde a sí mismo, de forma parecida la narrativa Tolkien expresa el hombre que perdido en la conquista del mundo busca recuperar su alma al menos en su imaginación.
Fausto, en la obra de Goethe, simboliza el hombre moderno que, impulsado por el afán de conocimiento y poder, termina alienado, incapaz de encontrar una verdadera realización en su conquista del mundo. Su pacto con Mefistófeles refleja la tensión entre el deseo de dominio y la pérdida del alma.
En Tolkien, aunque la lucha no es directamente intelectual como en Fausto, sí se percibe una crisis similar. La modernidad arrastra al hombre hacia la racionalización extrema, la perdida de la fe, la tecnología y el control sobre la naturaleza, despojándolo de su vínculo espiritual. Todo ello representa el extravío ontológico del ser. En el legendarium, la obsesión por el poder—representada por el Anillo—corrompe a quienes intentan someterlo a su voluntad, pero a diferencia de Fausto, los personajes de Tolkien tienen la posibilidad de redimirse.
La búsqueda de sentido en El Señor de los Anillos es, en cierto modo, el intento del hombre occidental de reconectar con lo perdido, aunque sea a través de la imaginación. En lugar de resignarse a la alienación como Fausto, los héroes de Tolkien optan por la resistencia: Frodo, Aragorn y Gandalf enfrentan el conflicto con un sentido de deber, sacrificio y renuncia.
En un mundo desencantado, la obra de Tolkien ofrece débilmente un tenue espacio donde el hombre puede recuperar simbólicamente aquello que la modernidad le ha arrebatado: el misterio, la trascendencia y la lucha por un propósito mayor. En este sentido, el legendarium de Tolkien es el mito que la civilización secularizada necesitaba para compensar su crisis espiritual al menos en su imaginación porque en la realidad resulta siendo un total fracaso.
La realidad secularizada necesita ser desarraigada no solamente en la imaginación sino en el mundo real, y para ello se requiere una revolución integral, tanto espiritual como material.
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