MI RECIENTE VISITA A HUARAZ
Cuando una ciudad deja su huella en el alma la verdad es que no se la puede olvidar. Hace medio lustro y algo más que no visitaba la querida y amistosa ciudad de Huaraz. La verdad es que la primera vez fui por razones de estudio, contaba con trece años de edad, pues estudié el segundo de secundaria en el Seminario San Francisco de Sales, más conocido como Los Pinos por estar rodeado de dicho tipo de árboles, esa era su frontera con el mundo exterior. Era un centro educativo en la cima de una montaña dotada de todas las instalaciones necesarias para tal fin. Era un paraíso tanto para estudiar como para solazarse con la naturaleza.
Por entonces dicho seminario fungió como colegio de internado y externado -yo era alumno externo- tras el desastroso sismo del año 70. Si algo caló de la enseñanza salesiana a cargo de sacerdotes norteamericanos fue la combinación de la libertad con la responsabilidad. Ya algo de esto lo conté en mi autobiografía Más acá de los anhelos, y aquí no lo repetiré. Sencillamente mi padre había sido nombrado secretario general del ORDEZA por el gobierno militar del General Velasco Alvarado, y por ello toda la familia se trasladó allí.
Hoy, con sesenta y cinco años a cuesta, vuelvo a dicha ciudad como conferencista invitado por la esforzada decana de educación de la ilustre Universidad Santiago Antunez de Mayolo, la doctora decana Rufa Olórtegui Mariño. Dicho centro superior de estudios nació del clamor popular tras una visita del presidente Morales Bermúdez, al que no lo dejaron hablar pidiendo al unísono la creación de una universidad. Y el dictador lo cumplió el 24 de mayo de 1977. La flamante Universidad lleva nombre del ilustre sabio Santiago de Mayolo, físico, ingeniero y matemático nacido en 1887 en Huacllán (Ancash) y fallecido en 1967.
Tuve la suerte que todo esto me lo relató el gran narrador huracino y maestro universitario de dicha casa de estudios y esposo de Rufita, la mentada decana, Macedonio Villafán Broncano, al que tuve el honor de conocerlo. En realidad, ambos fueron mis amables anfitriones, quienes con la profesora Vilma nos llevaron a un hermoso mirador en lo alto y afuera de la pequeña y poblada urbe donde se podía ver tanto la ciudad entera extendida bajo el cobijo de ensoñación de la cordillera negra, llena de arboleda (pinos y eucaliptos) y la imponente cordillera blanca coronada por el imponente nevado Huascarán.
En tan privilegiado lugar y sentados sobre la yerba, en medio de un viento in crescendo, donde se divisaba a lo lejos la sede universitaria con su característico color celeste, se conversó mucho sobre la historia precolombina de la región, el papel gravitante que tenían dos cacicas a la llegada de los conquistadores, el matrimonio de Francisco Pizarro con una de ellas, de extraordinaria belleza -Inés Huaylas Yupanqui, sobre la que ha escrito nuestro amigo Roberto Rosario Vidal una reciente biografía novelada- y el papel salvador que cumplieron los Huaylas contra los incas cuando desde el cerro San Cristóbal hicieron sitio, casi toman y eliminan en Lima a los españoles.
Tampoco faltaron temas enigmáticos. El que más me impresionó fue el relato de uno de los contertulios que narró que en tiempos de los hacendados un indio alfarero cumple con la elaboración de un cántaro enorme a cambio del regalo de un toro. Lo que no sabía es que el toro señalado era el de los más bravos que tenía el potentado. Pero el indio se dirigió tranquilamente hacia el animal y se sentó frente a la bestia que no cesaba de bufar. Cansados de ver al indio que no hacía más que sentado mirar al toro, el hacendado y su gente se retiró al oscurecer. Al día siguiente lo vieron muy temprano alejándose por las montañas llevando mansamente al toro con una soga al cuello. Con ello se hacía alusión a ciertos poderes mentales, algún tipo de meditación o técnica espiritual para dominar a la naturaleza. Pero se cernía el atardecer y la pequeña tropa tuvo que éramos tuvo que levantar sus bártulos para el retorno.
En dicha casa de estudios diserté en la mañana y se tuvo un coloquio por la tarde. En ambas sesiones los estudiantes y profesores abarrotaron el auditorio. Cosa que me llamó la atención porque no hay la carrera de filosofía y además el tema era algo abstruso: Fundamentos filosóficos de la cosmovisión andina.
Sin duda, lo andino llamó la atención. Sin embargo, lo más interesante fueron las preguntas y opiniones que se formulaban entre los asistentes tanto estudiantes como profesores. Lo que me ratificó que existe un gran interés por saber más sobre nuestra identidad cultural, reafirmarnos en ella y tener basamentos sólidos para el caso.
La sed de conocimiento se confirmó al desaparecer todos los libros de variados temas que llevé, pero todos filosóficos. Esto me vuelve a hacer constatar que en las universidades del norte y centro del Perú se requiere la fundación de los estudios de filosofía pura, sin necesidad de venir a Lima para ello.
Volví por segunda vez a Huaraz -después de media centuria- y me llevo la impronta de una juventud estudiosa, esperanzada y llena de sueños en un momento álgido y de transición histórica en el mundo y el país. Que la Providencia nos acompañe y asista.
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