EL INTELECTUAL Y EL POLÍTICO
Gustavo Flores Quelopana
Presidente
de la Sociedad Peruana de Filosofía
Las relaciones entre lo intelectual y lo político son complejas, asimétricas
y sujetas a los vaivenes de las era históricas. Hay momentos en que la
intervención de los intelectuales en la política son propicias y bienvenidas,
mientras que los hay también en que son
infaustas e ingratas. Generalmene por sus elevados ideales son llevados hacia
la acción política en busca de la realización de la felicidad comunal y la
justicia social. Pero la nota común es que en épocas de crisis difundida
y de descomposición los intelectuales sienten con gran fuerza la tentación de
intervenir activamente en política y da lástima verlos consumirse en el lecho
de Procusto. Ante lo cual surge la pregunta: ¿acaso existe alguna brújula que
guíe al intelectual en el campo político?
Existe el estudio clásico del maestro español José Ortega y Gasset, Mirabeau o el politico, que echa importantes
luces sobre el asunto. Para Ortega, Mirabeau es el arquetipo del político.
Arquetipo es ejemplo y por eso no es lo mismo que el ideal intemporal. El
político no tiene que ser un dechado de virtudes privadas, su genio es muy
diferente al del hombre vulgar. El político es sobre todo el hombre de acción,
que carece de vida interior, está siempre volcado a la vida del mundo, tiene el
instinto de ver lo importante que ocurre en su circunstancia. Su alma, siempre
proyectada hacia el ruido de fuera, hace que exista para el mundo y no para sí.
Es astuto y persuasivo. Siempre tiene una idea clara de lo que se debe hacer con
una Nación desde el Estado. Incluso la corrupción puede estar al servicio de su
elevada visión política. Para el político el fin justifica los medios, para el
intelectual no. Por eso al intelectual siempre le va tan mal en política por
ser apegado a sus principios. Para Ortega el gran político responde a
circunstancias históricas concretas y no a un marco ético inalterable. Por eso,
concluye, en todo gran político hay una dosis de fatalidad.
De modo que un intelectual es aquel que se puede interesar en la
política en cuano teoría, pero no interviene en la política. Pero cuando lo
hace le van tan mal como le fue a Platón con el tirano de Siracusa o a Pablo
Macera en el fujimorismo. Ese infortunio se asocia a su falta de sentido
práctico, que lo tiene en abundancia el político. Para el político la vida
social prima sobre su vida personal, para el intelectual su vida personal prima
sobre su vida social. El politico suele tener una vida íntima
muy escuálida, en cambio el intelectual da mucho valor a sus principios
íntimos. El politico obra por conveniencia, lo moral se supedita a la acción,
astucia, pragmatismo y es un gran manipulador de los hombres. En cambio el
intelectual es una persona de principios, su acción se supedita a lo moral, y
es un gran motivador de la realización personal. Por eso, mientras el político
busca afanosamente el trato con los hombres, en cambio el intelectual sufre
pavorosamente el trato con la humanidad. Siente que lo social le resta
humanidad. Así, el intelectual es un observador y analítico por excelencia.
Pero cuando se decide por la acción política o se convierte en un estorbo o
simplemente su idealismo sucumbe ante la cruda realidad.
Eduardo Spranger es un filósofo de la personalidad individual y
cultural. En su clásica obra Formas de
vida, considera al hombre como una estructura espiritual jerarquizada por
un valor que puede ser distinto en cada individuo. En su tipologia ideal
considera como formas básicas de vida: teorético o intelectual, económico,
social, estético, político y religioso. Y como tipos más complejos: jurista,
educador y técnico. Cada forma de vida vive un tipo de valor. Lo cual no
significa para Spranger derivar hacia algún tipo de relativismo.
Lo más esencial de su obra es lo que llama el movimiento de la vida no
por tríadas dialécticas sino por antítesis de valores. Además, subraya que en el carácter
humano hay una configuración valorativa permanente, que elude el relativismo y
hace posible la moral. La vida humana es básicamente creación de valores. La
moralidad personal y colectiva es una estructura eterna. La tipología espiriual
es el prolegómeno a la diversidad de concepciones del mundo.
Spranger distingue entre el hombre social,
dominado por el sentimiento de simpatía e igualitarismo, y el hombre político,
dominado por la voluntad de acción, poder y dominio, y si tiene riqueza
espiritual se convierte en auténtico conductor que siembra felicidad. En cambio
el intelectual, ya sea filósofo o científico, es frio para actuar y se centra
en el dominio de lo instintivo. Cada uno hegemoniza un valor difierente.
De sus importantes consideraciones se deduce
que la modernidad es el imperio del hombre económico y político sobre el hombre
teorético. Pero además, resulta decisivo reparar que en cada etapa histórica
equilibrar la estructura espiritual jerarquizada por un valor mediante la
educación. Lo cual no es nada sencillo. No ha area mas ardua que la educación.
Y ésta tiende a ser diferente en épocas de sistematización y en épocas de
disolución. En una época de disolución la misma educación suele estar inserta
en una trayectoria descendente, lo cual dificulta la formación valorativa. Es
evidente que las culturas en su fase decadente se sumen en una vorágine de
confusión, donde los políticos imponen la voluntad de poder y los intelectuales
arrian los principios.
No obstante, en nuestra América
los pensadores han intervenido en política desde tiempos precolombinos. En
América hay pensamiento desde la Edad Antigua, a lo largo de toda la época
precolombina. La diferencia con la inaugurada desde la Conquista y la Colonia
es que es de carácter "mitocrático" en vez de
"logocrático". Y hubo pensadores políticos –los amautas era asesores
del Inca, y los sabios de curacas y reyes- y pensadores puros -astrónomos, arúspices,
moralistas, metafísicos-, tal como testimonian las crónicas.
Lo que
subsiste desde los jesuitas hasta el día de hoy es que el pensamiento
hispanoamericano sigue siendo una filosofía importada. Si los intelectuales de ahora dejan de ser
políticos -a diferencia de los pensadores del siglo XIX- para ser cada vez más
profesoral y dependiente de la decadente universidad -caracterísico del siglo
XX-. O sea, en América entre los intelectuales los hubo de acción política y
los puros. Y ello se repite en la edad precolombina, colonia, independencia y
república. La diferencia estriba en la autonomía y originalidad del
pensamiento.
La
filosofía poco a poco se ha ido indigenizando. No obstante, al ingresar a una
época de disolución posmoderna se ha ido fortaleciendo un rutinario y decadente
pensamiento mimético e importado. Paralelamente crece la conciencia de un
pensamiento propio, sin importaciones europeas ni norteamericanas, que beba de
las fuentes palingenésicas de nuestra propia historia. Prada, Martí, Rodó y la
generación del 98 fue el primer llamado, y lo siguieron Mariátegui, Haya,
Víctor Andrés Belaunde y Salazar Bondy. El desideratum es algo parecido a una
filosofía francesa, alemana, inglesa en nuestros lares. A lo Ganivet hace falta
un Idearium peruano, otro argentino,
chileno y así sucesivamente. Ver lo universal desde lo particular. Y al parecer
ello será posible tomando conciencia de que existe un sentido no eurocéntrico
de la filosofía. Mientras tanto el político sigue siendo expresión de la
voluntad de dominio, casi como lo ve Max Weber como un asceta de la dominación.
A ello contribuye también la revolución científico-técnica como obra del
prometeico hombre poseso del afán de dominar a la naturaleza y la sociedad.
Pues bien, el intelectual
latinoamericano comparte las notas características del intelectual moderno, a
saber, individualismo, racionalismo e inmanentismo. Lo cual no significa que no
tenga notas irreductibles, las cuales también se dan en las culturas aborígenes.
En estas últimas no ha individualismo, racionalismo e inmanentismo, sino
comunitarismo, intuicionismo y trascendentalismo. En ellas la inuición del más
allá, lo divino y lo infinito está muy presente. Y en ese sentido quienes han
fortalecido la política y a los políticos de la modernidad son los sectores
asimilados a la mentalidad de occidente. Otra cosa, nada accesoria, es que
dicha mentalidad avance a pasos arrolladores con la racionalidad económica, la
revolución cibernética y la racionalidad instrumental.
Ahora que las certidumbres de la
modernidad se hunden y se pliega pasivamente a las incertezas irracionalistas
de la posmodernidad, los intelectuales de la subregión siguen en comparsa a los
occidentales desempeñando un rol protagónico en la crisis de la conciencia
occidental negando el Ser que funda todo ser. El dilema de nuestro tiempo
estriba en reconquistar la razón contra el orgullo racionalista, reconociendo
que hay verdades suprarracionales. La Razón y la Fe son las dos alas que hay
que devolverle al hombre para que recupere su humanidad. Y por ello
recuperar el valor del mito como horizonte ontológico de lo trascendente es
vital para recuperar la fe en el seno de la razón. Sin lo cual los
intelectuales seguirán siendo furgón de cola del afán de dominio desenfrenado encarnado
por el político prometeico de la modernidad.
11 de noviembre 2019
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