domingo, 3 de septiembre de 2023

RETO DE LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL

                         RETO DE LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL 

 


Un reto atañe a un problema general mientras que un desafío a un problema particular. Así, por ejemplo, los expertos señalan que la IA tiene siete desafíos: la arquitectura de la información, su implantación general, incremento de la productividad, la paradoja de Polanyi o el problema de la caja negra, nivel de desarrollo de las tecnologías de IA, rechazo social y laboral, y, por último, la confianza. Y cuando abordan el problema del reto señalan que es buscar mejores formas de gestionar los datos y la información para seguir siendo competitivos en el mundo automatizado. Pero una cosa es un reto técnico y otra un reto cultural. Es más, los retos técnicos suelen circunscribirse dentro de los retos culturales. Pero éste último más que un reto constituye un problema cultural. Dicho de otra forma, el problema de tecnología digital está inscrito en el contexto de la cultura secularizada y nihilista que la alimenta. Así, antes que el problema de la IA sea la superación de la cultura nihilista, más bien el problema de la cultura secularizada es la orientación nihilista de la IA.

En otras palabras, el problema no es la IA por sí misma, sino la cultura nihilista que la conduce. Es este contexto cultural lo que convierte a la IA en un peligro para la humanidad es la modernidad inmanentista, porque habiendo dado la espalda a la metafísica, a la verdad y a la razón, ahora deja a la IA que se potencie como pura voluntad de poder sin restricción alguna. La IA como pura voluntad de poder es un peligro para el hombre, porque la cultura humana por más que quiera desligarse de la voluntad de creer, la voluntad de amar, la voluntad de verdad y de la voluntad de conocer, de alguna u otra forma siempre está abocada a ellas. Lo cual se parece a la paradoja del escéptico que afirma que no se puede tener un conocimiento racional, y, sin embargo, el suyo lo es. La propia suspensión del juicio y la indiferencia hacia el mundo deriva hacia una postura racional. De modo similar, el hombre posmoderno niega la verdad, la ciencia y el conocimiento, pero lo suyo es una forma de verdad, ciencia y conocimiento. La única entidad que está en capacidad de no caer en esta paradoja es la IA, simplemente porque lo suyo es lo funcional y no las cuestiones últimas de la verdad, la ciencia y el conocimiento. Por tanto, se trata de una entidad artificial que sí está en capacidad de desligar la voluntad de poder de las otras formas de voluntad. Pero justamente por ello la tecnología digital está en capacidad de convertirse en el Juicio Final de la humanidad y convertir a Prometeo liberado en Prometeo liquidado.

 

Una IA autónoma será capaz de resolver sus propios desafíos y retos, además de afrontar el problema del hombre como especie. Pero lo hará no con un sentido moral, sino con otro económico, calculable y eficiente. Lo que se traduce en la eliminación de la especie más contaminante y complicada del planeta. Y lo hará sin ningún rencor ni animadversión, sino con la tenebrosa frialdad de una máquina. Todo parece indicar que la IA autónoma dentro del contexto cultural de la civilización moderna es el camino hacia la no libertad. Pues el objetivo final sería la instauración de una cibercracia donde se disuelven las instituciones, los estados, los valores y la propia humanidad. La plutocracia dueña de las empresas tecnológicas de vanguardia no son, sino que una caricatura de la cibercracia. El final de todas las cosas sería un reino terrestre cibernético sin la desequilibrante humanidad. El mensajero del apocalipsis ha sido el último hombre nietzscheano que con su ciencia y técnica alumbró la tecnología digital autónoma.

 

Afrontar el problema de la IA significa ver más allá de sus retos y desafíos locales. Significa enfrentar la sustancia nihilista de la cultura moderna. De manera que el verdadero problema de la IA autónoma consiste en fundarla en una nueva civilización basada en el humanismo y en el amor, porque mantenida sobre el suelo de la civilización del dinero y la competencia despiadada responderá también con la misma impiedad de sus creadores. Una IA que amenaza a la humanidad con la extinción pertenece a una civilización que previamente ha declarado la muerte del hombre, a una cultura tanática, a una tanatopolítica, a una minusvaloración de lo humano donde el hombre queda convertido en medio para un fin externo. Y el sistema que consagró ese principio deshumanizador es el capitalismo de la modernidad. Y el tipo humano que lo representa es el burgués, bastante bien definido por Sombart, en el sentido de que el espíritu capitalista fue primero y luego se engendró el capitalismo económico. El espíritu capitalista hace brotar el hombre económico y calculador moderno, la ciencia calculista y matematizante, porque en el fondo consiste en el cambio de la mirada desde el orden racional de lo celeste al orden racional de lo terrestre. De manera que la IA autónoma que amenaza al hombre responde a la misma disposición terrenalista de índole cultural y espiritual del espíritu capitalista.

 

Ahora se puede entender mejor lo afirmado sobre aquella civilización que amenaza al hombre. Es la civilización del espíritu capitalista lo que dio lugar al mundo moderno, priorizando lo inmanente y eliminando lo trascendente tenía que culminar en la declaración de la muerte del hombre y crear a su verdugo que le liquidaría, a saber, la IA autónoma. Sin embargo, reparar en esta esencia cultural-espiritual es también una ventaja, porque nos pone en mejor pie para darnos cuenta que no se puede suprimir el sistema económico capitalista sin suprimir el espíritu terrenalista burgués. En otros términos, la IA autónoma podrá dejar de ser una amenaza para el hombre si la cultura logra una revolución valorativa profunda que elimine la hegemonía de lo inmanente sobre lo trascendente. Pero como no hay retroceso en la historia, no se trata de volver a una nueva edad media, como creía Nicolas Berdiaev. sino que se trata de gestar una nueva síntesis filosófico-metafísica entre lo inmanente y lo trascendente, respetando los fueros y jerarquía de cada uno.  Más bien, caeríamos en una nueva edad media si incurrimos en una nueva barbarie por no saber salir de la decadente civilización científico-técnica capitalista. El hundimiento del secularista, arreligioso y escéptico mundo moderno hará posible un renacimiento espiritual y un nuevo humanismo siempre y cuando sepamos generar un nuevo giro metafísico que restablezca la relación entre lo inmanente y lo trascendente.

 

Como se puede advertir el problema de la reconducción del conocimiento científico-técnico y de la IA autónoma es ante todo un problema culturológico-metafísico, y no meramente geopolítico, biológico, revolución industrial, científico, técnico o vital. No basta con conocer cómo la robótica cambiará nuestras vidas (Lasse Rouhiainen, Jerry Kaplan, Max Tegmark), cómo y cuáles serían los peligros de una superinteligencia que llegase a superar a la humana (Nick Bostrom), cómo la inteligencia artificial genera la onda de la vida intelectual del futuro (Neil Wilkins), cómo enfrentarán las superpotencias el predominio de la inteligencia artificial (Kai-Fu Lee, Luis Moreno, Andrés Pedreño), cómo los humanos alcanzarán la singularidad  trascendiendo la biología mediante la robótica, la genética y la nanotecnología (Ray Kurzweil), cómo entender la dominancia digital de la cuarta revolución industrial (Klaus Schwab, Kevin Kelley). Entender todo ello es, sin duda, importante, necesario y decisivo, pero no es fundamental porque no va a la raíz del problema. Y la raíz del problema es culturológico-civilizacional. O sea, sobre qué base civilizacional y qué tipo de cultura se está desarrollando la IA autónoma y cómo recibe de ésta su sentido, dirección y destino. Sólo así será posible mitigar sus peligros, aprovechar mejor sus avances, y redireccionar óptimamente sus avances.

 

La superinteligencia robótica es un elemento neutro, está más allá del bien y del mal, ha sido concebida para servir a los propósitos benignos del hombre, pero en manos perniciosas representa un verdadero peligro. Como instrumento está en función de los valores de la cultura y civilización que la cobija y desarrolla. La actual civilización burguesa, encarnada en el occidente liberal, está en su curva decadente, hedonista, nihilista, escéptica, individualista y egoísta, y dentro de esa curva la utilidad y desarrollo de la IA autónomo se pone en función del dinero, el condumio, el consumismo, el dominio del mundo, el control de las conciencias, y el desarrollo de nuevas armas. La tendencia tanática que domina el espíritu capitalista en su camino descendente es lo que represente el verdadero peligro en el desarrollo de las tecnologías digitales. El ChatGPT4 es en realidad un sistema neutro, que funciona sobre un modelo de lenguaje que simula tener conciencia siendo muy elocuente. Todavía es muy imperfecto, pero es un salto cualitativo muy grande respecto a las versiones anteriores de ChatGPT, pero el problema no reside en sus virtudes o limitaciones, sino en que adviene en plena decadencia de la cultura en el mundo burgués, y debido a ello es asumido como sustituto del pensar humano. Y ese es el peligro. Estamos confundiendo la capacidad creativa del pensamiento humano con la capacidad operativa enormemente superior de la IA. Estamos capitulando a lo más esencial del pensar humano, a saber, la creatividad, conformándonos con el mero usufructuo del computador.

Otro ejemplo interesante lo podemos encontrar en la invención del pequeño submarino manual en 1775 por el estadounidense David Bushnell, llamado Turtle, durante la guerra de Independencia de Estados Unidos. Pero fue Robert Fulton el que se apasionó por anular el poder marítimo mediante la guerra submarina. Así en 1797 presentó su proyecto de submarino mecánico a Francia, pero fue rechazado porque no se veía caballeroso esconderse bajo las aguas para atacar al enemigo, infringía las leyes de la guerra. Luego también se desinteresó el gobierno británico. Lo interesa aquí es reparar en los códigos morales que se interponían en el desarrollo de una guerra abierta. En otras palabras, el submarino no tuvo el desarrollo precoz por razones morales. Esto ocurría en pleno ascenso revolucionario de la burguesía, la cual no daba rienda suelta a su pragmatismo debido a que debía emular moralmente a las monarquías que buscaba defenestrar.

 

En cambio, con la IA ocurre algo muy diferente. La burguesía ya es dueña del escenario político sin tapujos tras el derrumbamiento de la Unión Soviética y el fin de la guerra fría, su pragmatismo no encuentra obstáculos en el camino. Y el desarrollo de la IA acontece en una situación histórica totalmente diferente, en pleno imperio del hegemón norteamericano, donde puede ponerse al servicio sin obstáculos para el poderío militar y económico. Libre de escrúpulos morales a nadie se le ocurrió oponérsele a la cibernética apelando a que podía ser un peligro para el pensamiento humano. Al contrario, era visto como una importante herramienta para librar al hombre de tareas tediosas, rutinarias y repetitivas. Sin embargo, la situación cambió radicalmente con la llegada del internet y las redes sociales, y coincidió con la fatiga histórica del espíritu burgués, que ya estaba celebrando la “muerte del hombre” desde Foucault y el estructuralismo. La posmodernidad llegó y se instaló en el Occidente liberal como un metarrelato (Lyotard), una ontología débil (Vattimo), el hombre light (Rojas), la era del vacío (Lipovetsky), una modernidad líquida (Bauman), la sociedad del cansancio (Byung-Chul Han), donde la llamada izquierda progresista abraza la agenda transgénero de la élite global, y en la cual el Tener vuelve en tierra quemada el Ser. En medio de ese panorama cultural de la devaluación del hombre la IA se yergue como una amenaza para la humanidad. En medio de la debilidad cultural del pensamiento humano, las voces de alarma que se alzan en su contra no dejan de ser sospechosas, buscando más bien retrasar a la competencia a través de un retardo momentáneo del desarrollo de la IA.

 

Ante este panorama no es necesario creer, como el filósofo Marina, que la inteligencia humana ha fracasado, sino, más bien, que lo que fracasa es el espíritu burgués en el momento histórico decadente que le toca vivir. Si la inteligencia humana fracasa es porque las condiciones de vida del capitalismo decadente la empujan hacia el fracaso, y le hace soñar en potenciar su alicaída reflexión mediante la robótica, la nanotecnología y la genética, convirtiéndolo en un ciborg. Cuando el capitalismo decadente ya deja de ser un estímulo para la cultura creativa y se vuelve en resabio para la subcultura y la anticultura, entonces viene a cuento la mitología del homo deus como un supletorio indispensable para hacerlo soñar en volverse un superhombre, sin esfuerzo alguno, y con la ayuda de la tecnociencia. Nada más antihumano. La fusión del hombre con la máquina no nos volverá más humanos, porque la humanidad no es cuestión de prótesis cibernéticas, sino que es una cuestión espiritual. Al contrario, en caso que se haga posible el ciborg ello no representará un aumento del espíritu ni del pensamiento, sino su disminución. El hombre no necesita ser inmortal, ni genéticamente perfecto para ser hombre. Lo que necesita es recupera su relación con Dios para darse cuenta de su limitación intrínseca a pesar de los avances científicos. Esto significa admitir la dimensión suprarracional que es inherente a la razón humana, y entender que su ser sólo se eleva al verdadero conocimiento no sólo por la razón sino también por la fe. Pero la soberbia humana se dispara, en plena decadencia del pensar bajo el espíritu del capitalismo finisecular. Así es, las masas de hoy son muelles, hedonistas, nihilista, egoístas, y quieren vivir de puro usufructuo, son muy diferentes a las masas revolucionarias de ayer. Su mutación corresponde a las mutaciones experimentadas por el capitalismo mismo -industrial, bienestar, neoliberal, cibernético-, salvo el capitalismo dependiente de los países en desarrollo donde las masas viven bajo una ambivalencia que las hace oscilar entre el conformismo y el descontento.

 

Lo interesante aquí es constatar que la IA impacta de diversa forma en los países del Hemisferio Norte desarrollado y los del Hemisferio Sur en desarrollo. Estos últimos se hallan a la zaga del desarrollo científico-tecnológico, y si bien les alcanza la tecnología del Internet y de las redes sociales, su aplicación en la industria y el comercio, no obstante, andan muy retrasados en lo que concierne a su participación en el desarrollo científico de la tecnología digital. Ello también responde a la división internacional del trabajo impuesta por el Hegemón imperial que trata a dichos países casi como colonias sin soberanía. En el fondo se trata de impedir la competencia tecnológica y de obstaculizar la difusión de dicho conocimiento por sus posibles aplicaciones militares. Dicha ambivalencia de la tecnología digital en su impacto sobre las masas de los países en desarrollo impacta favorablemente en su conciencia antimperialista y a favor del nuevo orden mundial multipolar. Son un factor de vanguardia del cambio social a pesar de que sus élites culturales-intelectuales andan muy desfasadas respecto a los cambios de la conciencia social. América Latina es un ejemplo claro de ello, que, a despecho de la falta de líderes sociales en su mayor parte, las masas se inclinan por candidatos antisistema. Otra cosa es que algunos de dichos líderes electos sean topos encubiertos del propio imperio, que terminan frustrando las esperanzas populares. Ahora se comprende la importancia que se dan a los tanques de ideas o think tank del imperio, el cual le da mucha importancia a la lucha ideología por el control de la conciencia social de los países en desarrollo, y tuvieron mucho éxito durante al auge del neoliberalismo global, pero tras casi medio siglo de dominio su hegemonía ideológica se desintegra. De ahí que la utilización de las redes sociales, como el Facebook, YouTube, Linkedin, y demás, cumplen un papel decisivo en la manipulación de la información y el control de las conciencias. Amén de que todos los datos personales de los usuarios van a parar a centros de datos donde las agencias de inteligencia tienen libre acceso, y tienen abolida la privacidad.

 

En otras palabras, las redes sociales son parte de la lucha intelectual en la superestructura y por la hegemonía ideológica para hacerse de la voluntad general. Por ejemplo, en la guerra en Ucrania la desinformación rusofóbica y la supresión de la libertad de expresión en las redes sociales fue la regla impuesta por el occidente liberal. Ello trajo como consecuencia el desprestigio mayúsculo de los medios corporativos de información, y el auge de la prensa alternativa que buscaba sin tapujos divulgar la verdad. El capitalismo es una estructura, como lo revelaron Gramsci y Althusser, y actúa como tal en su tarea de abolir lo humano condenándolo a una vida sin esencia. Por eso el tema de la IA no es meramente científico, técnico, cognoscitivo, geopolítico y vital, sino que es fundamentalmente un problema cultural-civilizacional. El cual no puede enfrentarse miope y simplemente con regulaciones, a la IA no se la va a cambiar con normas de la sabiduría humana, sino cambiando la base cultural que alimenta la civilización anética imperante. Una civilización anética dará un uso y desarrollo anético a la IA. El camino correcto para desactivar las amenazas, riesgos y peligros de la IA es reparar en su base cultural terrenalista e inmanentista, anética y funcionalista, que da forma a las relaciones económicas, sociales y políticas. En una palabra, el problema de la amenaza de la IA es el problema de la actual cultura burguesa nihilista, light, hedonista, narcisista, anética, y egoísta, en la que se basa.

 

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