EL ESPIRITUALISMO ONTOLOGISTA
DE ANTENOR
ORREGO
Gustavo Flores
Quelopana
Miembro de la
Sociedad Peruana de Filosofía
(Conferencia pronunciada el 29 de Octubre del 2013 en el Auditorio
de la Universidad Antenor
Orrego-UPAO- Trujillo)
Por invitación que me honra y vivamente agradecido vengo a esta alta
Tribuna a pronunciar este discurso sobre EL
ESPIRITUALISMO ONTOLOGISTA DE ANTENOR ORREGO en la Universidad Privada que
se enaltece llevando el nombre de nuestro insigne filósofo.
EL PROBLEMA
Cuando se recorren los aforismos, ensayos, artículos, prólogos y poemas
de Orrego se puede pensar que su obra es la vez filosofía, literatura,
política, poesía y religión. En cada página su mente poliédrica nos sobrecoge
con visiones profundas, afanes enigmáticos, ideales nobles abordados
admirablemente, como digno heredero del Siglo de Oro español, en un estilo
elegante, inquietante y misterioso. Esta característica suya ha provocado un
artificial problema en el mundillo académico acostumbrado a la aburrida
monografía, considerándolo un escritor funambulesco de segundo o tercer rango,
que nunca realizó una obra rigurosamente filosófica, un intruso en la república
de las letras con pretensiones de literato y de filósofo, que nunca rebasó los
linderos del periodismo partidista y del escarceo ensayista.
Pero nada más falso y descaminador, no sólo porque ninguna página suya
nos defrauda sino porque su lectura nos despierta hondas y entrañables
verdades, apasionamientos abisales y angustiosos junto a ideas raigales. Este
fue un problema para el propio Orrego, el cual insiste en el conflicto
dramático de entender la vida. Y es que para comprender la problematicidad de
la obra de Antenor Orrego es necesario tener presente tres aspectos: la unidad
en la diversidad de sus ideas, su angustia metafísica y la unidad entre
filosofía y literatura en su pensamiento. Se trata de una tensión metafísica
que presidirá como hilo conductor todo su pensamiento. Y el no prestar atención
a este aspecto es la causa del encasillamiento absurdo de sus críticos.
En Orrego no hay sistema y sin embargo existe un cuerpo de doctrina
congruente, una unidad en la diversidad. Lo cual es ya bastante admirable,
teniendo en cuenta que debajo de la serenidad que aflora en sus escritos se
alzan las aristas turgentes de redadas, persecuciones y prisiones vesánicas de
las cuadrillas represoras. En sus dos primeras obras de juventud (Notas
marginales, 1922, y Monólogo eterno, 1929) saltan a la vista sin cesar de un
tema a otro los aforismos y sentencias reflejando su brillo cual piedras
preciosas, y sin embargo él mismo no deja de sorprendernos cuando nos dice que
en su obra juventud están las ideas germinales de su siguiente gran obra Pueblo
Continente (1937).
Y es que el talante aforístico de su obra juvenil no responde a un
improvisado fiat lux sino a la
conformación orgánica y anímica de un pensador nato de ingénito poder creativo.
Ni sistema, ni aforismo inconexo sino viajero del pensamiento esencial, que
rompe la crisálida del itinerario eurocéntrico, que no era el nuestro. Esta es
pues la unidad en la diversidad en el pensamiento de Orrego.
En Orrego está presente la preocupación real, personal y con gran fuerza
por los problemas de la filosofía. Es decir, en él vibra una real angustia
metafísica. Lo cual lo pone a cien leguas de la pedante actitud erudita y del
deleite historicista, que se regodea en el afán exegético y en el alarde de
opiniones ajenas. Su actitud es bien distinta al filósofo de gabinete, el cual
no se cansa de papeletear al detalle todo lo que lee. Por el contrario, Orrego
quintaesenciaba lo primordial de los grandes filósofos sin deleitarse luciendo
citas como joyas y alhajas de familia, sin refocilarse en el gamonalismo
mental.
Lejos de referencias y artilugios eruditas, el lector no queda
enceguecido en sus obras por el resplandor de escaparate de sabiduría ajena,
donde uno se da de bruces contra la atonía del vocablo yerto, la antología
bibliográfica y los zarpazos acuchillantes de las citas. Al contrario, sus
páginas nos acarician con la palabra tersa de un apóstol, de un autor con ideas
personales, pero engarzadas con la tradición filosófica, que no necesita
disimular vacuidad alguna de su alma con gestos sibilinos y ademanes doctos.
Pues él está henchido de autenticidad humana y por ello no requiere del
mimetismo zoológico de las máscaras sofísticas, ni la frenética zarabanda de
los textos cercenados. Por eso Orrego subvirtió en América los términos del
pensamiento, haciendo entender que hay dos tipos de hombres: los perjuros o
seudo-maestros imitadores, y los auténticos o los que sólo se saben guiar por
esa dolorosa y urticante angustia metafísica en su ser.
Nadie está más incapacitado para entender la obra de Orrego que el que
pretende comprenderlo sólo a partir de su letra sin hacer caso de su espíritu.
Pues su ansiosa fe filosófica jamás estuvo desligada de este hondo sentimiento
metafísico, de un anhelo de absoluto, que a contracorriente de la actual
nihilización entrópica posmoderna, para él existe una energética del ser que
insufla de sentido a la naturaleza, la historia y el ser universal.
Es precisamente por esto, que para Orrego se peca contra la palabra no
sólo cuando se la hace vehículo de la mentira y la injusticia sino también
cuando se la vuelve mendaz, vana, superflua, extraviándola de sus fines
vitales. Ya nos recordaba que la palabra del estilista es saco vacío cuando no
se convierte en vehículo de un espíritu. Y esto se advierte en la obras
orregianas cuando tras la letra literaria vibra el mensaje filosófico. Se trata
de hondas visiones metafísicas valiéndose de medios aforísticos, poéticos,
periodísticos, en suma literarios. Pero hay algo más. Orrego recalca que el
escritor que no respeta la santidad de la palabra es un alma espúrea.
En suma, apreciamos cómo se unen en él literatura y filosofía en un solo
proceso creativo, la palabra y el pensamiento como términos a la vez antinómicos
y complementarios. Y es que la estructura misma de la vida humana habita entre
lo analítico y lo narrativo, y Orrego en su acercamiento a las verdades últimas
fue tan auténticamente filósofo que su pensar no encontró dificultad expresiva
en el diálogo, la sentencia, el poema, el aforismo, el ensayo y el artículo.
EL TEMA: HUMANISMO Y RACIONALISMO DE NUEVO CUÑO
Un único tema atraviesa la obra entera de Orrego: el hombre y su
trascendencia vital; primero americana, luego humanista y finalmente
ontológica. Su prolegómeno juvenil sintetiza una idea estético teológico de la
vida. Habla como un Pico de la Mirándola o un hombre del renacimiento cuando
dice en esta etapa juvenil que su leit
motiv es la coordinación de los cuatro costados del hombre con los cuatro
costados del universo.
Paulatinamente el tema del hombre se va enriqueciendo y ensanchando con
el tema de la americanidad. Ya en 1937 Orrego era un hombre curtido en
prisiones y lo único que lo salva de la lóbrega y tenebrosa crisis espiritual
es su nueva fe en el humanismo americano y en el hombre integral del mañana.
Este giro se ahondará en su última etapa con sus Meditaciones ontológicas
(1956-58).
Aquí el tema único del hombre es asumido con gran vuelo
filosófico-metafísico a través de los espinosos problemas de la eternidad, la
inmortalidad, lo absoluto, el ser, el tiempo y la nada. Pero fiel a su espíritu
insubordinado y americanista, lejos de repetir a Heidegger rechaza más bien su
ontología antropocéntrica, la cual juzga que no sale de la jaula cartesiana al
insistir que el ser de las cosas existe solamente en tanto el hombre las
percibe e incorpora al mundo del ser ahí, es una filosofía que no logra salir
de la existencia humana y por ello no llega a un concepto claro del ser.
Movido por una angustia metafísica y convencido que la filosofía es una
desgarrante ansiedad, Orrego revela que el único tema que abraza su meditación
es un humanismo total, que no se unilateraliza ni en lo humanum ni en lo divinum,
sino que la realidad humana exige una apertura a lo trascendente como a lo
inmanente.
Pero el tema del hombre sólo se llega a desenvolver enteramente cuando
deja sentada su posición frente a la ciencia y a la intuición. Distingue
meridianamente el camino de la ciencia pura y el camino de la intuición, dos
modos de saber: el científico y el vital, opone la ciencia a la vida como
testimonio que la ciencia no puede monopolizar a la razón misma. La vida es
creación de razones, imponiéndose la exigencia de alcanzar una más amplia idea
de la razón.
Su racionalismo de nuevo cuño insiste que la razón no es un mero
instrumento de investigación sino de realización personal y de expresión, cuya
meta final es el reconocimiento de la divinidad. Su obra está condicionada por
el estado de la ciencia y la discusión filosófica del momento. El forma parte
de la reacción espiritualista de estirpe bergsoniana que acontecía en el Perú
con Deústua e Iberico, pero nunca fue un positivista arrepentido, podemos decir
que fue un espiritualista de pura cepa. Tampoco fue un anticientista aunque sí
un anticientificista. Jamás depositó incienso en el altar del método
científico. La teoría relativista de Einstein no lo llevó a relativizar la
verdad, como ocurre con el pragmatismo, sino que valoró no perder de vista la
Eternidad.
Para Orrego el racionalismo de nuestra edad nos ha precipitado hacia un
malestar angustioso, arrojando al desván del inconsciente las fuerzas creadoras
de nuestras almas. Recalcará que el hombre contemporáneo está pidiendo a gritos
un nuevo reajustamiento de su razón y de su alma. Es necesario reconocer que la
realidad se conoce también por la sensación, la emoción intuitiva sin
deducción, inducción e inferencias racionales.
Esta idea suya que la emoción tiene alcance hacia toda la realidad lo
lleva más allá de Iberico, aproximándolo a Max Scheler y a Pascal. Y cuando
trata de dar cuenta de la libertad dice que su realidad es indemostrable
lógicamente, inalcanzable por los meros recursos racionales, donde resulta que
nuestro conocimiento es iluminación y expresión racional de nuestra fe. En
consecuencia, Orrego arraiga la razón en lo irracional, la vida, lo intuitivo,
la fe; razón e intuición son medios válidos del conocimiento de lo real, en la
cual lo emocional interviene.
Pero los temas del hombre, la ciencia y la razón para ser apreciados en
su verdadera dimensión tienen que ser iluminados por la idea que tenía de la
realidad. Si intentáramos apresar en una fórmula lo que concebía Orrego por
realidad, habría que indicar que la concibió como una actividad del espíritu
humano y de la naturaleza en un dinamismo que aspira a un Dios que los
trasciende. Dios es la fuente de toda
realidad, sólo por Dios y con Dios es dado el concepto de realidad, pues
conciencia y naturaleza son en buena cuenta sólo vehículos de la Eternidad. En
esta idea de la unión entre la naturaleza y el espíritu en Dios hallamos el
influjo cristiano de San Agustín. Pero lo peculiar de esta idea de la realidad
es que no se detiene en la inmutabilidad sino que, como los románticos, reconoce
su dinamismo y actividad. Orrego llega a transcribir un aserto de Ortega y
Gasset cuando sostiene que tenemos que des-intelectualizar lo real a fin de
serle fiel.
“EL SENTIDO DE LO DIVINO” EN AFORÍSTICA Y PROSA
En las dos primeras obras de Orrego se trasluce el aforismo como
intuición metafísica. El conjunto de sentencias sueltas y deflagrantes
articulan los aforismos en filosofemas, no susceptibles de verificación
empírica, postulación matemática, prueba demostrativa o formulación hipotética,
sino que su esencia radica en su validación argumentativa y aserciones
categóricas. Esta aforística suya está ya inserta en el problematismo
filosófico. Su contenido no está dirigido a la preparación del dominio del
hombre sobre la naturaleza ni sobre los demás hombres, ni hacer más feliz o
menos infeliz la existencia humana, sino que tiene el propósito de proporcionar
una visión de lo trascendente, una intuición de lo absoluto, lograr la
generalización inductiva y la síntesis de los conocimientos universales.
La aforística orregiana lejos de ser un procedimiento artificial está
rodeada del halo del misterio y enigma que brota de una intuición metafísica
surgida de la angustia del existir. Junto a esto aflora en su aforística un
pronunciado sentido de lo divino, que pasará a su prosa posteriormente. Si para
Orrego lo primario no es el pensar sino el percibir, como una manera de poner
coto al absolutismo de la conciencia, él no absolutiza la percepción, pero la
reconoce como un medio privilegiado para que el hombre reconozca su vocación de
trascendencia.
En realidad, Orrego dispone de poderosas herramientas para no
insensibilizar el sentido de lo divino, las cuales son: la humildad y el
ascetismo. Su humildad hizo posible que reconociera el fundamente del hombre y
del mundo fuera de sí mismas, y por el ascetismo pone el centro en las cosas
internas y se aproxima a Dios. Orrego es
proclive a reconocer las limitaciones intrínsecas de la razón y, por tanto, es
inmune a caer en esa hemorragia de subjetividad tan característica de la
filosofía moderna, tan hechizada por la soberbia de la razón que terminó
sobrevalorando el saber científico y obliterando al hombre de hoy el sentido de
lo divino.
Su vida pobre y sencilla, su temple moral sincero e impoluto, y su
pensamiento que no pierde de vista la esencia trascendente del hombre y de la
vida, describen un estado de perfección moral y espiritual que puede ser
calificado de santidad, tanto en el sentido platónico de grado supremo de la
virtud, o sea la justicia, o en el sentido kantiano de conformidad completa con
la ley moral, como también en el sentido tomista de perfección religiosa por
obra de la Gracia divina.
Pero con la salvedad, que en Orrego esta perfección religiosa no tiene
que ver con un respeto escrupuloso de ritos sino con la convicción fundamental
que la religión se justifica como racionalidad no instrumental, ontológica y
trascendente de la existencia humana, como amor al prójimo, la cual tiene su
epicentro no en la razón sino en la emoción ontológica, porque Dios no es un
problema racional sino vital. Antenor es
un espíritu agónico como Unamuno, para quien lo trascendente se muestra y se
oculta, escapando a lo conceptual pero no a lo existencial.
Orrego es una persona totalmente opuesta a la cultura de la increencia
del hombre pragmático y utilitario de la moderna sociedad industrial y
masificada. No es un alma desarraigada en la insensatez de la negación de Dios.
El pertenece a la raza moral de hombres que aún cuando ven el mal, el desorden
y la muerte sienten con más intensidad el llamado de Dios. Jamás negó a su
pensamiento y emoción la experiencia de lo sagrado. Por eso el cuestionamiento
de la modernidad objetivante brilla desde su etapa juvenil. Y como ya hemos
visto, jamás compartió el punto de vista de Durkheim quien valoró la religión
como una metafísica de la sociedad, ni asumió la visión funcionalista de Compte
y Spencer, menos la perspectiva vulgar del marxismo de ver la religión como el
opio del pueblo, ni la fenomenológica que asume la religión como creadora del
sentido de la vida. Por su óptica, coincidirá más bien con Toynbee, Dawson y
Spengler al considerar la religión como un verdadero fenómeno de la cultura.
Pero tanto su aforística como su prosa se adhieren a una antropología de
lo trascendente, cuyo fundamento metafísico no es sólo una voluntad de saber
sino una voluntad de amar. Orrego confiere al amor un valor ontológico
personalizador, a través de la cual el hombre se vuelve creador de nuevas
realidades. Sólo cuando se personaliza el hombre puede llegar tanto hasta lo
infinito subjetivo y lo infinito objetivo. El hombre no puede aspirar a su
máxima expresión individual si el pensamiento no sirve para mejorar y superar
la vida. En realidad Orrego reacciona contra el insípido naturalismo
positivista para recuperar la unidad perdida entre filosofía y teología. Con
esta perspectiva él es un renovador en nuestro medio del estudio de la
metafísica, comprendió el sentido profundo de la historia de la filosofía, se
volvió contra el cientificismo y el racionalismo y planteó problemas radicales
implicados en la teodicea.
LA ENSAYÍSTICA Y LA FILOSOFÍA COMO DRAMA A PERSONAL
¿Por qué Orrego optó por el ensayo para escribir sus ideas filosóficas?
Veamos primero que la filosofía en los más diversos géneros literarios y el
ensayo sólo se vuelve como el medio por excelencia de la filosofía a partir de
Bacon, llegando a su esplendor en el siglo dieciocho. Con la interferencia del saber científico, la
vigencia cientificista y la conversión del filósofo en profesor los géneros
literarios de la filosofía se verán amenazados y entonces el libro filosófico
para no desentonar sucumbe a la tentación docente de escribir como si fuera una
disciplina científica más. Desde entonces el libro filosófico pierde su peculiaridad,
entra en crisis la tentación literaria y sólo los desclasados de la academia o
discrepantes de la filosofía imperante insistirán en el ensayo, como Maine de
Biran, Nietzsche, Schopenhauer y Kierkegaard; es decir justo los que no son
profesores o lo eran en grado mínimo a atreven a renovar el género literario de
la filosofía con aforismos, diarios íntimos y autobiografías.
Esta reacción fue fecunda porque le devolvió a la filosofía una
moderación entre el impulso literario y la vigencia científica, como se muestra
en Dilthey, James, Bergson, Heidegger, Sartre y Santayana. Todo indica que el
estrecho especialismo, el privilegio académico, las prebendas burocráticas y el
poder institucional que ello implica corrompen la agudeza crítica, desalientan
el conocimiento teórico desinteresado y frenan los desarrollos originales del
pensamiento. Basta dejar indicado que la mayor parte de los libros de filosofía
de nuestro tiempo surgen de la docencia universitaria con su millardo de tesis
doctorales sólidas, útiles y admirables pero poco o casi nada creadoras y
originales. En contrapartida los más brillantes libros de filosofía actual son
ensayos incitantes y creativos, no son textos orgánicos ni sistemáticos, pero
originales y suficientes.
En consecuencia, Orrego optó por el ensayo por el doble motivo de ser un
desclasado de la filosofía, no era profesor universitario aunque llegó a ser
rector, y porque se trata de un género que se adapta bastante bien al genio,
inspiración y libre voluntad de una figura extra universitaria como la suya.
Con el ensayo el libro filosófico se vuelve una empresa dramática y no un frío
tratado, no es un punto de partida sino un punto de llegada. Se trata de una
entrega activa a una auténtica radicalidad, donde el género del ensayo se
define como un drama personal. Y Orrego vivió imbricado radical y
angustiosamente al problematismo de la filosofía misma.
ALGUNAS POSICIONES INTERPRETATIVAS
La naturaleza poliédrica del pensamiento de Antenor Orrego ha sido
objeto de las más variadas interpretaciones. Un filósofo cuyas predilecciones
expresivas se cristalizaban en la joyante reverberación de un estilo literario
denso, metafórico y barroco capaz de revelar la magnificencia de la visión
profunda y la interpretación trascendente y original no podía dejar de generar
las más dispares comprensiones.
ESQUEMA DE LAS INTERPRETACIONES DEL PENSAMIENTO DE ORREGO
1. Idealista anticientista (comunismo criollo)
2. Filósofo del alma americana (Townsend, Revilla)
3. Culturólogo (Antero Peralta, David Sobrevilla)
4. Irracionalista (Alberto Izaguirre, A. Salazar Bondy)
5. Esteta (Luis Alberto Sánchez)
6. Materialista neomarxista (Luis Flores Caballero)
7. De metafísico vitalista a Socialista no-marxista
(A. Salazar Bondy)
8. Ontologista de lo americano (Gustavo Flores Quelopana)
9. Víctor Samuel Rivera (hermeneuta de lo político)
Como no viene al caso
examinar cada una de estas tesis aquí, me limitaré a dar unas breves
explicaciones de mi interpretación personal. El ontologismo, en primer lugar,
no es un término desfasado y en desuso, usándose en su lugar la palabra
Metafísica. Ello es desorientador y equivale a olvidar que en filosofía se da
una Metafísica Teológica, que se basa en Dios, una Metafísica Ontológica,
basada en el Ser, y otra Metafísica Gnoseológica, fundada en las posibilidades
del conocimiento racional. Por lo que el uso del término ontologismo conserva
todo su valor metafísico.
Orrego discrepa en sus Meditaciones Ontológicas con la metafísica
gnoseológica de Heidegger, como parte integrante de la corriente fenomenológica
que concibe la determinación del sentido del Ser a partir del ser del ente que
plantea la pregunta. Esto le parece a Orrego una posición que no se libra del
subjetivismo de la “poderosa garra cartesiana”. Antero Peralta cuenta, que haya
en 1947 Orrego discutía las tesis de Heidegger, Hartmann y Jaspers, por lo que
cabe pensar que tampoco admitiría la ontología de Hartmann, según la cual el
objeto de la ontología no es el Ser sino el Ente, porque el ser es únicamente
“lo que hay de común en todo ente”.
En cambio, se puede encontrar una profunda coincidencia con la
metafísica ontológica de Jaspers, para quien el Ser verdadero es Trascendencia,
y el intelecto sin el auxilio de la fe no puede conocer la verdad y el Ser. Lo
que al parecer no admitió Antenor es la idea jasperiana de la filosofía como un
aprender a morir, su punto de vista es más optimista y tiende ha acentuar más
lo vital.
Y qué concepto del Ser implica la metafísica ontológica de Orrego? Aquí
no se puede olvidar que para nuestro filósofo la cultura y la historia son
encarnaciones sucesivas de los distintos aspectos de la esencia del Ser. Esto
significa una coincidencia con Wolf, en tanto la metafísica ontológica debe
incluir una exigencia descriptiva y empirista, que elimine el contraste entre
el apriorismo deductivo de la metafísica ontológica de los escolásticos y la
experiencia misma.
Fundándose en la misma exigencia Orrego distingue implícitamente en su
obra entre una culturología empírica, en la cual se establecen a partir de la
experiencia los principios que pueden dar razón de lo que puede suceder en la
cultura y la historia, y una culturología ontológica, como conocimiento de
todas las cosas posibles en la cultura americana. Es justamente esta distinción
la que le permite hablar de un Pueblo Continente y del Humanismo Americano,
como realidades esenciales, eidéticas e ideales que discurren en el hontanar de
la cultura empírica.
Podemos decir que Orrego está centrado en la determinación de la sustancia
como hombre y como cultura. Lo cual supone coincidir con la definición aristotélica de la
metafísica como la teoría de la sustancia en cuanto tal. Esto es, que toda la
ciencia y conocimientos suponen la metafísica, del mismo modo que todas las
determinaciones de la sustancia presuponen a la sustancia.
En realidad, en la obra de Aristóteles el concepto de la metafísica como
teología se entrelaza con el concepto de la metafísica como ontología, o sea
como ciencia del ser en cuanto ser. Este entrelazamiento está presente en las
primeras obras orregianas y mucho más atenuado en sus Meditaciones Ontológicas,
tan atenuado que llega a predominar el concepto de metafísica como ontología.
Pero esta asimilación del acervo aristotélico se llega a romper cuando
incluye a la fe y al sentimiento como vehículos privilegiados en la intuición
del Ser. No obstante, el sedimento aristotélico en Orrego es irrenunciable, y
ello quizá condicionado por ser un intelectual realista, para quien lo práctico
tuvo también un alto valor, y es justamente este aspecto lo que lo aproxima
también a un Duns Scoto, para quien el Ser es común a todas las criaturas y a
Dios. En cambio no lo aproxima a Santo Tomás,
para quien el ser de Dios presenta una identidad de esencia y existencia
que lo distingue nítidamente del ser de las criaturas en las que esencia y
existencia son separables, y por tanto la Metafísica pierde su prioridad, que
pasa a la teología como ciencia en sí que deriva sus principios directamente de
Dios.
Más próximo al escotismo que al tomismo en este punto, pero
profundamente coincidente con el tomismo en cuanto al realismo
metafísico que parte de las cosas empíricas y finitas para llegar al Ser, lo
trascendente y a Dios infinito. Y no sólo en esto coincide con el espíritu
tomista sino también en su búsqueda de una filosofía equilibrada que admita la
metafísica sin rechazar la ciencia, confíe en la razón sin desconocer sus
límites y subraye la responsabilidad social del hombre sin olvidar que su fin
último es la vida sobrenatural y la unión con Dios.
Por ello, justamente, sentía Orrego una repulsa instintiva por el
aspecto ateo del existencialismo sartreano y heideggeriano, así precisamente
pudo mantener un espíritu incólume y sereno ante prisiones infames, cabalmente
fue admirado por propios y extraños en su talante puro, humilde y de cartujo,
nunca escribió con saña ni con odio en medio de la persecución implacable.
Orrego para contradecir “la desesperación extrema” a la que conduce el
existencialismo sartreano sostendrá que “la capa trascendente y eterna
plenamente iluminada” de la criatura humana constituye su ser más profundo y
auténtico, y para rechazar la actitud antropocéntrica de la ontología
heideggeriana afirmará que “no solamente el hombre sino todos los seres del
universo pueden ser y son una ventana, una revelación hacia el Ser”; cuya
realidad es una “presencia extralógica que comienza a revelarse
pre-ontológicamente”. Pero sobretodo enfatiza con fuerza que pensar que, el ser
de la cosas existe solamente en cuanto el hombre las percibe significa
revolcarse en la jaula laberíntica de la garra cartesiana.
Esto nos demuestra que Antenor se sitúa en la orilla de quienes
consideran de un modo exclusivo y parcial el objeto del conocimiento como el
primo del cual deriva la legitimidad del conocer mismo, convirtiendo así a la
ontología en la base de la gnoseología y aún de la epistemología. Por ello, a
diferencia de Sartre, él sí consideraría posible un análisis del ser en sí, sin
admitir la primacía de la conciencia. A esta postura se ha llamado
“ontologismo”.
No es casual que emplee los términos “iluminación” y “revelación”, lo
cual indica la existencia de una finalidad religiosa en su pensamiento, dentro
del cual el concepto de realidad natural y humana se inscribe como
manifestaciones de un Principio sobrenatural o divino. El ontologismo es condenado por la Iglesia
Católica, por su intento de alcanzar las verdades de la fe por la fuerza la
sola razón natural.
Pero la concepción orregiana, en realidad, nos retrotrae al concepto de
emanación divina de índole neoplatónica
porque contiene una teofanía, como proceso que Dios desciende al hombre
y el hombre retorna a Dios. Este concepto reaparece también en la filosofía romántica
de Fichte, Schelling y Hegel, para los cuales la revelación es manifestación y
existencia de Dios. Está también presente en el segundo romanticismo de las
filosofías de Maine de Biran, Rosmini, Gioberti y Mazzini, los cuales parten
del principio que la conciencia es la revelación de Dios.
La persistencia del concepto de Revelación en filosofía se demuestra
también en el pensamiento de Heidegger, según el cual la revelación del ser no
es aún perfecta y exhaustiva porque “se esconde a la vez que se revela”. Por
tanto, la presencia de este concepto está plenamente justificada en el
pensamiento filosófico y no puede ser óbice para endilgar a Orrego un resabio
anacrónico. Todo lo contrario, la idea ha sido tomada por la filosofía de la
religión misma, siendo propias no sólo de aquellas que tienen finalidad
religiosa porque también ha sido abordada sin tonalidad piadosa, como es el
caso de Heidegger.
Vislumbrar las ideas eternas y universales en Dios es lo característico
de los ontologistas, no sólo italianos, como Gioberti y Rosmini, sino que incluso
Malebranche puede ser considerado como un ontologista al afirmar que Dios
contiene el mundo inteligible y los espíritus finitos, y que éstos están en
directa comunicación con aquellos.
El ontologismo está en la base de la filosofía orregiana, de tal modo
que lo ontológico no se puede derivar de lo psicológico o gnoseológico. Pero
Orrego no es un ontologista radical, porque no admite el conocimiento inmediato
de Dios, rechaza el panteísmo y la no distinción real de los universales
considerados objetivamente respecto a Dios.
El ontologismo orregiano no nos lleva hacia un significado predicativo
del ser sino hacia un significado existencial, y dentro de ésta concebida no
como existencia en general sino como existencia privilegiada o primaria, de la
cual dependen todas las manifestaciones determinables. Aquí encontramos una
coincidencia con el punto de vista de Aristóteles, el cual sostiene que el ser
se menciona de muchos modos pero su significado primario y fundamental es uno
solo. Ahora bien, son tres las modalidades por las cuales el ser puede ser
enunciado: la necesidad, la posibilidad y la asertoridad; de lo que se trata
entonces es de establecer si Orrego asume una metafísica de la necesidad o una
metafísica de la posibilidad.
De primera impresión parecería Orrego un exponente de la interpretación
del ser como necesidad, por la cual todas las cosas creadas en el ser de Dios
son participación en la perfección e inmutabilidad de El. En el medioevo la
concepción dominante fue la de Avicena en el siglo XI, según el cual, todo el
Ser en cuanto tal es necesario. En el mundo moderno éste concepto fue
reafirmado por Spinoza y Hegel, el primero vio en la necesidad el ser de Dios,
y el segundo afirmó que la racionalidad de lo real es su necesidad. Más tarde,
Bradley ha hecho notar que tanto lo Absoluto de los idealistas como la materia
de los materialistas son Ser necesarios. El mismo ontologista Rosmini ve en la
universalidad y necesidad los caracteres
primarios del Ser. La ontología de Nicolai Hartmann, que consideró la
efectividad como significado primario del Ser, no logra darle a la asertoridad
un significado diferente de la primacía de la necesidad.
Orrego identifica el Ser con la libertad, y en consecuencia la entiende
como absoluta, incondicionada y causa sui, es decir, como la contingencia que
puede abarcar determinaciones opuestas o contradictorias. Esto implica cierto
indeterminismo en el sentido bergsoniano, en el que el acto libre es
imprevisible y por tanto no se le puede aplicar la causalidad. Lo cual no hace
sino volver a contraponer a Antenor con Sastre, para el cual mi libertad devora
mi libertad, extingue al ser libre. Para Orrego esto equivale a llevar a
límites extremos el concepto de libertad como autocausalidad.
Entonces, ¿es Orrego un exponente de la interpretación del Ser como
necesidad o como posibilidad? En un primer momento da la impresión que se
adscribe a la noción del ser como necesidad al caracterizarlo como Eternidad, y
en otro lugar da la impresión contraria, al ofrecer una interpretación del Ser
como posibilidad a través del concepto de libertad. ¿Es posible que no fuese
consciente de esta contradicción?, ¿se trata acaso de una contradicción
aparente? Al parecer sí, porque Orrego repite el planteamiento parmenídeo,
platónico y plotiniano, por el cual la Eternidad es lo que no era ni será sino
que solamente es. Pero añadirá una pertinente precisión que se remonta al
tomismo, según la cual la Eternidad es una vida sin límites, es decir el totum simul que abarca todos los opuestos
y contradicciones. Sólo en este sentido es posible entender a Orrego en el
marco de una metafísica del Ser como posibilidad.
Sin embargo, existe algo más que caracteriza al ontologismo orregiano, y
ello es el americanismo. En la hora presente, Dios desciende al Espíritu de lo
americano para suscitar sobre la fusión de gérmenes culturales distintos el
surgimiento de un Neohumanismo, caracterizado por la supresión de las
antinomias entre el blanco europeo, el indio americano y el negro africano.
América está destinada a convertirse en el epicentro de una nueva época y
cultura mundial porque su proceso culturológico está condicionado por un
fundamento ontologista. La misma actividad creadora del hombre americano recoge
la revelación del Ente que desciende sobre su espíritu, las mismas fuerzas
arquetípicas que modelan la cultura brotan del hontanar y revelación que el
Ente hace de sí mismo al hombre.
No es que el hombre sea aquí un mero receptáculo de órdenes
hipostáticas, no, todo lo contrario, el llamado del Ser exige del hombre
atención, valentía y libertad, exige al Hombre Fehaciente, capaz de invocar al
Ser y asumir su responsabilidad histórica y personal, pero tampoco excluye el
Hombre Perjuro, cobarde, indiferente al llamado del Ser y a la asunción de su
libertad.
Para Orrego la civilización contemporánea del hombre blanco se consagró
febrilmente a la investigación científica, al desarrollo tecnológico, al
desarrollo económico, a mejorar las estructuras sociales y el Estado pero
olvidó lo fundamental: cómo transformar y revitalizar el ser humano. Este es el
talón de Aquiles por los cuales se vienen abajo los valores europeos, y por
ello cree que se convierte en un factor que acelera la unificación política y
la unificación racial especialmente en América.
No hay que dejar pasar desapercibido que esta posición ontologista de
Orrego está asociada a su predilección por la tranquilidad de la vida
campesina. No hay que olvidar que nace Antenor Orrego en la tierra ubérrima y
rural de la Hacienda Montán, lejos de las frívolas voces mundanales y urbanas,
ubicada en el bucólico ambiente andino del departamento de Cajamarca. La vida
sencilla y clara de este místico retiro florido y pastoril de sus primeros años
infantiles deja una huella imborrable en su alma y le inspirará a su
inteligencia esa lucidez y profundidad
ontológica metafísica que sabe aprisionar un fragmento de la eternidad. Así,
con 28 años a cuestas expresará su inclinación por la vida campesina en un
artículo suyo publicado en 1920 en el diario Trujillano La Reforma:
“Amigos míos de la ciudad: estoy harto de vuestra complejidad... vuestra
civilización ha reducido la vida... si gustaseis vosotros este sabor eglógico a
tierra mojada, a leche caliente y humeante... si gustaseis esta paz...” (1)
SIGNIFICADO DE UN FILÓSOFO
GENUINO
Concluyendo es legítimo restaurar a Orrego como un genuino filósofo de
gran nivel, que adaptó la filosofía universal a la americanidad; pero no para
transformar la filosofía en ideología sino para reelaborar la metafísica y
convertirla en base de la praxis política. Su creatividad filosófica sintetiza
el meditar sobre nuestra propia realidad y los problemas universales. Fue un
filósofo afirmativo-asuntivo. Y sin
embargo es todavía entre nosotros un ilustre desconocido.
Es necesario revisar su pensamiento, lleno de íntimas dificultades, y
gravitante para la sustancia filosófica
de los peruanos, en la tarea por recuperar las posibilidades metafísicas que
encierra la masa inquietante de sus escritos. Descubrir a nuestros valores intelectuales, a los que
nunca se les apreció debidamente, equivale a comprender nuestro propio ser
latinoamericano y hace posible la conquista de nuestro destino histórico.
Orrego fue un pensador rigurosamente personal, conformó su vida y su
muerte al ideal absoluto de la divinidad, la verdad, la libertad y la justicia;
y que creyó al igual que Platón en la misión política del filósofo. Lejos está
el propósito de atribuirle gratuitamente la condición de filósofo que de por sí
ya es suya, por el contrario, la dimensión decisiva y más innovadora de su
producción constituye su talento para unir literatura y filosofía a través de
esguinces verbales que convierten a las parábolas, alegorías y poesías en
métodos de conocimiento.
Esto es, que su originalidad expresiva no fue mero vicio congénito e
incurable, como algunos pretenden, y sí más bien método por el cual se le
otorga a la imaginación el rol de facultad esencial, capaz de penetrar en la
sustancia de las cosas. Orrego es un autor que para comprenderlo exige algo más
que ficharlo, exige vivirlo, devolverle su condición de hombre pensante,
transido de angustia metafísica; y las verdades de la metafísica no se
estudian, se viven. Por eso, hay que permitir que el capullo de su espíritu
penetre y se desarrolle, antes que acumular toneladas de papel y cientos de
notas a pie de página.
Sin embargo, es insuficiente incentivar la mera lectura de sus libros,
puesto que la situación de la filosofía ha cambiado considerablemente a lo
largo de tres generaciones. Al comenzar el nuevo milenio el horizonte de la
filosofía ha desembocado hacia el irracionalismo postmoderno, que ha
profundizado la crisis de la filosofía misma, muy semejante en la forma pero no
en el contenido a las filosofías anti-objetivistas de la primera mitad del
siglo veinte, que predominaban cuando Orrego escribía sus obras.
Ahora bien, la intolerancia política, el anatopismo mental, el
dogmatismo, la soberbia academicista, el formalismo universitario, la pregonada
muerte de la metafísica y el cientificismo pertinaz, han tenido un peso
considerable para que un filósofo notorio en su tiempo nos sea hoy un
desconocido.
Pero Orrego fue el filósofo que más hondamente estuvo arraigado a los
problemas concretos de su tiempo, es un ejemplo de intelectual orgánico. Fue un
adelantado de la filosofía de lo americano y de la liberación, un precursor
filosófico del ecumenismo religioso y de la integración latinoamericana, y el
meollo de la acrisolada generación del 23. Recogió precozmente la clarinada de José
Enrique Rodó contra la civilización utilitaria del imperialismo norteamericano,
y en medio del brote del nacionalismo antiimperialista en América Latina crea
con gran lucidez y estilo su propuesta de un gran Pueblo Continente y del
Humanismo Americano.
No obstante a diferencia del gran arielista, Orrego advirtió que el
idealismo humanista no podía crecer bajo el evangelio del positivismo y sin un
espiritualismo que hundiera sus raíces
en la profundidad de la trascendencia. Por eso, su proyecto filosófico
fue lanzar a los latinoamericanos a la búsqueda de lo propio sin divorciarse de
una metafísica espiritualista. Pero su prédica no tuvo eco inmediato por dos
motivos: el estrago mental desde los años 50 que produjo el catecumenado
marxista en la juventud peruana, y la proclamada muerte de la metafísica por
parte de la filosofía analítica, lo cual ocasionó una ceguera para su
reconocimiento, que enlazaba lo metafísico teológico con lo concreto temporal.
En pocas palabras, Orrego como su coterráneo Iberico fueron los únicos
espiritualistas que no provinieron de las canteras del positivismo, al
contrario de Alejandro Deústua, Francisco García Calderón y Víctor Andrés
Belaunde; culminó la brillante generación de la nueva conciencia americana
conformada por Rodó, González Prada, Martí y Vasconcelos; pero también fue el
punto de arranque de la generación revolucionaria del 23; y hoy es el
inspirador de un continentalismo antiglobalizador americano y de un humanismo y
racionalismo de nuevo cuño. Por ello, él representa un faro en la encrucijada
de la americanidad y filosofía actual.
Conferencia dada en el Aula Magna de la Universidad Privada Antenor
Orrego, UPAO-Trujillo, el 28 de octubre del 2013.
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