lunes, 28 de septiembre de 2015

LO CÍVICO COMO ESFERA PROPIA DEL VALOR

LO CÍVICO COMO ESFERA VALORATIVA PROPIA
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
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El presente prólogo que escribo al libro ¡HIMNOS EN LA ACTUALIDAD! ¿PARA QUÉ? del himnólogo peruano Julio César Rivera Dávalos, no apareció en dicha obra porque Rivera procedió a efectuar cambios y recortes arbitrarios de contenido con los cuales no estuve de acuerdo. Por eso preferí retirar mi Prólogo, que en realidad no era tal sino que constituía un Estudio Crítico. 

Así mismo, una vez que dicho libro fue publicado y lo tuve en mis manos, advertí que muchas menciones a mi pensamiento se habían sistemáticamente suprimido. Incluso se eliminó mi nombre del Indice Onomástico y se recortaron las menciones de mis obras en la Bibliografía. El más notorio recorte incumbe a mi Crítica de la razón mística, donde me explayo sobre la tipologías de los sentidos significativos y que en la obra de Rivera se consigna sin mencionarme en la página 112. O la mención de mi libro La globalización del hiperimperialismo en la página 340 siendo excluido de la bibliografía. 

Lo más risible de todos estos recortes y supresiones injustos es que soy mencionado en las páginas 6, 24, 203, 340 y 356 pero no soy consignado en el mentado Indice de nombres. Es inevitable pensar que no se trata de una omisión involuntaria sino, todo lo contrario, se trata de una torpe eliminación dirigida que busca ocultar mi aporte como colaborador en dicha obra. 

En suma, los actos inamistosos, personalistas, e ingratos, fueron:
1. Recortó drásticamente mi Estudio crítico y pretendió presentarlo como Prólogo. Ante lo cual retiré mi escrito.
2. Eliminó la mención de mi nombre del Indice Onomástico a pesar de estar mentado en varias páginas del texto.
3. Redujo a la mínima expresión la mención de mis obras empleadas en su Bibliografía
3. Omitió citar mi obra Crítica de la razón mística en el lugar correspondiente.
Naturalmente que este infeliz episodio de alevosa deslealtad y vil desagradecimiento dañó seriamente la confianza y la propia amistad. "Vivir sin amigos no es vivir" escribió Cicerón. Pero vivir con falsos amigos es peor que vivir con enemigos.

Pero quizá lo más serio es que ahora considero a nivel teórico con más desapasionamiento y serenidad que no parece haber mucho fundamento en esperanzarse en una revolución mental y moral a través de la renovación de las letras del himno patrio. Es como suponer que el cambio de color de una bandera va a producir mejores ciudadanos. El verdadero impacto de las letras de un himno sobre la mentalidad nacional es posible que sea real, pero no es significativa. En todo caso, su fuerza moral y renovadora es bastante modesta y poco importante. Esto no disminuye en nada el valor del descubrimiento del carácter valorativo de lo cívico y de los símbolos patrios.

Eso sí, trabajar este tema de lo cívico y de los símbolos nacionales asesorando a Rivera me dio muchas satisfacciones teoréticas. Quizá una de las más interesantes es hacer arrancado al símbolo patrio de la égida de lo consuetudinario. Y haberle encontrado un estatus propio. Mi colaboración data desde su segundo libro -El poder de un símbolo patrio-, pero mientras allí la investigación simbólica desentrañaba la esfera timética en cambio aquí se desentraña su esfera ético-cívica. 

Contra lo que muchos ágrafos puedan pensar, elaborar un libro al alimón no es un demérito. Por el contrario, es un enorme mérito de poder sincronizar dos mentes en un mismo objetivo y tema. Y es así porque exige desprendimiento, generosidad e idealismo. Cosa muy poco común en nuestros lares nacionales, tan obsedidos por el personalismo y el protagonismo. Y en esto último incurrió Rivera.

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Esta es una obra que  constituye una crucial  fundamentación de la himnología, como disciplina filosófica, con un enfoque de carácter científico y fenomenológico, ampliando notablemente el dominio de las ideas a priori en la fenomenología  del  sentimiento, y demostrando conexiones esenciales, antes ocultas, en la esfera cívica.

Esta obra  tiene una posición central en el contexto de los trabajos que hasta ahora ha publicado el autor, por cuanto contiene no sólo la fundamentación filosófica de lo hímnico, sino que incluye una teoría complementaria acerca de las relaciones estrechas entre religión, lo trascendente, lo cívico y lo moral. Esto contribuye a un ahondamiento del concepto y fundamentación del principio de solidaridad, ya descubierta en su obra anterior, como basamento  de la nueva teoría de las formas esenciales de los grupos humanos  y de la filosofía social. Es por ello que el autor propone con exactitud y agudeza la teoría de la experiencia de las esencias en lo cívico.

El espíritu que anima la presente filosofía hímnica, tiene carácter objetivo y  ético, donde  resulta necesario  establecer el axioma que en el símbolo hímnico los valores consuetudinarios deben estar subordinados a los valores éticos cívicos, y no a la inversa,  por ello el autor confirma que la emocionalidad cívico ético está estrechamente ligada al  imperio moral y al objetivismo axiológico,

 Para el autor lo cívico y moralmente valioso no es solamente la persona aislada, sino sobre todo la persona vinculada a lo trascendente,  a lo espiritual  y al  prójimo, que  se siente unida solidariamente con la humanidad. Esto es, que lejos de promover un estrecho y miope nacionalismo, por el contrario restituye el reino axiológico de las personas a través del principio de solidaridad. Es decir, esta obra y la teoría acerca de la emocionalidad cívico ética tienden a promover  y fortalecer la moral individual y colectiva.

Es más, dado que  la teoría del autor se sitúa en el centro vivo de la capacidad activa de la  persona individual, desarrolla la reivindicación del derecho de modificar la tradición y de rechazar con energía cualquier dirección del ethos que haga depender  el valor esencial de la persona originaria, de su relación con un mundo de bienes, costumbres y  de una comunidad que existe independiente  de ella.  El sentido y valor final de esta obra  se mide, en último término, exclusivamente por el puro ser (no por los valores del rendimiento ni la utilidad) y por la bondad más perfecta que sea posible desplegar en la más pura belleza y armonía íntima de las personas.

Precisamente por estar centrado en el puro ser, el autor va mucho más allá  de la ética de bienes y fines  de Aristóteles,  de la ética de las virtudes del estoicismo, de la ética del deber ser de Kant, de la ética  de situación del capitalismo, sin ir a parar en un objetivismo y ontologismo que fosiliza el espíritu vivo en un objetivismo esencial estático de los valores. En este sentido, la postura axiológica de Julio Rivera no tiene reparos en asumir que los valores se plasman y son vigentes  en cuanto son realizados a través  de los sentimientos. Este es el sentido de su estricto personalismo. Personalismo que colisiona con la perspectiva nominalista de la filosofía moderna, la cual desterrando todo valor en lo trascendente reduce el universo humano a un puro relativismo y pragmatismo inconsistente.

Se puede sostener, sin dubitaciones, que esta obra maestra del autor se  encuentra inspirada  en la ética personalista de los valores  del filósofo alemán Max Scheler. La tesis ético-cívica, como esencia del símbolo hímnico, concebida por Rivera Dávalos tiene la virtud de presentar: 1. Una crítica a la  tradición   consuetudinaria,  y 2. asienta  la existencia  de la emocionalidad cívico ética como un acto del espíritu vivo de la personalidad humana, para captar valores específicos del reino de lo cívico.

Aplicando la fenomenología, la metafísica,  la dialéctica, la  axiología,  la semiótica y la hermenéutica al símbolo hímnico, descubre el reino ontológico de lo cívico, a través  de  la emoción de  valores específicos  que son objeto de una intuición inmediata.

Esta vinculación entre lo axiológico y lo ontológico  lleva  al  autor a asentar lo legal en la ética del deber ser, y a su vez fundar la ética del deber ser en la teoría de las virtudes,  la que  a su vez se basa en la teoría de los valores, y éstos se asientan en la teoría de la persona humana. Y finalmente esta teoría  se fundamenta en la intuición primaria del ser. Esto significa  que lo axiológico está basado en una metafísica  de la persona,  la  cual  a su vez se fundamenta en la metafísica  del ser.

En realidad, el autor llega a estas conclusiones efectuando un análisis fenomenológico del símbolo patrio. En este análisis se revela un  a priori o un ser ideal que no es una posición del sujeto. Se trata  de una  intuición de una singular esencia cívica unida a un análisis filosófico. Las esencias son dadas  antes de la experiencia y por eso son a priori. El contenido de las esencias es independiente de la observación y de la experiencia. Por eso en la experiencia fenomenológica se dan los hechos mismos y de modo inmediato, y no necesariamente por medio de símbolos, signos o fórmulas. Esto quiere  decir que el análisis del símbolo patrio  nos retrotrae a una intuición esencial en el que se distingue la categoría  como concepto  y como contenido de intuición categorial.

Ello significa que la experiencia fenomenológica es distinta a la experiencia de la cosmovisión natural  y de  la experiencia de la ciencia. Esto es, la experiencia fenomenológica hímnica trasciende la expresión simbólica y va al hecho mismo de la intuición esencial del valor, contenido en la emocionalidad ético-cívica. Por eso podemos decir  que la experiencia fenomenológica, en la que se basa este libro, es  asimbólica, intuición y deducción filosófica, porque  en ella no cabe la separación  de lo “mentado” y lo “dado”.

Esto quiere decir que recién en la correspondencia entre lo pensado y lo dado aparece el fenómeno hímnico y simbólico; por cuanto la   experiencia fenomenológica no tiene nada que ver con el prejuicio psicologista de la percepción “intima”, cuanto más si el criterio consuetudinario que se servía como basamento tradicional de la hermenéutica hímnica  era  de carácter psicologista. Es decir, la experiencia fenomenológica  es capaz  de cumplir  con el análisis de las esencias de  todos los símbolos posibles, porque ella es principalmente  asimbólica en la intuición simbólica, en la correspondencia con la esencia dada. 

Cuando el análisis fenomenológico señala que la nueva clave  de la simbología hímnica  es la emocionalidad  cívico-ética,  se está aludiendo a intuiciones  de esencias y no necesariamente a productos de la razón. Y esto es así porque el gran aporte de la experiencia fenomenológica es haber demostrado que lo dado sobrepasa a lo pensado. La emocionalidad ético-cívica  es un a priori porque se funda en esencias. Es una conexión “dada” y no producida o fabricada por la razón, de manera que es “intuida” y no “hecha” por la conciencia intencional del sujeto cognoscente. Se trata de primitivas  conexiones de cosas, pero no de leyes, ni de objetos por la sola razón.

Toda conducta cívica se cimienta en la intuición cívica, todo civismo debe también desembocar en los hechos de que dispone todo conocimiento cívico y a sus relaciones a priori. Pues,  no es civismo  el conocimiento y la intuición misma cívica. Cívico es más bien, en primer lugar la formulación  según las leyes del juicio de aquello que es dado en la esfera del conocimiento cívico. Y, es civismo filosófico aquello que se limita al contenido a priori de lo que está dado con evidencia en el conocimiento cívico.

El querer cívico no debe emprender su camino a través del civismo -mediante el cual ningún hombre se hace cívico-, sino  a través del conocimiento  y de la intuición cívica. Lo dado cívico es un a priori material válido para una región especial de objetos. No está demás indicar  que la noción a priori que se maneja  en este libro no es formal ni racional como en Kant, sino de índole fenomenológico.

De suyo se comprende la complejidad ínsita  en la  nueva clave del símbolo hímnico. Así, el valor  cívico tiene una triple vinculación con las autónomas esferas ontológicas, a saber: con el valor estético de los símbolos nacionales, con el valor moral que entrañan los mismos, y finalmente con el valor religioso del sentimiento de lo sagrado o reverencia patriótica.

Por ello, en  su dimensión estética  su valor  ideal  está depositado en objetos y cosas inmanentes. Por su dimensión ética su valor  normativo está depositado en personas. Y  por  su dimensión religiosa  se vincula a una entidad supra-personal, como es la Patria. Por ello, el reino  del valor cívico involucra también y, además, al sentimiento nacional,  la consciencia de identidad nacional, al carácter nacional y a la mentalidad  nacional, como valores  cívicos propios.

De modo que el valor cívico no representa la simple sumatoria  del valor cívico, moral y religioso, sino que es una esfera valorativa propia. El objeto cívico por excelencia  es la idea y sentimiento de patria, y el valor cívico por su forma es una actualización de su dimensión estética, y por su contenido una actualización de su dimensión ético religiosa. El acto cívico, de este modo, tiene por su contenido  una conexión ético religiosa  y por  su forma una conexión estética.

En este sentido, no debe afirmarse que el ser superior  del valor cívico se percibe sentimentalmente o que el valor superior es “preferido” o “postergado”, toda vez que, la esencia del ser superior  del valor cívico, como de todo valor,  es dado forzosa y esencialmente en el preferir. El acto de preferir  no se equipara al acto de elegir en general  y, por tanto, a un acto de tendencia.

El acto de preferir se realiza sin ningún tender, elegir ni querer. Así decimos: prefiero la orquídea a la madreselva, etc., sin pensar  en una elección.  El preferir cívico, como todo preferir valorativo es de carácter apriórico y tiene lugar entre los valores mismos con independencia de los bienes. Un preferir de esta naturaleza comprende complejos enteros  de bienes. Todo lo cual supone una superioridad ínsita en la esencia de los valores respectivos.

Un valor simbólico auténtico, como el himno patrio, implica que se haya concentrado en él simbólicamente lo sagrado, lo bueno y lo bello; pero también posee, justamente por ello, un valor fenoménico propio, en nada relacionado únicamente con su valor como música y poesía. En este sentido, el valor simbólico de un himno patrio  es que comparte un valor sacramental que hace alusión a su función específicamente simbólica de algo venerable. 

El símbolo hímnico viene a ser parte de un complejo sensorial existente por sí, es decir de una Tradición. Esto es, que se trata de un símbolo que ya pertenece a la esfera del medio social, pero este medio que es la tradición tiene a la vez elementos fijos y móviles, reconocibles  e identificables por un auténtico tradicionismo e invisibles para el petrificado tradicionalismo. De ahí que el autor mediante la propuesta de una nueva letra perciba la necesidad de cambiar el curso del proceso sensorial del símbolo hímnico que está inserto en la tradición. Se comprende entonces, que el símbolo hímnico sea parte de un vivir, hechos que dan a lo cívico su  unidad interna y un carácter dinámico.

El valor del símbolo hímnico no es un ideal (interpretación idealista y racionalista) ni de una interpretación (nominalismo) ni  una experiencia íntima (psicologismo), sino que es un hecho que pertenece al reino ontológico del ser, que es captado por la intuición emocional del valor. Es decir, todo comportamiento primario respecto al mundo no sólo es representativa, sino también una  aprehensión emocional de valores. Lo cívico no es moral ni deber únicamente, sino también intuición emocional del valor de lo cívico. Por eso, lo cívico no implica una subordinación a lo ético, sino una intersección de conductas habituales   de estilos de vida.

El autor pone énfasis  en el valor de lo cívico, llevándonos hacia el principio de solidaridad; aun cuando en el  mundo moderno de hoy  se aplica el principio del individualismo desvirtuando el principio de solidaridad. Esto se debe a que, en primer lugar, el principio de solidaridad  es enlazado con una  "solidaridad de intereses" cuando, por el contrario, debe basarse en la "solidaridad moral".

En segundo lugar, dicho principio de solidaridad es  desmejorado y socavado desde el momento en que se enaltece la alteración de los valores que pone el valor del "trabajo", la praxis, el esfuerzo personal, sobre la dimensión espiritual, la superioridad histórica y biológica. En otras palabras, en el ascenso y descenso de los valores morales del principio de solidaridad que es base de lo cívico, ha sido fuertemente invertido en el mundo burgués moderno por la insensata teoría que atribuye máximo valor a todo lo que proviene del trabajo. Y esto es otra de las manifestaciones más palmarias de la crisis de la conciencia occidental, que al desterrar lo trascendente acabó por invertir el orden del valor.

Por todo ello, este libro marca un antes y un después dentro de las investigaciones de la simbología hímnica. Y las reflexiones no podrán seguir siendo como hasta hoy lo fueron, porque el mayor logro de Julio Rivera es haber demostrado que la esencia de todo himno patrio es el carácter ético-cívico de un símbolo patrio.

En otras palabras, un himno es un símbolo complejo, que involucra lo estético y lo consuetudinario, pero lo que lo hace especial es su vinculación intrínseca con la esfera ético-valorativa, y, en este sentido, con lo  trascendente.

De manera que, no se trata de un símbolo estético más, sino de un símbolo que combina lo estético y lo discursivo, para captar su contenido esencial en la intuición emocional de los valores cívicos. Esta sola demostración es de alta estima, porque hasta el presente se creía que la vigencia de  los himnos nacionales estaban supeditados a la esfera de lo estético y de lo consuetudinario, pero Rivera Dávalos tras un sutil análisis fenomenológico revela que no es así, y que por el contrario, lo que prima en este símbolo patrio es su simbología ético-cívica. De manera que a través de un   himno patrio  se capta simbólicamente todo un universo valorativo que representa lo histórico y trans-histórico de una nación.

Este aporte es sumamente significativo, porque a partir de ahora ya no serán suficientes los análisis meramente historiológicos, historicistas, legalistas, sociológicos, psicológicos y positivos sobre un himno  patrio. Más bien es la reflexión filosófica valorativa, más que la estética y la lingüística, la que se muestra valedera para desentrañar su verdadero contenido.

Julio Rivera llega a este nuevo hito del planteamiento hímnico, después de  un paciente estudio y análisis que ha logrado desentrañar  las limitaciones de los variados enfoques del  conservadurismo. Hace diez años que apareció su primera investigación del tema, El mito de un símbolo patrio (2004), y por entonces, primó el enfoque mítico. La principal conclusión, todavía válida, es que, sin involucrar el contenido verdadero encerrado en todo mito, se pueden generar pseudo-mitos que manipulan consciente o inconscientemente la conciencia colectiva de una comunidad.

Cuatro años después pasa a la etapa timética, El poder de un símbolo patrio (2008), donde analiza el dominio sobre la mentalidad nacional  del contenido significado y sentido de las letras de un himno patrio. Esta etapa es sumamente importante al destacar la preeminencia del factor subjetivo para una  transformación de las condiciones objetivas.

Es decir, todo auténtico cambio viene de dentro hacia afuera y no de fuera hacia dentro. Esto indica ya una dirección ética que iluminaría en esta su tercera obra. Pero será en la presente obra, ¡Himnos en la actualidad! ¿Para qué? (2015), donde efectivamente llega a  descubrir  la nueva clave, a saber, que el símbolo hímnico no puede ser entendido cabalmente a partir de su contenido estético y consuetudinario, porque la esfera ontológica con la que está relacionada va más allá del mero gusto y costumbre personal, y hunde sus raíces en valores constitutivos de la civilidad y eticidad. Esta conclusión pertenece a su presente etapa epistémica.

De ahí que otro descubrimiento fundamental de Julio Rivera sea el ubicar y reconocer al valor de lo cívico dentro de la Tabla Jerárquica del Valor  de Max Scheler y sin lo cual el símbolo patrio carece de verdadero fundamento autónomo. Lo cívico estaría por encima de los valores vitales, útiles, económicos y, es hermano de los valores éticos, estéticos y religiosos. O sea, es parte de los valores superiores, pero además sirve de conexión entre todos ellos porque su contenido sintetiza ideas, valores, belleza y veneración.

Este es un aporte sobresaliente que jamás fue anteriormente resaltado. Y al hacerlo eleva la filosofía del valor a una dimensión comunitaria con una dimensión universal,  donde el hombre se forja en su captación y realización constante de los valores, en el seno de una comunidad nacional.

Vale subrayar lo cívico porque implica no sólo el reconocimiento  de los valores de la trascendencia y de los valores morales, sino también  por la necesidad de una ejecución habitual. Es decir, la forja indeleble de las virtudes de una sociedad. No hay duda que la teoría hímnica de Julio Rivera está indisolublemente unida a la teoría de la virtud, como formación de hábitos que interiorizan la práctica del bien.

En verdad, no existe otra forma más coherente de humanizar al hombre. La virtud de lo cívico, sin embargo, cobra una autonomía propia en su teoría simbólica hímnica, porque lo cívico es aquella esfera de la virtud con dimensión comunitaria. Ya lo decía el milenario sabio chino Confucio: “Enseñad con el ejemplo”. Ahora se comprende que ahondando la distinción de Simmel entre “sociación y asociación”, concibe a lo cívico  como el núcleo de la sociedad misma. 

Efectivamente, revolucionar la vida pública en consonancia con la vida privada, teniendo como eje supremo la práctica de la virtud cívica, es su aporte insoslayable. Y esta práctica, no sólo es oriental, sino también de raigambre andina, no olvidemos que Cápac significa “virtuoso” y las máximas del Inca Pachacútec, trasmitidas por el Inca Garcilaso, a partir de los escritos del Padre Blas Valera, ponen especial énfasis en la importancia de los valores cívicos; y el autor,  como andino  cusqueño que es, no hace más que continuar y resaltar la vigencia de los valores cívicos de nuestra  cultura originaria precolombina.

Un  auténtico himno patrio promueve valores cívicos y antepone lo ético a lo estético. La importancia de la filosofía para captar esta región profunda de la simbología hímnica queda resaltada con energía y claridad. Es por eso que, sin lugar a dudas, podemos considerar con toda justicia a Julio Rivera como el padre de la himnología filosófica contemporánea.

A partir de este aporte trascendental no sólo el pensamiento filosófico, sino también el  dirigencial, político y  educativo, deberán tener muy presente el análisis y las conclusiones de la presente obra, porque está llamada a forjar la base de la conciencia e identidad nacional y esclarecer un asunto que se mantenía en la penumbra de lo meramente estético y consuetudinario.

Además, esta obra constituye una respuesta coherente a los afanes desnacionalizadores de la globalización neoliberal, que en casi tres décadas de reinado absoluto –como bien se resalta en esta obra- lo único que ha conseguido es aumentar la desigualdad mundial hasta límites insoportables e inauditos.

Por eso estimo  un acierto que su autor haya considerado la fundación de una institución (Instituto de Investigación de la Mentalidad Nacional-INIMEN) para asesorar a los gobiernos que lo requieran y que contribuya en todas las naciones del mundo a forjar un sano amor por la patria, a través del respeto de la estructura valorativa contenida en todo himno patrio, y cuya violación –según queda explicado- genera toda una serie de distorsiones no sólo en la mentalidad nacional, sino incluso en el propio progreso del país.

Con este libro los líderes mundiales cuentan con una bitácora ética, estética, pedagógica y simbólica para fortalecer la mentalidad y conciencia nacional, como verdaderos fundamentos para desarrollar una cultura y vida espiritual generosa y solidaria.

Por último, esta obra resalta el valor de los valores del espíritu humano, y entre ellos el religioso, porque comprende muy bien que sin el ámbito de lo sagrado no existe un verdadero amor por la patria. Pues Dios y la Patria son dos ejes metaempíricos que ennoblecen la vida comunitaria y fijan la mirada del hombre en lo trascendente.

Además, hay que subrayar otros tres aportes originales del libro: (1) el deducir del principio de “sociación” de Simmel el principio de lo cívico como fundamento de la vida social; (2) crear, a contrapelo de una refutación al experto en política internacional Thomas Friedman que sostiene que “la tierra es plana”, la categoría “modelo piramidal” de la sociedad neoliberal de las megacorporaciones privadas mundiales; y (3) poner en contacto la esencia hímnica con toda la problemática histórico-concreta de nuestro tiempo, esto es, demostrando que la mirada filosófica es totalizante y no particularizante. A partir de esto se entiende mejor su subtítulo: “Un giro himnológico y mental en plena era de la desigualdad”. O sea que pone en estrecho contacto la teoría con la praxis, resaltando el carácter profundamente revolucionario de la obra.

No obstante, de modo inevitable emerge la pregunta sobre cómo pudo surgir un cuestionamiento tan radical al himno nacional del Perú en Rivera Dávalos. A este respecto, se muestra como un hombre con  espíritu inconforme de la tradición recibida. Esta desarmonía señala una relación trágica, un choque y una lucha entre su determinación individual frente al destino junto con la estructura del ambiente que lo rodea.  

El conflicto entre un himno heredado y una determinación valorativa respecto al mismo se hace trágico, en el sentido eminente de la expresión, no solamente allí donde la realidad fortuita de un hombre se opone a la tradición heredada de un pueblo. En Rivera vemos a un hombre que con el socorro de Dios pone resistencia a la determinación del destino de una colectividad que acepta pasivamente un himno por razones consuetudinarias.

 Por el contrario, su determinación individual es un acto valorativo de suyo intemporal, que se yergue bajo la forma de una personalidad espiritual. Por eso, en la imagen de su determinación individual vemos a un destino personal obrar contra la determinación del destino supraindividual.

Al respecto, se podría pensar que la esfera de su elección está ya determinado por el destino, pero lo que el destino no determina, es el mismo acto de la elección que siempre es resultado de un acto libre. Pensar lo contrario, sería caer en el esquema fatalista de la heimarmene griega, o incurrir en su reducción a un acto de elección divina como sucede en la elección para la gracia en San Agustín y Calvino.

  Es preciso entender  que  Rivera no comparte la perspectiva funcionalista de la modernidad y es más afín a la perspectiva substancialista clásica y cristiana, que cree en el valor independiente de lo trascedente. Bien señala que la inversión valorativa introducida por la modernidad entroniza el valor de lo útil sobre los demás valores,  marcando el rumbo decadente de una civilización que marcha ciega respecto a  los valores superiores y va dando tumbos tras la irrefrenable búsqueda de la ganancia y la acumulación.

En esta vida moderna donde  prima el  individualismo y  la  inversión  de los valores, se encarna en todos los aspectos de la vida social y cultural la pérdida del sentido de la vida y la auténtica capacidad de goce. De ahí que veamos en la perspectiva valorativa asumida por Rivera como una  cruzada contra los errores de la modernidad,  cuya alteración de los valores ha sumido a la humanidad en una senda autodestructiva.

Si alguna lección suprema nos deja la filosofía cívica e hímnica de Rivera es aquella que nos permite subrayar la imperiosa necesidad de rescatar los valores en su verdadera dimensión a fin de evitar  la decadencia de la  civilización moderna.  

En este sentido, el percatarse Rivera de la inversión valorativa de la modernidad,  que penetra en los íntimos rincones del símbolo hímnico, le permite descubrir un contenido ético que le da su peculiaridad especialísima, a partir  del cual  lo pone en capacidad para denunciar la manipulación del orden simbólico en todo orden de cosas, especialmente en  el socio-económico y político.

Así, con gran destreza y perspicacia totalizadora, Rivera sabe  enlazar el contenido cívico- ético del símbolo hímnico con la crítica  del modelo piramidal de la economía neoliberal mundial, que desde de su expansión económica  global vivida a partir de 1980 hasta el año 2000 ha pasado  a su etapa de expansión militar belicista-guerrerista, siendo todo esto liderado por una  vesánica y bellaca élite oligárquica transnacional  que  se irroga  el  derecho  de administrar no sólo  las decisiones y el  destino de una determinada potencia sino también de la humanidad entera.

En este sentido, Rivera entra en polémica con el periodista norteamericano Thomas Friedmann y su bestseller La Tierra es Plana, para oponerle su propia concepción piramidal del orden social global. Y coincide con la propuesta del economista galo Thomas Piketty expresado en su libro El Capital del siglo XXI, donde enuncia que una profunda reforma tributaria puede contribuir a cambiar el presente estado de desigualdad social bajo la globalización neoliberal.

Por todo ello, el lector del presente libro  extraerá un provecho mayor  de lo esperado al advertir que el tratamiento dado al símbolo hímnico rebasa largamente las  limitaciones del marco académico y teórico, para establecer con gran realismo filosófico su verdadera trabazón  con toda una totalidad concreta  de carácter histórico social.


                                                 Lima, 17 de abril 2017

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