PRÓLOGO AL LIBRO “NACIÓN ANDINA” DE HUGO CHACÓN
Gustavo Flores Quelopana
Esta obra es una nueva interpretación de la realidad peruana que nos
presenta Hugo Chacón Málaga. No es un trabajo académico, pero tiene la virtud
de ser un auténtico ensayo. Grandes ensayistas forjaron la cultura nacional, y
en cambio hoy toda una legión de académicos administra la mediocridad rutinaria
de lo que se escribe masivamente.
Por la rotundidad justificada en el juicio,
la pulcritud del razonamiento y la elevada inspiración de su ideal tenemos ante
nosotros un libro de antología.
Esta obra viene a incorporarse al selecto
número de libros que componen la pléyade de la interpretación de la realidad
peruana, a saber, El carácter de la literatura independiente en el Perú de
José de la Riva Agüero, El Perú contemporáneo de Francisco
García Calderón, La realidad nacional de Víctor Andrés Belaunde, Siete
ensayos de la realidad peruana de J. C. Mariátegui, El
antimperialismo y el Apra de Haya de la Torre, Perú, problema
y posibilidad de Jorge Basadre, Retrato de un país adolescente de
Luis Alberto Sánchez, Pueblo Continente y Hacia un
humanismo americano de Antenor Orrego y El Otro Sendero de
Hernando de Soto.
Pero además es el fruto más maduro de la
perspectiva andina de sus antecesores: Tempestad en los Andes de
Luis E. Valcárcel, El Nuevo Indio de Uriel García, Del
Ayllu al cooperativismo socialista de Hildebrando Castro Pozo, Presencia
y definición del indigenismo literario de Tauro del Pino, Andinia de
Luis Enrique Alvizuri y Sociedad mediocre de José Mendívil.
Como vemos el debate sobre los que es el
Perú es arduo y permanente. No es un mero problema sociológico sino ontológico
y metafísico. Se trata del destino de una entelequia milenaria sacudida por la
invasión y la alienación. Esta disyuntiva fue advertida tanto por hispanistas,
mesticistas e indigenistas. Chacón está lejos del indigenismo anarquista de
González Prada, el indigenismo marxista-mesiánico de Valcárcel, el indigenismo
cholista de Uriel García y José Vallaranos, el andinismo antioccidental de
Alvizuri y al andinismo multicultural de Mendívil. El suyo es un andinismo
culturalista, pues la cultura andina es el Ser de lo nacional, cuya savia
palingenésica se resiste a morir. Al contrario, se recrea constantemente porque
sus raíces metafísicas se actualizan tenazmente en una conciencia cósmica que
hace emerger sus gérmenes históricos.
Leer el libro Nación Andina (2017)
del ensayista, novelista y poeta Hugo Chacón Málaga representa para el peruano
y cualquier persona que aprecie la perspectiva culturalista, un profundo
cuestionamiento de la postergación de la cultura indígena y la validez de la
inclusión del Perú a Occidente.
Para Chacón el modelo de nación criolla ha
fracasado porque está basada en la iniquidad cultural, social y étnica. Basta
remitirse a las estadísticas en salud, educación, inversión, ingreso, etc.,
para confirmarlo. La interpretación marxista también demostró su desvinculación
con el Perú real y señalar solamente que el indio es el problema, pero no la
solución.
Entonces, el imperativo para nuestro
ensayista será construir una nueva síntesis que consista en la nación andina.
El mestizaje es una ficción porque carecemos de una opción unitaria en
religión, idioma y cultura. Coincidiendo con Fidel Tubino y Gonzalo
Portocarrero, sostiene que somos un país sin identidad, porque la estructura
íntima del ser andino ha sido destruida, y porque la sociedad criolla ha sido
una mal imitación de Occidente.
Para demostrarlo recorre tres visiones del
Perú revisando el pensamiento de Mariátegui, Vargas Llosa y Arguedas. Constata que
en los tres se comprueba una visión occidental particular. Y no
atisban que el pensamiento andino es una forma distinta de vertebrar el
espíritu. Es notable e irrebatible su aguda crítica al Amauta. Señala que para
Mariátegui Occidente es un axioma inamovible, y por ello comparte el enfoque
criollo, según el cual, al indígena no le queda más que asimilarse. Subordina
la herencia andina a la orientación criolla y ve con simpatía que un país
milenario adopte la cultura occidental. Por lo demás, al indio le reconoce
virtudes artísticas, pero no teoréticas. Mariátegui era racista. En una
palabra, el pasado andino tiene que eliminarse en aras de la dinámica
civilización occidental. Chacón realiza una crítica demoledora al pensamiento
del Amauta desde la perspectiva andina.
Hugo Chacón va más allá de la propuesta
psicoanalítica de Max Silva Tuesta con su explicación del parricidio
inconsciente de connotación edípica; y de la explicación de J. M. Oviedo con su
idea de la invención de una realidad por parte de Vargas Llosa. Chacón efectúa
un peliagudo análisis de Mario Vargas Llosa con su tesis de la identidad andina
negada. Para el escritor lo único válido será la sacrosanta civilización
occidental y cristiana. Pues el novelista abjuró de su tesitura serrana y
adhirió su provenir a los valores criollos dominantes. Desconoce e ignora lo
andino, repudia el Perú antiguo y arcaico porque siente vergüenza de su
infancia andina en Cochabamba. Se distancia del mundo andino, de todo lo
quechua y aymara y entra en cursilerías aristocráticas porque rechaza el mundo
andino cholo que su odiado padre representa. Se queda con la patria criolla y
remite al ostracismo la patria andina. También siente apocamiento de los
parientes andinos y opta conscientemente por la identidad criolla dominante.
Abdica de su herencia serrana hasta en el lenguaje y se integra con el mundo
occidental. En otras palabras, igual que Mariátegui, Vargas Llosa también
ostenta una visión occidental particular.
Con gran ductilidad y sutileza aborda el
pensamiento de Arguedas. Afirma que junto con el Inca Garcilaso y Guamán Poma
constituye la base de nuestra nacionalidad. Considera que con Garcilaso se
recupera la historia andina y con Guamán Poma el espíritu de resistencia
cultural. En cambio, Arguedas es una figura más compleja, atravesado por el
sino de la intensa búsqueda de sí mismo. De una primera etapa mestiza avanza
lentamente hacia una etapa andina. Nunca se avergonzó como Vargas Llosa de llevar
en su ser una parte india. Nunca admitió ser indigenista, pero hasta 1967
recomendaba la creación de Institutos Indigenistas. Su socialismo era personal,
impregnado de mito y magia. Se concebía a sí mismo como peruano, o sea español
e indio. Al contrario de Mariátegui, de su pensamiento se extrae la conclusión
que el Perú no será occidental sino andino sin calco ni copia.
Ahora se comprende la importancia que cobra
para Chacón la Cultura como categoría hermenéutica central. Declara que nuestra
propia cultura ha sido soslayada, avasallada y marginada por discursos que
privilegian la perspectiva occidental. Pero todos los intentos de poner al país
sobre los pies de una civilización extraña han fracasado. No han formado nación
y sólo ha favorecido a las élites dominantes. Esta es la causa de que el Perú
criollo luzca desestructurado, desintegrado, sin proyecto nacional. La cultura
es piedra de toque de todo resurgimiento nacional y mientras no se reconozca
que no somos occidentales y que no se puede seguir imitando a Occidente no se
logrará una nueva síntesis de nuestra identidad andina y amazónica.
Dentro de su examen culturológico procede a
analizar lo que Occidente expropió a la cultura andina. Y empieza con la
sustancial relación con la naturaleza, donde se refleja el orden del
macrocosmos en el microcosmos social, donde la naturaleza es sujeto antes que
objeto. Se excluyó a los andes como eje vertebrador de lo nacional. Se quebró
la complementariedad productiva. Se extinguió el universo tecnológico. Se olvidó
las maravillosas obras de ingeniería y el gran manejo del agua. Se trastornó la
explotación agrícola y pecuaria. Los andenes fueron abandonados y la estructura
urbana trastocada. Arte, leyes y cultura padecieron una profunda modificación.
En una palabra, se acometió contra el pilar fundamental de la cultura, a saber,
la filosofía, religión, ciencia,
tecnología y lengua. No obstante, Chacón afirma que la cultura andina fue recomponiendo su
propia personalidad.
Por mi parte, quiero interrogar por lo que
Occidente nos aportó. Y lo considero necesario hacerlo porque el propio genio
andino no ha quedado inafecto tras cinco siglos de dominación. La cultura
occidental es ante todo una cultura católica y latina. En sus mejores
manifestaciones mantuvo el vínculo con la Antigüedad, fuente eterna de la
cultura humana. La raza latina tiene la cultura en la sangre. Así, son propios
la sutileza y la elegancia al espíritu francés, y la sensualidad y el humanismo
al espíritu italiano. En ambos brilla el sol, en cambio la raza germánica es
abstracta, criticista, bárbara, en ella predomina la penumbra, la revuelta
bárbara (el protestantismo). Por su parte, la raza indígena adoptó el
cristianismo no a lo alemán, o sea como pura espiritualidad, sino con toda su
plástica y tradición. De ahí surgió lo que el Padre Manuel Marzal denomina un
cristianismo sincrético, indígena.
En otras palabras, el genio indio no es
refractario al injerto religioso del semitismo. Cristo en los Andes se abrió
paso no sólo sobre los cadáveres que iba dejando la extirpación de idolatrías,
sino que el alma india hallaba algo común con su religión ancestral. Y ese
elemento común era que entre el Dios Ordenador andino y el Dios Creador
cristiano primaba el cosmos, o sea el orden, la cuenta y razón, la armonía. El
espíritu indio es semejante al espíritu eslavo, es místico, intuitivo y
autoritario. Y por eso recibió el cristianismo como lo recibieron los eslavos,
con espíritu apocalíptico y escatológico. Y es por eso que el alma del hombre
andino es refractaria al ateísmo, naturalismo, positivismo, cientificismo
y relativismo, justamente de aquello que ha destruido el alma del hombre
de la civilización occidental. La tradición sagrada de la cultura andina busca
salvarse del ateísmo occidental y evitar la caída de su cultura reafirmándose
en un sincretismo religioso. Pero dicho sincretismo no es invulnerable. En una
palabra, vemos cómo el genio andino se va diluyendo en la negación occidental
de la semejanza del hombre con Dios y de Dios con el hombre.
En el despliegue de sus circunvoluciones
teóricas Chacón aborda el tema capital de la Filosofía Andina. Es conocido que
los conquistadores pusieron en duda la capacidad racional del indio perulero y
fueron muy pocos cronistas y pensadores coloniales que noticiaron y defendieron
su capacidad racional y filosófica (Betanzos, Cieza, Polo de Ondegardo,
Garcilaso, Murúa, Guamán Poma, Acosta, Anello Oliva, Bernabé Cobo). Ante esto
Chacón estima que una civilización que alcanzó tal nivel de desarrollo material
y espiritual no pudo carecer de filosofía. Pero puntualiza que la filosofía
andina no fue mera cosmovisión. Y en este aserto se enfrenta a una compacta
tradición académica eurocéntrica viva hasta hoy (Salazar Bondy, Rivara de
Tuesta, Sobrevilla, Zenón Depaz).
Para su refutación se adhiere a la
información de la riqueza idiomática andina que proporciona Alfredo Torero,
donde sostiene que en vocablos quechuas y aymaras existen términos de
clara connotación filosófica. También comparte el principio de relacionalidad
destacado por Estermann como rasgo fundamental de la racionalidad andina. Igualmente
suscribe la interpretación de Carlos Milla donde la racionalidad andina se
desarrolla en diálogo con el cosmos. Y se adscribe a mi teoría del Mito como
Logos filosófico, valorando la categoría nueva de la filosofía mitocrática.
En este sentido expresa: “Flores elabora un
conjunto de proposiciones que echa por tierra las limitaciones de la
cosmovisión para interpretar el alto pensamiento andino y se adentra en el
territorio de la filosofía como sustento de su civilización. Flores instala de
pie lo que estaba de cabeza al determinar que el pensamiento mítico sustenta la
filosofía andina y explicar su naturaleza divergente de la racional y analítica
filosofía occidental.”
Premunido de todos estos recursos teóricos
Chacón rechaza tajantemente que el mundo andino no haya tenido filosofía y que
se haya limitado a la presencia de cosmovisión, pensamiento, filosofía
heterogénea. A continuación señala que los temas de la filosofía andina son: el
ser humano y la naturaleza presididos por el concepto de comunidad; ser,
naturaleza y divinidad como triada eterna y energética de infinitas formas; una
concepción del universo que no es panteísta, politeísta ni heliólatra, sino que
distribuye el espacio en mundos complementarios; una concepción de divinidad
que se caracteriza por la ausencia de una deidad creadora y superior expresión
material de una naturaleza autocreadora –en esto sigue los cuestionables
planteamientos ateos, naturalistas y panteístas de Federico García-; una ética
y moral basada en el trabajo festivo, basado en el principio de reciprocidad,
contradicción, complementariedad y cosmovisión dual.
Al respecto sólo quiero dejar anotado la
interrogante siguiente. ¿Si el panteísmo culmina en indiferenciación personal,
el pasivismo y el quietismo, acaso sobre su base es posible erigir una sociedad
andina creadora? ¿Acaso no ha demostrado el alma gótica católica, dinámica y
lanzada hacia Dios, que una religión teísta es base más firme para elaborar una
sociedad sin calco ni copia? Dejo apuntadas estas preguntas con mi convicción
que el panteísmo no sólo no ayuda a edificar una sociedad activa, sino que
tampoco correspondió a la religiosidad precolombina.
Con estas bases teóricas Chacón procede a
exponer la parte medular de su obra: la propuesta política, cuya mirada
poliédrica complementa lo teórico con lo práctico. Si quisiéramos apretar en un
puño lo esencial de esta parte se diría que es categórico al subrayar que todas
las contradicciones que ahítan la vida nacional y la posibilidad de un proyecto
patrio andino dependen no de una simple sustitución de la casta criolla, ni de
la mera industrialización, ni de un mendaz cambio de capital en los andes,
forjar un Estado Trinacional con Ecuador y Bolivia, etc. Mientras la
Indoamérica aprista es criolla y estatal; la unidad Trinacional de Chacón es
nativa y andina. Pero todas estas medidas serán importantes pero insuficientes
ante lo primordial: elaborar una filosofía nacional. La importancia que otorga
al factor subjetivo e ideológico, como Gramsci, es decisiva para que todo el
esfuerzo político no sea estéril. Es necesario imaginar otro destino, y para
ello son necesarias las Ideas Fuerza, y eso sólo se logra con una filosofía
propia. Con Chacón cobra especial importancia el sentido praxiológico de la
filosofía.
En una clara alusión al aspecto más débil de
la filosofía del salazarianismo conjetura que no se puede seguir hablando de
luchar contra la dominación cuando subestimamos la propia energía creadora de
la cultura andina. La Nación Andina para seguir adelante necesita de un nuevo
espíritu, el mismo que será fruto de una filosofía andina.
Chacón señala que la filosofía mitocrática,
con su nítida distinción entre el logos del mito y el logos de la ratio, es el
vehículo para estructurar un nuevo espíritu andino. Sólo así se puede afrontar
las tareas pendientes y librarnos de la órbita de Occidente. El objetivo es
afrontar el reto de construir una nueva hegemonía ideológica, con la cual
Indoamérica pueda renacer. El modelo de desarrollo será transitoriamente
capitalista, nacionalista y regulado, fortaleciendo un esquema internacional
multipolar.
Pero Chacón
insiste en la construcción de una hegemonía política e ideológica, como única
alternativa eficaz que haga posible transformar los fundamentos religiosos
nacionales. Considera que sin una filosofía distinta es irrealizable imponer
una nueva hegemonía cultural. Y en el nuevo horizonte filosófico destaca la
revalorización del Mito, como sustento integrador e inquebrantable de la vida
comunitaria. Siendo yo el creador de la filosofía mitocrática me encuentro en
la situación embarazosa de tener que mencionarla. Pero Chacón no se amedrenta
para afirmar que la sociedad andina moderna puede afirmarse en una filosofía
del mito, de lo simbólico, analógico y metafórico. En una forma de razón no
instrumental que haga renacer la sociedad multicultural andina. No obstante,
reconoce que hay problemas pendientes al interior de la filosofía mitocrática.
Cuál será el sentido que tendrá que tener la modernidad dentro de ella, cómo se
organizará la sociedad, la cultura, el arte, las fuerzas armadas, la ciencia,
la industria y la tecnología. Por mi parte no tengo las respuestas, pero Chacón
con optimismo recuerda que el camino de la razón de Occidente culminó en la
destrucción de la naturaleza y el camino del mito de los antiguos peruanos
culminó en la armonía con su medio. Las mismas convicciones optimistas de Chacón
sobre la Nación Andina para superar el Perú invertebrado, nos conduce a reflexiones que tienen que ver con el Genio
Andino. Cuando el general Velasco Alvarado -un criollo- dio punto final a la
marginación del indio, el paciente genio andino demostró con especial agudeza
la tragedia de la creación y la crisis de la cultura. Comenzó su adaptación de
modo vertiginoso, sobre todo en el ámbito urbano. Transcurrido medio siglo el
alma andina no demostró una oposición a la creación de los valores de la
cultura burguesa. El emporio comercial de Gamarra es un ejemplo en la urbe, y
la diversificada red exportadora tejida en los andes es el ejemplo en el campo.
Esto fue lo que llenó de entusiasmo a Hernando de Soto y lo llevó a proclamar
que el andino era partidario del capitalismo popular. ¿Esto significa que en el
genio andino no hay sed de otra creación que fundamente una nueva vida y un
mundo nuevo? Sabemos que el alma andina no es exactamente igual al alma criolla
latina y no acepta con facilidad la separación del objeto y del sujeto. Pero
también sabemos que en el terreno de la cultura diferenciada el Perú aparece en
segundo plano. Sus impulsiones creadoras se someten a lo vital, esencial, ya
sea de índole religiosa, moral o social. El culto de la belleza por la belleza,
la verdad por la verdad, o sea el culto de los valores puros de ninguna manera
parece pertenecer al genio andino actual. Es más que probable que sí lo haya
sido entre las élites del Perú precolombino, pero eso es un pasado perdido.
Esto me lleva a establecer una diferencia sustancial entre el genio
andino precolombino y el genio andino actual, o sea
después de cinco siglos de vejaciones y degradación. Si el genio andino
precolombino pretendía la salvación del mundo -de ahí sus monumentales y
ciclópeas obras públicas-, en cambio el genio andino actual pretende la
adaptación y sobrevivencia en el mundo -de ahí el primer lugar de emprendorismo
en el planeta-. Pero aquí hay algo más profundo que tiene que ver con el rasgo
de la raza. Lo que hay de grande y verdaderamente original en la cultura
peruana está ligado a la capacidad para crear constantemente valores
culturales, como lo crearon el alma latina o germánica. Por ello, Mariátegui,
Arguedas y Vargas Llosa expresan la tragedia y la crisis de la cultura andina
en grado extremo. La raza andina es una vieja raza, pero que a diferencia de la
germánica y latina no pierde su mesianismo palingenésico. El genio andino está
en proceso de restauración y mientras más se fortalezca irá creando valores
contrarios a la cultura burguesa. El genio andino es cualquier cosa menos la
raza de las posiciones extremas. Gusta del justo medio, está acostumbrado a
avanzar lento pero sin pausa y progresivamente hacia su objetivo. Del sitial de
alta cultura que ocupaba fue sumida en los bajos fondos de la barbarie. Pero la
vemos lentamente resurgir de entre los escombros porque guarda en su entraña el
impulso que la lleva hacia el pináculo del porvenir. El genio andino no volverá
la vista hacia sus riquezas pretéritas, porque incluso su resurrección será
recuperar lo más esencial de su impulso creador, a saber, la salvación y
creación del nuevo mundo.
Otro tema insoslayable y atañe a la relación
de lo andino con el nacionalismo o el universalismo. El Perú andino se mantiene
en una posición intermedia entre Oriente y Occidente. Sería lamentable verlo
labrar su futuro dentro de los cauces de un nacionalismo estrecho. El nacionalismo
es el producto mórbido de la Reforma y el humanismo, que convirtió la vida
religiosa y nacional en unidades estancas y las naciones en mónadas con el
nuevo ídolo del estado nacional. El nacionalismo no es fruto del cristianismo,
de su entraña se destiló la idea de universalidad. El nacionalismo es resultado
del triunfo del nominalismo moderno sobre el realismo medieval. Las guerras
mundiales encarnan su expresión más legítima y exponen la ruina de la
humanidad. La nación no se propone reemplazar a Dios, pero el nacionalismo sí.
Y así convierte la nación en nuevo ídolo de un particularismo pagano. El
sistema económico mundial capitalista engendró el internacionalismo abyecto que
carece de espíritu y hunde la civilización en el materialismo más mendaz. Su contrapartida
socialista generó el internacionalismo proletario no menos desgarrado de una
cultura espiritual universal. Conviene entonces advertir que la nación andina
debe evitar las horcas caudinas de los particularismos paganos, tanto del
nacionalismo como del internacionalismo. Y contribuir al universalismo que
fortalezca la voluntad de unificación religiosa y una cultura espiritual más
universal.
Por último, si la democracia es escéptica
ante la verdad, nace de un siglo sin fe y es nivelador anulando toda
superioridad espiritual. Y si el socialismo es una atea fe terrenal, tiene
pretensiones religiosas inmanentes, es mesiánico, es el nuevo Israel,
transfiere en desmedro del individuo los atributos divinos al Estado, opone la
soberanía del proletariado a la soberanía del pueblo, aristocráticamente
conculca dictatorialmente el poder hacia una minoría dirigente, termina al
final como Gran Inquisidor renegando del pueblo y de la expresión de su
voluntad. Por ello, la democracia es todavía humanitarista, en cambio el
socialismo está más allá del humanismo, es terrorífico. El socialismo es una
teocracia secular, un retorno a la Edad Media, pero donde el poder está en
manos de una satanocracia despótica absoluta. Entonces, a la nación andina le
queda reconocer que su camino es ir más allá del capitalismo y del
colectivismo, de la democracia y del socialismo, de la indiferencia religiosa y
del inmanentismo religioso. Deberá romper con el ateísmo que el socialismo
heredó de la sociedad burguesa. Deberá apartarse del economicismo de la
civilización industrial, de la adoración de Mamón. Deberá denunciar la
apostasía del testamento de Cristo tanto por parte del capitalismo como del
comunismo. Deberá restablecer la armonía jerárquica, cósmica y normal de la
vida. La Nación Andina será profundamente de un nuevo cuño teocrático, nacerá
de un siglo con fe, cree en la verdad, en la superioridad del espíritu y amor a
la libertad no es formalista sino creadora. Y a esto conduce la propia historia
moderna, donde la autonomía ha desembocado en la anomia, donde es devorada la
propia libertad. Se vislumbra una nueva teocracia basada en una nueva teonomía.
Nueva porque perseguirá en Reino de Dios no sólo de manera mística sino de modo
concreta t empírica. Así, mientras democracia y socialismo son ideología, en
cambio la nueva teocracia será algo orgánico a la sustancia jerárquica de la
nación andina, la cual es profundamente religiosa. No existe nada más
antidemocrático que la democracia de la aritmética. Eso ya no es orgánico a la voluntad del
pueblo. La democracia es en el fondo la dictadura de los partidos políticos. La
democracia vive del pueblo, pero no para el pueblo. La voluntad del pueblo
peruano es la voluntad de un pueblo milenario y no la voluntad de una
democracia que desprecia los valores atávicos. En la utopía del Perú teocrático
entra la leyenda, la tradición, la eternidad. La democracia es presentista e
ignora todo esto. Y por ello no ama verdaderamente la libertad. Alberto Flores
Galindo pretendía democratizar el socialismo, pensaba para el Perú un
socialismo como el de Cuba combinado con un indigenismo como vía propia y
distinta a la modernización y a la democracia occidental. No sólo ni siquiera
se plantea expurgar al socialismo y a la democracia de sus taras, sino que no
atisba una solución fuera del socialismo y de la democracia. Ante la crisis de
todas las ideologías lo de Flores Galindo se asemeja a un intento desesperado
de restauración. Pero en el fondo no entiende el fondo religioso de la utopía
andina. La utopía teocrática andina no es la búsqueda de un nuevo Inca, pero sí
es la prosecución de la verdad de Dios en el mundo. Justamente por ello la
utopía teocrática andina no es restauración, porque lo que fracasó del
cristianismo no es el cristianismo evangélico sino el cristianismo estatal. La
nación andina es el mejor cáliz para el retorno del cristianismo. El hombre
andino con su humildad, creatividad y fe, tiene las virtudes para vencer a la
civilización atea e hipócrita que sufre una crisis mortal de falta de sentido
de la vida. Tiene las energías espirituales para superar la depravación de la
esencia satanocrática del socialismo y de la democracia. En una palabra, en la
humanidad actual se ha extinguido la fe en salvaciones políticas y sociales y
resurge la fe en la salvación espiritual. El verdadero cambio en el mundo
vendrá no desde lo exterior sino desde lo interior y espiritual, personal y
suprapersonal.
Finalmente, este es el lugar para expresar
mis coincidencias y no mis diferencias con el autor. Su libro rescata lo más
esencial de la condición humana, a saber, su Libertad Creadora. El desafío de
lo andino no es Copiar sino Crear.
Lima, 15 de Mayo del
2017
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