miércoles, 12 de agosto de 2020

FILOSOFIA DE LA NADA (III)


 FILOSOFIA DE LA NADA (III)

Por Gustavo Flores Quelopana

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LA NADA DE LA MUERTE

§ 93.- El Ser es infinito y finito, esencial, real y aparente. No todo lo esencial existe, ni toda existencia es apariencia, porque la apariencia es existencia sin realidad. En ese sentido, la Nada es la no participación del Ser en lo finito. Pero la muerte del existente es el límite donde la experiencia no es origen de todo sentido.
§ 94.- En la muerte el existente deja de participar en el ser finito, pero no en el ser infinito, porque toda existencia en su esencialidad participa del ser infinito.
§ 95.- En el Ser absoluto acto, forma y ser coinciden, en los seres finitos no. La posibilidad de la muerte por el pecado sobreviene en ese contexto. Particularmente hay una mortalidad mínima en los organismos primarios, y otra máxima en los organismos superiores.
§ 96.- La muerte no es la nada absoluta -porque el ser primero es eterno-, ni la nada potencial del ser puro indeterminado -sin tiempo ni espacio-, ni la nada anonadada del ser categorial -desarrollo en nuevas formas-, ni la nada anonadante de la existencia -proyección consciente del ser al no-ser y viceversa-. La muerte es la Nada de lo finito orgánico y espiritual en el tiempo.
§ 97.- La muerte del hombre es también un cesar inorgánico y un morir biológico. Pero el hombre puede morir antes de cesar, porque su vida es fundamentalmente espiritual. Si el hombre muere para su espíritu, puede morir en su propia vida. Por ello, no es la muerte lo que sentido a la vida (Heidegger), ni quita todo sentido a la vida (Sartre). La muerte en la existencia humana es una de las posibilidades la vida justamente porque el hombre no está destinado para la muerte sino para la vida más allá de esta vida.
§ 98.- Por ende, en el hombre la nada de la muerte es transitoria, porque el sentido pleno de su ser no se descubre en esta vida. El morir es un fenómeno propio del mundo orgánico. Pero no es una esencia, sino un proceso. Los seres vivos se configuran como seres mortales. Pero en el avance de lo inorgánico a lo orgánico y de lo orgánico a lo consciente se da un nuevo sentido a la muerte.
§ 99.- En la ontología tendencialista, emergentista, naturalista, antiesencialista y antiabsolutista se sostiene que en los organismos superiores la muerte tiene una causa genético estructural que agota su contenido. Y, por tanto, la inmortalidad humana es una mera aspiración legítima que nace del temor a la muerte o del sentimiento de insuficiencia de la existencia. Y sobre lo cual se exhiben diversas pruebas a favor y en contra -racionales, empíricas, lógico-analíticas, clínicas, de intimidad personal-. En una palabra, las pruebas en contra argumentan no hay supervivencia humana más allá de la muerte.
§ 100.- Pero, como hemos visto, el sentido del ser revela a un ser eterno, uno y trino, como Persona libre, racional y creadora. Lo cual para su comprensión requiere ir más allá de la razón natural. Así, el ser finito despliega un sentido que descansa en el ser esencial que es intemporal. De manera que la evolución del mundo reposa en la inmutabilidad de los arquetipos divinos. Y todo lo que viene a la existencia participa de ellos. Lo finito creado se separa de lo eterno en el tiempo. De modo que la existencia humana, como criatura dotada de razón, no sólo guarda la imagen de la Trinidad -para San Agustín su huella está en toda la creación-, sino que no está destinada a desaparecer tras el acontecimiento de la muerte.
§ 101.- Esto fue entrevisto por los antiguos al pensar que el alma sobrevive en el mundo inteligible y eterno, pero su identificación anula su individualidad inmortal. Para el cristianismo el alma no es una idea, sino una entidad inmortal, que resucita como persona también en cuerpo. Y, por ende, no es puramente inteligible. Por eso, no son erradas las pruebas racionales que niegan que el hombre se extingue con la muerte basadas en la naturaleza del alma (Platón, Malebranche, Tomás de Aquino). Otros piensan que para la conciencia reflexiva no hay contradicción entre mi muerte ¿y mi inmortalidad, porque en mi muerte no muero, sólo muere el tiempo en mí (Echevarría). En cambio, luce sumamente extraviada la idea panteísta de índole espinosista al pensar que todo lo real es eterno, incluida el alma.
§ 102.- Por su parte, las pruebas empíricas argumentan que la sobrevivencia es de carácter empírico: Alma y cuerpo es inmortal porque desborda lo material (Fechner); el hombre es inmortal porque la sustancia psíquica sobrevive (W. James). Las prueban lógico-analíticas: un ego puede ser una persona separada del cuerpo, o sea, hay sobrevivencia individual pero no corporal (Strawson). Las pruebas clínicas: los muertos que vuelven a la vida son prueba de que existe la persona fuera del cuerpo (A. Moody). Y la prueba de la intimidad personal: la autoconciencia es una existencia que sobrepasa la naturaleza (San Agustín), el yo es un núcleo dinámico (Maine de Biran), el yo como mismidad de la duración (Bergson), el alma como legalidad espiritual autónoma (Scheler), el yo es inmortal porque separa los contenidos de la vida del proceso de la vida misma (Simmel).
§ 103.- Sólo una filosofía metafísico-realista que asume una ontología de la conciencia puede defender que tras la muerte sobrevive el alma para luego asumir la inmortalidad personal. No se trata de lograr una explicación natural de la sobrevivencia a la nada de la muerte, porque no es un problema científico. Tampoco se trata de una mera posibilidad lógica que no es una posibilidad real. No estamos ante una prueba científica, ni una posibilidad lógica, sino ante una verdad existencial. La persona es más que pensamiento lógico y la realidad es más que prueba científica. El hombre puede abandonar el pensamiento objetivador porque es una criatura metafísica. La inmortalidad del alma es persistencia de una existencia cuyo ser depende y remite a una identidad originaria que es Dios. Para acceder al ser transobjetivo no hay que abandonar el límite del pensamiento, de lo contrario sería inconcebible. Las cosas son extramentales en su ratio essendi, pero no en su ratio cognoscendi. Por tanto, para conocer al ser extramental no por qué ir más allá del pensamiento mismo. A lo sumo se justifica abandonar el límite del pensamiento lógico y del pensamiento empírico, pero no el pensamiento mismo. Si Dios está más allá del ser finito, entonces hay una racionalidad infinita que desciende al hombre y se deja participar en la racionalidad de la trascendencia. Otro tipo de inteligibilidad es posible.
§ 104.- Sólo en el hombre aparece la muerte como algo propio. Pero el hombre moderno vive muerto porque no vive la esencia de la muerte. Y al ignorarla busca inmortalidad genética en el horizonte de la inmanencia material. Por eso vive la vida con intensidad sensorio-corporal. Pero el hombre intuye que su persona perdura más allá de la memoria y la esperanza, porque sabe que la supervivencia espiritual viene de Dios. El poder de lo espiritual trasciende el poder de lo material.
§ 105.- La historia de la filosofía es meditación sobre la muerte, pero la historia de la filosofía moderna es destrucción de la trascendencia por la ontología de lo finito. Por ello, occidente es la secularización de la idolatría, desde la metafísica hasta el ateísmo. Se puede negar a Dios en terreno teórico y ético, pero no se puede negarlo existiendo y obrando bien, porque el Ser absoluto es el ser primero y el soberano bien. Dios es causa necesaria del mundo no porque el hombre lo imagina, sino porque el mundo contingente existe.
§ 106.- La muerte pertenece al mundo y a su inmanencia. Y su abolición a la reconciliación del mundo con la Trascendencia. En la nada de la muerte aparece mi relación con el infinito del Ser absoluto. Hay deseo de eternidad en mi relación con la muerte.
§ 107.- El amor, la libertad y Dios son más fuertes que la nada de la muerte (Jankélevitch, Cantar de los Cantares), porque son posibilidad de continuación del propio ser.
§ 108.- En el ser de los entes sólo hay generación y corrupción (Aristóteles, Hegel), no se comprende la muerte. Por eso, la muerte no es el mero reino del destino.  Es existencia, pero no esencia consumada. La esencia se consuma en la vida más allá de la muerte.
§ 109.- Pensar que el muerto es el que posee la universalidad de haber salido del devenir (Hegel), es olvidar la diferencia entre devenir finito y devenir inmortal. Lo primero acontece dentro de la Caída y la Consumación. Lo segundo dentro del contexto de la nueva creación.
§ 110.- La muerte no es identidad entre el ser y la nada, sino su contradicción mutua. La salvación del alma no puede constituirse en un propósito egoísta. No en vano reza el Evangelio: “Dejad que los muertos entierren a sus muertos” (Mateo 8:22).
§ 111.- Para lograr la armonía entre la virtud y la felicidad la razón del hombre finito necesita a Dios y la inmortalidad del alma. No es la ética kantiana del deber, sino la ética de la virtud la que ayuda al hombre a vencer a la muerte.
§ 112.- La muerte es una posibilidad siempre abierta a la finitud, que se derrumba ante la existencia cuyo destino está más de la mortalidad. Por ello, la muerte no es el final, sino el preámbulo de la nueva vida. De ahí que la condición ontológica del hombre no es ser para la muerte.
§ 113.- Muerte no es plenitud ni punto final, es posibilidad ontológica de ser parte de un tiempo nuevo.
 § 114.- El viaje sin retorno de la muerte se ubica dentro de la primera creación, donde la desproporción ontológica entre el yo y el infinito es inconmensurable, pero donde su correspondencia escatológica es anunciada.
§ 115.- La muerte acontece en el tiempo, pero revela un más allá del ser que trasciende el tiempo. La muerte no es el anonadamiento final del hombre. La muerte es indicación de lo eterno e infinito.
§ 116.- La nada de la muerte puede presentarse en la vida enajenada. Así, el consumismo capitalista ha distorsionado las necesidades profundas del hombre. Y si tuviéramos que señalar cuál de sus necesidades intrínsecas ha sufrido mayor daño, entre todas, se tendría que decir que es la decisiva necesidad de Trascendencia. Equivocadamente la modernidad tergiversó esta necesidad como una alienación y evasión del mundo, no sin razón debido al apego de la Iglesia a la imagen demasiado teísta de Dios, pero la trascendencia del hombre de la cultura cristiana y del Evangelio no es evasión ni alienación con el mundo, sino, al contrario, es Encarnación y lucha a brazo partido por el bien en el mundo. Y ciertamente que esta verdad esté saliendo a la luz tardíamente en medio del avanzado declive de la descreída civilización occidental.

Sinopsis. –
La Nada de la muerte es el estado de cesación de la vida para el alma finita racional. Pero la muerte del existente es el límite donde la experiencia no es origen de todo sentido. En la muerte el existente deja de participar en el ser finito, porque toda existencia en su esencialidad participa del ser infinito. La muerte no es la nada absoluta -porque el ser primero es eterno-, ni la nada potencial del ser puro indeterminado -sin tiempo ni espacio-, ni la nada anonadada del ser categorial -desarrollo en nuevas formas-, ni la nada anonadante de la existencia -proyección consciente del ser al no-ser y viceversa-. La muerte es la Nada de lo finito orgánico y espiritual en el tiempo. La muerte en la existencia humana es una de las posibilidades la vida justamente porque el hombre no está destinado para la muerte sino para la vida más allá de esta vida. Sólo una filosofía metafísico-realista que asume una ontología de la conciencia puede defender que tras la muerte sobrevive el alma para luego asumir la inmortalidad personal. No se trata de lograr una explicación natural de la sobrevivencia a la nada de la muerte, porque no es un problema científico. Tampoco se trata de una mera posibilidad lógica que no es una posibilidad real. No estamos ante una prueba científica, ni una posibilidad lógica, sino ante una verdad existencial. La persona es más que pensamiento lógico y la realidad es más que prueba científica. El hombre puede abandonar el pensamiento objetivador porque es una criatura metafísica. La inmortalidad del alma es persistencia de una existencia cuyo ser depende y remite a una identidad originaria que es Dios. Para acceder al ser transobjetivo no hay que abandonar el límite del pensamiento, de lo contrario sería inconcebible. Las cosas son extramentales en su ratio essendi, pero no en su ratio cognoscendi. Por tanto, para conocer al ser extramental no por qué ir más allá del pensamiento mismo. A lo sumo se justifica abandonar el límite del pensamiento lógico y del pensamiento empírico, pero no el pensamiento mismo. Si Dios está más allá del ser finito, entonces hay una racionalidad infinita que desciende al hombre y se deja participar en la racionalidad de la trascendencia. Otro tipo de inteligibilidad es posible. Sólo en el hombre aparece la muerte como algo propio. Pero el hombre moderno vive muerto porque no vive la esencia de la muerte. Y al ignorarla busca inmortalidad genética en el horizonte de la inmanencia material. Por eso vive la vida con intensidad sensorio-corporal. Pero el hombre intuye que su persona perdura más allá de la memoria y la esperanza, porque sabe que la supervivencia espiritual viene de Dios. El poder de lo espiritual trasciende el poder de lo material. La muerte pertenece al mundo y a su inmanencia. Y su abolición a la reconciliación del mundo con la Trascendencia. En la nada de la muerte aparece mi relación con el infinito del Ser absoluto. Hay deseo de eternidad en mi relación con la muerte. No es la ética kantiana del deber, sino la ética de la virtud la que ayuda al hombre a vencer a la muerte. La muerte es una posibilidad siempre abierta a la finitud, que se derrumba ante la existencia cuyo destino está más de la mortalidad. Por ello, la muerte no es el final, sino el preámbulo de la nueva vida. De ahí que la condición ontológica del hombre no es ser para la muerte. Muerte no es plenitud ni punto final, es posibilidad ontológica de ser parte de un tiempo nuevo. El viaje sin retorno de la muerte se ubica dentro de la primera creación, donde la desproporción ontológica entre el yo y el infinito es inconmensurable, pero donde su correspondencia escatológica es anunciada. La muerte acontece en el tiempo, pero revela un más allá del ser que trasciende el tiempo. La muerte no es el anonadamiento final del hombre. La muerte es indicación de lo eterno e infinito

Comentario. -
Lejos de ser fantasía la vida eterna o experienciar el ser del hombre unido al ser de la divinidad, es un medio efectivo de la evolución racional humana. Aquí me voy a referir estrictamente a la idea prehistórica del alma, la cual implica conexiones más profundas con otras ideas más elaboradas, pero asombrosamente antiguas. Por tanto, sólo tangencialmente aquí tienen importancia las ideas babilónicas y egipcias de que sin dios morimos y sólo él puede acoger la muerte con luz y gloria. Es más, tampoco será prioridad aludir a la antiquísima religión hindú, donde el alma pierde su individualidad en lo eterno, pero no su conciencia. Mayas, aztecas e incas creían que la muerte eran momentos de la existencia. Las religiones del África negra siguen creyendo en la sangre sagrada de la Gran Madre Tierra.
Pero aquí nos intriga profundamente la idea del alma de aquellas criaturas humanas que desde el Neandertal o sea hace ¡80 mil años! efectuaban enterramientos con ritos y ceremonias religiosas. ¿Tenían idea del alma? ¿Es esta idea prehistórica del alma la mayor evidencia de que el hombre es una criatura metafísica? ¿Esta idea supone la forma conceptual o simbólica? ¿Llevó la idea del alma a la idea de lo divino? ¿Qué tipo de reflexión implican estas ideas prehistóricas sobre el alma: animista, mitológica, lógica-conceptual?
Cuando en 1856 se descubrió el primer entierro de un Neandertal en una cueva del Valle de Neander, en Alemania, nadie le dio el significado debido. Solo después del descubrimiento de un entierro en Spy (Bélgica) en 1885, y otro en 1908, en la cueva de La Chapelle-aux-Saints, en Francia, una fosa que contenía los restos de un cazador, rodeado por huesos despedazados de animales y menesteres de sílice. En 1912, los hallazgos de tumbas cerca de La Ferrassie dieron origen a sistemáticas excavaciones cuyos resultados en 1934, no dejaban dudas sobre ritos, ceremonias y creencias muy elaboradas. En Crimea, sobre el Mar Negro, se encontraron, en 1924, tumbas en la caverna de Kiik-Koba. En 1930 el hallazgo de fósiles en el Monte Carmelo, cerca de la ciudad de Haifa. Pero el descubrimiento más asombroso de todos ocurrió en 1960 en la caverna de Shanidar, en los montes Zagros, al norte de Irak, donde con una antigüedad de unos 60 mil años, encontraron los restos de 6 Neandertales. Se encontró la sepultura de un cazador sobre un lecho de ramas y flores, con grandes cantidades de polen.
El resultado de las indagaciones era que los Neandertalenses desde hace 80 mil años enterraban a sus muertos, apreciaron la maravilla de la vida humana con mayor claridad que sus precedentes, y buscaron preservarla. Los entierros significan que tuvieron creencias sobre una esencia humana -alma o espíritu- que sobrevive a la muerte.
El enterramiento neandertal significa la primera evidencia de modalidad ontológica postpersonal. Pero esta idea de que la muerte no es el final, que es una creencia abrumadora de la humanidad, ¿se reviste bajo la forma de un pensamiento animista, mitológico o conceptual?  Kant en su Crítica del Juicio admitía en el ámbito estético “ideas sin concepto”. Yo creo que hay que extender dicho planteamiento kantiano a diversos planos de la vida humana, sobre todo para etapas prehistóricas.
Es decir, el hombre prehistórico captó de forma puramente intuitiva la primera idea metafísica de la historia de la humanidad, a saber, la idea del alma. Esto significa que la metafísica del hombre primitivo, y ni siquiera hablamos del hombre Cromañón, evidencia el ejercicio del pensamiento sobre la base de la mera intuición sin mediación conceptual.
Pero esta idea sin concepto del alma que sobrevive a la muerte, ¿es producto de las cosas mismas o del sentido de inmortalidad humana? Si optamos por lo primero aceptamos el objetivismo de la vida después de la muerte. Si optamos por la segunda solución canonizamos la subjetivación de la idea de inmortalidad. Pero aquí no se trata de nosotros, sino de la concepción intuitiva del hombre prehistórico.
Para responder a la pregunta sobre cómo concebía el hombre prehistórico la idea del alma que sobrevive a la muerte es inevitable referirnos a la creencia en el otro mundo, los fantasmas y los sueños. El mundo onírico, los fenómenos preternaturales y sobrenaturales, y la idea de otro mundo, tienen para la mente humana prehistórica la evidencia de una verdad incontrovertible. Son acontecimientos objetivos incuestionables. Desde esta base la idea de la vida después de la muerte debió tener un impacto profundo sobre la evolución racional y ética de la conciencia humana. Aquí todavía no hablamos de religiones ni de mitos, sino de lo numinoso. O sea, de la manifestación preternatural y sobrenatural del fenómeno religioso y trascendente. Es en este contexto cuando lo religioso aparece con mayor fuerza y nitidez como religación de lo humano con lo divino. En otras palabras, lo que sobrevive del hombre no lo hace para vagar de modo incierto en el más allá, y sí, más bien, conduce hacia la idea de una primera soteriología y teleología intuitiva donde el alma sobreviviente guarda un fin superior en el más allá. Esta idea prehistórica del alma guarda dentro de sí una intención mítica y es una prueba de que la metafísica intuitiva es más remota que la mitología. A la luz de estos razonamientos, es difícil estar de acuerdo con G. Gusdorf (Mito y metafísica) para admitir que la mitología encierra una metafísica primera. Afirmo, más bien, que el pensamiento prehistórico siendo pre-mítico encierra la verdadera metafísica primera del pensamiento humano. Si esto es cierto, como creo que lo es, entonces plantea un desafío a mi propia teoría filosófica mitocrática. Pues, cómo concebir esta forma de pensar substancial prehistórica. Por un lado, confirma que el hombre es la criatura filosófica por excelencia. O sea que se pregunta por las cosas esenciales del universo. Por otro, antes que el mito es la intuición la forma que tiene la razón para responder a los enigmas del cosmos. Y por último, que antes que la forma mitocrática de filosofar hay una forma anterior que corresponde a la humanidad prehistórica. ¿Cómo llamarla? Me ratifico en mi primer planteamiento al respecto (Las filosofías marginadas). La denomino el filosofar empiriocrático. Denominación que no tiene nada que ver con la filosofía del empiriocriticismo de Mach y Avenarius, sino con una forma de pensar capaz de extraer intuiciones generales de experiencias particulares.
El filosofar empiriocrático sería la forma de filosofar del hombre prehistórico. Y esto lo afirmo para escándalo y sorna de los filósofos eurocéntricos conceptualistas, para quienes la filosofía solamente es discurso conceptual, o sea la forma griega. No importa. La humanidad sabrá tener compasión del dogma eurocéntrico. Lo real es que el hombre de todos los tiempos siempre se ha sentido desconcertado y asombrado por las situaciones límite de la existencia. Y el hombre prehistórico no fue la excepción. Filosofó a su manera y a su nivel intuitivo. Luego con los milenios vendría la forma simbólica del filosofar mitocrático, al cual sucedería el filosofar conceptual de Grecia. El nacer, morir y sobrevivir despertó el asombro del hombre prehistórico y sobre esta experiencia fecundó la idea de la vida más allá de la muerte. La evidencia de los entierros de hace 80 mil años del hombre de neandertal así lo testimonian. Esta capacidad de la razón humana –ya sea en su forma intuitiva, mitológica o conceptual- para elevarse de lo particular a lo general, de lo mortal a lo inmortal, de lo finito a lo infinito, es uno de los grandes enigmas de la condición humana llamada siempre por lo Absoluto.
La prehistórica filosofía empiriocrática permite a la humanidad naciente subsistir y enseña que la primacía de lo vivido no se limita a lo sensiblemente experimentado, sino también a la experiencia espiritual.

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LA NADA DE LA ENTROPÍA

§ 117.- La Nada de la entropía no es la nada anonadante del ser categorial. Es, más bien, la nada final de la nada anonadante del ser categorial.
§ 118.- Lo más seguro es que la especie humana, ni algún ingenio salido de sus manos, llegue a ese final entrópico del universo. Por ende, su acontecimiento no es de índole física sino espiritual. O sea, decidido por Dios o el Ser absoluto. 
§ 119.- No obstante, constatar por la ciencia que el universo se dirige a un final inesquivable significa que el infinito potencial y actual de la materia no es nada frente al infinito en acto del Ser absoluto.
§ 120.- La nada entrópica prueba que el tiempo no es la medida suprema del ser, sino que lo eterno lo es, incluso del tiempo.
§ 121.- Si el universo va hacia su muerte por la entropía, ello evidencia que el mundo contingente no es causa de sí mismo y que depende de una causa necesaria, que es Dios creador.
§ 122.- La nada de la entropía también es señal que el sentido pleno del ser no se reduce a la totalidad de sus determinaciones existenciales, porque el ente no es la forma completa del ser.
§ 123.- La nada de la entropía acontece porque es lo finito creado que se separa en el tiempo y, además, sufre la escisión entre esencia y su existencia.
§ 124.- Como la humanidad es la puerta de entrada por la que el Verbo de Dios entró en la Creación, entonces lo que acontezca con la materia del universo no es la puerta de salida en el plan escatológico de Dios. Es por ello por lo que, por la Providencia, el universo no se dirige a un caos entrópico, sino hacia una nueva armonía.
§ 125.- Es absurdo pensar que el universo venga de la nada hacia el ser para ir del ser hacia la nada nuevamente en un corsi y ricorsi sin sentido. Igualmente, absurdo es un universo cíclico, pulsante u otro modelo que carece de propósito. Por la segunda ley de la termodinámica en la naturaleza aumenta el caos de forma indetenible. Ese fin del tiempo y del espacio para volver a la nada es uno de los mayores misterios de la ciencia. Las soluciones propuestas descansan sobre conjeturas para los que hay algunos indicios y ninguna prueba. El lado oscuro del universo no solamente lo componen la materia y energía oscuras, sino la entropía, por la cual dejarán de existir las dos primeras. De qué sirven las elegantes leyes del cosmos si, después de todo, terminan en la más completa desintegración. Pero el colapso del orden o rotura de la simetría tiene que haber ocurrido desde el comienzo del cosmos, es más, fue lo que le dio origen. Es desconcertante que el universo en medio de la emergencia de la materia y sus leyes se suma en la degradación acelerada de sus estructuras. No han faltado quienes han señalado que al fin del milenio nos estamos sumiendo en el caos de la subjetividad (Félix Guattari, Caosmosis), Y sin duda, el caos también se hace presente especialmente en las fases terminales de las civilizaciones históricas. Pero aquí indagamos por un caos más grande y universal. Lo cual no es óbice para entronizar el propio caos como el reino de la absoluta contingencia y capricho -al estilo de Quentin Meillassoux en su libro Después de la finitud. Ensayo sobre la necesidad de la contingencia-. Con lo cual resulta siendo cierto que la moda, la fe y la fantasía pervierten la investigación científica, especialmente en teoría de cuerdas, mecánica cuántica y cosmología, como señala Roger Penrose (Moda, fe y fantasía en la nueva física del universo). Alexandre Koyré hablaba de la destrucción del cosmos finito por la de un universo indefinido o aun infinito (Del mundo cerrado al universo infinito). Pero la nada de la entropía nos enfrenta a la destrucción del propio cosmos infinito. Por ende, cabe pensar que el caos acelerado del propio universo quizá sea el mayor indicio que pueda tener el hombre sobre la superioridad del orden del espíritu sobre el de la materia. La nada de la entropía sería la mayor demostración que la finalidad del universo no es de índole material, sino espiritual. La superioridad de la finalidad preternatural sobre la finalidad causal y la indeterminación cuántica sería la consecuencia inevitable para asumir. La energía del universo y sus prodigios se degradan y van hacia la extinción. No en vano Max Planck expresó: “Considero que la materia deriva de la consciencia”. Si esto es así, sólo puede significar una cosa, a saber, que el apocalipsis de la materia no puede ser antes que el Apocalipsis escatológico.
§ 126.- De modo que, si Dios creó el universo de la nada por amor, lo rehacerá nuevamente por amor. 

Sinopsis. -
La Nada de la entropía no es la nada anonadante del ser categorial. Es, más bien, la nada final de la nada anonadante del ser categorial. Su acontecimiento no es de índole física sino espiritual. O sea, decidido por Dios o el Ser absoluto. Que el universo se dirige a un final inesquivable significa que el infinito potencial y actual de la materia no es nada frente al infinito en acto del Ser absoluto. La nada entrópica prueba que el tiempo no es la medida suprema del ser, sino que lo eterno lo es, incluso del tiempo. Si el universo va hacia su muerte por la entropía, ello evidencia que el mundo contingente no es causa de sí mismo y que depende de una causa necesaria, que es Dios creador. La nada de la entropía también es señal que el sentido pleno del ser no se reduce a la totalidad de sus determinaciones existenciales, porque el ente no es la forma completa del ser. La nada de la entropía acontece porque lo finito sufre la escisión entre esencia y su existencia. Lo que acontezca con la materia del universo no es la puerta de salida en el plan escatológico de Dios. Es por ello por lo que, por la Providencia, el universo no se dirige a un caos entrópico, sino hacia una nueva armonía. El caos acelerado del propio universo quizá sea el mayor indicio que pueda tener el hombre sobre la superioridad del orden del espíritu sobre el de la materia. Si esto es así, sólo puede significar una cosa, a saber, que el apocalipsis de la materia no puede ser antes que el Apocalipsis escatológico. De modo que, si Dios creó el universo de la nada por amor, lo rehacerá nuevamente por amor. 

Comentario. –
Actualmente es para el sentido común una verdad de perogrullo que el Universo con su estado ordenado actual de materia, energía, galaxias, cúmulos de estrellas, planetas y vida, no existió siempre, pero todavía resulta insólito lo que muchos cosmólogos afirman sobre el holocausto que sufrirá el Universo entero y provocará su desaparición.
Los descubrimientos actuales sobre el fin del Universo tienen que ver con su expansión acelerada. No se trata de un apocalipsis local, sino de un holocausto global que representaría el final del cosmos. Un Apocalipsis local, por ejemplo, tiene que ver con el cálculo aproximado que se hace sobre un impacto estelar cada 26 millones de años que devasta la Tierra debido a una estrella compañera del Sol llamada Némesis, que altera la órbita de los cometas que son arrojados contra nuestro planeta. Se sabe que, hace 65 millones de años un impacto estelar similar exterminó a los dinosaurios. Y también se conoce que impactos estelares de cometas y asteroides contribuyeron a la formación primitiva de la Tierra. Científicos de la NASA han descartado que el asteroide 2002 NT7 con casi 2 kilómetros de ancho vaya a devastar la Tierra en el 2019, aun cuando le han dado la clasificación “1” en la escala de Torino de riesgos de impacto que merecen cuidadosa observación. Especulaciones similares de impactos estelares se hacen en torno al calendario Maya que fija una gran catástrofe para el 21 de diciembre del 2012. Lo mismo sucede con el cometa Swift-Tutle, descubierto en 1862, y que las observaciones actuales han permitido a los astrónomos de Varsovia hacer el cálculo de la órbita del cometa para el año 2126, considerando que no representa riesgo de impacto. De cualquier forma, los científicos ya han emprendido la catalogación de asteroides y cometas con riesgo de colisión. De todos ellos el más temido es la órbita del cometa, pues a diferencia del asteroide aparece de improviso y da muy poco tiempo para tomar alguna medida. Temor similar suscita el trabajo de aceleración de partículas en el llamado "Gran colisionador de hadrones", ubicado en Ginebra, el crearía un agujero negro que primero se engullirá a la Tierra y luego a todo el universo. Se puede reformular teológicamente la pregunta, sobre si un impacto apocalíptico local sobre la Tierra puede tener una significación cósmica. Por lo menos en la tradición cristiano-católica el fin del mundo, o sea de la Tierra, representa también el comienzo de un Nuevo Cielo y una Nueva Tierra. Es decir, el significado escatológico del Fin del Mundo sería universal y no meramente local. Atañe a todo el Universo. El Universo se expande como un globo. En 1917 Albert Einstein propuso un modelo del Universo basado en su nueva teoría de la relatividad general. Su teoría indicaba que el Universo no era estático, sino que debía expandirse o contraerse. La expansión del Universo todavía no había sido descubierta, por lo que Einstein planteó la existencia de una fuerza de repulsión entre las galaxias que compensaba la fuerza gravitatoria de atracción. Esto le llevó a introducir una “constante cosmológica” en sus ecuaciones; el resultado era un universo estático. Sin embargo, desaprovechó la oportunidad de predecir la expansión del Universo, lo que Einstein calificaría como “el mayor error de mi vida”. Los físicos han dedicado muchos esfuerzos al desarrollo de las consecuencias cosmológicas de la teoría de la relatividad.
El fin verdaderamente siniestro del Universo nos estremece y nos lleva a preguntarnos por el sentido de nuestra presencia en el mismo. Pero antes es necesario determinar el uso del término “Fin”. El término Fin es uno de los más equívocos del lenguaje filosófico. La multiplicidad de sentidos hace que dentro de ella entren distintas acepciones. Pero al hablar del Fin del Universo es inevitable afrontar sus significados varios: (1) temporal, (2) espacial, (3) ideal, y (4) como propósito. El sentido del Fin espacial y temporal del Universo apenas ofrece dificultad por aludir al momento final de su proceso, en cambio la idea de Fin como causa final se entremezcla con todos los órdenes del ser y acontecer. En la Física y Metafísica de Aristóteles el fin mismo sólo existe en los seres inmóviles. Los escolásticos introdujeron la distinción entre fin inteligente y fin ciego. Para Bergson, en La evolución creadora, el teleologismo no es sino un mecanicismo al revés, que sustituye la impulsión del pasado por la atracción del porvenir. En N. Hartmann la finalidad no es una categoría real de los acontecimientos naturales sino del entendimiento. En nuestro caso propondremos un monismo indeterminista y finalista, como Raymond Ruyer, pero con la variedad de que la finalidad está presente tanto en el mundo microcósmico o cuántico, el mundo macrocósmico o estelar, el mundo mesocósmico u orgánico-consciente y el mundo supracósmico-espiritual. El hombre es un compuesto no sólo de los cuatro citados mundos (material, biológico, psíquico y espiritual) sino incluso del ser eterno, y su más sensata finalidad es lograr la visión beatífica o plenitud unitiva con Dios. Los estratos del mundo material-natural después de un momento de organización tienden al comportamiento caótico, al desorden y a la destrucción, pero no así el estrato del mundo espiritual, cuya tendencia por su substancia intemporal es ir, por el contrario, hacia el comportamiento ordenado y perfecto. Aunque el espíritu puede extraviarse de la vida eterna y desviarse hacia el castigo eterno. Por eso, la plenificación del hombre está más allá de su existencia material y natural, va hacia el mundo espiritual y preternatural asistido por la Gracia divina. El hombre está en el mundo, pero no es enteramente de este mundo. En el hombre hay algo más que el hombre. En realidad, esto implica una nueva reinterpretación del principio antrópico, donde la nueva física queda enlazada con la filosofía y la teología. Es en este sentido en que indagaremos el sentido del final del universo para el hombre, en el sentido escatológico providencialista de la fe, mientras el camino ateo se detiene en el azar y el recomienzo infinito de la materia.

                Presencia de la Finalidad en el universo

Monismo                Mundo microcósmico o cuántico
Indeterminista        Mundo macrocósmico o estelar
                                  Mundo mesocósmico u orgánico-consciente
                               Mundo supracósmico-espiritual

Ahora bien, existen tres modelos del universo: el universo estacionario o cerrado, incompatible con la radiación de fondo y los quásares; el universo en expansión o abierto, confirmada por la ley de los desplazamientos hacia el rojo o ley de Hubble; y el universo oscilante o pulsante, que colapsa y se expande hasta el infinito. La teoría del Universo en expansión, los quásares, los datos obtenidos desde el telescopio Hubble y la energía oscura, hablan por sí mismos de la inconmensurabilidad del poder infinito de Dios, que le permitió crearlo de la nada, pero también hace que sea razonable suponer que la historia del Universo es finita. Qué significa la mortalidad del Universo. Cuál es el sentido de dicho fin. Hablar del incierto futuro del Universo es hablar de lo precario y limitado de la existencia de la materia, la sustancia material, o res extensa. Por ello, no resulta insatisfactorio considerar, desde el punto de vista filosófico, la idea de un repentino comienzo del Universo, de un Creador que le dio origen, pero resulta un sinsentido suponer un inusitado recomienzo cuántico tras la muerte térmica del universo dentro del esquema del universo cíclico o pulsante. La teoría de un universo autocontenido propugnada por S. Hawking (Historia del tiempo, Crítica, Barcelona 1988) al descartar la idea de un comienzo y un fin excluye las resonancias religiosas. Aquí no cabe plan inteligente del universo, ni inmanente ni trascendente, sólo un discurrir contingente y azaroso que va dando tumbos hacia nuevas formas fenoménicas sin ningún propósito universal. Pero además se basa en un supuesto a priori, en un materialismo duro, que afirmaría que la energía cósmica es inagotable e indestructible y por lo tanto ni el imperio de los agujeros negros en la “edad oscura” del cosmos significarán la destrucción total del universo En cambio la teoría del universo en expansión introduce la idea de un comienzo, la cual tiene serias resonancias religiosas. Ahora bien, si las leyes cósmicas parecen responder a una finalidad ingeniosa y el plan del universo es resultado de un propósito inteligente, entonces cuál es la teoría más plausible y cuál es aquella finalidad, cuál es aquel propósito.
Para el autor de la Creación el propósito supremo del fin del universo y la muerte definitiva de la materia no podría ser otro que demostrar al ser racional humano lo provisional y fugaz de todo lo finito, que el caos y la entropía no sólo afectan a la existencia humana sino especialmente al cosmos, como oscuro testimonio del no-ser, el vacío, la nada. La entropía explica la marcha actual del Universo del orden al caos, pero sigue siendo un enigma para la ciencia qué fue lo que condicionó la partida el caos original al orden o más precisamente de la nada al cosmos. Quizá esta pregunta esté fuera del alcance de la ciencia, o tendría que prestar oídos a la filosofía y a la teología. El enigma básico de la cosmología, es decir cómo apareció el cosmos desde la nada, sólo es respondida desde la Voluntad infinita de la divina Providencia. Schelling en su texto Las edades del mundo trató también de explicarse cómo lo más alto en Dios es la libertad, mientras que la necesidad constituye el plano subordinado de la naturaleza de Dios. El episodio de la Caída en el Paraíso revela que el hombre extiende la finitud hacia el cosmos material, pero lo hace no como origen sino como víctima del Otro maligno que lo trasciende. No sólo el hombre adánico fue débil ante el mal, sino que el portentoso cielo estrellado también lo es, es devorado por la nada y la finitud. El misterio del pecado irrumpió en el Cielo con el permiso de Dios. Pero desde la experiencia de la Redención el hombre y el cosmos no tienen que llevar consigo de modo irremediable la muerte, el fin y la nada.
Mi interpretación del fin del universo es que ésta abona a favor de la tesis de que el cosmos, al igual que el hombre, son entidades insuficientes, que la única sustancia inmortal e incorruptible es la sustancia espiritual y no la materia contingente, que el espíritu posee más ser que la materia, que su sustancia no se agota en la temporalidad y pertenece a la eternidad. El principio antrópico cobra pleno sentido con estas consideraciones filosófico-teológicas. Esto no significa que la materia no pueda ser infinita, ni que el hombre fue creado para ser como los ángeles, espíritu puro, más bien que el Espíritu puro, que es Dios, hará nuevo cielo y nueva tierra, es decir el nuevo Universo estará exento del elemento destructivo de la entropía, la muerte, la caducidad y el pecado.
Grecia alcanzó por la filosofía y la razón natural la verdad primaria sobre Dios, como necesario fundamento del Universo contingente. La Revelación judeocristiana nos muestra que Dios es una naturaleza racional, amorosa e infinita, su objeto adecuado no es el universo finito, sino su naturaleza infinita, creó el universo de la nada por amor, los espíritus a su imagen y semejanza, y la materia no viviente. Pero el Fin del Mundo no es el Fin del Universo, uno es un proceso escatológico que responde a un propósito salvífico, el otro responde a un proceso natural de la materia. La intervención divina directa queda restringida al momento escatológico de la creación y del fin del mundo, en cambio lo que sucede en el final del universo es resultado de la causalidad natural. Sin embargo, queda pendiente un asunto importante: el problema del mal en el mundo. El Final del mundo también implica el final del universo asido por el pecado y el mal. Leibniz en su Teodicea diferenciaba tres tipos de mal: el natural, el físico y el moral. A lo que vamos es que la Caída del hombre en el pecado original dañó todo el cosmos, la doctrina enseña que se perdió la Gracia y tanto el hombre como la naturaleza dañaron su vida sobrenatural y su vida natural. En lenguaje de la termodinámica diríamos que entró en acción la entropía. El fin del mundo sería también el fin del universo puesto que señala el momento en que Dios subsana el estado de imperfección para restablecer el estado de Gracia en todo el cosmos. De modo que no tiene sentido pensar en un fin del mundo para el hombre sin suponer otro para el cosmos. La salvación alcanza, por consiguiente, a toda su creación, salvo al Diablo que con el permiso de la divinidad actúa con voluntad e inteligencia como enemigo de la vida santa y perfecta, pero será aherrojado por la eternidad en el infierno. Cómo será el Universo tras la restitución de la Gracia después del Juicio Final. Será nuevamente inmortal e incorruptible, pero con un añadido importante: redimido. La Redención no sólo es la destrucción del pecado de Adán y la apertura del cielo para el hombre sino la prueba suprema de su criatura principal en su fidelidad al Creador. Sin la prueba de la constancia, la confianza y de la lealtad al Autor del mundo, no tendría sentido todo el drama escatológico de la salvación y de la creación, estaría incompleto su propósito y el sentido de la existencia. Sin el problema del mal no es posible una solución adecuada al problema de la libertad humana dentro de la justicia divina. Sin ausencia de necesidad y de constricción no hay libertad humana. De modo que la presencia de Dios en nosotros es ontológica pero su habitar en nosotros sólo se da por invitación nuestra. Nuestra libertad sólo es plena conociendo y cooperando con Dios. Por eso lo esencial del sentido del final del universo no consiste sólo en una demostración abstracta de la superioridad de lo espiritual sobre lo material, ni en una mera regeneración ontológica de sus criaturas, incluso la materia, sino en la realización culminante de la vida en el reino de Dios, donde contemplaremos en unión con Cristo directamente su rostro.
En consecuencia y volviendo a nuestra pregunta del comienzo: ¿qué significa que el universo tenga que ir hacia un final inexorable? Hemos respondido lo siguiente: 1. Porque el cosmos, al igual que el hombre, son entidades insuficientes, la única sustancia inmortal e incorruptible es la sustancia espiritual y no la materia contingente, el espíritu posee más ser que la materia. 2. Demostrar al ser racional humano lo provisional y fugaz de todo lo finito, que el caos y la entropía no sólo afectan a la existencia humana sino especialmente al cosmos, como oscuro testimonio del no-ser, el vacío, la nada. 3. Que el mundo supracósmico-espiritual es más real que las otras regiones del ser y que el hombre es un compuesto de los cuatro citados mundos y su más sensata finalidad es lograr la plenitud con Dios. 4. El propósito final del Creador es proporcionar a los seres espirituales la visión beatífica tras la previa prueba de la existencia. La prueba responde a que la gracia de Dios no es totalitaria, respeta nuestra libertad y no trata de destruir nuestra voluntad, sino unirla libremente con él. 5. Y finalmente, gracias a la Redención el hombre y el cosmos no tienen que llevar consigo de modo irremediable la muerte, el fin, el no ser y la nada.
La rebosante copa del placer del materialismo científico ha pasado, la idea de un Espíritu infinito y eterno, creador de todas las cosas se hace sostenible filosófica y científicamente. La creación y destrucción del Universo no se comprende en una megalómana exhibición de la omnipotencia divina, sino como superioridad de lo espiritual sobre lo material, en vista de la importancia de velar por la vida eterna. De ahí que la verdadera y fundamental sabiduría humana consista en un acto de adoración al Pater Creatur, omnisciente y omnipotente, porque ello supone nuestra aceptación sensata de la condición de criatura finita con la grave responsabilidad de reconducir el mundo a su original seno trascendente. Este sería el sentido más profundo del principio antrópico, que no se limita a ser visto sólo como el reconocimiento del papel del hombre como observador inteligente y como fuerza activa para reestructurar el mundo por medio de la tecnología. Dicho de otra forma, la reinterpretación del principio antrópico no sólo establecería que nuestra propia existencia restringe la estructura y la evolución del Universo, incluso a escala muy grande, sino que instaura la coherencia entre la física fundamental, la cosmología, la biología, y la antropología, por una parte, con la filosofía y la teología, por otra; porque con el hombre irrumpe la trascendencia en la inmanencia y se reconduce todo lo temporal hacia lo eterno. 
Por Revelación el hombre llega a saber que Dios uno y trino es fuente de todo ser, el universo material y espiritual es su creación, como parte de un proceso eterno del desplegarse y replegarse divinos. Todas las cosas proceden de la plenitud de Dios y a él vuelven todas las cosas. El proceso no es espiral, rectilíneo o de eterno retorno, sino es asintótico, es alfa y omega, porque el punto de llegada no es igual al punto de inicio. Además, Dios no es simplemente la fuente ontológica del ser, es además la meta escatológico-metafísica de todo, es el comienzo y el fin del proceso, el alfa y el omega. En la meta el proceso continúa para no variar más, ya sea en la eterna paz de la visión beatífica de la Divinidad o en el eterno castigo de los réprobos en los tormentos de infierno.

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