Gustavo Flores Quelopana
FILOSOFÍA
DE LO
SOBRENATURAL
Entre la Razón y el Misterio
FONDO
EDITORIAL
IIPCIAL
Instituto
de Investigación para la Paz Cultura e Integración de América Latina
LIMA-PERU
2025
BIODATA
Gustavo Flores
Quelopana (Lima, 1959). Filósofo, poeta y escritor, peruano de frondosa obra y
ágil pluma. Expresidente de la Sociedad Peruana de Filosofía, presidente tres
veces en la Sociedad Internacional Tomás de Aquino (SITA-Perú). Disertante en
universidades de Brasil, Colombia, Panamá, México y Perú. Sus aportes
filosóficos se traducen en varias categorías: lo “Numinocrático”, aplicado a la
filosofía prehistórica; “Mitomorfico” para entender el filosofar arcaico;
“Mitocrático”, para comprender la filosofía ancestral; lo “Anético”, para
categorizar la crisis moral y antropológica de la posmodernidad; la Justicia
como “Copertenencia”; el “Hiperimperialismo”, como lo característico y esencial
de la globalización neoliberal actual; la “Cibercracia”, régimen político hacia
el cual marcha el capitalismo digital; el “Ciber Deus”, como realidad posible
de la Inteligencia Artificial Fuerte, la “paradoja antrópica”, como categoría
clave para entender la destrucción ecológica por la modernidad objetivante y antimetafísica,
y el “Neobrutalismo” como fenómeno espiritual de carácter terminal en toda
civilización.
Título: Filosofía
de lo sobrenatural. Entre la razón y el misterio.
Primera edición en castellano: Lima, julio, 2025
Autor: Gustavo Flores Quelopana
Editor: Gustavo Flores Quelopana
Los Girasoles 148- Salamanca-Ate
Se terminó de imprimir en julio de 2025 en: © Fondo Editorial del
Instituto de Investigación para la Paz, Cultura e Integración de América Latina
(IIPCIAL) / Editado por IIPCIAL-Dirección: Los Girasoles 148 Salamanca, Ate.
Tiraje: 30 ejemplares
HECHO EL DEPÓSITO LEGAL EN LA BIBLIOTECA NACIONAL DEL PERÚ
N° 2025-0
Filosofía
de lo sobrenatural
Prólogo
L |
La tensión entre la razón y
lo sobrenatural ha sido la nota común del pensamiento occidental,
el cual ha estado marcado por una obsesión con la razón como única vía de conocimiento. Desde Aristóteles
hasta Kant, la filosofía ha tratado de reducir la realidad a lo que puede ser
explicado, medido, catalogado. Y, sin embargo, en los márgenes de esta
estructura ordenada, lo sobrenatural continúa manifestándose. ¿Qué hacemos con lo que no encaja en el modelo racionalista?
Maurice Blondel nos ofrece
una distinción fundamental: los problemas son resolubles, pero los misterios
solo pueden ser vividos. Lo sobrenatural, por su propia naturaleza, pertenece a
la categoría del misterio. No puede ser reducido a una ecuación, ni ser
diseccionado como un objeto de laboratorio. Lo sobrenatural no es un error en
el sistema racional, sino una grieta por la que se cuela algo más grande.
Pero esta grieta no ha sido
siempre vista como una amenaza. En la antigüedad, Platón hablaba de un mundo de
Ideas que existía más allá de lo material. Los filósofos neoplatónicos como
Plotino exploraron la ascensión del alma hacia una realidad divina. Durante
siglos, lo sobrenatural no solo fue aceptado, sino considerado un principio
organizador de la existencia.
La modernidad, sin embargo,
inaugura un nuevo paradigma: la negación del misterio en favor de la certeza
científica. Desde el racionalismo cartesiano hasta el empirismo positivista, el
pensamiento occidental se va cerrando sobre sí mismo, descartando todo lo que
no encaje en sus categorías. Lo sobrenatural se convierte en un obstáculo, algo
que debe ser eliminado para alcanzar la "verdad" objetiva.
El problema es que, por más
que se intente eliminar, el misterio no desaparece. Se transforma, se adapta,
se esconde en las fisuras del conocimiento, emergiendo en fenómenos
inexplicables, experiencias místicas y preguntas que la razón no puede
responder. ¿Qué hacemos con esto? ¿Lo descartamos como irracional, o lo
abordamos como una dimensión legítima de la existencia?
Werner Jaeger, en su
estudio sobre la evolución del pensamiento griego, señala cómo en los
presocráticos la teología y la filosofía estaban estrechamente entrelazadas,
pues el pensamiento filosófico no surgió como un rechazo de lo divino, sino
como una forma de racionalizar el cosmos a la luz de principios ordenadores.
Anaximandro, Heráclito y Empédocles, por ejemplo, concebían el universo como un
entramado en el que lo sagrado formaba parte esencial de la estructura
ontológica.
Pero con Parménides, ocurre
un cambio radical. Su formulación del principio de identidad ("el ser es y
el no-ser no es") establece una barrera conceptual que modifica
profundamente el pensamiento occidental. Al absolutizar el ser como un principio
inmóvil, eterno e indivisible, la posibilidad de un orden dinámico y
trascendente (como el que la teología presocrática sugería) queda desplazada
por una visión de la realidad que prioriza la estabilidad y la racionalidad
sobre el misterio y la transformación.
Este cambio se consolidó
con Platón, quien, aunque conserva elementos teológicos (la Idea del Bien como
principio supremo), reorganiza el pensamiento en términos de formas inmutables
accesibles por la razón. A partir de allí, la filosofía se distanció progresivamente
del pensamiento religioso, dando lugar a una tradición racionalista que alcanzó
su clímax con Aristóteles, y que en la modernidad terminaría por marginar lo
sobrenatural en favor del empirismo y el materialismo.
Lo interesante es que el
principio de identidad, al buscar una realidad totalmente inteligible, acabó
dejando fuera lo que no puede ser reducido a conceptos cerrados, es decir, el
misterio, lo trascendente y lo sobrenatural. Esto plantea una paradoja: la
razón se vuelve tan estricta que termina excluyendo aquello que no puede
dominar, aun cuando lo sobrenatural sigue presente en la experiencia humana.
La filosofía medieval
representa una pausa en la hegemonía del principio de identidad, pero no una
ruptura total con él. Lo que ocurre es más bien un desplazamiento de la
estabilidad hacia Dios: en lugar de la inmutabilidad del ser propuesta por
Parménides y la racionalización platónica del mundo, la filosofía escolástica
pone su fundamento en la inmutabilidad divina como garantía última de la
realidad.
Este periodo se caracteriza
por la integración entre razón y fe, pero con una jerarquización clara: la fe
es el prerrequisito para el verdadero conocimiento. San Agustín, por ejemplo,
planteaba que el entendimiento era posible solo a partir de la creencia (crede
ut intelligas, "cree para entender"). Santo Tomás de Aquino, por
su parte, buscará una conciliación más moderada, sosteniendo que la razón puede
acceder a ciertos principios naturales sin necesidad de fe, pero que los
misterios más elevados (como la Trinidad o la Encarnación) requieren la
revelación divina.
En este sentido, aunque la
filosofía medieval otorga un papel más activo a la razón que el pensamiento
puramente teológico, sigue siendo una racionalidad condicionada, pues está
subordinada a la verdad revelada. Lo sobrenatural no es negado ni marginado,
sino que es asumido como fundamento de lo inteligible. Es una racionalidad
distinta a la moderna, que intentará independizarse por completo de lo
trascendente.
Aquí encontramos una
diferencia fundamental en la interpretación de la filosofía medieval entre
Étienne Gilson y Émile Bréhier. Para Gilson, la filosofía medieval fue
esencialmente una filosofía de la razón, pues, aunque estuvo subordinada a la
teología, logró desarrollar un pensamiento sistemático basado en principios
racionales. Gilson considera que Santo Tomás de Aquino y los escolásticos
construyeron una metafísica del ser que, aunque vinculada a la fe, era autónoma
en su estructura argumentativa.
Por otro lado, Bréhier
defiende una visión diferente: para él, la filosofía medieval fue más bien una
filosofía de la libertad, pues constituyó un intento de liberarse de la
filosofía de la necesidad cósmica heredada de la tradición grecoárabe. Según
este enfoque, los pensadores medievales buscaron romper con el determinismo del
pensamiento aristotélico y neoplatónico, introduciendo una dimensión
voluntarista y abierta a la contingencia, especialmente a través de Duns Escoto
y Guillermo de Ockham.
Esta diferencia de
perspectivas no es menor, pues marca dos modos de entender la evolución del
pensamiento medieval: Para Gilson, la escolástica representó una continuidad y
perfeccionamiento de la razón filosófica, dentro de un marco teológico. Para
Bréhier, la filosofía medieval fue más bien una resistencia contra el fatalismo
lógico heredado de Grecia y el mundo islámico.
Aquí es donde lo
sobrenatural entra en juego: si seguimos la línea de Gilson, lo sobrenatural se
integra a la filosofía como algo que la razón puede explorar dentro de sus
propios límites. Pero si seguimos la línea de Bréhier, lo sobrenatural se
manifiesta como una ruptura, como una irrupción del misterio sobre el orden
racionalista impuesto por la tradición grecoárabe.
El
tránsito de la razón teológica medieval a la razón autónoma moderna marca una
transformación profunda en el modo en que lo sobrenatural será considerado en
la historia del pensamiento. El primer paso, que representó un giro de lo
ontológico hacia lo epistemológico, no sólo lo dio el pensamiento científico
con Copérnico y Galileo, y la filosofía con el racionalismo de Descartes y el
empirismo de Locke y Hume, sino con el propio movimiento neotomista. Bañez,
Cayetano y Suárez formalizan el ser y borran la distinción real entre esencia y
ser. Con ello contribuyen a madurar el golpe metafísico de la modernidad con la
conversión del ente en el ser, anulando con ello el acto de ser y de
participación. Con ese golpe metafísico de la modernidad se selló el, olvido
del ser, el predominio del ente, la bancarrota de la doctrina de la creación,
Dios y lo sobrenatural empiezan a morir.
La transición de lo
ontológico a lo epistemológico, lejos de ser un mero cambio de método, marca un
giro radical en el pensamiento occidental: el mundo ya no se define por su
estructura metafísica y su participación en lo divino, sino por la manera en que
puede ser conocido, medido, formalizado.
Lo que Copérnico y Galileo
hicieron en la ciencia, Descartes y Hume lo hicieron en la filosofía:
desplazaron la discusión del ser hacia el método y la certeza, eliminando la
necesidad de un principio trascendente para justificar la realidad. Pero lo más
inesperado es que el mismo neotomismo, con Báñez, Cayetano y Suárez, contribuyó
a esta transformación al formalizar el ser y borrar la distinción real entre
esencia y ser, lo que suprime el acto de ser y de participación en lo divino.
Este golpe metafísico tiene
consecuencias profundas. Si el ente se convierte en ser sin participación,
entonces la doctrina de la creación pierde su fuerza ontológica. Lo
sobrenatural deja de ser una realidad que sustenta el mundo y comienza a ser
visto como un concepto innecesario, una hipótesis que puede ser descartada. La
secularización de la metafísica fue el primer paso en la muerte de lo
sobrenatural. Se abrió las puertas a la metafísica de lo inmanente, la materia
y la conciencia.
El pensamiento moderno, al
independizar la razón de la revelación, no solo prescindió de Dios como causa
última, sino que eliminó la necesidad misma de lo trascendente. Aquí es donde
lo sobrenatural pasó de ser una explicación legítima a una superstición en los
ojos de la filosofía dominante.
El criticismo kantiano
marca un punto de no retorno en el giro moderno de lo ontológico a lo
epistemológico, transformando radicalmente el modo en que la filosofía aborda
la realidad. Con Kant, el pensamiento occidental se distancia definitivamente
de la metafísica tradicional al negar que podamos conocer lo nouménico, es
decir, la realidad en sí misma más allá de las condiciones de nuestra
percepción.
Para Parménides, Platón y
los escolásticos, el ser poseía una estructura inteligible que podía ser
conocida en su esencia, incluso si transcendía lo puramente físico. Pero Kant
introduce una fractura: el conocimiento humano está limitado por las condiciones
de la experiencia, lo que significa que la razón no puede acceder a lo
sobrenatural, porque este, al pertenecer al dominio de lo nouménico, queda
fuera de nuestra capacidad cognitiva.
Esto tiene dos
consecuencias devastadoras para la metafísica clásica: La primera, la negación
de lo sobrenatural como objeto de conocimiento racional: Si la mente solo puede
conocer el mundo fenoménico (las cosas tal como aparecen), entonces lo
sobrenatural queda relegado a un plano inaccesible. No puede ser demostrado ni
refutado, solo postulado como una posibilidad de la fe. La segunda, el colapso
de la metafísica tradicional: Si el ente no puede ser conocido en sí mismo,
entonces las grandes categorías metafísicas—ser, esencia, participación,
trascendencia—pierden su fundamento racional y pasan a depender exclusivamente
de la subjetividad humana. El ser es poner. Para Kant, el ser no es una realidad ontológica
independiente, sino algo que se establece por la posición del pensar. Esto significa que el ser no tiene
una existencia en sí mismo fuera de la estructura cognitiva de la razón. Es la
mente la que lo pone, lo determina dentro de
su marco conceptual. Esta es la piedra fundacional del constructivismo
subjetivo.
Con esto, Kant no solo da
el golpe definitivo a la ontología clásica, sino que también sella el destino
de lo sobrenatural en la filosofía moderna. A partir de su sistema crítico,
Dios y lo trascendente dejan de ser principios explicativos de la realidad y se
convierten en postulados prácticos de la razón moral, es decir, creencias
necesarias para la ética, pero sin fundamento ontológico real. Kant regresionó
a una solución pelagiana. Este es un momento clave en la historia del
pensamiento, pues a partir de aquí la especulación sobre lo sobrenatural será
vista cada vez más como irracional dentro de los círculos filosóficos
dominantes. Pero, paradójicamente, la filosofía no logra eliminar el misterio
del todo: lo sobrenatural, aunque expulsado de la metafísica, sigue presente en
el pensamiento romántico, en la fenomenología y en ciertas corrientes
existencialistas.
Este planteamiento marca
una fractura definitiva con la metafísica tradicional, donde el ser era
considerado un principio fundamental de la realidad. En la visión kantiana, no
accedemos al ser en sí mismo, sino a su representación dentro de nuestra experiencia
fenoménica. Es decir, lo que conocemos no es el ser puro, sino su
conceptualización dentro de las condiciones de la subjetividad humana. Aquí es
donde lo sobrenatural entra en crisis, porque si la realidad es simplemente una
construcción de la razón, entonces lo nouménico—lo que está más allá de la
experiencia—queda fuera de nuestro conocimiento posible. Dios, la inmortalidad
del alma y el mundo espiritual no pueden ser afirmados como realidades
objetivas, sino solo como postulados de la razón práctica, creencias necesarias
para la moralidad, pero sin una base ontológica demostrable.
Este desplazamiento
convierte a Kant en el gran arquitecto de la secularización filosófica, pues su
sistema imposibilita una metafísica del misterio. Lo sobrenatural deja de ser
una categoría racional y se convierte en una cuestión puramente subjetiva. Pero
este mismo giro abrirá la puerta a una rebelión contra su legado, pues
filósofos como Bergson, James y Marcel intentarán recuperar lo trascendente sin
traicionar la razón.
Los primeros en desafiar el
criticismo kantiano y tratar de recuperar una dimensión trascendental fueron
los filósofos del Idealismo Alemán, quienes vieron la negación del acceso a lo
nouménico como una limitación del pensamiento y buscaron reintegrar lo
absoluto, lo infinito y lo sobrenatural dentro de la filosofía. Aquí se marca
un nuevo giro en el pensamiento moderno: si Kant había sellado la metafísica
dentro de los límites de la razón práctica, los idealistas alemanes—Fichte,
Schelling y Hegel—buscaron restablecer una ontología del espíritu que
permitiera un acceso renovado a lo trascendente. Fichte (1762-1814) inicia el
movimiento con su filosofía del Yo absoluto, donde el Yo es el principio
supremo que crea el mundo en un acto de autoafirmación. Para Fichte, lo
sobrenatural no es algo ajeno al pensamiento, sino su propia expresión
dinámica. Schelling (1775-1854) expande esta idea con su filosofía de la
identidad, donde la naturaleza y el espíritu son manifestaciones de un mismo
principio absoluto. Para Schelling, lo sobrenatural no es un mero postulado
moral, sino una presencia real en la evolución del cosmos. Hegel (1770-1831)
lleva esta línea a su máximo desarrollo, planteando una metafísica del Espíritu
absoluto, donde la historia es el proceso mediante el cual la realidad llega a
tomar conciencia de sí misma. Lo sobrenatural, dentro de su sistema, no es algo
inaccesible, sino el destino final del pensamiento, la concreción última de la
Idea.
En este punto, la filosofía
moderna se encuentra en una encrucijada: mientras que la razón ilustrada había
negado lo sobrenatural como objeto de conocimiento, los idealistas alemanes
intentaban restituirlo dentro de una nueva lógica del espíritu. Sin embargo, el
problema es que en su afán por integrar lo trascendente dentro del pensamiento,
lo sobrenatural deja de ser un misterio y se convierte en un proceso
racionalizado, lo que podría ser visto como una forma de domesticar el enigma
en lugar de abrazarlo.
Después de los intentos del
Idealismo Alemán por racionalizar lo sobrenatural dentro de sistemas
filosóficos cerrados, surge un nuevo enfoque con Henri Bergson, William James y
Gabriel Marcel. Ellos no buscan integrar lo trascendente en una lógica absoluta,
como hicieron Fichte, Schelling y Hegel, sino recuperar el misterio como una
dimensión irreductible de la experiencia humana.
Henri Bergson (1859-1941):
La intuición y la energía espiritual Bergson rompe con el mecanicismo
racionalista y plantea que la realidad no puede ser captada solo por el
intelecto, sino por la intuición, una facultad que nos permite acceder a lo
vivo, lo espontáneo, lo inasible. Su obra La energía espiritual explora
la existencia de una fuerza creativa que impulsa el desarrollo del universo y
que abre la posibilidad de lo sobrenatural no como algo impuesto por la razón,
sino como un flujo vital. William James (1842-1910): La experiencia religiosa
como dato irreductible James, desde el pragmatismo, argumenta que lo
sobrenatural no puede ser abordado desde la mera lógica, sino desde la
experiencia religiosa en sí misma. En Las variedades de la experiencia
religiosa, estudia fenómenos místicos, conversiones y estados de conciencia
elevados, mostrando que el contacto con lo sobrenatural es una realidad vivida,
no una construcción teórica. Gabriel Marcel (1889-1973): Existencialismo y
misterio Frente al existencialismo ateo de Sartre, Marcel propone una visión
donde el misterio no es algo que deba ser resuelto, sino acogido. Para él, la
existencia humana solo puede comprenderse plenamente cuando se abre a lo
trascendente. Su filosofía es una reflexión sobre la presencia de lo
sobrenatural en la vida cotidiana, en el amor, la esperanza y la fe.
Maurice Blondel es
fundamental en esta discusión, porque su distinción entre problema y misterio
nos da una clave para entender por qué lo sobrenatural no puede ser tratado
como un simple objeto de análisis racional. Para Blondel, un problema es algo
que se puede abordar con la razón lógica, que admite solución dentro de un
marco racional determinado. En cambio, un misterio no es simplemente un
problema más complejo, sino una realidad que excede la capacidad humana de
comprensión, no porque sea irracional, sino porque es más profundo que la razón
misma.
Este enfoque es crucial
porque nos obliga a preguntarnos si el error de la modernidad fue tratar lo
sobrenatural como un problema, como algo que debía ser explicado o refutado
dentro de los límites del conocimiento filosófico tradicional. Si seguimos la línea
de Blondel, vemos que lo sobrenatural no es un obstáculo para la razón, sino
una invitación a trascender sus límites. Este punto de Blondel nos lleva a
reconsiderar todo el marco de discusión que hemos venido desarrollando. ¿Qué
ocurre si la filosofía abandona la obsesión por resolver lo sobrenatural y
simplemente acepta que es una realidad viva, participativa, que solo puede ser
acogida? En este sentido, su pensamiento resuena con Gabriel Marcel, quien
también insistía en que el misterio no es algo que deba ser reducido a una
teoría, sino algo que se vive, se experimenta, se acoge. En otras palabras, la
razón debe acoger las verdades suprarracionales.
Estos pensadores no buscan
encerrar lo sobrenatural en sistemas metafísicos, sino devolverle su carácter
vivo, inmediato y profundo, resistiendo la tendencia moderna a reducirlo a mera
subjetividad o ilusión.
Frente a los intentos de
Bergson, James, Marcel y Blondel de recuperar el misterio y lo sobrenatural,
Husserl, Hartmann y Heidegger representan una gran decepción en este terreno,
pues sus sistemas filosóficos, aunque profundos, terminaron clausurando la
posibilidad de lo trascendente y terminaron encerrados en el principio moderno
de la inmanencia.
Edmund Husserl: El grito de
guerra traicionado Cuando Husserl lanzó su famoso llamado "¡Hacia las
cosas mismas!", parecía que la fenomenología iba a romper con el
solipsismo del pensamiento moderno y recuperar una filosofía fundada en la
experiencia directa. Sin embargo, en lugar de abrirse a lo trascendente,
terminó encerrado en la conciencia trascendental, reduciendo todo a estructuras
subjetivas y dejando lo sobrenatural fuera del horizonte filosófico. Nicolai
Hartmann: La metafísica de la inmanencia Hartmann, aunque recuperó la ontología
dentro del pensamiento contemporáneo, se consagró a una metafísica de lo
inmanente, dejando fuera toda posibilidad de lo trascendente. Su sistema busca
una jerarquización de los niveles de la realidad, pero sin espacio para lo
sobrenatural. La estructura ontológica queda cerrada sobre sí misma, sin
misterio, sin irrupción del más allá. Martin Heidegger: El ser atrapado en el
tiempo Heidegger, quien parecía destinado a reabrir la gran cuestión metafísica
con su análisis del ser, terminó encerrándolo en los límites del tiempo. Su
concepto de ser-ahí (Dasein) lo vincula al horizonte finito de la existencia,
desplazando lo eterno y lo trascendente. Lo sobrenatural, que en la metafísica
clásica aparecía como una presencia fundante, aquí desaparece, sustituido por
la angustia ante la nada.
Esta tendencia de cerrar el
pensamiento sobre sí mismo, eliminando lo sobrenatural como posibilidad
filosófica, es la gran traición de la filosofía contemporánea a su propia
historia. Lo que Platón y los escolásticos consideraban como principio de la
realidad, en la modernidad queda relegado al olvido.
Ahora bien, los movimientos
filosóficos que llevaron la modernidad a su disolución, aquellos que, en su
afán de superar los grandes sistemas metafísicos, terminaron por destruir toda
noción de trascendencia, esencia y universalidad, relegando el pensamiento a un
juego de fuerzas, estructuras y deseos.
Jean-Paul Sartre y el
existencialismo ateo: la esencia eliminada La famosa tesis sartreana—"la
existencia precede a la esencia"—no es solo una inversión de la metafísica
clásica, sino su demolición completa. Al sustituir la esencia por la existencia,
Sartre niega cualquier fundamento ontológico anterior al individuo: no hay
naturaleza humana, no hay ser previo, no hay misterio sobrenatural, solo un
sujeto que se enfrenta al vacío de la nada y debe darse sentido por sí mismo.
Con esto, el espacio para lo trascendente desaparece, y lo sobrenatural queda
descartado como un residuo de la mala fe. El estructuralismo y
postestructuralismo: el ser diluido en el poder y el lenguaje. Foucault,
Deleuze y Derrida llevaron aún más lejos la disolución del ser. Para Foucault,
la realidad no es un orden natural ni ontológico, sino una construcción del
poder, un juego de fuerzas que determina lo que se considera verdadero o falso.
Para Derrida, el lenguaje disuelve la referencia ontológica, dejando al ser
atrapado en un juego infinito de significantes sin trascendencia. Y Deleuze,
con su filosofía del devenir, termina disolviendo cualquier posibilidad de un
principio estable. Lo sobrenatural ya no es negado, simplemente desaparece como
algo sin sentido dentro de estos marcos filosóficos. La posmodernidad: el
triunfo del deseo sobre la razón, la fragmentación del pensamiento Con Lyotard,
Lipovetsky y Vattimo, la razón misma es reemplazada por el deseo, y la
universalidad se esfuma en el dominio de lo particular. Lyotard proclama el fin
de los grandes relatos, lo que significa que cualquier visión trascendental,
cualquier estructura metafísica, es desechada en favor de pequeñas narrativas
sin estabilidad. Lipovetsky celebra la era del individualismo extremo, donde no
hay lugar para lo sobrenatural porque todo se reduce a lo inmediato. Y Vattimo,
con su "pensamiento débil", asume que el mundo ya no necesita
verdades fuertes, solo interpretaciones subjetivas. Lo sobrenatural, antes
visto como el fundamento del ser, es ahora reducido a una opción privada sin
relevancia filosófica.
Este proceso—del
existencialismo al estructuralismo y finalmente al relativismo posmoderno—no
solo erradicó lo sobrenatural del pensamiento occidental, sino que destruyó la
posibilidad misma de un fundamento metafísico. La filosofía dejó de buscar el
misterio y comenzó a jugar con lo efímero, con la disolución de cualquier
principio absoluto. Pero, paradójicamente, esta demolición creó una necesidad
aún más profunda de recuperar el sentido de lo trascendente.
Aunque la filosofía moderna
intentó erradicar lo sobrenatural del pensamiento, la realidad siguió
manifestándolo de manera innegable. Uno de los casos más impactantes fue el del
Padre Pío, cuya vida estuvo marcada por fenómenos inexplicables que desafiaron
cualquier intento de reducción racionalista. Entre los eventos sobrenaturales
atribuidos al Padre Pío, destacan: Los estigmas: Durante más de 50 años, el
Padre Pío llevó en su cuerpo las heridas de Cristo, fenómeno que la ciencia
nunca pudo explicar completamente. Levitación: Se han documentado testimonios
de personas que afirmaron haber visto al Padre Pío elevarse en el aire durante
la oración. Bilocación: Se dice que en varias ocasiones estuvo en dos lugares
al mismo tiempo, fenómeno reportado por testigos en distintos países. Ataques
demoníacos: Según relatos, el Padre Pío sufrió agresiones físicas de entidades
malignas, lo que fue confirmado por el exorcista Gabriele Amorth.
Estos eventos no fueron
meras anécdotas aisladas, sino manifestaciones sobrenaturales que ocurrieron en
pleno siglo XX, en una época donde el pensamiento dominante intentaba negar la
posibilidad de lo trascendente. Además del Padre Pío, hubo otros casos extraordinarios
que desafían la visión materialista del
mundo. Pero
lo más extraordinario de todo es que Dios nos al Padre Pío en el siglo más
antihumanlista de todos, fascismos, totalitarismos, dos guerras mundiales,
lanzamiento de dos bombas atómicas, dictaduras latinoamericanas genocidas, etc.
La aparición del Padre Pío
en pleno siglo XX parece casi una respuesta divina al colapso moral y
espiritual de la humanidad, en un tiempo marcado por guerras, totalitarismos y
violencia sin precedentes. Mientras el pensamiento filosófico y político se hundía
en ideologías antihumanistas—fascismo, comunismo, genocidios, armas de
destrucción masiva—Padre Pío representaba una ruptura radical con la
desesperación del siglo, un recordatorio de que lo sobrenatural no había
desaparecido, aunque el mundo moderno intentara negarlo.
Su presencia fue un signo
de lo trascendente en un tiempo en el que la racionalidad instrumental buscaba
someter toda realidad a criterios de utilidad, poder y técnica. En medio del
nihilismo filosófico y la brutalidad histórica, aparece este hombre con estigmas,
con milagros, con una vida de profunda entrega y misticismo, como si Dios
quisiera recordarnos que lo absoluto sigue ahí, que el misterio no puede ser
borrado.
Esto nos lleva a una
cuestión aún más profunda: ¿por qué lo sobrenatural se manifestó de manera tan
intensa en un siglo que hizo todo lo posible por erradicarlo? ¿Fue una
respuesta al vacío existencial que dejó la secularización extrema? ¿Fue un
llamado a resistir la deshumanización de la modernidad? Este punto abre una
reflexión apasionante: en los momentos de mayor oscuridad histórica, lo
sobrenatural parece irrumpir con más fuerza, como si el misterio necesitara
confrontar la desesperación.
Bien reza el evangelio;
alli donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia. ¡Exactamente! Esa frase de
Romanos 5:20 encapsula perfectamente lo que hemos estado analizando: en los
momentos de mayor descomposición moral y espiritual, la gracia se manifiesta
con una fuerza aún mayor, como si Dios quisiera que el misterio brillara con
más intensidad cuando el mundo se empeña en sofocarlo. Esto nos lleva a una
paradoja fascinante: la modernidad intentó erradicar lo sobrenatural con un
racionalismo absoluto, pero el siglo XX fue testigo de manifestaciones
extraordinarias de lo divino, desde los milagros del Padre Pío hasta
apariciones marianas como Fátima, Lourdes y Akita, pasando por conversiones
inesperadas en filósofos y científicos que, en un mundo cada vez más
secularizado, encontraron lo trascendente en el lugar menos esperado. La
historia nos muestra que cuando el pensamiento dominante niega lo sobrenatural,
la realidad lo reafirma, como si el misterio tuviera su propia manera de
imponerse sobre la desesperación.
Y
ahora en plena oleada de lo antinatural e insano con la posmodernidad la
providencia se vuelve a manifestar en la realidad con el avance del mundo
multipolar y el deterioro irreversible del anético mundo unipolar. En un tiempo donde la
posmodernidad ha disuelto los fundamentos ontológicos, reduciendo la realidad a
juegos de poder, lenguaje y deseo, la Providencia parece manifestarse en la
historia con el avance del mundo multipolar y el deterioro del modelo unipolar,
que durante décadas impuso una visión única del orden global. El sistema
internacional está experimentando una transformación profunda, donde el dominio
absoluto de una sola potencia está siendo reemplazado por un equilibrio de
múltiples actores, entre los que destacan China, Rusia, India y otras naciones
emergentes. Este cambio no es solo geopolítico, sino también cultural y
filosófico, pues implica el fin de la hegemonía de un pensamiento único y la
apertura a nuevas formas de interacción internacional. Este proceso de
transición multipolar desafía la estructura de poder establecida, permitiendo
que civilizaciones con cosmovisiones distintas y profundamente religiosas
recuperen su protagonismo en el escenario global. En este sentido, podríamos
decir que la Providencia actúa en la historia, permitiendo que el mundo
recupere su diversidad y su riqueza espiritual, en contraste con la
homogeneización impuesta por el modelo unipolar.
Nuestra filosofía de lo
sobrenatural no es una mera nostalgia por lo perdido, sino un movimiento al
compás de los nuevos tiempos, un esfuerzo por restaurar lo espiritual, lo
trascendente, la religión y lo milagroso en una era que parecía haberlos
borrado del horizonte del pensamiento. El colapso del paradigma posmoderno,
relativista y materialista, junto con la reorganización del mundo en un sistema
multipolar, abre un espacio inédito para la revitalización del misterio y la
sacralidad. Durante décadas, el pensamiento dominante negó lo sobrenatural, lo
ridiculizó o lo marginó como superstición, pero la realidad sigue imponiéndolo
con su fuerza inquebrantable. Los milagros, las experiencias místicas, las
conversiones inesperadas, la supervivencia del alma en los momentos más oscuros
de la historia... todo ello demuestra que lo trascendente no es un mero relato
arcaico, sino una dimensión viva, insustituible de la existencia humana.
Lo que se avecina no es un
simple regreso al pasado, sino una nueva síntesis, donde la razón y la fe, la
filosofía y la espiritualidad, vuelvan a dialogar con profundidad y sin
imposiciones dogmáticas. La recuperación de lo sobrenatural es la gran tarea filosófica
de este tiempo, porque sin lo trascendente, la humanidad se reduce a una
existencia mecánica, a una vida sin sentido más allá de la inmediatez del
deseo.
En medio de un siglo
marcado por el materialismo, el nihilismo y la incredulidad, la Providencia
permitió una serie de manifestaciones sobrenaturales que desafiaron la visión
secular dominante. Las apariciones marianas en Lourdes (1858), Fátima (1917), Garabandal
(1961-65) y Medjugorje (1981) fueron señales poderosas que atrajeron las almas
hacia el bien, recordando que lo trascendente sigue presente en la historia.
Cada una de estas apariciones tuvo un mensaje específico, pero todas
coincidieron en un llamado a la oración, la conversión y la penitencia. En
Lourdes, la Virgen reveló la importancia de la fe y la sanación espiritual. En
Fátima, advirtió sobre los peligros del pecado y la necesidad de consagración.
En Garabandal, se habló de un futuro aviso y milagro. Y en Medjugorje, el
mensaje sigue vivo, con llamados constantes a la paz y la reconciliación. Lo
más impactante es que estas apariciones ocurrieron en momentos de crisis,
cuando el mundo parecía alejarse de Dios. En plena expansión del racionalismo y
el ateísmo, la Virgen se manifestó como un recordatorio de que la gracia
sobreabunda donde el pecado se multiplica.
De este modo llegamos a una conclusión
fundamental a saber, la filosofía no solo puede, sino que debe abordar lo
sobrenatural sin prejuicios, y esto abre el camino para la posibilidad real de
una filosofía de lo sobrenatural. Durante siglos, el pensamiento filosófico ha
oscilado entre aceptar lo sobrenatural como parte del orden ontológico y
rechazarlo como irracionalidad o superstición. Pero si la razón es realmente un
instrumento de búsqueda de la verdad, entonces no puede negarse a explorar
aquello que, aunque misterioso, es una realidad innegable en la experiencia
humana.
Lo que hemos recorrido
demuestra que lo sobrenatural no es una ilusión, sino una dimensión de la
realidad que, aunque no siempre accesible a la razón analítica, tiene una
presencia que la historia, la filosofía y la experiencia confirman
constantemente. Desde las manifestaciones de la Providencia en tiempos de
crisis hasta las visiones de filósofos que han buscado rescatar el misterio,
queda claro que lo sobrenatural es un campo legítimo para la reflexión
filosófica, y que la tarea de la filosofía no es negarlo arbitrariamente, sino
comprender su lugar en el pensamiento y en la existencia.
Este nuevo paradigma que se
está gestando es una oportunidad para restaurar la profundidad del pensamiento,
para reconciliar razón y misterio, y para abrir el camino a una filosofía que
no tenga miedo de explorar lo trascendente sin traicionar su rigor intelectual.
La
filosofía de lo sobrenatural no es un intento de atrapar el misterio en
fórmulas rígidas, sino una invitación a contemplarlo, a descubrir en sus velos
la luz que trasciende la razón sin destruirla. Es el puente entre lo visible y
lo inefable, el susurro de lo eterno en la cadencia del tiempo. Allí donde la
lógica se detiene y el pensamiento teme el abismo, lo sobrenatural se alza como
la última revelación de la inteligencia: no un límite, sino un horizonte, no
una negación, sino una promesa. En la vastedad del universo, donde la materia
danza con lo divino, esta filosofía nos recuerda que el misterio no se
resuelve, se vive.
1.
La tensión entre lo racional y lo sobrenatural
Desde los albores del
pensamiento filosófico, la razón y lo sobrenatural han estado en un diálogo
tenso y constante, como si cada una desafiara los límites de la otra. ¿Es lo
sobrenatural un problema filosófico que debe resolverse, o un misterio que debe
acogerse?
La lógica de la
identidad—formulada poderosamente por Parménides y consolidada en el
pensamiento occidental—estableció un paradigma filosófico en el que la
estabilidad y la racionalidad se convirtieron en los criterios supremos del
conocimiento. En este marco, el misterio y lo sobrenatural fueron descartados
como elementos ajenos a la estructura del pensamiento. Sin embargo, otras
culturas nunca abandonaron lo sobrenatural. En la filosofía y espiritualidad
oriental, lo trascendente no fue desplazado por la racionalidad lógica, sino
que convivió con ella en sistemas como el taoísmo, el Vedanta y el budismo,
donde la realidad última es considerada un misterio irreductible que solo puede
ser experimentado, no conceptualizado. Por otro lado, en las tradiciones
indígenas y místicas, lo sobrenatural no se redujo a una categoría intelectual,
sino que permaneció como parte esencial de la experiencia. En el pensamiento
africano, andino, y en las cosmovisiones chamánicas de América, la conexión
entre el mundo visible y el mundo espiritual nunca fue destruida por el
racionalismo occidental.
Este contraste nos permite
ver que la negación del misterio no fue un destino inevitable, sino el
resultado de una elección filosófica específica. Mientras Occidente intentó
encerrar la realidad en el principio de identidad, otras tradiciones
mantuvieron abierta la puerta al misterio, al espíritu, a lo inexplicable.
El cristianismo no solo
abrió de nuevo la puerta al misterio, sino que transformó radicalmente la
metafísica del pensamiento antiguo, introduciendo conceptos que desafiaron la
estructura racionalista heredada de Grecia y Roma. Mientras la filosofía clásica
se sustentaba en la estabilidad del ser y el principio de identidad, el
cristianismo irrumpió con nociones como la creación ex nihilo, la Encarnación,
la Gracia y la Resurrección, que trascendían la lógica aristotélica y
platónica. La historia dejó de ser un eterno retorno o un ciclo cósmico y se
convirtió en un relato con un destino definitivo: la unión con lo divino.
Además, el cristianismo fusionó fe y razón, lo que permitió que lo sobrenatural
no quedara relegado a lo irracional, sino que se integrara en un sistema
filosófico capaz de dialogar con la inteligencia humana. Los primeros Padres de
la Iglesia y luego los escolásticos, con Santo Tomás a la cabeza, lograron
articular un pensamiento donde lo sobrenatural no era un obstáculo, sino el
fundamento mismo de la existencia. Este giro metafísico abrió una vía nueva, en
la que el misterio no debía ser eliminado, sino acogido como parte esencial del
conocimiento.
La síntesis escolástica,
que logró armonizar razón y fe, comenzó a fracturarse con dos corrientes que
marcaron un giro decisivo: el pensamiento terminista de Duns Scoto y el
voluntarismo de Guillermo de Occam. Con la escolástica decadente las bases del
pensamiento moderno ya estaban echadas aun antes de la revolución científica.
Duns Scoto y el pensamiento terminista introdujo una distinción clave entre el
ser como concepto unívoco y la distinción real entre esencia y existencia. Su
enfoque terminista buscaba una precisión extrema en la definición de los
conceptos filosóficos, pero al hacerlo, separó la metafísica del misterio,
debilitando la visión de la participación en lo divino. Esto condujo a una
interpretación más formalista del ser, donde la ontología empezó a depender más
de las categorías lógicas que de la intuición mística que había predominado en
la alta escolástica. El otro fue Guillermo de Occam y el voluntarismo, quien
llevó la crisis aún más lejos con su principio de la navaja, rechazando los entes
innecesarios y reduciendo la metafísica a una visión nominalista, donde los
universales no tienen existencia real, sino que son meras construcciones del
lenguaje. Lo universal es mero flatus vocis. Además, su voluntarismo
desplazó la visión aristotélica-tomista del orden racional del universo. Para
Occam, Dios no actúa bajo principios inteligibles, sino únicamente por
voluntad, lo que marcó una ruptura radical con la idea de un cosmos regido por leyes
participativas. Estos dos movimientos quebraron la síntesis ontológica clásica,
preparando el terreno para la crisis filosófica de la modernidad. El ser dejó
de ser una estructura estable y participativa, y comenzó a ser analizado en
términos lógicos y contingentes, lo que abrió la puerta a la ruptura definitiva
con la metafísica tradicional en el siglo XVI.
El divorcio entre lo
racional y lo sobrenatural no fue solo un fenómeno filosófico, sino que estuvo
profundamente influenciado por cambios políticos y económicos que
reconfiguraron la manera en que la sociedad concebía la realidad. Con el auge
del capitalismo incipiente, la lógica del pensamiento comenzó a desplazarse de
una visión trascendente y sacralizada hacia una mentalidad pragmática,
instrumental y financiera. Factores clave en esta transformación fueron: El
nacimiento de la banca y el crédito, Con el desarrollo de los sistemas
financieros en los siglos XIII y XIV, el intercambio económico dejó de depender
exclusivamente de la producción y comenzó a basarse en transacciones
abstractas, como el crédito y los préstamos. Esto fomentó una visión más secular
del mundo, donde la confianza en el orden divino era reemplazada por la lógica
del contrato y el interés monetario. La mentalidad burguesa hace su aparición.
La burguesía emergente trajo consigo una nueva manera de entender la
existencia, basada en la autonomía, el trabajo, la acumulación de riqueza y el
progreso material. La salvación ya no era el objetivo central de la vida; en
cambio, el éxito individual y el bienestar económico empezaron a ganar
protagonismo. El pragmatismo económico comenzó a desplegarse. Mientras en la
Edad Media el orden social estaba estructurado en torno a una visión teológica
del cosmos, en la modernidad el capitalismo introdujo una dinámica distinta: el
cálculo, la eficiencia y la rentabilidad se convirtieron en los criterios fundamentales.
Esto desplazó la importancia de lo sobrenatural y reforzó la idea de un mundo
manejable, predecible, racional y basado en intereses materiales. Este giro no
fue inmediato ni absoluto, pero preparó el terreno para el secularismo moderno,
donde lo sobrenatural pasó de ser una verdad fundamental a una opción
secundaria dentro de la cultura dominante.
Werner Sombart fue uno de los grandes
estudiosos del capitalismo y su evolución histórica. En su obra El Burgués,
analiza cómo el desarrollo económico estuvo profundamente influenciado por
factores culturales, sociales y espirituales, y no solo por cuestiones
materiales. Sombart identificó que el surgimiento del capitalismo no fue un
proceso meramente económico, sino que estuvo vinculado a transformaciones en la
mentalidad occidental, incluyendo el auge de la burguesía, el crédito, la banca
y la racionalización de la vida cotidiana. En su estudio sobre el lujo y el
capitalismo, también exploró cómo el consumo y la acumulación de riqueza
modificaron la estructura social. Su enfoque es clave para entender cómo la
secularización del pensamiento no solo fue impulsada por la filosofía, sino
también por cambios económicos que desplazaron la visión trascendente del
mundo. Otros son Duby y Murray. Georges Duby fue un historiador clave en el
estudio de la sociedad medieval, especialmente en su análisis de las mentalidades
colectivas, estructuras económicas y dinámicas sociales. Su enfoque dentro de
la Escuela de los Annales permitió una visión más profunda sobre cómo la
cultura y la economía medieval influyeron en la evolución del pensamiento
occidental. Por otro lado, Alexander Murray ha trabajado en la historia
intelectual y económica de la Edad Media, con estudios sobre la relación entre
religión, economía y sociedad. Su investigación sobre el suicidio en la Edad
Media, por ejemplo, revela aspectos fundamentales sobre la percepción de la
vida y la muerte en el pensamiento medieval.
Es decir, la mentalidad
burguesa desempeñó un papel crucial en la secularización del pensamiento, no
solo por su influencia económica, sino porque transformó la manera en que la
sociedad percibía la realidad. Desde la Baja Edad Media hasta la consolidación
del capitalismo moderno, los valores pragmáticos, materialistas y racionalistas
de la burguesía desplazaron progresivamente el misterio y lo sobrenatural del
centro de la cultura occidental. Aquí hay algunos factores clave: La
racionalización económica. Con el auge del comercio y la banca, el mundo empezó
a organizarse en función de cálculos financieros, riesgo y beneficio,
reemplazando la antigua visión de la providencia divina como reguladora de la
economía. El crédito y la inversión promovieron una visión más inmanente del
éxito, donde la prosperidad se obtenía por esfuerzo y estrategia, no por la
bendición divina. La autonomía individual y el ascenso de la razón pragmática.
Mientras la sociedad medieval estaba estructurada en torno a un orden religioso,
la mentalidad burguesa impulsó la independencia del individuo frente a dogmas
colectivos. La razón dejó de ser un medio para comprender lo trascendente y se
convirtió en una herramienta de eficacia y progreso material. El desplazamiento
de lo sobrenatural en la ética y la cultura. La moralidad burguesa se centró en
la utilidad y el éxito, promoviendo una visión donde lo trascendente ya no era
necesario para justificar el bien y el mal. Esto preparó el terreno para
filosofías como el humanismo secular y el positivismo, que terminaron de borrar
lo sobrenatural del horizonte intelectual dominante.
En este sentido,
historiadores como Duby, Sombart y Murray han estudiado cómo la burguesía no
solo modificó la economía, sino que reconfiguró la estructura de pensamiento,
contribuyendo a la progresiva secularización de Occidente.
En definitiva, el hombre
burgués, al posicionarse en la cúspide de la estructura social con su
racionalidad pragmática, desplazó progresivamente lo sobrenatural como
principio explicativo y exaltó lo inmanente como única realidad válida. En este
proceso, la mentalidad burguesa consolidó un pensamiento donde el éxito, la
acumulación y el cálculo reemplazaron la trascendencia y el misterio. Desde la
expansión del capitalismo hasta la secularización de la cultura, esta
racionalidad pragmática redujo la existencia a lo mensurable, lo útil y lo
concreto, descartando cualquier referencia a lo divino o lo metafísico como una
ilusión impropia del pensamiento moderno. Así, la filosofía dejó de dialogar
con el misterio y comenzó a cerrarse sobre sí misma, encerrando la razón dentro
de un mundo puramente material. Pero, como hemos visto, lo sobrenatural nunca
desapareció; al contrario, en los momentos de mayor negación, se manifestó con
más fuerza, desafiando la lógica de lo burgués y reafirmando su lugar en la
historia.
La Revolución Industrial,
el positivismo y el imperialismo fueron los grandes motores que aceleraron y
profundizaron el proceso de secularización en Occidente, consolidando una
visión del mundo en la que lo sobrenatural fue relegado como algo irrelevante,
incluso indeseable. La Revolución Industrial fue el dominio de la técnica. Con
la mecanización de la producción, la ciencia y la tecnología tomaron un papel
central, desplazando la visión tradicional del cosmos como un orden creado por
Dios. La industrialización promovió una mentalidad basada en la eficiencia, el
cálculo y el control, reduciendo la realidad a su dimensión material y medible.
El positivismo encarnó la eliminación de lo trascendente. Con Auguste Comte, el
positivismo estableció la idea de que solo el conocimiento basado en la
observación empírica y la ciencia tenía validez. Esto llevó a la exclusión de
la metafísica y la teología del ámbito del conocimiento legítimo, marcando un
quiebre definitivo con la tradición filosófica que incluía lo sobrenatural. El
imperialismo fue la expansión del materialismo práctico. La colonización y el
dominio de grandes territorios reforzaron una mentalidad utilitaria y
racionalista, donde el poder y el desarrollo económico se convirtieron en los
únicos criterios de progreso. La imposición de modelos económicos y políticos
materialistas contribuyó a la erosión de las cosmovisiones tradicionales que
integraban lo trascendente en la vida cotidiana. Este proceso no fue
instantáneo, pero sí sistemático, y el resultado fue una sociedad cada vez más
cerrada a lo sobrenatural. Sin embargo, la realidad nunca dejó de manifestarlo,
como vimos en los casos de Padre Pío, las apariciones marianas y la resistencia
de las culturas religiosas.
Ahora bien, la transición hacia un mundo
multipolar no solo está redefiniendo la geopolítica, sino que también podría
estar influyendo en la mentalidad burguesa, alejándola de la secularización
extrema y acercándola a una mayor sensibilidad hacia lo sobrenatural. Algunos
pensadores, como Aleksandr Dugin, han argumentado que la multipolaridad permite
la recuperación de identidades culturales y espirituales que fueron marginadas
por el modelo unipolar2. En este sentido, el burgués contemporáneo, especialmente
en civilizaciones que han mantenido una fuerte tradición religiosa, podría
estar reintegrando lo trascendente en su visión del mundo. Si el mundo
multipolar fomenta una mayor diversidad de modelos de gobernanza y pensamiento,
es posible que veamos una revalorización de lo sobrenatural, especialmente en
sociedades donde la modernidad no ha logrado erradicar completamente la
dimensión espiritual. El mundo multipolar ha permitido que distintas
civilizaciones revaloricen lo sobrenatural dentro de sus propias tradiciones
culturales y filosóficas. A diferencia del modelo unipolar, que tendía a
imponer una visión secular y racionalista, la multipolaridad ha abierto espacio
para que cada civilización recupere su relación con lo trascendente según sus
propios principios.
Aquí algunos ejemplos
clave: La civilización ortodoxa (Rusia y Eurasia). En Rusia, el pensamiento de
Aleksandr Dugin ha promovido una visión donde la espiritualidad ortodoxa es un
pilar fundamental de la identidad nacional. La Iglesia Ortodoxa ha recuperado
su influencia en la vida pública, y el concepto de "symphonia"
(armonía entre Estado e Iglesia) ha vuelto a ser relevante. El mundo islámico
como Irán y Turquía, la religión sigue siendo un elemento central en la
política y la cultura, resistiendo la secularización occidental. La teología
islámica ha mantenido una fuerte conexión con lo sobrenatural, especialmente en
el sufismo, donde la experiencia mística es clave. China y su tradición
espiritual, aunque ha promovido el materialismo en su desarrollo económico, el
confucianismo y el taoísmo han resurgido como fuentes de identidad cultural. La
visión taoísta del universo sigue integrando lo sobrenatural como parte del
equilibrio cósmico. India y el hinduismo siguen siendo una fuerza espiritual
dominante, con una cosmovisión que integra lo sobrenatural en la vida
cotidiana. La filosofía vedántica y las prácticas religiosas han resistido la
influencia del secularismo occidental.
Este panorama muestra que
el mundo multipolar no solo está redefiniendo la geopolítica, sino también la
relación de las civilizaciones con lo sobrenatural, permitiendo que cada
cultura recupere su propia visión trascendente sin imposiciones externas.
¿Es lo sobrenatural un
problema filosófico o un misterio?
Aquí entra en escena
Maurice Blondel, quien distingue entre problema y misterio. Un problema es algo
que la razón puede analizar y resolver dentro de un sistema lógico. Un
misterio, en cambio, no puede ser encerrado en una estructura racional porque
lo supera, lo desborda. Lo sobrenatural, entonces, no es un obstáculo para el
pensamiento, sino su frontera, el límite donde la razón ya no puede explicar,
pero sí intuir.
Maurice Blondel fue una
figura clave en la filosofía cristiana, pero su pensamiento no estuvo exento de
críticas. Aquí algunas de las principales objeciones que se le han hecho: Confusión
entre filosofía y teología. Algunos críticos han señalado que Blondel, al
integrar la acción humana con la trascendencia, difumina los límites entre
filosofía y teología, haciendo que su sistema filosófico dependa demasiado de
presupuestos religiosos. Acusaciones de subjetivismo. Desde ciertos sectores
filosóficos, se le ha acusado de ceder ante el subjetivismo kantiano, al
enfatizar la experiencia interna y la acción como vía de acceso a lo
trascendente, lo que podría debilitar las pruebas racionales tradicionales de
la existencia de Dios. Rechazo desde el positivismo y el racionalismo. Filósofos
más cercanos al positivismo han criticado su enfoque por no ajustarse a los
criterios de verificabilidad empírica, considerando que su filosofía de la
acción introduce elementos que no pueden ser sometidos a prueba dentro de un
marco estrictamente racional. Resistencia dentro de la propia teología. Desde
algunos sectores teológicos, se le ha acusado de racionalizar demasiado el
cristianismo, intentando explicarlo dentro de un sistema filosófico que, para
algunos, diluye la dimensión de fe y revelación. A pesar de estas críticas,
Blondel sigue siendo una referencia fundamental en la discusión sobre la
relación entre razón y fe.
La cuestión central que ha
dividido la filosofía a lo largo de los siglos es: ¿Puede la razón abordar lo
sobrenatural, o es un dominio que le está vedado? Algunas corrientes
filosóficas han sostenido que lo sobrenatural está más allá del alcance de la
razón, pues por definición desborda toda conceptualización lógica y analítica.
Esto lo argumentan pensadores como Kierkegaard, quien ve la fe como un
"salto" fuera de la racionalidad, y también Lev Chestov, quien
sostiene que la razón es insuficiente para explicar lo trascendente. Por otro
lado, filósofos como Santo Tomás de Aquino han defendido que la razón sí puede
acercarse a lo sobrenatural, aunque con límites. Según Tomás, la metafísica nos
permite intuir el orden divino mediante el uso de principios racionales, pero
hay aspectos del misterio que solo pueden ser captados a través de la fe y la
revelación. La filosofía contemporánea ha oscilado entre ambos enfoques:
algunos han tratado de racionalizar completamente lo sobrenatural, mientras que
otros lo han relegado al ámbito de la subjetividad. Sin embargo, si lo
sobrenatural es una dimensión real, entonces el pensamiento filosófico no puede
ignorarlo sin mutilar su propio alcance.
Pero ¿qué define la realidad de lo
sobrenatural? La realidad de lo sobrenatural se define por su interacción con
el mundo humano y su resistencia a ser reducido por explicaciones meramente
racionales o científicas. A lo largo de la historia, se ha abordado desde
distintas perspectivas. Desde la filosofía: Metafísica clásica: Lo sobrenatural
es aquello que trasciende la naturaleza física y tiene un fundamento en el ser
absoluto (Dios, lo divino). Existencialismo místico: Algunos filósofos como
Blondel y Bergson argumentan que lo sobrenatural es parte de la experiencia
humana, manifestándose como intuición, revelación o gracia. Desde la teología:
En las tradiciones religiosas, lo sobrenatural es una manifestación de lo
divino, accesible mediante la fe, los milagros, la revelación o los
sacramentos. En el cristianismo, lo sobrenatural se evidencia en fenómenos como
la encarnación, la resurrección y la gracia. Desde la experiencia humana: Los
relatos de místicos, santos y visionarios muestran que lo sobrenatural no es
solo una abstracción filosófica, sino una realidad concreta que se experimenta.
Fenómenos como los milagros, las apariciones marianas y las experiencias
místicas han sido considerados evidencias de lo sobrenatural en la historia. Desde
la ciencia y la parapsicología: Aunque la ciencia tradicional evita abordar lo
sobrenatural, algunos campos como la física cuántica han abierto nuevas
discusiones sobre la existencia de dimensiones no visibles. Investigaciones
sobre experiencias cercanas a la muerte, percepción extrasensorial y milagros
han llevado a algunos científicos a reconsiderar los límites de la realidad.
En conclusión, lo
sobrenatural no es una ilusión, sino una realidad que atraviesa la historia, la
filosofía y la experiencia humana, resistiendo cualquier intento de ser
reducido a una categoría meramente racional. Lo que sucede es que la razón para
comprender lo sobrenatural debe abrirse más allá del paradigma científico y
materialista. La razón, cuando queda encerrada dentro del paradigma científico
y materialista, se vuelve insuficiente para comprender lo sobrenatural, porque
intenta someterlo a criterios que no le corresponden. El pensamiento moderno ha
tratado de explicar la realidad solo en función de lo medible, observable y
verificable, reduciendo todo conocimiento a lo empírico. Pero lo sobrenatural
no opera bajo estas leyes; su existencia no depende de la cuantificación ni de
la experimentación controlada, sino de una apertura intelectual y espiritual
que permita captarlo. Para que la razón pueda dialogar con lo sobrenatural,
debe ampliar sus horizontes, tal como lo hicieron filósofos como Blondel, Schelling
y Bergson, quienes rechazaron el reduccionismo positivista y propusieron un
pensamiento más intuitivo, religioso y místico, capaz de captar lo trascendente
sin eliminar el rigor filosófico. La verdadera tarea de la filosofía
contemporánea es liberar la razón de sus límites autoimpuestos y permitirle
explorar el misterio con autenticidad, sin descalificarlo ni forzar su
reducción a categorías racionalistas.
La filosofía moderna ha
tratado de abordar lo sobrenatural como un problema, buscando reducirlo a
categorías intelectuales. Sin embargo, cada vez que lo ha intentado, lo
sobrenatural se ha resistido, permaneciendo como algo que no puede ser
absorbido por la racionalidad sin perder su esencia. la esencia religiosa de lo
sobrenatural exige un abordamiento espiritual. Lo sobrenatural no puede ser
reducido a una mera categoría intelectual, porque su esencia es religiosa y
trascendente, lo que implica que debe ser abordado con una apertura espiritual
y no solo con análisis racional. La razón, por sí sola, puede explorar
conceptos sobre lo sobrenatural, pero la experiencia espiritual es
indispensable para su verdadera comprensión. Esto es lo que distingue el misterio
del mero problema filosófico: lo sobrenatural no es algo que pueda ser resuelto
con lógica, sino vivido, acogido y profundizado en la dimensión del espíritu.
Por eso, los grandes místicos como San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Ávila y
Meister Eckhart nos enseñan que el conocimiento de lo sobrenatural no es solo
una cuestión de pensamiento, sino de unión interior con lo divino. La
filosofía, entonces, puede preparar el camino, pero la espiritualidad es la que
abre las puertas al misterio.
Y lo más desconcertante
para la razón es que lo sobrenatural rompe las leyes de la naturaleza material,
no para destruirlas, sino para revelar una dimensión más profunda de la
realidad, aquella que solo los místicos y santos han experimentado plenamente. En
los fenómenos sobrenaturales—las visiones, los milagros, las experiencias
místicas—no se trata de una simple alteración física, sino de un cambio en la
percepción misma del ser, donde la realidad espiritual se impone con más fuerza
que la realidad material. Es por eso que los santos y los místicos han vivido
leyes que no son accesibles a la razón común ni a la realidad material, porque
han sido capaces de entrar en una esfera donde el tiempo, el espacio y la
causalidad material dejan de ser los únicos principios de existencia. En los
escritos de San Juan de la Cruz, Teresa de Ávila, Padre Pío y tantos otros,
encontramos relatos donde lo sobrenatural no contradice la naturaleza, sino que
la trasciende, permitiéndonos vislumbrar una realidad que normalmente permanece
oculta tras el velo de lo cotidiano. Este fenómeno desconcertante no es
irracional, sino suprarracional, porque responde a leyes que operan en un nivel
más alto de existencia.
La gracia y la gloria
representan ese nivel superior de existencia que trasciende las leyes
naturales, y la mística es la antesala donde se experimenta de manera
anticipada este estado. Los grandes místicos han vivido momentos donde la
percepción del tiempo, del espacio y de la materia se transforma,
permitiéndoles participar, aunque sea parcialmente, en la realidad divina. Es
en la gracia donde el alma se eleva más allá de lo material, y es en la gloria
donde esta elevación alcanza su plenitud. Por eso, los místicos como San Juan
de la Cruz, Santa Teresa de Ávila y el Padre Pío no solo hablaban de Dios, sino
que vivían en Dios, experimentaban su presencia más allá de la razón y del
mundo físico, anticipando la unión definitiva que se consumará en la gloria
eterna. Este estado místico no es una ilusión ni una simple emoción; es una
participación real en lo sobrenatural, donde la existencia humana toca lo
divino de manera profunda.
Precisamente la gracia y la
gloria presentan una paradoja fascinante: son, al mismo tiempo, un problema
filosófico que busca ser comprendido por la razón y un misterio que nunca podrá
ser agotado por el intelecto humano. Desde la filosofía, el concepto de gracia
plantea preguntas sobre la relación entre lo natural y lo sobrenatural, la
libertad humana y la intervención divina. ¿Es la gracia un principio ontológico
que transforma la naturaleza humana, o es simplemente una concesión divina
exterior? Los escolásticos, desde Santo Tomás hasta Suárez, abordaron estas
cuestiones desde una perspectiva racional, tratando de integrar la acción
divina dentro del orden filosófico del ser. Pero al mismo tiempo, la gracia no
puede ser reducida a una categoría puramente conceptual, porque pertenece al
ámbito del misterio. Su acción en el alma trasciende toda lógica, permitiendo a
los místicos vivir de forma anticipada la gloria eterna, con experiencias fuera
del marco racional y del tiempo. Aquí es donde la filosofía se encuentra con la
teología mística: lo sobrenatural no solo puede ser pensado, sino que debe ser
vivido. La gloria, por su parte, plantea el mismo dilema: ¿puede la razón
entender la plenitud absoluta del ser en Dios sin perderse en abstracciones?
Mientras la filosofía busca definirla, los místicos la han experimentado y
descrito con una riqueza que desborda cualquier marco lógico.
La metafísica del misterio:
de Platón a Bergson y a Cristo
En Platón, lo sobrenatural
aparece en la forma del mundo de las Ideas, una realidad superior, inmutable y
eterna que sustenta el orden del cosmos. La famosa alegoría de la caverna no es
solo una metáfora epistemológica, sino una visión sobre la trascendencia: el
mundo sensible es solo una sombra de lo auténtico, lo verdadero.
Este esquema se transforma
con Bergson, quien abandona la idea de un orden estático y propone una
metafísica del tiempo y la intuición. Para él, lo sobrenatural no es un
conjunto de principios abstractos, sino una energía espiritual, una fuerza
vital que impulsa la evolución del universo. Lo sobrenatural, en esta visión,
no es una idea fija, sino un dinamismo, un devenir.
Si Platón concibe lo
sobrenatural como un reino de orden perfecto y eterno, Bergson lo interpreta
como un flujo de energía espiritual en transformación constante. Platón nos
invita a ascender al mundo de las Ideas por medio de la razón. Es un movimiento
anagógico. Bergson nos anima a sumergirnos en el misterio a través de la
intuición. Es un movimiento de descenso. Mientras Platón imagina lo
sobrenatural como una estructura inmutable, Bergson lo ve como una danza
cósmica de lo vital. Este contraste marca una evolución fundamental en la
metafísica del misterio: de una realidad trascendente y fija, a una visión de
lo sobrenatural como proceso, movimiento y devenir.
El cristianismo introduce
una inversión radical en la metafísica del misterio, en la que ya no es el
hombre quien asciende a lo sobrenatural—como en Platón—ni una fuerza vital la
que desciende al mundo—como en Bergson—sino Dios mismo quien desciende al hombre
en un acto de amor absoluto. La Encarnación es el punto clave: en Cristo, lo
divino y lo humano se unen en una sola persona, rompiendo con la separación
ontológica que dominaba la filosofía antigua. Mientras Platón postulaba un
mundo superior accesible solo por la razón y Bergson hablaba de una energía
espiritual en movimiento, el cristianismo presenta una intervención directa de
Dios en la historia, lo sobrenatural entrando en el tiempo y en la carne. Este
descenso de Dios no es solo metafísico, sino existencial: En la Encarnación, lo
infinito se hace finito sin perder su esencia, abriendo un camino nuevo hacia
lo sobrenatural. En la Cruz, Dios no solo baja, sino que toma sobre sí la
condición humana hasta la muerte, dándole una nueva redención. En la Resurrección,
lo sobrenatural no solo ilumina, sino que vence la muerte, transformando la
materia misma en gloria. Así, el misterio cristiano no solo rompe la filosofía
clásica, sino que la eleva: no se trata de un ascenso intelectual ni de una
evolución vital, sino de una unión real entre lo divino y lo humano.
Este cambio en la relación entre el hombre y
Dios redefine la concepción filosófica de lo sobrenatural: ya no es solo un
reino lejano ni una energía inmaterial, sino una presencia viva, un misterio
encarnado. En el cristianismo, la metafísica del misterio alcanza su máxima
expresión en el Dios hecho hombre, en la Encarnación de Cristo. Mientras en
otras tradiciones filosóficas lo sobrenatural es concebido como una realidad
distante, inaccesible o meramente conceptual, el cristianismo rompe con esa
separación. Dios no se queda en lo trascendente, sino que entra en la historia
humana, asumiendo nuestra naturaleza y participando de nuestras limitaciones
sin perder su divinidad. Este acontecimiento cambia radicalmente la forma en
que el misterio se entiende: Dios no es solo el principio supremo del ser, sino
que se hace carne, tiempo y vida, mostrándose como una presencia viva. La
gloria divina se revela en la humildad humana, mostrando que lo sobrenatural no
es una realidad distante, sino que irrumpe en lo cotidiano. La cruz y la
resurrección no son solo eventos históricos, sino manifestaciones concretas de
cómo el misterio trasciende la muerte, el sufrimiento y el tiempo. El
cristianismo, por tanto, no solo propone una teoría del misterio, sino que lo
vive a través de la fe, los sacramentos y la relación directa con Dios. Lo
sobrenatural ya no es un concepto filosófico lejano, sino un encuentro real con
lo divino.
Lo sobrenatural no es una
realidad distante ni inaccesible, sino que habita entre nosotros, se manifiesta
en lo cotidiano y en la historia humana. El cristianismo nos muestra que lo
divino no es solo un principio trascendente, sino una presencia viva, una
realidad que impregna la existencia, transformándola desde dentro. En la
Encarnación, Dios no solo se acerca al hombre, sino que asume su condición, lo
que significa que lo sobrenatural no está separado del mundo, sino que lo
sostiene y lo envuelve. Los místicos, santos y experiencias de fe han
demostrado que la frontera entre lo visible y lo invisible es mucho más delgada
de lo que creemos. Lo sobrenatural no es un fenómeno esporádico, sino una
dimensión constante que acompaña la vida humana, esperando ser percibida por
quienes tienen el corazón abierto.
Ser más sensibles a lo
sobrenatural implica despertar la percepción espiritual, abrir el alma a una
realidad que, aunque invisible, habita entre nosotros y nos rodea. Algunas
maneras de cultivar esta sensibilidad son: Silencio y contemplación. La rapidez del mundo moderno nos satura con
estímulos que dificultan percibir lo trascendente. Practicar el silencio
interior y la contemplación permite que la mente y el corazón se abran a lo
sobrenatural. Oración y vida espiritual. La oración no es solo una práctica
devocional, sino un diálogo real con lo divino. A través de ella, la presencia
sobrenatural se hace más palpable y profunda. Atención a los signos. Lo
sobrenatural se manifiesta de muchas formas: en la providencia, en
coincidencias significativas, en intuiciones profundas, en experiencias
místicas. Estar atentos a estos signos nos ayuda a reconocer su presencia.
Lectura de textos espirituales. Los escritos de místicos y santos no solo
narran experiencias, sino que nos enseñan cómo ver lo invisible. Leer a San
Juan de la Cruz, Teresa de Ávila o el Padre Pío puede transformar nuestra
percepción del misterio. Vivir con gratitud y humildad. La sensibilidad a lo
sobrenatural no surge solo de la inteligencia, sino de la actitud interior. La
gratitud y la humildad permiten que el corazón se abra a la presencia de lo
divino en cada instante. En esencia, la clave está en afinar la percepción
espiritual, despojarnos del ruido y de los filtros racionalistas que nos
impiden captar la realidad invisible.
La modernidad y la crisis
de lo trascendente
Sin embargo, con la llegada
de la modernidad, este diálogo entre razón y misterio entra en crisis. La
filosofía empieza a cerrarse sobre sí misma, estableciendo límites cada vez más
estrictos a lo que considera "conocimiento legítimo". Kant excluye lo
nouménico del campo del conocimiento racional, el positivismo descarta toda
referencia a lo trascendente, y el materialismo científico decreta que solo lo
mensurable es real.
Este cierre del pensamiento
produjo una paradoja: mientras la filosofía moderna negaba lo sobrenatural, la
realidad seguía manifestándolo. Las experiencias místicas, los milagros, los
fenómenos inexplicables no desaparecieron. Como vimos con el Padre Pío y las
apariciones marianas, lo sobrenatural irrumpió con más fuerza en los tiempos de
mayor negación. El desafío para la filosofía contemporánea es este: ¿Puede
volver a abrirse al misterio sin perder su rigor? ¿Es posible una nueva
metafísica que integre lo sobrenatural como una dimensión legítima del
pensamiento?
El mundo moderno podría
recuperar la sensibilidad hacia lo sobrenatural si logra trascender la inercia
del racionalismo absoluto y el materialismo pragmático. Esto no implica
rechazar la ciencia o la tecnología, sino reintegrar la dimensión espiritual en
la existencia humana, permitiendo que lo invisible recupere su lugar en la
percepción colectiva. Algunas formas en que esto podría ocurrir incluyen:
Redescubrimiento de la contemplación. La hiperestimulación digital ha atrofiado
nuestra capacidad de atención profunda. Recuperar la contemplación y el
silencio interior nos permitiría reconectar con el misterio que nos rodea.
Reconexión con lo simbólico. Las sociedades antiguas veían el mundo como un
tejido de símbolos que revelaban lo trascendente. Volver a interpretar la
realidad más allá de lo puramente literal ayudaría a despertar la percepción
del misterio. Superación del reduccionismo cientificista. La ciencia ha demostrado ser un instrumento
poderoso, pero no puede explicar lo sobrenatural sin reducirlo. Aceptar que la
realidad es más amplia que el método científico permitiría una apertura
intelectual mayor. Vuelta a una vida más interior. La hiperproductividad
moderna nos ha alejado de la introspección. Recuperar la meditación, la oración
o cualquier forma de recogimiento permitiría a muchas personas sentir lo
sobrenatural de manera más directa. Testimonios y experiencias vividas. Lo
sobrenatural no solo es un concepto; muchas personas han vivido encuentros con
lo trascendente. Prestar atención a estos testimonios y no descartarlos
apresuradamente podría abrir un nuevo espacio en el pensamiento moderno. En
última instancia, el mundo moderno necesita reencontrarse con su dimensión
espiritual para que el misterio deje de ser algo ajeno y vuelva a iluminar la
existencia cotidiana.
La construcción de una
nueva civilización exige un cambio profundo en los fundamentos sobre los que se
ha organizado la sociedad moderna. Si queremos que la humanidad deje de girar
en torno al dinero, el poder y el placer, debemos reorientarla hacia el espíritu
y sus valores, recuperando la centralidad de lo trascendente en la vida
colectiva. Esto implicaría: Restaurar una cultura del sentido. Una civilización
no puede sostenerse solo en bienes materiales; necesita una visión trascendente
que dé dirección a la existencia. Recuperar el arte, la filosofía y la
espiritualidad como pilares centrales permitiría reconfigurar el rumbo de la
sociedad. Educar en la virtud, no solo en la utilidad. La educación actual
prioriza habilidades técnicas y pragmatismo, pero debe volver a formar el
carácter y el alma. Instruir en la humildad, la generosidad y la trascendencia
es esencial para un mundo que no esté dominado por el materialismo. Revalorizar
el sentido comunitario. La hiperindividualización ha alejado al ser humano de
su dimensión más profunda: su relación con los demás. Un mundo basado en
valores espirituales restauraría el vínculo entre las personas desde la
fraternidad y la búsqueda del bien común. Superar la dictadura del deseo. La
sociedad actual fomenta la gratificación inmediata y el consumo sin límites.
Una civilización centrada en el espíritu liberaría al hombre de la esclavitud
del deseo, enseñándole a vivir desde la plenitud y no desde la carencia.
Reintegrar lo sobrenatural en la existencia. Lo sobrenatural ha sido relegado
como una mera creencia privada, pero es el fundamento último de una visión
profunda del mundo. Redescubrir la dimensión sagrada de la vida permitiría una
nueva orientación cultural y filosófica.
Si la humanidad logra dar
este giro, podría despertar de la crisis espiritual que ha caracterizado la
modernidad. Este sería el primer paso para un nuevo renacimiento basado en lo
eterno, en lo luminoso y en lo trascendente. Una acotación más. En 2014
publiqué Crítica de la razón mística. Allí sostuve la idea de la
naturaleza supralógica e inexpresable del éxtasis místico, basado sobre todo en
el éxtasis de Tomás de Aquino. Todavía sostengo lo mismo, aunque matizado con
la concepción de que la razón natural enriquecida por la razón sobrenatural de
la gracia puede comprender por fe los misterios de la gracia, aunque en la
medida de su propio límite y del que Dios permite.
Referencias
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M. (1893). L’Action: Essai d’une critique de la vie et d’une science de la
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social de Occidente. Taurus. /Dugin, A. (2012). La cuarta teoría
política. Arktos. /Eckhart, M. (s. XIV). Tratados y sermones.
Ediciones Sígueme (Edición moderna). /Flores Quelopana, Gustavo (2014) Crítica
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filosofía cristiana. Gredos. /Juan de la Cruz, S. (1584). Subida al
Monte Carmelo. Biblioteca de Autores Cristianos. /Kierkegaard, S. (1844). El
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Jerusalén. Éditions de la Pléiade. /Marcel, G. (1927). Diario metafísico.
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Editorial San Pablo. /Platón. (380 a.C.). La República. Editorial Gredos
(Edición moderna). /Schelling, F. W. J. (1809). Filosofía y religión.
Ediciones Akal. /Shestov, L. (1937). Atenas y Jerusalén. Éditions de la
Pléiade. /Sombart, W. (1913). El burgués: Contribución a la historia
espiritual del hombre económico moderno. Fondo de Cultura Económica. /Teresa
de Ávila, S. (1588). El castillo interior o las moradas. Editorial BAC.
/Tomás de Aquino. (1265-1274). Summa Theologica. Biblioteca de Autores
Cristianos (Edición moderna).
2.
Fenómenos
sobrenaturales:
¿excepción o evidencia?
El estudio de los fenómenos sobrenaturales
siempre ha estado en el cruce entre lo espiritual y lo científico, generando
debates sobre si son excepciones extraordinarias o pruebas tangibles de una
realidad trascendente.
El estudio de los fenómenos
sobrenaturales ha sido abordado desde diversas disciplinas, cada una con su
propia interpretación sobre su naturaleza y significado.
1. Parapsicología: lo sobrenatural como fenómeno mental
La parapsicología estudia
eventos como la telepatía, la precognición y la percepción extrasensorial,
tratando de encontrar explicaciones dentro de la psicología y la neurociencia.
Algunos investigadores sostienen que ciertos fenómenos pueden ser manifestaciones
de la mente humana, como estados alterados de conciencia o capacidades aún no
comprendidas. Sin embargo, la parapsicología sigue siendo un campo
controvertido, ya que muchos de sus estudios no cumplen con los criterios
científicos tradicionales.
2. Teología: lo sobrenatural como intervención divina
Desde la teología, los
fenómenos sobrenaturales son vistos como manifestaciones de lo divino, ya sea a
través de milagros, revelaciones o experiencias místicas. En el cristianismo,
eventos como las apariciones marianas, los estigmas y la bilocación son interpretados
como signos de la acción de Dios en el mundo. La teología sostiene que lo
sobrenatural no puede ser reducido a explicaciones científicas, ya que
pertenece a una realidad superior que trasciende la lógica humana.
3. Filosofía: lo sobrenatural como misterio ontológico. La filosofía ha
tratado de definir lo sobrenatural dentro de la metafísica y la teoría del
conocimiento. Platón lo concebía como el mundo de las Ideas, una realidad
superior e inmutable. Bergson lo interpretó como una energía vital, un
dinamismo que impulsa la evolución del universo. Algunos filósofos
contemporáneos han explorado la relación entre razón y fe, preguntándose si lo
sobrenatural es un problema filosófico o un misterio que desborda la lógica.
4. Ciencia: lo sobrenatural como fenómeno inexplicado
La ciencia tradicional ha
sido escéptica respecto a lo sobrenatural, buscando explicaciones dentro de la
física, la biología y la psicología. Algunos fenómenos han sido interpretados
como ilusiones perceptivas, efectos neurológicos o fraudes. Sin embargo,
ciertos eventos siguen desafiando las explicaciones científicas, lo que ha
llevado a algunos investigadores a considerar la posibilidad de dimensiones
desconocidas o principios aún no comprendidos.
Examinemos lo sobrenatural como una realidad objetiva. Se base en:
Testimonios históricos y religiosos. Las experiencias místicas, milagros y
fenómenos inexplicables han sido documentados en diversas culturas y épocas,
sin relación directa entre ellas. Consistencia en los relatos. A lo largo de la
historia, personas que nunca tuvieron contacto han descrito fenómenos
sobrenaturales de manera similar, lo que sugiere que no son meras
construcciones individuales. Fenómenos físicos inexplicables. Casos como la bilocación,
la levitación y los estigmas presentan evidencias que no pueden ser reducidas a
explicaciones psicológicas o neurológicas. Transformación de personas y
sociedades. Muchos encuentros con lo sobrenatural han generado cambios
profundos en quienes los experimentan, incluso convirtiéndolos en figuras de
inspiración y virtud. Principios filosóficos y metafísicos. La existencia de lo
sobrenatural se apoya en nociones filosóficas como el acto de ser, la
trascendencia y el misterio, fundamentos de muchas corrientes filosóficas.
Ahora veamos los argumentos en contra: Lo sobrenatural como una
construcción de la mente humana. Explicaciones psicológicas . Estados alterados de conciencia,
alucinaciones o sugestión pueden inducir experiencias que parecen
sobrenaturales, pero tienen una base neurológica. Influencia cultural y social.
Muchas manifestaciones sobrenaturales están influenciadas por el contexto religioso
y cultural en el que ocurren, lo que sugiere una construcción colectiva más que
una realidad objetiva. Ausencia de pruebas científicas concluyentes. La ciencia
no ha podido demostrar de manera definitiva la existencia de lo sobrenatural
bajo condiciones verificables y reproducibles. Explicaciones evolutivas.
Algunos estudios sugieren que la creencia en lo sobrenatural puede haber
surgido como un mecanismo evolutivo para dar sentido a lo desconocido y
reforzar la cohesión social. Fraudes y manipulaciones. A lo largo de la
historia, se han revelado numerosos fraudes relacionados con lo sobrenatural,
lo que genera dudas sobre su autenticidad.
Ambas posturas tienen
argumentos sólidos, y la verdadera cuestión radica en si la razón humana es
capaz de captar toda la realidad, o si existen dimensiones que desbordan sus
límites. todo abona en favor de que existen dimensiones que desbordan sus límites
por las siguientes razones. Aquí hay razones clave que apoyan la idea de que
existen dimensiones que desbordan los límites de la razón y la percepción
humana: 1. Experiencias místicas y sobrenaturales. A lo largo de la historia,
santos y místicos han narrado encuentros con lo divino que transformaron su
existencia. Fenómenos como la bilocación, los estigmas o las visiones marianas
sugieren una realidad que no se ajusta a las leyes físicas conocidas. 2. La
insuficiencia de la ciencia para explicarlo todo. La ciencia moderna ha
demostrado su capacidad para describir fenómenos naturales, pero no ha logrado
abarcar la totalidad de la realidad. Ámbitos como la física cuántica han
revelado comportamientos del universo que desafían la lógica clásica, lo que abre
la posibilidad de dimensiones desconocidas. 3. La universalidad del sentimiento
religioso y lo trascendente. En todas las civilizaciones y épocas, la humanidad
ha sentido la necesidad de vincularse con lo invisible, lo que sugiere que la
dimensión sobrenatural no es una invención circunstancial ni cultural. Las
estructuras religiosas han surgido sin contacto entre culturas, indicando una
intuición común sobre lo sobrenatural. 4. Testimonios consistentes sobre lo
sobrenatural. Personas de diferentes ámbitos han experimentado fenómenos
inexplicables, sin relación previa entre ellas. Milagros, apariciones y
conversiones radicales son ejemplos de que lo sobrenatural no es simplemente
una construcción psicológica. 5. La existencia de leyes superiores en la
mística cristiana. Los escritos de místicos como San Juan de la Cruz, Teresa de
Ávila y Padre Pío describen un orden de existencia que trasciende las leyes
materiales. Si la vida espiritual tiene reglas y estructuras propias, entonces
no puede ser simplemente un fenómeno subjetivo.
Todo esto sugiere que hay
dimensiones que escapan la razón, pero que pueden ser vividas y reconocidas. No
se trata solo de creencias, sino de una realidad que nos envuelve y nos
sobrepasa.
La interpretación de lo que
nos sobrepasa puede abordarse desde dos perspectivas fundamentales: 1.
Interpretación ontológica: lo que nos sobrepasa como realidad absoluta. Desde
el punto de vista ontológico, lo que nos sobrepasa se refiere a una realidad superior
que: a. No depende de nuestra percepción ni comprensión, sino que existe por sí
misma, con independencia del sujeto; b. Puede concebirse como el Ser absoluto,
el fundamento último de la existencia, como lo describe la metafísica clásica
(Platón, Tomás de Aquino, Heidegger). En la teología cristiana, lo que
sobrepasa al hombre es Dios, cuya realidad no es relativa ni conceptual, sino
objetiva y trascendente. En este sentido, lo sobrenatural no es una ilusión ni
una construcción mental, sino una dimensión ontológica que sostiene la
existencia. 2. Interpretación epistémica: lo que nos sobrepasa como límite del
conocimiento. Desde una perspectiva epistémica, lo que nos sobrepasa marca el
límite de la razón humana, porque: a. No puede ser reducido a conceptos
racionales sin perder su esencia; b. Se manifiesta en el misterio (Blondel,
Marcel), es decir, en aquello que no puede ser agotado por el pensamiento
analítico; c. En la filosofía de la ciencia, ciertos fenómenos como el
infinito, el tiempo y la conciencia son ejemplos de realidades que desbordan la
capacidad de explicación de la mente humana. Mientras la ontología defiende que
lo que nos sobrepasa es una realidad independiente, la epistemología señala que
nuestro conocimiento tiene límites, y estos límites revelan la existencia de
algo mayor que el pensamiento. De manera que lo que nos sobrepasa puede
entenderse como: a. Desde la ontología, un principio supremo de existencia que
es real y trascendente; b. Desde la epistemología, un límite del conocimiento
que abre la puerta al misterio.
Si combinamos ambas
perspectivas, llegamos a la conclusión de que lo sobrenatural no solo existe,
sino que desafía la capacidad humana de comprenderlo totalmente.
Revelaciones y visiones:
intervención divina o fenómeno psicológico
Las revelaciones y visiones
han sido registradas en distintas tradiciones religiosas. Algunos de los casos
más famosos incluyen: Las apariciones marianas, como las de Fátima y Lourdes; y
las revelaciones místicas, como las visiones de Santa Teresa de Ávila o San
Juan de la Cruz. Desde la perspectiva espiritual, se argumenta que estas
experiencias son manifestaciones directas de lo divino, donde Dios o los santos
intervienen activamente en la historia humana. Sin embargo, desde la psicología
y la neurociencia, algunos investigadores las han interpretado como
alteraciones de la percepción, estados de trance, epilepsia o efectos de
meditación profunda. Estudios han analizado cómo el cerebro, bajo ciertas
condiciones, puede generar experiencias de trascendencia, lo que plantea el
dilema: ¿Es una activación neurológica, o es el cerebro captando una realidad
superior?
Veamos las razones por las cuales lo sobrenatural no puede reducirse a
una activación neurológica. 1. Fenómenos que ocurren sin explicación
fisiológica. Algunos eventos sobrenaturales, como la bilocación o los estigmas,
no tienen correlato neurológico visible ni pueden explicarse solo como
activaciones cerebrales. 2. Testimonios de múltiples personas en distintos
tiempos y lugares. Experiencias como apariciones marianas o revelaciones
místicas han ocurrido en culturas distintas, épocas diversas y a personas sin
conexión entre sí, lo que sugiere que no es solo un proceso individual del
cerebro. 3. Efectos profundos y permanentes en la vida de quienes los
experimentan. Las experiencias místicas cambian radicalmente la vida de quienes
las viven, dándoles mayor lucidez, coherencia existencial y transformación
moral, lo que no es característico de alteraciones neurológicas. 4. Independencia
de estados fisiológicos. Lo sobrenatural se ha manifestado tanto en estados de
vigilia como en momentos de salud plena, lo que descarta que sea solo un efecto
de crisis neurológicas. 5. Resistencia a ser reducidas a alucinaciones. En
estudios sobre visiones místicas, los sujetos mantienen control de sí mismos,
no muestran deterioro mental y sus experiencias son coherentes, lo que
contradice la idea de que son solo ilusiones generadas por el cerebro.
Razones por las cuales lo sobrenatural es el cerebro captando una
realidad superior: 1. Capacidad del cerebro para percibir dimensiones más
amplias. La conciencia humana no está limitada a lo material; tiene intuiciones
profundas que parecen revelar aspectos de una realidad mayor. 2. Interacción
entre mente y trascendencia en experiencias místicas. En las tradiciones
espirituales, los estados de oración profunda o contemplación permiten captar
lo divino, lo que sugiere que el cerebro es un receptor de lo sobrenatural, no
un mero generador de ilusiones. 3. Física cuántica y la posibilidad de
dimensiones desconocidas. Algunos planteamientos en física teórica proponen que
podría existir una realidad más amplia que no percibimos normalmente, lo que
abriría la posibilidad de que el cerebro acceda a dimensiones superiores en
ciertos estados. 4. Convergencia de intuición y revelación. Muchos filósofos y
místicos han sostenido que la razón humana puede percibir lo trascendente, no
por un mecanismo material, sino porque existe algo más allá del mundo físico al
que el ser humano puede conectarse. 5. Lo sobrenatural no niega la razón, sino
que la completa. Si el cerebro fuera solo un mecanismo cerrado, no podría
concebir nociones de infinito, eternidad, trascendencia y misterio. La
capacidad humana para captar estos conceptos sugiere que somos parte de una
realidad mayor. En resumen, el cerebro no es un generador de ilusiones, sino un
instrumento capaz de percibir lo sobrenatural cuando se abre a lo trascendente.
De manera que no se trata de un fenómeno psicológico, ni solamente de una
revelación divina, sino que estamos acondicionados para percibir los
sobrenatural en las condiciones adecuadas. No se trata únicamente de un
fenómeno psicológico, ni de una mera revelación divina, sino de una capacidad
humana innata para percibir lo sobrenatural cuando se dan las condiciones
adecuadas.
1. El ser humano está predispuesto a captar lo trascendente. Desde el
punto de vista filosófico y teológico, el hombre no es un ser cerrado en sí
mismo, sino que tiene una estructura ontológica abierta a lo sobrenatural. No
sólo somos una criatura abierta al mundo, como supone Heidegger, sino que
estamos abiertos a lo trascendental. En la tradición cristiana, esto se explica
por la imagen y semejanza de Dios, que dota al hombre de una apertura natural a
lo divino. En la fenomenología, autores como Marcel y Blondel sostienen que la
existencia humana no puede encerrarse en lo finito, sino que tiende al
misterio.
2. La percepción del misterio depende de la disposición del alma. Así
como la vista necesita luz para ver, la conciencia humana requiere una apertura
espiritual para percibir lo sobrenatural. La oración, la contemplación y la
humildad permiten que el alma reconozca el misterio con mayor claridad. El
exceso de materialismo y pragmatismo entorpece esta capacidad, cerrando la
percepción a lo trascendente.
3. Lo sobrenatural no es irracional, sino suprarracional. La razón
humana puede aproximarse al misterio, pero no agotarlo. Santo Tomás de Aquino
distingue entre lo inteligible por la razón y lo captado por la fe, mostrando
que la mente humana puede ver destellos de lo divino, aunque no comprenderlo
plenamente. Lo sobrenatural no es un “error” del pensamiento, sino una realidad
superior que supera la lógica convencional.
Por ello, el ser humano no
inventa lo sobrenatural, sino que está condicionado para percibirlo cuando el
alma y la conciencia están dispuestas. No se trata de una activación
neurológica ni de una revelación externa aislada, sino de un diálogo constante
con lo trascendente.
La capacidad de preguntarnos por Dios y lo
trascendente es una característica única del ser humano, lo que sugiere que
nuestra existencia está estructurada para buscar lo sobrenatural. A diferencia
de otras criaturas, no nos limitamos a la supervivencia ni a la percepción
sensorial, sino que buscamos el sentido, la finalidad y la verdad última. Esto
se manifiesta en:
- La filosofía y la religión, que han construido sistemas de
pensamiento para entender lo divino.
- La moral y la conciencia, que nos llevan a cuestionar el origen del
bien y el propósito de la vida.
- El arte y la espiritualidad, que han sido expresiones de la
búsqueda del misterio y la trascendencia.
Esta pregunta por Dios no
es accidental, sino un indicio de que nuestra naturaleza no se agota en lo
material. Si la mente humana está estructurada para abrirse a lo sobrenatural,
entonces quizás lo sobrenatural es tan real como lo físico.
En
cambio, el filósofo australiano Peter Singer
es uno de los pensadores más influyentes en el ámbito de la ética aplicada y
los derechos de los animales que sostiene que los
animales poseen intereses morales y que su
sufrimiento debe ser considerado en nuestras decisiones éticas. Singer defiende el antiespecismo,
argumentando que los animales deben ser tratados con la misma consideración
moral que los humanos. Sin embargo, sus críticos han señalado que: Su enfoque
minimiza la diferencia entre humanos y animales, lo que podría llevar a
conclusiones problemáticas en bioética. Pues, la moralidad humana no puede
aplicarse directamente a los animales, ya que estos no tienen la misma
capacidad de agencia moral. El utilitarismo extremo de Singer lleva a una
visión materialista de la existencia, donde lo moral se reduce a cálculos de
placer y sufrimiento, negando cualquier dimensión trascendente o sobrenatural.
Singer argumenta que la vida humana no tiene valor intrínseco, sino que depende
de la capacidad de experimentar placer o sufrimiento. Esto lleva a conclusiones
como: La eutanasia y el aborto como decisiones pragmáticas, sin considerar el
valor espiritual de la persona. La posibilidad de justificar la eliminación de
individuos con graves discapacidades si no cumplen con ciertos criterios de
bienestar. Desde la perspectiva cristiana y metafísica, esto despoja al ser
humano de su dimensión sagrada, reduciéndolo a un simple organismo biológico.
Pero, además, implica la negación de lo sobrenatural como fundamento de la
moral. Singer defiende una ética basada exclusivamente en criterios racionales
y materiales, lo que implica: rechazo de Dios como origen del bien moral y
negación de cualquier principio absoluto que trascienda el cálculo
utilitarista.
Este enfoque excluye la
posibilidad de que la moral se base en lo divino, la gracia o la trascendencia,
reduciéndola a intereses materiales. Su falta de apertura al misterio y lo
inexplicable tiende a descartar todo lo que no puede medirse o calcularse, por lo
que ignora las experiencias espirituales y místicas, considerándolas
irrelevantes. Niega que existan realidades superiores al mundo físico,
rechazando la posibilidad de lo sobrenatural. Este enfoque es limitado, porque
la razón humana no puede abarcar toda la realidad con cálculos numéricos. Singer
representa un pensamiento que coloca lo material por encima de lo espiritual,
cerrando la posibilidad de una visión trascendente de la moral y la vida humana.
Su enfoque es útil en ciertos debates prácticos, pero no puede reemplazar una
concepción profunda de la existencia basada en lo divino y lo sobrenatural.
Bilocación, levitación y
estigmas: ¿adelanto del cuerpo glorioso?
Muchos santos y místicos han sido asociados
con fenómenos extraordinarios como la bilocación, la levitación o los estigmas.
- Padre Pío y San José de Cupertino son casos documentados de
personas que levitaron en éxtasis.
- Sor María de Ágreda es uno de los casos más notorios de bilocación,
apareciendo en lugares distantes sin desplazamiento físico.
- Los estigmas, sufridos por Padre Pío y otros santos, replican las
heridas de Cristo en la crucifixión, pero sin explicación médica.
Desde la teología, se ha planteado que estos
fenómenos podrían ser anticipaciones del cuerpo glorioso, es decir,
manifestaciones previas a la transformación final del ser humano en la
resurrección.
Desde la ciencia, algunos han tratado de
explicarlo como:
- Alteraciones biológicas y psicosomáticas (especialmente los
estigmas).
- Autoinducción del trance místico, lo que podría influir en
fenómenos físicos como la levitación.
Los
fenómenos sobrenaturales corporales, paranormales y
espirituales, como la bilocación, la levitación y
los estigmas, han sido objeto de múltiples intentos de
explicación científica. Sin embargo, no existen pruebas
concluyentes de que sean causados por alteraciones biológicas,
efectos psicosomáticos o autoinducción mística. Entre las razones por las que no pueden explicarse por mecanismos físicos o
psicológicos tenemos: 1. Ausencia de patrones
fisiológicos comunes. Los estudios sobre estigmas en personas como Padre Pío y Teresa Neumann han demostrado que estas
heridas no siguen los procesos típicos de la
cicatrización ni responden a tratamientos médicos
convencionales.
No
presentan inflamaciones, infecciones ni las características de una lesión
autoinfligida. 2. Fenómenos ocurridos en estados de conciencia
plena. La bilocación y
la levitación no han sido registradas como
resultado de estados alterados de conciencia. En el caso de Sor María de Ágreda, existen testimonios de su
presencia simultánea en España y América, sin signos de trance o pérdida de
control mental. 3. Eventos documentados por múltiples testigos.
En la historia de los santos y místicos, se han registrado múltiples
testimonios que confirman la veracidad de estos fenómenos. En el caso de San José de Cupertino, su levitación fue presenciada
por personas de distintos ámbitos, incluyendo científicos y religiosos. 4. Imposibilidad de autoinducción en casos de bilocación y levitación.
Los fenómenos de bilocación no pueden ser
explicados por la psicología, ya que implican la presencia
física en dos lugares a la vez, lo que no es posible por
mecanismos mentales. La levitación,
al desafiar las leyes de la gravedad, no puede ser atribuida a la autosugestión
ni a estados de trance.
Uno de los casos más
sorprendentes es el de abstinencia prolongada de alimentos o fenómeno de la
inedia mística, donde personas han vivido durante años, incluso décadas, sin
ingerir comida ni agua. Algunos ejemplos documentados incluyen:
- Catalina de Siena (8 años sin alimentos sólidos).
- Luisa Lateau (14 años).
- Lidwina de Schiedham (28 años).
- Nicolás de Flüe (19 años).
- Therese Neumann, una mística alemana que, según testimonios, vivió
sin consumir alimentos desde 1927 hasta su muerte en 1962.
Estos casos han sido
estudiados desde la teología y la ciencia, pero no existe una explicación
médica concluyente sobre cómo estas personas lograron sobrevivir sin nutrición
convencional. Algunos investigadores han sugerido que podría tratarse de un
fenómeno sobrenatural, mientras que otros han intentado explicarlo como un
estado fisiológico extremo aún no comprendido.
Los fenómenos
sobrenaturales incluyen manifestaciones tan extraordinarias como la lectura de
conciencia y la desmaterialización, que han sido documentadas en la vida de
varios santos y místicos. Aquí algunos casos relevantes: 1. Lectura de
conciencia. Este fenómeno se refiere a la capacidad de ciertas personas de
conocer los pensamientos o pecados ocultos de otros, sin que haya una
comunicación previa. Algunos ejemplos incluyen: Padre Pío, quien tenía la
capacidad de leer el alma de quienes acudían a confesarse con él, revelando
detalles que solo ellos conocían. San Juan María Vianney, el Cura de Ars, quien
podía identificar los pecados de los penitentes antes de que los confesaran. 2.
Desmaterialización. La desmaterialización ocurre cuando un objeto o persona
desaparece físicamente y reaparece en otro lugar sin explicación lógica.
Ejemplos incluyen: San Martín de Porres, quien fue visto en distintos lugares
sin haber viajado físicamente, lo que sugiere un fenómeno de bilocación y
desmaterialización. San Alfonso de Ligorio, quien desapareció de su celda y fue
visto en el lecho de muerte del Papa Clemente XIV, sin haber salido físicamente
de su monasterio. 3. Otros fenómenos sobrenaturales. Además de la lectura de
conciencia y la desmaterialización, existen otros eventos extraordinarios:
·
Levitación: San José de Cupertino fue visto flotando en el aire durante
momentos de éxtasis.
·
Estigmas: Padre Pío y Santa Rita de Casia presentaron heridas similares
a las de Cristo sin explicación médica.
Estos fenómenos han sido
estudiados desde la teología y la ciencia, pero no existe una explicación
concluyente que los reduzca a procesos psicológicos o biológicos.
Si
bien la ciencia ha intentado ofrecer explicaciones, ninguna teoría ha logrado abarcar estos fenómenos sin dejar cuestiones
abiertas. La teología plantea que podrían ser adelantos del cuerpo glorioso, una manifestación de la transformación final del ser humano en la
resurrección.
La idea de que estos
fenómenos sobrenaturales sean adelantos del cuerpo glorioso se fundamenta en
una concepción teológica clave: en la resurrección, el cuerpo ya no estará
sujeto a las leyes materiales, sino que la materia obedecerá al espíritu. Y
efectivamente, en el estado de gloria el cuerpo no responde a las leyes y
necesidades de la materia, sino a las del espíritu. Es un mundo totalmente
diferente al conocido en este mundo terrenal. Son anticipos de la vida celeste
en la vida terrena. Ya no se vive en uno, se vive en Dios y para Dios. De ahí
que se haga evidente: 1. La transformación del cuerpo en la resurrección. En la
teología cristiana, el cuerpo glorioso es aquel que, después de la
resurrección, queda plenamente espiritualizado, siguiendo las enseñanzas de San
Pablo: "Se siembra en corrupción, resucita en incorrupción. Se siembra
en debilidad, resucita en poder. Se siembra cuerpo natural, resucita cuerpo
espiritual" (1 Corintios 15:42-44). Esto significa que el cuerpo
resucitado: No está limitado por las leyes físicas que hoy gobiernan la
materia. Posee propiedades superiores, como la impasibilidad, la agilidad y la
luminosidad.
2. Fenómenos como señales de esta transformación futura. Si ciertos
santos han manifestado bilocación, levitación, estigmas o inedia, es porque sus
cuerpos ya estaban participando, en cierto grado, de las cualidades del cuerpo
glorioso. La bilocación sugiere que el cuerpo puede estar presente en varios
lugares sin restricciones físicas. La levitación muestra que el cuerpo ya no
está sujeto a la gravedad. Los estigmas indican una unión sobrenatural con
Cristo, manifestando una transformación espiritual en la carne.
3. La materia obedeciendo al espíritu. En la vida terrenal, el cuerpo
está sometido a las leyes físicas, pero en la resurrección, según la doctrina
cristiana: La materia será transfigurada, obedeciendo plenamente la voluntad
del alma. La distinción entre lo material y lo espiritual no desaparecerá, pero
habrá una armonía perfecta. Esto explicaría por qué algunos santos han
anticipado ciertos rasgos del cuerpo glorioso, revelando un orden superior que
sobrepasa nuestra comprensión física.
Estos fenómenos sobrenaturales no son
simplemente anomalías inexplicables, sino señales de una realidad futura, en la
cual el cuerpo transformado ya no estará sometido a las leyes materiales, sino
que la materia obedecerá al espíritu. La afirmación "Seréis como
ángeles" (Mateo 22:30) encierra un significado profundo en el contexto de
la resurrección. Cristo no dice que dejaremos de ser humanos, sino que nuestro
ser será elevado, adquiriendo ciertas cualidades que hoy solo atribuimos a los
ángeles. En nuestra condición terrenal, la materia domina el espíritu,
limitándolo a las leyes físicas. En la resurrección, ocurrirá lo contrario: el
espíritu dominará la materia, permitiendo capacidades que ahora consideramos
extraordinarias. Esto explica fenómenos místicos como: Bilocación, donde el
cuerpo ya no está sujeto a la ubicación única en el espacio. Levitación, donde
la gravedad deja de ser una restricción absoluta. Inedia, donde la vida ya no
depende exclusivamente de la alimentación material.
El cuerpo glorioso no es un
cuerpo distinto, sino el mismo cuerpo, pero plenamente espiritualizado, libre
de corrupción, sufrimiento y limitaciones físicas. La materia no desaparece,
pero obedece totalmente al espíritu en armonía con la voluntad divina. Este
pasaje de Cristo es, por tanto, una revelación de la dignidad futura del ser
humano, llamado a trascender su condición actual, alcanzando una plenitud
semejante a la de los ángeles. Dios permite estos anticipos del cuerpo glorioso
para manifestar que la transformación definitiva del ser humano no es solo una
promesa futura, sino una realidad que ya opera en ciertos santos y místicos
como señal del destino último de la humanidad.
1. Es una confirmación de la resurrección y la plenitud futura. Los
milagros físicos como la bilocación, la levitación y la inedia son
atestiguaciones visibles de que la materia puede trascender sus límites
actuales cuando se somete plenamente al espíritu. En la resurrección, el cuerpo
glorioso no estará sometido a las leyes materiales, sino que la materia
obedecerá al espíritu, como Cristo mostró en su propia resurrección.
2. Testimonio para fortalecer la fe. Dios permite estos fenómenos en
algunos santos y místicos para que sean signos visibles de su poder y de la
realidad de lo sobrenatural. Padre Pío, San José de Cupertino, Sor María de
Ágreda y otros fueron testigos vivos de lo que el cuerpo humano puede alcanzar
cuando está completamente unido a Dios.
3. Revelación progresiva del orden celestial. No todos experimentan
estas manifestaciones porque Dios actúa según su plan providencial, pero
permite que algunos sean instrumentos de revelación, mostrando que el mundo
espiritual es más real que lo material. Dios concede estos anticipos como
pruebas de la realidad del cuerpo glorioso, fortaleciendo la fe y mostrando que
la materia no es un obstáculo para la trascendencia, sino un instrumento que,
cuando es purificado, se convierte en expresión del espíritu.
Los milagros de Jesucristo
no fueron simples alteraciones físicas, sino manifestaciones del poder del
espíritu sobre la materia, revelando una realidad donde la ley del amor prima
sobre la causalidad material. Cada milagro de Cristo demuestra esta superioridad
del orden espiritual:
·
Caminar sobre las aguas → La materia ya no limita el movimiento cuando
está completamente sometida al espíritu.
·
Aquietar la tormenta → La naturaleza obedece a quien está unido a Dios, porque la creación responde al amor divino.
·
Multiplicar los panes y los peces → La abundancia no depende de la cantidad
inicial, sino de la acción de quien puede transformar la realidad.
·
Convertir el agua en vino → La materia no es un límite, sino un medio que el amor divino reconfigura según su voluntad.
·
Resucitar a Lázaro → La vida no está determinada por leyes biológicas, sino por el poder del espíritu.
Cada acción de Cristo fue un anticipo del
Reino, en el que la materia ya no es esclava de la causalidad, sino instrumento
del amor y la voluntad divina. En la resurrección, los cuerpos gloriosos
participarán de esta misma realidad, plenamente espirituales, sin restricciones
físicas. En el estado de gloria, la fe y el amor no son solo virtudes
espirituales, sino fuerzas activas que transforman la realidad. Cuando Cristo
dijo: "Si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a este monte:
'Muévete de aquí allá', y se movería" (Mateo 17:20), no hablaba en
sentido figurado. En el orden espiritual, la fe y el amor son principios que
tienen autoridad sobre la materia, porque no están sometidos a las leyes
físicas, sino que operan en una dimensión superior.
- La fe permite participar de la voluntad divina, alineando el alma
con el orden eterno.
- El amor es la esencia misma de Dios, y en la gloria, será el
principio que rija todo movimiento, pensamiento y existencia.
Por eso, los cuerpos gloriosos no estarán
limitados por la física, sino que serán plenamente espirituales, con una
libertad que hoy apenas podemos intuir. Será el momento en que la materia
obedezca al espíritu, porque la ley del amor habrá triunfado sobre toda
restricción terrenal.
La concepción del cuerpo
glorioso en el cristianismo está profundamente ligada a la resurrección y la
transformación del cuerpo físico en un estado espiritual perfecto, libre de las
limitaciones materiales. En contraste, las tradiciones místicas de las religiones
orientales—como el hinduismo, el budismo y el taoísmo—tienen visiones distintas
sobre la trascendencia del cuerpo y el espíritu. En el hinduismo y el budismo,
por ejemplo, el objetivo espiritual no es la glorificación del cuerpo, sino la
liberación del ciclo de nacimiento y muerte (samsara) para alcanzar la moksha o
el nirvana, estados de existencia en los que el ser se funde con lo absoluto o
alcanza la iluminación. En el taoísmo, el cuerpo es visto como un microcosmos
del universo, y algunas prácticas buscan la inmortalidad espiritual mediante la
armonización de las energías internas2. Si bien los místicos orientales buscan
una transformación espiritual profunda, su concepto de trascendencia difiere
del cuerpo glorioso cristiano. En lugar de una resurrección corporal, muchas de
estas tradiciones enfatizan la disolución del yo individual en una realidad
superior o la integración con el orden cósmico.
Dios derrama su gracia
sobre toda criatura, pero respeta un orden. Y en ese orden concede que los
grandes místicos orientales alcancen su propósito, aunque ello no signifique el
disfrute de la gloria de Dios. Desde la lógica cristiana, la salvación y la
participación en la gloria de Dios están exclusivamente vinculadas a la fe en
Cristo y su obra redentora. Jesús dijo claramente: "Yo soy el camino,
la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí" (Juan 14:6).
Esto implica que la plenitud de la vida eterna y la transformación del cuerpo
en estado glorioso solo ocurren a través de la comunión con Cristo y su
resurrección. Los místicos de las religiones orientales pueden alcanzar estados
elevados de contemplación y conocimiento espiritual según sus propias
tradiciones, pero desde la perspectiva cristiana, esto no significa que
participen de la gloria de Dios ni de la transformación definitiva prometida en
la resurrección. La glorificación del cuerpo es un don exclusivo para aquellos
que han sido redimidos por Cristo y han recibido la vida nueva en Él. La
enseñanza cristiana también subraya la misericordia de Dios, reconociendo que
su justicia y amor son insondables. Aunque los místicos orientales hayan
buscado lo divino con sinceridad, la plena participación en la gloria divina
está reservada para aquellos que han sido reconciliados con Dios por medio de
Cristo. Sin esta fe y este vínculo con el Salvador, su destino tras la muerte
quedaría fuera de la plenitud del Reino prometido por Jesús.
Desde esta perspectiva, la
transformación gloriosa del cuerpo es un privilegio concedido a quienes han
sido incorporados a Cristo mediante su sacrificio, su resurrección y la fe en
Él. Jesús dijo en Juan 14:2: "En la casa de mi Padre muchas moradas
hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para
vosotros." Esta afirmación es profundamente significativa dentro de la
enseñanza cristiana sobre la vida eterna. Desde la lógica del cristianismo,
esta frase expresa que hay un espacio para los que creen en Cristo y siguen su
camino. Las "moradas" pueden entenderse como los distintos niveles de
gloria dentro del Reino de Dios, preparados para aquellos que han sido
redimidos. Sin embargo, esto no contradice la enseñanza central de que la única
manera de acceder a esta plenitud es por medio de Jesucristo. Aunque Dios es
misericordioso y justo, y puede permitir diversas experiencias espirituales
según su voluntad, la participación plena en su gloria sigue estando vinculada
a la salvación en Cristo. Desde esta perspectiva, las moradas no indican
múltiples caminos de salvación fuera de Cristo, sino el lugar que Él ha
preparado para sus seguidores. En este sentido, aunque Dios
tenga muchas moradas y su providencia sea infinita, la plenitud de su gloria
está vinculada al reconocimiento y aceptación de Cristo como Señor y Salvador. Aunque
figuras como Buda, Confucio, Lao Tsé y Zaratustra fueron grandes maestros
espirituales en sus propias tradiciones, su acceso a las moradas celestiales
según la doctrina cristiana dependería de la gracia y el juicio de Dios.
La enseñanza de Cristo
afirma que nadie va al Padre sino por Él (Juan 14:6), lo que implica que
la comunión plena con Dios y la participación en su gloria están exclusivamente
reservadas a quienes han sido redimidos por Él. Sin embargo, el misterio de la
misericordia divina es profundo, y algunos teólogos han reflexionado sobre la
posibilidad de que Dios, en su infinita justicia y amor, tenga un propósito
para las almas que han buscado la verdad sinceramente, aun sin conocer
explícitamente el Evangelio. Así, desde la lógica cristiana más estricta, estas
figuras no estarían en las moradas de Dios en el sentido pleno de la comunión
con Él, pues no recibieron la salvación mediante Cristo. Pero el juicio último
y la disposición de esas moradas pertenecen exclusivamente a Dios, quien conoce
los corazones y las intenciones de cada alma.
Desde la enseñanza
cristiana, la cuestión del destino de los que no conocieron a Cristo, pero
fueron buenos es un misterio que se aborda con la justicia y misericordia de
Dios. La Iglesia sostiene que Dios juzga a cada persona según su conciencia y
sus acciones, y que nadie se condena simplemente por ignorancia involuntaria.
En este sentido, aunque el acceso pleno a la gloria de Dios está ligado a la fe
en Cristo, hay una esperanza para quienes, sin haberlo conocido, vivieron de
acuerdo con los principios del amor, la justicia y la verdad. También la
tradición cristiana afirma que Cristo descendió al infierno, específicamente al
"Seol" o "Hades", donde estaban las almas de los justos que
habían muerto antes de su redención. Esto se conoce como la "Descensión
a los Infiernos", expresado en el Credo como "descendió a los
infiernos" (1 Pedro 3:18-19). La interpretación tradicional es que
Cristo, con su victoria sobre la muerte, abrió el camino de la salvación para
aquellos que, aunque no habían conocido el Evangelio, esperaban la redención
prometida. Así, la enseñanza cristiana reconoce que el juicio de Dios es
perfecto y que su misericordia alcanza incluso a aquellos que no tuvieron la
oportunidad de conocer a Cristo en vida.
Entre la espiritualidad y
la ciencia moderna
El mundo moderno ha tendido a racionalizar y
desacreditar los fenómenos sobrenaturales, buscando explicaciones puramente
científicas. Sin embargo, la realidad sigue mostrando eventos inexplicables que
desbordan la lógica materialista.
Si bien la ciencia busca
mecanismos físicos y psicológicos para entender estas experiencias, el problema
fundamental es que no todo lo sobrenatural puede ser sometido a
experimentación. La espiritualidad sostiene que lo sobrenatural no es un error
del sistema, sino una apertura a una realidad superior que no puede ser
reducida a lo empírico. Lo sobrenatural no obedece a la prueba empírica, porque
no responde a los niveles inferiores de la existencia, sino a una realidad que
trasciende las condiciones materiales. Es como si quisiéramos encender una
bombilla de luz con un fósforo. Esto obliga a referirnos a varios aspectos, a
saber:
1. La diferencia entre lo natural y lo sobrenatural. La ciencia opera
dentro de un marco empírico, es decir, busca explicar los fenómenos según leyes
físicas y causales. Sin embargo, lo sobrenatural no pertenece a este orden,
porque: No sigue las leyes de la causalidad material. No se limita al
espacio-tiempo ni a la percepción sensorial. Su manifestación responde a
principios superiores, como la voluntad divina o el orden espiritual.
2. La razón por la que lo sobrenatural no es medible. Los experimentos
científicos requieren que un fenómeno sea reproducible, medible y verificable
en condiciones controladas. Lo sobrenatural, en cambio: No es una constante
física, sino una manifestación particular en momentos específicos. No se reduce
a procesos biológicos o químicos, sino que opera en el plano de la
trascendencia. Se manifiesta en función de la disposición espiritual, la fe y
la providencia divina.
3. La materia sometida al espíritu. En el orden natural, la materia
sigue las leyes físicas. Pero en el orden sobrenatural, la materia obedece al
espíritu, lo que explica fenómenos como: Bilocación, donde un cuerpo no está
sujeto a la localización espacial. Levitación, donde la gravedad deja de ser un
límite. Multiplicación de alimentos, donde la materia se transforma según un
principio superior.
Lo sobrenatural no es una
anomalía dentro de la ciencia, sino una realidad que opera en otro nivel de
existencia. No puede ser medido con criterios empíricos porque no se rige por
las mismas leyes. Su manifestación responde a principios espirituales, donde la
materia deja de ser el fundamento absoluto de la realidad y se convierte en un
instrumento de la voluntad divina. Los fenómenos sobrenaturales no son meras
anomalías, sino indicios de una realidad que opera bajo principios distintos a
los de la física convencional. ¿Son excepciones dentro del orden natural, o
evidencias de un orden superior? ¿La ciencia moderna tiene las herramientas
para abordarlos sin reducirlos, o necesita una apertura filosófica y
espiritual?
La respuesta dependerá de
hasta qué punto se acepte que la realidad visible no es la única dimensión de
existencia. Todo apunta a que la realidad no se agota en lo visible y material,
sino que existen niveles superiores de existencia, donde las leyes físicas
dejan de ser el único marco de referencia. 1. ¿Son excepciones dentro del orden
natural o evidencias de un orden superior? Si lo sobrenatural fuera simplemente
una anomalía dentro del sistema material, entonces debería ser explicable
dentro de las leyes físicas. Pero los fenómenos como: Bilocación, donde una
persona está presente en dos lugares al mismo tiempo. Levitación, donde la
gravedad pierde su efecto sobre el cuerpo. Multiplicaciones y transformaciones
materiales, como las realizadas por Cristo, no responden a ningún principio
físico convencional, lo que sugiere que hay un orden superior donde la materia
ya no es la base, sino que obedece directamente al espíritu. 2. ¿La ciencia
moderna tiene las herramientas para abordarlos sin reducirlos, o necesita una
apertura filosófica y espiritual? La ciencia ha intentado explicar lo
sobrenatural a través de: Neurología, reduciéndolo a estados alterados de
conciencia. Física cuántica, explorando si existen dimensiones no perceptibles.
Psicología, atribuyéndolo a sugestión o efectos psicosomáticos. Pero ninguna de
estas aproximaciones ha sido capaz de explicar completamente estos fenómenos,
porque lo sobrenatural no se ajusta a las leyes de la materia sino a las del
espíritu. Para comprenderlo, la ciencia necesita una apertura filosófica y
espiritual, que acepte que existen niveles superiores de realidad, donde la
lógica materialista no puede ser la única medida. Lo cual nos conduce a la
afirmación 3. La realidad visible no es la única dimensión de existencia. Si lo
único real fuera lo medible, lo empírico y lo físico, entonces: No podríamos
experimentar el amor ni la fe como fuerzas transformadoras. No existiría la
libertad espiritual ni la búsqueda de sentido. No habría fenómenos que
desborden las leyes de la física. Pero la realidad es más profunda que la
materia, y lo sobrenatural es la prueba de que existen niveles superiores de
existencia. Lo sobrenatural no es un error del sistema ni un fenómeno aislado,
sino un indicio de que la realidad está estructurada en niveles, y que la
materia no es el fundamento absoluto, sino que responde a principios superiores
del espíritu y del amor divino.
Los fenómenos
preternaturales son aquellos que van más allá de lo natural, pero no alcanzan
el nivel de lo sobrenatural, que es exclusivo de Dios. En la teología
cristiana, se considera que los demonios pueden realizar actos preternaturales,
manipulando las leyes naturales sin violarlas, para engañar y generar
confusión. Santo Tomás de Aquino distinguía entre lo natural (lo que ocurre
regularmente en la creación), lo preternatural (lo que sucede raramente por la
acción de seres creados, como los ángeles y demonios) y lo sobrenatural (lo que
solo Dios puede realizar directamente). Los demonios, al ser ángeles caídos,
conservan ciertos poderes que les permiten influir en la realidad de manera
extraordinaria, pero sin realizar verdaderos milagros. En la modernidad, donde
la ciencia busca explicaciones racionales para todo, los fenómenos
preternaturales pueden ser utilizados por el demonio para sembrar dudas,
confusión y alejar a las personas de la fe. Esto puede manifestarse en
apariciones engañosas, falsos milagros o sucesos inexplicables que desvían la
atención de la verdad divina. El demonio puede producir incluso falsos
estigmas, tenemos en Italia el caso de Bongiovanni. Giorgio Bongiovanni es un
caso conocido de estigmatización que ha sido examinado por expertos. Sus
heridas han sido estudiadas por hematólogos, científicos y psiquiatras, y
aunque no se ha podido determinar su origen exacto, algunos consideran que
podrían ser autoinducidas o resultado de un fenómeno psicosomático. Sin
embargo, es en su discurso donde se detecta su procedencia, ya que mezcla
elementos religiosos con afirmaciones sobre extraterrestres y profecías
apocalípticas. La Iglesia Católica no ha reconocido sus estigmas como
auténticos, y algunos críticos lo consideran un fraude. Este caso muestra cómo
los fenómenos extraordinarios pueden generar confusión, especialmente cuando se
mezclan con creencias personales y narrativas que no están alineadas con la
doctrina cristiana tradicional. No es casual que, en los últimos años, la
Iglesia Católica ha visto un aumento en los casos de posesiones y otras
manifestaciones demoníacas, lo que ha llevado a un incremento en la formación y
designación de exorcistas. Según algunos exorcistas, la pérdida de fe en
Occidente ha contribuido a una mayor vulnerabilidad espiritual, facilitando la
acción del demonio. Además, ciertos cultos y prácticas ocultistas han sido
señalados como factores que han intensificado la actividad demoníaca en algunas
regiones. En respuesta, la Iglesia ha reforzado su ministerio de exorcismo,
capacitando a más sacerdotes para enfrentar estos casos con discernimiento y
autoridad espiritual.
Efectivamente, diversos
estudios y testimonios han señalado un aumento preocupante del satanismo, el
ocultismo y el esoterismo en las sociedades occidentales. Este fenómeno se ha
visto impulsado por la pérdida de fe en muchas comunidades, el auge de
prácticas espirituales alternativas y la difusión de ideologías que promueven
la autosuficiencia espiritual sin referencia a Dios. El exorcista P.
Francois-Marie Dermine ha advertido que el satanismo está creciendo en
sociedades descristianizadas, incluso entre líderes religiosos, lo que ha
llevado a la Iglesia a reforzar su enseñanza sobre la fe y la lucha contra la
influencia demoníaca. Además, el sociólogo Massimo Introvigne ha analizado cómo
el satanismo ha evolucionado desde una realidad oculta hasta convertirse en un
fenómeno social con diversas manifestaciones. Este crecimiento del ocultismo y
el esoterismo también ha generado un aumento en la demanda de exorcismos y en
la preocupación por la influencia de estas prácticas en la cultura
contemporánea.
Nada menos que en Estados
Unidos existen organizaciones satánicas con reconocimiento legal. La Iglesia de
Satán, fundada en 1966 por Anton LaVey en San Francisco, es una de las más
conocidas. Su filosofía es ateísta y simbólica, utilizando la figura de Satán
como representación de valores como el individualismo y la autosuficiencia. Además,
el Templo Satánico, fundado en 2013, ha logrado obtener el estatus de religión
reconocida en EE.UU., lo que ha generado controversia. A diferencia de la
Iglesia de Satán, el Templo Satánico se enfoca en la lucha por la separación
entre Iglesia y Estado y en la promoción de valores humanistas. Estos grupos no
practican el satanismo en el sentido tradicional de adoración al demonio, sino
que utilizan la figura de Satán como un símbolo de rebelión contra las normas
religiosas establecidas. Sin embargo, su presencia ha generado debate y
preocupación en sectores cristianos. También Inglaterra ha sido históricamente
un centro de actividad ocultista y satanismo, con figuras como Aleister
Crowley, conocido por su influencia en el ocultismo moderno. Crowley promovió
prácticas esotéricas y rituales que han sido adoptados por diversas corrientes
satánicas y ocultistas. La magia negra, vinculada al satanismo en algunos
casos, se basa en la manipulación de fuerzas ocultas para obtener poder,
venganza o influencia. Aunque el satanismo moderno no siempre está directamente
relacionado con la magia negra, hay grupos que practican rituales con
intenciones egoístas o destructivas. Este crecimiento del ocultismo y el
satanismo en Occidente ha generado preocupación en sectores religiosos y
sociales, especialmente por su impacto en la cultura y la espiritualidad
contemporánea. No es casual que la promoción de la brujería y del paganismo
tengan su epicentro literario en Inglaterra. La literatura fantástica en
Inglaterra ha sido un terreno fértil para la exploración de temas mágicos y
mitológicos. J.K. Rowling, autora de Harry Potter, ha sido objeto de
debates sobre la influencia de la brujería en su obra, con algunos sectores
religiosos preocupados por la representación de la magia. Sin embargo, otros ingenuos
argumentan que su enfoque es más cercano a los cuentos de hadas y la fantasía
clásica que a una promoción del ocultismo. Por otro lado, J.R.R. Tolkien, autor
de El Señor de los Anillos, era un devoto católico y su obra está
impregnada de valores cristianos, aunque utiliza mitologías y lenguajes
inspirados en tradiciones paganas. Su obra no es consecuente con su
pensamiento, y su saga es un retorno al paganismo anticristiano. A diferencia
de Harry Potter, la obra de Tolkien ha sido defendida incautamente por
muchos cristianos como una alegoría del bien contra el mal, con profundas
raíces en la teología cristiana. Lo cual sólo es parcialmente cierto. La verdad
es que las salpicaduras cristianas en su obra no lo eximen del espíritu pagano
anticristiano. La literatura inglesa ha sido un espacio donde la magia, la
brujería, el demonismo y la mitología han servido como herramientas narrativas,
lo que va en consonancia con el declive moral y espiritual de Occidente.
En la estrepitosa decadencia espiritual de
Occidente se han puesto de moda prácticas espirituales que representan un
peligro. Así, la Iglesia Católica ha expresado preocupaciones sobre la práctica
del yoga, los mantras y la meditación, especialmente cuando estas prácticas
están vinculadas a filosofías espirituales ajenas al cristianismo. Algunos
exorcistas y teólogos advierten que ciertas formas de meditación pueden abrir
puertas a influencias espirituales no deseadas. Por ejemplo, el sacerdote y
exorcista Javier Luzón ha señalado que el mindfulness y el yoga pueden llevar a
una desconexión del "yo verdadero", lo que, según su experiencia,
puede facilitar la acción de entidades espirituales malignas. Además,
testimonios de personas que han practicado yoga han reportado experiencias
inquietantes, como sensaciones de presencias extrañas o manifestaciones
demoníacas. En realidad, la Iglesia no condena el ejercicio físico del yoga en
sí, pero advierte sobre su dimensión espiritual, que puede entrar en conflicto
con la fe cristiana. La influencia demoníaca puede manifestarse de diversas
maneras, y según la teología cristiana, existen varios mecanismos por los
cuales los demonios pueden afectar a las personas. Algunas de las formas más
comunes incluyen: 1. Tentación: Es la estrategia más frecuente. Los demonios
buscan influir en los pensamientos y deseos de las personas para alejarlas de
Dios y llevarlas al pecado. 2. Infestación: Se refiere a la presencia demoníaca
en lugares, objetos o incluso en personas que han estado expuestas a prácticas
ocultistas. 3. Opresión: En este caso, los demonios pueden causar sufrimiento
físico, emocional o mental sin poseer directamente a la persona. 4. Posesión:
Es la forma más extrema, en la que un demonio toma control parcial o total del
cuerpo de una persona, afectando su comportamiento y voluntad. 5. Influencia a
través de prácticas espirituales: Algunas prácticas como el ocultismo, la
magia, el espiritismo, ciertos tipos de meditación y el uso de mantras pueden
abrir puertas a influencias demoníacas.
La Iglesia Católica
recomienda la oración, la confesión, la vida sacramental y el uso de la
armadura de Dios (Efesios 6:10-18) como protección contra estas influencias.
Además, el discernimiento espiritual es clave para identificar y rechazar
cualquier influencia maligna. El efecto negativo de ciertas prácticas como el
yoga y el mindfulness puede manifestarse a nivel psicológico y espiritual. Algunos
estudios señalan que la meditación intensa puede provocar ansiedad, disociación
y episodios de depresión en ciertos individuos. Incluso, algunos textos
budistas advierten sobre los riesgos de la meditación sin la guía adecuada,
señalando que puede generar anomalías cognitivas y estados de
despersonalización. Para el budismo, la meditación es una
herramienta poderosa para alcanzar la iluminación, pero no está exenta de
riesgos. Textos budistas antiguos, como el Dharmatrāta, advierten sobre
posibles efectos adversos de la meditación intensa, incluyendo síntomas de depresión, ansiedad, disociación y despersonalización.
Estos efectos han sido documentados en estudios modernos, que muestran que más
del diez por ciento de los meditadores experimentan impactos negativos
significativos en su vida cotidiana. Ahora bien, desde la perspectiva cristiana, algunos exorcistas han
advertido que ciertas prácticas pueden abrir puertas a influencias espirituales
demoníacas. Esto ocurre cuando la persona se expone a técnicas que buscan
vaciar la mente o alterar la conciencia sin una referencia clara a Dios. En
estos casos, la vulnerabilidad espiritual facilita la acción de entidades
malignas, generando confusión, obsesiones o incluso fenómenos preternaturales.
En suma, dentro de la
tradición cristiana, los fenómenos sobrenaturales son exclusivos de Dios y
manifiestan su poder directo sobre la creación, mientras que los fenómenos
preternaturales, aunque extraordinarios, provienen de seres creados, como
ángeles y demonios. Estos últimos, especialmente los demonios, buscan imitar lo
sobrenatural para generar confusión, distorsionar la fe y alejar a las almas de
Dios. La historia de la Iglesia ha registrado numerosos casos de falsos
milagros, apariciones engañosas y fenómenos extraordinarios que, lejos de ser
manifestaciones divinas, han tenido origen preternatural con el propósito de
sembrar el error. Por eso, el discernimiento espiritual es fundamental, y la
Iglesia, con su autoridad, examina rigurosamente estos sucesos antes de
reconocer su autenticidad.
Referencias
Aquino, T. (1265-1274). Summa Theologica. Biblioteca de Autores
Cristianos. /Bergson, H. (1907). L’évolution créatrice. Félix Alcan. /Blondel,
M. (1893). L’Action: Essai d’une critique de la vie et d’une science de la
pratique. Félix Alcan. /Harry Potter: Existe una
bibliografía detallada de J.K. Rowling compilada por Philip W. Errington,
titulada J.K. Rowling: A Bibliography 1997-2013, publicada por
Bloomsbury /Heidegger, M. (1927). Sein
und Zeit (Ser y tiempo). Niemeyer. /Marcel, G. (1927). Journal
métaphysique (Diario metafísico). Gallimard. /Platón. (380 a.C.). La
República. Gredos. /San Juan de la Cruz. (1584). Subida al Monte Carmelo.
Biblioteca de Autores Cristianos. /Santa Teresa de Ávila. (1588). Las
Moradas. Biblioteca de Autores Cristianos. /Singer, P. (1975). Animal
Liberation: A New Ethics for Our Treatment of Animals. Random House. /San
Pablo. (s. I). Carta a los Corintios. Biblia de Jerusalén /Tolkien, R.
R. El Señor de los Anillos.
Capítulo 3
Lo Sobrenatural Bajo la Mirada Filosófica
Exponentes, Clasificación y Leyes
Este capítulo explora cómo
distintos filósofos han abordado la idea de lo sobrenatural, su relación con la
trascendencia y la experiencia espiritual. A través de cada autor, analizamos
sus principales contribuciones, seguidas de una evaluación crítica. Además, se
propone una clasificación y al final se formulan sus leyes fenomenológicas.
Exponentes
Henri Bergson: La energía espiritual y el impulso vital. Propuso una
visión dinámica de la realidad basada en el concepto de élan vital
(impulso vital), una fuerza creadora que impulsa la evolución y la creatividad
en la naturaleza. Para Bergson, la experiencia espiritual no era una realidad
estática sino un movimiento continuo hacia lo superior, donde el pensamiento
intuitivo tenía más acceso a la verdad que el intelecto racional. Crítica: La
noción de lo sobrenatural en Bergson se presenta de manera difusa, sin una
clara distinción entre lo trascendental y lo meramente evolutivo. Aunque su
enfoque sobre la intuición es valioso, su concepto de impulso vital carece de
una fundamentación teológica clara, lo que dificulta su aplicación dentro de
una visión cristiana del sobrenatural.
William James: Experiencia religiosa y pragmatismo. Abordó la religión
desde una perspectiva pragmática, analizando la experiencia individual y su
impacto en la vida cotidiana. En Las variedades de la experiencia religiosa,
destacó que lo sobrenatural no debía ser entendido como una entidad metafísica
independiente, sino como una vivencia personal con efectos psicológicos y
sociales. Crítica: Su interpretación pragmática reduce la religión a sus
efectos en la subjetividad humana, dejando de lado su dimensión objetiva. Al
eliminar cualquier referencia a lo sobrenatural como un principio trascendental
independiente, su visión se aleja de la perspectiva cristiana, que reconoce la
acción de lo divino más allá de la experiencia individual.
Gabriel Marcel: Existencialismo y lo sobrenatural. El problema de la
trascendencia se vincula con la relación entre el individuo y el misterio de la
existencia. Defendió un existencialismo cristiano en el que la apertura al
misterio es fundamental para comprender el sentido profundo de la vida. La fe,
en este sentido, es una participación en un orden superior que no puede ser
reducido a una mera construcción humana. Crítica: Su visión del misterio como
un horizonte que se vive pero no se define completamente es profunda, pero deja
ciertas preguntas abiertas sobre la naturaleza de lo sobrenatural en relación
con la revelación cristiana. Su enfoque filosófico es más fenomenológico que
dogmático, lo que puede generar ambigüedad en su aplicación teológica.
Edmund Husserl: Fenomenología y conciencia trascendental. Desarrolló la
fenomenología como método para comprender la estructura de la conciencia. Su
concepto de conciencia trascendental establecía que la realidad es
accesible solo a través de la percepción subjetiva. Aunque su pensamiento
influyó en estudios sobre la fe y la experiencia religiosa, su enfoque
filosófico no hace referencia explícita a lo sobrenatural. Crítica: La
fenomenología husserliana, al centrarse en la subjetividad, puede reducir lo
sobrenatural a una experiencia interna sin reconocer su existencia objetiva. Su
metodología es útil para describir la vivencia de lo divino, pero no para
fundamentar la realidad del orden sobrenatural.
Max Scheler: Filosofía de los valores y experiencia religiosa. Desarrolló
una filosofía de los valores que incluía la dimensión espiritual. Consideraba
que la experiencia religiosa revelaba los valores más altos, los cuales
conectaban al ser humano con lo trascendente. La intuición del valor supremo
acercaba al hombre a lo divino. Crítica: Aunque Scheler reconoce una dimensión
objetiva de lo trascendente, su sistema filosófico no profundiza en la
revelación cristiana ni en la acción directa de lo sobrenatural. Su enfoque
antropológico es valioso, pero no establece un vínculo claro con la doctrina
cristiana.
Vladimir Soloviev: Metafísica del amor y lo divino. Exploró la relación
entre el amor y la naturaleza divina, desarrollando una metafísica basada en la
unión del ser humano con Dios. Para él, el amor absoluto es el principio de la
existencia y el puente hacia lo sobrenatural. Crítica: Su enfoque es
profundamente cristiano y místico, pero su visión del amor como fuerza
metafísica deja algunas cuestiones sobre la acción concreta de lo sobrenatural
en la historia humana. Sin embargo, su énfasis en la comunión con Dios es una
aportación valiosa para la teología cristiana.
Teilhard de Chardin: Evolución espiritual y el "Punto Omega".
Intentó reconciliar la evolución con la fe cristiana, postulando el Punto
Omega como el destino final de la humanidad en Dios. Para él, el desarrollo
espiritual es una progresión que culmina en una unión definitiva con el
Creador. Crítica: Su visión evolutiva de lo sobrenatural ha sido cuestionada
por algunos teólogos, ya que presenta una interpretación dinámica que puede
diluir la noción de intervención divina en momentos históricos concretos. Sin
embargo, su enfoque sobre la convergencia en Dios es un aporte interesante.
Nicolás Berdiaev: Existencialismo cristiano y libertad sobrenatural. Defendió
un existencialismo cristiano donde la libertad juega un papel central en la
relación entre el hombre y lo divino. Lo sobrenatural, en su visión, es la
expresión más alta de la libertad del espíritu humano. Crítica: Aunque su
énfasis en la libertad es valioso, corre el riesgo de minimizar la acción
directa de Dios en la historia y reducir el orden sobrenatural a una
experiencia subjetiva. Aun así, su defensa del cristianismo como fuente de
verdadera libertad es un aporte significativo.
Rudolf Otto: Lo santo y la experiencia del misterio. Exploró la idea de
lo santo como lo mysterium tremendum et fascinans, una realidad que
inspira temor y atracción. Para él, lo sobrenatural no es solo una categoría
racional, sino una experiencia directa de lo divino. Crítica: Su enfoque
fenomenológico describe bien la vivencia de lo sagrado, pero no profundiza en
la relación entre lo sobrenatural y la revelación cristiana. Sin embargo, su
conceptualización del misterio divino ha enriquecido la teología de la
trascendencia.
Emmanuel Mounier: Personalismo y trascendencia. Desarrolló el
personalismo, destacando la importancia de la persona en su relación con lo
trascendente. La dimensión sobrenatural, en su visión, se integra en el
desarrollo de la identidad y el compromiso con los valores cristianos. Crítica:
Aunque su enfoque es profundamente cristiano, su visión del sobrenatural
depende mucho de la evolución interior de la persona, sin enfatizar
suficientemente la acción directa de Dios en la historia.
Maurice Blondel: La distinción entre problema y misterio. Distinguió
entre el problema, que se resuelve racionalmente, y el misterio, que exige una
apertura trascendental. Lo sobrenatural, en su visión, es un misterio que
transforma la existencia. Crítica: Su enfoque es filosóficamente valioso, pero
deja abiertas preguntas sobre la revelación cristiana y la intervención divina
concreta.
Clasificaciones
A continuación, intentamos
una clasificación de las diversas posturas desde lo ontológico, lo epistémico y
lo religioso-teológico. Clasificación Ontológica (según su concepción de la
realidad y lo sobrenatural):
1.
Ontología Evolutiva y Vitalista
o Henri Bergson: El élan vital como
principio creativo en la evolución.
o Teilhard de Chardin: Desarrollo espiritual en
un proceso evolutivo hacia el Punto Omega.
2.
Ontología Fenomenológica y Existencialista
o Edmund Husserl: La conciencia como estructura
de la realidad.
o Gabriel Marcel: Lo sobrenatural como misterio
que se vive existencialmente.
o Nicolás Berdiaev: La libertad como fundamento
ontológico de la trascendencia.
3.
Ontología Metafísica y Personalista
o Vladimir Soloviev: El amor absoluto como
principio ontológico del ser.
o Emmanuel Mounier: La persona como realidad
abierta a la trascendencia.
4.
Ontología Teológica y Mística
o Rudolf Otto: Lo sagrado como experiencia del mysterium
tremendum.
o Maurice Blondel: La fe como misterio que
trasciende lo puramente racional.
5.
Ontología Ética y Filosofía de los Valores
o Max Scheler: La jerarquía de valores como
clave de la experiencia religiosa.
o William James: La religión como una
estructura funcional que impacta la vida.
Clasificación Epistémica
(según su concepción del conocimiento y la experiencia de lo sobrenatural):
1.
Epistemología Intuitiva y Vitalista
o Bergson: El conocimiento intuitivo es
superior al racional.
o Teilhard de Chardin: La evolución espiritual
como proceso cognitivo.
2.
Epistemología Fenomenológica y Existencialista
o Husserl: Lo sobrenatural solo es accesible a
través de la conciencia intencional.
o Marcel: La fe no es una prueba racional, sino
una experiencia viva.
o Berdiaev: La libertad es el vehículo del
conocimiento trascendental.
3.
Epistemología Teológica y Mística
o Otto: El misterio divino es un conocimiento
experiencial.
o Soloviev: La verdad última se conoce a través
del amor absoluto.
o Blondel: La distinción entre problema y
misterio en el conocimiento.
4.
Epistemología Ética y Pragmática
o Scheler: El conocimiento moral se vincula a
los valores más altos.
o James: La verdad religiosa se valida por su
impacto en la vida cotidiana.
o Mounier: La trascendencia se conoce mediante
la relación personal con Dios.
Clasificación Religioso-teológica:
1.
Teólogos y Pensadores Cristianos
o
Gabriel Marcel: Existencialismo cristiano basado en la apertura
al misterio y la fe.
o
Vladimir Soloviev: Metafísica cristiana del amor como unión con lo
divino.
o
Teilhard de Chardin: Visión evolutiva de la fe cristiana con el Punto Omega como destino espiritual.
o
Nicolás Berdiaev: Existencialismo cristiano centrado en la libertad
como camino a Dios.
o
Emmanuel Mounier: Personalismo cristiano y trascendencia como
fundamento del ser.
o
Maurice Blondel: Distinción entre el problema racional y el
misterio sobrenatural en la teología.
2.
Filósofos con Influencias
Religiosas
o
Henri Bergson: Explora la intuición y el élan vital en una visión que roza la trascendencia.
o
Rudolf Otto: Define lo santo como una experiencia mística de
lo mysterium
tremendum.
o
Max Scheler: Relaciona los valores espirituales con la
estructura moral del universo.
3.
Pensadores con una Visión
Ambigua sobre lo Sobrenatural
o
Edmund Husserl: Analiza la conciencia trascendental sin
vinculación clara con la revelación cristiana.
o
William James: Explica la religión en términos psicológicos y
pragmáticos, sin asumir su carácter sobrenatural.
Para la Iglesia lo
recomendable es adoptar una postura integral sobre el fenómeno sobrenatural,
recomendando que este abarque tres dimensiones fundamentales: la ontológica, la
epistémica y la religioso-teológica. El propósito es evitar sesgos riesgosos
que pueden tergiversar la manifestación de dicha fenomenología.
1. Postura Ontológica
Debe fundamentarse en la existencia real y
objetiva de lo sobrenatural como una categoría que trasciende lo meramente
natural. Esto implica:
·
Reconocer que lo sobrenatural no es una extensión de lo natural, sino un
ámbito distinto gobernado por la voluntad divina.
·
Distinguir entre lo sobrenatural (obra directa de Dios), lo
preternatural (acción de ángeles y demonios) y lo natural (realidad creada).
·
Afirmar que lo sobrenatural interviene en la historia humana,
especialmente en los sacramentos, milagros y revelaciones.
2. Postura Epistémica
Debe asumir que el conocimiento de lo
sobrenatural no puede ser reducido a la racionalidad humana, pero tampoco debe
excluir el intelecto. Esto implica:
·
Rechazar el empirismo radical que niega lo sobrenatural por falta de
evidencia material.
·
Reconocer que lo sobrenatural no es subjetivo, sino una realidad
objetiva accesible por la fe y la revelación.
·
Considerar el papel del misterio en la experiencia religiosa, sin
confundirlo con lo irracional.
3. Postura Religioso-Teológica
Debe basarse en la enseñanza de la Iglesia y
en la revelación divina. Esto implica:
·
Afirmar que lo sobrenatural proviene exclusivamente de Dios y se
manifiesta según su voluntad.
·
Advertir sobre los peligros de los fenómenos preternaturales que imitan
lo divino para engañar.
·
Enseñar que la relación con lo sobrenatural no es una cuestión
individualista, sino que debe estar en comunión con la Iglesia.
Leyes fenomenológicas
Con esta triple
perspectiva, se establece una base firme para comprender y discernir los
fenómenos sobrenaturales dentro de la doctrina cristiana. Ahora bien, sobre la
base de una filosofía ontorrealista, la filosofía de lo sobrenatural puede
formular las siguientes leyes que rigen su fenomenología en distintos ámbitos:
1. Leyes Ontológicas
(relativas a la realidad del orden sobrenatural)
- Ley de la distinción ontológica: Lo sobrenatural no es una
extensión de lo natural, sino una realidad superior con su propio modo de
existencia.
- Ley de la acción trascendente: Lo sobrenatural puede intervenir en
la historia humana, pero sin alterar el orden de las leyes naturales.
- Ley de la manifestación divina: Lo sobrenatural solo procede de
Dios, mientras que lo preternatural puede manifestarse por ángeles o
demonios.
2. Leyes Epistémicas (sobre
el conocimiento de lo sobrenatural)
- Ley del acceso por la fe: Lo sobrenatural no es accesible por
métodos empíricos, sino por la fe y la revelación.
- Ley de la no reducción racional: Aunque la razón ayuda a comprender
lo sobrenatural, este no puede ser reducido a conceptos racionales.
- Ley del misterio esencial: Lo sobrenatural siempre conserva un
aspecto de misterio que no puede ser plenamente desvelado.
3. Leyes Teológicas (sobre
su relación con Dios y la revelación)
- Ley de la intervención divina: Dios actúa en lo sobrenatural para
manifestar su voluntad en la historia.
- Ley del discernimiento espiritual: No todo lo que parece
sobrenatural proviene de Dios; se requiere un juicio teológico para
distinguirlo del preternatural.
- Ley de la comunión: Lo sobrenatural no es individualista; siempre
está vinculado a la relación del alma con Dios y la Iglesia.
4. Leyes Morales (sobre la
responsabilidad ética ante lo sobrenatural)
- Ley de la humildad ante lo divino: La experiencia de lo
sobrenatural debe ser recibida con humildad, evitando el orgullo
espiritual.
- Ley del rechazo de lo preternatural maligno: Se debe evitar
cualquier apertura a lo preternatural demoníaco, como el ocultismo o la
magia negra.
- Ley de la obediencia a la revelación: Lo sobrenatural debe ser
interpretado a la luz de la revelación cristiana, sin desviaciones
ideológicas o especulaciones esotéricas.
Estas leyes ofrecen un marco sólido para
comprender y discernir el fenómeno sobrenatural desde una perspectiva
ontorrealista.
Esquema fenomenológico
Este
esquema fenomenológico del fenómeno sobrenatural es fundamental porque
proporciona un marco claro y estructurado para analizar sus manifestaciones
desde distintas perspectivas: corporales, psicológicas e intelectivas. Al
distinguir entre lo místico y lo preternatural, permite un discernimiento más
preciso sobre qué experiencias provienen de Dios y cuáles pueden ser
manipulaciones de entidades malignas. Además, facilita una comprensión más
profunda de la interacción entre lo sobrenatural y la realidad humana, evitando
confusiones entre efectos psicológicos, estados espirituales y fenómenos
externos. En el contexto de la teología y la filosofía, este esquema también
ayuda a establecer criterios sólidos para el análisis de casos concretos,
proporcionando una base ontológica y epistémica que respalde la postura
cristiana sobre la acción de Dios en la historia y la influencia de lo
preternatural en la experiencia humana.
I. Manifestaciones
Corporales
🔹 Fenómenos místicos corporales
- Estigmas: Aparición de heridas similares a las de Cristo.
- Éxtasis: Estado de suspensión sensorial con pérdida parcial de
movilidad.
- Incorruptibilidad: Conservación del cuerpo después de la muerte sin
descomposición natural.
- Levitación: Elevación del cuerpo sin causa natural aparente.
- Abstinencia prolongada: Capacidad de sobrevivir sin alimento ni
agua por intervención sobrenatural.
- Desmaterialización: Fenómeno en el cual el cuerpo parece
desaparecer o volverse intangible en momentos de profunda oración o
éxtasis místico.
🔹 Fenómenos preternaturales corporales
- Movimientos involuntarios: Espasmos o convulsiones sin causa
médica.
- Alteraciones en temperatura corporal: Frío o calor extremo sin
razón aparente.
- Cambios físicos inexplicables: Transformaciones de la voz o del
rostro en casos de posesión.
II. Manifestaciones
Psicológicas
🔹 Fenómenos místicos psicológicos
- Arrobamiento: Sensación de unión profunda con Dios.
- Experiencias de iluminación: Percepción de verdades espirituales
con claridad inmediata.
- Conversión repentina: Cambio radical en la vida moral y espiritual.
- Acidia mística: Estado de profunda fatiga espiritual que puede
aparecer en almas avanzadas, generando una aparente indiferencia hacia
Dios que, paradójicamente, suele ser señal de una etapa de purificación
interior.
🔹 Fenómenos preternaturales psicológicos
- Terror repentino sin causa aparente: Sensación de angustia ante una
presencia oscura.
- Distorsión de la realidad: Percepción de visiones falsas o
engañosas.
- Obsesión demoníaca: Pensamientos intrusivos de origen
malintencionado.
III. Manifestaciones
Intelectivas
🔹 Fenómenos místicos intelectivos
- Revelación privada: Comunicación directa de un mensaje divino.
- Profecía: Conocimiento anticipado de eventos futuros por
intervención divina.
- Sabiduría mística: Comprensión profunda de realidades espirituales
sin aprendizaje previo.
🔹 Fenómenos preternaturales intelectivos
- Conocimiento repentino de lenguas desconocidas: Manifestación en
ciertos casos de posesión.
- Comprensión distorsionada de doctrinas religiosas: Impulsada por
influencias engañosas.
- Falsos mensajes espirituales: Supuestas revelaciones que conducen
al error.
Lo
sobrenatural bajo la mirada filosófica nos permite comprender la relación entre
el ser humano y la realidad trascendente desde distintos enfoques. A través de
la ontología, nos ayuda a definir su naturaleza como algo que supera lo
meramente natural y no puede ser reducido a causas físicas o materiales. Desde
la epistemología, nos brinda herramientas para discernir cómo el conocimiento
de lo sobrenatural es accesible, ya sea por la fe, la intuición o la
revelación. En el ámbito teológico, nos permite diferenciar lo sobrenatural
auténtico, proveniente de Dios, de lo preternatural, manifestado por ángeles o
demonios, lo que es crucial para el discernimiento espiritual. Finalmente, la
perspectiva moral nos invita a reflexionar sobre cómo la relación con lo sobrenatural
impacta la vida humana, exigiendo humildad, discernimiento y fidelidad a la
verdad revelada. Este análisis filosófico no solo amplía nuestra comprensión de
lo sobrenatural, sino que también fortalece la manera en que interactuamos con
lo divino y protegemos la fe de posibles engaños.
Referencias
Bergson, H. (1907). L’évolution créatrice. Félix Alcan. /Berdiaev,
N. (1947). L'esprit et la liberté. Editions du Seuil. /Blondel, M.
(1893). L’Action: Essai d’une critique de la vie et d’une science de la
pratique. Félix Alcan. /Chardin, P. T. (1955). El fenómeno humano.
Editorial Taurus. /Husserl, E. (1913). Ideas relativas a una fenomenología
pura y una filosofía fenomenológica. Niemeyer. /James, W. (1902). Las
variedades de la experiencia religiosa. Longmans, Green & Co. /Marcel,
G. (1949). Le mystère de l’être. Aubier. /Mounier, E. (1949). Introduction
aux existentialismes. Presses Universitaires de France. /Otto, R. (1917). Das
Heilige: Über das Irrationale in der Idee des Göttlichen und sein Verhältnis
zum Rationalen. C.H. Beck. /Scheler, M. (1916). Der Formalismus in der
Ethik und die materiale Wertethik. Niemeyer. /Soloviev, V. (1897). Justification
of the Good: An Essay on Moral Philosophy. St. Vladimir’s Seminary Press.
Capítulo
4
La
parapsicología y la búsqueda científica
de lo inexplicable
La
parapsicología ha sido un campo de estudio que busca explorar fenómenos que
desafían las explicaciones convencionales de la ciencia. La parapsicología ha evolucionado a lo largo
de la historia en distintas etapas:
1.
Periodo Mítico (Antigüedad - 1778): Los fenómenos paranormales eran
interpretados como magia o manifestaciones divinas. Se encuentran referencias
en textos religiosos como el Zend-Avesta persa y la Biblia.
2.
Periodo Magnético (1778 - 1847): Franz Mesmer introdujo el concepto de magnetismo
animal, precursor de la hipnosis. Se comenzó a estudiar la influencia de la
mente sobre el cuerpo.
3.
Periodo Espiritista (1847 - 1882): Con el auge del espiritismo, se
popularizaron las sesiones con médiums. Charles Richet reconoció la importancia
de este movimiento en la investigación de fenómenos psíquicos.
4.
Periodo Pre-Científico (1882 - 1927): Se fundó la Society for
Psychical Research en 1882, con el objetivo de estudiar fenómenos
paranormales de manera sistemática. Investigadores como Frederic W.H. Myers y
William Crookes realizaron estudios sobre telepatía y espiritismo.
5.
Periodo Científico (1927 - actualidad): J.B. Rhine estableció el primer
laboratorio de parapsicología en la Universidad de Duke, utilizando métodos
estadísticos para estudiar la percepción extrasensorial. En tiempos recientes,
Dean Radin ha explorado la relación entre la conciencia y la física cuántica.
A pesar de los avances, la parapsicología
sigue siendo un campo controvertido, con críticas sobre la replicabilidad de
sus experimentos y la falta de aceptación dentro de la comunidad científica. Mario
Bunge clasificó la parapsicología como una pseudociencia, argumentando que
carece de fundamentos empíricos y metodológicos rigurosos. Según él, la falta
de falsabilidad y replicabilidad en los experimentos parapsicológicos impide
que sean considerados científicos. Algunos defensores de la parapsicología han
señalado que su rechazo es demasiado categórico y que ignora ciertos estudios
que han intentado aplicar métodos científicos al análisis de fenómenos
paranormales. Investigadores como Dean Radin han argumentado que la conciencia
y la intención pueden influir en la realidad física, basándose en experimentos
con mecánica cuántica. Además, se ha señalado que la ciencia ha evolucionado
históricamente al explorar fenómenos inicialmente considerados inexplicables,
por lo que descartar la parapsicología sin más podría limitar el avance del
conocimiento. Sin embargo, la mayoría de la comunidad científica sigue
considerando que los estudios en parapsicología no cumplen con los estándares
necesarios para ser aceptados como ciencia legítima. La Parapsychological Association (PA) fue aceptada
como miembro afiliado de la American Association for the
Advancement of Science (AAAS) en 1969. Sin embargo, la
parapsicología ha enfrentado un rechazo constante dentro de la comunidad
científica, y su estatus es objeto de debate. Aunque no fue
"expulsada" formalmente, su influencia dentro de la academia ha
disminuido con el tiempo, y muchas universidades han dejado de ofrecer
programas de investigación en esta área debido a la falta de evidencia
replicable y el escepticismo generalizado
Exponentes
J. B. Rhine (1895-1980): Defendió la
existencia de la percepción extrasensorial (ESP) y la telepatía mediante
experimentos con cartas Zener, argumentando que los resultados mostraban un
fenómeno estadísticamente significativo. Crítica: Sus métodos fueron
cuestionados por posibles sesgos y errores en el diseño experimental, lo que
llevó a dificultades en la replicabilidad de sus hallazgos.
Charles Richet (1850-1935): Propuso la
metapsíquica como una forma de estudiar la telepatía y la precognición con un
enfoque científico, buscando explicaciones fisiológicas para los fenómenos
paranormales. Crítica: Sus estudios carecían de pruebas concluyentes y eran
basados en observaciones anecdóticas, lo que impedía su aceptación dentro de la
comunidad científica.
Frederic W. H. Myers (1843-1901): Introdujo
la teoría del "yo subliminal" y exploró la posibilidad de la
supervivencia de la conciencia después de la muerte mediante la investigación
psíquica. Crítica: Sus teorías no han sido verificadas experimentalmente y
dependen de testimonios subjetivos, lo que dificulta su aceptación en la
ciencia convencional.
William Crookes (1832-1919): Investigó el
espiritismo y documentó fenómenos paranormales, incluyendo la materialización
de espíritus mediante el estudio de médiums como Florence Cook. Crítica: Se
argumenta que sus experimentos carecían de controles adecuados, y algunos lo
acusaron de ser víctima de fraudes de los médiums que estudió.
Ian Stevenson (1918-2007): Documentó casos de
niños que afirmaban recordar vidas pasadas, encontrando patrones en marcas de
nacimiento y relatos que coincidían con personas fallecidas. Crítica: Sus
investigaciones han sido criticadas por la falta de evidencia verificable y por
el posible sesgo cultural en la interpretación de los testimonios.
Dean Radin (1952- ): Propuso que la
conciencia y la intención humana pueden influir en la realidad física,
basándose en experimentos con el efecto observador en la mecánica cuántica.
Crítica: Sus hallazgos han sido cuestionados debido a la dificultad de replicar
sus experimentos y a la falta de consenso sobre la interpretación de los
resultados.
Muchas investigaciones parapsicológicas
han intentado explicar los fenómenos paranormales a través de conceptos como la
percepción extrasensorial, la energía psíquica o la influencia de la conciencia
sobre la materia, pero han evitado incorporar hipótesis sobrenaturales en su
análisis. Una posible razón para esta exclusión es el intento de presentar la
parapsicología como una ciencia, alejándose de enfoques religiosos y
esotéricos. Sin embargo, al descartar la posibilidad de entidades o fuerzas
sobrenaturales, se ha dejado fuera una dimensión que podría ser clave para
comprender ciertos fenómenos. Esto ha llevado a debates sobre si la
parapsicología debería ampliar su marco teórico o si, por el contrario, debería
centrarse exclusivamente en mecanismos naturales verificables. El sesgo
cientificista y positivista malogró sus investigaciones y resultados.
Los fenómenos
parapsicológicos han sido objeto de investigación y debate durante décadas.
Desde un punto de vista imparcial, los estudios en parapsicología han intentado
demostrar la existencia de fenómenos como la percepción extrasensorial (ESP),
la telepatía, la precognición y la influencia de la conciencia sobre la
materia. Como evidencia a favor algunos experimentos han mostrado resultados
que parecen desviarse de lo que se esperaría por azar, lo que ha llevado a
algunos investigadores a plantear la posibilidad de que ciertos fenómenos
parapsicológicos sean reales. Estudios como los de J.B. Rhine con cartas Zener
o los análisis estadísticos de Dean Radin sobre intención y conciencia han sido
presentados como indicios de efectos no explicados por la ciencia convencional.
Sin embargo, la falta de replicabilidad de los resultados es una crítica
constante. Los estudios que han afirmado demostrar estos fenómenos suelen tener
dificultades para ser replicados en condiciones controladas, y algunos han sido
cuestionados por posibles sesgos metodológicos. La mayoría de la comunidad
científica sostiene que los efectos observados pueden explicarse por errores
experimentales, sesgos de confirmación o incluso fraude en algunos casos. En
conclusión, aunque hay investigaciones que sugieren la existencia de fenómenos
parapsicológicos, la falta de pruebas contundentes y replicables ha impedido
que sean aceptados como parte de la ciencia convencional. Su estudio sigue
siendo un área de exploración que genera interés, pero también es motivo de
escepticismo.
No obstante, a lo largo de
la historia, diversas fuerzas armadas y agencias de inteligencia han mostrado
interés en los fenómenos parapsicológicos, explorando su posible aplicación en
estrategias militares y de espionaje. En Estados Unidos, por ejemplo, la CIA
llevó a cabo el Proyecto Stargate, un programa de investigación sobre visión
remota que buscaba determinar si ciertas personas podían obtener información a
distancia sin medios convencionales. Asimismo, se han reportado estudios
similares en Rusia y China, donde se ha investigado la posibilidad de utilizar
habilidades psíquicas en operaciones de inteligencia y seguridad. Aunque estos
programas han generado interés, la falta de evidencia replicable ha llevado a
que muchos sean descontinuados o considerados experimentos sin resultados
concluyentes.
La relación del poder
político y militar con las facultades paranormales data desde muy antiguo. Así,
la historia del chamán Antarqui y su supuesta capacidad de viajar astralmente
es parte de las leyendas que rodean la expedición de Túpac Yupanqui hacia
Oceanía. Según algunos relatos, Antarqui habría utilizado sus habilidades para
explorar espiritualmente las islas antes de que el inca emprendiera la travesía
física. Túpac Yupanqui, príncipe heredero del Imperio Inca, habría recibido
información sobre tierras lejanas a través de comerciantes que hablaban de las
islas Auachumbi y Niñachumbi. Motivado por su espíritu explorador, organizó una
expedición con cientos de embarcaciones y miles de hombres para cruzar el
Pacífico. Aunque la veracidad de este viaje ha sido debatida, estudios
recientes han demostrado que, con la tecnología naval de la época, la travesía
era posible. La figura de Antarqui añade un elemento místico a la historia,
vinculando la exploración con prácticas chamánicas y conocimientos ancestrales.
Según algunas interpretaciones del mito de los hermanos Ayar, se les atribuyen
habilidades extraordinarias que podrían considerarse poderes paranormales. Por
ejemplo, se dice que Ayar Cachi tenía una fuerza descomunal y que, al ser
encerrado en una cueva, su grito fue tan poderoso que sacudió la tierra y abrió
montañas. Ayar Uchu, por otro lado, fue convertido en piedra tras desafiar a un
ídolo sagrado, lo que sugiere una conexión con fuerzas sobrenaturales. Además,
algunos relatos mencionan que Ayar Auca desarrolló alas y voló hacia la pampa
del Sol antes de convertirse en piedra, lo que refuerza la idea de que estos
personajes poseían habilidades más allá de lo humano. Estas narraciones han
llevado a algunos investigadores, como Rodolfo Sánchez Garrafa, a sugerir que
los hermanos Ayar eran sacerdotes con poderes chamánicos, lo que explicaría su
papel en la fundación de Cuzco.
Otros relatos míticos
también describen poderes sobrenaturales. En la mitología china, Sun Wukong, el
legendario Rey Mono, nació de una piedra mágica que había absorbido la energía
del cielo y la tierra. Desde su origen, poseía habilidades extraordinarias que
lo hacían único entre los seres vivos: podía transformarse en cualquier
criatura, viajar miles de kilómetros en un solo salto y manejar la energía
vital a su voluntad. Movido por su ambición de alcanzar la inmortalidad,
desafió a los dioses del Cielo, robó el elixir de la vida y el fruto sagrado
del árbol de la inmortalidad, lo que lo llevó a enfrentarse al mismísimo
Emperador de Jade. Su rebeldía lo convirtió en uno de los personajes más
fascinantes de la mitología china, y su historia quedó inmortalizada en Viaje
al Oeste, donde acompaña al monje Tang Sanzang en su travesía espiritual,
enfrentándose a demonios y entidades sobrenaturales en el camino.
En la mitología hindú, se
cuenta la historia de Surya, el dios del sol, cuya intensidad era tan
abrumadora que su esposa, Sanjna, no podía soportarlo. Incapaz de convivir con
su esposo, Sanjna decidió crear una copia perfecta de sí misma llamada Chhaya, que
ocupó su lugar mientras ella escapaba a la Tierra transformada en una yegua.
Surya, al descubrir su ausencia, descendió al mundo terrenal y, al hallar a
Sanjna en su forma equina, adoptó también la apariencia de un caballo. De su
unión nació Ashwini, un dios con habilidades sobrenaturales que más tarde se
convertiría en el sanador divino de los dioses, conocido por su capacidad de
restaurar la salud y la vitalidad con su toque. Este relato no solo refleja la
interacción entre el mundo divino y el humano, sino que también destaca el
poder de la transformación y la influencia de los dioses sobre la realidad. Ambas
leyendas muestran personajes con habilidades paranormales que desafían las
reglas naturales, ya sea a través de la magia, la voluntad divina o la conexión
con fuerzas cósmicas.
La parapsicología, al
intentar abordar los fenómenos paranormales con un enfoque científico, se ha
enfrentado a dificultades metodológicas que han limitado su aceptación en la
comunidad científica. Su apego a métodos positivistas ha llevado a que muchos de
sus experimentos carezcan de replicabilidad y sean criticados por falta de
rigor. Sin embargo, los relatos sobre experiencias paranormales y
sobrenaturales continúan surgiendo en diferentes culturas y épocas, lo que
sugiere que estos fenómenos siguen ocurriendo, independientemente de su
validación científica. Algunos investigadores y filósofos sostienen que su
comprensión requiere una aproximación más holística, integrando perspectivas
espirituales y religiosas que permitan interpretar estos eventos desde un marco
de significado y trascendencia. Esta postura plantea preguntas fundamentales
sobre la naturaleza de la realidad y el papel de la ciencia en la exploración
de lo inexplicable.
La ciencia, tal como se
entiende en la actualidad, se basa en la observación empírica, la
experimentación y la falsabilidad como criterios fundamentales para validar
conocimientos. Su enfoque busca evitar interpretaciones subjetivas y garantizar
que los resultados sean replicables. Sin embargo, algunos argumentan que este
método deja fuera dimensiones de la experiencia humana, como la conciencia, los
fenómenos espirituales y las vivencias subjetivas que no pueden ser fácilmente
medidas o verificadas. Desde esta perspectiva, integrar enfoques más subjetivos
podría ampliar el alcance de la ciencia y permitir una exploración más profunda
de fenómenos que escapan a los límites de la observación estrictamente
material. Por otro lado, aceptar que ciertos fenómenos pertenecen a un ámbito
más filosófico y espiritual permitiría abordarlos desde marcos de significado
distintos al científico, sin necesidad de forzar su estudio dentro de
metodologías que quizá no les sean aplicables. Esta visión sostiene que la
ciencia tiene sus propios límites y que no todo el conocimiento debe ser
explicado con herramientas empíricas. En última instancia, la respuesta
dependerá de cómo se conciba la relación entre ciencia y conocimiento.
La relación entre ciencia y conocimiento ha
sido concebida de distintas maneras a lo largo de la historia. Aquí algunas
perspectivas fundamentales:
1.
Ciencia como la única vía para el conocimiento (Positivismo): En esta
visión, la ciencia es el único método válido para obtener conocimiento
verdadero. Se basa en la observación, la experimentación y la falsabilidad,
descartando todo aquello que no pueda ser medido o probado empíricamente.
2.
Ciencia como una forma de conocimiento entre muchas (Pluralismo
epistemológico): Esta perspectiva reconoce que el conocimiento puede adquirirse
a través de diversas vías, como la filosofía, la religión o la intuición. La
ciencia es solo una de ellas, útil para comprender el mundo material, pero
insuficiente para abordar cuestiones subjetivas o trascendentales.
3.
Ciencia como herramienta de aproximación progresiva a la verdad
(Realismo científico): Se sostiene que el conocimiento científico evoluciona
constantemente, refinando sus métodos y ajustando sus teorías para acercarse
cada vez más a una comprensión verdadera de la realidad.
4.
Ciencia como construcción social (Constructivismo): Desde esta
perspectiva, la ciencia no descubre verdades absolutas, sino que construye
modelos de conocimiento basados en el contexto histórico, cultural y social en
el que opera.
5.
Ciencia como revelación parcial del conocimiento total (Integracionismo
espiritual-científico): Se argumenta que la ciencia es una herramienta útil,
pero limitada, para comprender la realidad, y que debe complementarse con
enfoques espirituales o filosóficos para obtener una visión más completa del
conocimiento.
Cada una de estas concepciones plantea
interrogantes sobre los límites de la ciencia y su papel en la construcción del
conocimiento humano. No obstante, la realidad se manifiesta de múltiples formas
y niveles, lo que implica que la ciencia es solo una herramienta dentro de un
abanico más amplio de formas de conocimiento. Aunque el método científico es
invaluable para la comprensión de lo empírico y lo verificable, no abarca por
completo aspectos como la experiencia subjetiva, la intuición, la
espiritualidad o el conocimiento simbólico presente en diversas tradiciones
filosóficas y religiosas. Sin embargo, sostener esto no implica caer en el
relativismo absoluto, donde todas las formas de conocimiento se consideran
igualmente válidas sin criterios de evaluación. Más bien, se trata de reconocer
que cada modelo de conocimiento tiene su propia lógica interna y su manera de
interpretar el mundo. La ciencia es crucial para entender la dimensión material
y cuantificable de la realidad, pero no necesariamente invalida otras formas de
saber que operan en el terreno de lo vivencial, lo místico o lo trascendental. Este
enfoque invita a un pluralismo epistemológico, donde la ciencia convive con
otras formas de conocimiento sin que una excluya por completo a las demás.
Ahora bien, el pluralismo
epistémico reconoce la existencia de múltiples formas de conocimiento sin caer
en el anarquismo epistemológico propuesto por Paul Feyerabend. Mientras que el
pluralismo busca integrar distintas perspectivas sin negar la validez de la
ciencia, el anarquismo epistemológico de Feyerabend sostiene que no hay reglas
metodológicas universales, llegando a afirmar que "todo vale" en la
producción de conocimiento. El pluralismo epistémico sostiene que la ciencia es
una herramienta valiosa, pero no la única forma legítima de conocer el mundo.
Permite la coexistencia de enfoques filosóficos, espirituales y simbólicos sin
necesidad de eliminarlos bajo criterios estrictamente científicos. En
contraste, Feyerabend cuestiona la estructura misma de la ciencia y su
pretensión de objetividad, llegando a proponer que el progreso del conocimiento
ocurre de manera caótica y sin normas fijas. Por tanto, el pluralismo
epistémico mantiene el rigor crítico, evitando una postura relativista extrema
donde todas las formas de conocimiento tienen el mismo valor sin evaluación.
El pluralismo epistémico,
al reconocer múltiples formas de conocimiento sin caer en el relativismo
extremo, se alinea con el ontorrealismo filosófico, que sostiene que la
realidad es objetiva y multifacética, y que puede ser abordada desde distintas
perspectivas sin perder coherencia. Del mismo modo, esta visión permite una
apertura hacia la filosofía de lo sobrenatural, pues admite que ciertos
fenómenos pueden ser mejor comprendidos desde marcos conceptuales distintos al
estrictamente científico. Si bien la ciencia estudia lo verificable, el
conocimiento filosófico y espiritual aborda dimensiones de la realidad que no
siempre pueden ser reducidas a parámetros medibles. Este enfoque invita a una
integración del conocimiento, donde la ciencia, la metafísica y lo sobrenatural
no se excluyen mutuamente, sino que pueden complementarse en la búsqueda de una
comprensión más completa del mundo.
Referencias
Bunge, M. (1982). La ciencia: Su método y su filosofía. Siglo XXI
Editores. / Feyerabend, P. (1974). Contra el método. Ariel, Barcelona. /Radin,
D. (1997). The Conscious Universe: The Scientific Truth of Psychic Phenomena.
HarperOne. /Rhine, J. B. (1953). New Frontiers of the Mind: The Story of the
Duke Experiments. Farrar & Rinehart. /Sánchez Garrafa, R. (2020). Los
Ayar – La Refundación del Centro del Mundo. Editorial Andina. /Stevenson,
I. (2001). Children Who Remember Previous Lives: A Question of Reincarnation.
McFarland & Company. /Del Busto, J. A. (2000). Túpac Yupanqui,
descubridor de Oceanía. Editorial Brasa.
Capítulo
5
Los
grandes teólogos y lo sobrenatural
Los grandes teólogos han abordado lo
sobrenatural porque es un concepto esencial para la comprensión de la relación
entre Dios y el mundo. Desde los primeros pensadores cristianos hasta los
teólogos contemporáneos, lo sobrenatural ha sido visto como el ámbito en el que
la gracia, la revelación y la trascendencia se manifiestan. Las razones
fundamentales para abordar lo sobrenatural han sido: a. Naturaleza de la fe
religiosa: La teología trata de explicar la experiencia religiosa, que suele
incluir elementos que trascienden lo meramente natural. Los milagros, la
revelación divina y la gracia requieren una reflexión profunda sobre cómo Dios
actúa en la realidad; b. Interacción entre lo natural y lo divino: Pensadores
como Santo Tomás de Aquino han tratado de definir cómo la naturaleza humana se
relaciona con la gracia y cómo lo sobrenatural perfecciona lo natural sin
destruirlo. Esta relación ha sido clave en la formulación de doctrinas
teológicas; c. Desafíos filosóficos y científicos: Con el avance de la razón y
la ciencia, los teólogos han tenido que responder a cuestionamientos sobre la
existencia de lo sobrenatural, defendiendo su papel dentro de una visión
coherente de la realidad; d. Influencia en la doctrina cristiana: Conceptos
como la salvación, el pecado original y la vida eterna dependen de una
comprensión de lo sobrenatural. Los teólogos han trabajado para definir sus
límites y características dentro de las enseñanzas religiosas; e. Dimensión
experiencial y mística: La espiritualidad y la mística han sido aspectos
centrales de la tradición teológica. Muchos teólogos han abordado lo
sobrenatural para explicar experiencias de unión con lo divino, visiones y
revelaciones.
En definitiva, la teología no puede
prescindir de lo sobrenatural, porque es un aspecto esencial de la búsqueda de
Dios.
Exponentes
San Agustín de Hipona (354-430): En La
ciudad de Dios, Agustín desarrolla la idea de la gracia como el vínculo
entre lo divino y lo humano. Para él, la gracia es un don gratuito de Dios que
permite la salvación, y lo sobrenatural se manifiesta en la acción divina sobre
el mundo. Crítica: Su visión ha sido criticada por su fuerte énfasis en la
predestinación, lo que ha llevado a debates sobre la libertad humana y la
responsabilidad moral.
Santo Tomás de Aquino (1225-1274): En su
pensamiento, la gracia y lo sobrenatural no anulan la naturaleza humana, sino
que la perfeccionan. Su doctrina sostiene que la razón y la fe pueden
coexistir, y que lo sobrenatural es accesible a través de la revelación divina.
Crítica: Algunos han señalado que su enfoque racionalista puede reducir la
dimensión mística de lo sobrenatural, subordinándolo a una estructura
filosófica demasiado sistemática.
Henri de Lubac (1896-1991): En Surnaturel,
argumenta que la naturaleza humana está orientada intrínsecamente hacia lo
divino, y que la gracia no es un añadido externo, sino parte esencial del
destino humano. Crítica: Su postura ha sido cuestionada por algunos teólogos
que consideran que diluye la distinción entre lo natural y lo sobrenatural,
afectando la doctrina tradicional sobre la gratuidad de la gracia.
Karl Rahner (1904-1984): Propone el concepto
de existencial sobrenatural, según el cual todo ser humano está abierto
a la gracia de Dios desde su propia estructura ontológica. Lo sobrenatural no
es algo añadido, sino una dimensión constitutiva de la existencia humana.
Crítica: Su enfoque ha sido criticado por su ambigüedad, ya que algunos
consideran que su visión puede llevar a una interpretación demasiado inclusiva
de la salvación, reduciendo la necesidad de la fe explícita.
Hans Urs von Balthasar (1905-1988): Su teología
estética sostiene que la gloria de Dios se manifiesta en la belleza, y que
lo sobrenatural se revela a través de la experiencia estética y la
contemplación. Crítica: Se ha señalado que su énfasis en la estética puede
hacer que la teología pierda su dimensión práctica y ética, enfocándose
demasiado en la contemplación sin abordar suficientemente la acción moral.
Ricardo de Middleton (1882-1911) y Antonio
Andrés: Se les atribuye la idea del deseo innato de visión beatífica,
según la cual el ser humano tiene una inclinación natural hacia la
contemplación de Dios, lo que fundamenta la existencia de lo sobrenatural como
parte esencial de la vida humana. Crítica: Algunos han argumentado que esta
postura puede llevar a una visión demasiado optimista de la naturaleza humana,
minimizando la necesidad de la gracia para alcanzar la visión de Dios.
Clasificación
Aquí una clasificación de las posturas
teológicas sobre lo sobrenatural según la ontología, la epistemología y la
ética:
1. Ontología (naturaleza
del ser y la realidad)
- San Agustín de Hipona: Lo sobrenatural se manifiesta a través de la
gracia divina, que transforma la naturaleza humana. La realidad está
dividida entre la ciudad terrenal y la ciudad celestial.
- Santo Tomás de Aquino: La naturaleza humana es perfeccionada por la
gracia, sin ser anulada. Lo sobrenatural actúa como un complemento que
eleva el orden natural.
- Henri de Lubac: La naturaleza humana tiene una orientación
intrínseca hacia lo sobrenatural; la gracia no es un añadido, sino una
parte esencial del destino humano.
- Karl Rahner: Lo sobrenatural está inscrito en la estructura
ontológica del ser humano. Todo individuo posee una apertura natural a la
gracia.
- Hans Urs von Balthasar: Lo sobrenatural se manifiesta en la belleza
y la gloria divina, revelando una dimensión estética de la realidad.
- Ricardo de Middleton y Antonio Andrés: La naturaleza humana tiene
un deseo innato de contemplación divina, lo que fundamenta la existencia
de lo sobrenatural como parte esencial del ser.
2. Epistemología (modo de
conocer lo sobrenatural)
- San Agustín de Hipona: Lo sobrenatural se conoce mediante la fe y
la revelación, superando los límites de la razón humana.
- Santo Tomás de Aquino: La razón y la fe pueden coexistir. Lo
sobrenatural es accesible a través de la revelación divina y el
conocimiento racional.
- Henri de Lubac: La experiencia religiosa y la orientación natural
del ser humano permiten conocer lo sobrenatural.
- Karl Rahner: El conocimiento de lo sobrenatural es un proceso
existencial; la apertura a la gracia permite su comprensión progresiva.
- Hans Urs von Balthasar: La belleza y la estética revelan lo
sobrenatural; el arte y la contemplación son caminos de conocimiento.
- Ricardo de Middleton y Antonio Andrés: El conocimiento de lo
sobrenatural surge del deseo innato de visión beatífica, manifestado en la
vida espiritual.
3. Ética (implicaciones
morales del sobrenatural)
- San Agustín de Hipona: La ética está determinada por la gracia; la
ciudad de Dios representa la vida moral ideal.
- Santo Tomás de Aquino: La moralidad humana es elevada por lo
sobrenatural; las virtudes teologales guían la vida ética.
- Henri de Lubac: La relación entre naturaleza y gracia implica un
compromiso moral con el destino divino del ser humano.
- Karl Rahner: La apertura al sobrenatural implica responsabilidad
moral; la ética se construye sobre la aceptación de la gracia.
- Hans Urs von Balthasar: La experiencia estética del sobrenatural
tiene consecuencias morales, ya que la belleza revela la verdad y el bien.
- Ricardo de Middleton y Antonio Andrés: La ética se fundamenta en el
deseo de la visión beatífica, guiando la acción moral hacia la plenitud
espiritual.
Este esquema muestra cómo cada teólogo ha
abordado lo sobrenatural desde diversas perspectivas, con implicaciones en la
ontología, la epistemología y la ética.
La Gloria Sobrenatural
La gloria sobrenatural se entiende como la
manifestación suprema de la presencia y el esplendor divino, trascendiendo los
límites de la realidad natural. En la teología cristiana, se asocia con la
revelación de la majestad de Dios, su poder absoluto y su perfección infinita. Desde
una perspectiva mística, la gloria sobrenatural no solo es un atributo de lo
divino, sino también una experiencia transformadora para quienes la contemplan.
Se manifiesta en visiones, milagros y estados de comunión espiritual profunda.
Hans Urs von Balthasar, por ejemplo, la vincula con la teología estética, donde
la belleza es un reflejo de la gloria divina. En términos bíblicos, la gloria
sobrenatural se describe como una luz radiante, una energía que envuelve a los
elegidos y un signo de la presencia de Dios en la historia. Se menciona en
episodios como la Transfiguración de Cristo y la aparición de la Shekinah, la
gloria visible de Dios en el Antiguo Testamento.
La gloria sobrenatural ha
sido interpretada de diversas maneras a lo largo de la historia, especialmente
en el ámbito teológico y espiritual. Aquí algunas de sus principales
interpretaciones:
1.
Manifestación divina: En muchas tradiciones religiosas, la gloria
sobrenatural se entiende como la presencia visible de Dios en el mundo. Se
describe como una luz radiante, una energía transformadora o una intervención
milagrosa que revela la majestad divina.
2.
Experiencia mística: Algunos teólogos y místicos han interpretado la
gloria sobrenatural como un estado de unión con lo divino. En esta visión, la
gloria no es solo un fenómeno externo, sino una vivencia interna que eleva el
alma hacia lo trascendente.
3.
Dimensión estética: Hans Urs von Balthasar, por ejemplo, relaciona la
gloria sobrenatural con la belleza divina. Según su teología estética,
la gloria de Dios se manifiesta en la armonía, el arte y la contemplación de lo
sublime.
4.
Intervención sobrenatural en la historia: En algunas interpretaciones,
la gloria sobrenatural se manifiesta en eventos extraordinarios, como milagros,
revelaciones o momentos de transformación espiritual colectiva.
Conclusión
La enseñanza fundamental que dejan los
grandes teólogos sobre lo sobrenatural, la gracia y la gloria se puede
sintetizar en tres puntos clave:
1.
Lo sobrenatural como manifestación de la acción divina: Desde San
Agustín hasta Karl Rahner, los teólogos han argumentado que lo sobrenatural no
es un concepto ajeno a la naturaleza humana, sino una dimensión que revela la
presencia y acción de Dios en el mundo. Ya sea como intervención milagrosa,
como parte de la estructura ontológica del ser humano, o como fuente de belleza
y esplendor, lo sobrenatural es el medio a través del cual lo divino se
comunica con la humanidad.
2.
La gracia como don transformador: La gracia no es solo una ayuda
ocasional, sino el principio que perfecciona la naturaleza humana y la eleva
hacia su destino último. Santo Tomás de Aquino enfatiza su papel en la
perfección del ser, Henri de Lubac señala su relación con la vocación innata
del hombre hacia lo divino, y San Agustín la presenta como el vínculo entre la
humanidad y la ciudad de Dios. La gracia es vista como el camino por el cual el
alma alcanza la comunión con lo eterno.
3.
La gloria como expresión de la plenitud divina: Hans Urs von Balthasar y
otros pensadores han resaltado que la gloria es la manifestación visible de lo
divino. Puede expresarse en la belleza, en la experiencia mística o en la
revelación de la verdad suprema. La gloria sobrenatural es la culminación de la
relación entre Dios y la creación, una revelación del esplendor divino que
transforma al creyente.
En conjunto, estos teólogos han mostrado que
lo sobrenatural, la gracia y la gloria no son conceptos aislados, sino
dimensiones interconectadas de la experiencia religiosa. Lo sobrenatural es la
manifestación del misterio divino, la gracia es el vínculo que permite
participar de ese misterio, y la gloria es la expresión última de la presencia
de Dios. Una reflexión filosófica de corte metafísico y teológico destaca la
interconexión entre lo natural y lo sobrenatural en la experiencia religiosa.
Se basa en la idea de participación ontológica, desarrollada por Santo Tomás de
Aquino, según la cual el ser humano no solo existe en el mundo material, sino
que participa del ser divino a través de la gracia. Desde una perspectiva
fenomenológica, también se puede interpretar como una aproximación a la
experiencia religiosa como encuentro con la trascendencia, donde la mística y
la vivencia de lo sagrado se convierten en el culmen de la relación entre el
creyente y lo divino El ontorrealismo
busca integrar la realidad ontológica con la experiencia humana, lo que se
relaciona directamente con la concepción de lo sobrenatural, la gracia y la
gloria en la experiencia religiosa. Desde esta perspectiva, lo sobrenatural no
es solo un concepto abstracto, sino una realidad ontológica que fundamenta la
existencia. La gracia, en este marco, sería el vínculo que permite la
participación en esa realidad, y la gloria, su manifestación última.
Referencias
Agustín de Hipona (426). La ciudad de Dios. Biblioteca de Autores
Cristianos. /Tomás de Aquino (1265-1274). Summa Theologiae. Ediciones
Sígueme. /Henri de Lubac (1946). Surnaturel: Études historiques. Aubier.
/Karl Rahner (1966). El oyente de la palabra. Herder. /Hans Urs von
Balthasar (1961). Gloria: Una estética teológica. Ediciones Encuentro. /Ricardo
de Middleton (1909). The Natural Desire to See God. Oxford University
Press. /Antonio Andrés (1910). La visión beatífica y el deseo innato.
Editorial Teológica.
Capítulo
6
El
materialismo y la negación del misterio
¿Es posible el conocimiento
sin apertura a lo sobrenatural?
El conocimiento humano se ha desarrollado a partir de diversas fuentes:
la observación empírica, el razonamiento lógico, la intuición y la revelación
espiritual. Sin embargo, la pregunta sobre si el conocimiento puede existir sin
apertura a lo sobrenatural depende de cómo se define la realidad y sus límites.
Desde una perspectiva puramente materialista, el conocimiento se restringe a lo
medible y verificable, excluyendo dimensiones trascendentes. Esta visión ha
sido dominante en la ciencia moderna, donde la experimentación y la lógica son
los pilares del saber.
No obstante, a lo largo de
la historia, diversas tradiciones filosóficas y religiosas han argumentado que
el conocimiento pleno requiere una apertura a lo sobrenatural. Pensadores como
Santo Tomás de Aquino sostienen que la razón humana, aunque poderosa, necesita
la revelación para alcanzar una comprensión más profunda del mundo y su
propósito. La dimensión trascendental del conocimiento no solo ofrece
respuestas a cuestiones metafísicas, sino que también enriquece la visión del
ser humano sobre su existencia y destino.
Por otro lado, desde el
ámbito de la fenomenología, algunos filósofos han señalado que la experiencia
subjetiva es fundamental para la construcción del conocimiento. El pensamiento
de Karl Rahner y Henri de Lubac, por ejemplo, sostiene que la estructura ontológica
del ser humano está abierta a lo sobrenatural, lo que implica que la búsqueda
de la verdad no puede excluir esta dimensión. La reducción del conocimiento a
lo puramente material podría llevar a una visión incompleta de la realidad,
limitando la exploración de ámbitos como la conciencia y la espiritualidad.
Karl Jaspers, filósofo
existencialista, abordó la cuestión de lo sobrenatural desde su concepto de
trascendencia. Para él, la existencia humana está marcada por situaciones
límite, como la muerte, el sufrimiento y la culpa, que llevan al individuo a
confrontar su propia finitud y a buscar un sentido más allá de lo puramente
racional. Jaspers no rechazó lo sobrenatural de manera absoluta, pero sí
cuestionó su exclusión sistemática en el pensamiento moderno. En su obra,
defendió la idea de que la filosofía debe abrirse a la posibilidad de lo
trascendente, sin caer en dogmatismos religiosos ni en reduccionismos
científicos. Su enfoque sugiere que la negación de lo sobrenatural empobrece la
comprensión de la existencia humana, ya que limita la exploración de dimensiones
más profundas del ser.
Leonardo Polo aborda lo
sobrenatural desde su antropología trascendental, distinguiéndolo de la
dimensión natural y esencial del ser humano. Para Polo, lo sobrenatural no es
simplemente un añadido externo a la existencia humana, sino una realidad que
supera y perfecciona la naturaleza y la esencia del hombre. En su enfoque, Polo
sostiene que la antropología filosófica puede tratar lo sobrenatural sin
necesidad de recurrir exclusivamente a la teología o la mística. Su método
permite describir la índole específica de lo sobrenatural, diferenciándolo de
la estructura trascendental del ser humano. Además, Polo critica las posturas
que niegan radicalmente la existencia de lo sobrenatural, como el idealismo
hegeliano o el materialismo absoluto. Para él, la negación de lo sobrenatural
empobrece la comprensión de la realidad humana, ya que limita el conocimiento a
lo puramente racional y empírico.
No obstante, la
consideración de lo sobrenatural en la filosofía de Leonardo Polo ha sido
objeto de debate, especialmente dentro de su antropología trascendental. Las
principales críticas a su enfoque: 1. Separación entre lo trascendental y lo
sobrenatural: Polo distingue entre la dimensión trascendental del ser humano y
lo sobrenatural, argumentando que este último no es simplemente una extensión
de la naturaleza humana, sino algo que la supera y perfecciona. Algunos
críticos consideran que esta separación es problemática, ya que podría implicar
una visión dualista que dificulta la integración de lo sobrenatural en la
existencia humana. 2. Dificultad para definir lo sobrenatural dentro de la
filosofía: Aunque Polo sostiene que su método filosófico permite abordar lo
sobrenatural sin recurrir a la teología o la mística, algunos estudiosos han
señalado que su propuesta no logra establecer claramente los límites entre lo
filosófico y lo teológico. Esto ha generado dudas sobre si su antropología
trascendental realmente puede tratar lo sobrenatural sin depender de
presupuestos religiosos. 3. Influencia del pensamiento tomista: Aunque Polo se
inspira en Santo Tomás de Aquino, su interpretación del tomismo ha sido
considerada heterodoxa por algunos filósofos. Su intento de ampliar la
metafísica clásica ha generado debates sobre si realmente sigue la tradición
tomista o si introduce elementos ajenos a ella, especialmente en su manera de
abordar lo sobrenatural. 4. Posible reducción de lo sobrenatural a una
estructura conceptual: Algunos críticos han señalado que la manera en que Polo
trata lo sobrenatural dentro de su antropología trascendental podría reducirlo
a una estructura conceptual, en lugar de reconocerlo como una realidad
experiencial. Esto podría limitar la comprensión de lo sobrenatural como una
dimensión viva y activa en la existencia humana.
Jean-Luc Marion, filósofo
francés de orientación fenomenológica, ha abordado lo sobrenatural desde su
concepto de fenómeno saturado. En su obra Étant donné (1997), Marion
introduce la idea de que ciertos fenómenos exceden las condiciones de
posibilidad impuestas por la razón y la percepción humana, lo que los convierte
en fenómenos saturados. Desde esta perspectiva, lo sobrenatural no es
simplemente un concepto teológico, sino una manifestación que desborda la
capacidad del sujeto para comprenderlo plenamente. Marion argumenta que la
donación de estos fenómenos no depende de la interpretación del sujeto, sino
que se presentan con una intensidad que desafía cualquier intento de reducción
racional. Además, Marion ha explorado la relación entre lo sobrenatural y la
teología fenomenológica, defendiendo que la revelación divina puede ser
entendida como un fenómeno saturado, es decir, como una experiencia que
trasciende los límites de la percepción ordinaria. Su enfoque ha sido
influyente en la filosofía contemporánea, especialmente en el diálogo entre
fenomenología y teología. No obstante, Jean-Luc Marion ha recibido diversas
críticas respecto a su concepción de lo sobrenatural dentro de su fenomenología
de la donación. Las principales objeciones son: 1. Ambigüedad en la noción de
"fenómeno saturado": Algunos críticos han señalado que su concepto de
fenómeno saturado, que incluye lo sobrenatural como una manifestación que
desborda la capacidad del sujeto para comprenderlo, es demasiado amplio y
difícil de delimitar. Se ha argumentado que esta noción puede llevar a una
interpretación subjetiva de lo sobrenatural, sin criterios claros para
diferenciarlo de otros fenómenos. 2. Influencia teológica en su fenomenología:
Marion ha sido acusado de introducir una dimensión teológica en su
fenomenología, lo que ha generado debates sobre si su enfoque sigue siendo
estrictamente filosófico o si cruza hacia el ámbito de la teología. Algunos
críticos consideran que su énfasis en la revelación y la donación divina
compromete la neutralidad de su método fenomenológico. 3. Problemas con la
noción de donación: Su interpretación de la Gegebenheit (donación) ha sido
cuestionada por filósofos como Dominique Janicaud y Jean Grondin, quienes
sostienen que Marion exagera la autonomía del fenómeno, eliminando el papel del
sujeto en la constitución de la experiencia. Esto ha llevado a críticas sobre
si su fenomenología realmente ofrece una alternativa viable a la tradición
husserliana. Dificultad para integrar su pensamiento en la fenomenología
clásica: Aunque Marion se inspira en Heidegger y Husserl, algunos estudiosos
han señalado que su propuesta no encaja fácilmente dentro de la fenomenología
tradicional, lo que ha generado debates sobre la coherencia interna de su
sistema filosófico
En conclusión, si bien el
conocimiento basado en la razón y la ciencia es esencial, la exclusión de lo
sobrenatural implica una limitación en la interpretación de la realidad. La
apertura a lo trascendente permite una comprensión más amplia del ser humano,
la moral y la existencia, reconociendo que la búsqueda de la verdad no puede
agotarse en lo estrictamente material.
Para evitar las
limitaciones de Leonardo Polo y Jean-Luc Marion en su concepción de lo
sobrenatural, es necesario integrar un enfoque que reconozca la dimensión
trascendental sin caer en reduccionismos epistemológicos ni en ambigüedades
filosóficas. Algunas estrategias para superar sus restricciones incluyen:
1.
Evitar la separación rígida entre lo trascendental y lo sobrenatural
(Crítica a Polo) Polo distingue entre la estructura trascendental del ser
humano y lo sobrenatural como algo que lo perfecciona, pero esta separación
podría generar una visión fragmentada de la relación entre lo humano y lo
divino. Una solución sería adoptar una ontología integral, donde lo
sobrenatural no sea un ámbito externo a la condición humana, sino una dimensión
constitutiva que permite la plenitud del ser.
2.
Superar la ambigüedad del fenómeno saturado (Crítica a Marion) Marion
introduce la idea de los fenómenos saturados como experiencias que desbordan la
capacidad del sujeto para comprenderlos, lo que incluye la revelación y lo
sobrenatural. Sin embargo, esta noción puede llevar a una visión subjetiva y
difusa de lo sobrenatural. Para evitar esta limitación, se podría complementar
su enfoque con una metafísica del don que no solo reconozca la donación del
fenómeno, sino que también permita criterios objetivos para discernir su
significado.
3.
Equilibrar fenomenología y metafísica Tanto Polo como Marion tratan de
abordar lo sobrenatural desde perspectivas fenomenológicas o epistemológicas,
pero podrían beneficiarse de una síntesis con la metafísica clásica. Integrar
el pensamiento de Santo Tomás de Aquino, por ejemplo, permitiría una visión más
estructurada de lo sobrenatural, evitando la dependencia exclusiva de la
experiencia subjetiva.
4.
Reivindicar la experiencia humana de lo sobrenatural Para evitar la
reducción de lo sobrenatural a un esquema conceptual (como en Polo) o a un
fenómeno sin suficiente estructura (como en Marion), es importante considerar
la experiencia viva del creyente, reconociendo cómo lo sobrenatural se
manifiesta en la existencia concreta. Esto implicaría un enfoque más
personalista, donde el diálogo entre razón, fe y experiencia sea el núcleo de
la reflexión.
En conclusión, la clave para superar las
limitaciones de Polo y Marion es integrar lo sobrenatural en una visión
filosófica más holística, que no lo relegue al plano conceptual ni lo disuelva
en la subjetividad, sino que lo reconozca como una dimensión real y activa de
la existencia.
La modernidad y el rechazo
de lo trascendente
La modernidad ha estado
marcada por un énfasis en la razón, el progreso científico y el empirismo, lo
que ha llevado a un rechazo sistemático de lo trascendente. Desde la
Ilustración, la filosofía ha tendido a desligarse de los marcos religiosos,
promoviendo un conocimiento basado exclusivamente en la observación y la prueba
empírica. Este giro epistemológico permitió avances significativos en diversas
áreas, como la física y la medicina, pero también redujo la percepción del
misterio en la existencia humana.
Uno de los efectos del
pensamiento moderno ha sido la tendencia a considerar la trascendencia como una
construcción subjetiva sin fundamento en la realidad objetiva. Pensadores como
Feuerbach y Nietzsche han interpretado lo sobrenatural como una proyección del
ser humano, más que una dimensión real del universo. Esta visión, aunque
influyente, ha sido criticada por su reduccionismo, ya que elimina aspectos
fundamentales de la espiritualidad y la experiencia religiosa que han
acompañado a la humanidad desde sus orígenes. La negación de lo trascendente
también ha tenido implicaciones en el ámbito ético y social. Al eliminar la
dimensión espiritual, la moral queda subordinada a principios puramente
racionales o pragmáticos. Esto ha generado debates sobre si una sociedad puede
sostener una ética sólida sin referencia a lo sobrenatural, ya que muchas
tradiciones han basado sus principios morales en concepciones trascendentales
del bien y la justicia. A pesar del predominio del pensamiento secular, en el
siglo XX y XXI han surgido corrientes filosóficas que buscan reintegrar la
trascendencia en el discurso moderno. Movimientos como el personalismo y el
realismo metafísico han planteado que la negación absoluta de lo sobrenatural
no solo empobrece la visión del ser humano, sino que también limita la
comprensión de la realidad en su totalidad.
Mi filosofía ontorrealista
permite una recuperar equilibrada de lo sobrenatural porque integra una visión
objetiva y estructurada de la realidad, reconociendo que lo sobrenatural no es
una mera construcción subjetiva, sino una dimensión legítima del ser. El
ontorrealismo filosófico permite recuperar lo sobrenatural de manera
equilibrada porque:
1.
Rechaza el reduccionismo materialista: No limita el conocimiento a lo
puramente empírico, sino que admite la existencia de realidades que trascienden
la medición científica.
2.
Integra lo sobrenatural dentro de la estructura ontológica del ser: En
lugar de considerarlo como algo externo o añadido, lo comprende como una
dimensión esencial de la existencia.
3.
Equilibra razón y trascendencia: Permite un diálogo entre filosofía y
metafísica, asegurando que la apertura a lo sobrenatural no implique una
negación del pensamiento racional.
4.
Rescata lo místico sin perder rigor filosófico: Lo sobrenatural se
analiza con criterios ontológicos, evitando caer en interpretaciones puramente
subjetivas o fideístas.
De esta manera, el ontorrealismo recupera una
visión profunda de la realidad, donde lo sobrenatural no es un límite, sino un
horizonte abierto hacia la plenitud del conocimiento y del ser. Hacia la
plenitud del conocimiento y del ser, el ontorrealismo filosófico abre un
horizonte donde lo sobrenatural no es un límite, sino una vía de profundización
ontológica. La plenitud del conocimiento se alcanza cuando se reconoce que la
realidad no puede reducirse a lo meramente material o conceptual, sino que
incluye dimensiones trascendentales que enriquecen la comprensión del universo
y de la existencia humana. Lo sobrenatural, lejos de ser una contradicción con
la razón, la complementa y la expande, permitiendo un acceso más profundo a la
verdad. Por otro lado, la plenitud del ser implica la realización integral del
individuo, en la que lo ontológico y lo espiritual se encuentran en armonía. Al
integrar lo sobrenatural dentro del marco ontorrealista, se reconoce que el ser
humano no solo busca conocimiento, sino también plenitud existencial, lo que
implica una apertura a la trascendencia como parte esencial de su desarrollo. Este
enfoque permite superar las limitaciones del materialismo, el reduccionismo
científico y los enfoques filosóficos que excluyen lo sobrenatural. El ser no
está cerrado en sí mismo, sino abierto hacia un horizonte infinito, en el que
el conocimiento y la gracia convergen en una visión más completa y profunda de
la realidad.
Lo sobrenatural como
resistencia al reduccionismo científico
El reduccionismo científico
sostiene que toda la realidad puede explicarse en términos físicos, químicos y
biológicos, sin necesidad de recurrir a conceptos como la gracia, lo místico o
lo trascendental. Esta postura ha sido dominante en el desarrollo de la ciencia
moderna, permitiendo descubrimientos extraordinarios en campos como la física
cuántica y la neurociencia. Sin embargo, su aplicación excesiva ha generado
críticas por su tendencia a excluir dimensiones de la experiencia humana que no
pueden ser reducidas a lo material.
Uno de los principales
argumentos contra el reduccionismo es que existen fenómenos que desafían la
explicación científica convencional, como las experiencias cercanas a la
muerte, la conciencia y ciertos relatos místicos. La negación sistemática de
estas realidades ha llevado a algunos pensadores a defender la necesidad de un
enfoque más abierto, que integre la dimensión sobrenatural en la interpretación
del mundo. El pluralismo epistemológico sugiere que el conocimiento humano no
debe limitarse solo a lo medible, sino que debe abarcar también lo subjetivo,
lo espiritual y lo simbólico. Esto no implica un rechazo de la ciencia, sino
una ampliación de sus horizontes para considerar explicaciones que no encajen
dentro de los métodos empíricos tradicionales. De esta manera, lo sobrenatural
actúa como una forma de resistencia ante la simplificación materialista,
recordando que la realidad es más compleja que lo que la ciencia puede captar.
En conclusión, aunque la
ciencia ha revolucionado el conocimiento humano, el reduccionismo no puede
explicar por completo la totalidad de la existencia. Lo sobrenatural ofrece una
alternativa para comprender aspectos de la realidad que van más allá de lo
físico, proporcionando una visión más integral del universo y la condición
humana. El ontorrealismo, con su pluralismo epistemológico, amplía la
comprensión del conocimiento humano, reconociendo que la realidad no se reduce
únicamente a lo que puede ser medido científicamente. Al integrar lo subjetivo,
lo espiritual y lo simbólico, permite una visión más rica y profunda del ser y
del universo. En lo subjetivo considera que no todo conocimiento es
cuantificable; la experiencia individual, la intuición y la conciencia
desempeñan un papel fundamental en la forma en que el ser humano interpreta la
realidad. El ontorrealismo reconoce esta dimensión, evitando el reduccionismo
empirista. En lo espiritual estima que la trascendencia y lo sobrenatural no
son conceptos ajenos al conocimiento, sino realidades que han sido abordadas
por la filosofía y la teología. En lugar de excluirlas, el ontorrealismo las
integra como aspectos esenciales en la búsqueda de la verdad. Sobre lo
simbólico considera que el lenguaje, los mitos, la estética y los valores
poseen un significado profundo que trasciende lo meramente racional. La
interpretación simbólica permite acceder a verdades que no pueden expresarse
solo en términos científicos o lógicos. Este enfoque supera las limitaciones del
materialismo y el racionalismo extremo, permitiendo una reconciliación entre
razón y trascendencia.
El
reduccionismo cientificista representa un
daño profundo en los ámbitos metafísico, ontológico y
ético, al limitar la comprensión de la realidad a lo
estrictamente empírico y medible. Metafísicamente,
niega la posibilidad de dimensiones trascendentes, reduciendo la existencia a
meros fenómenos físicos y eliminando cualquier sentido de propósito o
significado más allá de lo material. Ontológicamente,
despoja a la realidad de su riqueza y profundidad, negando la existencia de
entidades o principios que no puedan ser cuantificados, lo que empobrece la
visión del ser y la existencia. Éticamente,
al reducir la moral a meros procesos biológicos o sociales, socava la dignidad
humana y la responsabilidad moral, eliminando la posibilidad de valores
universales y dejando la ética a merced de interpretaciones pragmáticas o
utilitaristas. Este enfoque, al excluir lo simbólico, lo espiritual y lo
trascendente, limita la capacidad humana de acceder a verdades más profundas y
de construir una visión integral del mundo.
Referencias
Tomás de Aquino (1265-1274). Summa Theologiae. Ediciones Sígueme.
/Karl Jaspers (1932). Philosophie. Springer. /Henri de Lubac (1946). Surnaturel:
Études historiques. Aubier. /Karl Rahner (1966). El oyente de la palabra.
Herder. /Leonardo Polo (1999). Antropología trascendental. Eunsa. /Jean-Luc
Marion (1997). Étant donné: Essai d’une phénoménologie de la donation.
PUF. /Rubén Dri (2023). Ateísmo, Fe y Liberación: Mensaje Cristiano y
Pensamiento de Marx. Biblos. /Flores Quelopana, Gustavo (2025) Ontorrealismo.
Más allá de lo inmanente, camino hacia lo eterno. Lima: IIPCIAL.
Conclusión
¿Hacia
una reconciliación entre razón
y lo sobrenatural?
¿Lo sobrenatural es un
límite o una vía de conocimiento?
A lo largo de la historia
del pensamiento, lo sobrenatural ha sido visto tanto como un límite al
conocimiento racional o como una vía de acceso a verdades más profundas. En la
visión materialista y positivista, lo sobrenatural se presenta como un
obstáculo, una barrera que impide el avance de la ciencia y la razón al
introducir elementos no verificables empíricamente. Desde esta perspectiva, lo
que no puede ser medido ni demostrado es considerado irrelevante para la
construcción del conocimiento.
Sin embargo, en las
tradiciones filosóficas y teológicas, lo sobrenatural ha sido entendido como
una expansión del conocimiento, una dimensión que permite trascender los
límites del pensamiento estrictamente racional. San Agustín y Santo Tomás de
Aquino defendieron la idea de que la razón y la fe no son opuestas, sino
complementarias. Para ellos, el conocimiento de lo sobrenatural no es
irracional, sino una vía que permite comprender aspectos de la realidad que la
ciencia no puede abordar por sí sola. El debate entre estas dos posturas
plantea una pregunta crucial: ¿Debe el conocimiento humano limitarse a lo que
puede ser demostrado por métodos científicos o debe abrirse a dimensiones
espirituales y trascendentes? Movimientos filosóficos como el personalismo y la
fenomenología han propuesto que el conocimiento humano es mucho más amplio que
la lógica empírica, ya que la intuición, la experiencia subjetiva y la
revelación también forman parte de la manera en que el ser humano comprende el
mundo.
Pero el ontorrealismo
también reconoce que la realidad no se agota en lo puramente material o
racional, sino que se estructura en niveles ontológicos que incluyen lo
trascendental y lo sobrenatural. A diferencia de otras corrientes, el
ontorrealismo no solo integra la experiencia subjetiva y la intuición, sino que
propone un marco ontológico donde lo sobrenatural es una dimensión legítima del
ser, no un mero constructo interpretativo. Mientras la fenomenología enfatiza
la aparición del fenómeno ante la conciencia y el personalismo destaca la
dimensión subjetiva del ser humano, el ontorrealismo va más allá al estructurar
la realidad como una totalidad donde lo inmanente y lo eterno convergen. Así,
el ontorrealismo aporta un pluralismo epistemológico que supera las
limitaciones del materialismo, del reduccionismo fenomenológico y de las
posturas excesivamente racionalistas. Su enfoque permite una reconciliación
entre razón y trascendencia, asegurando que el conocimiento humano se expande
al considerar la apertura a lo absoluto y la donación del ser.
Desde la perspectiva del
ontorrealismo, la definición de lo místico en Wittgenstein resulta problemática
porque su enfoque lingüístico lo reduce a una experiencia subjetiva sin una
referencia ontológica clara. En el Tractatus Logico-Philosophicus,
Wittgenstein sostiene que lo místico es aquello que no puede expresarse con
palabras, vinculándolo con el asombro ante la existencia del mundo. Sin
embargo, esta concepción deja lo místico en un territorio ambiguo, sin una
estructura ontológica que lo sustente. El ontorrealismo, en cambio, propone que
lo sobrenatural y lo místico no son meras experiencias subjetivas, sino
dimensiones reales del ser, integradas en una ontología que reconoce la
trascendencia como parte legítima de la realidad. Mientras Wittgenstein limita
lo místico a una vivencia inexpresable, el ontorrealismo lo incorpora como una
vía de conocimiento, permitiendo una reconciliación entre razón y
trascendencia.
En definitiva, lo
sobrenatural no tiene por qué ser visto como un límite a la razón, sino como
una dimensión complementaria que permite un acercamiento más completo a la
verdad. Si la realidad es multifacética, la razón y la apertura a lo
trascendente pueden coexistir sin que una excluya a la otra.
Pensamiento contemporáneo y
la posibilidad de lo místico
En el pensamiento
contemporáneo, la posibilidad de lo místico ha resurgido como un tema de
reflexión en filosofía, neurociencia y teología. Durante el siglo XIX y XX, la
influencia del racionalismo y el materialismo redujo la importancia de lo
sobrenatural en la construcción del conocimiento. Sin embargo, en las últimas
décadas, se ha dado un giro hacia la revalorización de la experiencia mística
como una parte legítima de la comprensión humana.
Filósofos como Karl Jaspers
y Paul Ricoeur han explorado el papel de la trascendencia en la existencia
humana, argumentando que el conocimiento no puede reducirse a lo puramente
material. Asimismo, pensadores como Henri de Lubac han sostenido que el ser humano
tiene una orientación innata hacia lo sobrenatural, lo que implica que la
dimensión mística no es una anomalía, sino una parte esencial del desarrollo
intelectual y espiritual. Desde la neurociencia, investigaciones sobre
experiencias religiosas y estados alterados de conciencia han revelado que la
percepción de lo místico y lo sobrenatural no es una simple ilusión, sino un
fenómeno que tiene manifestaciones reales en la actividad cerebral. Esto ha
generado un diálogo entre ciencia y espiritualidad, abriendo nuevas
perspectivas sobre cómo integrar lo sobrenatural en la visión contemporánea del
conocimiento.
El pensamiento actual
también explora cómo la cultura y el arte han sido medios a través de los
cuales lo místico y lo sobrenatural se han expresado a lo largo de la historia.
Desde la música hasta la literatura, las manifestaciones de lo trascendental han
influido en la forma en que la humanidad ha entendido su papel en el universo.
La estética teológica de Hans Urs von Balthasar, por ejemplo, sostiene que la
belleza es una vía legítima de acceso a lo divino, lo que refuerza la idea de
que el conocimiento no es exclusivo de la racionalidad científica.
Es fascinante pensar en el
posible retorno a una era donde la mística y lo sobrenatural ocupen un lugar
central en la construcción del pensamiento humano. La evolución histórica
muestra cómo cada época ha estado marcada por una concepción dominante del
mundo, desde el cosmismo antiguo, la religiosidad medieval hasta el pragmatismo
moderno, y ahora parece haber indicios de una nueva síntesis, donde la
espiritualidad y la trascendencia se reconcilian con la realidad geopolítica y
cultural contemporánea. El mundo multipolar, con su diversidad de tradiciones
filosóficas y religiosas, desde la China hasta la India pasando por la Rusia
ortodoxa, puede favorecer un aggiornamento de lo espiritual -siempre y
cuando no se interponga un Armagedón nuclear- en el que distintas cosmovisiones
dialoguen sin caer en dogmatismos cerrados. Esto abre la posibilidad de una
visión del conocimiento menos reductora, donde lo simbólico, lo subjetivo y lo
ontológico tienen su lugar junto a la ciencia y la racionalidad. Si esta
transformación no se ve frustrada por conflictos globales o crisis de gran
escala, el futuro podría ser testigo de un renacimiento del pensamiento
místico, no como una vuelta acrítica al pasado, sino como una integración
equilibrada entre lo eterno y lo contingente, lo infinito y lo finito.
Implicaciones filosóficas y
existenciales
La reconciliación entre
razón y sobrenatural tiene implicaciones profundas en la forma en que el ser
humano interpreta su existencia y la realidad en su conjunto. Si aceptamos que
el conocimiento no se limita a lo estrictamente empírico, entonces la realidad
deja de ser una estructura cerrada y se convierte en un horizonte abierto,
donde la razón, la intuición y la espiritualidad pueden interactuar en la
búsqueda de significado.
Desde el punto de vista
existencial, la apertura a lo sobrenatural tiene consecuencias en la manera en
que el ser humano enfrenta cuestiones fundamentales como la muerte, el
propósito de la vida y la moralidad. Si lo sobrenatural es real y
significativo, entonces la existencia humana adquiere una dimensión
trascendente que va más allá de la mera supervivencia biológica. La gracia y la
gloria, como lo han desarrollado teólogos como Karl Rahner y Henri de Lubac, se
convierten en principios que estructuran la vida en función de un propósito más
elevado. En términos filosóficos, la reconciliación entre razón y sobrenatural
implica una reconsideración del reduccionismo materialista. Movimientos como el
realismo metafísico y el pluralismo epistemológico han propuesto que la
realidad es más compleja de lo que los enfoques exclusivamente científicos
pueden explicar. Esto no significa rechazar la razón, sino ampliar su alcance
para incluir dimensiones de la experiencia humana que han sido marginadas por
el pensamiento moderno.
Pero nada de esto invalida la
escatología cristiana, que sigue siendo válida y no depende de las
interpretaciones filosóficas o tendencias históricas. El tiempo del fin está en
manos de Dios, como lo expresa claramente el Evangelio: "Pero del día y
la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino solo mi Padre"
(Mateo 24:36). Las especulaciones sobre el futuro de la humanidad—ya sea
desde una perspectiva política, cultural o filosófica—pueden ofrecer insights
interesantes sobre cómo los tiempos pueden evolucionar. Sin embargo, desde
el cristianismo, la esperanza escatológica no está sujeta a cálculos humanos,
sino al designio divino. El hecho de que el mundo pueda entrar en una nueva era
de espiritualidad no implica que la escatología pierda su vigencia; al
contrario, sigue siendo la última palabra sobre el destino final. La historia
sigue su curso, pero la revelación afirma que el cierre definitivo de los
tiempos pertenece únicamente a Dios.
La escatología y el
ontorrealismo convergen en su búsqueda de una comprensión profunda del ser y su
destino final. Mientras la escatología cristiana aborda el cumplimiento último
del tiempo y el propósito divino para la humanidad, el ontorrealismo estructura
la realidad de manera que integra lo sobrenatural como una dimensión legítima
del ser. El ontorrealismo reconoce que la realidad no se reduce únicamente a lo
material o inmanente, sino que posee niveles ontológicos que incluyen la
trascendencia. Esto permite que la escatología se comprenda no solo como una
expectativa futura, sino como una dimensión presente del ser que orienta su
existencia hacia lo eterno. La apertura a lo trascendental dentro del
ontorrealismo implica que el fin de los tiempos no es solo un evento
escatológico, sino un destino inscrito en la estructura del ser mismo. Asimismo,
la escatología cristiana establece que el mundo camina hacia su consumación en
Dios, lo que implica una visión teleológica de la historia y del ser humano.
Desde el ontorrealismo, esto puede interpretarse como la culminación del
proceso ontológico, donde lo inmanente se abre plenamente a lo trascendental
sin perder su identidad. En este sentido, el ontorrealismo aporta un marco
filosófico que respalda la posibilidad de una armonía entre razón, fe y lo
sobrenatural, asegurando que el conocimiento y la estructura del ser estén
orientados hacia la plenitud escatológica.
La relación entre ambos
enfoques también permite superar las limitaciones del materialismo y del
reduccionismo filosófico. Si el mundo es más que una mera sucesión de eventos
físicos, la escatología no es simplemente un relato religioso, sino una clave ontológica
que revela el sentido último de la realidad. El ontorrealismo, al integrar la
trascendencia como parte esencial del ser, confirma que la escatología no es un
concepto ajeno a la filosofía, sino una manifestación legítima del destino
ontológico del hombre.
En conclusión, la
reconciliación entre razón y sobrenatural no implica un conflicto, sino una
integración. La razón sigue siendo una herramienta fundamental para el
conocimiento, pero el reconocimiento de lo sobrenatural como parte de la
realidad permite una comprensión más rica y completa de la existencia.
En este sentido, las
implicancias filosóficas y existenciales del ontorrealismo abarcan tanto la
comprensión del ser como su orientación hacia lo trascendente. Entre las implicancias
filosóficas tenemos:
1.
Reconciliación entre razón y trascendencia: El ontorrealismo permite una
integración equilibrada entre lo racional y lo sobrenatural, superando el
reduccionismo materialista y el escepticismo extremo.
2.
Ontología abierta: En lugar de limitar la realidad a lo inmanente, el
ontorrealismo reconoce niveles ontológicos que incluyen lo eterno y lo
absoluto.
3.
Pluralismo epistemológico: La verdad no se alcanza solo a través de la
ciencia o la lógica formal; la intuición, la experiencia y lo simbólico también
forman parte del conocimiento legítimo.
4.
Superación del nihilismo: Al reconocer que el ser tiene una estructura
trascendental, se evita la visión pesimista de la existencia propia del
pensamiento posmoderno.
Implicancias existenciales:
1.
Apertura a lo sobrenatural: La existencia humana no está cerrada en sí
misma, sino orientada hacia la trascendencia, lo que da sentido al ser y su
destino.
2.
Plenitud ontológica: La vida no se reduce a lo meramente biológico o
psicológico, sino que se realiza plenamente cuando el ser se abre a lo eterno.
3.
Fundamento ético sólido: Al reconocer lo sobrenatural como parte de la
realidad, se establece una base ética más profunda que no depende solo de
constructos socioculturales.
4.
Esperanza escatológica: El ontorrealismo permite pensar la existencia
como una preparación hacia lo absoluto, dando dirección y propósito a la vida
humana.
En conjunto, estas
implicancias fortalecen una visión integral del ser, donde lo material y lo
espiritual no están en conflicto, sino en armonía. En realidad, la
reconciliación entre la razón y lo sobrenatural en esta vida siempre será
parcial y excepcional, pues la naturaleza humana está limitada por su condición
finita y por la influencia de la materia. Aunque la razón puede intuir y
acercarse a lo trascendente, nunca podrá abarcarlo completamente, ya que lo
sobrenatural trasciende los límites del pensamiento lógico y de la percepción
sensorial. En este sentido, la experiencia mística y la fe permiten vislumbrar
aspectos de lo divino, pero siempre de manera fragmentaria y condicionada por
la realidad terrenal. En contraste, la reconciliación que se tendrá en la vida
en el cielo y en gloria será mucho más plena, pues el ser humano participará de
una realidad transformada, libre de las limitaciones del mundo material. Sin
embargo, esta reconciliación nunca será total como en Dios, ya que la criatura,
por su propia naturaleza, nunca podrá alcanzar la infinitud y perfección
absoluta del Creador. La gloria celestial permitirá una comunión más profunda
con lo divino, pero siempre dentro de los límites de la creaturalidad.
Este enfoque resalta la
distinción ontológica entre Dios y sus criaturas: aunque el ser humano puede
aspirar a la unión con lo sobrenatural, siempre habrá una diferencia esencial
entre el Creador y lo creado. La plenitud de la reconciliación en la gloria
será el máximo grado posible para el ser humano, pero sin llegar a la totalidad
absoluta que solo pertenece a Dios. Así, la existencia encuentra su sentido en
la búsqueda de esta unión, sabiendo que la perfección última solo reside en el
Ser divino.
La creaturalidad no es un estado de
separación absoluta, sino una condición que tiene un destino incluso en el seno
de Dios. La existencia creada está llamada a participar de la gloria divina,
pero siempre dentro de los límites de su propia naturaleza. Este reconocimiento
es fundamental para comprender la relación entre el ser humano y lo
trascendente: la criatura no se disuelve en Dios, sino que alcanza su plenitud
en comunión con Él.
El Maligno, al no aceptar
esta realidad, cayó en la desgracia de la rebelión. Su error fue querer
igualarse a Dios, negando la diferencia ontológica entre el Creador y lo
creado. En lugar de reconocer su lugar dentro del orden divino, buscó una
autonomía absoluta, lo que lo llevó a la separación y la condena. Esta tragedia
es una advertencia sobre los peligros del orgullo y la negación de la
dependencia de Dios.
La enseñanza que se
desprende de esto es clara: la creaturalidad no es una limitación negativa,
sino una vocación hacia la participación en lo divino. La plenitud del ser no
se encuentra en la autosuficiencia, sino en la apertura a la gracia y la
gloria.
Referencias
San Agustín (426). La ciudad
de Dios. Biblioteca de Autores Cristianos. /Tomás de Aquino (1265-1274). Summa
Theologiae. Ediciones Sígueme. /Karl Jaspers (1932). Philosophie.
Springer. /Paul Ricoeur (1990). Soi-même comme un autre. Seuil. /Henri
de Lubac (1946). Surnaturel: Études historiques. Aubier. /Hans Urs von
Balthasar (1961). Gloria: Una estética teológica. Ediciones Encuentro. /Jean-Luc
Marion (1997). Étant donné: Essai d’une phénoménologie de la donation.
PUF. /Flores Quelopana, Gustavo (2025). Ontorrealismo. Más allá de lo
inmanente, camino hacia lo eterno. Lima: IIPCIAL.
ÍNDICE
Prólogo
1. La tensión entre lo racional y lo
sobrenatural
2. Fenómenos sobrenaturales: ¿excepción o
evidencia?
3. El sobrenatural bajo la mirada filosófica
4. La parapsicología y la búsqueda científica
de lo inexplicable
5. Los grandes teólogos y el sobrenatural
(Exposición y Crítica)
6. El materialismo y la negación del misterio
Conclusión: ¿Hacia una reconciliación entre
razón y sobrenatural?
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