EL PULSO METAFÍSICO DEL MUNDO ACTUAL
Introducción: La tesis del nuevo giro metafísico
El mundo contemporáneo se encuentra en medio de una transformación ontológica profunda. Las grandes tradiciones espirituales —de la India, China, Grecia, el mundo andino y el cristianismo— han ofrecido durante siglos modelos metafísicos que han orientado la comprensión del ser, la libertad y la trascendencia. Sin embargo, el pulso metafísico del mundo actual revela una insurgencia planetaria: una nueva metafísica que reivindica la libertad humana, reconcilia lo inmanente con lo trascendente, y supera el necesitarismo cósmico que ha dominado las cosmovisiones tradicionales.
Esta nueva metafísica no consiste en privilegiar lo inmanente y olvidar lo trascendente —como erróneamente hizo el pensamiento moderno— sino en unirlos sin confundirlos, reconociendo que lo inmanente no carece de contenido, sino que es portador de sentido, lugar de revelación y campo de redención. La gnosis perfecta no es evasión, sino presencia lúcida y activa.
Este ensayo se propone trazar esta evolución en siete partes: comenzando con la observación de Albert Schweitzer sobre el pensamiento indio, confrontando la ruta tradicional del Vedanta con las propuestas modernas de Sri Aurobindo y otros pensadores, explorando el giro desde la metafísica de la necesidad hacia la libertad en el pensamiento chino y andino, desarrollando el giro cristiano y sus implicancias ontológicas, éticas y teológicas, atendiendo a las nuevas teologías que reaccionaron frente a la secularización del cristianismo moderno, relacionando esta nueva metafísica con el surgimiento del mundo multipolar, y concluyendo con una visión clara del rumbo metafísico del planeta del mañana.
I. Albert Schweitzer y el conflicto místico en la India
Albert Schweitzer, en su obra El pensamiento de la India, identifica una tensión fundamental que atraviesa la espiritualidad india: el conflicto entre un misticismo de la negación, que carece de contenido ético, y un misticismo de afirmación del mundo y de la vida, que sí lo posee.
El misticismo de la negación se basa en la disolución del yo en lo absoluto, en la renuncia al mundo como ilusión (maya), y en la búsqueda de liberación (moksha) mediante el conocimiento (jnana) y la renuncia. El misticismo de afirmación, en cambio, reconoce la presencia de lo divino en la vida misma, en la acción, en el cuerpo y en la materia, proponiendo una espiritualidad activa y ética.
Esta tensión es especialmente notoria en Sri Aurobindo, quien propone un yoga integral donde lo trascendente queda ligado a lo inmanente. Para Aurobindo, el futuro del ser humano no es convertirse en un místico que desprecie la Tierra, sino en revelar la presencia de la divinidad en todo. Esta visión representa una ruptura con el ideal del renunciante y propone una espiritualidad transformadora, profundamente ética.
Schweitzer, al observar esta evolución, anticipa una reorientación del pensamiento espiritual que no busca escapar del mundo, sino divinizarlo.
II. De la renuncia a la afirmación: el giro en el pensamiento de la India
La espiritualidad india ha sido históricamente dominada por una visión metafísica que privilegia la negación del mundo. Esta actitud renunciante se expresa en las principales escuelas del Vedanta, que configuran una ontología donde la liberación espiritual implica la disolución del yo en lo absoluto, y donde el mundo sensible es considerado ilusorio o secundario.
Desde Adi Shankara y su Advaita Vedanta, pasando por Ramanuja, Madhva, Nimbarka y Vallabha Acharya, el núcleo metafísico sigue siendo necesitarista: el cosmos es un orden eterno, y la libertad humana consiste en alinearse con él, no en transformarlo.
Con el siglo XIX y XX, el pensamiento indio experimenta una transformación radical. Aparecen figuras como Ramakrishna, Vivekananda, Aurobindo, Krishnamurti y Tagore, que reinterpretan el Vedanta desde una perspectiva ética, evolutiva y afirmativa. Ya no se trata de disolver el yo en lo absoluto, sino de revelar lo divino en lo concreto, en la acción, en la historia, en el cuerpo. La espiritualidad se vuelve ética, evolutiva, activa, y el mundo deja de ser obstáculo para convertirse en campo de redención.
III. China y el mundo andino: del orden cósmico a la libertad encarnada
Las tradiciones espirituales de China y del mundo andino precolombino comparten una visión metafísica profundamente marcada por la ley cósmica inmanente, el ritmo cíclico del universo, y la subordinación de la libertad humana a un orden necesario.
En el Taoísmo, el principio del wu wei —la no acción— implica armonía con el flujo natural del Tao, un principio cósmico impersonal, eterno e inmutable. La sabiduría consiste en no resistirse, en dejarse llevar por el ritmo del cosmos. La ética es ecológica, contemplativa, pero no transformadora en sentido histórico.
En la cosmovisión andina, Wiracocha representa el tiempo corto que ordena el mundo, Pachacútec el tiempo largo que destruye todo cada ciertos milenios, y ambos son insuflados por Pachacámac, que anima el proceso cósmico sin fin. Este sistema configura una ontología donde el ser humano está encerrado en ciclos cósmicos, sin posibilidad de ruptura ni redención histórica. La libertad consiste en mantener el equilibrio, no en transformar el mundo.
Sin embargo, en el contexto contemporáneo, estas tradiciones están siendo releídas desde nuevas perspectivas. El pensamiento ecológico, el arte indígena, la espiritualidad china contemporánea, todos buscan reintegrar lo inmanente con lo trascendente. La libertad ya no se concibe como adaptación, sino como creación consciente, como acción ética que transforma el mundo sin romper su armonía.
El emporio comercial de Gamarra, con su economía informal, es una expresión viva de esta transformación: una libertad creadora, desinstitucionalizada, que se mueve fuera de los marcos tradicionales. Esta libertad tiene raigambre cristiana, pero ha sido deformada por el pensamiento moderno, que absolutiza lo inmanente y olvida lo trascendente.
IV. El giro cristiano: libertad, encarnación y amor al prójimo
El cristianismo representa una ruptura ontológica sin precedentes. Frente a las tradiciones que conciben el cosmos como un orden necesario, el cristianismo introduce una metafísica de la libertad, donde Dios es personal, libre y creador, y donde el ser humano es llamado a transformar el mundo desde el amor.
Dios crea el mundo desde la nada (ex nihilo), lo que implica que el ser no está determinado por una ley eterna, sino que es don gratuito, acto libre, vocación abierta. Cristo encarna lo trascendente en lo inmanente: Dios que habita la carne, que entra en la historia, que asume el sufrimiento. La redención ocurre en el mundo, no fuera de él.
El mandamiento cristiano de amar al prójimo convierte la ética en acción concreta, en compromiso con el otro, con la justicia, con la vida. La espiritualidad ya no es evasión, sino encarnación del bien. Tras la concepción activista de Occidente está el amor al prójimo cristiano.
Aunque hubo tendencias cristianas que enfatizaron lo trascendente absoluto, los Padres del Desierto y los 800 años de patrística defendieron una espiritualidad encarnada, promoviendo la justicia social, el cuidado del pobre, la hospitalidad, la comunidad.
En el siglo XX, el cristianismo enfrentó una crisis de secularización: Tillich reinterpretó a Dios como "el fundamento del ser", Bultmann propuso una desmitologización radical, y Bonhoeffer terminó afirmando un "cristianismo sin religión". Estas teologías rompieron el vínculo entre lo trascendente y lo inmanente, cayendo en el mismo error del pensamiento moderno.
Frente a esta secularización, han surgido nuevas teologías que buscan reconectar la libertad con la trascendencia: teologías del cuerpo, de la tierra, de la liberación, del cuidado. Espiritualidades que afirman que la materia es sacramento, que la historia es campo de redención, que la acción ética es revelación divina.
V. La nueva metafísica y el mundo multipolar
El orden mundial contemporáneo está transitando hacia una multipolaridad civilizatoria, donde distintas culturas, religiones y filosofías reivindican su voz en la construcción del futuro. Este cambio no es meramente estratégico o económico: revela una transformación metafísica profunda, donde las civilizaciones comienzan a reivindicar lo inmanente con contenido ético, sin renunciar a lo trascendente.
Las civilizaciones ya no se subordinan a un único paradigma metafísico. India, China, América Latina, África, el mundo islámico y el cristianismo occidental dialogan desde sus raíces, buscando una síntesis que respete la diversidad sin caer en relativismo. Esta pluralidad permite una reconexión con lo trascendente, sin negar lo inmanente, y abre paso a una espiritualidad activa, ética, encarnada.
La emergencia de esta nueva metafísica planetaria se manifiesta en múltiples tradiciones que convergen: el Vedanta integral de Aurobindo, el activismo ético cristiano, el pensamiento ecológico taoísta, la relectura del mundo andino como campo de creación. Todas ellas coinciden en superar el necesitarismo cósmico y en corregir el reduccionismo moderno que absolutizó lo inmanente y olvidó lo divino.
Incluso fenómenos como el emporio comercial de Gamarra, con su economía informal, revelan esta tensión metafísica: una libertad desbordada, creativa, pero desvinculada de lo trascendente. Es una expresión de la metafísica cristiana deformada por el pensamiento moderno, donde la acción se impone sin comunión, sin horizonte ético. Lo que se necesita es una reorientación espiritual, donde la libertad vuelva a dialogar con el misterio, con la gracia, con el sentido.
En este nuevo contexto, el panteísmo —que disuelve lo divino en el cosmos— se convierte en una pieza de museo. Ya no responde al pulso del mundo actual, que busca reconciliar lo trascendente con lo inmanente sin confundirlos. La gnosis perfecta no es evasión, sino presencia lúcida y activa, donde el mundo es sagrado porque está habitado por el amor.
El mundo multipolar que se está gestando no es solo una redistribución de poder, sino una reconfiguración ontológica. Las civilizaciones ya no se subordinan a un modelo único, sino que buscan reconciliar lo eterno con lo histórico, lo divino con lo humano, lo espiritual con lo ético. El planeta del mañana no será gobernado por la ley cósmica impersonal, ni por la autonomía sin comunión. Será habitado por seres humanos que reconocen que la libertad verdadera no es evasión ni dominio, sino creación responsable, acción redentora, presencia lúcida en un mundo que es sagrado porque está habitado por el amor.
VI. El pulso metafísico del planeta del mañana
El recorrido que hemos trazado revela una transformación profunda en la conciencia espiritual de la humanidad. Desde las antiguas cosmovisiones que concebían el universo como un orden necesario —India, China, Grecia, el mundo andino— hasta la irrupción cristiana que introdujo la libertad, la historia y la redención, el pensamiento humano ha transitado por diversas formas de comprender el ser, la acción y lo divino.
Hoy, el pulso metafísico del mundo actual ya no vibra en la frecuencia de la necesidad cósmica ni en la autonomía radical del pensamiento moderno. Lo que emerge es una síntesis planetaria: una metafísica de la libertad con trascendencia, donde lo inmanente es reivindicado como portador de sentido, y lo trascendente como fuente de comunión, de misterio, de redención.
Esta nueva metafísica:
Supera el necesitarismo que disolvía la libertad en el orden eterno.
Corrige el reduccionismo moderno que absolutizó lo inmanente y olvidó lo divino.
Recupera la visión cristiana de un Dios libre que crea desde el amor, y de un ser humano llamado a transformar el mundo desde la gracia.
Integra las tradiciones espirituales en una conversación global, donde cada cultura aporta su sabiduría sin perder su singularidad.
Reorienta la acción humana hacia una ética encarnada, histórica, comunitaria, donde el amor al prójimo es el núcleo del sentido.
Incluso fenómenos como el emporio comercial de Gamarra, con su economía informal, revelan esta tensión metafísica: una libertad creativa que necesita ser reconectada con lo trascendente para no perder su horizonte ético. El panteísmo, que disolvía lo divino en el cosmos, queda relegado como pieza de museo, incapaz de responder al clamor espiritual del presente.
El mundo multipolar que se está gestando no es solo una redistribución de poder, sino una reconfiguración ontológica. Las civilizaciones ya no se subordinan a un modelo único, sino que buscan reconciliar lo eterno con lo histórico, lo divino con lo humano, lo espiritual con lo ético.
El planeta del mañana no será gobernado por la ley cósmica impersonal, ni por la autonomía sin comunión. Será habitado por seres humanos que reconocen que la libertad verdadera no es evasión ni dominio, sino creación responsable, acción redentora, presencia lúcida en un mundo que es sagrado porque está habitado por el amor.
Este es el pulso metafísico del mundo actual: una vibración nueva, profunda, planetaria, que llama a cada cultura, a cada conciencia, a cada ser humano, a participar en la construcción de una civilización espiritual donde la libertad y la trascendencia se abrazan sin confundirse, y donde el amor al prójimo se convierte en la forma más alta de conocimiento.
Conclusión — El rumbo metafísico del planeta del mañana
El recorrido que hemos trazado revela una transformación profunda en la conciencia espiritual de la humanidad. Desde las antiguas cosmovisiones que concebían el universo como un orden necesario —India, China, Grecia, el mundo andino— hasta la irrupción cristiana que introdujo la libertad, la historia y la redención, el pensamiento humano ha transitado por diversas formas de comprender el ser, la acción y lo divino.
Hoy, el pulso metafísico del mundo actual ya no vibra en la frecuencia de la necesidad cósmica ni en la autonomía radical del pensamiento moderno. Lo que emerge es una síntesis planetaria: una metafísica de la libertad con trascendencia, donde lo inmanente es reivindicado como portador de sentido, y lo trascendente como fuente de comunión, de misterio, de redención.
Esta nueva metafísica:
Supera el necesitarismo que disolvía la libertad en el orden eterno.
Corrige el reduccionismo moderno que absolutizó lo inmanente y olvidó lo divino.
Recupera la visión cristiana de un Dios libre que crea desde el amor, y de un ser humano llamado a transformar el mundo desde la gracia.
Integra las tradiciones espirituales en una conversación global, donde cada cultura aporta su sabiduría sin perder su singularidad.
Reorienta la acción humana hacia una ética encarnada, histórica, comunitaria, donde el amor al prójimo es el núcleo del sentido.
Incluso fenómenos como el emporio comercial de Gamarra, con su economía informal, revelan esta tensión metafísica: una libertad creativa que necesita ser reconectada con lo trascendente para no perder su horizonte ético. El panteísmo, que disolvía lo divino en el cosmos, queda relegado como pieza de museo, incapaz de responder al clamor espiritual del presente.
El mundo multipolar que se está gestando no es solo una redistribución de poder, sino una reconfiguración ontológica. Las civilizaciones ya no se subordinan a un modelo único, sino que buscan reconciliar lo eterno con lo histórico, lo divino con lo humano, lo espiritual con lo ético.
El planeta del mañana no será gobernado por la ley cósmica impersonal, ni por la autonomía sin comunión. Será habitado por seres humanos que reconocen que la libertad verdadera no es evasión ni dominio, sino creación responsable, acción redentora, presencia lúcida en un mundo que es sagrado porque está habitado por el amor.
Este es el pulso metafísico del mundo actual: una vibración nueva, profunda, planetaria, que llama a cada cultura, a cada conciencia, a cada ser humano, a participar en la construcción de una civilización espiritual donde la libertad y la trascendencia se abrazan sin confundirse, y donde el amor al prójimo se convierte en la forma más alta de conocimiento.
ZENÓN DEPAZ
ResponderEliminarGracias, estimado Gustavo, por compartir tus reflexiones, siempre tan sugerentes. A lo que propones aquí (donde abordas un tema capital) básicamente tendría que observar que el panteísmo, o esa otra forma suya que es el animismo (el inmanentismo de lo sagrado) no disuelven lo divino (lo sagrado) en el cosmos, para nada. Si entendemos por "cosmos" lo contrario del caos, entonces lo sagrado inmanente trasciende el cosmos, porque es irreductible a todo orden; pero lo hace no desde una Otredad absoluta, sino desde la más honda mismidad, desde el interior genésico, poietico, del cosmos (eso que en el quechua antiguo se llama Uku Pacha , una región potencial, seminal, genésica). De allí que todo orden sea precario y requiere de cuidado. Siendo así, no puede haber ontología más adecuada para la libertad entendida no como "salvación" (como libertad negativa, como "libertad de"), sino como "libertad para", como acción genésica, creativa, pero consciente de que es preciso no incurrir en lo que los griegos llamaron hybris (desmesura), algo a lo sí es proclive la ontología que supone una creación ex nihilo (una idea nihilista de creación)
Gracias, querido Zenón, por tu lectura tan fina y por esa objeción que enriquece profundamente el horizonte de la reflexión. Coincido contigo en que el animismo y ciertas formas de panteísmo —especialmente las que emergen desde tradiciones como la andina— no disuelven lo sagrado en el cosmos, sino que lo revelan desde su interior genésico, desde esa potencia que tú tan bellamente nombras como Uku Pacha.
ResponderEliminarTu lectura nos recuerda que lo sagrado no necesita de una Otredad absoluta para manifestarse como trascendencia: puede hacerlo desde la mismidad, desde el fondo fecundo del mundo. Y en ese sentido, la libertad como “libertad para” —como acción creativa, cuidadosa, consciente de su límite— encuentra en esa ontología una base fértil, no nihilista, sino profundamente ética.
Ahora bien, mi crítica al panteísmo no apunta a estas formas vivas, poéticas, cuidadosas del animismo ancestral, sino a su versión moderna, estetizada, que muchas veces termina diluyendo la exigencia ética en una contemplación impersonal del cosmos. Lo que intento señalar es que el pulso espiritual del presente reclama no solo una sacralidad difusa, sino una comunión que implique responsabilidad, alteridad, redención.
La creación ex nihilo, en su versión cristiana, no es necesariamente nihilista si se entiende como acto libre de amor, como don radical que llama a la reciprocidad. Pero concuerdo contigo: si se absolutiza como poder sin límite, puede caer en la hybris que tú denuncias. Por eso, quizás el desafío actual no sea elegir entre inmanentismo o trascendencia, sino aprender a articular ambos en una ontología del cuidado, donde lo divino se manifieste tanto en el fondo del mundo como en el llamado del otro.
Tu evocación del Uku Pacha nos recuerda que toda ontología que aspire a ser espiritual debe ser también agrícola: saber que lo sagrado germina, pero que necesita cuidado, límite, comunión. Gracias por sembrar esa semilla en esta conversación.