Mito del tecnofeudalismo y la mutación hiperimperialista multipolar
Introducción
El presente ensayo parte de una constatación radical: el capitalismo tardío no ha sido superado ni derrotado, sino que continúa mutando. Su fuerza no reside en la inmortalidad, sino en la plasticidad con la que coloniza nuevas dimensiones de la vida, perfeccionando la dominación bajo la máscara del progreso. Lo que algunos llaman tecnofeudalismo o imperio son mitos académicos que oscurecen el núcleo del problema: una mutación hiperimperialista multipolar, donde corporaciones privadas y Estados nacionalistas convergen en la colonización de la conciencia y en la multiplicación de formas de esclavitud moderna.
La democracia se degrada en simulacro, la autonomía se disuelve en ilusión, y el reino de la necesidad se perpetúa bajo disfraces de bienestar material. Marx y Hegel anticiparon la posibilidad de un tránsito hacia el reino de la libertad, pero el capitalismo tardío bloquea esa dialéctica, neutralizando la emancipación y perfeccionando las distopías. La técnica, como intuyó Schumpeter, no abre el camino hacia la libertad: dinamiza la economía, pero conduce a nuevas formas de control. El problema es más profundo, metafísico y espiritual, ligado a la hegemonía totalitaria del principio de inmanencia moderno y a la necesidad de recuperar lo trascendente sin caer en panteísmos ni romanticismos.
A lo largo de ocho entregas se despliega este diagnóstico: desde la ilusión de la clase media y la genealogía foucaultiana, hasta la crítica a filósofos contemporáneos, la normalización de la anormalidad y la reivindicación de lo sagrado como horizonte de libertad. El ensayo busca mostrar que el capitalismo tardío, aunque mutable y aparentemente omnipotente, no es inmortal. Su mutación constante revela tanto su capacidad de dominación como sus fisuras. La tarea crítica consiste en nombrar la mutación, desvelar sus mecanismos y abrir un horizonte distinto donde la dignidad irreductible del ser humano resista al poder totalitario del capital y de la técnica.
1. El cóctel letal del capitalismo tardío
El sistema actual se sostiene sobre cuatro ingredientes que, combinados, forman un cóctel letal para la democracia y para la conciencia humana:
Economía contributiva Los ciudadanos aportan datos, tiempo y atención como tributo involuntario. Las plataformas digitales convierten cada gesto en materia prima de explotación, sin retribución justa ni control por parte del usuario.
Evasión fiscal de las GAFAM Las megacorporaciones aprovechan vacíos legales y paraísos fiscales, generando una asimetría brutal: los ciudadanos pagan impuestos, mientras las corporaciones acumulan riqueza sin contribuir proporcionalmente al bien común.
Hiperimperialismo totalitario intrademocrático Las corporaciones digitales no destruyen las democracias, pero las vacían de contenido. Se infiltran en instituciones y procesos políticos, subordinando la soberanía a su poder económico.
Capitalismo narcisista hedonista de las redes sociales El control ya no se ejerce solo por vigilancia, sino por seducción. El usuario se convierte en productor voluntario de su propia explotación, buscando reconocimiento y placer en la autoexposición. La subjetividad se coloniza: la identidad se transforma en espectáculo y el deseo en consumo.
Antes de minar la democracia, este sistema mina la conciencia humana. La manipulación digital no solo condiciona elecciones o instituciones, sino que reconfigura la mente y la percepción del mundo. La autonomía individual se debilita: el ciudadano ya no piensa libremente, sino que responde a estímulos diseñados por algoritmos. La democracia pierde sentido porque los sujetos que la sostienen están previamente moldeados por el poder corporativo.
Cuadro 1: ingredientes del cóctel letal
| Ingrediente | Mecanismo | Consecuencia |
|---|---|---|
| Economía contributiva | Datos como tributo | Explotación invisible del ciudadano |
| Evasión fiscal | Corporaciones sin impuestos | Asimetría y debilitamiento del Estado |
| Hiperimperialismo intrademocrático | Infiltración corporativa | Democracia vaciada de contenido |
| Capitalismo narcisista | Redes sociales y seducción | Colonización de la subjetividad |
En definitiva, lo que vivimos no es un retorno a formas arcaicas de poder (Cédric Durand, Yanis Varoufakis y Jorge Majfu), ni la irrupción de un imperio clásico (Hardt-Negri), sino la mutación hiperimperialista del capitalismo tardío, que bajo la máscara del bienestar material y el mito del tecnofeudalismo despliega un dominio más sutil y profundo: coloniza la democracia desde dentro y, antes aún, mina la conciencia humana, convirtiendo al individuo en tributario involuntario de un sistema que perfecciona las distopías y disfraza la esclavitud moderna de progreso.
2. La ilusión global y la mutación multipolar
El capitalismo tardío no se supera, se disfraza. La ilusión de la clase media, el mito del tecnofeudalismo y la retórica del imperio son máscaras que encubren la verdadera dinámica: una mutación hiperimperialista que se despliega en clave multipolar, donde corporaciones privadas y Estados nacionalistas compiten por el control de la conciencia y de la vida.
Reino de la necesidad vs. reino de la libertad
La formulación de Marx y Hegel resulta aquí indispensable.
Hegel concibió el reino de la libertad como la culminación de la historia, cuando la conciencia se reconcilia con lo racional y el espíritu se realiza plenamente.
Marx tradujo esa idea a términos materiales: el reino de la necesidad corresponde al trabajo forzado por la supervivencia; el reino de la libertad comienza solo cuando la producción material está asegurada y los seres humanos pueden dedicarse a la creación libre.
El capitalismo tardío, sin embargo, bloquea esa transición. La llamada “clase media” cree haber escapado de la precariedad, pero sigue atada al salario, al crédito y al consumo. El bienestar material recubre la necesidad, pero no la supera. La libertad se convierte en ilusión, porque la conciencia está colonizada antes de poder emanciparse.
Los “terminajos” como cortinas de humo
Conceptos como tecnofeudalismo o imperio son mitos académicos que oscurecen la crítica:
Tecnofeudalismo: Evoca un pasado medieval que no corresponde con la lógica actual. No hay señores feudales digitales, sino una tecno‑oligarquía corporativa y estatal.
Imperio: La metáfora de Hardt y Negri diluye la precisión histórica. Lo que existe no es un imperio clásico, sino un hiperimperialismo multipolar que combina corporaciones privadas y Estados nacionalistas.
Estos términos neutralizan la crítica, convierten la reflexión en discurso abstracto y ocultan a los actores reales de la mutación.
Genealogía foucaultiana y superación de Zuboff
Foucault: Del capitalismo disciplinario (control de cuerpos) al biopolítico (gestión de poblaciones).
Capitalismo tecnopolítico: La fase actual, donde el poder coloniza la conciencia mediante algoritmos y plataformas.
Zuboff: Su tesis del “capitalismo de vigilancia” describe la extracción de datos, pero se queda en la lógica corporativa.
Superación: La mutación hiperimperialista multipolar va más allá: no solo vigila, sino que produce subjetividad, moldeando deseos y percepciones.
China y los BRICS en la mutación multipolar
La multipolaridad no significa emancipación, sino la coexistencia de distintas formas de dominación:
China: Ejemplo paradigmático del hiperimperialismo estatal. Combina capitalismo de mercado con control político y vigilancia tecnopolítica (crédito social, reconocimiento facial). Si bajo el hiperimperialismo neoliberal se oprime la moral, bajo el hiperimperialismo estatal se oprime la libertad en nombre de la soberanía nacional.
BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica):
Se presentan como alternativa al orden neoliberal occidental.
Refuerzan la idea de soberanía nacional y multipolaridad.
Pero en la práctica reproducen la lógica hiperimperialista: Estados que usan el capitalismo digital y financiero como herramienta de poder geopolítico, aunque con mayor énfasis en el bien común.
Occidente neoliberal: Corporaciones privadas colonizan y disuelven la moral mediante consumo y narcisismo digital.
Oriente estatal: Estados nacionalistas colonizan la libertad mediante vigilancia y control político.
La ilusión de la clase media, los mitos del tecnofeudalismo y del imperio, y las tesis insuficientes de Foucault y Zuboff se integran en un mismo diagnóstico: el capitalismo no se supera, se muta. Y en su mutación hiperimperialista multipolar perfecciona la dominación, colonizando la conciencia bajo la máscara del bienestar, disfrazando la necesidad de libertad y neutralizando la crítica con terminajos que oscurecen la realidad. Marx y Hegel anticiparon la posibilidad de un tránsito hacia el reino de la libertad, pero el capitalismo tardío bloquea esa dialéctica: multiplica las cadenas invisibles del reino de la necesidad y convierte la emancipación en simulacro. China y los BRICS no son alternativa emancipadora, sino actores centrales de esta mutación, consolidando un sistema que perfecciona las distopías y multiplica las formas de esclavitud moderna.
3. Del neoliberalismo corporativo al estatismo multipolar
La mutación hiperimperialista multipolar se revela en la transición entre dos formas de dominación: el hiperimperialismo neoliberal corporativo y el hiperimperialismo estatal nacionalista. Ambos son fases de un mismo capitalismo tardío que no se supera, sino que se reinventa para perfeccionar su control.
El hiperimperialismo neoliberal corporativo
Actores dominantes: Las megacorporaciones privadas transnacionales, especialmente las GAFAM, que colonizan la economía global.
Mecanismo de poder: La seducción del consumo, el narcisismo digital y la economía contributiva de datos.
Efecto sobre la conciencia: Oprime la moral, imponiendo una ética materialista centrada en el éxito individual y la productividad.
Resultado: Democracias debilitadas, soberanías nacionales erosionadas y ciudadanos convertidos en tributarios invisibles de un sistema que se disfraza de libertad.
El hiperimperialismo estatal nacionalista
Actores dominantes: Estados como China y los países BRICS, que reivindican soberanía frente al neoliberalismo occidental.
Mecanismo de poder: Vigilancia tecnopolítica, control digital, soberanía tecnológica y nacionalización de la economía digital.
Efecto sobre la conciencia: Oprime la libertad, restringiendo la autonomía individual en nombre de la estabilidad y la seguridad nacional.
Resultado: Multipolaridad sin emancipación, donde el ciudadano queda atrapado entre corporaciones privadas y Estados‑imperios que perfeccionan la dominación.
El falso dilema
La transición del neoliberalismo corporativo al estatismo multipolar no significa liberación, sino cambio de amo.
El primero esclaviza la moral, colonizando valores y deseos.
El segundo esclaviza la libertad, colonizando la vida política y la autonomía.
Ambos perfeccionan las distopías: uno con la seducción del placer, otro con la disciplina de la vigilancia.
Cuadro 2: neoliberalismo vs. estatismo multipolar
| Forma de hiperimperialismo | Actores dominantes | Mecanismo | Oprime | Resultado |
|---|---|---|---|---|
| Neoliberal corporativo | Megacorporaciones privadas | Consumo, narcisismo digital, economía de datos | Moral | Democracias vaciadas, conciencia colonizada |
| Estatal nacionalista | China y BRICS | Vigilancia, soberanía digital, control político | Libertad | Multipolaridad sin emancipación, esclavitud moderna |
La mutación hiperimperialista multipolar no ofrece salida hacia el reino de la libertad, sino perfección de la dominación del reino de la necesidad. El neoliberalismo corporativo y el estatismo nacionalista son dos caras de un mismo capitalismo tardío que coloniza la conciencia y multiplica las formas de esclavitud moderna. El primero oprime la moral, el segundo la libertad, y juntos consolidan un sistema que, bajo la máscara del progreso y la soberanía, convierte la democracia en simulacro y la autonomía en ilusión.
4. La perfección de las distopías
La mutación hiperimperialista multipolar no abre puertas hacia la emancipación, sino que refuerza los barrotes invisibles del reino de la necesidad. Lo que se presenta como pluralidad geopolítica y soberanía nacional es, en realidad, la sofisticación de un mismo mecanismo de dominación. El capitalismo tardío se bifurca en dos modalidades complementarias: el neoliberalismo corporativo y el estatismo nacionalista. Ambos convergen en la colonización de la conciencia, multiplicando las formas de servidumbre bajo la apariencia de progreso.
Democracia como simulacro
La democracia, en este contexto, se convierte en un ritual vacío.
En el neoliberalismo corporativo, se reduce a un mercado de opiniones moldeadas por algoritmos.
En el estatismo nacionalista, se transforma en un aparato legitimador de la vigilancia y el control. En ambos casos, la autonomía individual se disuelve: el ciudadano ya no decide, sino que ejecuta guiones escritos por corporaciones o Estados.
La síntesis de las distopías
El presente geopolítico perfecciona lo que Orwell, Huxley, Bradbury, Zamiatin, Dick y Atwood anticiparon:
Orwell: Vigilancia total, ahora invisible y algorítmica.
Huxley: Seducción del placer, convertida en narcisismo digital.
Bradbury: Cultura crítica sustituida por entretenimiento superficial.
Zamiatin: Colectividad uniforme, replicada en la homogeneización digital.
Dick: Realidad manipulada, posverdad como norma.
Atwood: Control de cuerpos y subjetividades, legitimado por narrativas ideológicas.
El capitalismo hiperimperialista multipolar no elige una distopía, las combina todas, perfeccionando el control en cada dimensión de la vida.
Moral y libertad bajo asedio
El neoliberalismo corporativo impone una ética materialista, reduciendo la moral a consumo y éxito individual.
El estatismo nacionalista restringe la libertad, subordinando la autonomía al poder estatal en nombre de la soberanía y el bien común.
Juntos configuran un sistema que convierte la conciencia en territorio colonizado y la democracia en espectáculo.
El mundo multipolar no es un horizonte de liberación, sino la consumación de la dominación. La democracia se degrada en simulacro, la autonomía se disuelve en ilusión, y las distopías se perfeccionan en un presente que combina vigilancia, seducción, banalización y control. El capitalismo tardío, en su mutación hiperimperialista, no abre camino hacia el reino de la libertad, sino que refuerza la necesidad, multiplicando las cadenas invisibles que atan la conciencia y consolidando un sistema que hace de la esclavitud moderna su forma más refinada.
5. Críticas insuficientes y romanticismos intelectuales
La crítica filosófica contemporánea ha producido diagnósticos lúcidos, pero fragmentarios. Habermas, Byung-Chul Han, Bauman, Deleuze y Guattari, Agamben, Sloterdijk y Lyotard iluminan aspectos parciales de la crisis, pero ninguno alcanza a nombrar el meollo: la mutación hiperimperialista multipolar del capitalismo tardío, que coloniza la conciencia y perfecciona la dominación bajo la máscara del progreso. Sus enfoques, aunque penetrantes en sus registros, se revelan incompletos, ilusorios y en cierto modo románticos.
Habermas: la ilusión del consenso comunicativo
Confía en la racionalidad comunicativa y en la esfera pública deliberativa como horizonte emancipador. Pero en el capitalismo tecnopolítico, la esfera pública está colonizada por algoritmos y plataformas que moldean la opinión antes de que el diálogo ocurra. Su visión resulta romántica: presupone sujetos libres y racionales, cuando la conciencia ya está intervenida.
Byung-Chul Han: la nostalgia del sujeto transparente
Denuncia la autoexplotación y la sociedad del cansancio, mostrando cómo el sujeto se convierte en verdugo de sí mismo. Sin embargo, su enfoque se detiene en la dimensión psicológica y cultural, sin integrar la lógica geopolítica y económica de la mutación hiperimperialista. Describe síntomas, pero no el sistema que los produce.
Bauman: la metáfora líquida como ilusión
La modernidad líquida describe vínculos frágiles y sociedades en constante fluidez. Su metáfora es poderosa, pero se queda en la descripción de la inestabilidad. No alcanza a nombrar cómo esa liquidez es instrumentalizada por corporaciones y Estados para reforzar la dependencia. Confunde fluidez con libertad, cuando en realidad es administrada como forma de control.
Deleuze y Guattari: sociedades de control sin multipolaridad
Anticiparon la dispersión del poder más allá de las instituciones disciplinarias. Su noción de “sociedades de control” es visionaria, pero se queda en la metáfora filosófica. No describen la colonización algorítmica de la conciencia ni la dimensión multipolar actual.
Agamben: la excepción convertida en norma
Con su idea de “estado de excepción” y “vida desnuda”, mostró cómo el poder suspende derechos en nombre de la seguridad. Pero su crítica no integra la tecnopolítica digital ni la mutación hiperimperialista que convierte la excepción en normalidad cotidiana.
Sloterdijk: inmunología cultural sin economía política
Analizó las “esferas” y las burbujas de protección, mostrando cómo los sistemas crean espacios de inmunidad. Su enfoque es estético y antropológico, pero no penetra en la lógica económica y política del capitalismo tardío. Describe ambientes, pero no la colonización de la conciencia.
Lyotard: la condición posmoderna como fragmento
Señaló la crisis de los grandes relatos y la hegemonía del saber técnico. Su diagnóstico es lúcido, pero se queda en la crisis de legitimación del conocimiento. No aborda cómo esa crisis es instrumentalizada por corporaciones y Estados para colonizar la conciencia y perfeccionar la dominación.
Habermas, Han, Bauman, Deleuze y Guattari, Agamben, Sloterdijk y Lyotard ofrecen perspectivas que iluminan fragmentos de la crisis, pero ninguna alcanza a ver el núcleo: la mutación hiperimperialista multipolar que perfecciona la dominación del reino de la necesidad y coloniza la conciencia bajo la máscara del progreso. Sus enfoques son incompletos porque se detienen en síntomas; ilusorios porque confunden apariencia con emancipación; y románticos porque imaginan horizontes que el capitalismo tardío ya ha clausurado. El presente exige una crítica más radical: nombrar la mutación, desvelar sus mecanismos y reconocer que no hay salida hacia el reino de la libertad mientras la conciencia siga siendo el territorio colonizado del capitalismo hiperimperialista.
6. La técnica y el horizonte de lo trascendente
El capitalismo tardío, en su mutación hiperimperialista multipolar, ha convertido la técnica en el núcleo de su dominación. Algoritmos, plataformas, redes digitales y sistemas de vigilancia se presentan como promesas de progreso, pero en realidad perfeccionan el reino de la necesidad. La ilusión moderna de que el avance técnico conduce al reino de la libertad se revela como un espejismo.
Schumpeter y la paradoja del progreso técnico
Joseph Schumpeter comprendió que el dinamismo innovador del capitalismo no era garantía de emancipación. Por el contrario, anticipó que el mismo progreso técnico que alimentaba la vitalidad del sistema acabaría erosionando la figura del empresario, fortaleciendo la burocracia y abriendo paso a un socialismo administrativo. La técnica, lejos de liberar, se convierte en el motor de una sociedad más controlada, más planificada, más dependiente.
El problema más hondo: metafísico y espiritual
La raíz de la dominación no es únicamente económica o política, sino ontológica. El mundo moderno ha quedado atrapado en la hegemonía totalitaria del principio de inmanencia, que reduce lo real a lo calculable, lo manipulable y lo material. La conciencia se clausura en un horizonte cerrado, incapaz de abrirse a lo trascendente. Mientras esta hegemonía persista, la técnica seguirá siendo instrumento de esclavitud, no de libertad.
La reivindicación de lo sagrado
La salida exige una ruptura con la clausura inmanentista y una recuperación de lo sagrado como dimensión irreductible.
No se trata de divinizar la naturaleza en clave panteísta ni de caer en el reencantamiento romántico del mundo que imaginaron Heidegger y Weber.
Lo sagrado no es mito ni nostalgia, sino apertura a lo trascendente: aquello que escapa al cálculo y resiste la colonización de la conciencia.
Solo desde esta apertura puede pensarse un horizonte distinto, donde la libertad no sea simulacro ni bienestar material, sino afirmación de la dignidad irreductible del ser humano.
La técnica, por sí sola, no puede conducirnos al reino de la libertad. Schumpeter lo vislumbró: el progreso innovador, lejos de emancipar, prepara el terreno para nuevas formas de control. El problema es más profundo, es metafísico y espiritual. Mientras domine el principio de inmanencia moderno, la mutación hiperimperialista seguirá perfeccionando la dominación. Solo la recuperación de lo trascendente —la reivindicación de lo sagrado sin panteísmo ni romanticismo— puede abrir un horizonte distinto: un camino hacia la libertad que no se confunda con consumo ni con democracia simulada, sino con la resistencia de la conciencia frente al poder totalitario del capital y de la técnica.
7. Fragmentos de crítica y horizontes incompletos
La crítica filosófica moderna y contemporánea ha ofrecido diagnósticos penetrantes, pero parciales. Cada pensador ilumina un aspecto de la crisis, sin alcanzar a nombrar el núcleo: la mutación hiperimperialista multipolar del capitalismo tardío, que coloniza la conciencia y perfecciona la dominación bajo la máscara del progreso.
Nietzsche: el nihilismo y el “último hombre”
Nietzsche anticipó el agotamiento de los valores y la emergencia del “último hombre”, satisfecho en su comodidad y carente de grandeza. Esta figura encaja con el narcisismo hedonista de las redes sociales: sujetos que buscan placer inmediato y reconocimiento superficial. Sin embargo, Nietzsche se detuvo en la crítica cultural y moral, sin prever la colonización algorítmica de la conciencia ni la mutación multipolar del capitalismo.
Benjamin: la pérdida del aura y la estetización de la política
Walter Benjamin mostró cómo la reproducción técnica destruye el aura de la obra y cómo la política se estetiza. Su diagnóstico anticipa la era del simulacro digital, donde la conciencia se coloniza por imágenes y narrativas prefabricadas. Pero su crítica se queda en el plano cultural: no alcanza a integrar la lógica hiperimperialista que convierte la estetización en herramienta global de control.
Arendt: la banalidad del mal y la condición humana
Hannah Arendt reveló cómo el mal puede ser banal, fruto de la obediencia acrítica y de la disolución de la responsabilidad. Su análisis ilumina la pasividad del ciudadano frente a algoritmos y burocracias digitales. Sin embargo, su enfoque se centra en la acción política y la natalidad, sin penetrar en la colonización de la conciencia por el capitalismo tecnopolítico.
Weil y Levinas: la dimensión ética y espiritual
Simone Weil y Emmanuel Levinas subrayaron la necesidad de abrirse al otro y a lo trascendente. Weil habló de la atención como forma de resistencia; Levinas del rostro del otro como llamada ética irreductible. Ambos ofrecen claves para romper la clausura inmanentista, pero su crítica se mantiene en el plano ético, sin integrar la mutación hiperimperialista multipolar como sistema global de dominación.
Marcuse: la falsa liberación en la sociedad unidimensional
Herbert Marcuse denunció cómo el capitalismo avanzado integra la crítica y neutraliza la oposición, creando una sociedad unidimensional donde la libertad se convierte en consumo administrado. Su análisis es crucial: anticipa cómo el sistema absorbe la protesta y la convierte en mercancía. Sin embargo, su horizonte emancipador se mantiene en el plano socioeconómico, sin abordar la dimensión metafísica y espiritual que hoy resulta indispensable.
Ecología crítica: la crisis ambiental como simulacro
La crítica ecológica señala la devastación ambiental como consecuencia del capitalismo. Pero en la mutación hiperimperialista, la crisis ecológica se convierte también en simulacro: discursos de sostenibilidad y “greenwashing” que legitiman nuevas formas de control. La ecología crítica ilumina un aspecto esencial, pero sin romper con la hegemonía del principio de inmanencia que reduce la naturaleza a recurso administrado.
Nietzsche, Benjamin, Arendt, Weil, Levinas, Marcuse y la ecología crítica ofrecen fragmentos de verdad, pero ninguno alcanza a ver el núcleo: la mutación hiperimperialista multipolar que perfecciona la dominación del reino de la necesidad y coloniza la conciencia bajo la máscara del progreso. Sus diagnósticos son incompletos porque se detienen en síntomas; ilusorios porque confunden apariencia con emancipación; y románticos porque imaginan horizontes que el capitalismo tardío ya ha clausurado. El presente exige una crítica más radical: nombrar la mutación, desvelar sus mecanismos y reconocer que la salida no es técnica ni política, sino metafísica y espiritual, ligada a la recuperación de lo trascendente.
8. La normalización de la anormalidad
La mutación hiperimperialista multipolar no solo coloniza la conciencia mediante la técnica y el poder político, sino que también se legitima a través de discursos filosóficos y culturales que normalizan la anormalidad. Bajo la apariencia de emancipación, estas corrientes terminan reforzando la hegemonía del principio de inmanencia moderno y consolidando la dominación del reino de la necesidad.
Peter Singer y el animalismo
Singer propone una ética que extiende la consideración moral a los animales, cuestionando la centralidad del ser humano. Aunque su crítica al antropocentrismo parece emancipadora, en la práctica diluye la singularidad de la conciencia humana y abre la puerta a una nivelación que confunde dignidad con mera biología. La anormalidad se normaliza al reducir lo humano a lo animal, debilitando la posibilidad de trascendencia.
Nick Bostrom y el transhumanismo
Bostrom defiende la superación de las limitaciones humanas mediante la técnica: inteligencia artificial, biotecnología, mejoramiento genético. Su discurso promete libertad, pero en realidad multiplica la dependencia del aparato tecnopolítico. La anormalidad se normaliza al convertir la mutación técnica en horizonte de sentido, reforzando la clausura inmanentista y subordinando la conciencia a la máquina.
Donna Haraway y Rosi Braidotti: el poshumanismo
Haraway, con su “Manifiesto Cyborg”, y Braidotti, con su teoría poshumana, celebran la disolución de fronteras entre humano, animal y máquina. Su crítica al humanismo clásico parece radical, pero en realidad legitima la colonización de la subjetividad por el capitalismo tecnopolítico. La anormalidad se normaliza al borrar la diferencia ontológica del ser humano, reduciéndolo a ensamblaje híbrido administrado por el sistema.
Shelley y Fraser: ideología LGTBQ
Shelley y Fraser, desde distintos ángulos, defienden la ampliación de identidades y derechos en clave LGTBQ. Aunque su lucha por reconocimiento es legítima en el plano social, se convierte en ideología cuando se instrumentaliza como bandera del capitalismo cultural. La anormalidad se normaliza al convertir la identidad en mercancía, reforzando el narcisismo digital y la lógica del consumo.
Singer diluye lo humano en lo animal.
Bostrom convierte la técnica en horizonte absoluto.
Haraway y Braidotti borran la diferencia ontológica del ser humano.
Shelley y Fraser transforman la identidad en mercancía cultural.
Todos, desde distintos ángulos, normalizan la anormalidad y refuerzan la hegemonía del principio de inmanencia moderno. Bajo la apariencia de emancipación, legitiman la mutación hiperimperialista multipolar y consolidan nuevas formas de esclavitud en una hemorragia de subjetividad solipsista incontenible.
Los discursos de Singer, Bostrom, Haraway, Braidotti, Shelley y Fraser, aunque se presentan como emancipadores, terminan siendo funcionales al capitalismo tardío. Normalizan la anormalidad, diluyen la singularidad humana y legitiman la clausura inmanentista. La mutación hiperimperialista multipolar se alimenta de estas ideologías, que bajo la máscara de liberación refuerzan la dominación del reino de la necesidad y bloquean el acceso al reino de la libertad.
Conclusión
El recorrido desplegado muestra un diagnóstico inequívoco: el capitalismo, por el momento, no se supera, se transforma. Bajo la máscara del bienestar material, del progreso técnico y de las ideologías culturales, se despliega una mutación hiperimperialista multipolar que perfecciona la dominación del reino de la necesidad y bloquea el acceso al reino de la libertad.
El hiperimperialismo neoliberal corporativo coloniza la moral mediante el consumo, el narcisismo digital y la economía de datos.
El hiperimperialismo estatal nacionalista coloniza la libertad mediante vigilancia, soberanía digital y control político.
Ambos convergen en un sistema que convierte la democracia en simulacro y la autonomía en ilusión.
Los filósofos y corrientes contemporáneas —de Habermas a Han, Bauman, Deleuze, Agamben, Sloterdijk, Lyotard, Marcuse, Benjamin, Arendt, Nietzsche, Weil, Levinas, Singer, Bostrom, Haraway, Braidotti, Shelley y Fraser— ofrecen diagnósticos lúcidos pero fragmentarios. Sus perspectivas iluminan síntomas, pero no nombran el núcleo: la colonización de la conciencia por el capitalismo tecnopolítico.
La técnica, como intuyó Schumpeter, no abre el camino hacia la libertad: dinamiza la economía, pero conduce a nuevas formas de control y burocratización. El problema es más profundo: metafísico y espiritual. Mientras persista la hegemonía totalitaria de la inmanencia, la mutación hiperimperialista seguirá perfeccionando la dominación.
El capitalismo tardío, en su mutación hiperimperialista multipolar, no es inmortal. Su aparente omnipotencia descansa en la capacidad de mutar, de reinventarse y colonizar nuevas dimensiones de la vida. Pero esa plasticidad es también su límite: cada mutación revela fisuras, contradicciones y resistencias. El sistema, hasta el momento, no ofrece salida hacia el reino de la libertad, sino que perfecciona la dominación del reino de la necesidad. La única ruptura posible exige recuperar lo trascendente, reivindicar lo sagrado sin panteísmo ni romanticismo, y abrir un horizonte donde la dignidad irreductible del ser humano resista al poder totalitario del capital y de la técnica.
Bibliografía
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