viernes, 11 de mayo de 2012

FILOSOFIA DE LA CIENCIA


METACIENCIA O LÍMITES METAFÍSICOS
 DE LA CIENCIA
Cosmos y Escatología
                                              Gustavo Flores Quelopana
                                Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía


La actividad fundamental que está sucediendo en todo el Universo, desde la vida de las estrellas pasando por todas las formas de especies vivientes hasta las formas de inteligencia artificial, es el colapso gradual e inexorable que apaga toda actividad y enfrenta a toda la materia a la catástrofe y muerte final. Todas las maravillas de la creación caerán en el silencio, y más tarde o más temprano la segunda ley de la termodinámica, la entropía, se llevará el triunfo final. Dentro de este proceso apocalíptico, que puede ser considerado sólo como un breve interludio entre el caos del fuego original y el caos del fuego final, o más precisamente entre la enigmática nada desde el cual emergió el cosmos hacia la nada en el cual sucumbirá, cabe, sin embargo, hacerse la pregunta límite por el significado de todo este holocausto, que no va aparentemente desde el ser hacia el ser, ni del ser hacia la nada, o la nada hacia el ser, sino desde la nada hacia la nada. Con lo cual el Universo parece estar carente de propósito y significado. En todo caso, la pregunta metafísica fundamental no parece ser, como Heidegger afirmó, ¿por qué hay ente y no más bien nada?, sino ¿por qué de la nada hay ser? El Universo es realmente un sitio muy especial, pero ¿de dónde procede toda esta dirección inexorable? ¿Cuál es su significado último y profundo? Si toda la actividad cósmica disminuirá hasta cesar, si el Universo entero palidecerá en un holocausto que lo hará desaparecer, entonces ¿por qué de la nada tuvo que emerger el ser? Pero, si nada surge de la nada se colige, a la sazón, que sólo un Ser Superior guiado, por un propósito benévolo, puede haber dado origen a toda la creación, sacando al cosmos desde la nada, enigma capital de la cosmología moderna. Cuando Newton construyó un modelo de relojería del sistema solar alguien elogió su ingenio para construir mecanismo tan complicado, pero sin inmutarse respondió que Dios debió haber sido mucho más ingenioso al construir el original. Sin embargo, hay científicos que rechazan la posibilidad que el Universo sea una obra planeada, y, como Stephen Hawking, afirman que su mecanismo central, fruto del ciego azar, está a nuestro alcance.
Resulta siendo profundamente paradójico no sólo que en un universo asediado por la entropía pueda haber crecido el orden, sino que al final todo termine por ser engullido por el desorden. Estos enigmas científicos, que tocan temas fundamentales de la filosofía y de la teología, como estrictamente no siguen aquí un tratamiento científico, sino que están imbricados de reflexiones filosóficas y considerandos teológicos, los llamo Metaciencia.

                                                                        II
La ciencia moderna continúa aportando mucho al pensamiento filosófico y teológico en temas tan fundamentales como el nacimiento, la vida y la muerte en el Universo. Así las cuestiones que se plantea la ciencia son hoy más que nunca cuestiones filosóficas y este libro no es de epistemología ni de ciencia, sino de meditaciones metafísicas sobre la ciencia, o más precisamente sobre el ser de la inteligencia artificial, los límites metafísicos de la evolución y el significado sobre el final del universo. A este conjunto de reflexiones lo denomino METACIENCIA, entendida como aquella reflexión filosófica sobre las implicancias metafísicas que entrañan los problemas y descubrimientos científicos.
La superación del positivismo en la ciencia permite a ésta no negarse a reconocer las realidades que estudia la filosofía. “Usted es teólogo, yo soy naturalista; nuestros caminos son distintos. Yo trato de descubrir hechos sin preocuparme de lo que dice el Génesis”, le escribió Charles Darwin al reverendo Brodie Innes. No obstante, no sólo la comprensión de estas diferencias entre ciencia y religión, ciencia y metafísica no estuvo libre de conflictos, sino que mientras la ciencia actual más ahonda en la explicación de cómo surgió el mundo se topa con las clásicas preguntas de carácter metafísico y teológico.
Estamos en un punto de inflexión del conocimiento científico en que ciencia y religión, ciencia y metafísica se vuelven a encontrar pero esta vez para abismarse en los insondables misterios del universo. En cosmología los científicos se ven ante la pregunta inevitable de si el universo es resultado de un plan inteligente, el big bang puede ser entendido como creatio ex nihilo, el paso de la simetría inicial a la asimetría actual del cosmos hace necesario el arbitraje no del azar sino de una Voluntad, el planteamiento de conceptos no verificables como la existencia de una “energía oscura” que empuja el universo hacia su expansión llevándolo a una muerte térmica, de la “materia oscura” como aquella fuerza que mantiene unida el cosmos, la existencia hipotética de “agujeros de gusano” y ”agujeros blancos”, pues los agujeros negros son los únicos confirmados hasta el momento, el vaticinio de una “edad oscura del universo” en que los propios agujeros negros sin más materia que devorar se habrán extinguido, son ejemplos recientes y palpables de la necesidad que tiene la ciencia de recurrir a hipótesis metafísicas plausibles. Situación paradójica que contradice lo dicho por Newton: “Yo no hago hipótesis”.
La nueva ciencia lleva hacia posiciones holísticas, más abiertas al arte, la religión, el símbolo y la trascendencia. En el fondo se trata de una recuperación del logos humano de su integridad y polivalencia. Lo que Émile Meyerson criticó como el proceso del pensar científico que tiende a violentar  la realidad en aras de la identidad, tendencia que es en el fondo la misma exigencia de la razón y que fue subrayada por la filosofía posestructuralista, es lo que en mis investigaciones he llamado el totalitarismo conceptolátrico de la razón logocrática de Occidente. Sin embargo, la crisis universalista de la razón y el agotamiento de la cruzada antimetafísica de la epistemología hizo que el ancestral logos del mytho recuperase su papel provocando inusitados encuentros con el logos de la ratio. Este es nuestro propósito, reflexionar sobre lo real sin desconocer tanto el dominio de la ciencia, la filosofía y la religión. Se pretende un discurrir integral. El racionalismo decimonónico que sustituye lo diverso por lo único retrocede, porque la lógica conceptual y discursiva nos conduce a un pensar metafórico donde ratio y mytho se empiezan a dar la mano. El pensar logocrático occidental está fatigado y vuelve la mirada hacia su otrora despreciada enemiga, a saber,  el pensar mitocrático. Ahora cuando son evidentes los límites del racionalismo es cuando penetra por los poros de la ciencia el pensar mitocrático mismo, llena de fe, poesía, arte, mística y organicismo vitalista.
Los excelentes trabajos sobre ciencia y epistemología de Popper, Couturat, Koyré, Duhem, Lakatos, Russell, Reichenbach, Kuhn, Bunge, Agazzi, Mosterín, Penrose entre otros, y en nuestro medio las valiosas investigaciones sanmarquinas de J. Sanz, C. Alvarado de Piérola, J. C. Ballón, Raimundo Casas y C. Matta; nos eximen en nuestro caso de pretender una reflexión epistemológica sobre la naturaleza de la  ciencia,   más  bien  lo  que  se  busca  en  estas  páginas  es deliberar sobre sus límites metacientíficos, donde se entrecruza con la metafísica y la teología. A esto denominamos Metaciencia.
El afán neopositivista de enterrar a la metafísica ha fracasado y esto acontece desde la crítica popperiana al principio de verificación y su sustitución por el principio de falsación, el naufragio de la concepción estándar de Putnam, la idea de Hanson que toda observación está cargada de teoría, las ideas de Toulmin de reemplazar la teoría verdadera por la teoría adecuada, Kuhn acuña el concepto de paradigma, Quine critica la división entre enunciados analíticos y sintéticos, Hintikka propone un nuevo sistema de lógica inductiva, hasta la crítica antiepistemológica de la filosofía hermenéutica de Gadamer, Rorty, Ricoeur, Habermas y Otto Apel, que subrayan que el método experimental no se aplica al ámbito histórico humano. No fue el anarquismo epistemológico de Feyerabend el que destronó a la ciencia y a la razón objetivante de su lugar acostumbrado en el mundo moderno, sino que fue el propio derrotero de la autocrítica razón occidental la que restituyó a la metafísica en el presente. Esto es, la dinámica interna del logos humano, ascética, armónica y cosmocéntrica en Oriente y heroica, vitalista y antropocéntrica en Occidente, tienden a interceptarse en momentos en que la humanidad repara, quien sabe si tardíamente, en que el motor de la historia no puede ser la ciencia sino la fraternidad y el amor universal.
La epistemología neopositivista con Schlick, Carnap y Neurath abandonó toda especulación metafísica, pero Popper con  su  demoledora  crítica  a  la  inducción  exigía una nuevaepistemología. Se terminó renunciando el análisis lógico de las proposiciones científicas por la estructura histórica del descubrimiento científico. No obstante Lakatos abandona las reconstrucciones históricas de Kuhn para atender a la historia interna de la ciencia. Con estos nuevos desarrollos terminó la cruzada antimetafísica de la epistemología, se volvió más modesta y más consciente de sus limitaciones.
En consecuencia, cuando se habla de las limitaciones metafísicas de la ciencia se está aludiendo a su característico naturalismo, es decir, su referencia a entidades verificables experimentalmente.   Sin   embargo,   esto  mismo  delimita  su contexto categorial que no da cuenta del ámbito de lo sobrenatural. La explicación científica se explaya a través del modelo nomológico deductivo, que afirma una conexión necesaria, y el modelo nomológico probabilístico, que expresa regularidades no necesarias. Para Julio Sanz, quizá el profesor sanmarquino de epistemología más filosófico que haya tenido esa casa de estudios, las leyes científicas son enunciados acerca de la realidad, tienen un correlato en la naturaleza descritas de modo aproximado, por lo que no son reglas (instrumentalismo), ni operaciones (operacionalismo), ni relaciones lógicas (empirismo lógico) ni conjeturas (relativismo). Llamó escépticos, con razón, a Popper, Nagel y Bunge. Sanz se distinguió en sus libros por no ser un mero expositor ni un mero apologista del método científico, sino que cogió, como verdadero filósofo, las cosas desde la raíz asumiendo siempre una posición personal. Postura que en estos días, de libros muy bien informados, se deja extrañar. El profesor-autor técnico ha tomado el lugar del profesor-autor pensador. Ahora bien, mientras para los inductivistas las leyes científicas surgen de observaciones, para los deductivistas nacen de problemas. Esto lleva directamente al asunto del desarrollo de la ciencia. Para Kuhn, que rechaza la teoría de la correspondencia de la verdad, el desarrollo científico se realiza por cambios traumáticos llamados revoluciones científicas, para Popper esto lleva al relativismo historicista, y Toulmin niega que haya revolución en favor de un evolucionismo científico.
Sobre la incomprensión de las diferencias entre la ciencia y la metafísica se puede decir que antes eran los fanáticos de la especulación desenfrenada quienes entorpecían el camino de la ciencia, luego fueron los exaltados de la ciencia y del método empírico quienes entorpecían la metafísica, ahora el clima se atempera y favorece un diálogo positivo. Lo que hay que afirmar es que no hay que permitir que la ciencia se cierre a las realidades de la filosofía ni que la filosofía se lance sin trabas por las vías de la especulación desenfrenada. Sin embargo, bajo las brumas aun no disipadas del cientificismo finisecular brota una postrera impostura, la llamada “filosofía aplicada”, basada en una copia mal hecha entre la diferencia que existe con la ciencia puramente cognoscitiva y la ciencia aplicada o puramente utilitaria. La impostura de la filosofía aplicada ha renunciado a comprender mejor las cosas cambiándola por el propósito de mejorar nuestro dominio sobre ellas. Ya no es filosofía sino tecnología meramente pragmática. 


                                                                       III
Finalmente volvemos a preguntarnos: ¿Qué es la Metaciencia? Es un neologismo que hemos creado para referirnos al estudio de los problemas fronterizos entre filosofía, teología y ciencia, derivados de la propia investigación científica. Su propósito es demostrar los límites metafísicos de la ciencia, destacando que su posible solución radica en el planteamiento de problemas fundamentales de la realidad. También puede ser entendida como la doctrina que enuncia que los problemas de la ciencia son profundamente filosóficos y teológicos.
En un sentido varroniano muy general podemos distinguir tres formas de Metaciencia: la Metaciencia fabulosa, es la Metaciencia que emplean los literatos para configurar relatos de ficción. La Metaciencia natural, es la de los científicos, que tiene por objeto lo que la naturaleza es, su comportamiento, estructura y efectos. En fin, la Metaciencia filosófico-teológica, es la de los filósofos no empiristas y teólogos, y tiene por objeto la reflexión sobre el sentido de la realidad en base a los resultados provisionales.de la ciencia.
En un sentido más específicamente histórico-filosófico se pueden distinguir tres sentidos: 1) la Metaciencia metafísica; 2) la Metaciencia natural; 3) Metaciencia revelada. La Metaciencia metafísica es el conocimiento de las primeras causas y principios mediante la luz de la naturaleza y de la razón. La Metaciencia natural es el conocimiento de las causas de la naturaleza mediante la observación y experimentación de las cosas creadas. Y la Metaciencia revelada es la que obtiene sus principios a través de la revelación. Desde este punto de vista todos los teólogos, filósofos y científicos hacen Metaciencia, aun los materialistas, por cuanto se ocupan de los primeros principios de las cosas en su debido nivel y jerarquía.
Ahora bien, debido a que la Metaciencia no es estrictamente ciencia sino una especulación filosófico-teológica, a partir de algunos resultados de la ciencia, no es raro que no satisfaga al científico ni a muchas posiciones filosóficas e incluso teológicas, especialmente a la teología negativa con el Seudo Dionisio Areopagita, Plotino, Scoto Erígena, Eckhart, Cusa, Kierkegaard y Barth, que considera que lo finito no puede alcanzar lo infinito por ningún nombre, predicado o posibilidad humana. Pero este libro no busca convencer sino hacer solamente pensar.
Por otro lado, puede predominar la opinión de que la Metaciencia no es más que una filosofía teologizante, término creado por Croce para referirse a problemas mal planteados e insolubles. Pero aquí hay que señalar que la filosofía a lo largo de su historia no ha podido evitar  la teologización cuando se ha planteado la cuestión de la ciencia del ser en cuanto ser, o sea de la sustancia eterna, separada e inmóvil, o sea Dios. Heidegger intentó evitarlo, evitó hacer según él “ontoteología” pero a costa de romper la unidad con el ser mismo y degradarlo a la categoría de un ente. Opera sin duda en Heidegger la metafísica voluntarista de la mística alemana que convierte la investigación del ser en un supraser y entonces se afana en superar la metafísica óntica para alcanzar un pensamiento ontológico, aun más riguroso que el pensamiento conceptual. Aquí no veo la necesidad de asumir tal artificiosa separación entre Dios y el ser en cuanto ser, sin que ello no signifique cuestionar las limitaciones del pensamiento conceptual, sino que en nada daña a la filosofía y sí más bien la beneficia entenderse como reflexión teologizante.
Sin más consideraciones que hacer, por lo pronto, espero que el neologismo tenga mejor suerte en bien del conocimiento humano.
Por último, no pienso ocultar mi concepción cristiana del universo. A la luz de los aportes de la cosmología científica, de la filosofía de la física y de la reflexión teológica pienso que el universo no es un proceso eterno sino temporal de existencia y nadificación en el que se abarca a todos los seres. Y así la presencia de la entropía argumenta a favor de esta tesis. El Universo entero no marcha hacia un mayor orden, sino hacia un mayor desorden, hasta que llegue el momento de su colapso total, macro y microfísico, será el fin de las cuatro fuerzas fundamentales, el retorno de la materia a la nada. 
Todo lo cual lleva a pensar que primero está Dios trino que crea ex nihilo por amor, es distinto a su creación y es increado, y que hace posible todo lo existente. Luego está el mundo de las ideas o causas primordiales, que es eterno y contiene los prototipos de todas las cosas existentes, que es creada y crea. Le sigue el mundo fenoménico espacio temporal o sensible (ángeles, hombres y cosas) que es creada y no crea sino que transforma, formada en el comienzo como perfecta pero por el pecado original sufrió daño en su vida sobrenatural. Finalmente, está la muerte que ni es creada ni crea sino que destruye lo existente en la nada, se introduce al cosmos a partir de la Caída del hombre, fue derrotada por la Redención de Cristo y desaparecerá tras el Juicio Final. De modo, que sólo con Dios no sólo el hombre sino todo el cosmos logran la plenitud ontológica, donde lo natural y lo sobrenatural se integran nuevamente como al principio. El Cosmos mismo está inserto, por tanto, en un proceso escatológico.
Lima, Salamanca 2010

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