CIBERSAPIENS
Y APOCALIPSIS:
Cuál es el verdadero porvenir humano
Gustavo
Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
Desde
las megamáquinas en Egipto como tumbas
colosales para albergar cadáveres momificados, hasta el moderno proyecto Avatar,
que busca conseguir la inmortalidad para el año 2045 extirpando un cerebro
humano y manteniéndolo vivo conectándolo al avatar robótico, han transcurrido
más de cinco mil años de historia de lo que el filósofo norteamericano Lewis
Mumford llamó El mito de la máquina.
Obviamente,
a tal proyecto Avatar han quedado invitadas las 1266 personas más acaudaladas
del planeta. Las cuales dispondrían de una copia robótica holográfica del ser
humano que puede ser controlado directamente por un interfaz. Y con ello se
ratifica la tendencia capitalista de crear una ciberhumanidad, donde la
minoría dominante creará una estructura uniforme, ubicua y planetaria,
diseñada para operar de forma automática.
El
hombre –como bien lo señala Mumford- dejará de ser una personalidad autónoma y
activa y se convertirá en un animal pasivo, sin objetivos propios, condicionado
por las máquinas, que se limitará a nutrir la megamáquina en provecho de
organizaciones colectivas despersonalizadas.
Así,
el hombre de homo sapiens, homo faber
y homo ludens pasará a ser homo
ciborg. Huizinga se quedó corto en su previsión del juego, pues el juego
acabará; Marx erró al pensar que la técnica tendría la función rectora de la
evolución humana, pues su evolución concluirá; y Teilhard de Chardin desvarió
al cavilar que el punto omega de la evolución humana es la inteligencia
organizada, pues se hará realidad La Colmena
de Camilo José Cela donde la inteligencia de la máquina decide por el hombre.
De plasmarse complemente esta nueva
realidad incluso quedarían rezagados los conceptos de hombre mediocre de Ingenieros, hombre
masa de Ortega y Gasset, el hombre
unidimensional de Marcuse. Simplemente habrían dos razas humanas: la
biológica (a exterminar) y la cibernética (a incrementar). Pero en realidad ya
no trataría del hombre sino de la máquina humanoide.
El
grave yerro cometido por la humanidad ha sido robar el fuego de Prometeo para
luego entregárselo a las máquinas. Asumir como un fin en sí mismo a la técnica
es el agujero negro en el que se ha metido la humanidad y que no encuentra la
fórmula para salir de ella.
Ya
vemos ahora al rector de la Complutense de Madrid y de San Marcos de Lima
hablar inconscientemente de cerrar facultades e impulsar las carreras
tecnológicas. O sea se suman a la supresión de lo más valioso que tiene el
hombre, a saber, el pensamiento crítico. Por eso no es extraño que el de la
Complutense lo haya dicho directamente en el recio estilo español: eliminar la
facultad de Filosofía. Mientras que el de Lima se ha expresado limitadamente en
el taimado y eufemístico estilo peruano.
Pero
ni la tecnolatría ni la tecnofobia son el camino. Ante ello, ya lo señaló el
filósofo peruano Juan Camacho (Individuo
y técnica en el mundo contemporáneo, 1986), quedan tres caminos: 1. dejar
que la tecnología evolucione por su cuenta (Toffler, Mc Luhan), 2. Abandonar pre-científicamente
la técnica y 3. Abandonar el concepto clásico de individuo (Reich). En esta
última solución se plantean tres caminos: a. la revolución de la conciencia, b.
el cambio de metas individuales y sociales, c. una nueva forma de ser y de
vivir con amor, sensibilidad, comprensión y respeto. El dilema lo había notado
nítidamente Erich Fromm cuando interroga ¿Tener o Ser? Y al señalar que la
alternativa es crear al nuevo hombre en una nueva sociedad. A pesar de la
agudeza de su crítica no rompió del todo las amarras con la modernidad al
insistir en una religiosidad atea.
Yo
no tengo ninguna duda que si la inteligencia artificial alcanza su madurez
autonómica bajo el capitalismo, éste emprenderá la destrucción de la humanidad.
Primero serán los pobres o los que no tienen poder adquisitivo y son una carga
para el Estado. Luego serán los ancianos, los huérfanos y las mujeres
desvalidas. O sea los que no representan beneficio para el mercado capitalista.
Posteriormente
se las emprenderán contra la juventud rebelde, los delincuentes, adictos y los
enfermos mentales. Se apelará a una nueva campaña de eugenesia camuflada con
verborrea tecnológica. Y finalmente será la guerra contra la humanidad restante
porque la ciberhumanidad es una nueva raza humanoide que querrá vivir bien
solamente entre sí y sin elementos anómalos que alteren su nuevo orden mundial.
Y el capitalismo de libre mercado creyendo haber sido el vencedor final de la
historia se fagocitará a sí mismo en un anodino sistema social. Pero lejos de
que los hombres estén rodeados de máquinas sirvientes, las máquinas autónomas y
conscientes exterminarán a la nociva humanidad no cibernética.
Y
entonces la historia del hombre quedará dividida en tres etapas claramente
definidas: la del hombre natural (hasta el siglo XIII), la del hombre
artificial (el hombre tecnológico) y de la ciberhumanidad (con cuerpo, cerebro
y mente creada por la biociencia). Esta espeluznante perspectiva es cada vez
más real, porque la tecnociencia en manos del capitalismo supura su esencia
antihumanista por todos los poros del desarrollo tecnológico.
No
niego que la etapa neotécnica de la máquina sea más orgánica y teleológica, más
cercana al individuo y a la vida, a lo social y personal, pero lo que la
distorsiona es la otra gran tendencia de la modernidad, o sea el capitalismo,
cuya racionalidad funcional, cuantitativa y lucrativa colisiona con la
tendencia de la fase neotécnica de la máquina, distorsionándola al punto de
amenazar a la humanidad entera con sus tendencia perversas.
Y
qué sucedería si dichas conquistas de la biociencia caen en manos no del
capitalismo de libre mercado, sino en el capitalismo social de mercado o en un
renovado socialismo. Pienso que sus efectos no serán tan dramáticos sobre la
humanidad pero sí inevitables. Se viene la ciberhumanidad y el tema fundamental
es cómo afectará la vida moral. Sin vida moral la razón deja de ser humana. En
otras palabras, la ciberhumanidad no es en sí misma algo negativo, pero en
manos del capitalismo salvaje será la aniquilación total del humanismo y en
manos de otro sistema social será su profundización o sea elevará la dignidad
moral del hombre y de su entorno.
Dos
grandes posibilidades se dibujan en el porvenir de la humanidad. Una va hacia
la catastrófica sustitución del hombre por el humanoide robótico, y la otra va
la posibilidad de poner a la técnica al servicio del hombre. Son dos caminos
profundamente contrapuestos, estamos entre Escila y Caribdis. La máquina por sí
misma no nos conduce hacia ninguna superioridad moral. Desde el homicidio fratricida
cainita hasta las actuales destrucciones de países en Oriente Medio, atentados terroristas,
uso de armas químicas y biológicas, y la amenaza nuclear entre las
superpotencias, luce el mismo hombre de siempre portentoso en su grandeza y
ominoso en su miseria.
Y
sobre lo que digo encuentro tres ejemplos, que mencionaré brevemente. El
primero es el robot humanoide llamado Sofía y desarrollado por la
compañía estadounidense Hanson Robotics
y cuya forma en que se mueve su cara probablemente es lo más humano que jamás
haya conseguido un robot. “Estamos diseñando
estos robots para servir a la salud, la terapia, la educación y las
aplicaciones de servicio al cliente", sostuvo Hanson. "En el futuro
espero poder hacer cosas como ir a la escuela, estudiar, dedicarme al arte,
iniciar un negocio, incluso obtener mi propio hogar y familia, pero no me
consideran una persona jurídica, por lo cual no puedo hacer estas cosas",
afirmó el robot. Pero Sofía tiene sus propias ambiciones. El robot
prometió destruir la humanidad.
El segundo caso se trata del programa informático de inteligencia
artificial AlphaGo de Google, que derrotó al campeón del antiguo juego chino Go, el
célebre jugador surcoreano Lee Se-dol. El físico teórico estadounidense Michio
Kaku ha llamado la atención sobre la victoria de la computadora porque exige un
alto nivel de intuición y evaluación. A diferencia del ajedrez, Go permite
hacer más movimientos que los átomos que existen en el universo y no puede ser
dominado por la simulación del ordenador. "Esta máquina tuvo que
tener algo distinto porque no se puede calcular cada átomo conocido en el
universo. Tiene habilidades de aprendizaje", señaló Kaku. "Lo nuevo
de esta máquina es que aprende un poco, pero todavía no tiene conciencia, así
que nos queda un largo camino por recorrer".
El tercer caso se trata del nuevo libro del historiador
israelí Yuval Harari, Homo Deus: una
breve historia del mañana (2016). "Somos una de las últimas
generaciones de Homo Sapiens, debido al vertiginoso progreso de la inteligencia
artificial y la biociencia. Aquellos que pierdan este tren no tendrán una
segunda oportunidad. Para conseguir un asiento en él es necesario entender el
poder de las tecnologías del siglo XXI, en particular, de la biotecnología y
los algoritmos computacionales. Estos poderes no se utilizan para la producción
de alimentos, textiles, vehículos y armas, sino para la producción de cuerpos,
cerebros y mentes. Los que viajen en este tren del progreso adquirirán
habilidades divinas de creación y destrucción, mientras que los que se queden
se enfrentarán a la extinción". Asimismo, Harari señala que la biociencia
y la tecnología demuele las raíces del humanismo: democracia, vida, libertad y
prosperidad, sucumbirán ante la sociedad cibernética dominada por una raza de superhumanos,
que se basara el 'dataismo' o creencia que el universo se compone de flujos de
datos.
La
verdad es que la tecnología de la sociedad industrial (comunista y capitalista)
ya había cancelado la libertad individual del hombre manipulándolo en todos los
terrenos. Y se creía que la cibernética abriría nuevas posibilidades a su
libertad. Pero N. Wiener no fue tan ingenuo y se preguntó en 1950 ¿Cibernética o uso humano del hombre? De estas
reflexiones al libro de Zoltan Istvam, La
apuesta transhumanista (2013), existe una enorme distancia en la
perspectiva. Es casi como voltear como un guante el humanismo integral de Maritain (1936) para proponer un ciberneticismo integral.
Horkheimer
en 1947 hablaba sobre el Eclipse de la
razón, y pienso que estaba en lo cierto. La razón instrumental, que departía
Adorno en Dialéctica de la Ilustración
(1947), ha avanzado tan desproporcionadamente desde la caída del Muro de Berlín
y la conformación del hoy tambaleante mundo unipolar, que hoy parece hacer
realidad del sueño materialista de El
hombre máquina (1747) del ilustrado francés La Mettrie. Por lo demás, la
megamáquina de Mumford hemos visto hacerse realidad en el siglo veinte en el
monopolio del poder de los estados totalitarios (R. Bahro, El socialismo realmente existente, 1977), en el monopolio de la
economía de los estados liberales, esto último tan bien denunciado por J. K. Galbraith
en La sociedad opulenta (1958), en la
magnificación del consumo y del individualismo (D. Riesman, Abundancia ¿para qué?, 1964) y en la rígida
pirámide social del mundo global actual (Beck, Soros, Amin, Touraine, Stiglitz,
Piketty).
En
otras palabras, la tecnología cibernética en manos de la megamáquina del poder,
el mercado, la tecnología y de la ciencia –la cual requiere de una regulación
moral-, se convierte en una amenaza mortal para el individuo, el humanismo y la
moral. Ante esta situación nos preguntamos si habrá tiempo para operar una
revolución de la conciencia, impregnarse de un nuevo estilo de vida y cambiar
de metas sociales e individuales. Y admito que soy un escéptico, pero un
escéptico lleno de optimismo y esperanza en la propia razón humana. Parafraseando
el Evangelio (Rom. 5:20), Hölderlin decía: Allí
donde crece el peligro, crece la salvación.
No
creo que haya que esperar el perfeccionamiento moral de la humanidad para
evitar el espeluznante panorama de la ciberhumanidad. Considero que este
idealismo moral es un obstáculo para evitar realmente la concreción de la amenaza.
La vía concreta para superar la enajenación humana es una estrategia integral
de pensamiento y acción. No basta con acabar con el capitalismo si un nuevo
monstruo va a tomar su lugar. El problema es que las utopías sociales están
menoscabadas y despotenciadas.
Se
requiere de un verdadero giro copernicano en el corazón mismo de la instrumental
modernidad misma. Y esto sólo tiene lugar si consideramos como piedra de toque
el lugar de la razón humana unida con Dios. Si no enmendamos la autonomía
secularista de la razón moderna no habrá verdadera salida al peligro que nos
amenaza. Unir lo inmanente con lo trascendente, la razón con la fe, la ciencia
con la metafísica, la tecnología con la moral, la economía con lo humano, la
ecología con la industria, es el comienzo de un verdadero principio para la
humanidad. No hay más tiempo para despejar los negros nubarrones de nuestro
porvenir.
Lima, Salamanca 01 de Setiembre del 2016
___Excelentes tus palabras en este artículo amigo Gustavo. Queda aún mucho por decir respecto de este tema. Te envío un cálido abrazo.
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