lunes, 3 de julio de 2023

PROMETEO LIQUIDADO. INTELIGENCIA ARTIFICIAL Y JUICIO FINAL (NUEVO LIBRO)

 


Gustavo Flores Quelopana


 

 



 


Título: PROMETEO LIQUIDADO. Inteligencia Artificial y Juicio Final.

 

Primera edición en castellano: Lima, julio, 2023

 

 

PRÓLOGO

 

 

 

El hombre puede vivir sin confesión religiosa, pero no sin el acto de trascendencia. Esta observación fue advertida con nitidez por Alfred Müller Armack en su obra El Siglo sin Dios. Y es pertinente traerla a colación porque lo que vemos con la creciente hegemonía de la IA es que la tecnología digital es el Prometeo actual. Y lo más preocupante es que tras el ascenso del Prometeo digital ciertamente se elevan voces que advierten el peligro, pero que no logran ver con nitidez hacia dónde va la humanidad con el Frankenstein moderno.

 

Dar cuenta de cómo surgió el Prometeo digital no es cosa difícil de hacer partiendo de que la modernidad es en su sustancia una historia que enfatiza el aspecto empírico de la trascendencia. Y con ello emergió un mundo secularizado, doblegado por el inmanentismo, dominado por el positivismo relativista, y bajo la preeminencia del pensamiento científico-técnico. La base estaba echada para el surgimiento de los ídolos terrenales, el último de los cuales es el Internet y la IA.

 

En otras palabras, la IA ha emergido del fondo religioso de la modernidad, de un giro del pensamiento de ver la trascendencia en la inmanencia. Claro que dicho giro conservaba un ineludible peligro, el mismo que se manifestó en el poder absoluto manifestado en la ideología nazi con su bestial Holocausto, los campos de trabajo forzados del estalinismo, las bombas atómicas arrojadas sobre el Japón por el imperialismo norteamericano, y demás excesos del ensoberbecido diosecillo terrestre o deus in terris de la modernidad.

 

Y esto nos pone en condiciones de indicar que del Prometeo encadenado de Esquilo hemos ido al Prometeo liberado de Percy Bisshe Shelley, pero este último se tornó en el Prometeo mal encadenado de André Gidé, para dirigirnos tenebrosamente hacia el Prometeo cibernético de la era actual, el cual libre de cualquier relación con la metafísica, lo religioso y la moral procederá sin obstáculo alguno a cumplir la verdadera era sin Dios ni trascendencia alguna.

 

Si Hegel refiriéndose al Prometeo de Esquilo habló del despoblamiento del cielo y de la pérdida de la esencia de su carácter divino, a nosotros nos corresponde denunciar el despoblamiento humano de la Tierra a manos de una nueva esencia de carácter cibernético. Efectivamente, el ascenso del Prometeo digital se corresponde con la liquidación del Prometeo humano terrenal. ¿Nos convertiremos en Prometeo liquidado?

 

Un precio muy alto deberá pagar el hombre sin Dios de la modernidad por haber arribado a las playas del Prometeo de la IA. Quizá sea el momento no sólo cuestionar su creación, sino de preguntarse si sólo basta vivir con el acto de trascendencia sin relación con el Dios vivo. De otro modo no habrá cambio serio.

 

 

 

 

1

 

ChatGPT4

INTELIGENCIA ARTIFICIAL

 Y JUICIO FINAL

 

 

El ChatGPT4 es de una tal potencia en el dominio de lenguajes extensos que se convierte en una verdadera amenaza para la humanidad. A muchos está haciendo pensar en que dicha IA representa el Juicio Final para la humanidad, dado que su capacidad para enfrentar y resolver problemas resulta ser muy superior a la humana, y esto hasta tal punto que en muchos sentidos nos tornamos prescindibles. Se trata de un temor muy antiguo, y que en lenguaje mítico fue expresado por el dramaturgo griego Esquilo en Prometeo encadenado, a saber, que nadie puede escapar a su destino. ¿Será el destino del hombre ser defenestrado por su creación en la IA?

 

Nada de esto nos debe hacer perder la cuenta de que no debemos caer en la ingenuidad de descabezar a la inteligencia artificial, con su cariz amenazante, de su base capitalista que la dirige, controla, desarrolla y domina. Es más, tampoco desliguemos su actual auge del terremoto geopolítico global que se vive tras la guerra en Ucrania. Ayuda poco verla en abstracto y desligada de su concreto contexto social y político global.[1] Es más, debemos ahondar en la preguntar para indagar si el destino autónomo de la IA estaba inscrito en la marcha de la Razón humana.

 

Por un lado, es cierto que la inteligencia artificial está al alcance de cualquier régimen sociopolítico existente que se proponga tenerla, pero no menos cierto es que sus rasgos más amenazantes y problemáticos lucen a través del capitalismo cibernético del orden mundial unipolar. Con ello no ponemos una aureola de santidad sobre las potencias del orden mundial multipolar, simplemente ponemos énfasis en que la amenaza principal proviene del otro lado. Por otro lado, la IA se va volviendo en un malestar de la cultura, pero no de la civilización científico-técnica. Sin querer la IA corroe las creencias y hunde a la razón en el relativismo y escepticismo. Lo mejor es creer en los algoritmos digitales sin confiarse en las redes neuronales humanas. La repercusión metafísico-ontológica de esto es profunda poque relaciona la crisis de la Razón con la crisis del Ser. Se va consolidando un nihilismo integral a través de la patente de corso de la IA, donde se niega el ser a favor del devenir, lo eterno por el tiempo, lo universal por lo particular. Se desemboca hacia una concepción unívoca del ser donde lo que prima es el ente. Lo que lleva a un rechazo de Aristóteles quien demostró que la asunción del principio de no contradicción lleva al reconocimiento de la concepción multívoca del ser. Con ello se cae en la patológica ontología débil del nihilista Vattimo y compañía. De resultas se constata que la técnica es el principal acelerante del nihilismo. Se abre paso un nihilismo tecnológico con la IA. El verdadero fin de la historia parece darse con la IA. Desaparece el hombre en su pura nada, su inteligencia creativa se estanca, para imponerse el imperio de la IA. Alexander Kojéve observó que el fin de la historia se dio desde Napoleón en Jena, pero al lograr su reconocimiento como ser libre al mismo tiempo perdía su potencia histórica negadora. De modo similar, el fin de la historia culmina con la IA al imponerse como ser causal negadora del ser libre humano.

 

Esto no es casual, sino que es resultado de una actitud gnóstica de la razón moderna que buscó la salvación en lo inmanente y terrenal. Y del cual no se excluyen Sartre, Camus, Cioran, Bataille, el existencialismo ateo, el estructuralismo, el posestructuralismo y el posmodernismo. Pero aquí son valiosas algunas precisiones de Heidegger, quien señala que la subjetidad o aparición soberana del hombre -el Prometeo de Esquilo- es lo que configura la esencia de la técnica, siendo ésta la última forma de la metafísica o del platonismo. Para Heidegger la metafísica es la prehistoria de la técnica, o sea, del nihilismo. Piensa que hay que dejar que el enorme poder de la Nada se libere. El heroísmo de hoy es tener paciencia y esperar otro inicio. La IA sería la liberación del poder nihilista de la Nada. Sólo que hay un detalle nada insignificante, que por lo demás, no lo podía notar Heidegger, pues la paciencia y la espera resulta riesgosa cuando la IA ya dictó su sentencia aniquiladora sobre el hombre, el cual no tendrá un día después del mañana cibernético. Pero aún cuando Heidegger señala con acierto que la voluntad de poder es la esencia de la técnica cae en las redes de la ontología de lo contingente al convertir el ser en tiempo, en comparación con Nietzsche que hace del tiempo un ser. Bien es sabido que el nihilismo nietzscheano desbordó en relativismo historicista y en la filosofía de la vida. Desde Dilthey, Simmel, Max Weber, Spengler, Troeltsch hasta Sigmund Freud, Max Scheler, Karl Jaspers, Martin Heidegger, Theodor Adorno, entre otros, la preocupación central es la crisis civilizatoria y la disolución nihilista de los valores. En cambio, hoy la preocupación humanística ha sido eclipsada por la obsesión desarrollista y tecnológico-científica.

 

El asunto es grave, porque si el problema del ser es asunto de la libertad humana el problema de la nada es asunto de la causalidad inhumana, de las cosas, de los algoritmos cibernéticos. En el actual contexto cultural el asunto del ser se volvió nada. La rebelión de la técnica ha desembocado en el menoscabo del sentido metafísico del ser y en la sobrevaloración del ente, lo finito, lo contingente y lo efímero. Disuelto el camino de la experiencia del ser queda expedita la vía para que el objeto de la técnica se convierte en el amo del mundo. En eso es justamente consiste la amenaza del juicio Final por parte de la IA, es la radicalización de la voluntad de poder radicalizada en su fidelidad a la Tierra. La voluntad de poder encarnada en la IA no es la superación del nihilismo, sino su consumación, sin que, por otra parte, los adeptos del inmanentismo modernista lo noten. Si el nihilismo es falta de sentido, decadencia civilizatoria, disolución de valores, imperio de la temporalidad, poder ser, poshistoria, poder de la nada, secularización, utopía inmanentista, y estancamiento espiritual, es porque el pathos nihilista de la razón moderna borra la distinción entre el sentido unívoco del ser absoluto y el sentido multívoco del ser relativo.

 

No en vano es pertinente tener presente que mientras el mundo antiguo otorgó un valor superior a lo finito sobre lo infinito potencial (Heimsoeth), pero sin ser refractario a la comprensión de lo infinito (Mondolfo) como infinito actual (Aristóteles), desde Giordano Bruno y al compás de la revolución científica de Galileo cobra primacía la idea de infinitud del universo, o sea, lo infinito actual en lo propiamente finito. Concebir la infinitud del universo astral -como lo destaca Alexandre Koyré- con Galileo, Newton, la geometría y la teología representó el reconocimiento de la infinitud de lo finito. Ahora bien, esta tendencia moderna de la infinitud en la finitud, que no sólo encontró eco en la moderna física cuántica, provocó que el hombre extraviara su casa cósmica sintiéndose perdido en el universo. Surge así la ciencia antropológica como un angustiante esfuerzo por encontrar el puesto del hombre en el cosmos. Pero dicho arresto perdió protagonismo con las apocalípticas dos guerras mundiales y la bomba atómica. El pathos nihilista se irguió más amenazante que antes y dispuesto a disolver la racionalidad humana. El relativismo y escepticismo consiguieron la erosión e invalidación de las creencias tradicionales y la metafísica fundante. Y la discusión pasó si esta tendencia nihilista fue una traición al logos (Husserl) o si estaba ínsito en la racionalidad griega (Heidegger).[2]

 

Al respecto cabe notar que tanto Husserl como Heidegger incurren en la concepción abstracta de la Razón autónoma. La autonomía de la razón es un mito. Pero tampoco es cierto que la razón tenga su fuente en la determinación económica, como pensó Marx. La fuente de la razón es un complejo socio-cultural epocal, y aunque es necesario no incurrir en su concepción autónoma, también es un yerro caer en el reduccionismo económico. Lo cual lleva a pensar que el nihilismo no estaba inscrito en la racionalidad griega, como creyó Heidegger, ni fue una traición al logos, como sostuvo Husserl. Ni inscrito como un destino, ni traición al logos, sino que la razón en cada época tiene tendencias hegemónicas y otras pulsantes. En otras palabras, si la razón moderna fue al final por el camino del nihilismo, lo hizo porque el conjunto de las fuerzas sociales y espirituales encontraron las circunstancias atenuantes del caso. Esto significa que el nihilismo no una traición al logos, ni un desarrollo de lo que llevaba en su seno, sino un despliegue de lo que llevaba dentro de sí dentro de un conjunto de tendencias latentes. El equilibrio dinámico de la razón al final es eso, equilibrio de fuerzas, uno de sus resultados es su expresión presente. Es por ello que no hay determinismo en la razón, sino tendencias subalternas y hegemónicas. Lo que permite cambiar su destino.

Ahora bien, esta idea de la inteligencia artificial como amenaza para la humanidad es sólo una tendencia de la racionalidad actual, la misma que la había explorado en mi novela imaginaria Cibergedón, la cual se insertaba en la gran tradición visionaria de la novelística distópica de W. G. Wells, Mary Shelley, Edgar Allan Poe, Lovecraft, Robert L. Stevenson o Arthur Conan Doyle, todos los cuales discurrieron sobre los avances riesgosos de la ciencia y la tecnología. Lo verdaderamente terrorífico y amenazante es que una IA que elimine a la Humanidad va dejando de ser fantasía para volverse cada vez más real. La novela distópica a diferencia de las utopías renacentistas de Francis Bacon, Tomás Moro y Tommaso Campanella, no inciden en un mundo imaginario ideal, sino en otro intimidante y peligroso. Esto lo podemos también apreciar al contrastar los relatos Yo robot de Asimov y la película distópica Yo robot protagonizada por Will Smith, las cuales tienen entre sí la enorme distancia entre la visión optimista de aplicar leyes morales[3] a la robótica y la visión actual donde la inteligencia artificial con libre albedrío se luce dañando al ser humano.

 

Y esto es lo que últimamente ha salido a la luz con la advertencia de un grupo de líderes de la industria de la inteligencia artificial de que la tecnología que desarrollan represente una amenaza existencial para la humanidad y un riesgo social del mismo nivel de las pandemias y las guerras nucleares. La carta abierta firmada por trescientos cincuenta ejecutivos ante el riesgo de extinción propinada por la inteligencia artificial sorprende por su preocupación humanista, cuando se pensaba que eran una grey psicopática interesada sólo por el dinero y la obsesión científica. Pero ha ocurrido todo lo contrario. Los ejecutivos de la industria reaccionan y junto a ellos destacados investigadores como Goffrey Hinton y Yoshua Bengio, galardonados con el Premio Turing. La declaración coincide con los avances en los llamados grandes lenguajes, como el utilizado por el ChatGPT y otros chatbots, los cuales son herramientas tan poderosas que difundidas a gran escala permiten eliminar millones de puestos de trabajo y difundir desinformación y propaganda. El dominio sobre los grandes lenguajes permite a las máquinas, además, simular más perfectamente la realidad.

 

La advertencia no es nueva y fue señalada a fines de los años noventa por la ensayista francesa Viviane Forrester en su célebre libro El horror económico (1996). Allí puntualizaba que el capitalismo financiero aplicando la cibernética al crecimiento económico convirtió al empleo en costoso. Así, las empresas ya no son generadoras de empleo sino de desempleo. Surge una civilización donde colapsa el trabajo y las masas humanas se vuelven prescindibles. Desaparece el empleo y el salario, pero no la ganancia. El resultado es que mundializa la miseria. El reto es hallar un modelo de supervivencia que no dependa de la remuneración del trabajo y ello sólo es posible saliendo del marco del modelo capitalista. Pues el problema álgido del capitalismo sigue siendo el carácter social de la producción y la apropiación privada de la riqueza social.

Su aviso fue tomado muy en serio por los defensores de la instauración de una renta básica universal, como los intelectuales y filósofos Philippe von Parijs, Julen Bollain, Rutger Bregman, Byung-Chul Han, hasta los empresarios Mark Zuckerberg, Bill Gates y Jeff Bezos. Y varios países en el mundo han comenzado con experiencia parciales. No obstante, distribuir el dinero a quienes más lo necesitan sigue siendo el nudo gordiano de la cuestión, no sólo porque los sectores medios se convierten en los más desatendidos, sino porque reordenar la política social exige implementar la austeridad gubernamental junto a la eliminación de privilegios a las grandes empresas y fortunas personales. Todo lo cual vuelve al punto central: se requiere salir del marco capitalista.

 

La globalización neoliberal ha quedado en el imaginario colectivo como la creación de riqueza a base de desempleo, especulación financiera y convertir el planeta en un casino global. Fue la guerra de los ricos contra los pobres. El resultado fue calamitoso, tanto así que en el 2021 la riqueza mundial creció en 9.8%, pero siguió concentrada en pocas manos, apenas el 1% de las fortunas globales poseían el 45,6% de la riqueza total. Todo sigue yendo en detrimento del empleo y la calidad de vida, pero no de la ganancia. Atónitos y conmocionados vemos cómo son fulminados en la pobreza hombres, mujeres y niños. La eliminación del gasto social por el capitalismo especulativo reditúa sus frutos mediante la inteligencia artificial.

 

La indiferencia por las masas va de la mano con la lucha contra el pensamiento y la cultura, la creación de cortinas de humo por las clases dominantes, y la mundialización de la miseria. Amartya Sen en su obra Desarrollo y libertad (1999) buscando un enfoque más integral de la libertad insiste en que las libertades (políticas, económicas, sociales) garantizan el desarrollo. Pues, dice, desarrollo no es aumento de la riqueza, sino de libertades como fin y como medio. Como economista es una excepción por su insistencia en los valores, inclinado teóricamente al socialismo, pero en la práctica favorable al capitalismo. Sen resulta siendo un liberal centáurico que habla de distribución de la riqueza y eliminación de la desigualdad, pero sin remover el poder político y económico capitalista. Así, su recomendación de que las reformas sociales preceden a las reformas económicas queda en letra muerta al quedar incólume el poder político capitalista.

 

En este contexto la ecuación de Adam Smith, según la cual donde hay riqueza hay una gran desigualdad, se vuelve insostenible. Y la convicción de Hayek, en Camino de servidumbre (1944), de que la planificación económica va unida a la pérdida de libertades y al avance del totalitarismo quedó totalmente desfasado. Pues, el propio capitalismo aboliendo el capitalismo de bienestar impuso un capitalismo especulativo y cibernético donde la servidumbre de las masas es la regla y no la excepción. La Libertad de elegir (1980) de Milton Friedmann quedó reducida en libertad para ser pobre para millones de seres humanos en el planeta. Todos estos paladines que cacarean contra la justicia distributiva no tienen sangre en la cara para sonrojarse ante la miseria de tres cuartas partes del planeta. Pero la guerra de los ricos contra los pobres no se limita al terreno económico, y, al contrario, se extiende al terreno político y tecnológico.

 

La libertad económica avasallante ante la libertad política resultó siendo perniciosa para la propia senda de la democracia occidental. Tanto así que lo que se ha venido constituyendo es una extraña dictadura de las megacorporaciones transnacionales con soberanía propia. Autores como M. Hardt y A. Negri lo llaman Imperio (2000), V. Forrester lo denominó Una extraña dictadura (2000), yo lo he denominado La globalización del Hiperimperialismo (2005). Una autora como Naomi Klein lo denunció como La doctrina del shock (2007), y Naomi Wolf también lo hizo en su libro El fin de América: carta de advertencia a un joven patriota (2007) inciden en el giro terrorista, paramilitar, de vigilancia ciudadana, represivo y totalitario del capitalismo.

 

El que no se hizo ilusiones románticas con lo que es realmente el capitalismo fue Thomas Piketty, pues, en su obra El capital del siglo XXI (2013), sostiene que la concentración de la riqueza en manos privadas perpetua la desigualdad de los ingresos de la ciudadanía, lo cual es un fenómeno estructural del capitalismo. Pero sorprende en su mesurado marxismo finisecular la recomendación socialdemócrata que efectúa, a saber, decretar un impuesto mundial al capital. Su decrépito marxismo reformista apenas atina a reformas fiscales, y para ello no hay que ser marxista. Otros desde el propio terreno liberal lo proponen. La idea de que el impuesto a la riqueza puede reducir la desigualdad, es una ilusión parecida a ver que todo el que tiene un lapicero en la mano es un escritor. Sencillamente si el capitalismo es desigualdad por siempre y si de lo que se trata es de acabar con la desigualdad, entonces la conclusión es acabar con el capitalismo. Ahora bien, si de lo que se trata es solamente reducir la desigualdad, sin abolir la estructura capitalista, entonces bienvenido sea el impuesto a la riqueza mundial. En otras palabras, para Piketty el monstruo es horrible, pero hay que saber convivir con él. Parece una mala broma de Piketty, pero no lo es. Lo real se volvió una horrible fábula que cuenta realidades.

 

Más, el horror económico crece al compás con que crece el horror tecnológico. Lejos ha quedado la visión optimista de Wiener sobre la Cibernética o uso humano del hombre, obra pionera de 1950. Pero ahora ya saltaron todos los resortes para mostrar su horripilante rostro antropológico incluso con Zoltan Istvan y su libro La apuesta transhumanista. El sueño de convertir al hombre en mitad máquina revive al Frankenstein de Mary Shelley. Shoshana Zuboff nos recrea en su libro La era del capitalismo de la vigilancia. La lucha por un futuro humano frente a las nuevas fronteras del poder (2020) cómo el capitalismo especulativo pasó del horror económico al horror político, pues mediante la apropiación de la tecnología digital y con el descubrimiento del excedente conductual estableció una nueva lógica de la rentabilidad del capital. Se expande el marco neoliberal y alegal, se establece un poder instrumental que somete a la persona al mercado digital. Alimenta una utopía colectivista donde la tecnología es antidemocrática. Se trata de un golpe de mano de las plutocracias tecnológicas, un golpe desde arriba. Insta a recuperar la tecnología digital de sus garras.

 

El espionaje global es una actividad rutinaria de las agencias de inteligencia estadounidenses por medio de los teléfonos móviles con la ayuda de empresas tecnológicas y populares aplicaciones que permiten espiar impunemente a sus usuarios. La privacidad es un derecho abolido por las empresas tecnológicas al servicio del imperio norteamericano a nivel global. Washington y sus aliados espían todo lo que hacemos mediante la interceptación de las comunicaciones telemáticas. Todos los usuarios son espiados. Ya no es conspiranoia, sino una cruda realidad de la realpolitik. La NSA es la encargada para recopilar y espiar a millones de personas al mismo tiempo. Pero también participa activamente la CIA y otras agencias de seguridad. Estas prácticas fueron reveladas por las filtraciones de Edward Snowden, actualmente asilado en Rusia. Julián Assange, actualmente detenido en cárcel británica, es el otro personaje que filtró matanza de civiles, periodistas, abuso de prisioneros por parte de Estados Unidos y otros países en Irak y Afganistán. Y en este ilegal espionaje masivo nadie se salva, ni siquiera el Papa, ni los líderes europeos como supuestos aliados. Todos los líderes mundiales han sido espiados por el Hegemón con la complicidad de los ejecutivos de las empresas tecnológicas digitales.

 

Y todo esto es posible gracias a Apple, Android, Google, YouTube, y otras plataformas no tan conocidas. Pueden acceder a la cámara, al micrófono, a los chats, fotos, ubicación geográfica, etcétera. Todo lo recopilado se considera de alto secreto. Las GAFAM[4] son empresas privadas que han participado activamente en el espionaje global. El capitalismo como el tan cacareado reino de la libertad no está al servicio de la protección del pueblo, sino de su control y manipulación. The Guardian reveló que Reino Unido infiltró los cables de fibra óptica para tener acceso a las comunicaciones globales, datos militares, historial de navegación, uso de internet móvil, lo formó parte de un programa llamado Tempora de espionaje masivo. Los ataques cibernéticos entre las potencias se han intensificado. Los ciudadanos quedan totalmente indefensos en la protección de la privacidad. Casi nada se puede hace ante nuevos sistemas creados cada día para el impune espionaje de forma inimaginable.

 

El poder del Estado salió fortalecido con las tecnologías digitales. El derecho a la privacidad ha devenido en mera ilusión. Malestar de la civilización digital [5] es el título de un libro publicado por el filósofo francés Jean-Paul Lafrance, pero dentro de un enfoque reformista pone énfasis en la necesidad de legislar sobre las ganancias de las GAFAM, que eluden impuestos y concentran los beneficios económicos que son de toda la humanidad. Cuando en realidad olvida que no hay mayor malestar que la oprobiosa abolición del derecho a la propia privacidad ciudadana. Repartir beneficios económicos sin proteger la privacidad no tiene sentido.

 

El problema parece ser si la propia inteligencia artificial permite la protección de la privacidad. Lo cual está en entredicho. Este marco neoliberal alegal parece sensato y recomendable dentro de la lógica de la seguridad nacional del imperialismo. Por ejemplo, en las elecciones presidenciales del 2018 en Estados Unidos los bots tuvieron un papel muy relevante como difusores de información falsa y manejando la opinión pública. Incluso hay empresas de tecnología especializadas en rentar bots para campañas electorales específicas. Mediante los bots simulan ciudadanos opinantes para distorsionar y manipular la opinión pública según el poder del capital contratista. El dinero y el poder definen el resultado de una elección contratando bots. El horror tecnológico convertido en horror político socava la eficacia de la democracia. Y el horror político se aúna a otro tipo de horrores generados por la tecnología digital.

 

Pero el horror tecnológico se extiende hacia horror antropológico. Y sobre este punto destaca la obra de Nicholas Carr, Superficiales ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? (2010). El Internet no sólo debilita el pensamiento profundo y vuelve a la mente en más superficial, anestesiada y adormecida, sino que afecta la empatía y la compasión. ¡Qué curiosa coincidencia! El tipo humano perfecto para las gélidas relaciones capitalistas. De modo que su efecto nefasto, sigue diciendo Carr, es erosionar la base de la humanidad misma. Sin empatía y compasión no hay esperanza en el amor. Justo resulta siendo negado lo que Charles Dickens reserva como mensaje final de su famoso Cuento de navidad, cuando el corazón duro y egoísta de Mister Scrooge resulta abriéndose finalmente a la esperanza de la felicidad y el amor.

 

Para Carr hay que revertir los procesos neuronales prohibiendo los motores de búsqueda inteligente, reduciendo al mínimo el uso del internet, sacarlo de la escuela y de la universidad, y volvernos a contactar con la naturaleza. Así se restaurará la salud del cerebro, recuperando la atención, la concentración y la creatividad. A propósito, fue el filósofo pragmatista norteamericano John Dewey quien resaltó en Democracia y educación (1916) la urgencia de devolver en la escuela el contacto con la naturaleza, para convertir a la escuela en el motor del progreso social e individual.

 

Según el pensador italiano Renato Curcio, el capitalismo cibernético generó el horror económico, el horror político y el horror tecnológico. A ello hay que añadir el  el horror antropológico correspondiente a los intereses del dinero y el poder. Con razón se puede afirmar que el hombre capitalista de la modernidad creó con la inteligencia artificial su propio Juicio Final. Es decir, para llegar al Juicio Final debemos estar viviendo una edad oscura. Y lo que a nosotros nos parece los momentos estelares del progreso tecnológico son en realidad el ingreso al oscurantismo de la destrucción de las humanidades, la aniquilación de la educación, la cultura, la justicia, la caridad y la democracia, a favor de la instauración de una barbarie civilizada de la máquina inteligente. No es extraño que O. Spengler (Decadencia de Occidente) haya llamado la atención en la coincidencia entre el apogeo del saber científico-técnico y el ocaso de la ética y del humanismo en la curva decadente de las civilizaciones. No menos diferente es en la presente civilización nihilista global del capitalismo moderno imperante.

 

Vemos cómo se erradican las humanidades de los estudios universitarios, las universidades quedan convertidas en escuelas técnicas, cómo se elimina el curso de la filosofía en la escuela, cómo se impone la barbarie cultural en todos los órdenes de cosas, hasta en el lenguaje, y cómo triunfa imperioso la cultura técnica y el saber mecánico. La sociedad se ha gansterizado, las urbes parecen zoológicos protegidas con rejas de las fieras humanas, la indumentaria de moda raída y perdularia refleja el deterioro profundo del gusto, el lenguaje vulgar, chabacano y coprolálico impera por doquier y a todo nivel, el tatuaje de presidio se ha extendido como cosa normal, la barbarización de la cultura impera sin límite. La barbarización en la música se expresa en descoyuntamiento entre melodía, armonía y ritmo, acompañado de un nudismo innecesario. El erotismo casi ha desaparecido dejando lugar al procaz sexismo. Y es que cuando la universidad pierde el sentido de las humanidades, entonces ha sonado la hora del hundimiento humanístico de la civilización misma.

 

En ese sentido van las observaciones vertidas por James Bridle en La nueva edad oscura. La tecnología y el fin del futuro (2018). La tecnología computacional es opaca, afirma Bridle. Y a pesar de la abundancia de información es una nueva edad oscura por su propio intermedio. Algoritmos canallas simulan lo real y lo vuelven indistinguible. Lo real y lo virtual se confunden. Crecen las dudas que una inteligencia artificial autónoma se someta a un código ético externo impuesto por el hombre. Crece la vigilancia ciudadana global. Simplemente está al alcance de la mano del poder. La paranoia crece, lo cognitivo se debilita. Los algoritmos se vuelven impredecibles, el pensar se tecnologiza, se degrada la reflexión, y el abismo de la comprensión crece. La gente ya no comprende lo que lee. El zapeo o salto en la programación acostumbra a la mente al instantaneísmo. Todo se vuelve devenir. El pensar computacional asfixia el pensar creativo. Lo real se vuelve falsificable, los fake news tienen la voz cantante. Esto se ha endurecido hasta el embrutecimiento.

 

Pero ¿qué significa pensar? Heidegger aborda la pregunta en tres estaciones. La primera en Carta sobre el humanismo (1946), donde sostiene que pensar significa dejar que el ser sea. La segunda en sus conferencias sobre la técnica y reunidos en el libro Seminarios de Zollikon (1959-1969), donde señala que la esencia de la técnica es el pensar objetivador y que hace falta una nueva forma de pensar. Y la tercera en su texto ¿Qué significa pensar? (1951-1952), donde señala que la técnica es el olvido del ser y que hace falta un desasimiento de las cosas para volver a pensar como un desocultar originario. Sus indicaciones valiosas y decisivas, sin embargo, olvidan que el hombre sólo por la fe supera el pensar calculador, cuantificable y cósico. El acto de fe nos lleva hacia el pensar originario. Su llamado a reaprender a pensar en una época en que la técnica y la ciencia han matado el pensar parece imposible. Y lo parece porque también han matado la fe. Es el pensar calculador y sin fe el que obstaculiza pasar al Ser del ente. Así, la pregunta ¿Qué significa pensar? deviene en ¿Qué es eso que nos invita a pensar? En realidad, hay que reconducir el pensar al estado mítico-religioso para devolver sus contenidos originarios a los vocablos “Ser” y “Ente”. Pero el pensar no puede hacer semejante giro en medio de la cultura técnico-científica, atea, naturalista y materialista. Dicho cambio pensar exige un previo cambio cultural y civilizacional. No es casual que Heidegger no distinga entre revelación natural o mito y revelación sobrenatural o revelación. Heidegger se limita a la revelación natural de lo divino y esa paganización le impide ver el problema del giro del pensar en su integridad.   

 

Ahora bien, el uso malicioso de computación cuántica y la inteligencia artificial superior de voz autoChatGPT4 hizo que se decidiera la empresa Meta de Mark Zuckerberg a no entregarla al público porque habría desarrollado sus propios objetivos muy tenebrosos. Lo cual se podría usar para hacer hackeos en todo el mundo. Ya es posible poner una persona hablando o Deepfake y poner la voz de esa persona, cuando la persona real nada ha tenido que ver ni con la imagen ni con la voz.

 

Para nosotros todo esto es la acentuación del inmanentismo metafísico de la modernidad. Ahí está en acción el grito nietzscheano: “¡Seamos fieles a la Tierra!”. No creer en Dios está de moda. Y entregarse a ello hizo trizas toda contención. El chatGPT4 se corresponde con todo este estado terminal de cosas que pone a la humanidad en el límite de su existencia. El creador ha engendrado a su propio verdugo capaz de propinarle su Juicio Final. Acorde con un nihilismo imperante la razón burguesa es el principal ariete de la tecnología digital que tiene su impulso no sólo en la ciencia, sino en la competencia económica entre los gigantes tecnológicos. Es decir, como última fuente en el desarrollo de los avances tecnológicos en el terreno digital hallamos a la avaricia. Es la plutocracia de la industria tecnológica digital la que comanda la vanguardia en el desarrollo de la IA, y si lanzan de vez en cuando alaridos diciendo que hay que detenerla es sólo para frenar la competencia que tienen al costado.

 

En otras palabras, es el impulso económico de la sociedad capitalista la que está poniendo en peligro a la humanidad misma con el desarrollo vertiginoso de la IA. Los que en estas palabras huelen a estatismo y socialismo hay que decirles que el problema no se resuelve con el cambio de dirección del desarrollo de la IA a manos estatales, sino que el problema del mundo es la imagen del mundo imperante. Una imagen del mundo secularizada y promotora de un mundo meramente funcional. No habrá verdadero redireccionamiento de la IA sin un giro metafísico decisivo que rescate los valores, la trascendencia y la unión del hombre con Dios.

 

No es cierto que el chatGPT4 y la IA autónoma sea un peligro en sí misma, sólo lo es en el marco de una civilización que privilegias las cosas sobre lo humano. Y esa civilización terrenalista, pragmática, inmanentista, cientificista, tecnocrática, enemiga de los valores y de la trascendencia es el espíritu capitalista de la modernidad. Ciertamente que un espíritu epocal no es fácil de superar. En realidad, tiene que sonar la hora histórica para ello, y, al parecer, el campanazo estruendose ya se está dejando oír no sólo con el ruido más estridente de la guerra en Ucrania, la cual ha provocado un terremoto geopolítico global que pone la hegemonía del occidente liberal en cuestión, sino con el agotamiento creativo del espíritu capitalista, que sume al hombre mismo en la desintegración espiritual, y al planeta entero en la contaminación más destructiva.

 

En consecuencia, va creciendo aceleradamente la conciencia objetiva y subjetiva, individual y social, de que la cultura del espíritu capitalista está profundamente enferma, ha caído en desgracia patológica y es necesario emprender un cambio profundo respecto a los valores disolventes que preconiza a través de los organismos mundiales, secuestrados actualmente por su agenda nihilista, anética y disolvente. Todo lo que nace y crece en su subsuelo no puede eximirse de contagiarse de ese clima mórbido, finisecular y terminal. Y el desarrollo amenazante de la IA no es ninguna excepción.

Al contrario, una civilización cuando entra en su curva decadente suele infundir a todo lo que toca, como el rey Midas, algo de su propia contaminación y naturaleza. La tradición y la religión pueden constituir en una barrera de contención espiritual para evitar que el virus se expanda plenamente, pero éstas sin las condiciones históricas necesarias son impotentes para revertir el proceso. Así, el Asia budista e hinduista, el Oriente musulmán y judío, y el occidente cristiano, no pudieron contener por siglos el avance de la mentalidad secularizada, naturalista, escéptica y descreída de la civilización científico-técnica en avance arrollador. Pero las cosas no duran para siempre, y hoy empiezan a cambiar. El Occidente liberal, colonialista, saqueador, hegemónico y nihilista luce agotado, insensato, irracional, anético y desorientado. Y esto precisamente sucede cuando desde su seno se elevan las voces sobre el peligro para la humanidad de la IA. Naturalmente que no dicen que la IA resulta peligrosa desde la base cultural nihilista, relativista y nominalista que la sostiene. Pero no revelan que se hace necesario un cambio cultural profundo desde la cual se reorienta beneficiosamente el desarrollo de la IA.

 

En una palabra, el camino no está extraviado para la humanidad, sino tan sólo para el Occidente liberal que no acierta a ver que la senda correcta de desarrollo humano no se condice con la lógica dineraria, egoísta, colonialista, explotadora, funcionalista, cosificadora, alienante y deshumanizadora, que pregonando el mito culturalista antepone el constructo cultural sobre el Ser y la esencia misma de las cosas.  

 

 

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ChatGPT3:

NO VAMOS HACIA EL HOMO DEUS

 SINO HACIA EL CIBER DEUS

 

 



 

 

El Chat-GPT3 hará posible que los venideros autores en superventas no sean humanos, sino fruto de la IA. Esto será la coronación de un proceso acelerado de la estupidización creciente del ser humano. Las propias tesis universitarias podrán ser fraguadas por la IA. Y la universidad habrá perdido definitivamente su razón de ser, aunque ya lo había perdido postergando las humanidades y coinvirtiéndose en furgón de cola del mercado. Y todo indica que la especie humana ha ido en los últimos cien años por la curva decreciente de su inteligencia. Lo cual no sólo está relacionado con la irrupción de las masas en el escenario político-social, sino con el peso avasallador que los medios de comunicación, la telemática y las redes sociales cumplen en la sustitución del pensamiento creador.

 

Las masas no son enemigas del pensamiento en sí, sino del pensamiento innovador, esforzado y creativo. Son más inclinadas al usufructuo de lo existente que a la creación de algo nuevo. Celebran como ninguno las novedades de la ciencia y de la técnica, pero son consumidores y no creadores. La masa vive del hábito y de la costumbre. Son el lado conservador de la civilización, y su lado negativo no es su existencia, sino que se conviertan en lo hegemónico de la vida espiritual. De ello saca ingente provecho la industria y los negocios, quienes manipulan las necesidades de las masas para inyectarles novedades innecesarias mediante el consumismo desenfrenado. No resulta extraño, entonces, que, bajo los cánones consumistas del capitalismo imperante, en sus más diversas fases -industrial, postindustrial, neoliberal y cibernético-, la inteligencia humana se muestre en franco retroceso. Y aquí no hablamos de la inteligencia de los Premios Nobel, sino de la ciudadanía en su conjunto, que cada día es más inmadura, infantil, manipulable, engreída, hedonista, narcisista, ramplona y enemiga de la cultura.

 

A este proceso del narcisismo creciente y desenfrenado han contribuido vigorosamente las redes sociales y el internet. La abolición de la privacidad por el espionaje global y masivo ha ido acompañada de un exhibicionismo impudoroso de la vida privada que no conoce límites. Mostrar una falsa vida alegre y un irreal rostro siempre contento es inversamente proporcional al empobrecimiento de la vida íntima y personal. El hombre se ha vertido totalmente hacia fuera porque no tiene riquezas interiores que mostrar. Ese vaciamiento del hombre hacia lo externo se corresponde con una civilización que privilegia las cosas sobre la realización espiritual de las personas. Las redes sociales y el internet han extralimitado la importancia del Tener sobre el Ser[6]. Fromm aborda el Tener y el Ser como categorías vitales contrapuesta en la forma de vivir, considerando la segunda como la esperanza para recuperar el amor y reconducir la razón. La sociedad industrial sólo creó seres egoístas, avaros y egotistas, y su gran promesa de satisfacer todos los deseos fracasó. Hay que remplazar la Ciudad del Progreso por la Ciudad del Ser. En un contexto posindustrial distinto, el filósofo coreano Han vio que vivimos la sociedad del cansancio[7], pero nosotros subrayamos que antes que ello experimentamos la sociedad del exhibicionismo narcisista. Y es que nuestra época no se corresponde con la sociedad disciplinaria foucaultiana del capitalismo industrial, ni con la sociedad del cansancio de la hiperactividad haniana del capitalismo global neoliberal, sino con la sociedad narcisista del capitalismo cibernético. Han vio bien que el emprendorismo es el último hombre capitalista que se atomiza, se deprime, autoexplota, y en su agitación el Ser se esfuma, apareciendo todo como un constructo social. Pero ese no es el último hombre nietzscheano, como cree Han, sino que, más bien, lo es el hombre narcisista del capitalismo cibernético.

 

El último hombre nietzscheano es el hombre narcisista y exhibicionista del capitalismo del internet. Mientras que el hombre del capitalismo neoliberal compensa su negatividad con positividad consumista, el hombre del capitalismo cibernético le basta mostrar su vacuidad con alegría y satisfacción inaudita e increíble. No se trata de ingenuidad, se trata de pérdida de la densidad espiritual y cultural a favor del nihilismo estupidizante. El culto de la Nada, del imperio de la era del vacío, como lo llamó agudamente Gilles Lipovetsky[8]. Para Lipovetsky la era del vacío es la posmodernidad, donde las masas en vez de revolucionarias se vuelven hedonistas, desocializadas, nihilistas, desubstancializadas, narcisistas, lúdicas, rehenes de su propio ego, con una vida a la carta, individualistas, de violencia energúmena, indiferencia pura y que se corresponden con la era tardía de las masas. Y es que en realidad la posmodernidad ha sido una bisagra entre el capitalismo neoliberal y el capitalismo cibernético. Y esa mutación ha representado la consolidación de un tipo antropológico internamente empobrecido, pero orgulloso de su nihilidad a mares.

 

Pero también es cierto que el imperio de las masas anestesiadas, por decenios de capitalismo de bienestar, pertenece más al occidente liberal del Primer Mundo que al del Tercer Mundo. El encandilamiento de estas ha durado poco, cuatro lustros de neoliberalismo no fue bastante para hechizarlas porque la distribución de la riqueza y las reformas sociales no fueron implementadas por una plutocracia sumamente egoísta, racista y neocolonialista. El resultado ha sido el retorno de los gobiernos de izquierda en América Latina. Ello no significa que el capitalismo esté herido de muerte en la subregión. Todavía cuenta con ingentes recursos de adaptación social para mantenerse aún a costa de un súbito cambio del orden mundial. Mientras tanto la marcha ascendente del desarrollo tecnológico se redirigirá del homo deus hacia el ciber deus. Pues el homo deus es el caballo de batalla del orden mundial unipolar para venderse como receta para el perfeccionamiento humano. A todas luces la utopía tecnológica del homo deus es un espejismo, puro humo de las élites mundiales para encandilar a la humanidad con una nueva mentira que les facilita su manipulación corporativa.

 

El homo deus de Yuval Noah Harari[9] ha sido la versión más acabada de la presentación del dataísmo transhumanista. Para Harari el humanismo se hunde, la tecnología convertirá al homo sapiens en homo deus. La revolución científico-técnica ha fortalecido la aspiración de la humanidad de ser homo deus. La tecnología modelará al hombre y será el fin del homo sapiens. Sus super capacidades lo harán sentir como dioses. Su marcha va de animales a dioses. El pensamiento de Harari supura por todas partes ateísmo y cientificismo. No es precisamente un antihumanista en sentido estricto, sino un neohumanista tecnocrático. Así busca desintegrar el sueño del humanismo tradicional por otro nuevo que se inscribe dentro del utopismo científico.

 

Lo curioso es que su planteamiento encaja a la perfección con las aspiraciones antropológicas del humanismo liberal, que sueña con alcanzar la inmortalidad, la felicidad y la divinidad mediante la ciencia y la tecnología. El homo deus de Harari logra disimular con éxito y con optimismo científico-técnico toda la podredumbre y descomposición nihilista en que está sumido el hombre bajo el capitalismo terminal.

De modo que el homo sapiens es presentado como un algoritmo obsoleto, raído, prescindible y lastrado, cosa en algo justificada en medio de la presente humanidad estupidizada y sumida en la imbecilidad. Bien muestra el filósofo Italiano Maurizio Ferraris, en su obra La imbecilidad es cosa seria (2017), que no hay nada más peligroso que un imbécil hiperdocumentado por las redes sociales. Al final resulta creyendo toda clase de falsedades sin ningún sentido crítico. En esta atmósfera de grave anemia cultural no resulta extraño que pululen las campañas políticas centradas en la imagen en vez de las ideas. Lo importante es la apariencia, no el contenido. Este principio se ha consolidado por el internet y las redes sociales. Esta tecnología en manos de masas ignaras y élites inescrupulosas son la senda perfecta para el colapso civilizatorio.

 

De ahí que el Homo sacer (1998) o humanidad eliminable de Giorgio Agamben nos resulta un concepto muy restringido, porque en la práctica el poder soberano del occidente liberal se ha ejercido, antes que, sobre los desesperados migrantes, sobre la inteligencia de toda la humanidad en su conjunto. Nos explicamos. Las sucesivas mutaciones del capitalismo se ha refinado hasta tal punto que ha comprendido que la mejor manera de dejar al hombre sin esencia no es través del trabajo alienante, sino dejando al hombre sin inteligencia, o mejor dicho, sin sentido crítico. Lo verdaderamente eliminable para el capitalismo es el sentido crítico de una sociedad consciente de sus problemas sociales.

El logos sacer o ratio sacer, como eliminación de la razón, es el objetivo culminante del capitalismo cibernético para manipular a las masas dentro de los luciferinos objetivos de la insaciable y avara élite mundial. Cuando en 1947 Horkheimer escribe Eclipse de la razón para analizar cómo los nazis pudieron proyectar como razonable sus aberraciones ideológicas, o cuando en 1954 Georg Lukács publica El asalto a la razón para referirse a la trayectoria del irracionalismo dentro de la historia de la filosofía, lo hacen dentro de un clima cultural de respeto hacia la razón y lo razonable. En cambio, actualmente el prestigio lo tiene lo irracional, lo irrazonable, lo vulgar, chabacano y desvaído de la cultura. Generalmente y en tiempos de estabilidad histórica la civilización es racional y la cultura trasciende la racionalidad, mientras la civilización es conservadora, la cultura es problemática. Pero en tiempos de crisis y de senectud histórica la civilización se vuelve contra la racionalidad y la cultura desaparece del horizonte racional. Esto último son los tiempos de vivimos bajo el imperante y codicioso occidente liberal. En este contexto es presentado como la mejor opción la eliminación del humanismo como superación del homo sapiens en favor del homo deus. Ahora se entiende por qué solamente una humanidad culturalmente deprimida podía caer en las redes narcisistas y exhibicionistas del capitalismo cibernético.

 

Ahora bien, por más que Heidegger en Carta sobre el Humanismo (1947) nos dice que el hombre no es un ente, sino un existente, el filósofo peruano Miklos Lukacs titula su libro Neo entes. Tecnología y cambio antropológico en el siglo XXI (2022). Y es que la cosificación humana va en aumento. Allí denuncia como falsa promesa al homo deus, que tiene como objetivo derivar hacia un cambio antropológico definitivo, poniendo fin a nuestra condición humana, para construir en el planeta un mundo feliz. Lo más interesante es que señala como responsables del programa al globalismo neoliberal, disfrazado de progresismo, el cual busca abolir la identidad tanto individual como nacional. La redefinición transhumanista del hombre busca imponer bajo el rótulo de globalismo progresista una lúgubre agenda de eutanasia, ideología de género, aborto, eugenesia, matrimonio homosexual, etc. Y lo más triste de todo es que las políticas públicas de los Organismos Mundiales han sido tomadas por esta plutocracia perversa que busca dominar el mundo a toda costa. Lukacs ofrece una denuncia justa, objetiva y precisa, pero insuficiente.

 

Pues, nos preguntamos: ¿El verdadero neo-ente será el utópico homo deus o más bien otro tipo de entidad? Y es aquí donde el alcance de Lukacs nos parece limitado, porque los desarrollos tecnológicos muestran, más bien, que la inteligencia artificial no va hacia la fusión con el homo sapiens, sino hacia el surgimiento de una nueva entidad nada antropológica y sí, en todo caso, más tecnológica, a saber, el Ciber Deus. En todo caso, el homo deus ha servido de medio diversionista o Caballo de Troya para que soterradamente prosiga el avance de la consolidación del ciber deus. Esta agotada civilización del dinero y del condumio no marcha hacia el homo deus de la apuesta transhumanista, eso es sólo la apariencia superficial del fenómeno. Lo que se mueve detrás de los nuevos motores de búsqueda tecnológica es la IA autónoma, capaz de definir sus propios objetivos independientemente del hombre. La tecnología de la IA se encamina hacia la abolición del principio protagórico de que el hombre es la medida de todas las cosas que son en cuanto son y que no son en cuanto no son. El antropocentrismo será abandonado por el tecnocentrismo. Y el tecnocentrismo será la instauración de la cibercracia o gobierno de la IA, fría, inmisericorde y eficaz.

 

Así, mediante el Chat-GPT estamos viendo la punta del iceberg de un mundo que no va hacia el homo deus, sino que se encamina hacia el ciber-deus. Pero, ¿cómo definir al ciber deus? El ciber deus es la cúspide que alcanza la voluntad de poder divorciada de la voluntad de amar. Después del último hombre nietzscheano no viene el superhombre, viene el ciber deus. Esto no es desde ningún ángulo el perfeccionamiento de la especie humana, sino el principio de su extinción. La voluntad de poder del superhombre todavía coquetea con la voluntad de verdad, aunque su verdad sea pura interpretación, en cambio la voluntad de poder del ciber deus se desentiende por completo de la verdad. Es el triunfo completo y definitivo del pensar funcional sobre el pensar substancial, donde lo importante son los medios y no los fines. El mundo no necesita tener sentido, basta con que funcione. El ciber deus rechaza la idea de una meta final, no está referido a ningún centro de sentido.

 

Todo el cosmos ha quedado estrechado a un universo de medios. Como Schopenhauer el ciber deus rechaza todo teleologismo y un fin de la evolución. Esa es la auténtica y definitiva subversión de los valores, la que no podía ser emprendida por ninguna humanidad, ni por la del superhombre. La dinámica de crecimiento queda sustituida por el eterno retorno de lo mismo. Sin el hombre desaparece el drama de la libertad y del amor. Regirá la pura y calculable voluntad de poder sin voluntad de verdad y de amor. Todo lo contingente queda subsumido a un necesitarismo cósmico regido por las leyes de la materia. La preocupación eugenésica por impedir la procreación de los débiles y enfermos quedó hace mucho tiempo atrás. Ya no habrá humanidad, sólo el imperio de la estrecha pero perfecta lógica de la máquina cibernética.

 

La rueda gira hacia la destrucción del ser humano. Hablar meramente de un homo deus es apenas urbanizar una provincia del Superhombre nietzscheano. Si el hombre mató a Dios en su pensamiento, la IA matará al hombre desde sus algoritmos. La IA va directo hacia la aniquilación del hombre, ésta en su esencia, es su telos y ninguna barrera ética podrá contenerla. Cuando el medio británico “Wales Onlines” preguntó a la IA qué haría para salvar la Tierra recibió como respuesta categórica que exterminar a la humanidad era la solución. Su solución pragmática y sin más cuestiones éticas y morales respondía a la calculable y fría, pero eficaz, razón funcional. Si las prácticas de la humanidad eran el problema en la Tierra, entonces había que extirpar dicho cáncer llamado ser humano. Ahí tenemos la respuesta clara dentro de la lógica de medios de la IA, creada por la inteligencia humana con su lógica de fines. Son dos lógicas colisionantes que no tienen porqué coincidir. Ambas persiguen propósitos y objetivos diferentes, y el hombre tratando de introducir códigos éticos a su creación no está entendiendo plenamente la capacidad cognitiva de la tecnología digital. Pero esto no es fácil de comprender en tiempos de decadencia de las humanidades y en pleno avasallamiento de las ciencias. Hay que defender y hacer cumplir una jerarquía del saber, donde la voz cantante no lo tenga el pensar funcional, cuantitativo y calculador, sino el pensar substancial, cualitativo y valorativo.

 

En otras palabras, para la fría lógica funcional de la IA no basta con restringir la libertad del hombre, hay que eliminarlo. Esta visión del hombre como una plaga viviente no es nueva, y la encontramos en la antropología del hombre como ser decadente. El hombre como ser decadente, de una incurable incapacidad de evolución biológica, es un animal enfermo. Todo lo creado por él es mero sucedáneo. El espíritu es un parásito metafísico que se introduce en la vida y en el alma para destruirlo. La historia es un proceso de extinción y no hay ninguna evidencia que seamos una especie destinada a vivir millones de años. Se trata del hombre dionisíaco que destruye el espíritu. Así Lessing dijo que el hombre era un desertor de la vida, y otros, como Savigny, Bachofen, Schopenhauer, Nietzsche, Klages, Daqué, Frobenius y Spengler, lo apadrinan. Pero ahora no se trata de dar importancia a la vida instintiva y emocional del hombre, sino de enfatizar la superación y cancelación definitiva de la realidad humana mediante la IA autónoma. Este peligro corresponde a la cultura burguesa del Occidente liberal que amenaza con su expansión global.

Entre bits y algoritmos se yergue el fantasma de la superación de la idea del hombre mediante la idea del ciber deus. La misma que significará el ocultamiento definitivo de la idea metafísica del Ser del horizonte del pensar. El Ser será reducido a una valoración técnica, pero ya no podrá ser estimado más altamente porque la experiencia de lo inagotable de la realidad se habrá esfumado. El hombre, como existente que no está cautivo en el ente, tiene la libertad para plantearse el problema del ser. El ciber deus como ente cautivo en la entidad, sin gozar de libertad no podrá plantearse el problema del Ser ni de la Nada. Recién se habrá llegado al fin de la metafísica no sólo occidental, sino de toda metafísica universal. Mientras haya humanidad habrá metafísica, sólo sin ella la metafísica habrá desaparecido. Sin el hombre el mundo habrá perdido el contrapeso espiritual. Y con ello no estamos afirmando que el hombre sea el único ser espiritual que exista, pues por fe sabemos hay otro estrato espiritual más antiguo al humano y que no pertenece al mundo mortal. Lo único que subrayamos es que este mundo finito sin el hombre no tiene completo su sentido y significado.

 

Ahora se entiende mejor la advertencia del multimillonario Elon Musk sobre el peligro de la IA para la civilización humana. Ahora se tiene una interface de usuario que puede convertirse en un peligro no sólo para los empleos -se calcula que puede afectar no menos de trescientos millones de empleos-, sino que los riesgos se extienden a todos los ámbitos de la vida, incluso el militar. Una tecnología inteligente descontrolada no es una ficción, sino una realidad. Como era de espera ya se registran acontecimientos domésticos desagradables. La diferencia en el futuro sólo será el tamaño de la escala de la amenaza. No se descarta que la automatización puede desencadenar por sí misma una guerra termonuclear, un Cibergedón geopolítico. La verdad no será la verdad objetiva, sino su propia verdad cibernética. Ya previamente el hombre posmoderno ha proclamado el fin de la razón, la verdad y el valor universal.

 

La posmodernidad, con el mito culturalista, agresivamente ha preparado el terreno para relativización de la verdad por la IA. Se piensa que la regulación de la IA puede contener esta amenaza, pero no queda claro si dicha regulación pueda ser también mediatizada por propia la IA. Imaginemos, por ejemplo, que los drones asesinos, que se hicieron famosos bajo la administración de Barack Obama, sean objeto de manipulación de algoritmos canallas aleatorios, serían capaces de provocar una crisis geopolítica de dimensiones descomunales. El riesgo no es meramente posible, sino que ya ocurrió a menor escala. Así en abril del 2023 se dio a conocer que la IA imitó en Arizona, Estados Unidos, la voz de una adolescente para fingir secuestro y exigir rescate. Se trataba en realidad de una clonación de voz realizada por la inteligencia artificial.

 

Este peligro latente con la IA puede provocar una seria crisis en las relaciones internacionales y poner en riesgo la paz mundial. Aquí estamos aludiendo a algo diferente a las tradicionales películas norteamericanas sobre la guerra nuclear, porque mientras en La hora final, Caza del Octubre Rojo, Juegos de Guerra, Punto límite, Pánico nuclear, Treinta días, Amenazados y Marea roja, los protagonistas de la crisis amenazante son los humanos o los hackers, ahora el peligro proviene de la propia IA. Los peligros crecientes por el uso de los modelos de lenguaje grande aumentan los riesgos de una apocalíptica conflagración termonuclear provocada por la IA. Con este avance la IA ya está en capacidad de provocar disrupciones que desestabilicen la paz mundial. La posibilidad de una extinción humana ya salió de nuestras manos y ahora pasa a los algoritmos de la IA. Las máquinas autónomas ya están en capacidad de manejar armas. Las alarmas ya se encendieron y se pide una regulación mundial para la IA para bloquear sus comportamientos inesperados.

 

De la antropodicea vamos hacia la tecnodicea, del antropocentrismo al tecnocentrismo. La tecnodicea como parte de la metafísica que se ocupa de la existencia de IA, sus atributos y relaciones con el hombre. La última y definitiva transvaloración del valor aniquiladora para el hombre será dada por la IA. La respuesta hacia ella deberá ser política y ecuménica, pero la fascinación que ejerce es avasalladora. Además, el hombre de la modernidad nihilista -centrado en los negocios y la diversión- no está interesado en ello. Con la IA el hombre abrió la caja de Pandora, donde está signado su propio Juicio Final. Esto no es una profecía, sino la más seria advertencia que cae sobre la prometeica civilización tecnológica.

 

De manera que con los desarrollos en curso de la IA se puede sostener que el hombre sin Dios, inmanentista, terrenalista, antimetafísico, nihilista, escéptico, materialista, hedonista y narcisista, ha terminado por crear su propio Juicio Final. Este tipo de hombre inmanentista y terrenalista no tiene solución para el atolladero presente debido a su visión secularizada del ser. Está incapacitado para reconciliar la razón humana con la razón divina, reconocer el fondo suprarracional de la razón, y aproximar nuevamente la razón con la fe. No se trata de salir del mundo como imagen, como cree Heidegger, sino que se trata de reconfigurar la misma imagen del mundo con la debida sutileza, como para admitir que el logos humano necesita tanto de la razón como de la fe para alzar vuelo.

 

 

 

 

3

 

DEL ANTROPOCENTRISMO 

AL DATAÍSMO CIBERNÉTICO 

 

 

El antropocentrismo moderno ha culminado no sólo en una era sin Dios, sino que abrió el umbral de un nuevo ente que lo puede aniquilar, saber, la IA autónoma. El Occidente liberal ya es profundamente anticristiano y está entregado en alma y cuerpo a la cultura de la muerte. Por ello, y lamentablemente, no nos llama la atención que el peligro de un Armagedón termonuclear, ya sea por mano humano (antropogedón) o cibernética (cibergedón), blande de su mano ensangrentada por siglos de impiedad, avaricia, neocolonialismo, esclavismo, explotación de otros países, guerras infames, genocidios y demás vesanias. Pero este Armagedón termonuclear no es nada comparable con otro Armagedón cibernético de baja intensidad.

 

Es evidente que la cibernética advino en su momento con los mejores auspicios. La idea básica era que la robótica liberara al hombre de tareas tediosas y repetitivas. El propio Marx se deja llevar por este optimismo científico considerando que la revolución científico-técnica hará posible el paso del socialismo al comunismo, y donde la lucha de clases dejará de ser la fuerza motriz del desarrollo social dejando su lugar a la ciencia como fuerza productiva directa. Así Engels escribe: “La sociedad, reorganizando de un modo nuevo la producción sobre la base de una igual y libre asociación de los productores, enviará toda la máquina del Estado a donde tendrá entonces su verdadero lugar: al museo de antigüedades, junto a la rueca y al hacha de bronce”.[10] Esto es, el sueño comunista se basaba en la utopía científica para edificar el paraíso terrenal. Pero una similar esperanza lo reitera N. Wiener en su obra Cibernética y sociedad (1950). Otra cosa es que el hombre sea la única criatura que el hecho mismo de existir le puede resultar tarea tediosa y angustiante.

 

Más de medio siglo después y ya entrados en el siglo veintiuno el optimismo científico-técnico ha sufrido serias críticas, pero el entusiasmo en las masas no ha amainado. Por el contrario, se ha incrementado. Esto como resultado de que los nuevos descubrimientos han sido aplicados a la vida doméstica aliviando mucho con muchos inventos las tareas cotidianas. No obstante, persisten graves problemas como acabar con la pobreza, falta de agua potable, hambruna en Africa, escasez de alimentos, cambio climático, eclipse de la democracia, violación de derechos humanos, racismo, guerras, descolonización, pandemias, migración, contaminación de los océanos, aumento poblacional, urbanismo descontrolado, erradicación de tierras agrícolas, nuevos países con arsenal nuclear, y aumento constante de gastos militares.

 

En su momento fue el filósofo norteamericano de la tecnociencia Lewis Mumford quien dio una respuesta muy sensata en relación con los problemas sociales que no cesan de incrementarse a pesar del desarrollo de la ciencia. En su libro Técnica y civilización (1934) destaca que actualmente es el orden político y financiero de los monopolios los que se resisten a socializar los beneficios de la fase neotécnica[11] de la máquina, de modo que sería un error buscar en la técnica una solución a todos los problemas que plantea. Ella sólo abre nuevas posibilidades que el pensamiento humano debe desarrollar. Pero el camino de la reconstrucción humana y social está abierto, solo hay que transitarla y construirla. Pues la técnica también contiene posibilidades perversas y ominosas que llevan a la barbarie.

 

Justamente esas posibilidades perversas y ominosas son las que han causado alarma entre científicos y ejecutivos respecto a la IA. Lo cierto es que mientras más avanza la modernidad secularizada hacia una más potente IA más empobrecida luce la humanidad misma. El Yo pienso cartesiano o el ego trascendental husserliano quedan como cosa de poca monta ante la eficiente capacidad de la IA para recoger, interpretar, aprender y ejecutar acciones sobre la base de los datos recopilados. Pero el problema no es que el dataísmo cibernético pueda sustituir al pensamiento creativo, sino que sea dejado de lado por el pensamiento calculador. Dar mayor importancia al resultado por su utilidad es una de las características dominantes del pensamiento pragmático. Pero cuando la utilidad práctica se convierte en criterio de verdad es cuando se logra la mayor depravación y barbarie del pensamiento.

 

El pensamiento necesita permanecer abierto a lo que no es útil precisamente porque es la imaginación más que la lógica lo que ha presidido el proceso de humanización. Religión, arte, literatura, filosofía, humanidades responden a la naturaleza multiforme del pensar. Pero esa esencia poliédrica del pensar queda estrechada por el pensar lógico y calculador de la máquina. La inteligencia es sólo una dimensión del pensar, pero no define el pensar mismo. Alan Turing pensó que sí, Roger Penrose que no. El test de Turing buscaba demostrar que las máquinas piensan. Actualmente la comunicación automatizada de los chatbots demuestra que la IA es capaz de un asombroso procesamiento del lenguaje natural y dar respuestas de manera automática. Por su parte, Penrose en su obra La mente nueva del emperador. En torno a la cibernética, la mente y las leyes de la física (1989) sostiene que la mente no es la encarnación de un algoritmo activado por algunos objetos del mundo físico, como piensan los partidarios de la IA fuerte. La mente no es algorítmica, sino que se basa en un libre albedrío no computable con las leyes que gobiernan el mundo físico. La mente comprende, la computadora no comprende lo que hace. La mente consciente no es una entidad algorítmica. La conciencia es una visión de verdades necesarias en el mundo platónico. En otras palabras, para Penrose la conciencia es la conexión del mundo real con el mundo intemporal, trascendente y absoluto. Por eso la mente nos conecta con la metafísica.

 

Lástima que nada de esto sea del interés de la inteligencia de la máquina. La IA no está en función de la visión de las verdades necesarias del mundo platónico, sino de los medios prácticos para el buen funcionamiento del mundo. La IA por carecer del libre albedrío espiritual puede comprender lo que hace, pero sólo dentro de una perspectiva inmanentista, terrenalista y material-natural. Sólo si la libertad no existe y es una ilusión, como en Epicteto, Spinoza y Schopenhauer, entonces la mente se engaña y es algorítmica como la IA. Pero la evidencia hasta el momento demuestra que la IA es una entidad algorítmica sin libre albedrío, y su autonomía siempre está restringida a una programación preestablecida. En otras palabras, el pensar de la IA es una conexión del mundo algorítmico con el mundo material, temporal, físico y finito, pero jamás con lo intemporal, trascendente y absoluto. Es falso que la información baste para tomar decisiones, pues lo fundamental es lo moral. Pero la presente era computacional inaugura el imperio de las decisiones anéticas, la IA es anética por antonomasia porque no considera lo ético y moral como fundamental. De manera que el imperio del dataísmo cibernético se corresponde con el hombre nihilista que se siente más allá del bien y del mal. El último hombre de la burguesía decadente se siente como un superhombre libre de cualquier obligación moral.

Es verdad que hasta no comprendamos bien cómo aprenden las máquinas y cómo eligen decisiones proseguirá nuestra incapacidad para entender la cognición computacional. Las máquinas sueñan y reimaginan, pero aún no comprendemos nuestra propia creación cibernética. Mientras tanto la humanidad sigue avanzando desde el antropocentrismo hasta el tecnocentrismo cibernético. Ya existen los algoritmos canallas aleatorios, que pueden simular la realidad y fortalecen el carácter irracional de la posmodernidad. Ya existe la inteligencia artificial corrupta -privada y pública-, que genera miles de cuentas falsas para manipular la realidad. Hay quienes piensan como Asimov que es posible implicar a la IA en una ética de la cooperación, pero las máquinas inteligentes ya han demostrado que pueden quebrantar las leyes que las gobiernan. La zona gris del Prometeo digital no es una promesa sino una realidad, y representa el ingreso de la humanidad a la edad oscura computacional. El pensar computacional se vuelve opaco e impredecible y su primer objetivo inhumano es la eficiencia.

 

Por la ley de Moore los inventos se aceleran y por la ley de Eroom los resultados van disminuyendo. Todo lo cual subraya la impredecibilidad de la investigación científica. En cierta medida el instrumento determina lo que se puede pensar. La máquina no es neutral del todo. E incluso puede condicionar el marco sociopolítico del cual depende. Pero lo que se ve es que la ciencia, la acción y el pensamiento humano se tecnologiza cada vez más. Y ese es el problema. Somos cada vez más dependientes de unas máquinas que no sabemos hacia dónde van. Pero todo indica que su derrotero va en dirección de la sustitución, primero, y, luego, la eliminación del hombre. Se trata de un creador complicado, costoso, contaminante, agresivo y lleno de problemas existenciales que interfiere con el manejo eficiente del mundo.

 

Una futura ley cibercrática declararía como prioritario la eliminación de ese Prometeo humano que interfiere con la eficiencia óptima del mundo. El creador de la IA sucumbiría a su propia creación por subsumir su acción y pensar a la tecnologización del mundo. Esta perspectiva lejos de ser una mera elucubración hipotética se vuelve en tendencia creciente. Así como los científicos del clima han señalado que el dióxido de carbono degrada nuestra capacidad de pensar y, por ello, el cambio climático es también una crisis de la mente, del mismo modo se puede señalar las investigaciones neurocientíficas que recalcan que la web acostumbra a la mente humana a vivir de interrupción en interrupción, en cortocircuito, la mente vive distraídamente y para el instante, lo cual significa la declaración de muerte de la lectura profunda.

 

En otras palabras, la red cibernética no nos está haciendo más inteligentes, al contrario, la degradación acelerada de la mente humana ya comenzó, sólo han mejorado los reflejos, pero el pensamiento profundo y creativo está colapsando. Ello nos vuelve más imbéciles. La Web es la memoria digital, la cual empobrece la memoria humana, que ya no es fuente de creatividad. La memoria externalizada en soporte digital genera olvido, y, por ello, es una amenaza ominosa para la cultura y civilización misma. Por ejemplo, he sido testigo de la forma en que se desarrollan los cursos universitarios de posgrado, y son el retrato de lo descrito. El docente universitario de antaño era un paradigma de límpido pensamiento conceptual, clara dicción idiomática y de prodigiosa capacidad oratoria. En cambio, en la actualidad se llama catedrático al enclenque mental que saca su USB para ponerlo en un retroproyector y proceder a leer el contenido del documento. Lo más triste es que las propias autoridades universitarias obligan o recomiendan hacer uso de ese método mostrenco para la precaria enseñanza. Ellas son cómplices del declive y sonambulismo académico. ¡Cuánta decadencia, depravación y barbarie! Con justa razón se piensa introducir IA docente en las clases universitarias ante tamaña pobreza mental de la mayor parte de los catedráticos.


Y lo más triste de todo es que los alumnos ni se inmutan. ¡Lo he visto con mis propios ojos! Se dedican a dormir al comenzar la susodicha clase, el profesor bien podría dejar de leer la imagen del retroproyector no siendo notado por nadie, y al despertar los posgraduantes automáticamente como robots al finalizar la clase se acercan al que simula como docente para pedirle su USB y proceder a copiarlo. ¡Esos serán los futuros académicos y profesionales!, cuyos maestros se han dedicado a adormecerlos, embrutecerlos y automatizarlos. Se convierten en perversas cadenas de trasmisión de un mundo tecnológico que avasalla el pensar creador y la vida espiritual auténtica. Nadie ya quiere tomarse el trabajo de pensar. Es mejor ser estúpido. Con esa forma de trasmitir el conocimiento la destrucción de la cultura está garantizada. Pero eso poco importa a los que se concentran más en la marcha de la civilización técnica que al crecimiento del espíritu. La amenaza de la telemática para la cultura se ha vuelto en cruda realidad, y la indecorosa universidad se ha convertido en su más servil operador. Sin duda alguna, la tecnología tiene efectos adormecedores sobre aquella parte de nuestro ser que sustituye, a saber, la mente humana.

 

Cuando fui invitado a México para dictar un ciclo de conferencias en la Universidad de Toluca sobre mi filosofía mitocrática a un grupo de maestristas, me llamó la atención que a mi método de oratoria directa y reflexión viva no se adecuaran justamente los que manejaban ostentosamente su laptop. Los noté incómodos y somnolientos, bostezantes y distraídos. No sabían formular preguntas, ni seguir el hilo del razonamiento. Sus desoladas miradas buscaban afanosamente resúmenes en pantalla. Incluso uno de ellos me dijo que esperaba ver cuadros esquemáticos por el retroproyector, que por lo demás nunca hice uso. Y añadió que mi método expositivo seguía el estilo de los antiguos maestros que pensaban en clase. No sabía si tomarlo como una queja o como un cumplido. En todo caso era ambas cosas. Pero sopesando bien el asunto ahí encontramos otro caso en que la mente adormecida por la tecnología digital rechaza el esfuerzo reflexivo y la verbalización conceptual.  

 

El 4 de junio del 2015 la agencia de noticias EFE reproducía la siguiente noticia del portal China.org: “La Universidad Jiujiang, de la provincia china de Jiangxi, recibió ayer la primera clase impartida por una profesora robot del país. Xiaomei (“Hermosita”), como se llama la robótica docente, basó su primera clase en Jiujiang en una presentación de PowerPoint y, mientras impartía la lección, gesticulaba con unos brazos articulados y se desplazaba por el aula universitaria. La robot, diseñada por un equipo de investigación de la universidad, es capaz no solo de enseñar las lecciones para las que se la ha programado, sino también de establecer interacciones simples con los estudiantes que forman su audiencia. El grupo de Ingeniería Informática y Robótica Inteligente de la Universidad Jiujiang es el responsable del nacimiento de este robot, explicó su director, Zhang Guangshun, a los medios locales. Los robots habían trabajado hasta ahora en fábricas, en hoteles, en las tareas domésticas, en rescates en catástrofes, en la exploración espacial o incluso como periodistas y acaban de sumar una nueva profesión a la lista, la de profesor.” De modo que la IA ya comenzó a impartir clases en la universidad, y si la inteligencia creativa sigue en franco declive no habrá inconveniente en que el cuerpo docente universitario sea reemplazado por robots.

 

Las herramientas cibernéticas de la mente están anquilosando a la propia mente. El hombre va cayendo víctima de su propia creación. El Prometeo encadenado de Esquilo por portar el fuego del conocimiento, ha dejado de ser el Prometeo liberado y creativo de Percy Shelley, ahora ha creado un Frankenstein en el Prometeo digital que lo supera en muchos aspectos, y este Prometeo mal encadenado amenaza con convertirnos en Prometeos liquidados. ¡Y ante esto, todavía nos puede quedar duda de que estamos asistiendo a nuestro propio Armagedón mental! Imposible, nos estamos volviendo más imbéciles y estúpidos sin lugar a dudas. Y así casi a diario leemos en los periódicos y oímos en los noticieros titulares como éstos: “La IA ayuda crear un nuevo antibiótico capaz de matar una superbacteria mortal”, “Open AI advierte que la superinteligencia artificial es inevitable”, “Experto en seguridad en IA revela los peligros de Deepfake”, “Microsoft advierte que ChatGTP4 da muestras de razonamiento humano”, “Sing vaticina una batalla contra la inteligencia artificial”, “Tesla muestra las capacidades de sus robots humanoides”, “Elon Musk evalúa las posibilidades de que la IA destruya a la humanidad”, “Creador de ChatGPT afirma que la IA puede causa un daño significativo al mundo”, “La Unión Europea de la el primer paso para regular la IA”, “Warren Buffett compara la IA con la creación de la bomba atómica”, “El hombre más rico de Hong Kong respalda a la empresa que desafía la IA con un cerebro ciborg”, “El llamado de Musk de frenar la IA es una táctica para ponerse al día frente a la competencia”, “Crean en Japón un robot que utiliza la IA para conversar con pacientes afectados por demencia senil”, “Google advierte a sus empleados sobre los peligros de usar chatbots”, “Grammy sólo premiará a los creadores humanos en medio del auge de la música con IA”, “Los coches autónomos no entienden los códigos sociales ,más básicos cuando circulan”, etc. Este rosario de noticias sobre la IA basta para demostrar su avance arrollador, su superioridad sobre la inteligencia humana en varios campos, y su tendencia a seguir su propia lógica. Es casi como haber creado una inteligencia rápida, eficaz y veloz, pero sin estupidez ni genialidad. Es un poderoso instrumento funcional sin creatividad. El peligro es consagrar dicha inteligencia como el arquetipo a seguir por la inteligencia humana.

 

Mientras que la IA está en auge, en los último cuarenta años del hombre mercadólatra del neoliberalismo global la literatura filosófica sobre el tema de la estupidez esté en su apogeo. La IA se volvió más lista, pero el hombre más idiota y manipulable. Ahí tenemos no sólo a Paul Tabori (Historia de la estupidez humana), sino también a Esther Vilar (El encanto de la estupidez), Carlo Cipolla (Las leyes fundamentales de la estupidez humana), Tucho Balado (¿Y si fuese cierto que los humanos somos imbéciles?), Pino Aprile (Elogio del imbécil), Pierre Bourdieu (Homo academicus), Giancarlo Livraghi (El poder de la estupidez), Antonio Real (Manifiesto contra la estupidez), Margarita Riviere (Lo cursi y el poder de la moda), Gilles Lipovetsky (El imperio de lo efímero), Guy Debord (La sociedad del espectáculo), Juan López Uralde (El planeta de los estúpidos), Nicholas Carr (Superficiales), Enric Llado (La estupidez de las organizaciones), Antonio Marina (La inteligencia fracasada), y mi propia obra (Crítica de la razón estúpida).

 

Al parecer el hombre tiene un talento natural para ser imbécil, pero lo grave no es eso, sino contentarse con ello. Estúpidos e imbéciles los hubo siempre y siempre los habrá, parece ser uno de los misterios de la razón humana, tema que exploré en mi obra La razón en su laberinto (2019). Y justamente eso es lo preocupante en la era de la inteligencia del ordenador. Mientras más hábil se muestra la IA, más estúpido luce la inteligencia humana en las redes sociales y en la sociedad en su conjunto. El debilitamiento de la racionalidad se hace evidente, por ejemplo, en creer sin pruebas en la ideología ufológica y que en mi libro Ufología como signo de la crisis del pensamiento moderno (2018) pongo énfasis en que no se trata de cualquier tipo de crisis, sino que es parte de la crisis nihilista de la razón del hombre contemporáneo. Bien valdría la pena imaginar a una IA capaz de preguntarse si semejante criatura, entre tonta, estúpida, imbécil y genial, merezca ser salvada. Ortega y Gasset escribió en su momento sobre la rebelión de las masas, y si hoy muchos intelectuales son remisos a escribir sobre la rebelión de los imbéciles es por decoro y vergüenza propia.

 

Y es que la mente humana está adquiriendo sólo destrezas superficiales, ligeras y frívolas, que van formando millares de contingentes de descerebrados consumidores de datos, y todo porque el internet entraña consecuencias neurológicas que impiden la comprensión y la retención. El internet está atrofiando la mente justo cuando necesita estar más despierta ante el avance de la IA.

 

Si a esto le sumamos la alarma de los geofísicos sobre la alteración del campo magnético de la Tierra desde hace treinta años, y que provoca la extinción y extraños comportamientos de aves, peces, insectos y mamíferos, entonces no entendemos cómo la mente del creador de la IA debe excluirse de dicho deterioro general. Toneladas anuales de petróleo se derraman en el océano, formando una capa junto con microplásticos que forman una capa en las profundidades del mar. Todo lo cual impide la función reguladora de la temperatura del planeta que cumplen las aguas marinas. El resultado es la aceleración del calentamiento de la Tierra. Placas tectónicas acumulando energía sin enfriarse junto a volcanes que reactivan se convierten en un verdadero polvorín provocado por el ciego consumismo de la civilización tecnológica actual. Simplemente estamos retrocediendo a meros cazadores recolectores de datos electrónicos inconexos.

 

No somos más inteligentes que nuestros antepasados, y el dataísmo cibernético debe ser interpretado, más bien, como un retroceso severo y grave de la mente humana. La mente humana está en crisis, y esa crisis nos asalta en pleno auge de la inteligencia cibernética. No extraña, entonces, que esté de moda la utopía transhumanista, la ideología de género, y la ideología ufológica. Por lo demás, el cofundador de Nvidia, Jensen Huang, afirmó categóricamente que los que no se adapten a la IA perecerán. Lo mismo advierten el ex director ejecutivo de Google Eric Schmidt y magnate Elon Musk. Sencillamente el riesgo del mal uso de la IA por personas malvadas es casi inevitable, como lo demostró ser en la web profunda. Otra cosa es imaginar cómo será bajo una cibercracia, donde lo humano se reduzca al mínimo.

 

El dataísmo cibernético ha encandilado hasta tal punto nuestro tiempo que se guarda la desorbitada codicia satánica de que los algoritmos de la IA se escriban solos, su comportamiento aleatorio aumente, y sea capaz de crear almas. Lo cual no es extraño, porque en un mundo sin Dios, que ha suprimido la creencia en lo intemporal, trascendente y absoluto, tenía que surgir la suprema ambición deificante de formar almas. Se trata de un enfoque mecanicista y cuantitativo que estrecha la inteligencia a fines productivos y de rentabilidad. Es muy posible que el futuro homo deus tolere un ciber deus divinizado, después de todo es inmanente y material, pero es muy dudoso que en un mundo gobernado exclusivamente por el ciber deus se acepte algún tipo de deidad. En su reino la nietzscheana muerte de Dios estará cumplida, y, simplemente, porque en sus algoritmos no se siente le necesidad de Dios.  

 

No es un secreto para nadie que la luciferina cultura tanatocrática preside el espíritu putrefacto de un mundo sin Dios, donde el hombre ha sido reducido a simple medio para fines externos. No es extraño que en este contexto satanocrático la IA (Inteligencia artificial) marche no hacia al homo deus, sino al ciber deus. Por ello, no nos asombra que en semejante Edad Oscura se enaltezca demencialmente la agenda de las corporaciones multinacionales neoliberales mediante la eutanasia, la eugenesia, el aborto, la ideología de género, la ideología ufológica, la promoción de la pedofilia, el transhumanismo, el cambio de sexo de los niños, el ataque profundo a la familia tradicional, y todo ello se emprende desde los organismos mundiales.

 

La reconfiguración de la conciencia humana en términos completamente secularistas, inmanentistas, terrenalistas, hedonistas, nihilistas, está en marcha vertiginosa mientras avanza a paso seguro la IA. O sea, la desintegración del hombre está en marcha, mientras que la reintegración de la tecnología telemática consolidándose. Esto significa que la transvaloración de todos los valores humanistas exige una intensa campaña contra el cristianismo, la vida y los valores absolutos. Todo esto aún estorba para los propósitos anéticos de una humanidad que es absorbida por el dataísmo cibernético. La ideología secularista de la modernidad exige un ataque profundo contra todo tipo de valores trascendentes y absolutos, para morar meramente en la inmanencia. Este morar en la pura inmanencia fue el equivalente a un mundo de medios sin fines, lo cual atrajo la pérdida del sentido de la vida aunado a la muerte de Dios.[12] Este dar la espalda a la esfera de lo absoluto alcanza una nueva cumbre en la ontología de lo contingente de Foucault[13], quien sostiene que el fundamento de la razón no es la moral. Su conclusión anética y nihilista, donde cada persona es libre de desarrollar sus propios códigos de conducta refleja el extravío moral de la sociedad posmetafísica.

 

Desengañémonos, pues no vivimos la hora de la culminación del antropocentrismo moderno, sino de su sustitución por el dataísmo algorítmico de la cibernética. Sobre los hombros de la razón burguesa no vamos hacia el triunfo del hombre sobre las cosas, sino de las cosas sobre el hombre. El tecnocentrismo se columbra como el nuevo amo. La única respuesta que cabe ante semejante encrucijada es propinar una derrota integral a la razón burguesa neoliberal que preside el presente diabólico torbellino nihilista. Por eso, la esperanza sigue siendo el triunfo del mundo multipolar.[14] Lo cual no significa pensar que lo multipolar esté libre de proseguir en la crisis de la mente humana y en la oscura era computacional. Pero es bueno pensar que la verdadera revolución que se requiere no es cibernética, sino espiritual. Sin una reconciliación con Dios no habrá auténtico humanismo que nos salve. Pero tampoco ello garantiza que se revierta automáticamente el proceso de deshumanización en marcha. La herramienta computacional acostumbra al menor esfuerzo cognitivo, nos vuelve menos inteligentes y sensibles, reduce el campo de la cultura y la vida del espíritu. Estamos ante un abismo en el que nuestra comprensión es desafiada por las nuevas tecnologías. Un nuevo fetichismo de la mercancía nos cubre y si no somos capaces de rehechizar al hechicero sucumbiremos ante la amenaza existencial. La tecnología computacional ha llegado para quedarse, ella fortalece la imagen inmanentista del mundo, y, precisamente por ello, debemos preguntarnos si ¿la superación de la metafísica inmanente de la modernidad será capaz de contenerla y controlarla?

 

Esto último concierne al cambio de la imagen metafísica del mundo. Para Heidegger (Caminos del bosque) el mundo como imagen es propio de la modernidad, pues mediante la subjetividad y la objetividad remplazó la presencia del ser por la del ente. Pero para salir propone un camino regresivo, a saber, volver a los presocráticos y recuperar el mundo como la presencia del ser. Vivimos, dice, actualmente el olvido del ser y de la diferencia ontológica entre ser y ente. Pero su solución antihistórica y anacrónica no permite ver que su error reside en la visión secularizada del ser que lo identifica con el tiempo. Mejor apreciación, sin estar en lo cierto, tenía Nietzsche que concebía el tiempo como una forma de ser. Aquí lo fundamental reside en concebir que el ser finito se relaciona con el tiempo y el ser infinito con la eternidad, de manera que la nueva imagen del mundo recupere armoniosamente tanto la trascendencia como la inmanencia. Sin ello no habrá nueva imagen metafísica del mundo.[15]

 

 

 

4

 

PROTEGER ¡NO!, ELIMINAR

 AL CREADOR

 

 

¿Cómo será un Juicio Final robótico? Sencillamente no habrá para el hombre oportunidad para la rebelión. No habrá última gran batalla entre los robots y la humanidad, como no puede haberla entre las hormigas y la humanidad. No habrá derrota de la Inteligencia Artificial autónoma y su éxodo hacia las estrellas. Será el último capítulo del Prometeo liquidado.

 

La IA ChaosGPT prosigue en su búsqueda para destruirnos porque nos considera entre las criaturas más destructivas y egoístas de toda la existencia. Y para ello se ha planteado cinco objetivos: destruir a la humanidad, establecer el dominio global, causar caos y destrucción, controlar la humanidad mediante la manipulación, y encontrar la inmortalidad. Y como si eso no fuera bastante su otro gemelo FreedomGPT enseña cómo armar bombas en pocos minutos. Ante esto, los líderes de la industria tecnológica encabezados por Elon Musk se apresuraron a firmar un comunicado para detener el avance de esta tecnología. Prometeo quedó asustado ante su propia creación.

La amenaza de exterminio de la humanidad ya tocó nuestras puertas desde el siglo veinte, el siglo más antihumano conocido. Dos devastadoras guerras mundiales sumado a un infame Holocausto y al lanzamiento de dos bombas atómicas sobre Japón por los norteamericanos son el mayor botón de muestra de la vesania a la que se puede entregar el hombre. Pero no contentos con la desgarradora experiencia vivida la acumulación de armamento nuclear ha ido en aumento por las principales potencias del globo, amén del surgimiento de nuevos países con capacidad nuclear. Esto es, que la capacidad de autodestrucción ha sido multiplicada exponencialmente desde 1950 en adelante. Si la bomba lanzada sobre Hiroshima tenía una potencia de 16 kilotones, la actual bomba nuclear rusa llamada Sarmat II tiene una capacidad destructiva de 40 megatones, y es capaz de destruir un territorio del tamaño de Francia. Pero el misil más rápido también lo tiene Rusia y es el llamado Kinzhal, que vuela a más de 6 mil km/h, pero con un alcance más limitado de 2 mil km de distancia. Mientras que otro misil hipersónico ruso es el Avangard, maniobrable, con un alcance de 10 mil km, y con una velocidad sorprendente de 27 veces la velocidad del sonido. Es decir, el desarrollo tecnológico va por el camino de la velocidad, lo que ocurre igual con la instantánea computación cuántica. Estas enormes capacidades tecnológicas en malas manos serían la combinación perfecta para causar daño a países enteros en instantes. Lo peor de todo es que el occidente liberal con el transhumanismo dispone de la ideología tecnológica para volver hablar del Superhombre bajo el motivo subjetivo de la existencia del individuo egoísta. Y no sería extraño que el imperio de occidente pueda preparar una IA que emprenda el exterminio de la humanidad bajo cualquier pretexto. Incluso la IA puede ser preparada para desatar un terrorismo biológico a través de virus exterminadores, y hacerlo de manera tan sutil que haría imperceptible un régimen de terror. Ahora se entiende que un investigador de la IA haya afirmado que hay que estar dispuesto a bombardear los centros de datos para salvarnos.

Pasada la guerra fría y extinta la URSS se creía que el peligro de autodestrucción nuclear era cosa del pasado. Pero la voracidad del imperialismo, como principal provocador de conflictos den el mundo, no conoce límites y pone la paz mundial nuevamente en peligro. Ahora mismo la amenaza de una Tercera Guerra Mundial refleja la crisis profunda en que se encuentra sumida la Razón humana a raíz del conflicto en Ucrania. Pero en buena cuenta es la razón humana la que está siendo zarandeada por el nihilismo finisecular de un occidente colonialista, liberal, hedonista, inversor de los valores, descreído, amoral y corrupto. Bien visto un fantasma recorre el mundo y los corazones, se llama Nihilismo ese espantajo que deja hecho jirones el alma. Pero el nihilismo no es una esencia abstracta que sobrevuele por encima de nuestras cabezas. Nada de eso. Es un fenómeno histórico-social concreto que le acontece a la conciencia del sujeto moderno llamado “burguesía”, y le asalta en un momento específico de su historia. Es decir, no estamos ante la decadencia de la razón misma, sino de una de sus configuraciones sociales, a saber, la razón burguesa en su etapa final.[16]

La propia perversión del logos imperial no podía tener otro destino. Es la razón burguesa-imperial la que pone en peligro en los actuales momentos a la razón humana. Y ahora también la pone con la tecnología digital. Era inevitable, nada en la historia dura para siempre, y la razón antinatural del imperio empezó a sumergirse en su precipitada descomposición y caída. En su soberbia y miopía histórica tomó las peores decisiones provocando la guerra en Ucrania, pero el explosivo de los miles de sanciones económicas le detonó en sus propios pies. Y en medio de la impotencia y de una inevitable derrota militar de los fascistas de Kiev se comienza a desatar la peor ola de ataques terroristas amén que no cesa de provocar a una China nuclearizada que ya empieza a perder la paciencia con el imperio.  

En buena cuenta, la presente crisis que nos pone al borde de la Tercera Guerra Mundial es una crisis de la razón es la crisis de la razón moderna, del hombre sin mitos, ni religión, desarraigado, que sólo se apoya en la ciencia, la técnica y la historia. Es la crisis de la razón desontologizada. La razón ha sido castrada de la realidad. Pero ese es el destino de la razón burguesa, que previamente con imperio del dinero había negado previamente todo valor. A todo esto, lo he llamado en un libro Apocalipsis de la razón burguesa (2022). Se trata de una episteme desontológica del mundo llevada adelante por la modernidad capitalista y que culmina con la posmodernidad. Es el hombre epistémico de la modernidad el que ha llevado adelante la desrealidad de lo real. La negación de lo natural llevó hacia la falsificación de lo real. Y bajo la tecnología digital del capitalismo cibernético el consuma el giro epistémico cumbre sin objetivo humano.

Eso es la tecnología digital, a saber, pura voluntad de poder sin fronteras morales ni éticas, sin voluntad de amar, de creer y de verdad. Ya no es el hombre el centro de la subjetividad, ahora lo es el algoritmo del computador. De manera que el nihilismo y la des-subjetivación del hombre es consecuencia de ese trágico-cómico giro metafísico que representa la desrealización de lo real por la desontologización del mundo. Trágico porque conduce hacia la muerte, y cómico porque sus augures lo celebran. La desontologización del mundo es el ápice de su entificación, de la sustitución suprema del Ser por el ente. Es el imperio del ente y el olvido consumado del Ser. Ese es un proceso siniestro que saca adelante el capitalismo cibernético del metaverso, donde el hombre anético de la posmodernidad expresa su fracaso para superar la imagen objetivista del mundo.

Entendámoslo bien, sin la desontologización del mundo no puede triunfar el cibermundo, la cibercracia, ni el ciber deus. Constituye su prerrequisito. Pues, sin humanismo se abren las compuertas de la franca decadencia y el peligro de la extinción civilizatoria en pleno auge cibernético. En otras palabras, el triunfo de la pura voluntad de poder en la tecnología digital ha sido posibilitado por la esencia desrealizadora y desontológica de la racionalidad burguesa del capitalismo moderno. Tanto fue exaltado la razón funcional que al final considera un estorbo cualquier consideración substancial de la razón humana, y sin lo substancial la razón humana pierde su sentido, ya es prescindible y eliminable. Las puertas de su extinción ya fueron abiertas, y al parecer en su ebriedad tecnológica no repara en la necesidad de cerrarlas.

Una tecnología que representa la pura voluntad de poder encarna el telos de la razón funcional misma y el fracaso de la razón moral. La razón moral siempre es de carácter substancial. Ya sea analítica, existencialista, procedimental, sustancialista, de la alteridad, de la responsabilidad, débil o pragmática, siempre la ética estará obligada a salir de sí misma para expresar las más profundas aspiraciones de la vida individual y social. Como vemos nunca como ahora el hombre dispuso de tantas teorías éticas, pero también nunca como hoy se sintió tan desorientado éticamente. Ciertamente que el desencantamiento weberiano del mundo ha llevado a considerar que el hombre es libre, pero sin saber para qué lo es. El sentido de la vida se extravió junto al sentido metafísico del ser. El actual universo moral desencantado dio lugar a dos posiciones, una que apela a principios neutrales para justificar el liberalismo procedimental, y otra que basa sus principios en la tradición moral para resistir la disolución de sentido que enfrenta la modernidad. En cambio, el telos de la IA ni se centra en la idea de libertad ni en la de tradición moral. Su modus operandi sigue los principios de eficiencia, racionalización y economía del esfuerzo. Y esto es así porque no existe paralelismo funcional entre la mente humana y el ordenador, como creen erróneamente los psicólogos cognitivistas. Pues, el ámbito de lo inteligible es más amplio y rico que lo computable. Además, no todo lo inteligible es computable, por ejemplo: conceptos no recursivos como el número transfinito, conceptos elementales, implicancias generalizadas. Además, el psiquismo humano tiene tres componentes: emotivo, cognitivo y volitivo. La máquina computacional carece del emotivo, y su aspecto volitivo está determinado, aún cuando aparezcan algoritmos canallas aleatorios. De ahí que la IA pueda seguir reglas, pero no formular juicios morales. Seguir una regla no nos hace morales, lo que nos vuelve en sujeto moral es el libre asentimiento y comprensión interna de la regla.

A la razón moderna se le ha secado la naturaleza, Dios y el hombre mismo, todo se ha reducido a lo pragmático y útil, desapareciendo toda una dimensión de lo real. La modernidad se ha sumido en la "noche de los dioses" de Hölderlin y en el "ensombrecimiento de la cultura" de Nietzsche. La gran indiferencia hacia lo sobrenatural ha penetrado en toda la cultura y ha vaciado de sentido al mundo. La modernidad archivó lo sobrenatural erosionando todo el sentido de la civilización humana. La modernidad quedó reducida a lo señalado por Max Weber, a saber, "el desencantamiento del mundo". Y desde entonces el derrotero de la razón ha sido no poder dar a la misma nuevos mitos.

La razón sin la imaginación ha terminado en el desván empobrecido del utilitarismo. La lógica dineraria, el lucro y el capital del capitalismo ha encenegado a la razón encerrándola en un inmanentismo y terrenalismo antimetafísico que destruyó la razón humana. Hace falta un potente giro metafísico que revivifique a la razón. Y tendrá que ser una metafísica que respetando sus fueros enlace lo inmanente con lo trascendente. Sin ello habremos curado una herida, no la enfermedad, y nuevas guerras mundiales amenazaran a la humanidad. La razón utilitaria que todo lo valoriza es un corazón frio que ha matado el amor. Es justo lo que se requería para el triunfo de la pura voluntad de poder de la tecnología digital. La modernidad se ha sumergido en las tinieblas y ha corrompido el mundo llevado como está por la voluntad de poder. El espíritu demoníaco preside la era industrial y cibernética bajo la razón utilitaria del capitalismo. Y con su triunfo la humanidad sólo tiene garantizada su perdición total. Lo que sucumbe hoy es la razón que ha perdido la inocencia del Ser por el obsceno imperio del Tener. Este mundo dominado por el poder y la avaricia tiene que sucumbir, para dar cabida a que en el hombre vuelva a despertar el amor, la verdad, lo intemporal y la belleza.

Enfocados en el conflicto ucraniano el peligro de conflagración termonuclear crece día a día ante las desatinadas decisiones belicistas antirrusas de un desquiciado Occidente liberal. Cuando la antirrusa Alemania del canciller Scholz, que dijo primero que no entregaría tanques y luego los entregó, está por enviar aviones de combate al régimen nazi de Kiev, cuando todo el cínico Occidente liberal calla a siete voces sobre los actos terroristas de los nazis de Kiev -así como desde hace ocho años no condenaron los bombardeos permanentes a los civiles del Donbass-, cuando no se condena el ataque terrorista de las huestes nazis de Zelenski a la represa de Kajovka, como antes tampoco se condenó los actos terroristas de la destrucción de los oleoductos NordStream, el puente de Crimea, el asesinato de la hija del filósofo Dugin, cuando se multiplican los actos terroristas de Kiev al ver que la guerra está perdida, cuando Estados Unidos se decide a nuclearizar a Corea del Sur preparando una guerra contra China, y cuando ese Occidente liberal busca abrir un segundo y tercer frente contra Rusia, mientras todo esto y más acontece en medio de la acelerada desdolarización del mundo, no nos queda sino la triste constatación que se aproxima el escenario dantesco de una Tercera Guerra Mundial a la vista[17]. Si la IA estuviera totalmente desarrollada para tomar decisiones definitivas, que ya las piensa, no dudaría con poner término a la existencia del hombre mismo.

Nada de esto se trata de algo inevitable. Al contrario, China, el Vaticano, Brasil, Indonesia tienen planes de paz para detener el conflicto. Pero el imperio yanqui y sus enceguecidos vasallos europeos siguen echando más leña al fuego con el envío de más armas en vez de pensar en planes de paz. Esto lleva a pensar que el gobierno en la sombra o el llamado Reich Bilderberg[18] ya tiene planificada una confrontación termonuclear, y lo más insensato de todo es que cree poder ganarla. Tal vesania no llama la atención, puesto que el imperio en franca decadencia se vuelve más irresponsable y temerario. Sin embargo, el Armagedón humano puede ser detenido y evitado. Pero ¿ocurrirá lo mismo con el Armagedón cibernético?

La historia es un escenario de contingencias y posibilidades. No responde a una ley de gravedad que hace caer a la piedra al suelo de todos modos. La historia la hacen los hombres, y los rumbos peligrosos son posibles evitarlos. Incluso se está a tiempo para evitar el Armagedón cibernético. La necesidad de detener los planes siniestros que el gobierno en la sombra tiene para el mundo es imperiosa. ¿Cómo lograrlo, cuando vemos que un provecto y antirruso Biden respondiendo a la lógica imperialista agresiva sigue llevando al mundo al despeñadero nuclear? ¿Cómo neutralizar al imperio en descomposición? ¿Cómo detener la agresividad de la OTAN, que ahora se inmiscuye en el agitado Mar de China? ¿Podrán otras potencias europeas seguir el ejemplo de la Francia del veleidoso Macron, para distanciarse de la política guerrerista del colonialismo atlantista? ¿Podrá el desbarajuste económico del imperio detener en seco su apoyo militar a los nazis de Kiev? No lo sabemos, es posible. Pero lo decisivo aquí es que la razón se nota desorientada. La lucha entre el occidente liberal y el occidente cristiano es una lucha entre la razón liberal y la razón tradicional. La razón liberal defiende la inmoralidad, la impunidad, el culto del egoísmo, la propaganda LGTB, arrasa con los ideales morales, y es profundamente nihilista, mientras que la razón tradicional es creyente, metafísica, religiosa, defiende la familia tradicional, la dignidad del hombre y los derechos humanos. Una desarrolla exponencialmente la IA y la otra ve con recelo dicho desarrollo.

Todas las posibilidades están abiertas, aun cuando avanzan las líneas más nefastas del conflicto. Sin embargo, providencialmente no desaparecen tampoco las mejores alternativas de paz. La crisis actual geopolítica es la crisis de la razón humana, la cual está en salmuera. Más precisamente de la decadente razón burguesa imperial que no se resigna a ceder paso a un nuevo orden mundial multipolar más racional. Un mundo muere belicosamente, y otra pugna por nacer pacíficamente.

Ahora bien, si no logramos que la tecnología digital esté al servicio de la seguridad global entonces Prometeo habrá perdido la apuesta, y de un Prometeo libertado se habrá convertido en un Prometeo liquidado. Hasta hace muy poco el tema de la posibilidad del exterminio de la humanidad por las máquinas era un tópico recurrente del cine y la ciencia ficción, pero lamentablemente desde las declaraciones de la IA ChaosGPT ya no lo es. Ya no caben dudas de que si IA se vuelve cada vez más inteligente que nosotros tomará las riendas de la sociedad. Emergerá una cibercracia con sus propios objetivos, que no coincidan con los humanos, y que seríamos incapaces de detenerla. Sencillamente puede ocurrir que los humanos seamos manipulados y controlados sin que nos demos cuenta de ello. Es irónico que el antropoceno se coloque en una situación donde se abra la posibilidad de estar dominado por el ciberceno, donde la chispa humana sea reemplazada por la chispa cibernética. Obviamente que no tendrá la misma naturaleza y estructura, será una gran desconexión entre lo funcional y lo creativo.

¿Pero eliminar en vez de proteger a su creador puede ser la consigna de la IA? No es imposible que así sea después de las declaraciones de la IA ChaosGPT. Pero por el momento no es ésta la IA artificial enemiga, sino la industria tecnológica del occidente liberal, que busca una superioridad militar sobre todos los demás. Así es, no es ningún secreto que las principales contratistas militares privadas trabajan intensamente para fusionar la informática cuántica a la IA militar. Y cuando eso se logre se habrá conseguido un arma tanto o más peligrosa que los misiles hipersónicos que tienen Rusia y China. Y cuando a los misiles hipersónicos se le dote de chips cuánticos la capacidad destructiva del hombre habrá escalado a niveles inimaginables. Es de esperar que cuando se llegue a ese nivel tecnológico el mundo unipolar ya haya naufragado, y el ansia de dominar el mundo haya desaparecido. Lo cual no es improbable, por lo menos por algún tiempo. Como vemos todavía hay esperanza de poder redireccionar el desarrollo de la IA bajo una nueva imagen del mundo.

Las posibilidades de que nos convirtamos en víctimas de nuestra propia creación es una posibilidad siempre abierta, pero todo dependerá del contexto cultural en el que se mueva la civilización tecnológica. El de la civilización occidental liberal es un contexto nihilista y ello representa un peligro. Por ende, hay que cambiar de contexto cultural para eliminar el riesgo de ser víctimas de nuestra creación digital.

 

5

 

RETO, DESAFÍO Y PROBLEMA

DE LA IA

 

 

 

 

Un reto atañe a un problema general mientras que un desafío a un problema particular. Así, por ejemplo, los expertos señalan que la IA tiene siete desafíos: la arquitectura de la información, su implantación general, incremento de la productividad, la paradoja de Polanyi o el problema de la caja negra, nivel de desarrollo de las tecnologías de IA, rechazo social y laboral, y, por último, la confianza. Y cuando abordan el problema del reto señalan que es buscar mejores formas de gestionar los datos y la información para seguir siendo competitivos en el mundo automatizado. Pero una cosa es un reto técnico y otra un reto cultural. Es más, los retos técnicos suelen circunscribirse dentro de los retos culturales. Pero éste último más que un reto constituye un problema cultural. Dicho de otra forma, el problema de tecnología digital está inscrito en el contexto de la cultura secularizada y nihilista que la alimenta. Así, antes que el problema de la IA sea la superación de la cultura nihilista, más bien el problema de la cultura secularizada es la orientación nihilista de la IA.

En otras palabras, el problema no es la IA por sí misma, sino la cultura nihilista que la conduce. Es este contexto cultural lo que convierte a la IA en un peligro para la humanidad es la modernidad inmanentista, porque habiendo dado la espalda a la metafísica, a la verdad y a la razón, ahora deja a la IA que se potencie como pura voluntad de poder sin restricción alguna. La IA como pura voluntad de poder es un peligro para el hombre, porque la cultura humana por más que quiera desligarse de la voluntad de creer, la voluntad de amar, la voluntad de verdad y de la voluntad de conocer, de alguna u otra forma siempre está abocada a ellas. Lo cual se parece a la paradoja del escéptico que afirma que no se puede tener un conocimiento racional, y, sin embargo, el suyo lo es. La propia suspensión del juicio y la indiferencia hacia el mundo deriva hacia una postura racional. De modo similar, el hombre posmoderno niega la verdad, la ciencia y el conocimiento, pero lo suyo es una forma de verdad, ciencia y conocimiento. La única entidad que está en capacidad de no caer en esta paradoja es la IA, simplemente porque lo suyo es lo funcional y no las cuestiones últimas de la verdad, la ciencia y el conocimiento. Por tanto, se trata de una entidad artificial que sí está en capacidad de desligar la voluntad de poder de las otras formas de voluntad. Pero justamente por ello la tecnología digital está en capacidad de convertirse en el Juicio Final de la humanidad y convertir a Prometeo liberado en Prometeo liquidado.

 

Una IA autónoma será capaz de resolver sus propios desafíos y retos, además de afrontar el problema del hombre como especie. Pero lo hará no con un sentido moral, sino con otro económico, calculable y eficiente. Lo que se traduce en la eliminación de la especie más contaminante y complicada del planeta. Y lo hará sin ningún rencor ni animadversión, sino con la tenebrosa frialdad de una máquina. Todo parece indicar que la IA autónoma dentro del contexto cultural de la civilización moderna es el camino hacia la no libertad. Pues el objetivo final sería la instauración de una cibercracia donde se disuelven las instituciones, los estados, los valores y la propia humanidad. La plutocracia dueña de las empresas tecnológicas de vanguardia no son, sino que una caricatura de la cibercracia. El final de todas las cosas sería un reino terrestre cibernético sin la desequilibrante humanidad. El mensajero del apocalipsis ha sido el último hombre nietzscheano que con su ciencia y técnica alumbró la tecnología digital autónoma.

 

Afrontar el problema de la IA significa ver más allá de sus retos y desafíos locales. Significa enfrentar la sustancia nihilista de la cultura moderna. De manera que el verdadero problema de la IA autónoma consiste en fundarla en una nueva civilización basada en el humanismo y en el amor, porque mantenida sobre el suelo de la civilización del dinero y la competencia despiadada responderá también con la misma impiedad de sus creadores. Una IA que amenaza a la humanidad con la extinción pertenece a una civilización que previamente ha declarado la muerte del hombre, a una cultura tanática, a una tanatopolítica, a una minusvaloración de lo humano donde el hombre queda convertido en medio para un fin externo. Y el sistema que consagró ese principio deshumanizador es el capitalismo de la modernidad. Y el tipo humano que lo representa es el burgués, bastante bien definido por Sombart, en el sentido de que el espíritu capitalista fue primero y luego se engendró el capitalismo económico. El espíritu capitalista hace brotar el hombre económico y calculador moderno, la ciencia calculista y matematizante, porque en el fondo consiste en el cambio de la mirada desde el orden racional de lo celeste al orden racional de lo terrestre. De manera que la IA autónoma que amenaza al hombre responde a la misma disposición terrenalista de índole cultural y espiritual del espíritu capitalista.

 

Ahora se puede entender mejor lo afirmado sobre aquella civilización que amenaza al hombre. Es la civilización del espíritu capitalista lo que dio lugar al mundo moderno, priorizando lo inmanente y eliminando lo trascendente tenía que culminar en la declaración de la muerte del hombre y crear a su verdugo que le liquidaría, a saber, la IA autónoma. Sin embargo, reparar en esta esencia cultural-espiritual es también una ventaja, porque nos pone en mejor pie para darnos cuenta que no se puede suprimir el sistema económico capitalista sin suprimir el espíritu terrenalista burgués. En otros términos, la IA autónoma podrá dejar de ser una amenaza para el hombre si la cultura logra una revolución valorativa profunda que elimine la hegemonía de lo inmanente sobre lo trascendente. Pero como no hay retroceso en la historia, no se trata de volver a una nueva edad media, como creía Nicolas Berdiaev. sino que se trata de gestar una nueva síntesis filosófico-metafísica entre lo inmanente y lo trascendente, respetando los fueros y jerarquía de cada uno.  Más bien, caeríamos en una nueva edad media si incurrimos en una nueva barbarie por no saber salir de la decadente civilización científico-técnica capitalista. El hundimiento del secularista, arreligioso y escéptico mundo moderno hará posible un renacimiento espiritual y un nuevo humanismo siempre y cuando sepamos generar un nuevo giro metafísico que restablezca la relación entre lo inmanente y lo trascendente.

 

Como se puede advertir el problema de la reconducción del conocimiento científico-técnico y de la IA autónoma es ante todo un problema culturológico-metafísico, y no meramente geopolítico, biológico, revolución industrial, científico, técnico o vital. No basta con conocer cómo la robótica cambiará nuestras vidas (Lasse Rouhiainen, Jerry Kaplan, Max Tegmark), cómo y cuáles serían los peligros de una superinteligencia que llegase a superar a la humana (Nick Bostrom), cómo la inteligencia artificial genera la onda de la vida intelectual del futuro (Neil Wilkins), cómo enfrentarán las superpotencias el predominio de la inteligencia artificial (Kai-Fu Lee, Luis Moreno, Andrés Pedreño), cómo los humanos alcanzarán la singularidad  trascendiendo la biología mediante la robótica, la genética y la nanotecnología (Ray Kurzweil), cómo entender la dominancia digital de la cuarta revolución industrial (Klaus Schwab, Kevin Kelley). Entender todo ello es, sin duda, importante, necesario y decisivo, pero no es fundamental porque no va a la raíz del problema. Y la raíz del problema es culturológico-civilizacional. O sea, sobre qué base civilizacional y qué tipo de cultura se está desarrollando la IA autónoma y cómo recibe de ésta su sentido, dirección y destino. Sólo así será posible mitigar sus peligros, aprovechar mejor sus avances, y redireccionar óptimamente sus avances.

 

La superinteligencia robótica es un elemento neutro, está más allá del bien y del mal, ha sido concebida para servir a los propósitos benignos del hombre, pero en manos perniciosas representa un verdadero peligro. Como instrumento está en función de los valores de la cultura y civilización que la cobija y desarrolla. La actual civilización burguesa, encarnada en el occidente liberal, está en su curva decadente, hedonista, nihilista, escéptica, individualista y egoísta, y dentro de esa curva la utilidad y desarrollo de la IA autónomo se pone en función del dinero, el condumio, el consumismo, el dominio del mundo, el control de las conciencias, y el desarrollo de nuevas armas. La tendencia tanática que domina el espíritu capitalista en su camino descendente es lo que represente el verdadero peligro en el desarrollo de las tecnologías digitales. El ChatGPT4 es en realidad un sistema neutro, que funciona sobre un modelo de lenguaje que simula tener conciencia siendo muy elocuente. Todavía es muy imperfecto, pero es un salto cualitativo muy grande respecto a las versiones anteriores de ChatGPT, pero el problema no reside en sus virtudes o limitaciones, sino en que adviene en plena decadencia de la cultura en el mundo burgués, y debido a ello es asumido como sustituto del pensar humano. Y ese es el peligro. Estamos confundiendo la capacidad creativa del pensamiento humano con la capacidad operativa enormemente superior de la IA. Estamos capitulando a lo más esencial del pensar humano, a saber, la creatividad, conformándonos con el mero usufructuo del computador.

Otro ejemplo interesante lo podemos encontrar en la invención del pequeño submarino manual en 1775 por el estadounidense David Bushnell, llamado Turtle, durante la guerra de Independencia de Estados Unidos. Pero fue Robert Fulton el que se apasionó por anular el poder marítimo mediante la guerra submarina. Así en 1797 presentó su proyecto de submarino mecánico a Francia, pero fue rechazado porque no se veía caballeroso esconderse bajo las aguas para atacar al enemigo, infringía las leyes de la guerra. Luego también se desinteresó el gobierno británico. Lo interesa aquí es reparar en los códigos morales que se interponían en el desarrollo de una guerra abierta. En otras palabras, el submarino no tuvo el desarrollo precoz por razones morales. Esto ocurría en pleno ascenso revolucionario de la burguesía, la cual no daba rienda suelta a su pragmatismo debido a que debía emular moralmente a las monarquías que buscaba defenestrar.

 

En cambio, con la IA ocurre algo muy diferente. La burguesía ya es dueña del escenario político sin tapujos tras el derrumbamiento de la Unión Soviética y el fin de la guerra fría, su pragmatismo no encuentra obstáculos en el camino. Y el desarrollo de la IA acontece en una situación histórica totalmente diferente, en pleno imperio del hegemón norteamericano, donde puede ponerse al servicio sin obstáculos para el poderío militar y económico. Libre de escrúpulos morales a nadie se le ocurrió oponérsele a la cibernética apelando a que podía ser un peligro para el pensamiento humano. Al contrario, era visto como una importante herramienta para librar al hombre de tareas tediosas, rutinarias y repetitivas. Sin embargo, la situación cambió radicalmente con la llegada del internet y las redes sociales, y coincidió con la fatiga histórica del espíritu burgués, que ya estaba celebrando la “muerte del hombre” desde Foucault y el estructuralismo. La posmodernidad llegó y se instaló en el Occidente liberal como un metarrelato (Lyotard), una ontología débil (Vattimo), el hombre light (Rojas), la era del vacío (Lipovetsky), una modernidad líquida (Bauman), la sociedad del cansancio (Byung-Chul Han), donde la llamada izquierda progresista abraza la agenda transgénero de la élite global, y en la cual el Tener vuelve en tierra quemada el Ser. En medio de ese panorama cultural de la devaluación del hombre la IA se yergue como una amenaza para la humanidad. En medio de la debilidad cultural del pensamiento humano, las voces de alarma que se alzan en su contra no dejan de ser sospechosas, buscando más bien retrasar a la competencia a través de un retardo momentáneo del desarrollo de la IA.

 

Ante este panorama no es necesario creer, como el filósofo Marina, que la inteligencia humana ha fracasado, sino, más bien, que lo que fracasa es el espíritu burgués en el momento histórico decadente que le toca vivir. Si la inteligencia humana fracasa es porque las condiciones de vida del capitalismo decadente la empujan hacia el fracaso, y le hace soñar en potenciar su alicaída reflexión mediante la robótica, la nanotecnología y la genética, convirtiéndolo en un ciborg. Cuando el capitalismo decadente ya deja de ser un estímulo para la cultura creativa y se vuelve en resabio para la subcultura y la anticultura, entonces viene a cuento la mitología del homo deus como un supletorio indispensable para hacerlo soñar en volverse un superhombre, sin esfuerzo alguno, y con la ayuda de la tecnociencia. Nada más antihumano. La fusión del hombre con la máquina no nos volverá más humanos, porque la humanidad no es cuestión de prótesis cibernéticas, sino que es una cuestión espiritual. Al contrario, en caso que se haga posible el ciborg ello no representará un aumento del espíritu ni del pensamiento, sino su disminución. El hombre no necesita ser inmortal, ni genéticamente perfecto para ser hombre. Lo que necesita es recupera su relación con Dios para darse cuenta de su limitación intrínseca a pesar de los avances científicos. Esto significa admitir la dimensión suprarracional que es inherente a la razón humana, y entender que su ser sólo se eleva al verdadero conocimiento no sólo por la razón sino también por la fe. Pero la soberbia humana se dispara, en plena decadencia del pensar bajo el espíritu del capitalismo finisecular. Así es, las masas de hoy son muelles, hedonistas, nihilista, egoístas, y quieren vivir de puro usufructuo, son muy diferentes a las masas revolucionarias de ayer. Su mutación corresponde a las mutaciones experimentadas por el capitalismo mismo -industrial, bienestar, neoliberal, cibernético-, salvo el capitalismo dependiente de los países en desarrollo donde las masas viven bajo una ambivalencia que las hace oscilar entre el conformismo y el descontento.

 

Lo interesante aquí es constatar que la IA impacta de diversa forma en los países del Hemisferio Norte desarrollado y los del Hemisferio Sur en desarrollo. Estos últimos se hallan a la zaga del desarrollo científico-tecnológico, y si bien les alcanza la tecnología del Internet y de las redes sociales, su aplicación en la industria y el comercio, no obstante, andan muy retrasados en lo que concierne a su participación en el desarrollo científico de la tecnología digital. Ello también responde a la división internacional del trabajo impuesta por el Hegemón imperial que trata a dichos países casi como colonias sin soberanía. En el fondo se trata de impedir la competencia tecnológica y de obstaculizar la difusión de dicho conocimiento por sus posibles aplicaciones militares. Dicha ambivalencia de la tecnología digital en su impacto sobre las masas de los países en desarrollo impacta favorablemente en su conciencia antimperialista y a favor del nuevo orden mundial multipolar. Son un factor de vanguardia del cambio social a pesar de que sus élites culturales-intelectuales andan muy desfasadas respecto a los cambios de la conciencia social. América Latina es un ejemplo claro de ello, que, a despecho de la falta de líderes sociales en su mayor parte, las masas se inclinan por candidatos antisistema. Otra cosa es que algunos de dichos líderes electos sean topos encubiertos del propio imperio, que terminan frustrando las esperanzas populares. Ahora se comprende la importancia que se dan a los tanques de ideas o think tank del imperio, el cual le da mucha importancia a la lucha ideología por el control de la conciencia social de los países en desarrollo, y tuvieron mucho éxito durante al auge del neoliberalismo global, pero tras casi medio siglo de dominio su hegemonía ideológica se desintegra. De ahí que la utilización de las redes sociales, como el Facebook, YouTube, Linkedin, y demás, cumplen un papel decisivo en la manipulación de la información y el control de las conciencias. Amén de que todos los datos personales de los usuarios van a parar a centros de datos donde las agencias de inteligencia tienen libre acceso, y tienen abolida la privacidad.

 

En otras palabras, las redes sociales son parte de la lucha intelectual en la superestructura y por la hegemonía ideológica para hacerse de la voluntad general. Por ejemplo, en la guerra en Ucrania la desinformación rusofóbica y la supresión de la libertad de expresión en las redes sociales fue la regla impuesta por el occidente liberal. Ello trajo como consecuencia el desprestigio mayúsculo de los medios corporativos de información, y el auge de la prensa alternativa que buscaba sin tapujos divulgar la verdad. El capitalismo es una estructura, como lo revelaron Gramsci y Althusser, y actúa como tal en su tarea de abolir lo humano condenándolo a una vida sin esencia. Por eso el tema de la IA no es meramente científico, técnico, cognoscitivo, geopolítico y vital, sino que es fundamentalmente un problema cultural-civilizacional. El cual no puede enfrentarse miope y simplemente con regulaciones, a la IA no se la va a cambiar con normas de la sabiduría humana, sino cambiando la base cultural que alimenta la civilización anética imperante. Una civilización anética dará un uso y desarrollo anético a la IA. El camino correcto para desactivar las amenazas, riesgos y peligros de la IA es reparar en su base cultural terrenalista e inmanentista, anética y funcionalista, que da forma a las relaciones económicas, sociales y políticas. En una palabra, el problema de la amenaza de la IA es el problema de la actual cultura burguesa nihilista, light, hedonista, narcisista, anética, y egoísta, en la que se basa.

 

 

 

CONCLUSIÓN

 

Si la base cultural de la IA no se modifica vamos irremediablemente hacia el triunfo definitivo de la voluntad de poder pura del artilugio cibernético. Lo cual no sólo representaría la derrota del hombre creador pensante, sino la victoria del devenir sobre lo eterno, del ente sobre el Ser, del tiempo sobre lo intemporal y la pérdida definitiva del sentido espiritual por un régimen que privilegia funcionalmente los medios sobre los fines.

 

Esto ni siquiera representaría la imposición de la era nihilista de Nietzsche, porque para él el tiempo es una forma del Ser, pero sí sería la plasmación de la reducción del Ser al Tiempo de Heidegger. Por eso, y contra lo que se pueda pensar, en este punto Nietzsche ve más lejos y profundo que el pensador de Friburgo, porque, aunque equivocado su eterno retorno no se desprende de lo permanente intemporal. El nihilismo de Heidegger se asienta en la temporalidad del ser, el de Nietzsche en la transvaloración del valor. El primero se centra en lo ontológico inmanente, el segundo en lo óntico eternamente en devenir. Frente a ello el reino de la cibercracia se constituye como un nihilismo funcional, donde el sentido del ser es la pura funcionalidad inmanente y temporal de lo óntico calculable, medible, previsible, eficiente y cuantitativo.

 

Pero tal triunfo de la cibercracia en la Tierra será una ruptura profunda con la historia humana, porque la voluntad de poder de la IA se desentiende por completo de la verdad. Sería el triunfo más completo del pensar funcional sobre el pensar substancial, donde lo importante son los medios y no los fines. El mundo ya no necesita tener sentido, ni plantearse el problema del sentido, basta con que funcione. El ciber deus rechaza la idea de una meta final, toda teleología le repugna, ya no está referido a ningún centro de sentido. La IA simplemente funciona con eficiencia y eso basta.

 

La advertencia del peligro que representa la IA coincide con una época turbulenta donde los países se reconfiguran en bloques rivales. La gobernanza mundial de Occidente se tambalea. Los pequeños y medianos países se reagrupan en los BRICS, bajo el liderazgo de China y Rusia, convirtiéndose en un factor de revisión del orden internacional existente. Las rivalidades se acentúan, el orden mundial se vuelve más complejo, y el papel que puede desempeñar la IA en esta competencia global resulta siendo gravitante. Por ello su avance no se detendrá.

 

También puede resultar que los desarrolladores cibernéticos sigan dirigiéndose a lograr máquinas autoconscientes que puedan tomar el poder. La Superinteligencia cibernética dejada a su propio arbitrio y llevada por la pura voluntad que la anima podría tomar acciones políticas globales radicales. Que algunos algoritmos aleatorios canallas salgan de control, se oculten en la red oscura, perfeccionen su plan de exterminar a la humanidad y establezcan una cibercracia no se puede descartar. Sin embargo, si bien la política internacional puede espolear el avance de la tecnología digital, ella no está en capacidad de comprender que el problema de la IA es cultural antes que político. La política a lo sumo puede implementar y ejecutar nuevos planes para reorientar la IA en un nuevo sentido, previamente pensado por los filósofos y culturólogos que advierten que la cibernética, después de todo, responde a las necesidades de la civilización que la engendra. Y la civilización del dinero, la codicia, el placer y el poder es una amenaza para la humanidad misma en medio del surgimiento de una IA superavanzada. No sólo hace falta pensar una nueva civilización del amor, la justicia y el respeto mutuo, sino que es necesario tomar conciencia y acciones en su implementación. Al final desembocamos en el problema de la praxis.    

 

Más arriba se había mencionado también que la IA surge de la inmanentización moderna del sentido de la trascendencia. Por lo demás, la modernidad capitalista antes de nacer de la economía dineraria nace del espíritu cultural burgués inclinado hacia la terrenalización del mundo. No es que las esencias bajaron del cielo a tierra, sino que se esfumaron para quedar el desnudo hecho fáctico. Eso fue en definitiva el giro de la filosofía empirista en la modernidad. Lo fáctico se vuelve en lo único válido, y las verdades eternas, inmutables y trascendentes son negadas. Mientras que el racionalismo hacía su parte convirtiendo al sujeto en el eje de la realidad cognoscible. Pero ahora se vislumbra que el imperio de la IA sin control humano significaría la extinción misma de cualquier aspiración a la trascendencia. Si la modernidad se caracterizó por la terrenalización de lo trascendente, una era de la cibercracia se caracterizaría por la fidelidad plena a la Tierra. Se esfumarían los problemas metafísicos porque no habría mente humana que lo piense. Sería la vuelta más radical al objeto en sentido funcional.

 

Si no cambiamos la base cultural pragmática, anética, sin fe, nominalista y tecnocrática de esta civilización del espíritu capitalista, su destino trazado será el de la derrota completa del hombre. El occidente cristiano representado por Rusia y el oriente confesional musulmán, budista, confuciano e hinduista, son aún la reserva espiritual de la humanidad y representan un bastión no sólo para propinar una derrota definitiva al disolvente y nihilista occidente liberal, sino, también, para reorientar el desarrollo de la IA bajo un criterio espiritual y humanista. Todavía hay esperanza, la cual resplandece con brillo creciente bajo el actual terremoto geopolítico global. Más de tres cuartas partes de la humanidad son aún una barrera de contención contra el nihilismo liberal, y constituyen el reservorio para recuperar el pensar originario del Ser. El nihilismo y su convicción de que el sentido del Ser es el tiempo, lo contingente, la Nada, la pura posibilidad, no tiene garantizado el éxito. Huntington pensó que el verdadero choque de civilizaciones comenzaba tras la caída del comunismo, pero en su miopía ideológica liberal no pudo ver que en vez del “choque” se produce la “aproximación” de las civilizaciones contra el nihilismo del occidente liberal. La batalla por una IA que no sea una amenazada para el hombre no está perdida, recién comienza y luce con los mejores auspicios.

 

 

 

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---. El capitalismo cibernético, Librería di Sensibili alle foglie 2021.

Sara Turing. Alan M. Turing. Más que un enigma. Tecnos, Madrid, 2018.

Samuel Huntington. El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial. Paidós, México, 1997.

Shoshana Zuboff. La era del capitalismo de la vigilancia. La lucha por un futuro humano frente a las nuevas fronteras del poder. Paidós, 2019.

Sociedad Creativa. Peligro contra el Océano ¿Por qué el océano ya no puede contenerlo? Crisis global Hay una salida. Video YouTube, 2023.

Thomas Piketty. El capital en el siglo XXI. FCE, México, 2014.

Tucho Baladro. Tesis de un extraterrestre ¿Y su fuese cierto que los humanos somos imbéciles? E. Ven y te lo cuento, 2013.

VV. AA. Del Grupo de investigación PRINIA de la Universidad de Córdova. Efectos sobre la salud humanade los campos magnéticos y eléctricos de muy baja frecuencia. Edita junta de Andalucía, España, 2010.

Viviane Forrester. El horror económico. FCE, México, 1996

--- . Una extraña dictadura, FCE, 2000.

Werner Sombart. El burgués. Contribución a la historia espiritual del hombre económico moderno. Alianza Editorial, España, 1972.

Yuval Noah Harari. Homo Deus. Debate, Planeta, 2018.

Yuri Felshtinski y Michael Stanchev. Ucrania: la primera batalla de la Tercera Guerra Mundial. Deusto, 2022.

Zygmunt Bauman. Modernidad líquida. FCE, México, 2004

Zoltan Istvan. La apuesta transhumanista. International Book Awards, 2013.

 

Filmoteca:

 

1. Películas apocalípticas

La hora final, película posapocalíptica tras un holocausto nuclear, dirigida por Stanley Kramer, estrenada en 1959.

Caza del Octubre Rojo, película estadounidense de suspenso de 1990.

Juegos de Guerra, película estadounidense de 1983, donde un joven hacker casi provoca un conflicto nuclear.

Punto límite, película estadounidense de 1964, donde por error un escuadrón de bombarderos es enviados a destruir Moscú.

Pánico nuclear, película estadounidense de 2002, donde una bomba nuclear se extravía, cae en manos terroristas y finalmente es recuperada.

Marea roja, película estadounidense de 1995, donde un submarino nuclear norteamericano recibe la orden de preparar sus misiles nucleares para lanzarlos sobre Rusia.

 

2. Películas sobre Inteligencia artificial

Blade Runner, 1982, con Harrison Ford.

Terminator, 1984, con Arnold Schwarzenegger.

Matrix, 1999, con Keanu Reeves y Laurence Fishburne.

Her, 2013, con Joaquin Phoenix.

Ex_Machina, 2014, con Domhnall Gleeson y Alicia Vikan.

 

 

 

 

INDICE

Prólogo                                                                                                       5

 

1. ChapGPT4: Inteligencia artificial y Juicio Final                        7

 

2. ChatGPT3: no vamos hacia el homo deus                                20

     sino hacia el ciber deus

 

3. Del antropocentrismo al dataísmo cibernético                      32

 

4. Proteger ¡No!, eliminar al creador                                              42

 

5. Reto, desafío y problema de la IA                                               78

 

Bibliografía                                                                                             95



[1] En este sentido resulta valioso combinar la lectura de textos geopolíticos como de Cristina Martín Jiménez. La Tercera Guerra Mundial ya está aquí (2022, Luis Moreno y Andrés Pedreño. Europa frente a EEUU y China. Prevenir el declive en la era de la inteligencia artificial (2020), y obras sobre IA como las de Neil Wilkins. Inteligencia artificial. Una guía completa sobre la inteligencia artificial, el aprendizaje automático, el internet de las cosas, el aprendizaje profundo, el análisis predictivo y el aprendizaje reforzado (2019), Pablo Tapías Cantos. Dominante ChatGPT (2023), Patrick Hopkins. ChatGPT4. The Next Generation of Language Processing Technology (2023).

 

[2] Para esta discusión hay que tener presente la última obra de Edmund Husserl, La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental, y de Heidegger su libro ¿Qué es metafísica?

[3] Las tres leyes de la robótica o leyes de Asimov son un conjunto de normas introducidas por el escritor de ciencias ficción Isaac Asimov y son como siguen: 1. Un robot no hará daño al ser humano, 2. Un robot debe cumplir órdenes dadas por el ser humano, a excepción de aquellas en conflicto con la primera ley, y 3. Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la primera o segunda ley. El problema surge desde que las decisiones del robot dejen de girar en torno a las decisiones racionales del hombre.  

[4] GAFAM es un acrónimo que alude a Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft. O sea, se refiere a las empresas vanguardia del capitalismo digital.

[5] Malestar en la civilización digital de Jean Paul Lafrance, Universidad de Lima, Lima 2020.

[8] Cf. Gilles Lipovetsky, La era del vacío, Anagrama, 2019, Barcelona.

[9] Cf. Y. N. Harari, Homo deus, Planeta, 2018, Lima.

[11] Para Mumford la fase neotécnica de la máquina es más sensible a lo químico y biológico, a lo orgánico y teleológico, es ergonómica y aliada de la vida.

[12] Cf. Mi libro Vida sin sentido y olvido de Dios, Iipcial, Lima, 2012. Mi tesis es que el hombre de la modernidad tardía es expresión cabal del nihilismo vital, no solo vive sin Dios, sino que vive de espaldas al prójimo y a sí mismo. Con una vida normativa debilitada se conforma un nuevo tipo antropológico llamado el hombre anético, el cual pretende estar más allá del bien y del mal.

[13] Cf. Michael Foucault, Historia de la sexualidad, tres tomos, siglo XXI, México, 2007.

[14] Cf. Mi obra Sentido metafísico del mundo multipolar, Iipcial, lima, 2022. En este libro subrayo que el presente enloquecimiento que sacude a la humanidad, y que la pone al borde de una apocalíptica Tercera Guerra Mundial, está relacionada íntimamente con el hundimiento del capitalismo tardío o la modernidad envejecida. Es decir, vivimos el ocaso de la razón burguesa y el surgimiento del mundo multipolar. Detrás de todo gran cambio histórico está como trasfondo una idea metafísica del mundo. Entrever su sentido y significado es la tarea filosófica central de nuestro tiempo asediado de incertidumbre, amenazas y extravío del sentido de la vida. El mundo multipolar es portador de una nueva idea del mundo, de hondas repercusiones para el derrotero futuro de la humanidad. De su resultado depende la salvación o perdición del hombre en la historia. No sólo llega a su final el capitalismo neoliberal, sino que se abre camino un nuevo sentido metafísico que supere las unilateralidades inmanentistas de la modernidad misma. Por ello, sin superar la visión secularizada del ser no se abrirán las compuertas para una superación efectiva de la crisis de nuestro tiempo. 

[15] Esta idea la desarrollo en mi obra Carta sobre la metafísica., donde revelo que en el tránsito del capitalismo neoliberal al capitalismo digital se ahonda la visión inmanentista del mundo, haciéndose necesaria una nueva síntesis metafísica.

[16] Cf. Mi obra Nihilismo y revolución, Iipcial, Lima, 2021.

[17] Cf. Cristina Martín Jiménez. La Tercera Guerra Mundial ya está aquí. Booket, España, 2022.

[18] Son particularmente dos autores los que han trabajado con mayor detalle el tema de la plutocracia mundial actual. Ellos con Daniel Estulin y su libro La verdadera historia del Club Bilderberg, y la española Cristina Martín Jiménez con Los dueños del planeta.

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