La lógica como ropaje de justicia:
Jerónimo de Valera y la primicia filosófica del virreinato peruano
El libro La Atenea Americana. Una primicia filosófica en el virreinato del Perú, de Jean Christian Egoavil (Heraldos Editores, 2025), propone una tesis sugerente y polémica: que el primer testimonio filosófico producido en el Perú y Sudamérica —la Lógica in via Scoti del sacerdote y predicador franciscano chachapoyano Jerónimo de Valera, impresa en Lima en 1610— debe entenderse ante todo como respuesta a una necesidad lógico-lingüística, es decir, como el gesto inaugural de un pensamiento que se articula en el virreinato a partir del orden del discurso y de las reglas universales del razonamiento.
Esta perspectiva, aunque relevante en el plano formal, deja escapar lo más hondo de la obra y del espíritu de su tiempo. La Lógica in via Scoti es más que un manual escolástico: es una filosofía social bajo ropaje lógico, una tecnología intelectual orientada a un fin superior —la reivindicación de la racionalidad y dignidad del indígena y, en última instancia, su salvación— que la inserta en la gran corriente del siglo XVII americano preocupada por el problema del indio y su reconocimiento como sujeto plenamente humano.
Conviene situar esta obra en su tiempo y en su autor. Jerónimo de Valera, mestizo con ascendencia indígena materna, escribe desde la tensión y el entrecruce de mundos: el español escolástico, el criollo emergente y el indígena subalternizado. Que su tratado sea lógico no lo convierte en neutral; que sea escolástico no lo vuelve mera importación. La lógica en Lima, en 1610, no es un lujo universitario, sino una herramienta de mediación cultural. Valera toma la tradición escotista —in via Scoti— y la adapta al suelo americano: donde Europa discute sobre sutilidades metafísicas, el virreinato necesita un lenguaje común que permita razonar juntos en un espacio plurilingüe y pluricultural (castellano, quechua, aymara; cosmovisiones orales y tradiciones escritas; instituciones coloniales y memorias andinas). La lógica ofrece reglas universales que ordenan el pensamiento independientemente de la lengua y de la tradición, y por ello se convierte en un instrumento de convivencia, un medio para neutralizar jerarquías culturales y un argumento eficaz contra la deshumanización.
Esta dimensión se hace más clara cuando reconocemos que el siglo XVII en América está atravesado por la pregunta decisiva: ¿es el indio racional, civilizado, capaz de filosofía y de religión? Las respuestas afirmativas de Bartolomé de las Casas, José de Acosta y otros dominicos y jesuitas fundan un corpus que reivindica la humanidad indígena contra los discursos coloniales de inferioridad.
Valera se inscribe en esa corriente, pero aporta algo singular: su defensa no se formula desde la teología moral, sino desde la lógica como propedéutica del entendimiento. Demostrar que el indígena puede aprender y aplicar las reglas del razonamiento es, al mismo tiempo, demostrar que puede creer y salvarse. La lógica es el umbral; la salvación, el horizonte. De ahí que Valera nunca pierda de vista el fin supremo: la salvación del indio, que exige reconocer su libertad, su capacidad de querer a Dios y su aptitud racional para acoger la fe.
El escotismo de Valera no es un detalle técnico: su voluntarismo —la primacía de la voluntad sobre el intelecto— es decisivo para la defensa de la humanidad indígena. Si lo que define a la persona no es solo conocer, sino querer libremente, entonces la libertad se vuelve el atributo universal que garantiza la dignidad de todos, independientemente del grado de instrucción o de las diferencias culturales.
El voluntarismo escotista, afín a una espiritualidad franciscana que centra la vida teologal en la voluntad y la afectividad, ofrece un contrapeso preciso frente a las narrativas que niegan la racionalidad del indio: incluso donde se quisiera discutir su nivel de conocimiento, su voluntad libre es innegable, y con ella su capacidad de amar y querer a Dios. Valera articula así un marco conceptual que legitima la plena humanidad del indígena y subordina el interés lógico —el orden del discurso, la corrección del silogismo, la claridad del término— a un interés social y salvífico más amplio.
Leído en este contexto, el tratado lógico de Valera comparte la misma preocupación que anima a otros grandes autores del periodo. El Inca Garcilaso de la Vega reclama el reconocimiento del estatus civilizado del incario, mostrando que las instituciones políticas, las artes y las costumbres andinas revelan una cultura racional y elevada; Guamán Poma de Ayala clama por justicia social y política, denunciando la violencia colonial y defendiendo la dignidad del indígena; Juan Santa Cruz Pachacuti reconoce el providencialismo de la religión indígena, integrando las creencias andinas en una historia de salvación que no las reduce a superstición. Valera, desde la lógica, persigue el mismo fin: si el indio puede razonar conforme a reglas universales, entonces puede participar en el debate filosófico, comprender la doctrina, recibir la fe y, en consecuencia, salvarse. Lo que cambia es el género y el registro; lo que permanece es el núcleo ético-político: reconocimiento, inclusión, justicia.
A partir de aquí se entiende la crítica a la tesis de Egoavil cuando enuncia que “nuestro primer testimonio filosófico es lógico, y no teológico o moral” (p. 63), que “nació de una necesidad lógico-lingüística” (p. 103) y que, por tanto, “primero la lógica, después el resto” (p. 20) -como afirma su prologuista-.
Estas fórmulas privilegian la forma sobre la función y abstraen el texto de su campo de fuerzas histórico. Es cierto que la Lógica in via Scoti es, en su género, una obra lógica; pero su razón de ser en el virreinato no es la pura técnica, sino la mediación cultural y la defensa de una humanidad negada. La lógica fue el medio elegido porque, al ofrecer reglas universales del razonamiento, permitía establecer un terreno común entre mundos diversos y refutar, por la vía más rigurosa, la tesis implícita de la irracionalidad indígena.
Pero decir “primero la lógica, después el resto” es perder de vista que ese “resto” —la justicia, el reconocimiento, la salvación— es el fin que determina el sentido de la lógica en América. La lógica, aquí, no es un fin en sí misma; es una herramienta de convivencia y un arma intelectual contra la deshumanización y maltrato de los conquistadores españoles prolongado durante el virreinato. Hay que reparar en otro hecho social crucial, a saber, que era la masa indígena, y no su élite, la maltratada. Y esta fue la política imperante durante los Habsburgo. Con ello el discurso de Valera y demás escritores, indios, mestizos y teólogos de diversas órdenes religiosas se volvía más radical y evangélico al defender la humanidad de toda criatura creada por Dios.
En este sentido, la obra de Valera debe leerse como parte de un movimiento intelectual que, bajo distintas formas, buscaba universalizar la dignidad humana frente a la violencia estructural del sistema colonial. El mérito de Valera es que pone la vía escotista al servicio de la reivindicación del indio. La lógica, al ser presentada como disciplina accesible y aplicable por cualquier entendimiento, funcionaba como prueba de que la racionalidad no era patrimonio exclusivo de los europeos ni de las élites criollas, sino atributo común de toda persona. Así, el discurso filosófico se radicalizaba en clave evangélica: si todos los hombres son criaturas de Dios dotadas de razón y libertad, entonces todos son igualmente llamados a la salvación y merecedores de justicia. Esta universalización, que se enfrentaba a la política de los Habsburgo basada en la explotación de la masa indígena, convertía la filosofía virreinal en un acto de resistencia espiritual y social, donde el ropaje lógico encubría una denuncia contra el maltrato y una afirmación de la humanidad compartida.
En realidad, lo que se pierde de vista en el enfoque de Jean Christian Egoavil es que la Lógica in via Scoti de Jerónimo de Valera es mucho más que un tratado de lógica: en su contenido y en su finalidad late la reivindicación de la racionalidad del indígena. Bajo el ropaje escolástico, Valera comparte la misma preocupación que animaba al Inca Garcilaso de la Vega, Guamán Poma de Ayala, Juan Santa Cruz Pachacuti. Por eso no puede aceptarse la fórmula de Egoavil —“primero la lógica, después el resto”—, porque la lógica era un medio para un fin superior: la justicia, el reconocimiento y la salvación.
En el contexto del virreinato, la lógica se convirtió en una herramienta de convivencia y en un arma intelectual contra la deshumanización y el maltrato prolongado de los conquistadores españoles durante la época de los Habsburgo. Hay que reparar en que no era la élite indígena la más golpeada por la política colonial, sino la masa indígena popular, sometida a explotación y desprecio. De ahí que el discurso de Valera y de otros escritores —indios, mestizos y teólogos de diversas órdenes religiosas— se volviera más radical y evangélico, al defender la humanidad de toda criatura creada por Dios.
En este punto resulta iluminador recordar lo que demostró Silvio Zavala en su libro La filosofía política en la conquista de América, publicado en 1947 por el Fondo de Cultura Económica: las ideas de libertad, derechos humanos, comunidad política y convivencia de las naciones no son un legado exclusivo del pensamiento ilustrado, sino que tienen una raíz cristiana mucho más temprana. La defensa del indio en el siglo XVI y XVII se apoyaba en la convicción teológica de que todos los hombres, por ser hijos de Dios, son libres y racionales, y que las naciones indígenas poseen instituciones legítimas y derecho a la convivencia. En este sentido, la obra de Valera se inscribe en esa tradición cristiana que fundamentó la defensa de la dignidad humana mucho antes de la Ilustración, y que convierte a la filosofía virreinal en un acto de resistencia espiritual y social, donde la lógica es el ropaje y la salvación del indio el corazón.
Este desplazamiento hermenéutico tiene consecuencias en la comprensión del nacimiento de la filosofía en el virreinato peruano. Si seguimos el énfasis de Egoavil, la primicia filosófica americana consistiría en la capacidad de producir tratados lógicos en continuidad con Europa, enraizando el pensamiento local en la neutralidad y universalidad de las reglas del discurso. Si atendemos al contexto integral, la primicia consiste más bien en la capacidad de usar esos instrumentos europeos para fines americanos: crear un lenguaje común, legitimar al indígena como sujeto racional y libre, abrir espacio a su inclusión en la comunidad humana y cristiana. El mérito de Valera no es importar correctamente una técnica, sino resignificarla en clave americana, transformando la lógica en tecnología social de convivencia.
Esta lectura no niega el aporte de Egoavil; lo complementa y lo corrige donde su marco formal descontextualiza. Al rescatar la Lógica in via Scoti como primer testimonio filosófico, Egoavil cumple una tarea necesaria: vuelve visible un texto fundacional y reivindica el lugar de la lógica en la historia intelectual del Perú. Pero el rigor histórico-filosófico exige reconocer que, en el siglo XVII americano, ningún género intelectual está al margen del problema del indio. La teología, la historia, la crónica, la lógica misma: todo se disputa en torno a la pregunta por la racionalidad y la dignidad indígena.
En esa disputa, el escotismo de Valera ofrece una ruta singular —voluntarista, inclusiva, orientada a la libertad— que convierte la lógica en propedéutica para la fe y en soporte conceptual de la salvación. Por eso, lo que la obra inaugura no es una filosofía lógica en abstracto, sino una filosofía social-religiosa bajo forma lógica, un pensamiento americano que brota de la necesidad de reconocimiento y se sirve de la técnica para alcanzar justicia y comunión.
En conclusión, La Atenea Americana (Heraldos Editores, 2025) acierta al devolver a la escena la obra de Valera y al subrayar su condición de primer texto filosófico local; pero su énfasis en la necesidad lógico-lingüística, si no se enmarca en el horizonte del problema del indio, opaca lo esencial: que la lógica fue medio y no fin, que el escotismo voluntarista sostuvo la defensa de la libertad y humanidad indígena, y que el telos de la obra —expresado sin ambages por Valera— fue la salvación del indio.
Y es por ello que en mi obra El espíritu de la filosofía virereynal (Lima: Iipcial, 2014, 2 tomos) ubico a Jerónimo de Valera dentro del primer período humanista teológico, el mismo que culminaría con el misticismo de Antonio Ruíz de Montoya. En efecto, la ubicación de Jerónimo de Valera dentro del primer período humanista teológico, tal como lo desarrollo en El espíritu de la filosofía virreynal (Lima: Iipcial, 2014, 2 tomos), permite comprender la continuidad de una tradición que arranca con la defensa racional y salvífica del indígena que tiene primera cumbre con de las Casas, luego siguen los dos obispos cusqueños Valverde y Solano, los catedráticos limeños Esteban de Avila, Sánchez Renedo y José de Acosta, después el neoplatonismo providencialista del Inca Garcilaso, y mesiánico de Guamán Poma, la cosmogonía andina de Santa Cruz Pachacuti, el escotismo de Valera, el suarismo de los hermanos peñafiel, y culmina con el misticismo de Antonio Ruíz de Montoya.
Este período se caracteriza por el predominio de una filosofía teológica-humanista que, aun expresándose en formas escolásticas —lógica, teología, moral—, tiene como trasfondo una preocupación eminentemente social y religiosa: la inclusión del indio en la comunidad humana y cristiana. Valera, con su lógica escotista, inaugura el camino mostrando que la razón indígena es tan válida como la europea; Montoya, con su experiencia misionera y mística, lleva esa defensa al plano espiritual más profundo, donde la salvación se convierte en comunión afectiva y experiencia de Dios. Así, la lógica como medio, el voluntarismo como fundamento y la salvación como telos se integran en un mismo arco histórico que define el espíritu de la filosofía virreynal en su primera etapa.
Solo una lectura que integre forma y función, técnica y finalidad, Europa y América, puede captar la primicia genuina que esa obra encarna: el nacimiento de una filosofía propia porque social, propia porque mediadora, propia porque orientada a transformar reglas de razón en garantías de dignidad. Así entendida, la Lógica in via Scoti no es “primero lógica, después el resto”, sino lógica al servicio del resto: razón al servicio de justicia, reconocimiento y salvación.
Bibliografía
Egoavil, Jean Christian. La Atenea Americana: Una primicia filosófica en el virreinato del Perú. Heraldos Editores, 2025.
Flores Quelopana, Gustavo. El espíritu de la filosofía virreynal. 2 vols., Iipcial, 2014.
Zavala, Silvio. La filosofía política en la conquista de América. Fondo de Cultura Económica, 1947.
Estimado profesor:
ResponderEliminarAgradezco su amable y erudito y excelentemente bien documentada reseña.
Lo acabo de leer y agradezco sus comentarios y críticas a mi obra.
Con aprecio,
Jean Christian Egoavil