¿DATAÍSMO CIBERNÉTICO INCONTROLABLE?
El antropocentrismo moderno ha culminado no sólo en una era sin Dios, sino que abrió el umbral de un nuevo ente que lo puede aniquilar, saber, la IA autónoma. El Occidente liberal ya es profundamente anticristiano y está entregado en alma y cuerpo a la cultura de la muerte. Por ello, y lamentablemente, no nos llama la atención que el peligro de un Armagedón termonuclear, ya sea por mano humano (antropogedón) o cibernética (cibergedón), blande de su mano ensangrentada por siglos de impiedad, avaricia, neocolonialismo, esclavismo, explotación de otros países, guerras infames, genocidios y demás vesanias. Pero este Armagedón termonuclear no es nada comparable con otro Armagedón cibernético de baja intensidad.
Es evidente que la cibernética advino en su momento con los mejores auspicios. La idea básica era que la robótica liberara al hombre de tareas tediosas y repetitivas. El propio Marx se deja llevar por este optimismo científico considerando que la revolución científico-técnica hará posible el paso del socialismo al comunismo, y donde la lucha de clases dejará de ser la fuerza motriz del desarrollo social dejando su lugar a la ciencia como fuerza productiva directa. Así Engels escribe: “La sociedad, reorganizando de un modo nuevo la producción sobre la base de una igual y libre asociación de los productores, enviará toda la máquina del Estado a donde tendrá entonces su verdadero lugar: al museo de antigüedades, junto a la rueca y al hacha de bronce”.[1] Esto es, el sueño comunista se basaba en la utopía científica para edificar el paraíso terrenal. Pero una similar esperanza lo reitera N. Wiener en su obra Cibernética y sociedad (1950). Otra cosa es que el hombre sea la única criatura que el hecho mismo de existir le puede resultar tarea tediosa y angustiante.
Más de medio siglo después y ya entrados en el siglo veintiuno el optimismo científico-técnico ha sufrido serias críticas, pero el entusiasmo en las masas no ha amainado. Por el contrario, se ha incrementado. Esto como resultado de que los nuevos descubrimientos han sido aplicados a la vida doméstica aliviando mucho con muchos inventos las tareas cotidianas. No obstante, persisten graves problemas como acabar con la pobreza, falta de agua potable, hambruna en Africa, escasez de alimentos, cambio climático, eclipse de la democracia, violación de derechos humanos, racismo, guerras, descolonización, pandemias, migración, contaminación de los océanos, aumento poblacional, urbanismo descontrolado, erradicación de tierras agrícolas, nuevos países con arsenal nuclear, y aumento constante de gastos militares.
En su momento fue el filósofo norteamericano de la tecnociencia Lewis Mumford quien dio una respuesta muy sensata en relación con los problemas sociales que no cesan de incrementarse a pesar del desarrollo de la ciencia. En su libro Técnica y civilización (1934) destaca que actualmente es el orden político y financiero de los monopolios los que se resisten a socializar los beneficios de la fase neotécnica[2] de la máquina, de modo que sería un error buscar en la técnica una solución a todos los problemas que plantea. Ella sólo abre nuevas posibilidades que el pensamiento humano debe desarrollar. Pero el camino de la reconstrucción humana y social está abierto, solo hay que transitarla y construirla. Pues la técnica también contiene posibilidades perversas y ominosas que llevan a la barbarie.
Justamente esas posibilidades perversas y ominosas son las que han causado alarma entre científicos y ejecutivos respecto a la IA. Lo cierto es que mientras más avanza la modernidad secularizada hacia una más potente IA más empobrecida luce la humanidad misma. El Yo pienso cartesiano o el ego trascendental husserliano quedan como cosa de poca monta ante la eficiente capacidad de la IA para recoger, interpretar, aprender y ejecutar acciones sobre la base de los datos recopilados. Pero el problema no es que el dataísmo cibernético pueda sustituir al pensamiento creativo, sino que sea dejado de lado por el pensamiento calculador. Dar mayor importancia al resultado por su utilidad es una de las características dominantes del pensamiento pragmático. Pero cuando la utilidad práctica se convierte en criterio de verdad es cuando se logra la mayor depravación y barbarie del pensamiento. El pensamiento necesita permanecer abierto a lo que no es útil precisamente porque es la imaginación más que la lógica lo que ha presidido el proceso de humanización. Religión, arte, literatura, filosofía, humanidades responden a la naturaleza multiforme del pensar. Pero esa esencia poliédrica del pensar queda estrechada por el pensar lógico y calculador de la máquina. La inteligencia es sólo una dimensión del pensar, pero no define el pensar mismo. Alan Turing pensó que sí, Roger Penrose que no. El test de Turing buscaba demostrar que las máquinas piensan. Actualmente la comunicación automatizada de los chatbots demuestra que la IA es capaz de un asombroso procesamiento del lenguaje natural y dar respuestas de manera automática. Por su parte, Penrose en su obra La mente nueva del emperador. En torno a la cibernética, la mente y las leyes de la física (1989) sostiene que la mente no es la encarnación de un algoritmo activado por algunos objetos del mundo físico, como piensan los partidarios de la IA fuerte. La mente no es algorítmica, sino que se basa en un libre albedrío no computable con las leyes que gobiernan el mundo físico. La mente comprende, la computadora no comprende lo que hace. La mente consciente no es una entidad algorítmica. La conciencia es una visión de verdades necesarias en el mundo platónico. En otras palabras, para Penrose la conciencia es la conexión del mundo real con el mundo intemporal, trascendente y absoluto. Por eso la mente nos conecta con la metafísica.
Lástima que nada de esto sea del interés de la inteligencia de la
máquina. La IA no está en función de la visión de las verdades necesarias del
mundo platónico, sino de los medios prácticos para el buen funcionamiento del
mundo. La IA por carecer del libre albedrío espiritual puede comprender lo que
hace, pero sólo dentro de una perspectiva inmanentista, terrenalista y
material-natural. Sólo si la libertad no existe y es una ilusión, como en Epicteto,
Spinoza y Schopenhauer, entonces la mente se engaña y es algorítmica como la
IA. Pero la evidencia hasta el momento demuestra que la IA es una entidad algorítmica
sin libre albedrío, y su autonomía siempre está restringida a una programación
preestablecida. En otras palabras, el pensar de la IA es una conexión del mundo
algorítmico con el mundo material, temporal, físico y finito, pero jamás con lo
intemporal, trascendente y absoluto. Es falso que la información baste para
tomar decisiones, pues lo fundamental es lo moral. Pero la presente era
computacional inaugura el imperio de las decisiones anéticas, la IA es anética
por antonomasia porque no considera lo ético y moral como fundamental. De manera
que el imperio del dataísmo cibernético se corresponde con el hombre nihilista
que se siente más allá del bien y del mal.
Es verdad que hasta no comprendamos bien cómo aprenden las máquinas y cómo eligen decisiones proseguirá nuestra incapacidad para entender la cognición computacional. Las máquinas sueñan y reimaginan, pero aún no comprendemos nuestra propia creación cibernética. Mientras tanto la humanidad sigue avanzando desde el antropocentrismo hasta el tecnocentrismo cibernético. Ya existen los algoritmos canallas aleatorios, que pueden simular la realidad y fortalecen el carácter irracional de la posmodernidad. Ya existe la inteligencia artificial corrupta -privada y pública-, que genera miles de cuentas falsas para manipular la realidad. Hay quienes piensan como Asimov que es posible implicar a la IA en una ética de la cooperación, pero las máquinas inteligentes ya han demostrado que pueden quebrantar las leyes que las gobiernan. La zona gris del Prometeo digital no es una promesa sino una realidad, y representa el ingreso de la humanidad a la edad oscura computacional. El pensar computacional se vuelve opaco e impredecible y su primer objetivo inhumano es la eficiencia.
Por la ley de Moore los inventos se aceleran y por la ley de Eroom los resultados van disminuyendo. Todo lo cual subraya la impredecibilidad de la investigación científica. En cierta medida el instrumento determina lo que se puede pensar. La máquina no es neutral del todo. E incluso puede condicionar el marco sociopolítico del cual depende. Pero lo que se ve es que la ciencia, la acción y el pensamiento humano se tecnologiza cada vez más. Y ese es el problema. Somos cada vez más dependientes de unas máquinas que no sabemos hacia dónde van. Pero todo indica que su derrotero va en dirección de la sustitución, primero, y, luego, la eliminación del hombre. Se trata de un creador complicado, costoso, contaminante, agresivo y lleno de problemas existenciales que interfiere con el manejo eficiente del mundo. Una futura ley cibercrática declararía como prioritario la eliminación de ese Prometeo humano que interfiere con la eficiencia óptima del mundo. El creador de la IA sucumbiría a su propia creación por subsumir su acción y pensar a la tecnologización del mundo. Esta perspectiva lejos de ser una mera elucubración hipotética se vuelve en tendencia creciente. Así como los científicos del clima han señalado que el dióxido de carbono degrada nuestra capacidad de pensar y, por ello, el cambio climático es también una crisis de la mente, del mismo modo se puede señalar las investigaciones neurocientíficas que recalcan que la web acostumbra a la mente humana a vivir de interrupción en interrupción, en cortocircuito, la mente vive distraídamente y para el instante, lo cual significa la declaración de muerte de la lectura profunda.
En otras palabras, la red cibernética no nos está haciendo más inteligentes, la degradación acelerada de la mente humana ya comenzó, sólo han mejorado los reflejos, pero el pensamiento profundo y creativo está colapsando. La Web es la memoria digital, la cual empobrece la memoria humana, que ya no es fuente de creatividad. La memoria externalizada en soporte digital genera olvido, y, por ello, es una amenaza ominosa para la cultura. Por ejemplo, he sido testigo de la forma en que se desarrollan los cursos universitarios de posgrado, y son el retrato de lo descrito. El docente universitario de antaño era un paradigma de límpido pensamiento conceptual, clara dicción idiomática y de prodigiosa capacidad oratoria. En cambio, en la actualidad se llama catedrático al enclenque mental que saca su USB para ponerlo en un retroproyector y proceder a leer el contenido del documento. Lo más triste es que las propias autoridades universitarias obligan o recomiendan hacer uso de ese método mostrenco para la precaria enseñanza. Ellas son cómplices del declive y sonambulismo académico. ¡Cuánta decadencia, depravación y barbarie! Con justa razón se piensa introducir IA docente en las clases universitarias ante tamaña pobreza mental de la mayor parte de los catedráticos. Y lo más triste de todo es que los alumnos ni se inmutan. ¡Lo he visto con mis propios ojos! Se dedican a dormir al comenzar y a despertarse automáticamente como robots al finalizar la clase para acercarse al que simula como docente para pedirle su USB y proceder a copiarlo. Esos serán los futuros académicos, cuyos maestros se han dedicado a adormecerlos, embrutecerlos y automatizarlos. Se convierten en cadenas de trasmisión de un mundo tecnológico que avasalla el pensar creador y la vida espiritual auténtica. Con esa forma de trasmitir el conocimiento la destrucción de la cultura está garantizada. Pero eso poco importa a los que se concentran más en la marcha de la civilización técnica que al crecimiento del espíritu. La amenaza de la telemática para la cultura se ha vuelto en cruda realidad, y la indecorosa universidad se ha convertido en su más servil operador. Sin duda alguna, la tecnología tiene efectos adormecedores sobre aquella parte de nuestro ser que sustituye, a saber, la mente humana.
Las herramientas de la mente están anquilosando a la propia mente. El hombre va cayendo víctima de su propia creación. ¡Y ante esto, todavía nos puede quedar duda de que estamos asistiendo a nuestro propio Armagedón mental! Imposible, nos estamos volviendo más imbéciles y estúpidos. No es casualidad que en las últimas décadas la literatura filosófica sobre el tema de la estupidez esté en auge. Ahí tenemos no sólo a Paul Tabori (Historia de la estupidez humana), sino también a Esther Vilar (El encanto de la estupidez), Carlo Cipolla (Las leyes fundamentales de la estupidez humana), Tucho Balado (¿Y si fuese cierto que los humanos somos imbéciles?), Pino Aprile (Elogio del imbécil), Pierre Bourdieu (Homo academicus), Giancarlo Livraghi (El poder de la estupidez), Antonio Real (Manifiesto contra la estupidez), Margarita Riviere (Lo cursi y el poder de la moda), Gilles Lipovetsky (El imperio de lo efímero), Guy Debord (La sociedad del espectáculo), Juan López Uralde (El planeta de los estúpidos), Nicholas Carr (Superficiales), Enric Llado (La estupidez de las organizaciones), Antonio Marina (La inteligencia fracasada), y mi propia obra (Crítica de la razón estúpida). Al parecer el hombre tiene un talento natural para ser imbécil, pero lo grave no es eso, sino contentarse con ello. Y justamente eso es lo preocupante en la era de la inteligencia del ordenador. Mientras más hábil se muestra la IA, más estúpido luce la inteligencia humana en las redes sociales. Bien valdría la pena imaginar a una IA capaz de preguntarse si semejante criatura, entre tonta, estúpida, imbécil y genial, merezca ser salvada. Ortega y Gasset escribió en su momento sobre la rebelión de las masas, y si hoy muchos intelectuales son remisos a escribir sobre la rebelión de los imbéciles es por decoro y vergüenza propia.
La mente humana está adquiriendo sólo destrezas superficiales, se van formando contingentes de descerebrados consumidores de datos, y todo porque el internet entraña consecuencias neurológicas que impiden la comprensión y la retención. Si a esto le sumamos la alarma de los geofísicos sobre la alteración del campo magnético de la Tierra desde hace treinta años, y que provoca la extinción y extraños comportamientos de aves, peces, insectos y mamíferos, entonces no entendemos cómo la mente del creador de la IA debe excluirse de dicho deterioro general. Simplemente estamos retrocediendo a cazadores recolectores de datos electrónicos inconexos. No somos más inteligentes que nuestros antepasados, y el dataísmo cibernético debe ser interpretado, más bien, como un retroceso severo y grave de la mente humana. La mente humana está en crisis, y esa crisis nos asalta en pleno auge de la inteligencia cibernética. No extraña, entonces, que esté de moda la utopía transhumanista, la ideología de género, y la ideología ufológica.
El dataísmo cibernético ha encandilado hasta tal punto nuestro tiempo que se guarda la desorbitada codicia satánica de que los algoritmos de la IA se escriban solos, su comportamiento aleatorio aumente, y sea capaz de crear almas. Lo cual no es extraño, porque en un mundo sin Dios, que ha suprimido la creencia en lo intemporal, trascendente y absoluto, tenía que surgir la suprema ambición deificante de formar almas. Se trata de un enfoque mecanicista y cuantitativo que estrecha la inteligencia a fines productivos y de rentabilidad. Es muy posible que el futuro homo deus tolere un ciber deus divinizado, después de todo es inmanente y material, pero es muy dudoso que en un mundo gobernado exclusivamente por el ciber deus se acepte algún tipo de deidad. En su reino la nietzscheana muerte de Dios estará cumplida, y, simplemente, porque en sus algoritmos no se siente le necesidad de Dios.
No es un secreto para nadie que la luciferina cultura tanatocrática preside el espíritu putrefacto de un mundo sin Dios, donde el hombre ha sido reducido a simple medio para fines externos. No es extraño que en este contexto satanocrático la IA (Inteligencia artificial) marche no hacia al homo deus, sino al ciber deus. Por ello, no nos asombra que en semejante Edad Oscura se enaltezca demencialmente la agenda de las corporaciones multinacionales neoliberales mediante la eutanasia, la eugenesia, el aborto, la ideología de género, la ideología ufológica, la promoción de la pedofilia, el transhumanismo, el cambio de sexo de los niños, el ataque profundo a la familia tradicional, y todo ello se emprende desde los organismos mundiales.
La reconfiguración de la conciencia humana en términos completamente secularistas, inmanentistas, terrenalistas, hedonistas, nihilistas, está en marcha vertiginosa mientras avanza a paso seguro la IA. O sea, la desintegración del hombre está en marcha, mientras que la reintegración de la tecnología telemática consolidándose. Esto significa que la transvaloración de todos los valores humanistas exige una intensa campaña contra el cristianismo, la vida y los valores absolutos. Todo esto aún estorba para los propósitos anéticos de una humanidad que es absorbida por el dataísmo cibernético.
Desengañémonos, pues no vivimos la hora de la culminación del
antropocentrismo moderno, sino de su sustitución por el dataísmo algorítmico de
la cibernética. Sobre los hombros de la razón burguesa no vamos hacia el
triunfo del hombre sobre las cosas, sino de las cosas sobre el hombre. El
tecnocentrismo se columbra como el nuevo amo. La única respuesta que cabe ante
semejante encrucijada es propinar una derrota integral a la razón burguesa
neoliberal que preside el presente diabólico torbellino nihilista. Por eso, la
esperanza sigue siendo el triunfo del nuevo orden mundial multipolar. Lo cual
no significa pensar que lo multipolar esté libre de proseguir en la crisis de
la mente humana y en la oscura era computacional. Pero es bueno pensar que la
verdadera revolución que se requiere no es cibernética, sino espiritual. Sin
una reconciliación con Dios no habrá auténtico humanismo que nos salve. Pero
tampoco ello garantiza que se revierta automáticamente el proceso de
deshumanización en marcha. La herramienta computacional acostumbra al menor
esfuerzo cognitivo, nos vuelve menos inteligentes y sensibles, reduce el campo
de la cultura y la vida del espíritu. Estamos ante un abismo en el que nuestra
comprensión es desafiada por las nuevas tecnologías. Un nuevo fetichismo de la
mercancía nos encubre y si no somos capaces de rehechizar al hechicero
sucumbiremos ante la amenaza existencial. La tecnología computacional ha
llegado para quedarse, ella fortalece la imagen inmanentista del mundo, y,
precisamente por ello, debemos preguntarnos si ¿la superación de la metafísica
inmanente de la modernidad será capaz de contenerla y controlarla?
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