El monstruo está vivo. No murió con el derrumbe del orden unipolar ni con la crisis del neoliberalismo occidental. No se extinguió con el desplazamiento de la gobernanza mundial del Atlántico hacia el Pacífico. El monstruo mutó, se reconfiguró, y a través de la tecno-política digital de índole hiperimperialista se infiltró en los pliegues más sutiles de la vida cotidiana, y hoy respira con más fuerza que nunca bajo el disfraz del capitalismo nacionalista y la promesa de la multipolaridad. El monstruo es el nihilismo estructural, esa enfermedad del espíritu que convierte todo en mercancía, que mide la existencia en términos de utilidad y acumulación, que reduce la vida humana y la naturaleza a engranajes de un sistema sin sentido.