lunes, 18 de septiembre de 2023

CONVERSANDO CON SIXTO GARCÍA

 CONVERSANDO CON SIXTO GARCÍA

El doctor Sixto García fue mi maestro sobre Kant en la Universidad de San Marcos. Era un persona amable y accesible, nunca eludía a los alumnos que lo quisieran abordar con preguntas interesantes, pero no toleraba el dogmatismo ideológico de cualquier pelaje. 

Si la memoria no me es ingrata me enseñó la filosofía kantiana durante los semestres del año 1981 y 1982. No había nadie que lo superara en aquella casa de estudios sobre el conocimiento de la filosofía crítica. Heredó la cátedra de la doctora Nelly Festini y ella, a su vez, del doctor Walter Peñaloza. Era toda una ilustre prosapia de maestros kantianos.

En sus clases no se esmeraba, iba a la idea esencial y lo ilustraba haciéndonos leer el párrafo correspondiente en la Crítica de la razón pura. Eso sí, siempre estaba atento a las preguntas incisivas e interesantes y sabía estimular a los alumnos que se mostraban destacados. 

En el patio de letras una vez lo vi conversando junto a otro admirado de mis maestros, el Doctor Juan Abugattás. Me aproximé con prudencia y lentamente. Me lo permitieron, pienso, porque eran mis maestros favoritos y rendía con notas altas en sus cursos. Viéndome interesado, siguieron conversando con naturalidad en mi delante sobre el concepto de libertad en la Crítica de la razón práctica. No coincidían, pero no recuerdo exactamente el punto de su discrepancia. Yo era un jovencito de veinte años y los miraba admirado de su sapiencia y altura del diálogo filosófico. Pero sobre todo aprendí a discrepar con respeto y amistad, tal como lo especté aquella vez.

En otra oportunidad le di alcance al profesor García en el Patio de Letras y le pregunté: "Doctor, ¿qué se necesita para ser filósofo?". Me dijo tres cosas que nunca se me olvidaron. Primero, los filósofos son avis rara. O sea, personas extrañas. Segundo, ser muy inteligente. Se refería, por supuesto, a la inteligencia crítica. Y tercero, quizá fue lo más importante, el filósofo no lo hace la universidad, sino uno mismo. Y en esto último extremó la fuerza de su mirada y de su voz. Con ello comprendí que sin el esfuerzo personal y sin hacer de la filosofía una forma de vivir no es posible ser filósofo. Ello me catapultó para formarme a mí mismo mediante un incansable estudio autodidacta. Pero, además, me reforzó algo que tenía en mi interior, a saber, realmente mi aspiración nunca fue ser profesor de filosofía, sino ser filósofo.

Cierta vez el apreciado maestro Russo Delgado dictaba el curso de "Kant a Hegel", se le notaba que no estaba cómodo con el curso, lo suyo era el pensamiento griego. Pero en una de sus clases nos invitó a que le presentáramos un trabajo sobre Kant y el mejor sería elegido para intervenir en la celebración del sesquicentenario de la Crítica de la Razón Pura que justamente organizaba Sixto García. Le consulté al propio Sixto qué libro debía leer y me recomendó "Kant y el problema de la metafísica" de Heidegger. Al día siguiente me lo compré, me enfrasqué en su lectura y al cabo de una encerrona de un mes redacté un trabajo de 50 páginas que se lo entregué a Russo. El resto ya lo conté en mi autobiografía, se me acercó y tras felicitarme me dijo que lo representaría.

Eran tiempos del dominio espantoso de las marchas de cachimbos del Centro Federado de Estudiantes, haciendo mecánicamente arengas políticas en los patios e irrumpiendo con prepotencia en plena clases para decir su mensaje político. La universidad estaba tomada por el dogmatismo de izquierda. Y el ambiente político desde 1983 comenzó a contaminarse de la violencia senderista. Ya el ambiente se volvió insoportable.

Cierta vez de una patada abrieron la puerta del aula donde el doctor Sixto García nos impartía una clase sobre Kant, y yo desacostumbrado a esas maneras, me puse de píe como un resorte para increparles: "¿Qué significa esto? ¡Están interrumpiendo una clase sobre Kant! ". Desconcertados enmudecieron, se dieron media vuelta y desalojaron el aula. En privado el doctor me lo agradeció, pero me aconsejó que no lo volviera a hacer porque se exponía a que le pusieran una tacha. Así eran los tiempos aquellos de prepotencia ideológica estudiantil.

Pero las cosas en la Universidad empeoraron por las prolongadísimas huelgas del personal administrativo y otros sectores de la propia casa de estudios, habían huelgas que duraban casi un año. El doctor decidió apartarse de la universidad y fundar una editorial, con la cual le fue excelentemente. Se compró una hermosa casa en Monterrico, dio profesión a sus hijos y el negocio le fue de maravilla. 

Recuerdo que en su mansión de Monterrico lo visitaba, hablábamos de Kant, libros y diversos temas. Siempre me prestaba libros inhallables de expertos tratadistas sobre Kant los cuales fotocopiaba. En una de aquellas ocasiones me confesó que pensaba dejarme la cátedra de Kant a mí. Gran honor, pero menos mal que no ocurrió. No hubiera podido plantear mi propio pensamiento. Luego perdimos contacto por los avatares de la vida, hasta que un día me entero que había fallecido de un repentino ataque al corazón el año 2005. 

No era un gran profesor, pero su conocimiento profundo de Kant lo hacía un gran maestro. Generoso y amigable me brindó una brújula para no apartarme de la filosofía en aquellos turbulentos tiempos de guerra interna. Siempre será recordado como el último de los más importantes maestros kantianos que tuvo San Marcos.

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