RELIGIÓN
Y SECULARIZACIÓN
DEL INFINITO
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a humanidad contemporánea
se arrastra sobre un filo de abismo: lo que alguna vez fue infinito sagrado ha
sido secularizado, vaciado, degradado, convertido en cálculo, técnica y
mercancía. La modernidad inmanentista ha invertido lo eterno y lo ha reducido a
energía cósmica, a espectáculo consumista, a ilusión terapéutica disfrazada de
espiritualidad. La sombra luciferina de la Bestia nihilista se extiende sobre
todos los orbes civilizacionales, consolidando un vacío estructural que se
impone como orden global. La religión, debilitada y privatizada, lleva las de
perder en todos los polos del mundo multipolar, donde apenas se advierten
destellos de una reversión metafísica radical, sofocados por el peso específico
de las fuerzas contrarias: consumismo global, tecnocracia digital, secularismo
cultural, instrumentalización política.
Atravesamos el Gólgota de
la posverdad, donde la Verdad ha sido crucificada por el relativismo y la
mentira se normaliza como norma cultural. La pregunta evangélica —“¿habrá fe
cuando llegue el Señor?”— se actualiza en grado sumo, porque la fe mengua y
la caridad se extingue en utilidad. La secularidad contemporánea se define por
ser científica, técnica, material, hedonista y anética: un sistema total de
vaciamiento que arrasa con la gratuidad y la trascendencia, consolidando la
hegemonía del nihilismo estructural.
Lo que se yergue en el
horizonte no es la aurora de una resurrección espiritual, sino la luciferina
consolidación del vacío. El ultimátum está dado: o la humanidad se hunde
definitivamente en el abismo del anetismo, convertida en espectro entre
algoritmos y máquinas, o se atreve a una resurrección metafísica radical que
reinstaure lo eterno como fundamento absoluto. El Apocalipsis no es futuro, es
presente: la Bestia nihilista ya reina, y su sombra se ha consolidado como
estructura.
1. La secularización del
infinito y el debilitamiento de la religión en los orbes civilizacionales
La humanidad contemporánea
atraviesa un umbral decisivo: la secularización del infinito se ha convertido
en el signo dominante de la modernidad global. En China, esta secularización se
acentúa con radicalidad, pues el Estado ha convertido la técnica, el mercado y
la burocracia en pilares de legitimidad, relegando la religión a un espacio
controlado y subordinado. En los demás BRICS —Brasil, Rusia, India, Sudáfrica—
la situación es distinta, pero igualmente reveladora: la religión persiste, sí,
pero debilitada, instrumentalizada, reducida a identidad política o a
espectáculo cultural. El resultado es un panorama donde la religión lleva las
de perder en todos los orbes civilizacionales, confirmando con dramatismo el
mensaje apocalíptico que atraviesa las Escrituras: “¿Habrá fe cuando llegue
el Señor?” (Lc 18,8).
La secularización del
infinito no es un fenómeno neutral. Es el signo de un proceso luciferino que ha
invertido lo sagrado, degradándolo a lo material, a lo panteísta, a la energía
cósmica. La lógica no instrumental de la religión —la gratuidad, la caridad, la
trascendencia— ha sido arrasada por el secularismo global y la lógica del
mercado. Lo que antes era don gratuito se convierte en mercancía; lo que antes
era caridad se convierte en utilidad; lo que antes era fe se convierte en
espectáculo. El prójimo deja de ser hermano y se convierte en cliente, recurso
o competidor.
La Iglesia católica
posconciliar ha intentado responder a este desafío con una teología encarnada:
de Lubac con su visión integral de la gracia, Teilhard de Chardin con su Punto
Omega, Schillebeeckx con su teología de la experiencia, Congar con su eclesiología
de comunión, Gutiérrez con la teología de la liberación, Rahner con su
cristiano anónimo. Todos ellos han buscado reinsertar la trascendencia en la
historia, reconciliar fe y mundo, mostrar que la salvación se hace visible en
lo humano. Pero los poderes fácticos del consumismo se han impuesto con fuerza:
la técnica, el mercado y la burocracia han colonizado la imaginación, han
devorado el espíritu, han convertido la vida en espectáculo y mercancía.
El resultado es un mundo
donde la religión se ve desplazada, debilitada, menguada. La secularización del
infinito se ha convertido en la hegemonía cultural dominante. Incluso en el
mundo multipolar, donde algunos ven una primavera espiritual, lo que se advierte
es más bien la consolidación del vacío. Los países emergentes apenas muestran
indicios de una reversión metafísica radical, pero sobre ellos pesan las
fuerzas contrarias: consumismo global, tecnocracia digital, secularismo
cultural, instrumentalización política de la religión. La pluralidad
geopolítica no garantiza pluralidad espiritual. La sombra luciferina de la
Bestia nihilista se extiende sobre todos los polos, disfrazada de progreso,
bienestar y libertad.
2. La sombra luciferina y la
degradación de lo sagrado: panteísmo energético y religiones ufológicas
La secularización del
infinito no solo ha invertido lo sagrado, sino que lo ha degradado hasta
convertirlo en materia, en energía cósmica, en un panteísmo secularizado que se
disfraza de espiritualidad. Lo eterno se reduce a vibración, a flujo impersonal,
a bienestar terapéutico. La caridad se extingue en utilidad, y la fe se
disuelve en consumo de experiencias místicas. Esta degradación es la sombra
luciferina disfrazada de luz: promete plenitud, pero entrega vacío; promete
libertad, pero esclaviza en el nihilismo.
La ilusión de
espiritualidad se proyecta también en las religiones ufológicas, que invocan a
los supuestos “hermanos mayores”. Allí lo sagrado se sustituye por la
expectativa de salvación externa, por la fascinación tecnológica‑mística de
seres extraterrestres que vendrían a guiar o rescatar a la humanidad. Pero esta
promesa no es trascendencia, sino simulacro: lo divino sustituido por lo
cósmico, la caridad reemplazada por la esperanza de un rescate alienígena. Es
otra máscara de la Bestia nihilista, que bajo apariencia de revelación perpetúa
el vacío.
El relativismo derivado de
esta secularización ha terminado por crucificar la Verdad. Todo se convierte en
opinión, en narrativa, en construcción subjetiva. La Verdad, entendida como
fundamento absoluto, es expulsada del espacio público, condenada como intolerancia,
ridiculizada como superstición. Así como Cristo fue crucificado por los poderes
de su tiempo, hoy la Verdad es sacrificada en el altar del mercado, de la
técnica y del relativismo. La humanidad atraviesa el Gólgota de la posverdad,
donde la mentira se normaliza y el vacío se institucionaliza. La pregunta
evangélica —“¿habrá fe cuando llegue el Señor?”— se actualiza en grado
sumo, porque la fe mengua y la caridad se extingue en utilidad.
La secularidad
contemporánea se define por ser científica, técnica, material, hedonista y
anética. La ciencia absolutizada descarta lo trascendente; la técnica se
convierte en fin en sí misma; lo material se erige como único horizonte; el
hedonismo exalta el placer inmediato como valor supremo; y el anetismo consuma
la deshumanización, reduciendo al hombre a espectro entre máquinas y
algoritmos. Este sistema total de vaciamiento constituye la consolidación
estructural del vacío, que se impone como orden global.
Lo que se yergue en el
horizonte no es una reversión metafísica radical, sino la luciferina
consolidación del vacío. La modernidad inmanentista, al secularizar el
infinito, ha crucificado la Verdad y ha degradado lo sagrado a energía cósmica,
a espectáculo consumista, a ilusión ufológica. La humanidad multipolar apenas
muestra destellos de espiritualidad, pero sobre ella pesan las fuerzas
contrarias: consumismo global, tecnocracia digital, secularismo cultural,
instrumentalización política de la religión. La pluralidad geopolítica no
garantiza pluralidad espiritual. El resultado es un mundo donde la Bestia
nihilista extiende su sombra sobre todos los orbes civilizacionales.
3. El Gólgota de la posverdad:
relativismo, anetismo y la crucifixión de la Verdad
Lo que se yergue en el
horizonte es la consolidación luciferina del vacío. La modernidad inmanentista,
al secularizar el infinito, ha crucificado la Verdad y ha degradado lo sagrado
a energía cósmica, a espectáculo consumista, a ilusión ufológica. La humanidad
multipolar apenas da indicios de una reversión metafísica radical, pero sobre
ella pesan las fuerzas contrarias: el consumismo global, la tecnocracia
digital, el secularismo cultural y la instrumentalización política de la
religión. La pluralidad geopolítica no garantiza pluralidad espiritual. El
resultado es un mundo donde la Bestia nihilista extiende su sombra sobre todos
los orbes civilizacionales, disfrazada de progreso, bienestar y libertad.
Atravesamos el Gólgota de
la posverdad: la Verdad ha sido crucificada por el relativismo, y la humanidad
camina entre simulacros, narrativas y manipulaciones. La posverdad no niega
frontalmente, sino que disuelve; convierte todo en relato útil, en percepción
manipulada, en espectáculo mediático. La pregunta evangélica —“¿habrá fe
cuando llegue el Señor?”— se actualiza en grado sumo, porque la fe mengua,
la caridad se extingue en utilidad, y lo sagrado se degrada en vacío. El
nihilismo estructural apocalíptico de la Bestia se fortalece. Su sombra
luciferina se advierte en la secularización del infinito, en la reducción de lo
eterno a cálculo, en la sustitución de la trascendencia por técnica y mercado.
La humanidad se arriesga a llegar al final de los tiempos sin fundamento
espiritual, convertida en cadáver anético, espectro entre algoritmos y
máquinas. El Apocalipsis se actualiza: la batalla no es solo política o
económica, sino espiritual, entre el vacío y la trascendencia, entre la Bestia
nihilista y la posibilidad de una resurrección metafísica. La secularidad
contemporánea se define por ser científica, técnica, material, hedonista y
anética. La ciencia absolutizada descarta lo trascendente; la técnica se
convierte en fin en sí misma; lo material se erige como único horizonte; el
hedonismo exalta el placer inmediato como valor supremo; y el anetismo consuma
la deshumanización, reduciendo al hombre a espectro entre máquinas y
algoritmos. Este sistema total de vaciamiento constituye la consolidación
estructural del vacío, que se impone como orden global. El desenlace es
inexorable: o la humanidad se hunde definitivamente en el abismo del vacío, o
se atreve a una resurrección metafísica que reinstaure lo eterno como
fundamento absoluto. El ultimátum está dado. El Apocalipsis no es solo futuro,
es presente: la Bestia nihilista ya reina, y su sombra luciferina se extiende
sobre todos los orbes. La humanidad atraviesa el Gólgota de la posverdad, y
solo una reversión radical puede rescatar la Verdad del sepulcro.
Conclusión
La historia presente se
revela como un Apocalipsis actualizado: la secularización del infinito, propia
de la modernidad inmanentista, ha conducido a la luciferina consolidación
estructural del vacío. Lo sagrado ha sido invertido y degradado, reducido a energía
cósmica, a espectáculo consumista, a ilusión ufológica, mientras la lógica no
instrumental de la religión —la gratuidad, la caridad, la trascendencia— ha
sido arrasada por el cientificismo, la técnica, el materialismo, el hedonismo y
el anetismo. El relativismo ha crucificado la Verdad, y la humanidad atraviesa
el Gólgota de la posverdad, donde la mentira se normaliza y la fe se extingue.
Los países del mundo
multipolar apenas muestran destellos de una reversión metafísica radical, pero
sobre ellos pesan las fuerzas contrarias: el consumismo global, la tecnocracia
digital, el secularismo cultural y la instrumentalización política de la religión.
La pluralidad geopolítica no garantiza pluralidad espiritual. La sombra
luciferina de la Bestia nihilista se extiende sobre todos los orbes
civilizacionales, disfrazada de progreso, bienestar y libertad, consolidando el
vacío como orden global. El ultimátum está dado: o la humanidad se hunde
definitivamente en el abismo del vacío, convertida en cadáver anético y
espectro entre algoritmos, o se atreve a una resurrección metafísica radical
que reinstaure lo eterno como fundamento absoluto. No hay neutralidad posible.
El desenlace será inexorable. La pregunta evangélica —“¿habrá fe cuando
llegue el Señor?”— resuena hoy con dramatismo supremo, porque la fe mengua
y la caridad se extingue en utilidad.
La humanidad se encuentra
en la última estación antes del desenlace: el Apocalipsis no es futuro, es
presente. La Bestia nihilista ya reina, y su sombra luciferina se ha
consolidado como estructura. Solo una reversión metafísica radical, una
resurrección espiritual que reinstaure la Verdad crucificada, puede quebrar el
dominio del vacío. De lo contrario, lo que se yergue en el horizonte será la
eternización del nihilismo, la consumación del anetismo, la victoria definitiva
de la Bestia sobre el espíritu.
Bibliografía
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Cristiandad, 1976.
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