DIEGO
DE AVENDAÑO
Neotomismo humanista
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
Diego de Avendaño fue filósofo y jurista
defensor de la dignidad humana de indios y negros, pero su visión de la
monarquía y el poder virreinal estaba presidido por una postura teocrática
moderada y ecléctica que lo llevó hacia la crítica de las instituciones
virreinales, pero no para su supresión sino para su reforma humanista. En este
sentido Avendaño encarna la recepción del legado humanista teológico de la generación
precedente y el nuevo paradigma teológico liberador de la neoescolástica
peruana. En realidad, la ácida crítica filosófico-jurídica y el moderado
planteamiento sociopolítico de Avendaño lo describen como el utopista social ético-humanista
por excelencia, pues su pensamiento percibe con nitidez meridiana el núcleo del
conflicto social del cual depende la ampliación o el fin del imperio español en
América. De ahí se comprende el título mismo de su obra cumbre: Thesaurus
Indicus, precisamente para destacar
que en el buen manejo de este recurso humano y natural dependía el destino
universal de España.
Diego de Avendaño S.J. fue teólogo,
jurista y filósofo hispano-peruano, nació en Segovia en 1594. Muy pronto
emigró a Sudamérica,
donde fue educado con los jesuitas, con
quienes permaneció por el resto de su vida. Las pesquisas sobre su vida han
permanecido obscuras, aunque varios de sus biógrafos lo consideraron un hombre
muy piadoso. Ha sido visto como hombre de personalidad ambigua, sobre todo en
algunas grandes contradicciones a lo largo de su magnum opus, el Thesaurus Indicus, obra colosal
que refleja las ideas jurídicas, filosóficas y religiosas vigentes en la
sociedad colonial hispanoamericana del diecisiete,
y en donde se aprecia que se esfuerza en defender a los indígenas y considera ilícita
la trata de esclavos pero llega a justificar la esclavitud y ciertas tendencias despóticas en
contra de los indígenas. Pensamiento muy de la época y, aunque muestra su
incomodidad con muchas instituciones coloniales, sigue siendo un hombre de su
siglo.
Pero en realidad no se trata de
ambigüedades ni contradicciones, sino de una postura reformista de las
instituciones coloniales. La teología es un
proyecto vital y esto resplandece en las críticas emprendidas contra el
despotismo sobre los indígenas y la ilicitud del esclavismo sobre los negros.
En su postura teológica relumbra la teología de la cruz de Pablo de Tarso, cuyo
eje gira en torno a la ley máxima del amor al prójimo y el mensaje bíblico;
pero también reluce la teología de la Gracia de Agustín, para quien la Ciudad
espiritual debe reinar en la tierra; más desde luego la teología racional
académica de Tomás de Aquino, quien descubre la fuerza de la razón y la
importancia de lo empírico; para arribar al nuevo paradigma de una teología
liberadora, donde el escándalo de la cruz y la esperanza de la resurrección va
unida a la importancia de la historia universal y no desatender lo
político-social. En otras palabras, preconizaba un cambio gradual de las
instituciones coloniales bajo consideraciones filosóficas y jurídicas de índole
humanista-cristiano. Es por ello que este teócrata moderado y ecléctico no
preconizaba tanto la supresión de los repartimientos y demás instituciones
españolas, sino su humanización. Por eso, su indesarraigable españolismo lo
lleva hacia el mantenimiento de instituciones oprobiosas y su catolicismo lo
conduce hacia su crítica y verecundia reformista.
Avendaño fue un autor prolífico, su vasta
obra abarca teología,
jurisprudencia, sistemas políticos, historia europea y las Indias. Su
españolismo se refleja en una visión privilegiada de la Península y es que
estaba convencido del rol providencialista de la monarquía española en relación
con el Nuevo Mundo descubierto y su tierra adoptiva. En este sentido su obra atiende
la forma en que debían llevarse los asuntos políticos del Perú. Pero como buen
tomista entendía que los asuntos públicos se sometían a la ley moral y las
leyes injustas iban contra la ley divina, y por ello como profesor de Teología
y Rector del Colegio Máximo de San Pablo de Lima,
inspiró los Seminarios de problemas de Moral Práctica, que continuaron durante
doscientos años en el Colegio de jesuitas de Lima.
De todas sus obras sobreviven dos: Thesaurus
Indicus publicado en Amberes
en 1668 y Problemata Theologica,
editado también en Amberes en 1678. Ambos escritos en latín. Su traducción del
primero en la década de los noventa lo puso al alcance de un mayor público y
estudioso.
Su obra Thesaurus
Indicus es un extenso tratado
que discute los derechos y obligaciones de los reyes Católicos con los indios,
las obligaciones de éstos con la religión y el monarca, sus derechos al
patrimonio, la administración de justicia, delitos de los mismos, contratos que
los industriales pueden celebrar lícitamente con los indios, y el problema de
la libertad de indios y negros. Avendaño se opuso a tendencias cesaristas y
teocráticas desde una perspectiva probabilista,
donde concede el beneficio de la probabilidad a las posiciones contrarias.
Su voz se encrespa notablemente cuando
dedica páginas enteras a los derechos de los indios y reprueba la esclavitud de
los negros. Sigue el ejemplo del humanismo teológico de Las Casas y Acosta
cuando recomienda a los monarcas redimir a los indios de la esclavitud y critica
la bula de Calixto III y Nicolás V que dieron al rey Alfonso y a sus sucesores
la autorización para reducir a esclavitud a reinos enemigos de Cristo. Pero a
diferencia de Las Casas no discute la legitimidad de los Reyes Católicos para
dominar las Indias. Es cierto que condena esas prácticas con pueblos que no son
enemigos de la Iglesia, como los indios que no oponen resistencia a la fe, son muy
inteligentes, creyentes católicos y amigos de sacerdotes. Condena como Scandalum Evangelii la doctrina de la esclavitud
como estado natural y de este modo concilia la libertad de indios y negros con
la doctrina católica y las constituciones apostólicas. Considera que la
esclavitud no es un estado natural de los no cristianos ni la condición moral
de los condenados a eterna servidumbre. El hombre es libre porque ha sido
creado libre por Dios. La esclavitud es un accidente de la vida y de la
historia y no se corresponde con la ley divina ni la ley natural. Considera
Avendaño que la guerra contra los indígenas carece de motivos religiosos porque
sus habitantes no se oponen a la propagación del evangelio. Por lo cual
concedía a los indios el derecho de resistencia. Además, reivindicaba salario
para el trabajo de los indios impugnando el sistema de las mitas. De este modo
Avendaño asienta la teología liberadora ratificando los derechos humanos, el
derecho a la vida, a la libertad y a la resistencia de indios y negros, la
consideración de que la guerra lícita no es por religión, que la justicia civil
y eclesiástica viene de Dios, la teología como saber integral, y como Vitoria,
Carranza y Las Casas su oposición a la tesis imperialista de Sepúlveda de la
guerra justa contra los indios. Avendaño es legítimo heredero de la enseñanza
humanista de la escuela neoescolástica barroca de Salamanca y Coimbra. Esta ampliación
del concepto de libertad personal serviría para fortalecer la idea moderna de
la voluntad soberana del pueblo, la autonomía del espíritu, la emancipación del
Estado frente a la Iglesia y la independencia de la patria.
Pero si condena la mita y la esclavitud
de indios y negros a continuación declara ser lícita la compulsión al trabajo,
defiende el tributo indígena –excepto para los que trabajan en las minas- y no
discute la soberanía absoluta del monarca. El pío y españolista Avendaño no
tenía el temperamento apasionado ni la consecuencia ideológica de Las Casas, su
voz quejumbrosa quedó opacada y sin ser escuchada, no provocó un congreso como
el de Valladolid, ni la Corte ni sus consejeros repararon en sus ideas. Mientras
Las Casas tenía un espíritu revolucionario, el de Avendaño era reformista. Él
representa la morigeración teórica del espíritu de contradicción al statu quo
colonial, justo en momentos en que los jesuitas emprendían en la práctica el
experimento comunista de las reducciones indígenas. Si las reducciones jesuitas
representan una revolución al interior de las instituciones coloniales, las
propuestas de Avendaño representan una reforma tibia de las mismas. Por eso no
se trata de ambigüedades ni contradicciones, sino que resulta irónico que quien
vio la necesidad de una urgente reforma de las instituciones coloniales,
sucumbió ante recomendaciones moderadas. Así su ácida crítica
filosófico-jurídica se aviene con el moderado planteamiento sociopolítico y lo
describen como el utopista ético-humanista que percibe el núcleo del conflicto
social del cual depende el destino del imperio español en América.
El otro libro que sobrevive de él son los
Problemas Teológicos, en dos tomos.
El primero se ocupa de Dios Uno, su existencia, constitución y atributos. Y el
segundo está dedicado a la Trinidad Divina. Demuestra la existencia de Dios con
el argumento peripatético del Primer Motor. Pero concibe a este Primer Motor
como algo indiferente, porque Dios procede no por necesidad sino por
indiferencia. Piensa que una concepción determinista del mundo llevaría a
asumir que los seres existen por necesidad, lo cual rechaza tajantemente. Sólo
Dios es el único ser que existe necesariamente y el mundo existe por
contingencia. Nuestro jesuita quiso decir por “indiferencia” lo que es
incausado, pero el término elegido es infortunado y lleva a equívocos éticos,
como poner en duda los atributos divinos de la sabiduría, justicia, veracidad,
bondad y santidad. Pero añade que Dios es acto puro, o sea que la perfección es
su esencia. Dios no es perfectible sino perfecto. Entre sus atributos enumera:
la singularidad y la perfección. Dios es un ser singular porque su ser Uno
posee la esencia necesaria para todas las existencias. Para Avendaño Dios no es
infinito porque Dios no es perfecto de modo eminente sino formalmente, de lo
contrario Dios sería comparable pero la perfección infinita está fuera de lo
comparable. Esto no significa que la esencia de Dios carece de relaciones al
estilo hinduista, sino que parte de su esconderse es estar dentro del corazón y
de nuestro ser.
En el importante capítulo sobre la
libertad de la voluntad, que decide el asunto sobre si el hombre posee libertad
moral genuina, el jesuita Avendaño acepta la doctrina dominica o tomista de la
premoción física pero dentro de un molinismo estilizado, según la cual Dios
quiere y prevé todas nuestras acciones pero quiere al mismo tiempo que sea
libre. En la solución dominica Dios premotiva al hombre a escoger un determinado
curso de acción, por tanto el decreto premotivador es anterior en orden de
pensamiento al conocimiento divino de las futuras acciones del hombre; en
cambio en la solución jesuítica o molinismo estilizado, prefiriendo la solución
de Suárez, afirma que la acción divina y la voluntad humana tienen carácter
concurrente, Dios conoce no sólo lo posible y el futuro real sino también los
eventos condicionales futuros. Es decir, Dios libremente coopera o no en la
acción del hombre. No hay premoción inflexible sino premoción de concurrencia
dependiente en el previo conocimiento de Dios de lo que un ser libre escogería.
Es decir, la omnisciencia divina no
destruye el libre albedrío y Dios quiere que el hombre libremente se salve o
no. Cosa que se vuelve comprensible cuando lo primero es visto en el orden la
eternidad y lo segundo en el orden de la temporalidad. Aquí lo que le interesa
a Avendaño es evitar caer en la herejía del predestinacionismo de Orígenes con
su negación del libre albedrío, en el naturalismo y su metafísica de la
libertad, en el luteranismo protestante y su siervo arbitrio, y se atiene como
el molinismo matizado suarista a la idea tomista de la premoción física. Si
Dios prevé todas nuestras acciones entonces se da un concurso simultáneo entre
Dios y el hombre para elegir el bien y el mal. Ya Molina había introducido la
tercera vía de la ciencia media, donde Dios conoce los futuribles antes de todo
decreto absoluto pero no antes de lo lógicamente posible.
Por lo demás, en esta polémica el
Concilio de Trento había hecho caer su condena sobre el protestantismo del
calvinismo y luteranismo (que niega la libertad y hace desaparecer el mérito de
las buenas acciones y la culpa de las malas) y el pelagianismo (que sólo se
queda con la libertad humana y niega la universalidad de la voluntad salvífica
de Dios). Para el protestantismo el hombre no puede resistirse a la gracia y
por tanto no es libre; para el catolicismo sí puede resistirse, el libre
albedrío no es una cosa inanimada y pasiva porque aun debilitada por la caída
de Adán no es destruido. Todo lo cual significa que Dios es la causa de
perseverar en la salvación pero no de la caída, esto es, Dios prevé y
pre-ordena desde la eternidad todos los acontecimientos futuros pero esto no
significa necesidad fatalista para la libertad humana, la cual permanece
intacta ya sea acepte la gracia o haga el mal. Por consiguiente, Avendaño tenía
claro que nadie se salva contra su voluntad, que Dios ofrece sus gracias de
conversión incluso a los réprobos y pecadores y que el fuego del infierno está
preparado desde toda la eternidad para el pecado y el demérito, o sea para la
negación de la caridad cristiana, la cual se infringe en el tiempo.
La consecuencia moral y práctica de estas
convicciones de nuestro jesuita son de largo alcance, pues difícilmente la
doctrina que afirma que Dios creó al hombre libre, ordenándole obedecer la ley
moral y prometido premio o castigo por la observancia o violación de esta ley,
puede pasar indiferente al sufrimiento e injusticias sufridas por los indios y
negros a manos de los conquistadores españoles. La responsabilidad de los Reyes
Católicos y de la España imperial para Avendaño aumenta sobremanera desde el
momento en que son responsables de conducir con justicia y caridad a los dóciles
indios hacia el camino evangélico. De ahí el nombre de Thesaurus Indicus de su obra principal para encomiar el
valor de las Indias y la responsabilidad de un reino cristiano ante ellas.
Pues, lo que acontecía en las Indias en pleno siglo diecisiete representaba un
verdadero escándalo para la conciencia cristiana y para la libertad humana,
subvertía la protesta de las inteligencias más lúcidas y suscitaba la
preocupación por modificar tal estado impío de cosas. Peor que afirmar la
servidumbre humana en la teoría -como en los protestantes-, resultaba negarla
en la práctica en el Nuevo Mundo por el cristiano imperio español, y de esto
era muy consciente Avendaño y el jesuitismo en general.
El segundo libro de Problemas Teológicos está dedicado a la Trinidad. La vigorosa
controversia en relación a la doctrina trinitaria, que se expresa en su forma
más llana en el Credo de Atanasio, había sido reiniciada por los escritores
socinianos del siglo diecisiete (por ejemplo, Sand “Nucleus historiae
ecclesiastic”, Ámsterdam 1668), que afirmaban su desacuerdo con San Atanasio y
su conformidad con Arrio. Ya el jesuita francés Petavio (1583-1652) –a quien se
debe la historia del dogma como disciplina- había admitido que estos grandes
Padres habían caído en graves errores dogmáticos.
En verdad, en las Escrituras sí hay
evidencia de las Tres Personas Divinas pero no hay un término que designe
juntas a las Tres Personas Divinas, y la palabra trinitas fue apareciendo sucesivamente en Teófilo de Antioquía (c.
180 d.C.), Tertuliano, Orígenes y San Gregorio Taumaturgo. Es más, se necesitó
tres concilios –Nicea (325), Constantinopla (381) y Calcedonia (451)- para que
la fórmula tomase forma definitiva. Era evidente que un dogma tan misterioso
requería de una revelación Divina. Ahora se entiende la relevancia que tiene
para Avendaño la doctrina trinitaria, que, por lo demás, él se atiene al
tomismo. No obstante, se la figura como un círculo cerrado eternamente. Padre,
Hijo y Espíritu Santo existen por Generación, mientras que el mundo existe por
Creación y no por procesión. Avendaño se ratifica en la tradición occidental
que expresa en primer lugar la comunión consubstancial entre el Padre y el Hijo,
diciendo que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo (Filioque) o sea es
el Espíritu del Padre y del Hijo a la vez, a diferencia de la tradición
oriental que afirma en primer lugar el carácter de origen primero del Padre por
relación al Espíritu Santo, el cual procede del Padre por el Hijo. Se trata de
no afectar ni desorbitar la identidad de fe en la realidad del misterio
trinitario confesado.
La importancia de la doctrina trinitaria
para el reino de las Indias era doble, es decir no sólo evangélica sino también
históricamente. Pues toda acción de Dios en relación al mundo creado procede
indiferentemente de las tres Personas Divinas. Entonces, qué sentido tendría
que Dios envió a su Hijo al mundo y que él enviara al Paráclito, haciendo que
la Santísima Trinidad esté presente en el alma median te el don de la gracia,
si no se lucha por cambiar al mundo en la perspectiva del Reino de Dios. Indios
y negros son defendidos en sus derechos humanos por Avendaño dentro de una
teología liberacionista donde la ley máxima es practicar la justicia y el amor
efectivo por el prójimo. Lo contrario es ofender la divina Encarnación del Hijo
en la historia terrestre y nuestro jesuita es consciente de la situación límite
del pueblo en la cruz de Cristo.
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