EL INCA GARCILASO Y Los Amautas filósofos
COMO FUENTE DE LA FILOSOFÍA MITOCRÁTICA
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
El rehabilitado genio histórico del Inca Garcilaso de la Vega, tan tachado de inexacto y novelesco por la excomunión de doctos eruditos, es una fuente privilegiada para estudiar el tema de la filosofía en el Perú Antiguo.
El Inca Garcilaso es el patriarca indiscutible de nuestra historia precolombina, llevó en sí el mundo incaico y el mundo europeo a la vez, es el primero que relaciona de manera sistemática a los amautas con la filosofía, su educación literaria, humanística y filosófica europea lo pone en inmejorables condiciones para contrastar la realidad andina con la del Viejo Mundo, como clérigo posee los conocimientos necesarios para dilucidar materias escabrosas y complejas como lo concerniente a la religión de sus ancestros y, finalmente, con la traducción de la obra cumbre del neoplatonismo renacentista, Los Diálogos de Amor de León Hebreo, se encuentra en inmejorables condiciones para dar una opinión autorizada sobre la filosofía de los amautas. Como
dice José de la Riva Agüero en su Encomio del Inca Garcilaso: “con estos viajes y comunicaciones de su vivaz adolescencia, fue allegando sus impresiones auténticas y directas sobre el territorio y las leyendas del Perú, que animaron en la edad adulta sus palpitantes Comentarios reales”.
Garcilaso tiene plena razón contra Cieza cuando muestra el orden y rumbo civilizador de las conquistas incaicas. Lo que sucede es que él no fue un frío y mediocre amontonador de datos y así como Raimondi falló a favor de su exactitud geográfica, del mismo modo la moderna investigación confirma su exactitud histórica. Ha sido acusado de soñador, iluso, caprichoso y novelesco, por no traernos una imagen truculenta, bárbara y primitiva como Cobo, o un fresco lejano, indiferente y frío como Sarmiento de Gamboa.
Ha sido calumniado como Tácito, Salustio, Tito Livio, Renan, Michelet, Taine y Mommsen de efectuar contradictorias reconstrucciones históricas. Nada más injusto con el escritor peruano antiguo más clásico y ponderado. Garcilaso no es inexacto, lo que sucede es que se trata de un historiador con alma de poeta cuyos grandes aciertos son las verdades generales y lo pequeños yerros son los detalles menudos. Su avasallador amos a la tierra no impide al lector hacerse la idea de que el imperio incaico no era un paraíso comunista, pacífico o igualitario, sino un despotismo teocrático gerontocrático y militarista, que inculcó amor al trabajó y la ética social.
Sobre la sabiduría de los Incas se dedica en la primera parte de los Comentarios reales los ocho capítulos últimos del libro segundo; allí habla de las ciencias que los incas alcanzaron primero en la astrología, la medicina, la filosofía natural, luego la geometría, la geografía, la aritmética y la música, por último sobre la filosofía moral e instrumentos técnicos.
No obstante a lo largo de toda la obra el Inca Garcilaso repite la fórmula sobre los “amautas que fueron filósofos”. ¿Por qué llamó a los amautas “filósofos”? ¿Qué vio en ellos para que les aplicase tal término nacido en la cultura occidental? ¿Cuál fue su comprensión de la filosofía para que una mentalidad como la suya conocedora del neoplatonismo renacentista y de la tradición filosófico-teológica occidental llamase a los amautas “filósofos”? No se puede olvidar que el joven mestizo no cesó de visitar a su madre y parientes incaicos y prosiguió solazándose en el trato con los orejones y demás indios principales.
En primer lugar, en las inimitables páginas de sus Comentarios, henchidas de aguda observación y desbordante fuerza plástica, leemos que entre los Incas “hubo hombres de buenos ingenios”, esto es, de mucha inteligencia y raciocinio. Y luego añade, que los amautas “filosofaron cosas sutiles”. Lo que equivale a afirmar que expresaron razonamientos agudos, perspicaces y finos sobre realidades naturales y sobrenaturales. Su argucia y penetración era cosa admirable y tenida en la mayor estima por el Emperador mismo y en todo el imperio. Pensaron cosas sutiles “como muchas que en su república platicaron”. Esto significa que estos profundos razonadores quechuas tuvieron como uno de los modos privilegiados de expresión filosófica al diálogo.
Esta forma de pensar discutiendo, conversando, como lo hacían los orejones en el Cusco, preguntando y respondiendo entre personas unidas por el mismo interés de investigación, fue común no sólo entre ellos sino también para buena parte del pensamiento antiguo hasta Aristóteles. El diálogo fue un género privilegiado por entonces de la reflexión filosófica. Recordemos que el divino Platón tenía desconfianza hacia los discursos escritos, por cuanto no hay respuestas ni interrogaciones de parte de interlocutor alguno.
Su maestro Sócrates fue el paradigma de este modo dialogado de reflexionar, jamás escribió nada y toda su energía se concentró en conversar con discípulos y amigos. Havelock es un autor que insiste en la tesis de que la filosofía surge cuando se pasa de la oralidad a la escritura y a ojos vista es toda una exageración.
A su pesar, Sócrates diariamente desarrollaba oralmente sus ideas y conceptos sin necesidad de recurrir a la escritura, él es un caso palmario de que los conceptos filosóficos pueden encontrar libre cauce meramente dialogando sin hacer uso del escribir y que los pueblos orales no occidentales de alta cultura fueron grandes dialogadores que concibieron ideas filosóficas sin necesidad de fijarlo en escritura alguna y en conceptos de la ratio, les bastó las metáforas y los símbolos del logos participativo.
Pero la práctica del diálogo implica una importancia normativa eminente, la cual radica en que exige el principio de tolerancia filosófica y religiosa, un reconocimiento de una igual legitimidad y de una buena voluntad de entender otras razones. Hay quienes piensan que esta normatividad requiere la presencia de un sistema político democrático, y que por consiguiente la filosofía demanda de ésta para prosperar. Pero en realidad esta normatividad no pide hacer referencia al empleo actual de democracia, ni a su sentido en la Atenas clásica, porque es perfectamente posible en diversos sistemas de gobierno, y más aun en el teocrático incaico basado en el ideal de la virtud.
Por lo que no caben hacer referencias ambivalentes sobre el supuesto enlace entre filosofía y democracia. Más bien, lo que aquí destaca es que el ejercicio dialogado del pensamiento profundo no requiere de la escritura y justamente los Incas, como dice el mestizo, “no tuvieron letras” pero tuvieron filósofos. Todo lo cual nos lleva hacia el siguiente resultado preliminar:
· Los amautas fueron filósofos por reflexionar sutil y profundamente sobre realidades sublimes,
· Su gran inteligencia y raciocinio se explayó en el diálogo, no requirieron de la escritura como modo privilegiado del discurso filosófico, y
· Estos hombres sabios, perspicaces e ingeniosos individualmente desfilaron desapercibidos porque su preocupación no era buscar el recalque de su personalidad.
En segundo lugar, Garcilaso como casi rememorando la ocasión que tuvo al conocer las momias de cinco de los monarcas incas antes de dejar su ciudad natal, habla de estos amautas que filosofaron cuando aborda la astrología, la filosofía moral, la filosofía natural, el pronóstico de eclipses de sol y de luna, medicina, teología, geometría, aritmética y música. Todo lo cual describe, como cuando tocó la mano rígida de la momia de Huayna Cápac, nítidamente un tipo de forma humana en la cual se encarna el saber filosófico, no se trata del filósofo stricto sensu sino del sabio, el cual combina la orientación estrictamente teórica y contemplativa con la orientación predominantemente práctica. Garcilaso en la flor de su mocedad gustó mucho de arreos caballerescos y castellanos, hasta que la muerte de su padre lo vino a sacar de tan alegre existencia y a confrontar su realidad de mestizo perulero. Lo que lo hizo mirar más hondamente en sus raíces maternas incaicas. Esta circunstancia contribuyó a que se esforzara por reconstruir incluso la sabiduría de los amautas.
En el primer caso tenemos la sabiduría, mientras que en el segundo tenemos una sabiduría entre otras. Esta alusión está comprendida cuando Garcilaso se refiere a ciertos versos hechos por “los Incas poetas (quienes) los compusieron filosofando las causas segundas”. Y cuando refiere: “La filosofía moral alcanzaron bien, y en práctica la dejaron escrita en sus leyes, vida y costumbres”, y luego remarca “sólo en filosofía moral se extremaron”. Garcilaso en 1561 de Sevilla pasó a Montilla y luego a Extremadura para conocer a su familia.
De todos sus parientes el que le tomó más cariño fue su tío carnal el Capitán D. Alonso de Vargas. Este caballero sirvió a Carlos V por treinta y ocho años en los tercios españoles en Alemania. Pero lo más interesante es que el tío de Garcilaso fue muy amigo del Maestre de Campo Alonso de Vives, hermano del insigne filósofo español Juan Luis Vives. Eran todavía los años juveniles de Garcilaso, cuando aun no se proyectaba como escritor y se encaminaba lleno de ilusiones a la Corte de Madrid, donde trató directamente a los más famosos indianos y peruleros, como Fray Bartolomé de las Casas, Hernando Pizarro, D. Cristóbal Vaca de Castro, el revoltoso clérigo de Baltasar de Loayza, entre otros.
Volviendo al tema es posible decir, que nuestro indiano distingue entre incas amautas que filosofaron sobre las causas primeras, en el sentido de saber contemplativo o teórico, y los incas amautas que filosofaron sobre las causas segundas, en el sentido del saber práctico. Indudablemente que en sus reflexiones de hombre provecto, ya bastante lejos de sus desengaños cortesanos, asociaría la figura de los amautas como la de Juan Luis Vives en el grupo de saber contemplativo.
Ya lejos de su primera mocedad, muy adepta a los libros de caballerías, en 1579 se opera una profunda transformación de su ánimo que lo inclina hacia el estudio y las letras. Todavía bajo el nombre de Gómez Suárez de Figueroa se enfervoriza su devoción por las más graves disciplinas históricas y filosóficas. Su devoción por la meditación lo hizo despedirse de sus ambiciones bélicas y profanas y abrazar el estado eclesiástico, aunque se desconoce la fecha en que da ese paso y si llegó a recibir las órdenes mayores. Esto nos estimula a pensar que bajo el erudito y polígloto padre Fray Agustín de Herrera, el jesuita Jerónimo de Prado y el agustino Fray Fernando de Zárate, sus principales consultores literarios, pudo extraer los criterios adecuados para arribar hacia conclusiones sobre las cuales podemos colegir las consideraciones siguientes:
o Los amautas filósofos eran sabios que abarcaban tanto el saber teórico como el práctico.
o Los que abordaban el saber teórico barruntaban sobre las causas primeras que dios puso en las cosas, los que abordaban el saber práctico lo hacían ocupándose de las causas segundas.
o En consecuencia, el saber intelectual era sólo una de las notas esenciales de la sabiduría del sabio amauta.
Hasta aquí obtenemos el resultado que los amautas eran hombres prudentes, reflexivos y juiciosos, no buscaban el sobresalir de su personalidad, cuyo pensamiento sutil se desarrolló a través del diálogo oral, no requiriendo de escritura ni del logos conceptual, cuando no de la experiencia para desarrollar una sabiduría teórica y a la vez práctica, tanto sobre las causas primeras como de las causas segundas de las cosas.
En tercer lugar, cuando Garcilaso expone el conocimiento médico y medicinal añade una apreciación aparentemente desconcertante, pero muy significativa: ”supieron mucho menos, y mucho menos de teología, porque no supieron levantar el entendimiento a cosas invisibles. Toda la teología de los Incas se encerró en el nombre de Pachacamac”. Cuando el Inca Garcilaso hace estas descripciones era el único reputado representante peruano de la ontología neoplatónica. No hay que duda que sus apreciaciones están tamizadas por la honda impresión y aceptación de un sistema de idealismo sincrético como el de León Hebreo.
Esta párrafo aparentemente lapidario para la religión incaica, del que se prendieron sus detractores para acusarlo de no haber comprendido la religión de sus ancestros, no es congruente con la exposición que el Inca ha venido haciendo sobre la religión y la cultura incaica. Nos habló del pensamiento sutil de los amautas, su extraordinaria memoria, gran capacidad de aprendizaje y agilidad de ideación, elogió sus matemáticas, astronomía y poesía, habló de sus buenos ingenios, del rastreo del verdadero Dios Nuestro Señor, de su avizoramiento de la inmortalidad del alma y del cuerpo, de su envidiable régimen social, entre otras cosas más.
Pero en estos capítulos sobre la ciencia incaica mantiene un tono de constante comparación con lo alcanzado en Europa y sólo en este sentido puede entenderse el párrafo citado, confrontándolo con el deslumbrante desarrollo de la teología cristiana conocida por ser él, un hombre de letras y de hábito religioso. No obstante, se trata innegablemente de un párrafo muy sumario, apresurado pero no contradictorio.
Además, él no pudo llegar a conocer enteramente la teología incaica debido al temprano abandono de su patria, a los veinte años, y a siete décadas de distancia de los acontecimientos de la Conquista lo más granado de los amautas filósofos ya habían sido muertos por las masacres de Atahualpa y los vejámenes de los hidalgos ibéricos. En consecuencia, muy poco pudo haber recogido al respecto de primera mano. Estos eran conocimientos especializados y no meros hechos históricos. El Inca Garcilaso no alcanzó a conocer todo el conocimiento especulativo de los incas y lo poco que obtuvo le pareció con razón muy pequeño comparado con lo encontrado en Occidente.
Por lo demás, era un alma sinceramente religiosa y al adoptar el cristianismo católico lo hizo con toda la fuerza que un indo-hispano de entonces era capaz de hacerlo. Su fe y convicción religiosa nueva no obnubiló al mestizo, pero sí lo condicionó hasta la medida de introducir adjetivos tales como “supersticiones”, “hechicerías”, “idolatrías”, ”boberías”, entre otros para referirse a ciertas creencias y conocimientos nativos.
Entonces, si su conocimiento de la ciencia incaica resulta limitado ¿puede acaso seguir siendo un fiel guía sobre la cuestión de los amautas filósofos? Sí, por un doble motivo. Primero, por conocer el idioma del imperio y, segundo, por llevar gran parte del espíritu indiano hacia una aculturación occidental. Esto nos permite tener a través de él un criterio cultural comparativo muy valioso sobre lo que conoció por Filosofía en el Viejo Mundo y lo que equivalía a ello en el Nuevo Mundo. En consecuencia, la verdad es diferente. A todas luces los amautas filósofos sí supieron levantar “el entendimiento a cosas invisibles”, lo cual es coherente además en una sociedad teocéntrica y en un gobierno teocrático.
Todo esto nos lleva hacia un enriquecimiento de la idea misma de sabiduría, según la cual además del aspecto intelectual y práctico, el concepto de sabiduría inca implica un rico contenido religioso que absorbe y subordina a los otros. Pues, la divinidad solar incaica representa un acercamiento de la noción de sabiduría a la de la Luz o conocimiento perfecto de lo divino. La teología incaica está transida por una metafísica pagana de la Luz, que sirvió de hilo conductor a Garcilaso para compenetrarse con la teología de la Luz del cristianismo católico. En esta teología inca no hay el drama metafísico de los gnósticos, ni hay revelación como en los hebreos, pero sí hay aproximación a través de la razón natural con el principio plotiniano que concibe a la sabiduría como el conocimiento supremo que el sabio posee de lo Uno y de sus hipóstasis.
De modo similar, el amauta filósofo parte de una sabiduría superior que permite reconocer el principio del universo, rendirle adoración y señalar el destino del alma individual más allá de la muerte. La sabiduría de lo divino se convierte en razón del cosmos, en cuyo marco es tan inaceptable la separación entre lo teórico y lo práctico, como la separación del individuo respecto al universo. A este aspecto de totalidad el filósofo alemán Estermann lo denomina el principio de complementariedad, como categoría dominante en la racionalidad andina.
Por consiguiente, como características subsiguientes de los amautas filósofos tenemos:
v Por sabiduría entendieron los amautas preponderantemente el conocimiento de lo divino, el logos participativo y analógico.
v Esta sabiduría divina absorbe y subordina a los otros saberes práctico-técnicos (por ejemplo, la arquitectura del Cusco imperial en forma de puma revela este precepto).
v Y permite reconocer el principio trascendente del mundo así como el destino del alma.
A esta altura puede afirmarse que Garcilaso, según lo que había visto y conocido en el continente europeo, sobre todo el neoplatonismo con el que simpatizó, llamó por comparación a los amautas “filósofos” porque en su reflexión se unía lo filosófico con lo religioso. La filosofía del pueblo quechua discurrió bajo el logos participativo y mítico, más no bajo el logos conceptual. Esta forma de filosofar estaba en concordancia con la edad de cobre y bronce en joyería y utensilios, con el estilo pesado, recio y arisco de su arquitectura monumental, con su teatro épico y su poesía elegíaca y lírica. Su filosofía mítica era severa, sólida y escrupulosa, llena de un acento misterioso e infinito. Halló sus determinaciones en las siguientes notas:
(a) Reflexión profunda, sutil y sublime.
(b) Empleo del diálogo oral como principal género filosófico, no requirieron de escritura. Al respecto los quipus eran un antiguo sistema contable, pero también nemotécnico, que permitía hacer narraciones y probablemente almacenar reflexiones filosóficas. No se descarta la existencia de jeroglifos.
(c) Abarcaban conocimientos teóricos, sobre las causas primeras, y conocimientos prácticos, sobre las causas segundas, sin que ello signifique la pérdida de hegemonía del logos mítico.
(d) Tuvieron como saber supremo al conocimiento religioso, dios como hacedor de las causas. Su logos filosófico fue mítico.
Pero si bien estas caracterizaciones nos permiten dar cuenta del por qué Garcilaso llamó a los amautas “filósofos”, todavía se no responde sobre cuál fue el sentido de la filosofía en las Indias. De la respuesta a esta cuestión se podrá decidir sobre un tema sumamente polémico y arduo, a saber, si el alba Grecia es la medida de toda filosofía posible y si no lo es, entonces, cuál es aquel otro sentido de la filosofía.
El rehabilitado genio histórico del Inca Garcilaso de la Vega, tan tachado de inexacto y novelesco por la excomunión de doctos eruditos, es una fuente privilegiada para estudiar el tema de la filosofía en el Perú Antiguo.
El Inca Garcilaso es el patriarca indiscutible de nuestra historia precolombina, llevó en sí el mundo incaico y el mundo europeo a la vez, es el primero que relaciona de manera sistemática a los amautas con la filosofía, su educación literaria, humanística y filosófica europea lo pone en inmejorables condiciones para contrastar la realidad andina con la del Viejo Mundo, como clérigo posee los conocimientos necesarios para dilucidar materias escabrosas y complejas como lo concerniente a la religión de sus ancestros y, finalmente, con la traducción de la obra cumbre del neoplatonismo renacentista, Los Diálogos de Amor de León Hebreo, se encuentra en inmejorables condiciones para dar una opinión autorizada sobre la filosofía de los amautas. Como
dice José de la Riva Agüero en su Encomio del Inca Garcilaso: “con estos viajes y comunicaciones de su vivaz adolescencia, fue allegando sus impresiones auténticas y directas sobre el territorio y las leyendas del Perú, que animaron en la edad adulta sus palpitantes Comentarios reales”.
Garcilaso tiene plena razón contra Cieza cuando muestra el orden y rumbo civilizador de las conquistas incaicas. Lo que sucede es que él no fue un frío y mediocre amontonador de datos y así como Raimondi falló a favor de su exactitud geográfica, del mismo modo la moderna investigación confirma su exactitud histórica. Ha sido acusado de soñador, iluso, caprichoso y novelesco, por no traernos una imagen truculenta, bárbara y primitiva como Cobo, o un fresco lejano, indiferente y frío como Sarmiento de Gamboa.
Ha sido calumniado como Tácito, Salustio, Tito Livio, Renan, Michelet, Taine y Mommsen de efectuar contradictorias reconstrucciones históricas. Nada más injusto con el escritor peruano antiguo más clásico y ponderado. Garcilaso no es inexacto, lo que sucede es que se trata de un historiador con alma de poeta cuyos grandes aciertos son las verdades generales y lo pequeños yerros son los detalles menudos. Su avasallador amos a la tierra no impide al lector hacerse la idea de que el imperio incaico no era un paraíso comunista, pacífico o igualitario, sino un despotismo teocrático gerontocrático y militarista, que inculcó amor al trabajó y la ética social.
Sobre la sabiduría de los Incas se dedica en la primera parte de los Comentarios reales los ocho capítulos últimos del libro segundo; allí habla de las ciencias que los incas alcanzaron primero en la astrología, la medicina, la filosofía natural, luego la geometría, la geografía, la aritmética y la música, por último sobre la filosofía moral e instrumentos técnicos.
No obstante a lo largo de toda la obra el Inca Garcilaso repite la fórmula sobre los “amautas que fueron filósofos”. ¿Por qué llamó a los amautas “filósofos”? ¿Qué vio en ellos para que les aplicase tal término nacido en la cultura occidental? ¿Cuál fue su comprensión de la filosofía para que una mentalidad como la suya conocedora del neoplatonismo renacentista y de la tradición filosófico-teológica occidental llamase a los amautas “filósofos”? No se puede olvidar que el joven mestizo no cesó de visitar a su madre y parientes incaicos y prosiguió solazándose en el trato con los orejones y demás indios principales.
En primer lugar, en las inimitables páginas de sus Comentarios, henchidas de aguda observación y desbordante fuerza plástica, leemos que entre los Incas “hubo hombres de buenos ingenios”, esto es, de mucha inteligencia y raciocinio. Y luego añade, que los amautas “filosofaron cosas sutiles”. Lo que equivale a afirmar que expresaron razonamientos agudos, perspicaces y finos sobre realidades naturales y sobrenaturales. Su argucia y penetración era cosa admirable y tenida en la mayor estima por el Emperador mismo y en todo el imperio. Pensaron cosas sutiles “como muchas que en su república platicaron”. Esto significa que estos profundos razonadores quechuas tuvieron como uno de los modos privilegiados de expresión filosófica al diálogo.
Esta forma de pensar discutiendo, conversando, como lo hacían los orejones en el Cusco, preguntando y respondiendo entre personas unidas por el mismo interés de investigación, fue común no sólo entre ellos sino también para buena parte del pensamiento antiguo hasta Aristóteles. El diálogo fue un género privilegiado por entonces de la reflexión filosófica. Recordemos que el divino Platón tenía desconfianza hacia los discursos escritos, por cuanto no hay respuestas ni interrogaciones de parte de interlocutor alguno.
Su maestro Sócrates fue el paradigma de este modo dialogado de reflexionar, jamás escribió nada y toda su energía se concentró en conversar con discípulos y amigos. Havelock es un autor que insiste en la tesis de que la filosofía surge cuando se pasa de la oralidad a la escritura y a ojos vista es toda una exageración.
A su pesar, Sócrates diariamente desarrollaba oralmente sus ideas y conceptos sin necesidad de recurrir a la escritura, él es un caso palmario de que los conceptos filosóficos pueden encontrar libre cauce meramente dialogando sin hacer uso del escribir y que los pueblos orales no occidentales de alta cultura fueron grandes dialogadores que concibieron ideas filosóficas sin necesidad de fijarlo en escritura alguna y en conceptos de la ratio, les bastó las metáforas y los símbolos del logos participativo.
Pero la práctica del diálogo implica una importancia normativa eminente, la cual radica en que exige el principio de tolerancia filosófica y religiosa, un reconocimiento de una igual legitimidad y de una buena voluntad de entender otras razones. Hay quienes piensan que esta normatividad requiere la presencia de un sistema político democrático, y que por consiguiente la filosofía demanda de ésta para prosperar. Pero en realidad esta normatividad no pide hacer referencia al empleo actual de democracia, ni a su sentido en la Atenas clásica, porque es perfectamente posible en diversos sistemas de gobierno, y más aun en el teocrático incaico basado en el ideal de la virtud.
Por lo que no caben hacer referencias ambivalentes sobre el supuesto enlace entre filosofía y democracia. Más bien, lo que aquí destaca es que el ejercicio dialogado del pensamiento profundo no requiere de la escritura y justamente los Incas, como dice el mestizo, “no tuvieron letras” pero tuvieron filósofos. Todo lo cual nos lleva hacia el siguiente resultado preliminar:
· Los amautas fueron filósofos por reflexionar sutil y profundamente sobre realidades sublimes,
· Su gran inteligencia y raciocinio se explayó en el diálogo, no requirieron de la escritura como modo privilegiado del discurso filosófico, y
· Estos hombres sabios, perspicaces e ingeniosos individualmente desfilaron desapercibidos porque su preocupación no era buscar el recalque de su personalidad.
En segundo lugar, Garcilaso como casi rememorando la ocasión que tuvo al conocer las momias de cinco de los monarcas incas antes de dejar su ciudad natal, habla de estos amautas que filosofaron cuando aborda la astrología, la filosofía moral, la filosofía natural, el pronóstico de eclipses de sol y de luna, medicina, teología, geometría, aritmética y música. Todo lo cual describe, como cuando tocó la mano rígida de la momia de Huayna Cápac, nítidamente un tipo de forma humana en la cual se encarna el saber filosófico, no se trata del filósofo stricto sensu sino del sabio, el cual combina la orientación estrictamente teórica y contemplativa con la orientación predominantemente práctica. Garcilaso en la flor de su mocedad gustó mucho de arreos caballerescos y castellanos, hasta que la muerte de su padre lo vino a sacar de tan alegre existencia y a confrontar su realidad de mestizo perulero. Lo que lo hizo mirar más hondamente en sus raíces maternas incaicas. Esta circunstancia contribuyó a que se esforzara por reconstruir incluso la sabiduría de los amautas.
En el primer caso tenemos la sabiduría, mientras que en el segundo tenemos una sabiduría entre otras. Esta alusión está comprendida cuando Garcilaso se refiere a ciertos versos hechos por “los Incas poetas (quienes) los compusieron filosofando las causas segundas”. Y cuando refiere: “La filosofía moral alcanzaron bien, y en práctica la dejaron escrita en sus leyes, vida y costumbres”, y luego remarca “sólo en filosofía moral se extremaron”. Garcilaso en 1561 de Sevilla pasó a Montilla y luego a Extremadura para conocer a su familia.
De todos sus parientes el que le tomó más cariño fue su tío carnal el Capitán D. Alonso de Vargas. Este caballero sirvió a Carlos V por treinta y ocho años en los tercios españoles en Alemania. Pero lo más interesante es que el tío de Garcilaso fue muy amigo del Maestre de Campo Alonso de Vives, hermano del insigne filósofo español Juan Luis Vives. Eran todavía los años juveniles de Garcilaso, cuando aun no se proyectaba como escritor y se encaminaba lleno de ilusiones a la Corte de Madrid, donde trató directamente a los más famosos indianos y peruleros, como Fray Bartolomé de las Casas, Hernando Pizarro, D. Cristóbal Vaca de Castro, el revoltoso clérigo de Baltasar de Loayza, entre otros.
Volviendo al tema es posible decir, que nuestro indiano distingue entre incas amautas que filosofaron sobre las causas primeras, en el sentido de saber contemplativo o teórico, y los incas amautas que filosofaron sobre las causas segundas, en el sentido del saber práctico. Indudablemente que en sus reflexiones de hombre provecto, ya bastante lejos de sus desengaños cortesanos, asociaría la figura de los amautas como la de Juan Luis Vives en el grupo de saber contemplativo.
Ya lejos de su primera mocedad, muy adepta a los libros de caballerías, en 1579 se opera una profunda transformación de su ánimo que lo inclina hacia el estudio y las letras. Todavía bajo el nombre de Gómez Suárez de Figueroa se enfervoriza su devoción por las más graves disciplinas históricas y filosóficas. Su devoción por la meditación lo hizo despedirse de sus ambiciones bélicas y profanas y abrazar el estado eclesiástico, aunque se desconoce la fecha en que da ese paso y si llegó a recibir las órdenes mayores. Esto nos estimula a pensar que bajo el erudito y polígloto padre Fray Agustín de Herrera, el jesuita Jerónimo de Prado y el agustino Fray Fernando de Zárate, sus principales consultores literarios, pudo extraer los criterios adecuados para arribar hacia conclusiones sobre las cuales podemos colegir las consideraciones siguientes:
o Los amautas filósofos eran sabios que abarcaban tanto el saber teórico como el práctico.
o Los que abordaban el saber teórico barruntaban sobre las causas primeras que dios puso en las cosas, los que abordaban el saber práctico lo hacían ocupándose de las causas segundas.
o En consecuencia, el saber intelectual era sólo una de las notas esenciales de la sabiduría del sabio amauta.
Hasta aquí obtenemos el resultado que los amautas eran hombres prudentes, reflexivos y juiciosos, no buscaban el sobresalir de su personalidad, cuyo pensamiento sutil se desarrolló a través del diálogo oral, no requiriendo de escritura ni del logos conceptual, cuando no de la experiencia para desarrollar una sabiduría teórica y a la vez práctica, tanto sobre las causas primeras como de las causas segundas de las cosas.
En tercer lugar, cuando Garcilaso expone el conocimiento médico y medicinal añade una apreciación aparentemente desconcertante, pero muy significativa: ”supieron mucho menos, y mucho menos de teología, porque no supieron levantar el entendimiento a cosas invisibles. Toda la teología de los Incas se encerró en el nombre de Pachacamac”. Cuando el Inca Garcilaso hace estas descripciones era el único reputado representante peruano de la ontología neoplatónica. No hay que duda que sus apreciaciones están tamizadas por la honda impresión y aceptación de un sistema de idealismo sincrético como el de León Hebreo.
Esta párrafo aparentemente lapidario para la religión incaica, del que se prendieron sus detractores para acusarlo de no haber comprendido la religión de sus ancestros, no es congruente con la exposición que el Inca ha venido haciendo sobre la religión y la cultura incaica. Nos habló del pensamiento sutil de los amautas, su extraordinaria memoria, gran capacidad de aprendizaje y agilidad de ideación, elogió sus matemáticas, astronomía y poesía, habló de sus buenos ingenios, del rastreo del verdadero Dios Nuestro Señor, de su avizoramiento de la inmortalidad del alma y del cuerpo, de su envidiable régimen social, entre otras cosas más.
Pero en estos capítulos sobre la ciencia incaica mantiene un tono de constante comparación con lo alcanzado en Europa y sólo en este sentido puede entenderse el párrafo citado, confrontándolo con el deslumbrante desarrollo de la teología cristiana conocida por ser él, un hombre de letras y de hábito religioso. No obstante, se trata innegablemente de un párrafo muy sumario, apresurado pero no contradictorio.
Además, él no pudo llegar a conocer enteramente la teología incaica debido al temprano abandono de su patria, a los veinte años, y a siete décadas de distancia de los acontecimientos de la Conquista lo más granado de los amautas filósofos ya habían sido muertos por las masacres de Atahualpa y los vejámenes de los hidalgos ibéricos. En consecuencia, muy poco pudo haber recogido al respecto de primera mano. Estos eran conocimientos especializados y no meros hechos históricos. El Inca Garcilaso no alcanzó a conocer todo el conocimiento especulativo de los incas y lo poco que obtuvo le pareció con razón muy pequeño comparado con lo encontrado en Occidente.
Por lo demás, era un alma sinceramente religiosa y al adoptar el cristianismo católico lo hizo con toda la fuerza que un indo-hispano de entonces era capaz de hacerlo. Su fe y convicción religiosa nueva no obnubiló al mestizo, pero sí lo condicionó hasta la medida de introducir adjetivos tales como “supersticiones”, “hechicerías”, “idolatrías”, ”boberías”, entre otros para referirse a ciertas creencias y conocimientos nativos.
Entonces, si su conocimiento de la ciencia incaica resulta limitado ¿puede acaso seguir siendo un fiel guía sobre la cuestión de los amautas filósofos? Sí, por un doble motivo. Primero, por conocer el idioma del imperio y, segundo, por llevar gran parte del espíritu indiano hacia una aculturación occidental. Esto nos permite tener a través de él un criterio cultural comparativo muy valioso sobre lo que conoció por Filosofía en el Viejo Mundo y lo que equivalía a ello en el Nuevo Mundo. En consecuencia, la verdad es diferente. A todas luces los amautas filósofos sí supieron levantar “el entendimiento a cosas invisibles”, lo cual es coherente además en una sociedad teocéntrica y en un gobierno teocrático.
Todo esto nos lleva hacia un enriquecimiento de la idea misma de sabiduría, según la cual además del aspecto intelectual y práctico, el concepto de sabiduría inca implica un rico contenido religioso que absorbe y subordina a los otros. Pues, la divinidad solar incaica representa un acercamiento de la noción de sabiduría a la de la Luz o conocimiento perfecto de lo divino. La teología incaica está transida por una metafísica pagana de la Luz, que sirvió de hilo conductor a Garcilaso para compenetrarse con la teología de la Luz del cristianismo católico. En esta teología inca no hay el drama metafísico de los gnósticos, ni hay revelación como en los hebreos, pero sí hay aproximación a través de la razón natural con el principio plotiniano que concibe a la sabiduría como el conocimiento supremo que el sabio posee de lo Uno y de sus hipóstasis.
De modo similar, el amauta filósofo parte de una sabiduría superior que permite reconocer el principio del universo, rendirle adoración y señalar el destino del alma individual más allá de la muerte. La sabiduría de lo divino se convierte en razón del cosmos, en cuyo marco es tan inaceptable la separación entre lo teórico y lo práctico, como la separación del individuo respecto al universo. A este aspecto de totalidad el filósofo alemán Estermann lo denomina el principio de complementariedad, como categoría dominante en la racionalidad andina.
Por consiguiente, como características subsiguientes de los amautas filósofos tenemos:
v Por sabiduría entendieron los amautas preponderantemente el conocimiento de lo divino, el logos participativo y analógico.
v Esta sabiduría divina absorbe y subordina a los otros saberes práctico-técnicos (por ejemplo, la arquitectura del Cusco imperial en forma de puma revela este precepto).
v Y permite reconocer el principio trascendente del mundo así como el destino del alma.
A esta altura puede afirmarse que Garcilaso, según lo que había visto y conocido en el continente europeo, sobre todo el neoplatonismo con el que simpatizó, llamó por comparación a los amautas “filósofos” porque en su reflexión se unía lo filosófico con lo religioso. La filosofía del pueblo quechua discurrió bajo el logos participativo y mítico, más no bajo el logos conceptual. Esta forma de filosofar estaba en concordancia con la edad de cobre y bronce en joyería y utensilios, con el estilo pesado, recio y arisco de su arquitectura monumental, con su teatro épico y su poesía elegíaca y lírica. Su filosofía mítica era severa, sólida y escrupulosa, llena de un acento misterioso e infinito. Halló sus determinaciones en las siguientes notas:
(a) Reflexión profunda, sutil y sublime.
(b) Empleo del diálogo oral como principal género filosófico, no requirieron de escritura. Al respecto los quipus eran un antiguo sistema contable, pero también nemotécnico, que permitía hacer narraciones y probablemente almacenar reflexiones filosóficas. No se descarta la existencia de jeroglifos.
(c) Abarcaban conocimientos teóricos, sobre las causas primeras, y conocimientos
prácticos, sobre las causas segundas, sin que ello signifique la pérdida de hegemonía del logos mítico.
(d) Tuvieron como saber supremo al conocimiento religioso, dios como hacedor de las causas. Su logos filosófico fue mítico.
Pero si bien estas caracterizaciones nos permiten dar cuenta del por qué Garcilaso llamó a los amautas “filósofos”, todavía se no responde sobre cuál fue el sentido de la filosofía en las Indias. De la respuesta a esta cuestión se podrá decidir sobre un tema sumamente polémico y arduo, a saber, si el alba Grecia es la medida de toda filosofía posible y si no lo es, entonces, cuál es aquel otro sentido de la filosofía.
(Tomado de mi libro "Filosofía Mitocrática Andina antes de la Conquista", capítulo séptimo, pp. 51-61, Lima, IIPCIAL, 2007).
Lima, Salamanca 18 de Julio 2012
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