EL INCA GARCILASO ANTE LA DESTRUCCIÓN
DE LAS INDIAS
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
Permanece fiel a tu pensamiento, y deja correr inútilmente las lágrimas.
Virgilio
El Inca Garcilaso escribe desde el corazón mismo de la metrópoli imperial española. Conocía perfectamente del peligro que corría si dejaba deslizar cualquier censura y condenación directa del opresor ibérico. Indudablemente que uno de los hechos más desconcertantes para su sincera fe cristiana era, sin duda, la negación en la práctica por parte de los conquistadores ibéricos del mensaje de amor y caridad del mensaje evangélico.
Tanta saña y desgracia sobre su pueblo natal no podía venir como castigo por su idolatría, la vocación católica y universal del Perú descubierta con el advenimiento de la Conquista y la Colonia no podía estar conduciéndose sin la caridad cristiana correspondiente.
La caridad creata, como la gracia santificante comunicada por el amor divino, no podía ser traída a estas tierras a través de la explotación y el abuso. Cristo, como Hombre-Dios, cabeza sobrenatural del universo, de la historia y del linaje humano, no podía cargar con los estropicios de una banda de aventureros comandados por un astuto porquerizo, valientes a no dudarlo, pero enloquecidos por la avaricia, al igual que sus sucesores.
Por el contrario, lo que acontecía en las Indias ofendía profundamente su nueva y sincera fe cristiana católica, porque constituía una afrenta al orden sobrenatural de Dios en su calidad de Padre. Lo bueno que era la llegada del evangelio al Nuevo Mundo, llegaba acompañado por la destrucción diabólica, por el no-ser del pecado, la perversión de todo el ser humano.
Garcilaso era clérigo, no ordenado sacerdote, y conocía como corresponde sobre el misterio sui generis del pecado. Éste hiere un orden superior al natural, irrumpe en una región sobrenatural, destruye una dimensión preternatural, se constituye en un misterio sobrenatural, su malicia contradice no solamente el orden de la gracia sino también el orden santísimo de las Personas divinas, su carácter misterioso excluye el orden de la santidad, es común en los ángeles, en el hombre en el estado original y en los hombres actuales.
Este misterio de las tinieblas si bien pudo extenderse de los ángeles a la humanidad y a toda la creación, cómo no iba a ensancharse, por así decirlo, sobre un nuevo reino conquistado para la cristiandad. El pecado en Cristo es imposible porque participa de la gloria eterna, pero en el hombre como en los ángeles es posible, por la sustracción de la voluntad al vínculo de su tendencia natural al bien, puesta en ella por Dios. Esto le acarrea una perversión duradera y una aversión para cumplir la voluntad divina. La repercusión terrible en la naturaleza del pecador es el brote de una maldad y de una perversidad como no es posible concebirlas en el caso de una simple rebelión natural.
Por eso es que no se puede saber hasta qué punto lo imputa Dios el pecado personal a cada cual. Garcilaso hubo de admitir la corrupción innata de la naturaleza humana, esto es, el pecado original, pero como era ortodoxo, alejado de los reformadores y del venidero jansenismo del siglo XVII, no lo postularía como única explicación posible del estado actual del hombre. Después de todo, no sólo las consecuencias del pecado original son ocultas y misteriosas, sino, que como la caída es sobrehumana y sobrenatural, Dios envía al Hombre-Dios para salvar de la ruina a la vida divina en el hombre, vida que no radica en el hombre mismo y sí en Dios.
En suma, para Garcilaso la contradicción manifiesta históricamente entre el mensaje evangélico del amor y la destrucción brutal de las Indias, por los cristianos españoles, se explicaría a partir de los pecados personales, que moran en el corazón humano, y el pecado original, innato a la naturaleza del hombre, tan vergonzosamente expuesto por los orgullosos hidalgos barbudos.
Lima, Salamanca 13 de Julio 2012
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