sábado, 13 de diciembre de 2025

CLAVES FILOSÓFICAS EN MARCOS

 


CLAVES FILOSÓFICAS EN MARCOS

Introducción

El presente ensayo tiene como propósito adentrarse en el Evangelio de Marcos desde una perspectiva filosófico-teológica, con el fin de descubrir en su trama narrativa las claves de una auténtica metafísica del ser que culmina en la fe. No se trata de una lectura meramente exegética ni de un análisis histórico-crítico, sino de una reflexión que busca mostrar cómo Marcos, en su sobriedad y fuerza narrativa, despliega una visión integral del ser humano, del cosmos y de Dios en la figura del Cristo crucificado y resucitado.

El objetivo central es evidenciar que Marcos no solo transmite un mensaje religioso, sino que ofrece una comprensión profunda del ser y de la historia, donde lo divino y lo humano, lo eterno y lo temporal, lo personal y lo cósmico se entrelazan en un misterio que desborda toda lógica humana. La razón natural, incluso en sus formas más sofisticadas —téticas, atéticas o paraconsistentes—, se muestra insuficiente para abarcar este acontecimiento. La encarnación y la cruz no son contradicciones resolubles, sino misterios suprarracionales que exigen la fe como don.

Esta reflexión busca, por tanto, mostrar el carácter suprarracional de la fe en Marcos, subrayando que comprender a Cristo no es fruto de la razón, sino de la gracia que abre los ojos del corazón. Asimismo, se pretende destacar la dimensión cósmica y escatológica del evangelio, donde la creación entera se orienta hacia su plenitud en Cristo. Finalmente, se examinará el diálogo de estas claves con la tradición filosófica y teológica —desde Agustín y Tomás hasta los debates modernos y contemporáneos—, señalando tanto las continuidades como las deformaciones que han intentado reducir el misterio a categorías humanas.

En suma, el objetivo de esta reflexión es mostrar que el Evangelio de Marcos constituye un testimonio filosófico y teológico de primer orden, donde la fe como don suprarracional se revela como la única vía para acoger el misterio del Dios eterno hecho hombre, muerto y resucitado, centro de la historia, del cosmos y de la salvación.

1. La encarnación, la cruz y la fe como don: fundamentos de una metafísica suprarracional

El Evangelio de Marcos, el más breve y directo de los sinópticos, encierra en su aparente sencillez una densidad teológico-filosófica que lo convierte en un verdadero tratado de metafísica encarnada. No se trata únicamente de un relato histórico sobre la vida y ministerio de Jesús de Nazaret, sino de una narración que, en su estructura y en sus símbolos, despliega una visión integral del ser, de la historia y del cosmos. Marcos nos conduce a una comprensión que rebasa los límites de la razón natural y se abre a la dimensión suprarracional de la fe, mostrando que la encarnación, la cruz y la resurrección constituyen el núcleo de una metafísica del ser que culmina en la fe.

Desde los primeros capítulos, Marcos presenta a Jesús como el Hijo de Dios que irrumpe en la historia humana. Este dato inicial ya contiene una clave filosófica: lo trascendente se hace inmanente, lo eterno se introduce en el tiempo, lo divino se une a lo humano. Aquí encontramos lo que podemos llamar una teología encarnada, que no separa lo divino de lo humano, sino que los muestra unidos en la persona de Cristo. La encarnación no es un mero símbolo, sino un acontecimiento ontológico que transforma la comprensión del ser: Dios se hace hombre, y en ese gesto revela la dignidad del hombre y la apertura del cosmos hacia su plenitud.

Esta unión entre lo divino y lo humano constituye una auténtica metafísica de la unión. Marcos no lo formula en términos escolásticos, pero lo narra con la fuerza de los hechos: los milagros de Jesús sobre la naturaleza, las curaciones, la expulsión de demonios, la transfiguración, son signos de que en él lo trascendente se enlaza con lo inmanente. La tempestad calmada, por ejemplo, no es solo un prodigio, sino la manifestación de que el cosmos mismo responde al poder del Dios-hombre. La multiplicación de los panes revela que la creación entera se convierte en instrumento de salvación. La transfiguración anticipa la gloria escatológica, mostrando que la humanidad de Cristo es el lugar donde lo eterno se hace visible.

En este horizonte, Marcos despliega también un humanismo con Dios. La dignidad del hombre se confirma en que Dios mismo se hace hombre para salvarlo. La encarnación revela que la humanidad no es despreciada, sino asumida y elevada. La frase de san Agustín —“Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios”— encuentra aquí su expresión narrativa: Jesús comparte nuestra condición, sufre, se compadece, sirve, muere. La humanidad es el lugar de la revelación, y el hombre ocupa un lugar central en el cosmos creado por Dios. Santo Tomás de Aquino, con su precisión metafísica, dirá que la gracia no destruye la naturaleza, sino que la perfecciona. Marcos lo muestra en la vida concreta de Jesús: la humanidad es el instrumento de la divinidad para obrar la salvación.

Pero la encarnación no afecta solo a la humanidad. Marcos deja entrever que la totalidad de lo creado está implicada en el misterio de Cristo. Los milagros sobre la naturaleza, la obediencia de los elementos, la transfiguración cósmica, son signos de una escatología cósmica: la creación entera se orienta hacia su plenitud en Cristo. Aquí se anticipa lo que Teilhard de Chardin llamará el “Cristo cósmico”: la encarnación no es un hecho aislado en la historia humana, sino el principio de una transformación universal. La cruz y la resurrección inauguran la reconciliación del universo entero con su Creador.

Todo esto configura una auténtica metafísica del ser. Marcos ofrece una visión integral donde lo humano y lo divino, lo histórico y lo eterno, lo personal y lo cósmico se entrelazan en Cristo crucificado y resucitado. No se trata de una metafísica abstracta, sino de una metafísica narrada, encarnada en la historia concreta de Jesús. Es una metafísica que va más allá de la razón natural y se abre a la dimensión suprarracional de la fe. La razón puede intuir la grandeza del hombre en el cosmos, la posibilidad de un Dios creador y la coherencia de la unión entre lo trascendente y lo inmanente. Pero aceptar que el Dios eterno se hace hombre, muere como hombre y salva como Dios-hombre, es algo que excede los límites de la lógica natural y exige la fe.

Aquí se revela el carácter suprarracional de la fe. La fe no contradice la razón, pero la desborda y la lleva más allá de sí misma. No se reduce a una lógica tética (afirmativa) ni a una lógica atética (negativa), ni siquiera a una lógica paraconsistente que intenta integrar contradicciones. Es un acto de confianza y apertura al misterio revelado, donde el corazón se convierte en el lugar de la comprensión más profunda. San Pablo lo expresó con fuerza: la palabra de la cruz es locura para los que se pierden, pero para los que se salvan es poder de Dios. En Marcos, esta dinámica se muestra narrativamente: los discípulos ven los signos y escuchan las palabras, pero no comprenden plenamente quién es Jesús hasta la cruz y la resurrección.

Por eso, Marcos pone un énfasis especial en la fe como don. No es fruto de un razonamiento humano, sino gracia que abre los ojos del corazón. La incomprensión de los discípulos muestra que la fe no nace de la lógica natural, sino de la revelación. La confesión del centurión al pie de la cruz —“Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”— es el signo narrativo de que la fe es un regalo inesperado, que brota en quien se abre al misterio. La fe como don es comprender con los ojos no de la razón, sino del corazón.

La cruz es la clave del misterio. El ministerio de Jesús se hace comprensible en la cruz, donde se revela la plenitud del Dios-hombre. Sin la fe, la cruz es un fracaso; con la fe, la cruz es la revelación suprema del amor divino y la clave para comprender el ministerio de Jesús. La encarnación y la cruz constituyen una metafísica del ser que culmina en la fe: ninguna lógica humana puede comprender plenamente este misterio, porque no es reducible a categorías racionales. Solo la fe, como apertura de la razón a lo suprarracional, permite reconocer que en Cristo lo eterno se hace temporal, lo divino se hace humano y lo humano se salva en lo divino.

En conclusión, el Evangelio de Marcos nos entrega unas claves filosóficas esenciales: una teología encarnada que no separa lo divino de lo humano; una metafísica de la unión que enlaza lo trascendente con lo inmanente; un humanismo con Dios que afirma la dignidad del hombre en el cosmos; una escatología cósmica que orienta la creación hacia su plenitud; una metafísica del ser que culmina en la fe; el carácter suprarracional de la fe como don; y la cruz como clave del misterio. En una palabra, Marcos despliega una metafísica del ser que culmina en la fe, mostrando que el misterio de Cristo —Dios eterno hecho hombre, muerto y resucitado— es el centro de la historia, del cosmos y de la salvación.

2. Razón y fe: de la intuición natural al misterio revelado

El Evangelio de Marcos, leído en clave filosófica, nos conduce a un punto de tensión decisivo: la relación entre la razón y la fe. La razón natural, en sus mejores intuiciones, puede elevarse hasta reconocer la grandeza del hombre en el cosmos, la posibilidad de un Dios creador y la coherencia de la unión entre lo trascendente y lo inmanente. Estas intuiciones, presentes en la tradición filosófica desde Platón y Aristóteles hasta los pensadores medievales, constituyen un camino legítimo hacia lo divino. Sin embargo, Marcos muestra que ese camino se detiene ante lo más desconcertante: aceptar que el Dios eterno se hace hombre, muere como hombre y salva como Dios-hombre.

Aquí se revela la insuficiencia de la razón natural. Por más que se amplíen sus horizontes, por más que se elaboren lógicas sofisticadas —téticas, atéticas o incluso paraconsistentes— ninguna logra abarcar el misterio de la encarnación y la cruz. No se trata de una contradicción que pueda resolverse con un sistema lógico más amplio, sino de un misterio que desborda toda lógica humana. La razón puede preparar el terreno, abrir horizontes y mostrar que no es absurdo pensar en un Dios que se relaciona con el mundo. Pero el paso decisivo, el reconocimiento de que esa relación se realiza en un acontecimiento histórico concreto —Jesús de Nazaret, verdadero Dios y verdadero hombre— exige la fe.

La fe, en este sentido, no es irracional, sino suprarracional. No contradice la razón, pero la lleva más allá de sí misma. Es un acto de confianza y apertura al misterio revelado, donde el corazón se convierte en el lugar de la comprensión más profunda. San Pablo lo expresó con fuerza en su primera carta a los Corintios: la palabra de la cruz es locura para los que se pierden, pero para los que se salvan es poder de Dios. La lógica humana se detiene ante lo desconcertante; la fe lo acoge como revelación.

Marcos narra esta dinámica con gran realismo. Los discípulos ven los signos, escuchan las palabras, presencian los milagros, pero no comprenden plenamente quién es Jesús. La identidad del Dios-hombre se revela en la cruz, y allí la razón natural se detiene: un Mesías crucificado es un escándalo y una contradicción para cualquier lógica humana. Sin embargo, la fe reconoce en ese acontecimiento la sabiduría y el poder de Dios. La confesión del centurión romano al pie de la cruz —“Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”— es el signo narrativo de que la fe es un don inesperado, que brota en quien se abre al misterio.

De este modo, Marcos enseña que la fe es don y revelación, no fruto de un razonamiento humano. La incomprensión de los discípulos muestra que la fe no nace de la lógica natural, sino de la gracia que abre los ojos del corazón. La fe como don es comprender con los ojos no de la razón, sino del corazón. Es la apertura interior que permite acoger lo que la razón sola no puede captar: que el Dios eterno se hace hombre, muere como hombre y salva como Dios-hombre.

En conclusión, la segunda clave filosófica que Marcos nos ofrece es la tensión entre razón y fe. La razón natural puede intuir y preparar el camino, pero se detiene ante el misterio. La fe, como don suprarracional, lo acoge y lo ilumina. Así, Marcos nos conduce de la intuición natural al misterio revelado, mostrando que la metafísica del ser culmina en la fe, porque solo la fe permite reconocer en la cruz la plenitud del Dios-hombre.

3. La cruz como clave hermenéutica del ministerio de Cristo

El Evangelio de Marcos alcanza su punto culminante en la cruz. Todo el ministerio de Jesús —sus milagros, parábolas, gestos de compasión y confrontaciones con las autoridades— se orienta hacia ese momento decisivo. La cruz no es un accidente ni un fracaso, sino la clave hermenéutica que permite comprender el misterio de Cristo en su totalidad. Sin ella, los signos y palabras de Jesús permanecen enigmáticos; con ella, se revelan como parte de un designio divino que culmina en la entrega radical del Dios-hombre.

La cruz desconcierta a la razón. Para cualquier lógica humana, un Mesías crucificado es una contradicción: ¿cómo puede el Hijo de Dios morir como un criminal? Sin embargo, en la fe se revela que precisamente en esa muerte se manifiesta la plenitud del amor divino. San Pablo lo expresó con vigor: la cruz es escándalo para los judíos y locura para los griegos, pero para los creyentes es poder y sabiduría de Dios. Marcos narra esta paradoja con crudeza: los discípulos no comprenden, las multitudes se dispersan, las autoridades se burlan. Solo un centurión romano, al pie de la cruz, pronuncia la confesión decisiva: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Mc 15,39).

Este detalle narrativo es de enorme densidad filosófica y teológica. La confesión del centurión muestra que la identidad de Jesús no se reconoce por la lógica natural ni por la observación externa, sino por la fe que se abre al misterio. La cruz, que para la razón es fracaso, para la fe es revelación. Aquí se manifiesta el carácter suprarracional de la fe: comprender con los ojos del corazón lo que la razón sola no puede captar.

La cruz, además, revela la metafísica del ser en su dimensión más radical. En ella se muestra que el Dios eterno se hace hombre, muere como hombre y salva como Dios-hombre. La unión de lo divino y lo humano alcanza su expresión suprema en la entrega de Cristo. La muerte no es el final, sino el lugar donde se revela la plenitud del ser: la vida entregada por amor. La resurrección, que sigue a la cruz, confirma que esa entrega no es derrota, sino victoria.

Marcos, con su estilo sobrio y directo, nos conduce a esta conclusión sin adornos filosóficos, pero con una fuerza narrativa que encierra una profundidad metafísica. La cruz es el punto donde se ilumina todo el ministerio de Jesús. Sin ella, los milagros y parábolas quedan fragmentados; con ella, se integran en una visión coherente: Jesús es el Hijo de Dios que se entrega por la salvación del mundo.

En definitiva, la tercera clave filosófica de Marcos es la cruz como clave hermenéutica del ministerio de Cristo. Ella desconcierta a la razón, pero se revela a la fe como sabiduría y poder de Dios. En la cruz se manifiesta la metafísica del ser que culmina en la fe: el Dios eterno hecho hombre, muerto y resucitado, centro de la historia, del cosmos y de la salvación.

4. Horizonte cósmico y escatológico: plenitud del ser en Cristo

El Evangelio de Marcos, aunque breve y aparentemente sencillo, abre un horizonte que trasciende lo meramente humano y se proyecta hacia la totalidad del cosmos. La encarnación y la cruz no son acontecimientos aislados en la historia de un pueblo, sino realidades que afectan a la creación entera. En este sentido, Marcos anticipa una escatología cósmica, donde el universo mismo se orienta hacia su plenitud en Cristo.

Los milagros de Jesús sobre la naturaleza —la tempestad calmada, la multiplicación de los panes, la transfiguración— no son simples prodigios, sino signos de que el cosmos entero participa del misterio de la salvación. La obediencia de los elementos a la voz de Cristo revela que la creación reconoce en él a su Señor. La multiplicación de los panes muestra que la materia misma se convierte en instrumento de gracia. La transfiguración, con la luz que envuelve a Jesús y la voz que lo proclama Hijo amado, anticipa la transformación final de la creación en la gloria divina.

Aquí se manifiesta una metafísica del ser en clave escatológica. El ser no se reduce a lo humano ni a lo histórico, sino que se abre a lo cósmico y a lo eterno. La encarnación inaugura una nueva relación entre Dios y el mundo: lo eterno se hace temporal, lo divino se hace humano, y lo humano se convierte en mediación para la reconciliación del universo entero. La cruz, lejos de ser un hecho aislado, es el centro de esta dinámica: en ella se revela que la salvación no afecta solo a los hombres, sino a la totalidad de lo creado.

Marcos, con su estilo sobrio, deja entrever esta dimensión cósmica sin desarrollarla explícitamente, pero sus signos narrativos apuntan hacia ella. La creación entera se ve implicada en el ministerio de Jesús. La resurrección, que corona la cruz, confirma que la muerte no tiene la última palabra, no solo para la humanidad, sino para el cosmos entero. La vida entregada por amor se convierte en principio de transformación universal.

En este horizonte, la fe adquiere una dimensión cósmica. No es solo confianza personal en Cristo, sino apertura a la plenitud del ser en él. La fe reconoce que la historia humana y el universo entero encuentran su sentido en el Dios-hombre crucificado y resucitado. La escatología cósmica de Marcos nos enseña que la salvación no es individual ni parcial, sino universal y total: el cosmos entero se orienta hacia su plenitud en Cristo.

En conclusión, la cuarta clave filosófica de Marcos es el horizonte cósmico y escatológico. La encarnación y la cruz no afectan solo a la humanidad, sino a la totalidad de lo creado. La creación entera se orienta hacia su plenitud en Cristo, y la fe reconoce en él el centro de la historia, del cosmos y de la salvación.

5. Diálogo con la tradición filosófica y teológica: continuidad, rupturas y deformaciones

El Evangelio de Marcos, leído en clave filosófica, no solo ofrece una metafísica del ser que culmina en la fe, sino que también se convierte en punto de referencia para la tradición teológica y filosófica posterior. Desde san Agustín hasta santo Tomás de Aquino, pasando por pensadores contemporáneos, la reflexión sobre la encarnación, la cruz y la fe suprarracional ha sido constante. Sin embargo, también se han dado interpretaciones que, lejos de captar la hondura del texto, lo han reducido o deformado, como ocurrió con ciertas corrientes del modernismo y con el antimitologismo de Rudolf Bultmann.

San Agustín, en su célebre afirmación de que “Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios”, recoge la intuición fundamental de Marcos: la encarnación como unión entre lo divino y lo humano. Para Agustín, la fe es don que ilumina la razón, y la cruz es el lugar donde se revela la plenitud del amor divino. Santo Tomás, con su precisión metafísica, profundiza en esta misma línea: la gracia no destruye la naturaleza, sino que la perfecciona; la fe no contradice la razón, sino que la lleva más allá de sí misma. Ambos muestran cómo la tradición cristiana entendió a Marcos como testimonio de una metafísica suprarracional, donde la fe es necesaria para acoger el misterio.

En tiempos modernos, sin embargo, surgieron interpretaciones que no lograron captar este núcleo. El modernismo teológico, con su tendencia a reducir la fe a categorías racionales o psicológicas, terminó por vaciar el misterio de la encarnación y la cruz. En lugar de reconocer la fe como don suprarracional, la interpretó como construcción cultural o experiencia subjetiva, perdiendo así la dimensión ontológica que Marcos subraya.

Rudolf Bultmann, con su programa de desmitologización, intentó interpretar los evangelios eliminando lo que consideraba mitológico. Su antimitologismo buscaba traducir los relatos en categorías existenciales comprensibles para el hombre moderno. Sin embargo, al hacerlo, despojó a Marcos de su densidad metafísica y escatológica. La encarnación y la cruz dejaron de ser misterios ontológicos para convertirse en símbolos de la existencia humana. La fe, en su esquema, ya no era don suprarracional, sino decisión existencial. De este modo, se perdió la clave esencial: que la fe es gracia que abre los ojos del corazón para acoger lo que la razón sola no puede comprender.

Frente a estas deformaciones, la tradición teológica más fiel a Marcos insiste en que la fe no es reducible a categorías humanas. Es don, es revelación, es apertura suprarracional. La encarnación no es mito, sino acontecimiento histórico y ontológico. La cruz no es símbolo, sino realidad donde se revela la plenitud del ser. La escatología no es construcción cultural, sino horizonte cósmico hacia el cual se orienta la creación entera.

En el diálogo contemporáneo, pensadores como Hans Urs von Balthasar han recuperado esta visión, mostrando que la cruz es el lugar donde se revela la gloria de Dios y que la fe es participación en ese misterio. Teilhard de Chardin, desde otra perspectiva, subrayó la dimensión cósmica de la encarnación, anticipada ya en Marcos. Ambos muestran que la lectura fiel al evangelio no se reduce a categorías racionales, sino que se abre a la fe como don suprarracional.

En conclusión, la quinta clave filosófica de Marcos es su diálogo con la tradición. Agustín y Tomás lo comprendieron como testimonio de una metafísica del ser que culmina en la fe. El modernismo y el antimitologismo de Bultmann lo deformaron al reducirlo a categorías humanas. Los teólogos contemporáneos más fieles lo han recuperado como misterio ontológico, escatológico y cósmico. Así, Marcos sigue siendo un texto vivo, que interpela a la razón y la conduce más allá de sí misma, hacia la fe como don que ilumina el corazón y revela la plenitud del ser en Cristo.

Sin embargo, conviene subrayar que ninguno de estos intérpretes —ni Agustín, ni Tomás, ni los teólogos modernos o contemporáneos— precisó el contenido filosófico del Evangelio de Marcos en el modo en que aquí lo hemos hecho. Ellos iluminaron aspectos decisivos, pero no sistematizaron la dimensión metafísica y suprarracional de la fe en Marcos como núcleo articulador de su mensaje. Nuestra reflexión, al situar la encarnación, la cruz, la fe como don y el horizonte cósmico en un entramado filosófico coherente, ofrece una lectura inédita: Marcos no solo es evangelista, sino también testigo de una metafísica del ser que desborda la razón y se consuma en la fe.

Conclusión: El contenido filosófico en Marcos

El Evangelio de Marcos, leído con atención filosófica y teológica, se revela como un texto de una densidad sorprendente. No es únicamente el relato más breve de la vida de Jesús, sino la exposición narrativa de una metafísica del ser que culmina en la fe. En él se despliega una visión integral donde lo divino y lo humano, lo histórico y lo eterno, lo personal y lo cósmico se entrelazan en la figura del Dios-hombre crucificado y resucitado.

Marcos muestra que la razón natural, incluso en sus formas más sofisticadas —desde la lógica tética y atética hasta la lógica paraconsistente— se detiene ante el misterio de la encarnación y la cruz. Ninguna lógica humana puede comprender plenamente que el Dios eterno se haga hombre, muera como hombre y salve como Dios-hombre. Este acontecimiento no es una contradicción resoluble, sino un misterio suprarracional que exige la fe.

La fe, en Marcos, no es fruto de un razonamiento humano, sino don gratuito de Dios. Es comprender con los ojos del corazón lo que la razón sola no puede captar. Por eso, la incomprensión de los discípulos y la confesión inesperada del centurión al pie de la cruz son signos narrativos de que la fe es gracia que abre los ojos al misterio. La cruz, que para la razón es fracaso, para la fe es revelación suprema: allí se manifiesta la plenitud del ser, el amor divino que transforma la historia y el cosmos.

Además, Marcos anticipa un horizonte cósmico y escatológico: la creación entera se orienta hacia su plenitud en Cristo. Los milagros sobre la naturaleza, la transfiguración y la resurrección muestran que el universo mismo participa en la dinámica de la salvación. La encarnación y la cruz no afectan solo a la humanidad, sino a la totalidad de lo creado, reconciliado en el Dios-hombre.

Frente a las deformaciones del modernismo y el antimitologismo de Bultmann, que redujeron el misterio a categorías racionales o existenciales, Marcos se mantiene como testimonio de una verdad irreductible: la fe es don suprarracional, la encarnación es acontecimiento ontológico, la cruz es clave hermenéutica y la escatología es cósmica. La tradición fiel —desde Agustín y Tomás hasta pensadores contemporáneos como Balthasar y Teilhard— ha sabido reconocer en Marcos la profundidad de esta metafísica narrada.

En definitiva, el contenido filosófico en Marcos es categórico y contundente: la fe como don suprarracional es la única vía para acoger el misterio del Dios eterno hecho hombre, muerto y resucitado, centro de la historia, del cosmos y de la salvación. Todo el evangelio se orienta hacia esta verdad, que desborda la razón y la conduce más allá de sí misma, hacia la plenitud del ser revelada en Cristo.

Bibliografía 

  • Bartolomé, Juan J. Marcos, un evangelio como manual de educación en la fe. Madrid: Centro Salesiano de Estudios Teológicos, 2005.

  • Gnilka, Joachim. El Evangelio según san Marcos. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1986.

  • Maggioni, Bruno. El relato de Marcos. Madrid: Ediciones Paulinas, 1988.

  • Pronzato, Alessandro. Un cristiano comienza a leer el Evangelio de Marcos. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1982.

  • Schmid, Josef. El Evangelio según san Marcos. Barcelona: Biblioteca Herder, 1981.

  • Schnackenburg, Rudolf. El Evangelio según san Marcos. Barcelona: Editorial Herder, 1980

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