sábado, 6 de diciembre de 2025

MORAL Y SECULARIZACIÓN DEL INFINITO

 


MORAL Y SECULARIZACIÓN DEL INFINITO

Introducción

La humanidad se encuentra al borde de un precipicio espiritual. El infinito, otrora símbolo de lo divino y fundamento de toda moral, ha sido arrancado de su raíz trascendente y arrojado al plano inmanente de la técnica, del consumo y del poder. La modernidad ha secularizado lo eterno, transformando la infinitud en mito terrenal de progreso ilimitado, de acumulación sin fin y de dominio absoluto sobre la vida. En este proceso, la ética ha sido despojada de su solidez y convertida en moral situacional, relativa, fragmentada, sometida al cálculo y a la utilidad. El resultado es el anetismo, la condición monstruosa de una humanidad sin fundamento ético, que se arrastra como espectro entre algoritmos y máquinas, convencida de que puede sustituir el amor por la eficiencia y la caridad por la técnica.

El mundo multipolar emergente no ofrece refugio, sino intensificación de esta crisis. China, con su retórica estrictamente inmanente y terrenalista, prolonga la secularización del infinito bajo el disfraz del bien común, institucionalizando la lógica instrumental que reduce al hombre a recurso y al prójimo a engranaje. Frente a ello, las civilizaciones trascendentales —la ortodoxa rusa, la islámica y la hindú— sostienen aún la primacía de lo eterno, pero se encaminan hacia una colisión inevitable con el imperio de la máquina. La batalla que se avecina no será meramente política ni económica: será metafísica, ontológica y espiritual, y decidirá si la secularización del infinito arruina definitivamente a la humanidad o si puede ser revertida.

Este ensayo se adentra en esa escatología filosófica, corrosiva y definitiva, donde la ética se convierte en el campo de batalla y el destino del hombre se juega en un ultimátum moral. O el anetismo triunfa y la humanidad se convierte en cadáver espiritual esclavo de la técnica, o la reversión metafísica restituye la dignidad del hombre como imagen de lo eterno y reinstaura la caridad como fundamento absoluto. No hay término medio: el desenlace será total, y su peso insoportable.

1. La secularización del infinito y la decadencia moral inmanentista

La modernidad, en su despliegue inmanentista, ha operado una mutación radical en el modo en que la humanidad concibe el infinito. Aquello que durante siglos fue símbolo de lo divino, horizonte de trascendencia y fundamento último de la moral, ha sido progresivamente secularizado, trasladado al plano de lo técnico, lo económico y lo político. El infinito, otrora atributo de Dios, se ha convertido en proyecto humano: progreso ilimitado, acumulación sin fin, expansión indefinida del poder científico y tecnológico. Esta secularización del infinito constituye el núcleo de la crisis moral contemporánea, pues al perderse la referencia a lo eterno, el bien y el mal se relativizan, se tornan situacionales, y la ética se degrada en mera funcionalidad.

El inmanentismo moderno reduce la realidad a lo verificable, lo empírico, lo mundano. La trascendencia es expulsada del horizonte cultural y sustituida por la técnica como nuevo absoluto. En este contexto, la moral deja de estar anclada en principios universales y se convierte en construcción social, histórica o subjetiva. La decadencia moral es inevitable: lo bueno y lo malo se negocian según intereses, y la ética se fragmenta en múltiples micro‑moralidades sin fundamento común. La secularización del infinito no es un fenómeno aislado, sino el motor que impulsa esta transformación: al desplazar lo eterno hacia lo mundano, la modernidad convierte el infinito en mito secular, alimentando la ilusión de autosuficiencia humana y dejando tras de sí un vacío de sentido que se traduce en nihilismo, hedonismo y relativismo.

Las manifestaciones concretas de esta moral situacional son múltiples y visibles en la vida contemporánea. El consumismo global, que convierte el deseo humano en apetito ilimitado de bienes, es la traducción económica del infinito secularizado. La industria del aborto, que somete la vida a decisiones utilitarias, revela la pérdida del carácter absoluto de la existencia. La legalización de la pornografía reduce el cuerpo humano a objeto de placer y mercado, negando su dignidad trascendente. El cambio de sexo en adolescentes muestra cómo la identidad se convierte en proyecto técnico‑volitivo, desligado de cualquier fundamento natural o espiritual. El animalismo invierte la jerarquía de la creación, relativizando la dignidad humana frente a la exaltación del animal. La biotecnología y el transhumanismo, finalmente, representan la culminación de esta lógica: la técnica como nuevo infinito, con la promesa de superar los límites naturales y recrear al ser humano. Todos estos fenómenos no son simples accidentes, sino el resultado necesario de la moral situacional que nace de la secularización del infinito.

La consecuencia más grave de este proceso es la destrucción del fundamento del amor verdadero. La caridad, entendida como vínculo que reconoce al prójimo como imagen de lo eterno, se degrada en filantropía utilitaria o en tolerancia indiferente. El prójimo deja de ser fin en sí mismo y se convierte en medio para proyectos externos: consumo, productividad, ideología. Esta es la más seria ofensa a la caridad y al amor al prójimo, pues niega la dignidad absoluta del otro y convierte la relación humana en transacción. Al destruirse el fundamento del amor, se abren luciferinamente las compuertas hacia el imperio de la máquina, el ciborg, el mito del Homo Deus de Harari y la deshumanización neonietzscheana de la superación del hombre por el superhombre. La técnica se convierte en horizonte absoluto, la máquina sustituye al espíritu, y el hombre se reduce a proyecto de auto‑creación sin referencia a lo eterno.

En este contexto, el nuevo orden mundial liderado por China añade un factor preocupante. Bajo la retórica del “bien común”, se legitima un modelo estrictamente inmanente y terrenalista, que refuerza la lógica instrumental y acelera la deshumanización. La prioridad del bien común se traduce en control social, eficiencia económica y estabilidad política, pero no garantiza la defensa de la dignidad humana ni la recuperación de la trascendencia. Por el contrario, la técnica y la vigilancia digital se convierten en instrumentos privilegiados para prolongar la secularización del infinito. El ciudadano es reducido a engranaje del sistema, y la humanidad se convierte en medio para fines externos. Así, lo que se anuncia como alternativa al mundo unipolar se convierte en vehículo de la misma lógica instrumental que desintegra y fragmenta el orden global.

Sin embargo, en el corazón del emergente mundo multipolar se perfila una colisión inevitable. El inmanentismo chino, prolongación de la secularización del infinito, se enfrentará a los trascendentalismos de otras civilizaciones: el cristianismo ortodoxo ruso, que coloca a Dios y la tradición espiritual en el centro; la civilización islámica, que sostiene la unidad absoluta de lo divino como principio regulador de la vida; y la civilización hindú, que mantiene la primacía de lo espiritual sobre lo técnico mediante la noción de karma, dharma y moksha. En todas ellas, el infinito no se seculariza, sino que permanece como referencia trascendente que da sentido a la existencia. La colisión entre la máquina y el espíritu, entre el infinito secularizado y el infinito trascendente, marcará el destino del mundo multipolar.

2. El anetismo como condición monstruosa de la modernidad técnica

La escatología filosófica que se desprende de la secularización del infinito posee un contenido moral definitivo. No se trata de una especulación abstracta, sino de una encrucijada radical en la que la humanidad debe decidir su destino. El dilema es claro: o el anetismo se impone y triunfa definitivamente a través de la técnica, o puede ser desmontado mediante una reversión metafísica que devuelva al infinito su carácter trascendente y restituya la dignidad del hombre.

La categoría de lo anético es central en este análisis. Por anetismo entendemos la condición de una humanidad que ha perdido su fundamento ético, que vive sin referencia a principios universales y que reduce la moral a pura funcionalidad situacional. El anetismo no es simplemente ausencia de ética, sino su sustitución por una lógica instrumental que convierte al hombre en medio para fines externos. Es la moral degradada en cálculo, la caridad sustituida por utilidad, el amor al prójimo transformado en transacción. El triunfo del anetismo significa la consumación de la secularización del infinito: el hombre ya no se mide frente a lo eterno, sino frente a la máquina, al sistema, al proyecto técnico.

La técnica, en este horizonte, se convierte en el nuevo absoluto. El imperio de la máquina y del ciborg, el mito del Homo Deus de Harari, y la deshumanización neonietzscheana del superhombre son expresiones de este triunfo anético. La secularización del infinito prolonga su dominio en la lógica inmanente de la civilización china, que bajo la retórica del bien común legitima la instrumentalización del individuo y la subordinación del espíritu a la técnica. El ciudadano se convierte en engranaje del sistema, y la humanidad en recurso para proyectos colectivos. El bien común se redefine en términos de eficiencia y control, no en términos de dignidad y amor.

En el corazón del mundo multipolar, esta prolongación del infinito secularizado colisionará con los trascendentalismos de otras civilizaciones. La ortodoxia rusa, con su insistencia en la centralidad de Dios y la tradición espiritual, se opone al pragmatismo inmanente. El islam, con su referencia absoluta a Allah, rechaza la reducción de la moral a cálculo situacional. La India hindú, con su visión cíclica y espiritual de la existencia, mantiene la primacía de lo eterno sobre lo técnico. En todas ellas, el infinito conserva su carácter trascendente y se convierte en fundamento de la moral. La colisión entre el inmanentismo chino y estos trascendentalismos será, por tanto, una batalla de fundamentos: máquina contra espíritu, infinito secularizado contra infinito trascendente, anetismo contra caridad.

La escatología filosófica que se perfila es, entonces, una batalla final de índole metafísica, ontológica y espiritual. En ella se decidirá si la secularización del infinito arruina definitivamente a la humanidad o si puede ser revertida. El contenido moral de esta batalla es definitivo: el triunfo del anetismo significará la ruina del hombre, la pérdida de su dignidad y la extinción del amor verdadero. La reversión metafísica, en cambio, abrirá la posibilidad de una renovación espiritual, donde la técnica se subordine al sentido y la caridad vuelva a ser el centro de la vida humana.

El riesgo es enorme. Si la humanidad se entrega al anetismo, se perderá en la técnica y se convertirá en proyecto sin alma. La máquina sustituirá al espíritu, y el hombre será reducido a recurso. Pero si se atreve a desmontar el anetismo mediante una reversión metafísica, podrá recuperar la trascendencia como fundamento y restituir la dignidad absoluta del prójimo. La decisión es moralmente definitiva, porque no admite neutralidad: o la humanidad se arruina, o se renueva.

3. Escenarios prospectivos: ética, multipolaridad y colisión de trascendentalismos

La ética, entendida como el arte de orientar la vida humana hacia el bien, se encuentra hoy en el centro de una crisis sin precedentes. Esta crisis no es meramente cultural o política, sino ontológica y espiritual, porque nace de la secularización del infinito. Al perderse la referencia a lo eterno, la moral se desarraiga de su fundamento trascendente y se convierte en moral situacional, relativa, fragmentada, sometida a la lógica de la utilidad. El resultado es el anetismo, la condición de una humanidad sin ética sólida, que vive en un horizonte de cálculo y funcionalidad, donde el prójimo deja de ser fin en sí mismo y se convierte en medio para fines externos.

El triunfo del anetismo se manifiesta en fenómenos concretos que ya hemos señalado: consumismo global, industria del aborto, legalización de la pornografía, cambio de sexo en adolescentes, animalismo, degradación de la dignidad humana, biotecnología y transhumanismo. Todos ellos son expresiones de una moral situacional que ha perdido su fundamento absoluto. Pero más allá de estas manifestaciones, lo que está en juego es el destino mismo de la humanidad: si el infinito secularizado se prolonga indefinidamente, la ética se disolverá en pura técnica, y el hombre se reducirá a engranaje de la máquina.

El nuevo orden mundial liderado por China constituye un factor decisivo en este proceso. Su retórica estrictamente inmanente y terrenalista, bajo el discurso del bien común, refuerza la lógica instrumental y acelera la deshumanización. El ciudadano se convierte en recurso para el sistema, y la humanidad en medio para proyectos colectivos. La secularización del infinito se prolonga en la técnica, la vigilancia digital y el control social, institucionalizando el anetismo y consolidando la sustitución del espíritu por la máquina.

Sin embargo, en el corazón del mundo multipolar se perfila una colisión inevitable. El inmanentismo chino, prolongación del infinito secularizado, se enfrentará a los trascendentalismos de otras civilizaciones: la ortodoxia rusa, que coloca a Dios y la tradición espiritual en el centro; la civilización islámica, que sostiene la unidad absoluta de lo divino como principio regulador de la vida; y la civilización hindú, que mantiene la primacía de lo espiritual sobre lo técnico mediante la noción de karma, dharma y moksha. En todas ellas, el infinito conserva su carácter trascendente y se convierte en fundamento de la moral.

La gran batalla final será, por tanto, de índole metafísica, ontológica y espiritual. En ella se decidirá si la secularización del infinito arruina definitivamente a la humanidad o si puede ser revertida. El contenido moral de esta batalla es definitivo: el triunfo del anetismo significará la ruina del hombre, la pérdida de su dignidad y la extinción del amor verdadero. La reversión metafísica, en cambio, abrirá la posibilidad de una renovación espiritual, donde la técnica se subordine al sentido y la caridad vuelva a ser el centro de la vida humana.

La ética, en este horizonte, se convierte en el campo de batalla. No se trata de elegir entre sistemas políticos o modelos económicos, sino de decidir si el hombre seguirá siendo imagen de lo eterno o si se reducirá a recurso técnico. La secularización del infinito ha desarraigado la moral de su fundamento trascendente, pero la reversión metafísica puede devolverle su solidez. La decisión es moralmente definitiva, porque no admite neutralidad: o la humanidad se entrega al anetismo y se pierde en la técnica, o se atreve a desmontarlo y recuperar la trascendencia como fundamento.

4. Hegemonía humanística‑teológica frente al triunfo de la máquina

La gran batalla final que se perfila en el horizonte del mundo multipolar no puede reducirse a una pugna de potencias ni a un mero conflicto geopolítico. Su núcleo es moral y espiritual: decidir si la secularización del infinito arruina definitivamente a la humanidad o si puede ser revertida. En este desenlace, la categoría de lo anético se convierte en clave hermenéutica. El anetismo, como condición de una humanidad sin ética sólida, subordinada a la técnica y desarraigada de la trascendencia, representa el triunfo de la secularización del infinito. Su reversión, en cambio, significaría la restauración de la moral en su fundamento absoluto, devolviendo al hombre su dignidad como imagen de lo eterno.

Ahora bien, esta reversión metafísica no debe entenderse en términos simplistas como la derrota geopolítica de China. El problema no es la hegemonía de una nación sobre otra, sino la hegemonía de un paradigma espiritual sobre un paradigma técnico. La reversión del anetismo puede coexistir con la continuidad del poder político y económico chino, pero transformaría el horizonte cultural y moral en el que ese poder se ejerce. Lo decisivo no es quién domina el mapa geopolítico, sino qué visión del hombre se impone: si la visión instrumental que reduce al ser humano a recurso, o la visión humanístico‑teológica que lo reconoce como fin en sí mismo.

La hegemonía que está en juego es, por tanto, de orden espiritual. La reversión del anetismo significaría que lo humanístico‑teológico prevalece sobre lo estrictamente técnico deshumanizado. Esto no implica necesariamente que China pierda su influencia global, sino que su lógica inmanente se vería confrontada y subordinada a un horizonte trascendente. El triunfo de lo humanístico‑teológico no se mide en términos de PIB, poder militar o control digital, sino en la capacidad de reinstaurar la caridad como fundamento de la vida social y de devolver al infinito su carácter trascendente.

La ética, en este desenlace, se convierte en el criterio definitivo. Si el anetismo triunfa, la moral se disolverá en cálculo situacional y la humanidad se perderá en la técnica. Si la reversión metafísica se impone, la moral recuperará su solidez y la dignidad humana será restituida. La batalla no es entre Estados, sino entre fundamentos: entre la secularización del infinito y su trascendencia, entre la máquina y el espíritu, entre el anetismo y la caridad.

La escatología filosófica que aquí se describe es, en última instancia, un ultimátum moral. La humanidad está llamada a decidir si se entrega a la deshumanización definitiva o si se abre a la posibilidad de una renovación espiritual. La reversión del anetismo no siempre significará la derrota geopolítica de China, pero sí implicará la instauración de una hegemonía superior: la hegemonía de lo humanístico‑teológico sobre lo técnico deshumanizado. En esa hegemonía se juega el futuro del hombre, porque solo ella puede garantizar que la técnica se subordine al amor, que el progreso se ordene al sentido, y que el infinito recupere su carácter trascendente como fundamento de la moral.

Conclusión

La secularización del infinito ha despojado al hombre de su fundamento trascendente y lo ha arrojado a la intemperie de la técnica, donde la moral se disuelve en cálculo y la caridad se extingue en utilidad. El resultado es el anetismo, esa condición monstruosa de una humanidad sin ética, que se arrastra como espectro entre máquinas y algoritmos, convencida de que el progreso ilimitado puede sustituir al amor. El imperio de la máquina, el mito del Homo Deus, el ciborg y el superhombre neonietzscheano no son promesas de liberación, sino signos de una deshumanización radical que convierte al hombre en su propio verdugo.

El nuevo orden mundial, con su retórica inmanente y terrenalista, no detiene este proceso: lo institucionaliza, lo legitima, lo acelera. Bajo el disfraz del bien común, se perpetúa la lógica instrumental que reduce al prójimo a recurso y al ciudadano a engranaje. La colisión con los trascendentalismos de Rusia, el islam y la India será inevitable, pero no se trata de una pugna de naciones, sino de una batalla por los fundamentos: máquina contra espíritu, infinito secularizado contra infinito trascendente, anetismo contra caridad.

La humanidad se encuentra ante un ultimátum moral. O se entrega a la ruina definitiva del anetismo, aceptando la sustitución del espíritu por la técnica y la extinción del amor verdadero, o se atreve a desmontar esta lógica mediante una reversión metafísica que restituya la dignidad del hombre como imagen de lo eterno. Esta reversión no implica necesariamente la derrota geopolítica de China, sino algo más radical: la instauración de una hegemonía superior, la hegemonía de lo humanístico‑teológico sobre lo estrictamente técnico y deshumanizado.

El desenlace será corrosivo porque no admite neutralidad: o la humanidad se convierte en cadáver espiritual, esclava de la máquina y del cálculo, o recupera la trascendencia y reinstaura la caridad como fundamento absoluto. No hay término medio. La secularización del infinito ha abierto las compuertas del abismo; solo la reversión metafísica puede cerrarlas. La decisión es definitiva, y su peso es insoportable: en ella se juega no solo el futuro de la ética, sino la supervivencia misma de lo humano.

Bibliografía 

  • Benedicto XVI. Introducción al cristianismo. Madrid, Ediciones Cristiandad, 2006.

  • Dussel, Enrique. Ética de la liberación en la edad de la globalización y de la exclusión. Madrid, Trotta, 1998.

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  • Harari, Yuval Noah. Homo Deus: Breve historia del mañana. Barcelona, Debate, 2016.

  • Heidegger, Martin. Ser y tiempo. Trad. José Gaos, México, Fondo de Cultura Económica, 1951.

  • Nietzsche, Friedrich. Así habló Zaratustra. Madrid, Alianza Editorial, 1972.

  • San Agustín. La ciudad de Dios. Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1958.

  • Zubiri, Xavier. El hombre y Dios. Madrid, Alianza Editorial, 1984.

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