sábado, 12 de agosto de 2023

TRASPASANDO LOS LÍMITES

 TRASPASANDO LOS LÍMITES

Cuando hablamos de traspasar los límites no nos referimos a las temerarias provocaciones del Imperio del mal por todo el planeta, ni a la remisión de un submarino nuclear yanqui a Corea del Sur, ni al despliegue de bombarderos estratégicos supersónicos B-1B Lancer con capacidad nuclear a Suecia, ni al añadido de seis bombarderos nucleares B-52 a Europa, ni al plan norteamericano de concentrar 100 mil efectivos listos para intervenir contra Rusia, ni al envío de armas prohibidas al régimen nazi de Kiev, ni a la decisión de Alemania y Francia de enviar a Zelenski armamento pesado, ni a la concentración de artillería, blindados, infantería, barcos y aviones en torno a Rusia, principalmente por parte de Polonia, ni a la permanente provisión de mercenarios a Ucrania. No, a eso no nos referimos, a pesar de que ello también es traspasar los límites.

Nos referimos a un fenómeno histórico que involucra a todo ello, y es que el mundo está traspasando los límites del capitalismo neoliberal global para encaminarse hacia un socialismo que utiliza la economía del capitalismo social de mercado y la cultura asentada en los valores de la tradición. Estamos hablando de una nueva fase de la historia cuyo perfil económico no acaba aún por definirse, utilizará por un tiempo más las reglas de acumulación de capital del capitalismo, en política exterior se basará en el respeto de la autodeterminación de los pueblos y en el no injerencismo en los asuntos internos de los Estados, en cultura pondrá fin a la inmoralidad sexual, la ideología de género, recuperará la tradición religiosa, la visión metafísica de las esencias y se reconciliará con Dios.

No es que se vaya a suprimir la secularización, pero sí se le pondrá límites. Se tratará de una sana corrección de las extralimitaciones del racionalismo y empirismo moderno, el cual acabó en el mito del culturalismo donde todo es invención y constructo social. El mundo buscará sanearse de las extravagancias del subjetivismo de la modernidad y lo hará sin buscar un nuevo retorno a la Edad Media. Por ello, se tratará de rescatar la trascendencia divina sin afectar la realidad de lo inmanente. O sea, estamos ante el traspaso de los límites culturales de un mundo agotado, finisecular y esclerótico, que si no es superado sólo llevará a la enajenación sin límites del hombre y a su sustitución por la máquina inteligente.

No tiene sentido limitar el peligro que atraviesa actualmente la humanidad solamente a la amenaza de un Apocalipsis nuclear, cuando lo que vemos es que el espíritu de la civilización moderna, en su agotamiento, se volvió nihilista. El mundo ha llegado a un límite en que se necesita una nueva cultura, un nuevo espíritu epocal, sin lo cual no surgirá civilización nueva alguna. El cristianismo lejos de ser abandonado deberá ser retomado con toda su acervo místico y riqueza espiritual, y lo mismo acontece con las grandes religiones del mundo. El occidente cristiano, opuesto al corrompido occidente liberal, junto al Asia budista, hinduista, al Medio Oriente musulmán y judío serán los encargados de encaminar a la cultura humana hacia un nuevo renacimiento espiritual. Y esto no puede hacerse sin conexión con las relaciones internacionales, la geopolítica y la geoeconomía.

La soñada paz perpetua de Kant demostró que no puede ser lograda solamente basándose en el cosmopolitismo, el republicanismo, la democracia, la abolición de tratados secretos, la supresión de los ejércitos permanentes, ni intervenir en los asuntos internos de otros. Pues, si a ello no va unido la reconciliación con Dios, la recuperación de las esencias y el logro de una nueva imagen del mundo basado en el amor y la justicia, no habrá paz perpetua entre los países. Ya lo decía Dostoievski: “Sin Dios todo está permitido”. Aunque el fanatismo religioso también se encargó de demostrar que “con Dios todo está permitido”.

A lo que vamos es que el fin de las guerras y el peligro de una guerra nuclear no depende solamente de constituciones republicanas, ni de la naturaleza económica del sistema productivo, sino, principalmente, de las potencialidades del espíritu cultural de una época. Allí está ínsito las posibilidades para la paz o de la guerra. Pero tampoco queremos pensar que exista un espíritu cultural indemne a la degradación epocal. Todo tiende al desgaste, incluso el espíritu de una época. Recordemos, sin ir muy lejos, al propio espíritu burgués, que con todo su terrenalismo e inmanentismo cumplió un papel político revolucionario en los siglos XVIII y XIX, aunque su papel ideológico cultural renovador acontece en los siglos XV, XVI y XVII. Lo que vino después de la segunda mitad del siglo diecinueve fue el comienzo inexorable de su declive, encontrándonos actualmente en la curva de su franca decadencia. Es decir, no hay espíritu cultural que esté exento de degradación histórica. Ello forma parte de su propia existencia y desarrollo. Debe conocer no sólo su esplendor, sino también su declive. Lo que nazca hoy, tras el terremoto geopolítico que nos asalta, también tendrá que llegar a conocer su fin. Lo que en un momento surge con un carácter progresista y revolucionario tendrá que atravesar las horcas caudinas de su decrepitud y reaccionarismo. La transitoriedad de la historia debería poner al hombre en alerta sobre lo efímero de sus logros en el tiempo largo de Braudel, previniendo al menos que la transitoriedad dialéctica exige nuevo dinamismo entre positividad y negatividad de la praxis humana.

No obstante, lo que sí permanece incólume del legado kantiano es que trata el problema de la política en relación con la moral y que la guerra debe resolverse siempre a favor de la moral. Sólo que a esto hay que añadir una observación nada baladí y es que la política y la moral secularizada fue útil para derrotar a la nobleza y el clero reaccionario del momento, pero en su desarrollo demostró que la política divorciada de lo moral -tipo maquiavelismo puro- y las virtudes morales separadas de las virtudes teologales terminaron en el endiosamiento del hombre. Ese narcisismo del antropocentrismo sin Dios alimentó los fascismos genocidas, las guerras mundiales, los Auschwitz, la ideología del superhombre, el consumismo mecadólatra del capitalismo liberal y el egocentrismo de las redes sociales bajo el capitalismo cibernético.

El traspasar los límites tampoco significa que la historia tenga un curso regular, al contrario, es muy irregular, y, en todo caso, el progreso indefinido de la humanidad es sólo tendencial, no excepto de retrocesos, estancamientos y desviaciones. Por ejemplo, todo indica que en la presente situación histórica es muy probable que un cúmulo de circunstancias y factores favorezcan el esplendor y hegemonía de la civilización euroasiática, en especial sino-rusa. Esa confluencia entre Oriente y Occidente, que generalmente ha sido señalada de profunda antítesis, significará un enriquecimiento cultural apreciable.

Tratándose de dos almas de distinta profundidad metafísica su encuentro estrecho morigerará el antropocentrismo occidental, el reencarnacionismo y sed de no ser de la India, el terrenalismo de la armonía chino, el monoteísmo estricto musulmán y judío. No es que llegarán a sintetizarse todos ellos, permanecerán en las antípodas, pero con más tolerancia y comprensión. Tampoco es exacto afirmar que Occidente nunca entrará en decadencia porque está nutrida de la savia de culturas milenarias. Así, tiene el afán de inmortalidad de la egipcia, de conquista de la romana, celeste de los caldeos, exploradora de los fenicios, cognoscitiva de los griegos, infinito de los hindúes.

Pero ello no significa que sea inmortal en la historia. Al contrario, el momento actual es de una gran reconfiguración de las fuerzas históricas, donde la guerra sigue funcionando como partera de la historia, y en donde se va gestando un nuevo motor histórico. Ese nuevo motor histórico está liderado en lo económico por China y en lo cultural por Rusia. La Rusia de Putin reivindica la tradición cristiana de occidente, lo cual es decir bastante, dado el curso secularizado al extremo del occidente liberal. No es que nos espere la Casa Ecuménica a la vuelta de la esquina, para ello hay que educar a la humanidad en el amor y fraternidad universal, pero si sabemos sortear el escollo del apocalipsis nuclear nos espera allá en la lejanía futura de la historia una unidad más radiante y universal para la humanidad.

Quizá llega en un momento tan providencial el auge del emerger de la civilización euroasiática, porque en medio de la calamitosa crisis climática que nos azota es imprescindible el encuentro creativo de los impulsos culturales antropocéntrico y cosmocéntrico. Si China, Oriente Medio y Occidente llega al Absoluto valorando el cosmos, lo contingente y lo finito, valorando en una palabra el Ser; el Oriente Hindú y budista llega al Absoluto desvalorando el cosmos y lo finito por el camino insondable de la Nada y el Nirvana. Este encuentro cultural entre el Ser y la Nada, que representa el nuevo orden mundial multipolar, resulta siendo de profundo significado, porque personifica una ruptura con el inmanentismo de la modernidad, una recuperación del sentido de la trascendencia y del ser, un reconocimiento de las dimensiones suprarracionales de la razón, y un nuevo sentido de la vida y existencia humana.

Habremos traspasado los límites de la modernidad si en la hora actual se consuma la derrota cultural y material del orden mundial unipolar y el auge del orden mundial multipolar. Será la derrota del nihilismo, y la recuperación de la dimensión metafísica del Ser y la Nada.

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