lunes, 9 de diciembre de 2024

ARGUEDAS DIVIDIDO

 

 

ARGUEDAS DIVIDIDO

Gustavo Flores Quelopana

 

Arguedas organizó la teatralidad cínica de su propia muerte y se suicidó no pensando en que iría al Uku Pacha andino, ni al tiempo cíclico mágico-mítico precolombino, sino que ateístamente se incorporaba al flujo natural y material de la existencia. En ese sentido dejemos en paz sus personajes novelescos que hablan de Dios en sentido cristiano y que no reflejan exactamente su postura personal religiosa.

El padre Gustavo Gutiérrez, recientemente fallecido, nos dejó un libro intitulado Entre las Calandrias. Un ensayo sobre José María Arguedas (1989, BNP, Lima, 2014). En sus páginas insiste en: 1. la idea que la religiosidad con Dios en la vida y obra está presente en Arguedas. Según el dominico, 2. Arguedas vivió y creó entre las calandrias del Dios inquisidor y el Dios liberador para forjar una sociedad justa. Nuestro novelista, para el padre Gutiérrez, 3. siempre estuvo convencido de la capacidad de asimilación y creatividad del mundo andino. 4. Nunca vio que lo mítico trascendente se divorciara de lo dialéctico inmanente. 5. Pero se suicida llevado por la depresión que le causa el ciclo de injusticia en la historia del Perú.

Son cinco afirmaciones que merecen un breve comentario. Lo primero es indiscutible. No obstante, ello no aclara qué tipo de religiosidad divina está presente tanto en su obra como en su vida. Lo intenta esclarecer en el segundo punto. Washington Delgado, su prologuista, sostiene que Arguedas, como en Vallejo, arriba a una religiosidad sin Dios que tiene un centro divino. Arguedas es un escritor religioso. Pero, para el padre Gutiérrez no hay religiosidad sin Dios.

Por ello, en la Presentación Carmen María Pinilla anota que el teólogo de la liberación da cuenta que junto al Dios castigador hay el Dios liberador en Arguedas. Para el padre Gutiérrez entre las calandrias de un Dios castigador y un Dios liberador se juega la vida de Arguedas. Ese factor religioso y su choque define su obra en fraternidad con el miserable.

Pero si esto último es cierto, entonces cómo se explica que Arguedas afirmara en aquella carta a su amigo Alberto Escobar: "Y eso, que yo no creo en Dios". Esto nos lleva al tercer punto: su convencimiento de la capacidad de asimilación y creatividad del mundo andino. Que Arguedas afirme ello no colisiona con su asunción ateísta. Y que sienta fraternidad con los miserables tampoco significa que Dios estuviese presente en su religiosidad.

Marx tiene una bonita distinción entre situación de clase (SC) y posición de clase (PC). Yo puedo ser burgués (ST) y, no obstante, asumir una postura proletaria (PC) y viceversa. La escolástica también tiene algo similar al distinguir entre ente de razón -propio de la conciencia- y ente real -propio de lo ontológico-. Otra cosa es que el pensamiento moderno se haya desviado hacia el nominalismo formalista haciendo casi desaparecer lo ontológico por lo mental e inmanente.

Pues bien, algo parecido es lo que vemos en Arguedas en su sentimiento fraterno con el oprimido, que es algo racional, y su visión de que la transformación de la naturaleza por el hombre no borra lo divino, que es algo ontológico. En otras palabras, ni la visión de lo sagrado ni el sentimiento de fraternidad aseguran en Arguedas el tránsito de la una religiosidad sin Dios hacia una religiosidad con Dios, como espera el padre Gutiérrez. Su lectura teológica es plausible pero dentro de la lógica de la teología de la liberación, pero no dentro del espíritu arguediano. “Y eso, que yo no creo en Dios”, nos señala.

Lo cual no lleva hacia el cuarto punto: Nunca vio que lo mítico trascendente se divorciara de lo dialéctico inmanente. Y esto lo afirma el padre Gutiérrez en contraposición a Roland Forgues (Arguedas: del pensamiento dialéctico al pensamiento trágico, Lima 1989). Para Forgues el suicidio de Arguedas se debe a su paso de lo inmanente dialéctico a lo mítico trascendente. Gustavo Gutiérrez piensa que esto no es cierto, porque considera que su esperanza mítica no estuvo desligada de lo inmanente histórico.

Una cosa es cierta, a saber, el socialismo no mató en él lo mágico. Tampoco aceptó que su obra literaria no reflejara al Perú real, cosa que Vargas Llosa cuestiona y rechaza.

No obstante, hay un detalle de suma importancia que hay que resaltar para terciar en este debate. El cual ya fue subrayado por el filósofo Alberto Wagner de Reyna cuando sostiene que mientras el Mito es revelación natural, la Revelación es revelación sobrenatural de Dios. Lo cual permite afirmar contra Forgues que el mito no pudo llevarlo al suicidio, porque el revelar el Ser y lo trascendente en el cosmos también revela a los dioses del politeísmo prehispánico. Divinidades que negaba. Asimismo, y contra el padre Gutiérrez se puede afirmar que la esperanza mítica puede desligarse de lo inmanente histórico mediante la convicción atea. Esto último es lo que advierto que se dio en Arguedas.

Aquí no voy a entrar en el interesante debate de la relación entre lo humano y lo divino en el Mito y en la Revelación. Sólo dejaré indicado una pista sumamente significativa que señaló en su momento Emilio Bréhier en su decisiva Filosofía de la Edad Media: mientras las filosofías griegas -incluso las míticas (el añadido es mío)- son filosofías de la necesidad cósmica, en cambio las filosofías cristianas son filosofías de la libertad. Y este detalle no es moco de pavo, porque vamos a entrar al punto culminante de su vida con su suicidio voluntario. Arguedas decidió libremente quitarse la vida y no por designio cósmico.

Así arribamos al quinto punto: Pero se suicida llevado por la depresión que le causa el ciclo de injusticia en la historia del Perú, afirma el padre Gutiérrez. Esta aseveración es dudosa dado que Velasco había dado inicio a una revolución de cambios estructurales que reivindicaban a la masa indígena oprimida. Lo del 68 rompió para siempre la columna vertebral de la oligarquía terrateniente que envileció al indígena. Entonces su depresión en vez agudizarse debería aliviarse. No fue el ciclo de injusticia -que se rompía- lo que lo llevó al suicidio, fue otra cosa y lo hemos llamado cinismo vertical burgués.

Para el padre Gutiérrez, Arguedas defiende la dignidad del indio y del mestizo. Su programa del mundo andino no es indígena, es mestizo (Todas las sangres). No busca resucitar un mundo mítico -como cree Vargas Llosa-, porque su mensaje está dirigido al futro y no al pasado. Se trata del futuro de la justicia social y la esperanza redentora. Además, subraya la universalidad del provinciano. Fue sensible a la voz profética de Isaías. Así, en Todas las sangres desde el maltrato del pobre hasta la idolatría del oro se llega a la no existencia de Dios. En los Zorros opone el Dios inquisidor y el Dios liberador. Y así el último Arguedas enfatizó el papel de la esperanza. El zorro de arriba sería Dios y el zorro de abajo sería la humanidad.

Y, sin embargo, si el último Arguedas está lleno de esperanza, ¿Por qué se mató? No tiene sentido. Esto solamente puede significar una cosa, y es que su biografía no puede ser leída desde su obra. El acto final de su vida excede su obra. Es más, la niega. Porque si su obra concluye con una esperanza redentora su vida se desgaja con el desesperanzado y violento acto suicida.

Esta división profunda entre obra y vida en la que concluye su itinerario terrenal no es de fácil lectura ni comprensión. Tanto que tampoco es atribuible al fácil recurso de su depresión. Es una mezcla de depresión, cinismo y ateísmo moderno.

1 comentario:

  1. Fernanda Iriarte
    José María Arguedas vivió una profunda tensión entre la religiosidad expresada en su obra y su postura personal ateísta. Aunque su escritura transmite esperanza y fraternidad con los oprimidos, su suicidio parece desligarse de esas ideas, evidenciando una ruptura entre su vida y su obra. Interpretaciones como la de Gustavo Gutiérrez, que lo vinculan a una religiosidad con Dios, contrastan con su afirmación personal: "Y eso, que yo no creo en Dios". Arguedas dejó un legado complejo, donde la esperanza redentora de su literatura coexiste con el cinismo y la desesperanza de su final.

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